Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток).
Primera parte. Capítulo IV

Primera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Tercera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes

ÍTULO IV

I

ía tenido en tiempos un cargo oficial, y además ayudaba al difunto Andronikov (mediante una remuneración) a tratar ciertos asuntos privados de los que el último se ocupaba constantemente fuera de las horas de servicio. Lo que a mí me importaba era que Kraft, dada su intimidad con Andronikov, podía estar enterado de ciertas cosas que por su índole me interesaban. Pero yo sabía por María Ivanovna, mujer de Nicolás Semenovitch, en cuya casa yo había vivido tantos años mientras estaba en el Instituto - y que era la propia sobrina, la pupila y la favorita de Andronikov -, que Kraft había incluso recibido el "encargo" de entregarme algo. Yo lo estaba aguardando desde hacía un mes largo.

ía en un pequeño apartamiento de dos habitaciones completamente aislado, y, de momento, recién llegado, de vuelta de Vilna, estaba incluso sin servidumbre. Tenía abierta la maleta, pero los objetos no colocados estaban aún esparcidos sobre las sillas. Una mesa, delante del diván, sostenía un maletín, un cofrecillo, un revólver, etc... Cuando entramos, Kraft iba sumergido en sus pensamientos, como si me hubiese olvidado completamente, quizá ni siquiera había notado que yo no le había dirigido ni una sola palabra por el camino. Se puso en seguida a buscar algo, pero viendo de pronto un espejo, se detuvo y se miró fijamente un minuto largo. Noté aquella singularidad (no he hecho más que acordarme demasiado de todo aquello, más tarde), pero me sentía triste y muy turbado. No tenía fuerzas para concentrarme. Por un instante, experimenté el deseo súbito de marcharme y de abandonarlo todo allí para siempre. De qué se trataba en el fondo? No era una preocupación ficticia la que yo me estaba proporcionando? Me desesperaba al ver cómo desperdiciaba mi energía en futilidades indignas, por pura sensibilidad, siendo así que tenía frente a mí toda una meta enérgica. Ahora bien, mi ineptitud para toda acción seria era evidente, en vista de to que había pasado en casa de Dergatchev.

-Kraft, seguirá usted yendo a casa de ellos? -pregunté completamente de improviso.

ó despacio hacia mí, como si me comprendiese mal. Yo me senté.

ónelos usted - me dijo de pronto Kraft.

ó que se burlaba; pero, al mirarle, vi en su rostro una bonachonería tan extraña a incluso tan asombrosa, que yo mismo me asombré de la seriedad con que me rogaba que los "perdonase". Cogió una silla y se sentó a mi lado.

-Yo sé muy bien que soy quizás un amasijo de todas las clases que haya de amor propio y nada más --- empecé a decir -, pero no pido ningún perdón.

én iba usted a pedírselo? -preguntó, dulcemente y con seriedad.

Siempre hablaba dulcemente y muy despacio.

-Admitamos que soy culpable ante mí mismo... Me gusta ser culpable ante mí mismo... Kraft, perdóneme si en este momento digo tonterías. Dígame, es que también usted forma parte de ese círculo? Eso era lo que le quería preguntar.

ás tontos ni más sensatos que los demás; están chalados, como todo el mundo.

á chalado?

Me volví hacia él con una curiosidad involuntaria.

á hoy chalado. Sólo los mediocres y los incapaces se divierten... Pero de qué sirve todo eso?

Mientras hablaba, miraba al vacío, empezaba frases y las interrumpía. Me chocó sobre todo observar un cierto aburrimiento en su voz.

én Vassine está con ellos? Vassine tiene por su parte una inteligencia, una idea moral - exclamé yo.

ía no hay ideas morales. Han desaparecido súbitamente, todas, hasta la última. Se podría creer que nunca las ha habido.

-No las había en otros tiempos?

-Dejemos ese tema - dijo con un cansancio evidente.

í conmovido por su amarga seriedad. Ruborizándome por mi egoísmo, me puse a tono con él.

época presente - dijo él de una manera espontánea después de unos minutos de silencio, y mirando siempre al vacío - es la época del justo medio y de la insensibilidad. Pasión de la ignorancia, pereza, incapacidad de obrar, necesidad de que todo esté hecho. Nadie reflexiona ya; muy pocos podrían forjarse una idea.

Se volvió a interrumpir y se calló un instante. Yo escuchaba.

á desboscando a Rusia, se agota su suelo, se le transforma en estepa y se le prepara con vistas a los calmucos. Si un hombre llega esperanzado y planta un árbol, todo el mundo se echará a reír: "Es que piensas que lo verás crecer? " Por otra parte, los que desean el bien discuten lo que pasará dentro de mil años. La idea estabilizadora ha desaparecido. Todos estamos como en una posada, dispuestos a salir mañana mismo de Rusia. Cada cual vive como para desembarazarse...

"se ocupan de lo que pasará dentro de mil años". Pero, esa desesperación suya... en cuanto al destino de Rusia... . no es una inquietud del mismo tipo?

