Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток).
Primera parte. Capítulo IX

Primera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Tercera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes

ÍTULO IX

I

é a volver a casa y, oh maravilla!, estaba muy contento de mí mismo. Sin duda, no se habla así a mujeres, y sobre todo a tales mujeres, o más exactamente a tal mujer, porque yo no tomaba en cuenta a Tatiana Pavlovna. Quizá no está permitido decirle a la cara a una mujer de semejante categoría: " Me cisco en sus intrigas!" , pero yo lo había dicho y por eso estaba contento. Sin hablar de lo demás, estaba seguro al menos de que, por haber adoptado aquel tono, yo había borrado todo lo que había de ridículo en mi posición. Pero no tuve tiempo de pensar largamente en todo aquello: mi cerebro estaba ocupado por Kraft. No es que me atormentase mucho, pero a pesar de todo yo estaba conmovido hasta el fondo del alma; y hasta el punto de que el sentimiento ordinario de placer que experimentan los hombres en presencia de la desgracia del prójimo, por ejemplo cuando alguien se rompe una pierna, pierde el honor, se ve privado de un ser querido, etc., aquel mismo sentimiento ordinario de innoble satisfacción cedía en mí enteramente a otro sentimiento, a una sensación extremadamente imperiosa, a la pena, al dolor... si es que aquello era el dolor, lo ignoro... en todo caso a un sentimiento extremadamente poderoso y bueno. Y por aquello también estaba yo contento. Es asombrosa la multitud de ideas extrañas que pueden atravesarle a uno el espíritu precisamente cuando se está sacudido por alguna noticia colosal que debería, parece, ahogar los demás sentimientos y dispersar todas las ideas extrañas, sobre todo las ideas sin importancia; ahora bien, son éstas, por el contrario, las que se presentan. Me acuerdo de eso todavía; me vi cogido poco a poco por un temblor nervioso bastante sensible, que duró aigunos minutos a incluso todo el tiempo que permanecí en casa para explicarme con Versilov.

ón tuvo lugar en circunstancias singulares e insólitas. He dicho ya que vivíamos en un pabellón que había en el patio; aquel alojamiénto llevaba el número 3. Incluso antes de meterme debajo de la puerta cochera, oí una voz de mujer, que preguntaba en voz alta, con impaciencia a irritación: "Dónde está el partido número trece?" Era una señora que acababa de abrir la puerta de una tiendecilla contigua. Pero sin duda no le contestaron nada o hasta la mandaron a paseo, puesto que bajó los escalones con cólera y desesperación.

-Pero dónde está el ó dando pataditas.

ía mucho tiempo que yo había reconocido aquella voz.

-Voy al partido número trece - dije acercándome a ella -. Por quién pregunta usted?

dvornik

ía reconocido.

-Quiere usted ver a Versilov? Tiene usted algún asunto con él; yo también - continué -. He venido a decirle adiós para siempre. Vamos aá!

--Eso no significa nada. Admitamos, si usted quiere, que sea su hijo. Aunque me llamo Dolgoruki. Soy ilegítimo. Este señor tiene una multitud de hijos ilegítimos. Cuando la conciencia y el honor lo exigen, incluso un hijo legítimo abandona la casa. Eso está ya en la Biblia. Además, ha recibido una herencia que no quiero compartir. Me contento con el trabajo de mis manos. Cuando es preciso, un corazón generoso sacrifica hasta su propia vida. Kraft se ha matado por la idea, figúrese usted, Kraft, un joven que hacía concebir tantas esperanzas... Por aquí, por aquí! Vivimos en un pabellón aislado. Ya en la Biblia se lee que los hijos abandonan a sus padres y fundan su nido,... Cuando la idea le arrastra a uno... cuando la idea está ahí... La idea lo es todo, todo está en la idea...

é algún tiempo aquel parloteo, hasta el momento en que llegamos a nuestra casa. El lector ha notado sin duda que no me ahorro nada y que me trato como es debido. Quiero aprender a decir la verdad. Versilov estaba en casa. Entré sin quitarme el abrigo; ella, lo mismo. Iba vestida muy ligeramente; sobre un vestido oscuro se agitaba en alto un trozo de no sé qué, destinado a figurar como cuello o mantellina; llevaba a la cabeza un viejo gorro raído que estaba lejos de embellecerla. Cuando entramos en la sala, mi madre ocupaba su sitio acostumbrado delante de su labor, mi hermana salió de su habitación para mirar y se detuvo en el umbral. Versilov, como de costumbre, no hacía nada y se levantó para recibirnos... Clavó en mí una mirada severa a inquisitiva.

é a asegurarle al mismo tiempo que me apartaba -, he encontrado a esta señorita delante de la puerta; le buscaba a usted y nadie le daba razón. Pero también yo tengo mi asunto, que tendré el placer de explicarle inmediatamente...

ó de examinarme de una manera curiosa.

-Permítame! - comenzó a decir la muchacha con impaciencia.

ó hacia ella.

ó a usted ayer a dejarme este dinero... Yo... en una palabra, he aquí su dinero! - Casi lanzó un grito como horas antes, y arrojó sobre la mesa un puñado de billetes -. He tenido que it a la Oficina de Direcciones para saber dónde vivía usted, de lo contrario habría venido antes. Escuche usted - dijo volviéndose de repente hacia mi madre, que palideció de una manera terrible -. No quiero ofenderla, tiene usted aspecto de ser una persona honrada y quizá ésa es hija de usted. Ignoro si es usted su mujer, pero sepa que este caballero recorta de los periódicos los anuncios que publican con sus últimos copeques las institutrices y profesoras y se dedica a visitar a esas desgraciadas, buscando ventajas deshonestas, apabullándolas con su dinero. No comprendo cómo pude aceptar ayer su dinero. Tenía un aire tan leal! Cállese, no diga una palabra! Es usted un sinvergüenza, caballero! Incluso aunque tuviese usted intenciones honradas, no quiero limosnas suyas. Ni una palabra, ni una palabra! Oh, qué contenta estoy de avergonzarle delante de sus mujeres! Que Dios le maldiga!

ó rápidamente, pero en el umbral se volvió un instante para gritar tan sólo:

ó como una sombra. Insisto una vez más: era una furia. Versilov estaba profundamente impresionado. Se quedó inmóvil, con sire soñador, como meditando en algo; por último, se dirigió a mí bruscamente:

-Tú no la conoces de nada?

ñana por casualidad en casa de Vassine. Se agitaba por el corredor, lanzaba gritos y soltaba rmaldiciones contra usted. Pero no hemos hablado y no sé nada de ella. Ahora acabo de encontrármela ante la puerta. Será sin duda la profesora del anuncio de ayer, la que "da lecciones de aritmética".

