Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток).
Primera parte. Capítulo VI

Primera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Tercera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes

ÍTULO VI

I

é solas. Versilov no estaba allí, pero Tatiana Pavlovna se había instalado en casa de mi madre, y era a pesar de todo una desconocida. La mitad de mis disposiciones generosas se desvanecieron de golpe. Es asombroso lo rápido y cambiante que soy en tales ocasiones: basta una mota de polvo o un cabello para disipar mi buen humor y reemplazarlo por el malo. Y por desgracia mis malas impresiones son menos rápidas en dispersarse, aunque yo no sea rencoroso. Cuando entré, me di cuenta de que mi madre acababa de interrumpir en aquel instante y a toda prisa el hilo de su conversación, por lo visto muy animada, con Tatiana Pavlovna. Mi hermana había vuelto del trabajo apenas un minuto antes que yo y aún no había salido de su habitación.

ía de tres habitaciones: aquella en la que todo el mundo se reunía según la costumbre, la habitación del medio o salón, era bastante espaciosa y hasta conveniente. Se veían allí divanes rojos y blandos, por lo demás pasablemente usados (Versilov no soportaba las fundas), algunos tapices, varias mesas veladores inútiles. Seguidamente, a la derecha, se abría el cuarto de Versilov, estrecho y exiguo, con una sola ventana; había allí una miserable mesa de escritorio sobre la que se arrastraban varios libros abandonados y papeles olvidados, y delante de la mesa un no menos lastimoso sillón blando, cuyos muelles rotos apuntaban al aire, lo que con frecuencia hacía gemir y jurar a Versilov. En aquel mismo gabinete era donde se le preparaba la cama en un diván blando a igualmente usado; él detestaba aquel gabinete y, según creo, no se servía jamás de él, prefiriendo quedarse sin hacer nada en el salón durante horas enteras. A la izquierda del salón se encontraba un cuartito exactamente idéntico, donde dormían mi madre y mi hermana. Se tenía acceso al salón por un pasillo que terminaba en la cocina, donde se alojaba la cocinera Lukeria (42). Cuando ella estaba en funciones, un olor a grasa quemada se esparcía sin piedad por todo el apartamiento. Había instantes en que Versilov maldecía en alta voz de su suerte y de toda su existencia a causa de aquellos aromas cocineriles, y en eso por lo menos yo estaba de perfecto acuerdo con él; también yo detesto esos olores, aunque entonces no llegasen hasta mí: yo vivía arriba, en la buhardilla bajo el techo, adonde subía por una escalera chirriante y terriblemente gastada. Las curiosidades del lugar eran una claraboya ovalada, un techo horriblemente bajo, un diván cubierto de tela encerada, sobre el cual Lukería extendía por las noches una sábana y ponía una almohada; el resto del mobiliario se componía de dos espejos, una mesa de simples tablas v una silla de enea.

En realidad, todavía subsistían sin embargo en nuestra casa restos de un cierto confort hoy desaparecido: había por ejemplo en el salón una lámpara de porcelana bastante buena y, colgado de la pared, un grabado admirable de la Madona de Dresde (43), y justamente enfrente, en la otra pared, una preciosa fotografía de gran formato representando las puertas de bronce de la catedral de Florencia (44). En aquella misma estancia se hallaba en un rincón una gran vitrina de viejos iconos de familia: uno de ellos (el icono de Todos los Santos) estaba revestido de plata dorada -era el que se quería empeñar-, y el otro (el icono de la Santísima Virgen), de terciopelo bordado de perlas. Delante de aquellas imágenes había una lámpara que se encendía las vísperas de las fiestas. Versilov se mostraba claramente indiferente a tales iconos, en lo que atañía a la significación de los mismos: se limitaba a fruncir las cejas, en un visible esfuerzo por contenerse, ante la luz de la lámpara reflejada por los adornos dorados, quejándose con dulzura de que aquello le perjudicaba la vista, pero no le prohibía a mi madre que la encendiera.

ío, clavando la mirada en uno de los rincones; a veces incluso sin decir buenos días. Entraba siempre más temprano que esta vez, y me llevaban la comida allá arriba. Esta vez, al entrar, dije de repente: " Buenos días, mamá! ", lo que no me sucedía nunca antes, aunque, por una especie de falsa vergüenza, no pudiese tampoco esta vez atreverme a mirarla, y me senté en el ángulo opuesto de la habitación. Estaba muy fatigado, pero no pensaba en eso.

úa entrandó en vuestra casa tan insolentemente como antes - susurró Tatiana Pavlovna.

én en otros tiempos ésta se permitía palabras malsonantes, y había ya, entre ella y yo, una especie de costumbre.

-Buenos días!... -respondió mi madre, como estupefacta por el hecho de que yo le hubiera dicho buenos días -. La comida está lista desde hace mucho tiempo - agregó, casi confusa -. Cori tal que la sopa no se haya enfriado... Las chuletas, voy ahora mismo a dar la orden...

án de levantarse precipitadamente para ir a la cocina, y, por primera vez quizá después de un mes largo, sentí vergüenza de repente al verla apresurarse tanto para servirme, siendo así que hasta aquel día era yo mismo quien se lo exigía.

-Gracias, mamá, ya he comido. Si no le molesto, descansaré aquí un poco.

-Ah!... cómo no?... Desde luego, descanse...

á, no diré más groserías a Andrés Petrovitch - declaré bruscamente.

ñor, qué grandeza de alma! - gritó Tatiana Pavlovna -. Mi querida Sonia, es posible que continúes hablándole de usted? Quién es él para merecer semejante honor, y encima de parte de su madre? Mira, pero si estás toda nerviosa delante de él! Es vergonzoso!

-A mí mismo me sería muy agradable que me hablase usted de tú, mamá.

á convenido - se apresuró a decir mi madre -. Lo que pasa es que... no todas las veces... A partir de hoy, es cosa hecha.