-Es... es la cuestión más esencial que pueda existir! -. declaró con irritación levantándose rapidamente -. Ah, sí! Ya se me olvidaba! - dijo completamente de improviso, con una voz muy distinta, mirándome con embarazo -. Le he hecho venir a usted por cuestión de negocios, y... Perdóneme, por el amor a Dios!

ír de un sueño. Estaba casi confuso. Cogió una carte que estaba dentro de un vade colgado sobre la mesa y me la alargó.

-He aquí lo que tenía que entregarle a usted. Es un documento de alguna importancia - empezó a decir con precaución y con aire de hombre de negocios.

és, al reflexionar en aquello, me asombré por aquella facultad que él tenía (en horas tan graves pare él) de tratar con tanta cordialidad los asuntos de otros, de referirlos con tanta calma y firmeza.

és de su muerte, al proceso de Versilov contra los príncipes Sokolski. Ese proceso se está juzgando actualmente y terminará sin dude a favor de Versilov. La ley está de su lado. Ahora bien, en esta carta particular, escrita hace dos años, el testador anuncia él mismo su voluntad auténtica, o más bien su deseo, y la anuncia más bien en favor de los príncipes que de Versilov. Por lo menos, los puntos sobre los que se apoyan los príncipes Sokolski para impugnar el testamento encuentran en esta carta una poderosa confirmación. Los adversarios de Versilov darían cualquier cosa por este documento, que, por lo demás no tiene un valor jurídico absoluto. Alexis Nikanorovitch (Andronikov), que se ocupaba del asunto de Versilov, conservaba esta carta en su casa. Poco antes de su muerte me la confió con el encargo de "guardarla preciosamente"; quizá temía por sus papeles, viendo venir la muerte. Yo no tengo por qué juzgar sobre las intenciónes que pudiera tener Alexis Nikanorovitch en aquellos momentos y confieso que, muerto él, me hallé en una penosa indecisión: qué hacer con aquel documento? Qué hacer, sobre todo, en presencia de la vista en cierne? Pero María Ivanovna, en la que Alexis Nikanorovitch parecía tener mucha confianza, me sacó del apuro: me escribió categóricamente, hace tres semanas, encargándome que le entregara a usted el documento, lo que, ella cree ón) responde a la intención de Andronikov. Helo, pues, aquí, y me siento muy dichoso al podérselo entregar a usted por fin.

ïgado con una noticia tan inesperada -. Qué voy a hacer ahora con esta carta? Qué conducta debo seguir?

-Eso depende enteramente de usted.

á perdido. Y de golpe y portazo aparece un documento semejante!

ás que aquí, en esta habitación.

ándole atentamente.

-Si no encuentra usted por sí mismo la conducta que debe seguir, qué consejo puedo yo darle?

árselo al príncipe Sokolski: mataría todas las esperanzas de Versilov y además qué papel iba a representar yo a sus ojos? El de un traidor... Por otra pane, entregándoselo a Versilov, arrojo a unos inocentes en brazos de la miseria, y Versilov no dejaría de encontrarse en una situación sin salida: renunciar a la herencia, o convertirse en un ladrón.

-Exagera usted la importancia de la cosa.

ígame otra cosa: este documento tiene un carácter terminante, decisivo?

ísta. El abogado de la parte contraria encontraría naturalmente el medio de utilizer el documen. lo y de extraerle todo el provecho que pudiera. Pero Alexis Nikanorovitch estimaba realmente que esta carta, si llegaba a ser mostrada, no tendría un gran valor jurídico, y Versilov podría de todos modos ganar su pleito. Es más bien, por así decirlo, un asunto de conciencia...

í yo -; por eso justamente se verá Versilov en una situación sin salida.

-Pero él puede destruir el documento, y entonces, por el contrario, estará prevenido contra todo peligro.

í, Kraft? Esto es lo que yo quería saber; por esto he venido a su casa.

-Creo que cualquier hombre en su lugar obraría de esa manera.

én, y usted también obraría así?

é lo que haría.

ándome la carta en el bolsillo -. Ya esto es una cosa decidida. Escúcheme, Kraft. María Ivanovna, que, se lo aseguro a usted, me ha descubierto muchas cosas, me ha dicho que usted, y solamente usted, podría decirme la verdad sobre lo que ocurrió en Ems hace dieciocho meses entre Versilov y los Akhmakov. Lo he estado esperando a usted como al sol que me daría luz. Usted no conoce mi situación Kraft. Le suplico que me diga toda la verdad. Quiero saber qué clase de hombre es, y ahora ahora, es más necesario que nunca!

-Me extraña que no se lo hay a contado todo la misma María Ivanovna. Ella ha podido estar informada de todo por el difunto Andronikov, y seguramente se ha enterado y sabe mucho más que yo.

ía Ivanovna. Es un asunto que, a mi entender, nadie llegará a poner en claro. El mismo diablo se rompería aquí la crisma, Pero yo sé que usted estaba entonces en Ems...