-Ella es. Una vez en mi vida que hago una buena acción y... Y a ti, qué te trae por aquí?

í una carta! - respondí -. No hace falta darle explicaciones: procede de Kraft, y él la recibió del difunto Andronikov. El contenido se lo explicará a usted todo. Debo añadir que nadie en el mundo conoce ahora la existencia de esta carta, excepto yo, puesto que Kraft, que me la entregó ayer, se mató inmediatamente después de mi visita...

ándome, cogió la carta y, teniéndola en suspenso en su mano izquierda, continuó examinándome atentamente. Cuando le anuncié el suicidio de Kraft, le miré a la cara para ver el efecto producido. Pues bien, qué creerán ustedes? La noticia no le produjo la menor impresión. Ni siquiera levantó las cejas. A contrario, viendo que me había detenido, agarró sus lentes, de los que no se desprendía nunca y llevaba colgados de una cinta negra, aproximó la carta a una bujía y, después de un vistazo a la firma, empezó a descifrarla. No sabría decir lo mucho que me hirió aquella orgullosa insensibilidad. Él debía de conocer muy bien a Kraft. Una noticia, a pesar de todo, tan extraordinaria! Además, naturalmente, me habría gustado causar cierto efecto. Después de medio minuto de espera, sabiendo que la carta era larga, volví la espalda y me fui. Tenía preparada la maleta desde hacía mucho tiempo, no me quedaba más que hacer un paquete con algunos objetos. Pensé en mi madre: no me había acercado a ella. Diez minutos más tarde, cuando ya estaba casi listo y me disponía a it a buscar un coche de caballos, mi hermana entró en mi buhardilla.

á te devuelve tus sesenta rublos y te ruega una vez más que la excuses por haber hablado de ellos a Andrés Petrovitch. Y además, ten estos veinte rublos. Ayer diste para tu pensión cincuenta rublos: mamá dice que no tiene derecho a pedirte más de treinta, porque ella no ha gastado más en ti, y te devuelve los veinte rublos que sobran.

ós, hermana, me voy.

ónde vas?

-Por lo pronto al albergue, con tal de no pasar una noche más en esta casa. Dile a mamá que la quiero.

én a Andrés Petrovitch. Cómo no te da vergüenza de haber traído aquí a esa desgraciada?

ído yo, te lo juro. Me la encontré delante de la puerta.

ú quien la has traído.

-Te aseguro...

ógate, y verás que también tienes tú la culpa...

-La verdad es que estoy muy contento de haber avergonzado a Versilov. Figúrate que tiene de Lidia Akhmakova un niño de pecho... Pero no vale la pena que te hable de esto...

Él? Un niño de pecho? Pero no es suyo! Dónde has oído contar semejante mentira?

é sabes tú de eso?

ómo no voy a saberlo? Soy yo quien ha criado ese niño en Luga. Escucha, hermano, veo desde hace tiempo que, sin saber nada, ofendes a Andrés Petrovitch y a mamá al mismo tiempo.

-Pues bien, si él tiene razón, seré yo el que estaré equivocado, eso es todo. Pero no por eso os quiero menos. Por qué te pones colorada, hermana? Bueno, ahora te pones más colorada todavía. A pesar de todo, provocaré en duelo a ese principillo por la bofetada que le dio a Versilov en Ems. Si Versilov se portó bien con Akhmakova, con mucha más razón aún.

é estás diciendo, hermano? Piensa un poco.

-Es una suerte que el pleito se haya acabado... Vamos, ahora se te ocurre ponerte pálida.

íncipe no se batirá contigo - sonrió Lisa con una pálida sonrisa a través de su espanto.

é públicamente. Qué tienes, Lisa?

ía palidecido hasta el punto de no poderse tener de pie y se había dejado caer sobre el diván.

-Lisa!

ó; me dirigió una tierna sonrisa.

éjate de esas tonterías o espera a estar más enterado. Lo que sabes es muy poco.

é, Lisa, de que has palidecido al saber que voy a batirme en duelo.

í, sí, acuérdate.

Sonrió una vez más en señal de despedida y bajó.

é a un cochero y con su ayuda trasladé mis cosas. Nadie en la casa me puso obstáculo ni me detuvo. No fui a despedirme de mi madre para no tenerme que encontrar con Versilov. Cuando ya estaba montado en el coche, se me ocurrió una idea:

-Fontanka, Puente de San Simeón - ordené inopinadamente.

í a casa de Vassine.

II

ía pensado de pronto que Vassine ya sabía la noticia, y quizá sabía de aquello cien veces más que yo. Eso es lo que sucedió. Vassine me comunicó inmediatamente y con amabilidad todos los detalles, por lo demás sin gran calor. Deduje que estaba fatigado, y era verdad. Había estado por la mañana en casa de Kraft. Kraft se había pegado un tiro de revólver (aquel mismo revólver!) la víspera, una vez que se hizo completamente de noche, como se desprendía de su diario. La última anotación estaba hecha justamente antes del suicidio: escribia que estaba casi en tinieblas, y que distinguía apenas las letras; pero que no quería encender la bujía, por miedo a dejar tras él un incendio. "En cuanto a encenderla para apagarla, antes de acabar con mi vida, no quiero", agregaba extrañamente en la última línea. Aquel diario lo había empezado la antevíspera, recién llegado a Petersburgo, antes de la visita a casa de Dergatchev. Después de mi salida, había anotaciones todos los cuartos de hora; las tres o cuatro últimas habían sido hechas cada cinco minutos. Me asombré mucho de que Vassine, habiendo tenido tanto tiempo aquel diario bajo su mirada (se lo habían dado a leer), no hubiese sacado copia, tanto más cuanto que no tenía mucho más de una hoja y todas las anotaciones eran cortas: " por lo menos la última página! " Vassine me hizo notar con una sonrisa que se acordaba de todo, que las anotaciones no tenían sistema ninguno y que estaban hechas a propósito de todo lo que había pasado por la cabeza del suicida. Yo iba a responderle que eso era justamente to que le daba más valor, pero renuncié a insistí para que se acordase de alguna frase. Se acordó en efecto de algunas líneas, trazadas aproximadamente una hora antes del disparo y en las que se decía que "tenía escalofríos"; "que, para calentarse, le daban ganas de beber un trago, pero que la idea de que el derramamiento de sangre podría ser así más abundante, lo había detenido".

ás o menos, todo es por este estilo - concluyó Vassine.

ías! - exclamé yo.

ándo he hablado de tonterías? Me he limitado a no sacar copias. Pero, si no tonterías, ese diario es verdaderamente muy vulgar, o más bien natural, es decir, precisamente lo que debía ser en semejante caso...

-Pero los últimos pensamientos, los últimos pensamientos!