Enrojeció vivamente. Su rostro resultaba a veces extremadamente seductor... Era un rostro bondadoso, pero de ninguna manera ingenuo, un poco pálido, anémico. Sus mejillas eran muy flacas, incluso huecas, y en su frente las arrugas empezaban a acumularse con gravedad, pero no las había aún en torno a los ojos, y esos ojos, bastante grandes y bastante abiertos, brillaban siempre con un resplandor dulce y tranquilo, que me había atraído desde el primer día. Lo que me gustaba también era que su rostro no tenía nada de afligido o de humillado; al contrario, su expresión habría sido incluso alegre, si no estuviese alarmada con tanta frecuencia, a veces absolutamente sin motivo alguno, espantándose, sobresaltándose en ocasiones por una completa nadería o escuchando con espanto alguna nueva conversación, hasta el momento en que se convencía definitivamente de que todo continuaba transcurriendo bien como de costumbre. "Todo va bien", era para ella sinónimo de " Todo continúa como de costumbre". Con tal solamente que no haya ningún cambio, con tal que no sobrevenga nada nuevo, ni siquiera dichoso!... Se hubiera creído que en su infancia le habían producido algún miedo horrible. Además de los ojos, me gustaba en ella el óvalo de su rostro y creo que, si hubiese tenido los pómulos un poco menos salientes, se la habría podido juzgar, no solamente en su juventud, sino incluso ahora, bonita. Entonces no tenía más de treinta y nueve años, pero sus cabellos castaños estaban ya fuertemente mezclados de blanco.

ó con una indignación declarada.

éste! Temblar así delante de él! Eres ridícula, Sofía, harás que me enfade.

é lo trata usted así? Pero quizás está bromeando, verdad? - agregó mi madre, notando en la fisonomía de Tatiana Pavlovna una especie de sonrisa.

La verdad era que los regaños de Tatiana Pavlovna apenas podían tomarse en serio, pero ella se sonreía aquella vez (si sonrisa era aquello) únicamente de mi madre, porque ella amaba hasta la locura su bondad y había notado desde luego la felicidad que mi sumisión le estaba procurando en aquel instante.

árseme por alto la manera que tiene usted de echarse sobre la gente, Tatiana Pavlovna, y esto justamente en el momento en que he dicho al entrar: " Buenos días, mamá! ", lo que nunca he hecho antes - juzgué por fin necesario hacerle notar.

ó ella inmediatamente -. Él ve en eso una hazaña! Hará falta entonces arrodillarse delante de ti porque has tenido educación una vez en tu vida? Y es que eso es educación? Por qué miras al rincón cuando entras? Crees que no sé lo mucho que te agitas frente a ella? También a mí podrías haberme dicho buenos días. He sido yo la que te ha envuelto en los pañales, soy tu madrina.

Naturalmente, desdeñé contestar. En aquel instante entró mi hermana, y me dirigí a ella inmediatamente:

ómo estabas. Lo conoces?

í, desde Luga, el año pasado - respondió ella con mucha sencillez sentándose junto a mí y lanzándome una mirada amable.

No sé por qué, pero me parecía que ella iba a estallar en el momento en que le hablase de Vassine. Mi hermana era rubia, una rubia de matiz claro; no tenía los cabellos de mi padre ni los de mi madre, pero los ojos y el óvalo del rostro eran casi los de mi madre. La nariz muy derecha, pequeña y regular; una particularidad aún: pequeñas pecas en el rostro, lo que mi madre no tenía en absoluto. De Versilov, no tenía gran cosa, a no ser, si acaso, la finura del talle, una buena estatura y no sé qué de encantador en el andar. Conmígo, ni el menor parecido: los dos polos opuestos.

ó Lisa.

-Hablando de Vassine dices leloón ha sido descuidada hasta ese punto.

-Es una indignidad de tu parte hacer semejante observación en presencia de tu madre - estalló Tatiana Pavlovna -. Por lo demás, eso no es verdad. Ella no ha sido descuidada en forma alguna.

í de mi madre - intervine resueltamente -. Sepa usted, mamá, que considero a Lisa como a una segunda madre; usted ha hecho de ella una tal delicia de bondad y de carácter, que ella recuerda desde luego lo que usted era, lo que es usted aún, y lo que será eternamente... Quería hablar únicamente de ese lustre exterior, de todas esas tonterías mundanas, que son sin embargo indispensables. Me indigno de que Versilov, al escucharte decir uno de esos errores gramaticales, no te haya corregido jamás, tan altanero e indiferente es con nosotros. Eso es lo que me da rabia!

éndose a enseñar buenas maneras! Le prohíbo, caballero, que digan en lo sucesivo "Versilov" en presencia de su madre de usted, así como en presencia mía. No lo toleraré! - Tatiana Pavlovna lanzó un relámpago.

-Mamá, he cobrado hoy mi salario, cincuenta rublos. Tómelos usted, se lo ruego. Aquí están.

Me acerqué y le alargué el dinero; inmediatamente ella se alarmó.

é... cómo coger este dinero - dijo, como si incluso temiese alargar la mano.

ía.

-Pero, mamá, si ustedes me consideran las dos un hijo y un hermano, entonces...

Dijo eso con una sonrisa tímida y suplicante; nuevamente me quedé sin comprender y la interrumpí:

ósito, sabe usted, madre, que hoy era la vista del pleito entre Andrés Petrovitch y los Sokolskis?

é me dices! - dijo ella, lanzando una exclamación de espanto, cruzándose las manos sobre el pecho - era su gesto.

-Hoy? -Tatiana Pavlovna se estremeció de pies a cabeza -. Pero es imposible, él me lo habría dicho! Te lo ha dicho a ti? - añadió, volviéndose hacia mi madre.

-No, no me ha dicho que fuera hoy. Pero tengo tanto miedo desde hace una semana... Que pierda, para que nos veamos libres de eso y todo vaya como de costumbre.

é yo -. Qué hombre! He ahí una prueba más de su indiferencia y de su altanería. Qué les estaba diciendo hace un momento?

-Y cuál ha sido el resultado? Y quién te lo ha dicho? - atacaba Tatiana Pavlovna -. Dilo de una vez!

í está él en persona! Quizá quiera decírnoslo -anuncié yo, al oír sus pasos en el pasillo, y me senté muy aprisa cerca de Lisa.

á, sé paciente con Andrés Petrovitch - me susurró ella.

é paciencia, con esa intención he vuelto.

Le estreché la mano.

ó una mirada llena de desconfianza, y tenía razón.