é. Aunque podré satisfacerle así?

II

é textualmente su relato, sino que me limitaré a dar brevemente la substancia del mistno.

íncipe Sokolski, había llegado a ser amigo de la casa Akhmakov (estaban todos entonces en el extranjero), había causado una fuerte impresión primeramente en el mismo Akhmakov en persona, el general, no muy viejo aún, pero que había perdido en el juego la rica dote de su mujer, Catalina Nicolaievna, en tres años de matrimonio, y a quien sus excesos le habían producido ya un ataque. Se había recuperado y había partído para el extranjero: vivía en Ems a causa de su hïja, fruto de un primer matrimonio. Era una jovencita enferrniza de unos diecisiete años, delicada del pecho, muy bella, según se dice, y también extraordinariamente caprichosa. No tenía dote; se contaba, como de costumbre, con el viejo príncipe. Catalina. Nicolaíevna era, al parecer, una buena madrastra. Pero la joven se prendó de una manera muy particular de Versilov. Éste predicaba entonces "no sé qué cosa apasionada", para emplear la expresión de Kraft, no sé qué vida nueva, "estaba presa de una exaltación religiosa del más alto grado", según la expresión extraña, y quizá bu. rlona, de Andronikov, que me ha sido transmitida. Llamando la atención, bien pronto fue detestado por todo el mundo. El general mismo le temía; Kraft no desmiente en manera alguna el rumor según el cual Versilov habría conseguido implantar en el cerebro de su marido enfermo la idea de que Catalina Nicolaievna no era indiferente al joven príncipe Sokolski (que pot aquel entonces había salido de Ems para París). Lo hizo no directamente, sino, "según su costumbre", por alusiones, insinuaciones y con toda clase de rodeos, "en to que ha llegado a ser maestro", declaró Kraft. En general, debo decir que Kraft lo juzgaba, y quería juzgarlo, más bien coma un bribón y un íntrigante, nato que como un hombre realmente poseído por una idea superior o sencillamente original. Yo sabía por otra parte, por fuera de Kraft, que Versilov, que había ejercido al principio una inmensa influencia sobre Catalina Nicolaievna, había llegado poco a poco a romper con ella. En qué consistía todo aquel juego, no he podido jamás hacérmelo explicar por Kraft, pero el odio mutuo sobrevenido entre ellos dos, después de su enemistad, me había sido confirmado por todos los conductos. Se produjo a continuación un hecho singular: la enfermiza hijastra de Catalina Nicolaievna se enamoró sin duda de Versilov, o bien se quedó impresionada por algún rasgo de su persona, o bien fue influida por sus discursos, en resumen no sé nada de eso; pero es cosa sabida que, durante algún tiempo, Versilov pasaba, casi todos los días, horas y horas junto a aquella muchacha. Finalmente, ella declaró con toda brusquedad a su padre que quería a Versilov por marido. El hecho es real, está confirmado por todos, y Kraft, y Andronikov, y María Ivanovna a incluso Tatiana Pavlovna han hecho alusión a él un día en mi presencia. Se aseguraba también que Versilov no sólo deseaba aquel matrimonio, sino que incluso insistía, y que el acuerdo de aquellas dos criaturas heterogéneas, de un hombre viejo y de una niña, fue mutuo. Pero aquella idea espantaba al padre; a medida que iba aborreciendo a Catalina Nicolaievna, a la que había amado mucho en otros tiempos, se había puesto a adorar a su hija, sobre todo después de sufrir su ataque. Pero el adversario más encarnizado de semejante casamiento fue Catalina Nicolaievna. Hubo una cantidad extraordinaria de conflictos domésticos, secretos y extremadamente desagradables, de disputas, de enfados; en una palabra, suciedades de toda índole. El padre por fin comenzó a ceder, al ver la testarudez de su hija, enamorada de Versilov y "fanatizada" por él (la expresión es de Kraft). Pero Catalina Nicolaievna continuaba rebelándose, con un odio implacable. Y aquí es donde comienza el embrollo del que nadie comprende una palabra. He aquí sin embargo la hipótesis construida por Kraft según ciertos datos, pero no es más que una hipótesis.