últimos pensamientos son a veces asombrosamente nulos. Conozco a un suicida que se queja en su diario por no ser asaltado, en una hora tan grave, por ningún "pensamiento superior": nada más que pensamientos vacíos y fútiles.

ío, es también un pensamiento vacío?

ío o más bien del derramamiento de sangre? Es un hecho sabido que muchos de los que tienen vigor para pensar en su muerte inminente, voluntaria o no, con mucha frecuencia se llegan a preocupar por el estado en que se encontrarán sus cuerpos. En este sentido era como Kraft temía un derramamiento de sangre demasiado intenso.

-Ignoro si es un hecho sabido... y si es exacto - refunfuñé -, pero me asombra que juzgue usted todo esto una cosa tan natural. Sin embargo, no hace tanto tiempo que Kraft conversaba, se conmovía, estaba sentado entre nosotros. Es posible que no tenga usted lástima de él?

ástima de él, pero ésa es otra cuestión. De todos modos, el mismo Kraft ha presentado su muerte bajo el aspecto de una deducción lógica. Parece que todo lo que se dijo ayer de él en casa de Dergatchev es exacto; ha dejado un gran cuaderno lleno de conclusiones científicas, según las cuales los rusos son una raza de segundo orden, todo eso basado en la frenología a incluso en las matemáticas, y consiguientemente, no vale la pena vivir cuando se es ruso. Si usted quiere, lo que hay en esto de más característico es que uno puede deducir todas las conclusiones lógicas que quiera, pero volarse los sesos a causa de esas conclusiones es cosa que no ocurre todos los días.

-Por lo menos hace falta rendir homenaje a su carácter.

á también a otra cosa - observó Vassine evasivamente.

ó ayer de los sentimientos, Vassine.

-Y tampoco -los niego hoy. Pero, en presencia del hecho consumado, encuentro en él algo tan groseramente erróneo, que mi juicio severo me despoja, a pesar mío, hasta de la lástima.

ía ya adivinado al verle que hablaría usted mal de Kraft y, para no oírselo decir, había resuelto no preguntarle su opinión; pero me la ha expresado usted mismo y a mi pesar me veo obligado a estar de acuerdo; y sin embargo, me siento descontento de usted. Kraft me da lástima.

-Nos estamos apartando, usted sabe..

í, sí... - interrumpí yo -. Pero lo que es tranquilizador al menos es que siempre en tales casos los supervivientes, jueces del difunto, pueden decirse: "Es inútil que el suicida sea un hombre digno de lástima y de indulgencia; nosotros permanecemos, y por consiguiente no hay por qué afligirse demasiado."

í, es exacto, si se adopta ese punto de vista. Ah, pero creo que usted bromea. Es muy ingenioso. Tengo la costumbre de tomar té a esta hora. Voy a encargarlo. Seguramente me hará usted compañía.

ó, midiendo con los ojos mi maleta y mi paquete.

Me habría gustado soltar alguna frase maligna para vengar a Kraft. La dije como mejor pude, pero lo más curioso era que en un principio él había tomado en serio. mi expresión de "nosotros permanecemos". Sin embargo, como quiera que fuese, él tenía más razón que yo, incluso en cuestión de sentimientos. Yó lo reconocía así en mi fuero interno sin el menor disgusto, pero comprendía claramente que no lo estimaba.

é, le expliqué que le pedía hospitalidad por una noche solamente y que, si era imposible, no tenía más que decirlo: iría al albergue. A continuación le expuse brevemente mis razones, aduciendo con toda franqueza que me había peleado para siempre con Versilov, sin entrar en detalles. Vassine me escuchó atentamente, pero sin ninguna emoción. Por lo general, se limitaba a responder a las preguntas, por lo demás amablemente y de manera bastante completa. De la carta a propósito de la cual había venido por la mañana a pedirle consejo, no dije ni palabra; le expliqué mi visita anterior como una simple visita. Después de la palabra dada a Versilov de que aquella carta no era conocida por nadie excepto yo, no me consideraba ya con derecho a hablar de ella a quienquiera que fuese. Por otra parte, me resultaba particularmente desagradable hablar de ciertas cosas con Vassine. De ciertas, pero no de otras: conseguí interesarle contándole las escenas ocurridas en el corredor y en casa de las vecinas y que habían tenido su epílogo en casa de Versilov. Me escuchó con extraordinaria atención, sobre todo en lo referente a Stebelkov. Cuando le hablé de las preguntas que Stebelkov hizo a propósito de Dergatchev, me instó a que se las repitiera dos veces a incluso se puso pensativo; pero al final estalló en una carcajada. De repente me pareció en aquel instante que nada ni nadie podría nunca turbar a Vassine; esa idea se presentó en mí, si recuerdo bien, en forma muy halagadora para él.

ñor Stebelkov - concluí a este respecto -, habla evasivamente... hay siempre en él un no sé qué demasiado ligero...

ás, esta gente abunda en hombres prácticos, hombres de negocio más bien que de pensamiento; es preciso tomarlos tal como son...

ía adivinado mucho antes.

ándalo y quién sabe cómo habrá terminado todo eso?

ósito de esas vecinas, Vassine me contó que estaban allí desde hacía unas tres semanas y que habían venido de provincias; que tenían una habitación muy pequeña y que, según todas las apariencias, eran muy pobres; que estaban aí aguardando algo. No sabía que la joven hubiese puesto un anuncio en los periódicos como profesora, pero se había enterado de que Versílov les había hecho una visita; había sido estando él ausente, pero la patrona se lo había dicho. Las vecinas, por el contrario, no hablaban con nadie, ni siquiera con la patrona. Había notado en los últimos días que, en efecto, algo no marchaba bien en aquella casa, pero nunca había habido escenas como las de hoy. Recuerdo nuestra conversación a propósito de las vecinas a causa de las consecuencias; en el partido de ellas reinaba en aquel momento un silencio de muerte. Vassine se enteró con mucho interés de que Stebelkov había juzgado necesario hablar de las vecinas a la patrona y que había repetido por dos veces: "Ya verán!, ya verán!"

á usted - agregó Vassine - que esta idea no se le ha ocurrido sin motivo; en este aspecto, tiene una vista muy penetrante.

ún usted, sería preciso aconsejarle a la patrona que las pusiera en la calle?

ón de ponerlas en la calle, pero me temo que haya jaleo... Por lo demás, todas esas historias, de una manera o de otra, acaban siempre... Dejemos esto.

ó categóricamente a dar su opinión.

én que haya querido sencillamente dar una limosna; eso entra dentro de sus tradiciones y tal vez también dentro de sus inclinaciones.

é los comentarios de Stebelkov sobre "el niño de pecho".