II

ó necesario ocultar su estado de ánimo. Por lo demás, había adquirido la costumbre, en aquellos últimos tiempos, de desahogarse delante de nosotros sin la más mínima ceremonia, no solamente en sus momentos malos, sino aun en sus accesos de alegría, lo que todo hombre teme más que nada; y sin embargo él sabía muy bien que nosotros lo comprenderíamos todo hasta el último detalle. Se abandonaba enormemente en su presentación desde el año pasado, como lo había notado Tatiana Pavlovna: iba vestido siempre convenientemente, pero con trajes viejos y sin elegancia. Estaba dispuesto a llevar la misma camisa dos días seguidos, lo que apenaba a mi madre; en casa eso pasaba por ser un sacrificio, y todo aquel grupo de mujeres abnegadas veía en eso incluso una proeza. Llevaba siempre sombreros blandos, negros, de alas anchas; cuando se quitaba el sombrero al entrar, todo un mechón de sus cabellos, muy espesos, pero con muchas hebras blancas, le caía por la frente. Me gustaba mirar sus cabellos cuando se quitaba el sombrero.

ías. Hoy tenemos aquí el completo. Incluso éste - señalándome -forma parte del número. He oído su voz en el recibidor. Estaba hablando mal de mí, verdad?

ía chistes a costa mía, aquello era signo de buen humor. Naturalmente, no repliqué. Entró Lukeria con todo un montón de cosas que puso sobre la mesa.

-Victoria, Tatiana Pavlovna! He ganado mi pleito, y los príncipes no se atreverán seguramente a apelar. El gato está en la talega! Ahora mismo acabo de encontrar quien me preste mil rublos. Sofía, deja ahí tu labor, no te canses los ojos. Lisa, vuelves del trabajo?

-Sí, papá - respondió ella con ternura,

ía querido conformarme a eso.

-Cansada?

-Sí.

ñana, y abandónalo completamente.

á, eso me sentará mal.

ómo vivir sin trabajar? Qué haría una mujer que no trabajase?

-Ya lo sé, ya lo sé... todo eso está muy bien y es muy bonito, y doy mi aprobación de antemano; pero de lo que estoy hablando sobre todo es del trabajo de la señora. Porque, mirad, es una de las impresiones más penosas de mi infancia o, por decirlo mejor, de las más falsas. En mis vagos recuerdos de la época en que yo tenía cinco o seis años, veo con la mayor frecuencia, con desagrado naturalmente, alrededor de una mesa redonda un conclave de mujeres inteligentes, severas y gruñonas, tijeras, telas, patrones y figurines de moda. Toda esa gente discute y razona, agachando la cabeza grave y lentamente, sin dejar de medir y calcular y preparándose a cortar. Todos esos rostros cariñosos, que me quieren tanto, se han hecho de repente inabordables; que yo cometa la menor travesura, y me echarán fuera inmediatamente. Incluso mi pobre niñera, que me sostiene de la mano y ha dejado de responder a mis gritos y a mis tirones, es todo ojos y todo oídos como si estuviese frente a un ave del paraíso. Pues bien, esa severidad en rostros inteligentes, ese aire grave antes de comenzar el corte, lo experimento como un sufrimiento, incluso hoy día, cuando pienso en ello. Tatiana Pavlovna, a usted le gusta apasionadamente cortar. Por aristocrático que eso sea, yo prefiero una mujer que no haga nada en absoluto. No creas, que esto va por ti, Sofía... Pero, de qué sirve? La mujer no tiene necesidad de eso para ser una gran potencia. Por lo demás, tú también lo sabes muy bien, Sonia (45). Qué piensa usted de esto, Arcadio Makarovitch? Seguramente opinará lo contrario.

í -. Es una expresión excelente: la mujer como gran potencia, aunque no comprendo todavía por qué relaciona usted eso con las labores de las señoras. Y que sea imposible no trabajar cuando no se tiene dinero, eso lo sabe usted mismo.

ó! - Se volvió hacia mi madre, que estaba toda radiante (se había echado a temblar cuando él se dirigió a mí) -. Por lo menos en los primeros tiempos, que yo no vea más trabajo por aquí! Lo pido por consideración a mí. Tú, Arcadio, como verdadero joven de nuestro tiempo, debes de ser un poco socialista; pues bien, lo creas o no, amigo mío, quienes más gustan de la ociosidad, son las gentes del pueblo, ese pueblo dedicado eternamente al trabajo.

á lo que quieren es reposo, y no ociosidad.

-No, es desde luego la ociosidad, la holgazanería absoluta; ése es su ideal! He conocido a uno de esos trabajadores eternos, que por lo demás no era del pueblo; era un hombre bastante cultivado, capaz de razonar. Toda su vida, cada día quizá, soñaba con gozo y delectación en la ociosidad perfecta. Por así decirlo, llevaba ese ideal hasta lo absoluto, hasta la independencia ilimitada, la libertad perpetua del sueño y de la contemplación ociosa. Aquello duró hasta el día en que se agotó completamente a fuerza de trabajo: imposible volverlo a poner en pie; murió en el hospital. Yo estaba entonces seriamente dispuesto a extraer la conclusión de que los gozos del trabajo habían sido inventados por hombres desocupados, naturalmente hombres virtuosos. Ésa es una de las "ideas ginebrinas" de finales del pasado siglo. Ah, Tatiana Pavlovna, recorté anteayer un anuncio que traía el periódico. Helo aquí (se sacó un trozo de papel del bolsillo de arriba del pantalón): es uno de esos "estudiantes" perpetuos que saben lenguas antiguas y matemáticas y están dispuestos a marcharse a cualquier provincia, a un granero o no importa dónde. Escuchad esto: "Profesora prepara ingreso en todos los establecimientos de enseñanza (fijaos, en todos! ), y da clases de aritmética." Una línea solamente, pero del todo clásica! Prepara para el ingreso en los establecimientos de enseñanza: parecería que la aritmética debiera estar comprendida. Pues no! Ella pone la aritmética aparte. Eso, eso es la verdadera hambre, el último grado de la miseria. Esa torpeza es precisamente la que me conmueve: con toda seguridad, ella no ha sido jamás profesora, es incapaz de enseñar lo que quiera que sea. Pero no hay nada que hacer, es preciso llevar el último rublo al periódico y anunciar que se prepara para el ingreso en todos los establecimientos de instrucción y por añadidura que se dan lecciones de aritmética. (46).

-Pues bien, Andrés Petrovitch, será necesario ir a ayudarla. Dónde vive? - exclamó Tatiana Pavlovna.