ía conseguido sugerir, a su manera, él y desde hacía largo tiempo se hallaba atormentada por los celos: lo perseguía, intrigaba, le había hecho ya una declaración, y estaba dispuesta ahora a quemarlo vivo porque él amaba a otra. En resumen, algo por ese estilo. Lo peor era que habría "deslizado" una palabrita al padre, al marido de la mujer "infiel", explicando que lo del príncipe no había sido más que una distracción. Según otras variantes, Catalina Nicolaievna quería con locura a su hijastra y ahora, calumniada ante ella, estaba entregada a la desesperación, sin hablar de sus relaciones con su marido enfermo. En fin, existe aún otra variante en la cual, con gran pena por mi parte, creía rotundamente Kraft, y en la cual creía yo mismo (porque ya de eso había tenido indicios). Se aseguraba (según se dice, Andronikov lo había sabido por boca de la misma Catalina Nicolaievna) que Versilov, por el contrario, ya antes, es decir, antes de que la jovencita hubiese conocido aquellos sentimientos, había ofrecido su amor a Catalina Nicolaievna; que ésta, que era su amiga a incluso había sido exaltada por él durante algún tiempo, pero que no lo creía nunca y lo contradecía siempre, había acogido aquella declaración con un odio extraordinario y lo había abrumado de burlas venenosas. Lo había puesto formalmente de patitas en la calle, porque el otro le proponía lisa y llanamente hacerla su mujer, previendo un segundo ataque, inminente, del marido. Así pues, Catalina Nicolaievna debió de experimentar una aversión particular contra Versilov cuando le vio seguidamente buscar de una manera tan ostensible la mano de su hijastra. María Ivanovna, al contarme todo aquello en Moscú, creía en la verdad de una y otra variante, es decir, todo a la vez: ella aseguraba que todo aquello podía conciliarse, que era la haine dans l'amourétera; en una palabra, una especie de embrollo novelesco, indigno de un hombre serio y en posesión de sus cinco sentidos, y con una mezcla además de infamia. Pero María Ivanovna estaba repleta de novelas desde su infancia, las leía noche y día, a pesar de tener un carácter excelente. Lo que se desprendía de aquello, era la evidente ignominia de Versilov, la mentira y la intriga, algo negro y repugnante, tanto más cuanto que el final fue trágico: la pobre jovencita, inflamada de amor, se envenenó, se dice, con cerillas de fósforos; por lo demás, aún no sé hoy día si este último rumor es exacto; de todas maneras, se trató de ahogarlo por todos los medios. La joven no estuvo enferma más de quince días y murió. De ese modo la historia de las cerillas quedó dudosa, pero Kraft creía en ella firmemente. A continuación, muy rápidamente, murió el padre de la joven, se dice que de pena, pena que le produjo un segundo ataque, pero, sin embargo, no antes de tres meses. Pero, después del entierro de la muchacha, el joven príncipe Sokolski, vuelto de París a Ems, abofeteó públicamente a Versilov en pleno jardín, y el otro no respondió con un desafío; al contrario, al día siguiente se mostró en el paseo como si nada hubiera pasado. Fue entonces cuando todo el mundo le volvió la espalda, también en Petersburgo; Versilov conservaba no obstante algunos conocimientos, pero en un ambiente completamente distinto. Sus amigos del gran mundo se hicieron todos sus acusadores, aunque muy pocos conociesen todos los detalles; no se sabía más que la historia de la muerte novelesca de la jovencita y lo de la bofetada. Únicamente dos o tres individuos poseían datos tan completos como era posible tener; el que más sabía de aquello fue el difunto Andronikov, que desde hacía mucho tiempo estaba ya en relaciones de negocios con los Akhmakov y en particular con Catalina Nicolaievna a causa de un determinado asunto. Pero guardó el secreto incluso en el seno de su propia familia; no se había franqueado un poco más que a Kraft y a María Ivanovna, y eso por necesidad.

ó Kraft - es que existe un documento al que la señora Akhmakova teme espantosamente.

í lo que él me comunicó a este respecto.

ía cometido la imprudencia, en el momento en que el viejo príncipe su padre se reponía en el extranjero de su ataque, de escribir a Andronikov, con gran secreto (Catalina Nicolaievna tenía en él una completa confianza), una carta extremadamente comprometedora. En aquellos momentos, el príncipe convaleciente había manifestado, según se dice, una cierta inclinación a derrochar su dinero, casi a tirarlo por la ventana: se había puesto a comprar en el extranjero objetos perfectamente inútiles, pero costosos, cuadros, jarrones; a hacer regalos y donativos, en grandes cantidades, incluso a diversos establecimientos del país; había estado a punto de comprarle a un noble ruso arruinado, a muy alto precio y sin hacer ninguna visita, una hacienda devastada y cargada de pleitos, y, en fin, pensaba realmente en el matrimonio. Pues bien, por todas aquellas razones, Catalina Nicolaievna, que no se habia apartado un paso de su padre durante su enfermedad, le plánteó a Andronikov, en su calidad de jurista y de "viejo amigo", esta pregunta: "Sería posible, conforme a la ley, poner al príncipe bajo tutela o someterlo a consejo judicial; o sea, cuál es el mejor medio para conseguir eso sin escándalo, para que nadie encuentre motivos para hacer comentarios, para no herir tampoco los sentimientos del padre?", etc., etc. Se dice que Andronikov la llamó al orden y la disuadió de semejante empeño; más tarde, cuando el. príncipe estuvo completamente curado, no hubo ya ocasión de volver sobre lo mismo; pero la carta se quedó en casa de Andronikov. Ahora bien, Andronikov muere; Catalina Nicolaievna se acuerda en seguida de su carta: si algún día la descubrieran entre los papeles del difunto y cayese en manos del viejo príncipe, seguramente éste la expulsaría para siempre, la desheredaría y no le daría ya un solo copec en vida. La idea de que su propia hija no creía en su razón a incluso quería hacerlo declarar loco haría de aquel cordero una verdadera fiera. Ahora bien, en su viudedad, ella se había quedado, gracias al jugador de su marido, sin la menor fortuna y no contaba más que con su padre; tenía la firme esperanza de obtener de él una nueva dote, tan generosa como la primera.