á en un completo error - declaró Vassine con una seriedad y un acento muy especiales (todavía me parece estar oyéndole) -. Stebelkov se fía a veces exageradamente de su sentido práctico, y se apresura a extraer conclusiones conforme a su lógica, a menudo muy penetrante. Y sin embargo el acontecimiento puede adoptar un color infinitamente más fantástico y totalmente inesperado, si se tiene en cuenta a las personas en juego. Esto es to que ha pasado aquí: conociendo una parte del asunto, él ha llegado a la conclusión de que el niño pertenece a Versilov; y sin embargo no es así.

í, y he aquí de lo que me enteré, con gran asombro por mi parte: el niño (mejor dicho, la niña) era del príncipe Sergio Sokolski. Lidia Akhmakova, a causa de una enfermedad o sencillamente de su carácter caprichoso, obraba a veces como una verdadera loca. Se había enamorado del príncipe antes de la llegada de Versilov, y el príncipe "no se había recatado en aceptar su amor", según la expresión de Vassine. Aquellas relaciones duraron un instante. Se pelearon, como ya se sabe, y Lidia puso al príncipe en la calle, "cosa de la que, parece ser, éste se alegró".

ña - añadió Vassine -; es muy posible que jamás haya disfrutado del uso completo de la razón. Pero al marcharse a París, el príncipe ignoraba totalmente el estado en que dejaba a la víctima, lo ignoró hasta el final, hasta su regreso. Versilov, convertido en amigo de la joven, le ofreció el matrimonio, precisamente a causa de su estado ya visible y que, por lo que parece, los padres no sospecharon casi hasta el final. La joven se sintió muy conmovida, y en la propuesta de Versilov vio algo más que un sacrificio, aun apreciando también este último. Por lo demás, también él supo adaptarse. La niña nació un mes o seis semanas antes de tiempo, fue dada a criar en algún sitio de Alemania y luego recogida por Versilov y se encuentra ahora en Rusia, en Petersburgo quizá.

ósforo?

é absolutamente nada - dijo Vassine -. Lidia Akhmakova murió quince días después del parto; lo que haya pasado, lo ignoro. El príncipe se enteró, recién llegado de París, de la existencia de la niña, y, por lo que parece, no creyó al principio que fuera suya... En fin, por todas partes, hasta ahora, se ha mantenido esta historia en secreto.

é tipo es entonces ese príncipe? - exclamé yo, indignado -. Es ésa una manera de comportarse con una muchacha que está enferma?

ás fue ella misma quien lo echó... Cierto que tal vez él se precipitó demasiado en aprovecharse de la despedida.

únicamente que no lo llamo canalla. Hay en esto una cosa distinta de la canallada. Por lo demás, es un asunto bastante vulgar.

ígame, Vassine, lo ha conocido usted de cerca? Me gustaría mucho conocer su opinión, a causa de una circunstancia que me interesa enormemente.

ía al príncipe, pero, sobre las circunstancias en que hubiese hecho aquel conocimiento, guardaba un silencio premeditado. Me dijo a continuación que su carácter le daba derecho a alguna indulgencia.

á lleno de buenas inclinaciones, se deja influir, pero no tiene ni bastante razón ni la voluntad suficiente para dominar sus deseos. Es un hombre sin cultura; un conjunto de ideas y de cosas que están por encima de él; y, a pesar de eso, se lanza más aá. Por ejemplo, le martillea a uno los oídos con declaraciones de esta índole: "Soy príncípe y desciendo de Rurik. Pero, por qué no habría de ser ayudante de zapatero, si tengo necesidad de ganarme la vida y si soy incapaz de hacer otra cosa? Llevaría como insignia: príncipe fulano de tal, zapatero. Qué cosa podía haber más noble?" Lo dice y es capaz de hacerlo, y eso es lo grave. Ahora bien, lo cierto es que no es en absoluto por convicción, sino simplemente por ligereza de espíritu a impresionabilidad. En seguida llega fatalmente el arrepentimiento, y entonces está siempre dispuesto a algún extremismo absolutamente contrario. Y ésa es toda su vida. En nuestra época, hay muchos hombres que se ven arrastrados así a un callejón sin salida, únicamente porque han nacido en nuestra época.

ó pensativo.

ón fue expulsado del regimiento? - pregunté.

ó su regimiento después de algunas desavenencias. Usted no ignora que, en el otoño pasado, estando ya retirado, pasó dos o tres meses en Luga.

único que sé es que por aquel entonces estaba usted en Luga.

í, residí aí algún tiempo. El príncipe conocíá también a Isabel Makarovna.

í? No sabía nada. Bien es verdad que he hablado muy poco con mi hermana... Pero le han llegado a recibir en casa de mi madre? -exclamé.

í, eso encaja con lo que me ha dicho mi hermana sobre la criatura. Porque la niña también estuvo en Luga, no?

ún tiempo.

ónde está ahora?

é jamás - exclamé muy turbado - que mi madre haya tenido algo que ver con esta historia, con esa Lidia.

ó Vassine con una sonrisa indulgente -. Creo que tenía ganas de hablar conmigo de eso, pero él no quería darlo a entender.

é que una mujer - exclamó de nuevo - haya podido ceder su marido a otra mujer. No, es una cosa que no creeré nunca... Lo repito, mi madre no ha intervenido en una historia así!

ó oposición alguna.

ía hecho otro tanto.

ó Vassine.

ía nada de las mujeres, tanto que todo un ciclo de idea y de fenómenos le quedaba completamente desconocido. Me callé. Vassine trabajaba provisionalmente en una sociedad anónima y yo sabía que se llevaba trabajo a casa. En respuesta a mis preguntas apremiantes, confesó que tenía en efecto algunas cuentas que hacer, y le rogué calurosamente que no se preocupase por mí. Aquello creo que le agradó; pero, antes de sentarse a su mesa escritorio, quiso hacerme la cama en el diván. A principio pretendió cederme la suya, pero como me negué, creo que también eso le agradó. Buscó en casa de la patrona una almohada y una manta; se mostró extremadamente amable y cortés, pero a mí me desagradaba un poco verle molestarse por mí. Me había encontrado más a mis anchas, tres semanas antes, cuando pasé la noche por casualidad en casa de Efim, en Petersburgskaia storona. También él me había hecho la cama en el divan ocultándose de su tía, suponiendo, no sé por qué, que a ella le disgustaría enterarse de que los camaradas venían a dormir a su casa. Nos habíamos reído mucho, habíamos tendido una camisa a modo de sábana y enrollado un abrigo por almohada. Me acuerdo de que Zvieriev, una vez todo terminado, dio en el divan una palmadita afectuosa y dijo:

-

ía estúpida, y aquella frase francesa, que tan incongruente resultaba en sus labios, tuvieron por resultado que pasase en casa de aquel bufón una noche excelente. En cuanto a Vassine, me sentí encantado cuando, por fin, se sentó a la mesa y me volvió la espalda. Me tendí en el divan y, mirando a su espalda, reflexioné largamente en muchas cosas.