í! - y se guardó la dirección en el bolsillo -. En este paquete hay regalos para ti, Lisa, y para usted, Tatiana Pavlovna. A Sofía y a mí no nos gustan las golosinas. También hay para ti, jovencito! Lo he elegido todo yo mismo en casa de Elissieev y de Ballet (47). Hemos estado demasiado tiempo "muriéndonos de hambre", como dice Lukeria (: nunca se había muerto nadie de hambre en esta casa). Hay ahí uvas, bombones, peras escarchadas y una tarta de fresas. Hasta he comprado un licor maravilloso. Y cacahuetes. Es curioso cómo desde mi infancia siguen gustándome los cacahuetes, Tatiana Pavlovna, y, usted lo sabe, los más sencillos de todos. Lisa es como yo; también a ella le encanta cascar cacahuetes, como una ardillita. Nada más encantador, Tatiana Pavlovna, que figurarse alguna vez, por casualidad, niño en el bosque, dispuesto a coger cacahuetes... Es casi el otoño, pero los días son claros, a veces hace fresco, uno se acurruca en los sitios perdidos, se interna en el bosque, las hojas huelen muy bien... Veo que me mira usted con simpatía, Arcadio Makarovitch!

én yo he pasado en el campo los primeros años de mi infancia.

-Cómo es eso? Me parece que por el contrario tú has vivido siempre en Moscú... a menos que me equivoque.

él vivía en Moscú, en el momento en que usted llegó allí. Pero hasta entonces, estuvo en casa de la difunta tía de usted, Varvara Stepanovna, en el campo - confirmó Tatiana Pavlovna.

ía, mira, dinero, apriétalo! Para uno de estos días me han prometido cinco billetes de mil.

-Entonces, los príncipes no tienen ya ninguna esperanza?

-Absolutamente ninguna, Tatiana Pavlovna.

ía por usted, Andrés Petrovitch, y por todos los suyos, siempre he sido amiga de la casa. Pero por más que los príncipes me sean desconocidos, les tengo lástima, se lo juro a usted. Sobre todo no se enfade, Andrés Petrovitch.

ón de repartir, Tatiana Pavlovna.

-Usted ya sabe cómo pienso, Andrés Petrovitch. Ellos habrían abandonado el asunto si usted les hubiese ofrecido la partición desde el primer momento; hoy, naturalmente, es ya demasiado tarde. Por lo demás, no es asunto mío... Lo que digo lo digo porque el difunto desde luego no los habría olvidado en su testamento.

ía olvidado, sino que desde luego se lo habría dejado todo a ellos, No me habría olvidado más que a mí, si él hubiese hecho las cosas en regla y redactado su testamento como Dios manda. Pero ahora tengo la ley en mi favor. Se acabó. Ni puedo ni quiero repartir, Tatiana Pavlovna; es cosa hecha.

ó estas palabras con irritación, cosa que se permitía raramente. Tatiana Pavlovna se calló. Mi madre bajó los ojos un tanto tristemente: Versilov sabía que ella aprobaba a Tatiana Pavlovna.

"He aquí la bofetada de Ems", pensé en aquel instante. El documento que me había entregado Kraft y que yo tenía en el bolsillo, habría sufrido una triste suerte si hubiese caído en manos de Versilov. Pensé de pronto que todavía pesaba sobre mis espaldas todo aquel asunto; aquel pensamiento, juntamente con todo lo demás, contribuyó a irritarme.

ía que te vistieses mejor, amigo mío. No estás mal vestido, pero, en lo sucesivo, podré recomendarte a un francés, muy concienzudo y que tiene gusto.

-Le pediré a usted que no me haga jamás una proposición semejante - espeté bruscamente.

ómo es eso?

ás bien estamos en desacuerdo, puesto que estos días, desde mañana, déjo de ir a casa del príncipe, ya que no veo que haya la menor necesidad de hacerlo.

-Pero ir allí, estar a su lado, no es eso una tarea?

ás, si eres tan puntilloso, no tienes más que no tomar su dinero, aunque hagas acto de presencia. Vas a apenarlo enormemente; él ya te tiene mucho afecto, créeme... En fin, haz lo que quieras...

Se le notaba que estaba descontento.

-Dice usted que no le coja su dinero. Y justamente, por causa de usted, he cometido hoy una infamia: usted no me había advertido de nada y hoy le he reclamado al príncipe mi sueldo del mes.

ú has querido. Confieso que yo no creía que fueses a reclamar. Sin embargo, qué hábiles sois todos hoy en día! Ya no hay juventud, Tatiana Pavlovna.

én,

-Me hacía falta sin embargo arreglar mis cuentas con usted... Es usted quien me ha obligado, y ahora no sé qué hacer.

ósito, Sofía, devuélvele inmediatamente a Arcadio sus sesenta rublos. Y tú, amigo mío, no te enfades por este arreglo de cuentas precipitado. Te adivino en la cara que estás maquinando alguna empresa y que tienes necesidad... de fondos para gastos o para alguna cosa de ese estilo.

-Ignoro lo que expresa mi cara, pero no esperaba que mamá le hablase a usted de ese dinero, siendo así que yo le había rogado a ella que no dijese nada,

í madre, y mis ojos lanzaban relámpagos. No sabría decir hasta qué punto me sentía vejado.

ío, perdóname, por el amor de Dios, no he podido evitar decírselo...

-Amigo mío, no le guardes rencor porque me haya descubierto tus secretos - dijo él dirigiéndose a mí -. Y además, la intención era buena: la madre ha querido sencillamente ufanarse de los sentimientos de su hijo. Pero, créelo, yo habría adivinado, sin necesidad de eso, que eras un capitalista. Todos tus secretos están escritos en tu rostro leal. Él tiene su "idea", Tatiana Pavlovna, ya se lo dije a usted.

-Dejemos mi rostro leal - continué yo, rabioso -. Sé que con frecuencia usted lee los pensamientos de la gente, aunque en otros casos no vea usted más allá de la punta de la nariz. Siempre me ha asombrado su perspicacia. Pues bien, sea. Tengo mi " idea". Evidentemente ha empleado usted esa expresión por casualidad, pero no temo confesarlo; tengo mi "idea". Y ni tengo miedo ni me da vergüenza de ella.

üenza de ella.

-Y sin embargo no se la revelaré a usted.

ás digno de semejante cosa. Es inútil, ámigo mío, conozco yo las sustancias de tu idea. En todo caso, es:

Tatiana Pavlovna, mi opinión es que quiere convertirse en Rothschild o en alguna cosa por el estilo, y retirarse dentro de su grandeza. Naturalmente, nos concederá magnánimamente, a usted y a mí, una modesta pensíón; a mí quizá no, pero lo que sí es seguro, es que pasará entre nosotros como un meteoro. Como la luna nueva; salida y, en el mismo momento, desaparecida.