ía muy poco. Había notado sin embargo que Andronikov "no rompía nunca los papeles que podían servir" y que además tenía el espíritu amplio, pero la conciencia muy "amplïa" también. (Me asombré entonces de aquella extraordinaria independencia de Kraft, que quería y respetaba mucho a Andronikov.) Pero Kraft tenía sin embargo la convicción de que el documento comprometedor había debido de caer entre las manos de Versilov, dada su intimidad con la viuda y con las hijas de Andronikov: se sabía ya que ellas habían puesto a su disposición a inmediatamente todos los papeles del difunto. Kraft sabía además que Catalina Nicolaievna no ignoraba que la carta estaba en poder de Versílov y que esto era lo que ella temía, pensando que aquél iría inmediatamente a mostrársela al viejo príncipe; sabía también que cuando ella regresó del extranjero, había buscado la carta en Petersburgo, había estado en casa de los Andronikov, y continuaba aún buscándola, puesto que conservaba, a pesar de todo, la esperanza de que no estuviese en poder de Versilov; en fin, que había hecho el viaje desde Moscú únicamente con esta intención y le había suplicado a María Ivanóvna que hiciese una rebusca entre los papeles que se habían quedado en casa de esta última. En cuanto a la existencia de María Ivanovna y sus relaciones con el difunto Andronikov, ella se había enterado a última hora, una vez de vuelta en Petersburgo.

-Y cree usted que ella no ha encontrado nada en casa de María Ivanovna? - pregunté yo, teniendo mi idea.

ía Ivanovna no le ha revelado nada a usted, ni siquiera a usted, es quizá porque no tiene nada.

á en poder de Versilov?

ás verosímil. Por lo demás, no estoy enterado de nada, todo es posible - declaró éi con un cansancio evidente.

Dejé de interrogarle. Para qué seguir? Todo lo esencial estaba aclarado, a pesar de aquel abominable embrollo. Todo lo que yo temía se confirmaba.

ño o de un delirio - dije con una pena profunda, agarrando mi sombrero.

-Quiere usted mucho a ese hombre? - preguntó Kraft, con una simpatía grande y manifiesta, que leí en aquel momento en su rostro.

ía de todo en casa de usted. Me queda una esperanza, con Akhmakova. Contaba con ella. Tal vez vaya a verla. Tal vez no.

ó, un poco perplejo.

ós, Kraft! Para qué aferrarse a la gente que no quiere saber nada de uno? No vale más romper de una vez?

-Y después? - preguntó con aire sombrío y mirando al suelo.

í mismo!

-Irse a América? (26).

érica! Dentro de sí, sólo dentro de sí mismo! He ahí en lo que consiste toda "mi idea", Kraft! - dije con excitación.

ó con curiosidad.

ésos: un "dentro de sí"?

-Sí. Hasta la vista, Kraft. Le doy las gracias y lamento haberle importunado. En su lugar, con una Rusia semejante a la cabeza, yo enviaría a todo el mundo al diablo; marchaos, intrigad, comeos los unos a los otros; qué me importa a mí eso?

édese todavía un momento - dijo él de pronto, después de haberme acompañado ya a la puerta.

í y me senté de nuevo. Kraft se sentó enfrente. Cambiamos algunas sonrisas: vuelvo a ver todo aquello como si estuviese allí. Recuerdo que me sentía un poco sorprendido.

ía -dije de repente.

és, por más que me esfuerce... Por otra parte, quizá sea preferible ofender a la gente: por lo menos se libra uno así de la desgracia de amarla.

-Qué hora del día es la que prefiere usted más? - preguntó él, evidentemente ya sin escucharme.

é hora? No sé. No me gusta la puesta de sol.

-De verdad? - preguntó con una curiosidad extraña.

ó a caer en su ensimismamiento.

í... me voy...

-Es que, para ir hasta Vilna, hay necesidad de tener un revólver? - pregunté yo sin el menor mal pensamiento, incluso sin pensamiento alguno.

ía ocurrido porque había visto un revólver y no sabía qué decir.

ó y miró fijamente el revólver.

--Si yo tuviese un revólver, lo guardaría bajo llave en algún sitio. Mire usted, es algo terriblemente tentador. No creo en las epidemias de suicidios; pero cuando se tiene siempre un objeto así al alcance de la vista, hay instantes en que está uno tentado.

ó él, levantándose bruscamente.

-No me refiero a mí - añadí yo, levantándome también -. Yo nunca haría uso de una cosa de ésas. Que me den tres vidas, si quieren. Ni aun así tendría bastante.

ársele.

ó con aire distraído y de una manera rara se dirigió derechamente hacía el recibidor, como para guiarme hasta la salida, sin darse cuenta a punto fijo de lo que hacía.