III

ía en qué reflexionar. Mi alma estaba turbada, no había nada compacto; pero algunas sensaciones sobresalían, aunque ninguna consiguiese arrastrarme completamente tras ella, en vista de su abundancia. Todo espejeaba, por así decirlo, sin vínculo ni sucesión, y yo mismo no quería detenerme en nada ni establecer ningún orden. Incluso el recuerdo de Kraft retrocedió insensiblemente al segundo plano. Lo que me turbaba más era mi propia situación, el hecho de que ahora yo había "roto", que tenía aí mi maleta, que no estaba en casa, que comenzaba una vida completamente nueva. Era como si, hasta aquel día, todas mis intenciones y mis preparativos hubiesen sido cosa de broma y como si "ahora, de improviso, y sobre todo súbitamente, todo empezase de verdad" . Aquella idea me animaba y, a pesar de la turbación que sentía por muchas razones, me alegraba. Pero... pero había otras sensaciones; una de ellas en particular tenía gran deseo de ponerse al frente y de conquistar mi alma y, cosa extraña, aquella sensación me animaba también; me impulsaba, por lo visto, a algo alocadamente gozoso. Sin embargo, aquello había comenzado por el miedo; yo tenía miedo desde hacía tiempo, desde hacía mucho tiempo, de haber dicho demasiado a Akhmakova, en mi indignación y en mi sorpresa, a propósito del documento. "Sí, he dicho demasiado - pensaba yo -; seguramente ellas habrán adivinado algo... Qué desgracia! Desde luego no me dejarán en paz, si se les ocurre la menor sospecha. En fin, tal vez no me encuentren. Me ocultaré. Pero y si se ponen a buscarme?..." Entonces me volví a ver, hasta en los menores detalles y con un placer creciente, frente a Catalina Nicolaievna, volví a ver sus ojos audaces, pero terriblemente asombrados, mirándome con fijeza cara a cara. Al partir la había dejado en aquel asombro; "sin embargo sus ojos no son absolutamente negros... sólo las pestañas son muy negras, y eso es to que hace los ojos tan sombríos.. . "

ó un terrible disgusto... despecho, náusea por ella y por mí. Me hacía a mí mismo no sabía qué reproches, trataba de pensar en otra cosa. "Por qué no siento la menor indignación contra Versilov en cuanto a la historia esa con la vecina?", pensé de pronto. Por mi parte estaba firmemente persuadido de que se había puesto en plan de conquistador, y de que había venido únicamente para divertirse, pero en el fondo aquello no me indignaba. Me parecía incluso que era imposible figurárselo de otra manera y en vano the alegraba de que lo hubieran avergonzado; yo no lo acusaba. No era eso to que me importaba; era que me había mirado con tanto odio cuando había entrado yo con la vecina; jamás había tenido él una mirada así. "Por fin, también él me ha tomado en serio!", pensé latiéndome fuertemente el corazón. Oh, si yo no lo quisiese, no me alegraría tanto por su odio!

ó el sueño y me dormí completamente. Como a través de un sueño, vuelvo a ver a Vassine que, acabado su trabajo, pone cuidadosamente todo en orden y, después de haber mirado fijamente mi diván, se desnuda y apaga la bujía. Era más de medianoche.

IV

ás tarde, algo más, exactamente, me desperté sobresaltado y me senté en mi diván. Detrás de la puerta, en casa de los vecinos, había gritos horribles, llantos y aullidos. Nuestra puerta estaba abierta de par en par y, en el pasillo, ya iluminado, la gente gritaba y corría. Quise llamar a Vassine, pero adiviné. bien pronto que no estaba ya en su lecho. No sabiendo dónde encontrar las cerillas, cogí a tientas mis vestidos y me vestí a prisa en la oscuridad. La patrona, y todos los inquilinos quizá, parecían haberse dado cita en casa de los vecinos. Los aullidos provenían en suma de una sola voz, la de la vecina de edad, y la joven de ayer, de la que me acordaba muy bien, estaba completamente silenciosa. Ésa fue la primera observación que me atravesó el espíritu. No estaba vestido del todo cuando entró Vassine precipitadamente. En un instante, con mano habituada a hacerlo, encontró las cerillas y alumbró la habitación. Estaba recién levantado, en camisón de dormir y en babuchas y comenzó en seguida a vestirse.

é ha pasado? - le grité.

ó casi encolerizado -. Esa jovencita de la que usted me ha hablado se ha ahorcado en su habitación.

é un grito. No sabría decir hasta qué punto mi alma fue herida por el dolor! Corrimos al pasillo. No me atrevía, lo confieso, a entrar en casa de los vecinos. Entoces vi a la desgraciada, ya descolgada, a cierta distancia. Estaba cubierta por un paño, por abajo apuntaban las dos estrechas suelas de sus zapatos. No miré su rostro. La madre estaba en un estado espantoso; estaba con ella nuestra patrona, muy poco espantada por cierto. Todos los inquilinos estaban apiñados. No eran numerosos; solamente un viejo marino, siempre gruñón y exigente y que sin embargo hoy se mantenía perfectamente tranquilo, algunos nuevos llegados de la provincia de Tver, un anciano y una anciana, marido y mujer, personas bastante venerables y que eran funcionarios. No describiré el resto de aquella noche, las idas y venidas, las visitas oficiales; hasta romper el día, estuve agitado literalmente por un pequeño temblor rápido y consideré deber mío no acostarme, aunque no tenía nada que hacer. Todo el mundo por cierto tenía una cara extremadamente despierta, incluso alegre. Vassine fue a dar un recado, no sé adónde. La patrona se mostró mujer bastante estimable, más de lo que yo pensaba. La convencí (y me honro de ello) de que no se debía dejar a la madre tan sola con el cadáver de su hija, y de que debía, al menos hasta el día siguiente, llevársela a su habitación. Consintió y la madre, aunque se resistió, debatiéndose y llorando y negándose a abandonar el cadáver, se trasladó sin embargo a casa de la patrona, que en seguida se puso a encender el samovar. Tras de lo cual los inquilinos se dispersaron por sus habitaciones y se cerraron con llave. Pero yo no quise a ningún precio volverme a acostar y permanecí mucho tiempo en casa de la patrona, que se alegraba de tener aí a un extraño capaz además de contarle cosas a propósito del asunto. El samovar fue bien venido, ya que generalmente el samovar es la cosa más indispensable en Rusia en todas las catástrofes y todas las desgracias, sobre todo las más espantosas, las más súbitas y más excéntricas; la misma madre bebió dos tazas de té, naturalmente después de toda clase de súplicas y casi a la fuerza. Y sin embargo, hablando sinceramente, no he visto jamás desesperación más cruel y más franca. Después de los primeros sollozos y de los gritos histéricos, comenzó a hablar incluso muy a gusto, y escuché ávidamente su relato. Hay desgraciados, sobre todo entre las mujeres, que necesitan en casos análogos hablar to más posible. Hay además caracteres tan trabajados, por así decirlo, por la desgracia, tan probados a todo lo largo de sus vidas, tan abrumados por las penas de todas clases, grandes y pequeñas, que nada les asombra ya, ni las catástrofes súbitas, e, incluso enfrente del cadáver del ser más querido, no olvidarán jamás una sola de las reglas, tan dolorosamente aprendidas, del arte de conciliarse la benevolencia. No condeno; no es ni egoísmo vulgar ni educación grosera; se encontrará tal vez en esos corazones más oro que en las heroínas de muy noble apariencia, pero la larga costumbre de la humillación, el instinto de la conservación, aprensiones perpetuas y una larga opresión, las rebajan al fin. En eso, la pobre suicida no se parecía a su madre. Pero de rostro eran muy parecidas, aunque la muerta fuera positivamente bella. La madre no era aún vieja, en los alrededores de la cincuentena; también era rubia, pero con los ojos hundidos y las mejillas huecas y grandes dientes amarillos y desiguales. Todo en ella era un poco amarillento: la piel de la cara y de las manos recordaban el pergamino; la bata, de co!or oscuro, había también amarilleado por la vejez y la uña del índice de su mano derecha, no sé por qué, estaba cuidadosamente recubierto de cera amarilla.