é. Desde luego, no era más que una coincidencia: él no sabía nada, hablaba de una cosa muy distinta, aunque hubiese nombrado a Rothschild, pero cómo podía definir con tanta exactitud mis sentimientos: romper con ellos y retirarme? Lo había adivinado todo. Y quería con anticipación sazonar con su cinismo lo trágico de la cosa. Estaba furioso; no se podía dudar de eso.

á, perdóname mi exclamación, tanto más cuanto que, de todas maneras, era imposible ocultarme de Andrés Petrovitch.

í echarme a reír y me esforcé, al menos por un instante, en convertirlo todo en una broma.

ío, es que te has reído. Es difícil imaginarse hasta qué punto se gana con eso, incluso exteriormente. Lo digo muy en serio. Tatiana Pavlovna, la verdad es que el muchacho tiene siempre el aspecto de estar incubando en su cabeza algo tan grave, que él mismo se avergüenza.

-Le ruego seriamente que tenga un poco más de compostura, Andrés Petrovitch.

-Tienes razón, amigo mío; pero sin embargo hacía falta decirlo una vez, para no volver más sobre esto. No has venido de Moscú más que para rebelarte. He ahí lo único que sabemos hasta ahora del motivo de tu llegada. Naturalmente, no hablaré de que hayas venido para asombrarnos. Seguidamente, desde hace un mes que estás aquí, no haces más que burlarte de nosotros; sin embargo, tú eres un hombre inteligente, por lo que parece, y con esa cualidad podrías dejar esas risitas para la gente que no tiene más medio que ése para vengarse de su nulidad. Te cierras siempre, siendo así que tu aspecto leal y tus mejillas rojas manifiestan que podrías mirar cara a cara a todo el mundo con una perfecta inocencia. Es hipocondríaco, Tatiana Pavlovna; no llego a comprender por qué hoy en día todos son hipocondríacos.

ónde me he criado, cómo va a saber que soy hipocondríaco?

-He ahí todo el misterio: estás dolido de que yo haya podido olvidar dónde te has criado.

-En lo más mínimo, no me atribuya usted semejante tontería. Mamá, Andrés Petrovitch me ha felicitado hace un momento por haberme reído; riámonos, pues; por qué hemos de estar hechos unos mustios? Quieren ustedes que les cuente historias divertidas sobre mi persona? Sobre todo teniendo en cuenta que Andrés Petrovitch no sabe nada de mis aventuras.

ón. Sabía que nunca más volveríamos a encontrarnos juntos como hoy y que una vez salido de aquella casa no volvería nunca. Por eso, en la víspera de todo aquello, no pude contenerme más. Fue él mismo quien provocó aquel desenlace.

ó él mirándome con ojos penetrantes -. Te has vuelto un poco salvaje, amigo mío, allí donde te has criado. Por lo demás, a pesar de todo, estás aún bastante presentable. Está encantador hoy, Tatiana Pavlovna, y ha hecho usted muy bien en abrir por fin ese paquete.

ó las cejas; ni siquiera se volvió y continuó abriendo el paquete y colocando los regalos sobre los platos. Mi madre también se quedó perpleja, comprendiendo y presintiendo que las cosas tomaban un mal camino. Mi hermana, una vez más, me empujó con el codo.

é a decir con el aire más desenvuelto - cómo un padre se encontró por primera vez con su hijo querido. Eso sucedió justamente "allí donde te has criado".

-Pero, amigo mío, no resultará eso... aburrido? Ya sabes:

és Petrovitch, no es en absoluto lo que usted cree. Quiero hacerles reír a todos.

ío! Ya sé que nos quieres a todos y que... no te interesará turbar nuestra velada - susurró él con aspecto falsamente desenvuelto.

---Será seguramente por mi rostro por lo que habrá adivinado usted que le quiero, no?

í, en parte por tu rostro.

-Pues bien, por rni parte, yo he adivinado desde hace mucho tiempo en el rostro de Tatiana Pavlovna que está enamorada de mí. No me lance usted miradas tan feroces, Tatiana Pavlovna, es preferible reír. Es preferible reír!

Ella se volvió bruscamente hacia mí y durante medio minuto me estuvo mirando con ojos penetrantes:

ía relacionarse apenas con mi broma estúpida, sino que se parecía más bien a una advertencia: "Es que te empeñas en empezar? "

-Andrés Petrovitch, no se acuerda usted entonces de cómo nos encontramos en la vida por primera vez?

ón. Me acuerdo solamente de que fue hace mucho tiempo... y ya no sé dónde...

-Y usted, mamá, no se acuerda usted de cuando estaba en el campo, en el pueblo donde fui criado hasta los seis o siete años, creo? Ha vivido usted verdaderamente en ese pueblo, o bien es en sueños como me parece haberla visto por primera vez? Hace mucho tiempo que quería hacerle a usted esta pregunta, y retrocedía siempre; ahora ha llegado el momento.

ómo, mi pequeño Arcadio! Naturalmente, fui tres veces de visita a casa de Varvara Stepanovna; la primera vez cuando tú tenías apenas un año, la segunda cuando habías cumplido ya los cuatro, y luego cuando tenías más de diez años.

Mi madre enrojeció intensamente ante la brusca afluencia de recuerdos y me preguntó conmovida:

-Es posible, mi pequeño Arcadio, que te acuerdes de mí?

é nada; solamente ha quedado algo del rostro de usted en el fondo de mi corazón y para toda mi vida, y además, me ha quedado el saber que es usted mi madre. Todo ese pueblo lo veo hoy como en un sueño. Incluso me he olvidado de mi ama. Esa Varvara Stepanovna... Me acuerdo de ella un poco, solamente porque tenía siempre vendas en las mejillas. Aún veo de nuevo, alrededor de la casa, árboles inmensos, creo que tilos; luego, algunos días, un sol fuerte entrando por las ventanas abiertas, platabandas de flores, una alameda, y a usted, mamá, no vuelvo a verla claramente más que un solo instante: cuando me dieron la comunión en la iglesia del pueblo y usted me cogió en brazos para hacerme recibir la hostia y besar el cáliz; era en verano, una paloma atravesó la cúpula, de una ventana a otra... (49).