-Le deseo toda clase de felicidades, Kraft - dije poniendo el pie en el rellano.

á por ver - respondió con firmeza,.

-Hasta la vista.

én eso está por ver.

última mirada que lanzó.

III

í, pues, he aquí el hombre por el que mi corazón ha latido tantos años. Y qué esperaba yo de Kraft, qué revelaciones?

Al salir de casa de Kraft, sentí un hambre terrible. Caía la tarde, y yo no había comido. Desemboqué en seguida en la Gran Perspectiva de Petersburgskaia storona y entré en un pequeño ón de gastar veinte copeques, y en ningún caso más de veinticinco; por nada del mundo me habría permitido un gasto mayor en aquellos momentos. Pedí una sopa y, me acuerdo muy bien, después de habérmela tragado, miré por la ventana. En el interior había mucha gente; un olor de grasa quemada, de servilletas de posada y de tabaco. Era algo infecto. Por encima de mi cabeza, un ruiseñor mudo, sombrío y pensativo, golpeaba con el pico en el fondo de su jaula. En la sala de billar hacían un gran ruido, pero yo me quedé en mi silla reflexionando. La puesta de sol (por qué Kraft se había sorprendido tanto al enterarse de que no me gustaban las puestas de sol?) me procuró sensaciones nuevas a inesperadas, completamente fuera de lugar. Yo entreveía siempre la dulce mirada de mi madre, sus hermosos ojos, que, desde hacía un mes, se posaban en mi tan tímidamente. En aquellos últimos tiempos yo me portaba en casa muy groseramente, sobre todo con ella; a quien le guardaba rencor era a Versilov, pero no atreviéndome a decirle groserías, según mi costumbre innoble, era a ella a la que me dedicaba a atormentar. Hasta me tenía miedo: a menudo me miraba con ojos suplicantes cuando entraba Andrés Petrovitch temiendo alguna intemperancia por mi parte... Cosa rara, fue entonces, en el ú, y ella de usted. Ya me había asombrado antes de eso, y no precisamente a favor de ella, pero aquí me dabá cuenta de una manera especial, a ideas raras, unas tras otras, atravesaban mi cerebro. Me quedé mucho tiempo inmóvil, hasta que el crepusculo imperó por completo. Pensaba también en mi hermana...

ón? Qué hay de difícil en una ruptura, sobre todo cuando los demás no quieren saber nada de mí? Mi madre y mi hermana? Pero a ellas yo no las abandonaré en ningún caso, pase lo que pase.

Es verdad, la aparición de aquel hombre en mi existencia, por espacio de un relámpago, en mi primera infancia, ha sido el choque fatal que ha hecho tambalear mi conciencia. Si no me lo hubiese encontrado entonces, mi espíritu, mi manera de pensar, mi destino habrían sido seguramente distintos, a pesar del carácter que me estaba reservado por la suerte y que yo no habría podido evitar.

ás que un sueño, un. sueño de mis años de infancia. Soy yo quien me lo he imaginado de esta manera: en realidad él es muy diferente, está muy por debajo de mi fantasía. A quien yo he venido a buscar es a un hombre honrado, y no a éste. Pero por qué me he prendado de él, de una vez para siempre, en aquel corto instante en que le vi en tiempos, siendo todavía un niño? Este "para siempre" debe desaparecer. Un día, si se presenta la ocasión, referiré cómo fue aquel primer encuentro: es una mera anécdota de la que no se puede extraer consecuencia alguna. Pero en mí toda una pirámide ha salido de aquel momento. He empezado esa pirámide bajo mi manta de niño, en el momento en que, antes de dormirme, podía llorar y pensar. En qué? Yo mismo lo ignoro. En el abandono en que se me tenía?, en los tormentos que se me hacía sufrir? Pero no se me había atormentado apenas: escasamente dos años, en la pensión Tuchard, donde él me había metido antes de marcharse para siempre. A continuación, nadie me atormentó ya; al contrario, era yo quien miraba de arriba abajo a mis camaradas. Por lo demás, no puedo aguantar a esos huérfanos que gimotean sobre su suerte. No hay espectáculo más repulsivo que el de esos huérfanós, esos bastardos, todos esos desechos de la sociedad y, en general, toda esa canalla por la que no siento la menor lástima, que, de golpe y porrazo, se yergue solemnemente delante del público y se pone a clamar lastimeramente, pero también para recitar su lección: "Mirad cómo nos han tratado! " Ya les daría yo de latigazos a semejantes huérfanos! No hay ni siquiera uno en esa turba vil, que comprenda que es diez veces más noble callarse, en lugar de gimotear y juzgarse digno de lástima. Si tú mismo lo juzgas digno de lástima, hijo del amor, no tienes más que lo que mereces. Eso es lo que pienso por mi parte.