ía a veces de ilación. Contaré lo que he comprendido y aquello de lo que me acuerdo.

V

ían venido de Moscú. Ella era viuda desde hacía mucho tiempo, "pero viuda de consejero áulico" (75). Su marido había sido funcionario y no le había dejado casi nada, "salvo doscientos rublos de pensión, pero, qué son doscientos rublos?" Ella había sin embargo educado a Olia, la había mandado al instituto... " Y qué bien aprendía, qué bien aprendía! Había recibido a su salida la medalla de plata..." (Aquí, naturalmente, largos llantos.) Su marido había perdido en casa de un comerciante de Petersburgo un capitalito de cerca de cuatro mil rublos. Súbitamente ese comerciante había rehecho su fortuna.

"Reclame, y seguramente cobrará toda la suma..." Es lo que hice, el comerciante se mostró tratable: " Vaya usted misma", me dijeron. Hemos hecho nuestras maletas, Olia y yo, y henos aquí desde hace ya un mes. Tenemos algunos recursos; hemos alquilado esta habitación porque es la más pequeña de todas, pero en una casa bien, nosotras mismas lo vemos, y para nosotras eso es lo que cuenta sobre todo: mujeres como nosotras, sin experiencia, todo el mundo podría hacernos daño. Mire, se le ha pagado a usted el mes, bien que mal, y es que Petersburgo cuesta mucho. Y nuestro comerciante que se niega a pagar: "No la conozco y no quiero conocerla", y mis papeles que no están en orden, bien lo veo yo misma. Me aconsejan ir a ver a un abogado célebre; ha sido profesor, no es un simple abogado, sino un jurista, de forma que debe decir seguramente to que hay que hacer. He ido a llevarle nuestros últimos quince rublos; y bien!, se ha mostrado tal como es, y no me ha escuchado ni tres minutos: "Veo de qué se trata -ha dicho -, lo sé. Si quiere, pagará; si no quiere, no pagará. Si intenta usted un proceso, puede tener que pagar los gastos. Lo mejor es obrar amistosamente." Incluso ha bromeado con el Evangelio: "Haz la paz mientras estás en camino, antes de pagar lo último as." Me ha acompañado a la puerta riendo. Quince rublos perdidos! Encuentro de nuevo a Olia, nos quedamos la una frente a la otra, y lloro... Ella no llora, se queda igual, orgullosa, indignada. Y así ha sido siempre toda su vida, incluso de pequeñita, nada de oh! ah!, ágrimas, se quedaba con los ojos severos, yo sentía hasta frío en la espalda al mirarla. Lo creerán ustedes si quieren; yo tenía miedo de ella, miedo de verdad desde hace mucho tiempo; a veces tenía ganas de quejarme, pero no me atrevía delante de ella. Volví a casa del comerciante una última vez, prorrumpí en lágrimas: "Bueno", dijo sin escuchar más. Debo decirles que, como no contábamos quedarnos tanto tiempo, estamos sin dinero. He vendido alguna ropa. La llevamos al Monte de Piedad y vivimos de ella. Todo se había ido ya. Entonces ella me ha dado su última camisa y yo he vertido una lágrima amarga. Ha golpeado con el pie, ha corrido ella misma a casa del comerciante. Es una viuda; le ha hablado así: "Venga mañana a las cinco, quizá tenga algo que decirle." Ella ha vuelto contenta: "He aquí que ha dicho que tendrá algo que decirme." Yo también estaba contenta, sólo que algo me oprimía el corazón: va a pasar algo!, me decía, pero no tenía valor para hacerla hablar. A los dos días, vuelve de casa del comerciante, pálida, toda temblorosa, y se tira al lecho: yo había comprendido todo, no me atrevía ni a preguntarle. Bueno, qué es lo que creen ustedes?: ha sacado quince rublos, el bandido: "Y si te encuentro virgen - le ha dicho -, añadiré todavía cuarenta más." Le ha dicho eso cara a cara, sin ruborizarse: Entoces ella se ha lanzado contra él, según me contó, pero él la ha rechazado con el pie y se ha encerrado con llave en otra habitación. Sin embargo, se lo confieso a ustedes, sobre mi conciencia, no teníamos casi nada que comer. Hemos cogido un bolero forrado de liebre y lo hemos vendido. En seguida ella ha ido al periódico y ha puesto un anuncio: Preparo para todas las ciencias y para la aritmética. "Me pagarán bien treinta copeques", me decía. Y al verla, yo, su madre, hasta rne espantaba. Ella no me decía nada, se quedaba sentada horas enteras a la ventana, para mirar el tejado de la casa de enfrente, luego lanzaba un grito:

"-Iré a lavar la ropa, iré a cavar si hace falta.

"Una palabra así y después golpeaba con el pie en el suelo. Y es que no tenemos amigos aquí, nadie a quien se pueda ir a buscar. En qué vamos a parar? Y yo tengo siempre miedo de hablar con ella. Duerme en pléno día, de pronto se despierta, abre los ojos y me mira. Yo estoy sentada sobre el cofre y la miro también. Se levanta sin decir nada, se acerca a mí, me besa fuerte, fuerte, y las dos no aguantamos más, lloramos así y nos acobardamos la una por la otra. Era la primera vez que le sucedía eso en su vida. Estábamos así una y otra, cuando he aquí a vuestro Nastassia que entra y dice:

"-Hay una señora que pregunta por usted.