ñor! Eso es completamente verdad - mi madre cruzó las manos -; me acuerdo de esa paloma. En el momento mismo de comulgar, te pusiste muy agitado y gritabas: " La paloma, la paloma! "

ón, se quedó tan grabado en mí memoria, que hace cinco años, en Moscú, la reconocí inmediatamente como mi madre, aunque nadie me lo dijese. Luego, después de mi primer encuentro con Andrés Petrovitch, se me sacó de casa de los Andronikov; yo había pasado con ellos, dulce y alegremente, cinco años seguidos. Me acuerdo con sus menores detalles de cómo era su casa en un edificio del Estado y de todas aquellas señoras y señoritas que hoy han envejecido tanto, y de la casa llena, y el mismo Andronikov, que traía en persona de la ciudad las provisiones, la volatería, los corderos y los lechoncíllos y nos servía él mismo la sopa en la mesa, en lugar de su mujer, que se las daba siempre de orgullosa; nosotros nos burlábamos de eso y él era el primero en hacerlo. Fue allí donde las jovencitas me enseñaron el francés, pero lo que más me gustaba eran las fábulas de Krylov (50); me aprendí de memoria muchísimas y cada día le declamaba una a Andronikov: yo entraba sin vacilar en su pequeño despacho, estuviese ocupado o no. Pues bien, a causa de una de esas fábulas trabé conocimiento con usted, Andrés Petrovitch... Veo que empieza usted a acordarse.

ío... Qué es lo que me contaste entorces... una fábula, o bien un pasaje de Aflicción de espíritu? (51). De todos modos, qué memoria tienes!

único recuerdo que he conservado toda mi vida.

-Magnífico, magnífico, amigo mío! Me interesas.

ó, y después de él sonrieron mi madre y mi hermana. La confianza retornaba; únicamente Tatiana Pavlovna, que se había sentado en un rincón después de haber colocado los regalos sobre la mesa, continuaba atravesándome con una mirada desagradable.

-He aquí la historia - proseguí yo -. Un buen día mi amiga de la infancia, Tatiana Pavlovna, que siempre ha surgido de improviso en mi existencia, como pasa en el teatro, vino a buscarme, se me llevó a un coche y se me depositó en un palacio señorial, en un lujoso apartamiento. Usted se había alojado entonces, Andrés Petrovitch, en la mansión de los Fanariotova, en la casa desocupada en aquellos momentos -y que ella le había comprado a usted antaño; ella estaba en el extranjero. Yo llevaba siempre blusas; para aquello me pusieron de repente un bonito traje azul y ropa de la más fina. Tatiana Pavlovna pasó todo el día junto a mí y me compró toda clase de cosas; yo recorría las habitaciones vacías y me miraba en todos los espejos. Pues bien, no sé cómo fue, pero el caso es que, a la mañana siguiente, a eso de las diez, barzoneando por el apartamiento, entré de repente, por casualidad, en el despacho de usted. Ya la víspera le había visto en el momento en que se me acababa de conducir, pero solamente de paso, en la escalera. Usted bajaba para subir al coche e ir a no sé dónde: se encontraba usted entonces solo en Moscú, por muy poco tiempo y después de una larga ausencia, de forma que le reclamaban de todas partes y no estaba usted casi nunca en casa. Al encontrarnos a Tatiana Pavlovna y a mí, usted solamente exclamó: " Ah! ", pero sin ni siquiera detenerse.

ó Versilov, dirigiéndose a Tatiana Pavlovna.

ó sin responder.

ía me encontrase allí, tal como usted era entonces, florido y guapo. Es asombroso cómo ha podido usted envejecer y afearse tantísimo en estos nueve años, perdóneme la franqueza. Por lo demás, ya en aquellos momentos tenía usted los treinta y siete años cumplidos, pero yo no podía cansarme de mirarlo. Qué cabellos más asoinbrosos!, casi enteramente negros, brillantes, sin un pelo blanco, bigotes y patillas de un acabado de joyero, no encuentro otra expresión; un rostro pálido y mate, pero no de una palidez enfermiza como la de hoy, pero, espere... Un rostro como el de su hija de usted, Ana Andreievna, a la que he tenido el honor de ver hace un rato; ojos ardientes y sombríos, dientes deslumbrantes, sobre todo cuando usted se reía. Precisamente se echó usted a reír al mirarme, cuando entré en su despacho; yo no sabía entonces distinguir las cosas, y su sonrisa me alegró el corazón. Llevaba usted aquella mañana una chaqueta de terciopelo azul marino, una bufanda de tonalidad Solferino, una maravillosa camisa guarnecida de encajes de Alençon; estaba usted delante del espejo, con un cuaderno en la mano, en plan de estudiar y de declamar el último monólogo de Tchatski y en particular su último grito: " Mi coche, mi coche!" (52).

ío - exclamó Versilov -, lo que él dice es verdad! Yo había aceptado entonces, a pesar del poco tiempo de que disponía en Moscú, el desempeñar el papel de Tchatski en casa de Alejandra Petrovna Vipovtova, en su teatrito privado, a causa de la enfermedad de Jileiko (53).

ía usted olvidado? - preguntó Tatiana Pavlovna echándose a reír.

-Me lo ha recordado él! Y lo confieso, aquellos pocos días en Moscú fueron quizá los mejores de mi vida! Éramos entonces todos tan jóvenes... esperábamos todas las cosas con un ardor tal... Me encontré entonces en Moscúcon tantas... Pero continúa, hijo mío, has hecho muy bien esta vez al entrar en detalles...

í plantado, mirándole. De repente grité: " Oh, qué bien está, ése es el verdadero Tchatski! " Usted se volvió innediatamente para preguntarme: " Es que tú conoces ya a Tchatski? " Luego se sentó usted en el diván y con el mejor humor del mundo se puso a tomar el café. Yo le habría abrazado. Entonces le confié que en casa de Andronikov todo el mundo leía mucho, que las señoritas sabían muchos versos de memoria, que representaban entre ellas escenas de Griboiedov y que, toda la semana pasada, se había leído en reunión y en. alta voz los ábulas de Krylov y que me las sabía de memoria. Usted me invitó a recitar algo, y yo dije La novia difícil"Una novia soñaba con su novio..." (55).

-Eso es, eso es, ahora me acuerdo de todo! - exclamó de nuevo Versilov.... Pero, amigo mío, me acuerdo también de ti. Tú eras entonces un muchachito lindísimo, un muchachito delicioso, y, te lo juro, has perdido mucho durante estos nueve años.

ó a reír. Estaba claro que Ardrés Petrovitch se burlaba y me pagaba con mi misma moneda. Todo el mundo se alegró, y estuvo muy bien dicho.