Pero lo que resulta curioso, no son los sueños que yo acariciaba en otros tiempos, "bajo mi manta", sino el hecho de que he venido aquí por él, siempre por este hombre imaginario, olvidando casi mis objetivos esenciales. He venido a ayudarle a vencer la calumnia, a aplastar a sus enemigos. El documento del que hablaba Kraft, la carta de aquella mujer a Andronikov, carta que ella teme tanto, que puede destrozar su felicidad y sumirla en la miseria, y que ella cree que se encuentra entre las manos de Versilov, esa carta no estaba en poder de Versilov, sino en el mío, cosida en mi bolsillo lateral. Yo mismo la había cosido allí. Sí; no lo sabía nadie en el mundo. Si la novelesca María Ivanovna, que tuvo el documento "en custodia", había juzgado necesario entregármelo a mí, y no a otra persona, eso era un efecto de sus ideas y de su voluntad, y yo no tengo por qué explicarlo; quizás un día tendré ocasión de referirlo; pero, armado así de improviso, yo no podía menos de experimentar el deseo de venir a Petersburgo. Naturalmente, contaba con ayudar a este hombre en secreto, sin ponerme en evidencia y sin apasionarme, sin esperar de su parte ni alabanzas ni abrazos. Y jamás, jamás, me habría juxgado digno de dirigirle un reproche! Era culpa suya que yo me hubiese prendado de él y que me hubiese forjado con él un ideal fantástico? Quizá ni siquiera le quería! Su espíritu original, su carácter curioso, sus intrigas y sus aventuras, la presencia cerca de él de mi madre, todo eso, al parecer, no podía ya detenerme; bastante era que mi muñeca fantástica se hubiese roto y que yo fuese tal vez incapaz de quererle en lo sucesivo. Entonces, qué era lo que me detenia aún, qué era lo que me sujetaba? He ahí la cuestión. Al fin y a la postre, el tonto lo era yo y nadie más.

ás, seré franco conmigo mismo: debo confesarlo, el documento cosido en mi bolsillo no despertaba en mí solamente un deseo apasionado de correr en socorro de Versilov. Ahora está demasiado claro para mí, aunque entonces me ruborizase ante aquella idea. Yo entreveía a una mujer, a una orgullosa criatura del gran mundo, con la que me encontraría cara a cara; ella me despreciaría, se reiría de mí como de un ratón, sin sospechar siquiera que soy el dueño de su destino. Esa idea me embriagaba ya en Moscú, y más aún en el tren, en el momento en que me dirigía aquí; ya lo he confesado más arriba. Sí, yo detestaba a esa mujer, pero la quería ya como víctima que iba a ser mía, y todo aquello era verdad, todo aquello era real. Pero era una puerilidad como nunca hubiese creído ni siquiera de una criatura como yo. Describo mis sentimientos de entonces, es decir, lo que me pasaba por la cabeza en el momento en que estaba sentado en el ñor, en el momento en que decidí romper con ellos, aquella misma noche, irrevocablemente. La idea de mi reciente encuentro con aquella mujer hizo subir de pronto a mi rostro el arrebol de la vergüenza. Vergonzoso encuentro! Vergonzosa y estúpida impresión, y que sobre todo demostraba, de la mejor manera posible, mi ineptitud para la acción! Demostraba solamente, pensaba yo entonces, que yo era incapaz de resistir ni siquiera a los cebos más estúpidos, siendo así que acababa de declararle a Kraft que yo tenía, en algún lugar al sol, mi obra propia, y que, si me diesen tres vidas, sería aún demasiado poco para mí. Yo había dicho aquello orgullosamente. Que hubiese abandonado mi idea para inmiscuirme en los asuntos de Versilov, era todavía perdonable; pero lanzarme a un lado y a otro, como una liebre deslumbrada, y mezclarme en toda clase de estupideces. era evidentemente una pura imbecilidad de mi parte. Qué necesidad tenía yo de haber ido a casa de Dergatchev a exponer mis tonterías, cuando estaba convencido desde hacía mucho tiempo de que yo era incapaz de contar nada con ilación y buen sentido y que mi mayor interés estaba en callarme? Y un Vassine me daba una lección con el pretexto de que yo tenía aún " cincuenta años de vida por delante, y que por consiguiente no tenía por qué inquietarme". Magnífica objeción, lo reconozco, objeción que hace honor a su inteligencia indiscutible; magnífica, porque es la más sencilla, y las cosas sencillas no se comprenden nunca más que al final, cuando se han tanteado todas las complicaciones y todas las tonterías; pero esa objeción ya la sabía yo sin necesidad de Vassine; esa idea ya la había experimentado hacía más de tres años; hay más, en parte era "mi idea". He aquí lo que me decía entonces a mí mismo en el