"Era hace cuatro días. Ella entra, la señora esa: muy bien vestida, hablando ruso, pero con una especie de acento alemán.

"-Ha insertado usted, un anuncio en el periódico? Da usted lecciones?

"La hemos festejado, hemos hecho que se sentara, reía amablemente:

"-No es para mí, es para mi sobrina, que tiene hijos pequeños; venga a vernos, si quiere, y nos pondremos. de acuerdo.

"Ha dado su dirección: Voznessenski, número tal, partido tal. Y luego se ha marchado. Mi peqtieña Olio Ira ido aí, ha corrido allí el mismo día. Y bien!, ha vuelto dos horas después en plena histeria. Me ha contado en seguida:

"Dónde está el apartamiento número tal?" El "Y qué es lo que necesita en ese apartamiento?" Dijo eso en forma extraña, tanto que se podía ya dudar algo.

ía las preguntas ni las groserías.

ándole con el dedo la escalera.

"Le volvió la espalda y se metió en su cuartito. Qué creen ustedes que pasó? Entra, pregunta y pronto acuden mujeres de todas partes.

"-Entre! Entre! .

"Todas se precipitan riendo, cubiertas de joyas falsas, se toca el piano, la arrastran.

"-Yo quería huir, pero ellas no me dejaban.

" Ha cogido miedo, sus piernas no la sostienen; las otras no la soltaban, sino que le hablaban suavemente, tiernamente, la animaban; se descorchó una botella de Oporto, querían complacerla. Entonces ella se revolvió, lanzó injurias, toda temblorosa:

"-Dejadme! Dejadme!

"Se arrojó contra la puerta, la sujetaron, ella gritaba. Entonces saltó la otra, la que había venido a casa, le dio a Olia dos bofetadas y la echó fuera.

" -No vales la pena, basura, no mereces habitar en una casa decente.

"Y otra le gritó en la escalera:

"-Eres tú misma quien ha venido a ofrecerse, porque no tienes nada que comer en tu casa; de otra forma, con esa jeta, no te habríamos ni mirado.

"Toda esa noche la pasó con fiebre y delirio. Por la mañana sus ojos brillaban. Se levanta:

"-Voy a querellarme.

"Yo no digo nada, pero pienso para mí: cómo querellarse? No hay pruebas. Se pasea de arriba abajo, se retuerce las manos, las lágrimas le corren por las mejillas; pero aprieta los labios, inmóvil. Desde ese momento, todo el rostro se le ha ennegrecido, hasta el último instante. Dos días después se encontraba mejor, se la habría creído calmada. Entonces es cuando ha venido, a las cuatro de la tarde, el señor Versilov.

"Pues bien, lo diré francamente: no puedo todavía comprender cómo Olia, tan desconfiada, ha podido escucharlo ni siquiera la primera palabra. Lo que nos atraía a las dos era su aire serio, hasta severo, su forma de hablar dulce, tan educada, hasta respetuosa, y sin embargo no se veía en él halago alguno: se veía que eso procedía de su buen corazón:

"--He leído su anuncio en el periódico. No lo ha redactado exactamente como es preciso hacerlo, y eso podría hasta perjudicarla.

"Luego le ha explicado algo, no he comprendido bien, a propósito de la aritmética. Sólo he visto que Olia enrojecía (debe de ser un hombre muy inteligente! ). Oí incluso que ella le daba las gracias. Él le ha hecho preguntas, se veía que habitaba en Moscú desde hacía mucho tiempo, conocía personalmente a una directora de instituto.

"-La encontraré lecciones - dijo -, porque conozco a mucha gente aquí, puedo hasta preguntar a personas muy influyentes, a incluso si usted quiere una plaza permanente, se puede estar a la vista... Mientras tanto, perdóneme una pregunta directa: En qué puedo ahora serle útil? No será usted quien tendrá que estarme agradecida, es usted, al contrario, quien me causará un placer si me permite hacerle un pequeño servicio. Me lo devolverá, si quiere, en cuanto haya usted obtenido una plaza. Para mí, créame bajo mí palabra de honor, si yo cayera un día en el estado en que está usted, y usted, por lo contrario, se hubiera hecho rica, bien!, no tendría vergüenza de pedirle ayuda, le enviaría a mi mujer y a mi hija...

"No les diré todas sus palabras, desde luego, sólo que derramé una lágrima al ver los labios de Olia temblar de reconocimiento. Ella le respondió así:

"--Si acepto es porque tengo confianza en un hombre leal y humano que podría ser mi padre.

"Lo ha dicho así de bien, tan brevemente, tan noblemente: " un hombre humano! " Él se levanta en seguida:

"-Nada de eso, nada de eso; le encontraré lecciones y una plaza, me ocuparé hoy mismo, tanto más cuanto que tiene usted títulos por completo suficientes...

"Pero yo había olvidado decirles que, en seguida, al entrar, él había examinado los diplomas de ella del instituto, y la interrogó sobre toda clase de temas.

"-Cómo me ha preguntado! - me ha dicho en seguida Olia-. Qué inteligente es!, qué agradable resulta hablar con un hombre tan culto, tan instruido... !

"Estaba toda resplandeciente de alegría. Había sesenta rublos sobre la mesa:

"-Recójalos - me dijo ella -; tendremos una plaza, los devolveremos lo antes posible, probaremos que somos personas honradas, puesto que, en cuanto a ser delicadas, él ha visto ya que lo somos. - En seguida se ha callado, yo veía que respiraba profundamente -. Si fuéramos gentes groseras, no habríamos tal vez aceptado, por orgullo, pero al aceptar, hemos mostrado así nuestra delicadeza, hemos demostrado que tenemos confianza en él, un hombre respetable de cabellos blancos, no es verdad?

"Al principio no he comprendido y he dicho:

"-Y por qué, Olia, no aceptar un favor de un hombre noble y rico, si además tiene buen corazón?

"Ella frunció las cejas.

"-No, mamá, no es eso, no es de favor de lo que se trata, sino de humanidad. En cuanto a lo del dinero, habría quizá valido más no tomarlo: puesto que ha prometido encontrarme una plaza, eso bastaba... aunque tengamos mucha necesidad de él.

"Y yo:

"-Vamos, Olia, estamos en una situación como para no rehusar - y hasta me he reído al decir eso.

"Yo estaba contenta por mi parte, sólo que, una hora despues, ella vuelve al tema:

"-Espere un poco, mamá, antes de gastar ese dinero -dijo en tono categórico.