ía, peró no había llegado todavía a la mitad cuando me detuvo, tocó la campanilla y dio orden al criado que entró en aquel momento de que llamase a Tatíana Pavlovna, que acudió en seguida con un aspecto tan gozoso, que, después de haberla visto la víspera, casi no la reconocí. En presencia de Tatiana Pavlovna, volví a empezar ícil y terminé brillantemente (56); Tatiana Pavlovna me sonrió, y usted, Andrés Petrovitch, usted incluso llegó a gritarme: " Bravo! ", y se puso a observar con ardor que, si se hubiese tratado de no habría habido nada de particular en que un niño inteligente, a mi edad, la recitase con gusto, pero que... aquella fábula:

ñaba con su amado.

"Escuche cómo dice eso de: "En eso no hay pecado". En una palabra, estaba usted entusiasmado. Entonces se puso usted a hablar en francés con Tatiana Pavlovna. Inmediatamente ella frunció las cejas y empezó a poner objeciones, incluso muy acaloradamente; pero, como es imposible contradecir a Andrés Petrovitch si tiene ganas de algo, Tatiana Pavlovna me llevó en seguida a su casa: allí me lavaron una vez más la cara y las manos, me cambiaron la ropa interior, me dieron pomada y hasta me rizaron. Luego, por la noche, la misma Tatiana Pavlovna se vistió suntuosamente, mucho más de lo que yo hubiera creído, y me llevó en coche. Por primera vez en mi vida, iba yo al teatro, a una función de aficionados en casa de Vitovtova: candelabros, bustos, señoras, militares, generales, señoritas el telón, las filas de sillas... yo todavía no había visto nada parecido. Tatiana Pavlovna escogió un sitio modesto en una de las últimas filas y me hizo sentar junto a ella. Naturalmente, también había niños como yo, pero yo no miraba ya nada, aguardaba, latiéndome violentamente el corazón, que la función empezara. Cuando usted entró en escena, Andrés Petrovitch, me quedé entusiasmado, entusiasmado hasta las lágrimas; el porqué, lo ignoro. Por qué esas lágrimas de entusiasmo? He aquí algo que siempre me ha parecido raro, me he acordado de eso durante estos nueve años. Yo seguía la comedia, y el corazón se me paraba; todo lo que yo comprendía, evidentemente, era que ella le había traicionado, y que gentes imbéciles a indignas de tocarle un dedo del pie se burlaban de él. Mientras que él declamaba en el baile, yo comprendía que estaba humillado, pero que él era grande, muy grande (57 ). Sin duda, mi preparación en casa de Andronikov me ayudó a comprender, pero también la manera como usted representó su papel, Andrés Petrovitch. Por primera vez, yo veía teatro. En el momento de la partida, cuando Tchatski grita: " Mi coche, mi coche! " (usted daba un gríto asombroso), boté de mi silla y con toda la sala, en una tempestad de aplausos, me puse a dar palmadas y a gritar con todas mis fuerzas: Bravo!

"Me acuerdo también de que en aquel mismo instante sentí un alfiler que se me clavaba detrás "un poco por debajo de la cintura"; era Tatiana Pavlovna que me pinchaba furiosamente, pero yo no le echaba cuenta. Como es natural, inmediatamente después de la función, Tatiana Pavlovna me llevó a casa: "No te irás a quedar a bailar, y por causa tuya no me quedo yo", y estuvo usted gruñendo contra mí, en el coche, Tatiana Pavlovna, durante todo el camino de regreso. Me pasé la noche en un delirio, y al día siguiente a las diez ya estaba otra vez delante del despacho, pero la puerta estaba cerrada: tenía usted visita, estaba tratando de negocios; en seguida usted desapareció de repente durante todo el día hasta la noche, y ya no le vi más. Qué quería decirle? Lo he olvidado, ni siquiera entonces lo sabía, pero queria apasionadamente verle de nuevo lo antes posible. A la mañana síguiente, a las ocho, usted partió para Serpukhov (58); acababa usted de vender su hacienda de Tula para calmar a los acreedores, pero todavía le quedaba un buen pedazo, y por eso era por lo que había venido usted a Moscú, donde hasta aquel día no había podido mostrarse públicamente por miedo a los acreedores; y entre todos ellos, únicamente aquel grosero personaje de Serpukhov se negaba a aceptar la mitad en lugar del total de la deuda. Tatiana Pavlovna ni siquiera respondía a mis preguntas: "Estáte tranquilo, pasado mañana te llevaré a la pensión, prepárate, coge tus cuadernos, arregla tus libros y aprende a hacer tú mismo la maleta. No está usted destinado a vivir como un príncipe, caballero", etc., etc.; muletilla con la que me estuvo usted martillando los oídos durante aquellos tres días, Tatiana Pavlovna. Y en efecto, me llevó usted a la pensión Tuchard, a mí, inocente y enamorado como estaba de usted, Andrés Petrovitch. Comprendo que aquel encuentro no fue más que una casualidad absurda, pero, créalo o no, sé que meses más tarde todavía quería escaparme de casa de Tuchard para ir en su busca.

ó Versilov -Pero lo que más me choca en tu historia es la riqueza de ciertos detalles particulares, a propósito de mis deudas, por ejemplo. Sin hablar de una cierta inconveniencia propia de tales detalles, no veo dónde has podido adquirirlos.

ónde los he adquirido? Se lo repito, durante estos nueve años, no he tenido otra ocupación que la de recoger detalles sobre usted.

ón, ocupación singular!

ó la espalda, medio tendido en su sillón, y esbozó un ligero bostezo, voluntario o no, lo ignoro.

ándole cómo quise escaparme de casa de aquel Tuchard?

-Prohíbaselo, Andrés Petrovitch!- Repréndalo, expúlselo de aquí! - profirió Tatiana Pavlovna.

ó Versilov expresivamente -. Arcadio tiene sin duda algún proyecto. Es completamente indispensable dejarlo terminar. Que continúe!

Que haga su relato y que se libre de él! Por lo demás, eso es todo lo que él quiere, librarse de ese peso para siempre. Vamos, querido mío, empieza tu nueva historia. Nueva, es una manera de hablar, porque, estáte tranquilo, conozco el final.