ía muy a disgusto cuando, cansado de andar y de pensar, llegué por la noche, después de las siete, al Semenovski polk. La oscuridad era completa; el tiempo había cambiado; estaba ahora seco, pero se había levantado un viento desagradable, el viento de Petersburgo, cruel y penetrante; lo tenía a la espalda, y hacía girar alrededor la arena y el polvo. Cuántas caras rudas, entre la gente humilde que se apresuraba a entrar en su rincón, de vuelta del trabajo o de la oficina! Cada cual llevaba grabado en su rostro su duro cuidado, y ni siquiera una sola idea común que uniese a toda aquella muchedumbre! Kraft tiene razón: cada uno tira por su sitio. Me encontré con un niño, tan pequeño, que se asombraba uno de verlo solo en la calle a semejante hora; debía de haberse perdido; una buena mujer se detuvo un momento para interrogarlo, pero, no comprendiendo nada, hizo ademán de que ella nada podía hacer y continuó su camino abandonándolo solo en la oscuridad. Me acerqué, pero tuvo miedo de mí y huyó. Al llegar a casa, decidí no ir a visitar nunca a Vassine. Mientras subía la escalera, me sentí invadido pot unas ganas locas de encontrar a mi familia sola en casa, sin Versilov, para tener tiempo de decir antes de su llegada algunas palabras amables a mi madre o a mi querida hermana, a la cual, por así decirlo, no le había dirigido en todo aquel mes una sola palabra afectuosa. Eso pasó: él no estaba en casa...

IV

A propósito de esto: al introducir en mis "memorias" a este "nuevo personaje" (quiero decir a Versilov), debo dar brevemente algunos datos sobre la carrera de su vida, datos que. por lo demás, no significan nada. Lo hago para que el lector me comprenda mejor, y porque no veo en qué sitio podría situar lógicarriente estos datos en el curso de la narración.

ía estado en la Universidad, pero había entrado en seguida en la guardia, en un regimiento de caballería. Se casó con una Fanariotova y pidió el retiro. Hizo varios viajes al extranjero. En los intervalos, vivía en Moscú, entregado a los placeres mundanos. Después de la muerte de su mujer, se retiró al campo; allí es donde se sitúa el episodio de mi madre. Seguidamente, residió largo tiempo en alguna parte del Mediodía. Cuando estalló la guerra con Europa, volvió a entrar en servicio, pero no fue enviado a Crimea y no participó en ningún combate. Acabada la guerra, cogió su retiro, viajó por el extranjero, a incluso con mi madre, a la cual abandonó en Koenigsberg. La infeliz me ha contado varias veces, con una especie de espanto y agachando la cabeza, cómo tuvo que pasar seis meses absolutamente sola, con su hijita, sin saber el idioma del país, como en pleno bosque, y, al final, sin dinero. Entonces vino a buscarla Tatiana Pavlovna y se la llevó consigo a algún lugar en la provincia de Nijni. A continuación Versilov formó parte de la primera hornada de los "mediadores de paz" (28) y, según se dice, desempeñó sus funciones a maravilla. Pero las abandonó pronto y se ocupó, en Petersburgo, de distintos asuntos civiles privados. Andronikov estimó siempre en mucho su competencia. Lo respetaba enormemente, agregando tan sólo que no comprendía su carácter. Luego Versilov abandonó también aquella ocupación y volvió a marcharse al extranjero, esta vez por mucho tiempo, por varios años. Tras de lo cual se iniciaron sus relaciones muy estrechas con el viejo príncipe Sokolski. Durante todo aquel tiempo, la situación de su fortuna cambió radicalmente dos o tres veces: ora caía en la miseria, ora se enriquecía de nuevo y volvía a salir a flote.

ás, hoy, al llegar a esta parte de mis memorias, me resuelvo a hablar de "mi idea". Por primera vez, voy a describirla, comenzando por su nacimiento. Me decido, por así decirlo, a descubrírsela al lector, y también para dar más claridad a la continuación de mi relato. No es el lector solamente, sino que también yo mismo, el autor, empiezo a meterme en dificultades al tratar de explicar mi conducta sin explicar antes lo que me ha guiado y lo que me ha impulsado. Con esta "figura de preterición", heme aquí caído de nuevo, por mi torpeza, en los "artificios" de novelista de los que me he burlado más arriba. Al entrar en mi novela de Petersburgo, con todas sus aventuras vergonzosas para mí, encuentro este prefacio indispensable. No son los "artificios" los que me han hecho guardar silencio hasta aquí, sino la naturaleza de las cosas, es decir, la dificultad del relato. Incluso hoy día, después de todo lo que ha pasado, experimento una dificultad insuperable en referir esta "idea". Además, evidentemente debo exponerla en la forma que la misma tenía entonces, tal como estaba formada y concebida por mí en aquella época, y no tal como es ahora, to que implica una nueva dificultad. Hay ciertas cosas que resultan casi imposibles de contar. Precisamente las ideas más simples y más claras son las menos a propósito para ser comprendidas. Si, antes de descubrir América, Colón hubiese querido contar su idea a otros, estoy convencido de que se habría estado mucho tiempo sin comprenderle. En realidad, no se le comprendía. Hablando así, no pretendo en manera alguna equipararme con Colón, y si alguien extrae esta consecuencia, él es, ni más ni menos, quien debe avergonzarse.

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Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
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Notas
Indice de los personajes

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