"-Cómo? - dije.

"-Sí, aguarde! - y no dijo nada más.

"Toda la tarde ha permanecido silenciosa; sólo a la noche, a las dos de la madrugada, me despierto y oigo a Olia revolverse en la cama:

"-Mamá, no duerme?

"-No.

"-Sabe usted?, ha querido ofenderme.

"-Qué estás diciendo?

"-Seguramente, seguramente, y sobre todo no gaste un solo copec de su dinero.

"Yo iba a responderle, comenzaba incluso a llorar en mi cama, pero ella se volvió de cara a la pared diciendo:

"-No me responda, déjeme dormir!

"Por la mañana la miro y no la reconozco; lo creerán ustedes o no lo creerán, pero les juro delante de Dios, ella había perdido ya la razón! Desde que se la había tratado así en aquella casa infame, su corazón no estaba en su sitio, y su razón tampoco... La miro, esa mañana, y no sé qué pensar; tengo miedo; me digo: no hay que contradecirla. Me pregunta:

"--Mamá, no ha dejado su dirección?

"-Estás equivocada, Olia; le oíste hablar ayer, has hecho su elogio, en seguida has estado dispuesta a llorar lágrimas de reconocimiento.

"No le he dicho nada más, pero ella lanza gritos, patea:

"-Usted no tiene más que sentimientos bajos, se ve bien ahí, la vieja educación de la esclavitud...!

"-Qué es lo que no me ha dicho...? Coge su sombrero, se escapa, y le grito en la escalera. Me digo: " qué es lo que tiene?, a dónde huye?" Había ido a la oficina de direcciones, para saber dónde habitaba el señor Versilov. Al volver, me dijo:

"-Hoy mismo voy a devolverle su dinero, se lo tiraré a la cara; ha querido ofenderme, lo mismo que Safronov (era nuestro comerciante), sólo que Safronov lo ha hecho como rudo mujik, y éste como astuto hipócrita.

"Exactamente en ese mismo momento, llama a la puerta ese señor de ayer:

"-Oigo. que se habla de Versilov; puedo daros noticias de Versilov.

"Al oír ese nombre de Versilov, ella se lanza sobre él, completamente furiosa: se pone a hablar. Yo la miraba y no creía en mis ojos: ella, tan silenciosa! Jamás había hablado de aquella forma, y muchísimo menos a un desconocido. Sus mejillas estaban rojas, sus ojos brillantes... y él:

"-Tiene usted toda la razón. Versilov es exactamente como esos generales que se describen en los periódicos; el general se coloca todas sus condecoraciones y recorre todas las amas de llave que insertan anuncios en los periódicos, acude y encuentra lo que le hace falta; si no lo encuentra, se queda a charlar, promete montañas y maravillas y se vuelve, y es por lo menos una distracción que se ha procurado.

"Hasta Olia estalla en risotadas, pero es una especie de risa malvada. Ese señor la coge por la mano y se lleva esa mano a su corazón:

"-Yo mismo tengo cierto capital que podría siempre ofrecer a una bella, pero comienzo por besar esta gentil manecita...

"Y veo que la atrae para besarla. Ella salta, y yo con ella esta vez, y entre las dos lo ponemos en la puerta. Por la tarde Olia recoge el dinero, se va corriendo y vuelve diciendo:

"-Mamá, me he vengado de ese grosero!

"-Ah, mi pequeña Olia, tal vez es a nuestra fortuna a lo que hemos expulsado, has ofendido quizás a un hombre noble y bienhechor!

"Lloro de despecho; no podía aguantar más. Entonces ella me grita:

"-No quiero, no quiero! Aunque fuera el hombre más honrado del mundo, no quiero sus limosnas! No quiero que se tenga piedad de mí!

"Me acuesto sin una idea en el cerebro. Cuántas veces lo he mirado, he mirado ese clavo que tiene usted en la pared, que ha quedado de algún espejo!; pues bien!, no sospeché nada, ni ayer, ni antes, no adivinaba nada, y sobre todo no me esperaba eso de mi Olia. Duermo como de costumbre, a puños cerrados, ronco, es la sangre que se me sube a la cabeza. Otras veces me baja al corazón, y grito en el sueño; entonces Olia me despierta en la noche:

"-Qué significa eso, mamá? Duerme tan profundamente que no se consigue despertarla cuando hace falta.

"-Ah, sí!, mi pequeña Olia, duermo muy profundamente, muy profundamente.

"Por lo que hay que creer que yo roncaba así ayer. Es lo que ella esperaba: entonces se ha levantado sin temor. Había allí una correa de maleta, una larga correa que se arrastraba todos estos meses, bien a la vista. Todavía ayer mañana, yo me decía:

"-Habrá que arreglarla, que no se arrastre de esa forma.

"En seguida, sin duda, ha empujado la caja con el pie; para que no hiciese ruido, había puesto su camisa por debajo. Y, sin duda, me desperté mucho tiempo después, una hora larga o más. Llamo:

"-Oía, Olia!

"Tuve de pronto una especie de visión para llamarla así. O bien era que no oía su respiración en la cama o bien distinguía en la oscuridad que su lecho parecía estar vacío. El caso es que me levanté de repente y alargo el brazo: nadie en la cama, la almohada está fría! Entonces mi corazón se agita, estoy como sin conocimiento, mi razón se turba. "Ha debido salir" , me digo. Doy un paso y luego, cerca de la cama, en el rincón, delante de la puerta, me parece verla de pie. La miro sin decir nada y ella también, en la oscuridad, me mira sin hacer un movimiento... Pero, por qué está de pie encima de la silla? Digo muy bajito:

"-Olia, tengo miedo. Olia, me oyes?

úa balanceándose. Entonces lo comprendo todo, y no quiero comprender... Quiero gritar, el grito no viene... Ah!, cuánto pienso! Caigo al suelo y entonces grito... (76).

ñana, entre cinco y seis -, sin su Stebelkov, todo esto no habría tal vez sucedido.

én sabe? Seguramente habría sucedido. No está permitido juzgar así; todo estaba ya preparado... Es cierto que a veces este Stebelkov...

ó y frunció desagradablemente las cejas. A eso de las seis se marchó; siempre estaba marchándose. Al fin, me quedé solo. Era de día. La cabeza me daba vueltas ligeramente. La imagen de Versilov me vino a la memoria: el relato de aquella señora lo mostraba bajo otra luz. Para reflexionar más cómodamente me estiré en la cama de Vassine, tal como estaba, vestido y calzado, sin la menor intención de dormir, y de pronto me quedé dormido, no recuerdo ni cómo pasó, Dormí cerca de cuatro horas; nadie me despertó.

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Notas
Indice de los personajes