III

ía escaparme, huir junto a usted, es muy sencillo. Tatiana Pavlovna, se acuerda usted de que, quince días después de mi entrada en la pensión Tuchard, le envió a usted una carta? No se acuerda? María Ivanovna me enseñó esa carta mucho más tarde; estaba también en los papeles de Andronikov. Tuchard se había dado cuenta de pronto de que había pedido demasiado poco, y le comunicaba a usted "dignamente" que educaba en su establecimiento a príncipes y a hijos de senadores, y que juzgaba indigno de ese establecimiento tener a un pensionista cuyo origen era como el mío, a menos que se le pagase un suplemento.

-ías...

í yo -; no tengo más que una palabra que decir de Tuchard. Usted le respondió desde el campo, Tatiana Pavlovna, quince días más tarde, con una negativa categórica. Lo veo, todavía todo encarnado, entrar en nuestra clase. Era un francés bajito, rechoncho y gordo, de unos cuarenta y cinco años y llegado realmente de París; antiguo zapatero remendón, como es lógico, pero se había instalado en Moscú, desde tiempo inmemorial, como profesor de francés con título, y poseía incluso diplomas de los que estaba extremadamente orgulloso; un hombre profundamente inculto (59). En su casa sólo estábamos seis internos; había efectivamente entre ellos el sobrino de un senador moscovita. Vivíamos todos en su casa absolutamente en familia, casi siempre bajo la vigilancia de su esposa, una señora muy amanerada, hija de un oscuro funcionario ruso. Durante aquellos quince días me jacté terriblemente delante de mis camaradas, me ufanaba de mi chaquetilla azul y de mi papá Andrés Petrovitch y, cuando me preguntaba por qué me llamaba Dolgoruki y no Versilov, la pregunta no me turbaba lo más mínimo, porque yo mismo ignoraba el porqué.

és Petrovitch! - gritó Tatiana Pavlovna con un tono casi amenazador.

Por el contrario, mi madre me escuchaba sin perder una sola palabra y deseaba evidentemente verme continuar.

ían dado de él los mejores informes...

-Ce ó pues con la carta en la mano, se acercó a nuestra gran mesa de roble, ante la cual empollábamos los seis no sé ya qué lección, me agarró fuertemente por el hombro, me hizo levantar y me ordenó que cogiese mis cuadernos. "Tu sitio no está aquí, sino allí." Y me mostró un cuartito minúsculo a la izquierda del recibidor, donde había una mesa vulgar, una silla de enea y un diván recubierto de hule, exactamente como hoy en una buhardilla. Me dirigí allí con asombro y poniéndome muy colorado; todavía nunca se me había tratado con grosería semejante. Media hora después, cuando Tuchard hubo salido de la clase, fui a cambiar guíños y a reírme con los camaradas; naturalmente, se burlaban de mí, pero yo no sospechaba nada y creía que nos reíamos juntos porque estábamos contentos. En aquel momento apareció Tuchard. Me cogió por un mechón de pelos y me arrastró. "No te atrevas a ir más con hijos de buena familia. Tú eres de extracción vil, no eres más que una especie de lacayo." Y me golpeó muy dolorosamente la mejilla llenita y colorada. La cosa le agradó, empezó una segunda vez, luego una tercera. Me deshice en lágrimas. Estaba terriblemente sorprendido. Me quedé una hora larga con la cabeza oculta entre las manos, llorando a todo llorar. Sucedía algo que yo no llegaba a comprender. No comprendía cómo un hombre sin maldad como Tuchard, un extranjero, el mismo que se había alegrado tanto con la liberación de los campesinos rusos, podía pegarle a un niño ingenuo como yo. En el fondo yo estaba solamente asombrado, nada ofendido; todavía no sabía sentir las ofensas. Me parecía que yo había cometido alguna travesura, que una vez castigado se me perdonaría y que de nuevo estaríamos todos contentos, iríamos a jugar al patio y reanudaríamos la buena vida.

ío, si yo hubiese sabido. .. - dijo Versilov con la sonrisa negligente de un hombre un poco cansado - qué loco era aquel Tuchard... En fin, no pierdo aún la esperanza de que reunirás tu valor a manos llenas, que nos perdonarás por fin todo esto y que reanudaremos la buena vida.

Se siguió un bostezo enérgico.

éame - grité yo, un poco desorbitado -. Por lo demás, no me pegó más que por espacio de dos meses. Me acuerdo de que yo siempre quería desarmarlo, me lanzaba hacia él para besarle las manos, y se las besaba, llorando con todas las lágrimas de mi cuerpo. Los camaradas se burlaban de mí y me despreciaban, porque Tuchard me utilizaba a veces como criado suyo, me ordenaba que le trajera su ropa cuando él se vestía. En esto mi servilismo encontró instintivamente en qué emplearse: yo trataba con todas mis fuerzas de agradarle, sin mostrarme ofendido en lo más mínimo, porque aún yo no comprendía nada, y hasta hoy mismo me asombro de haber sido tan idiota como para no comprender cuán por debajó estaba de todos ellos. Sin duda mis camaradas me explicaban ya muchas cosas; yo estaba en una buena escuela. Tuchard acabó por preferir los puntapiés en el trasero a los golpes en la cara; seis meses después comenzó incluso a acariciarme de cuando en cuando; solamente que yo estaba seguro de que me pegaría por lo menos una vez al mes, para hacerme recordar cuál era mi puesto. Bien pronto se me volvió a poner con los demás niños, se me dejó jugar con ellos, pero ni una sola vez en el curso de aquellos dos años y medio olvidó Tuchard la diferencia de nuestras condiciones sociales y, aunque sin exagerar, no dejaba de emplearme constantemente para su servicio, y creo que eso era también a título de recordatorio.

"Me fugué, es decir, pensé fugarme, cinco meses después de aquellos dos meses primeros. En general siempre he sido lento en decidirme. Cuando me acostaba y me tapaba con la manta, me ponía inmediatamente a soñar con usted, Andrés Petrovitch, únicamente con usted; ignoro en absoluto por qué era así. Le veía a usted incluso en sueños. Y sobre todo soñaba una y otra vez, siempre apasionadamente, que usted venía de pronto y se me aparecía, que yo me echaría en sus brazos, que me sacaría usted de aquel sitio y me llevaría a su casa, a su despacho, que iríamos juntos al teatro, y así sucesivamente. Sobre todo, que ya no nos separaríamos nunca más: aquello era lo principal. Cuando me despertaba por las mañanas, tropezaba en seguida con las burlas y el desdén de los chiquillos; a uno de ellos se le antojó pegarme y obligarme a que le limpiase los zapatos; me trataba dándome toda clase de nombres insultantes, empeñándose sobre todo en hacerme comprender mi origen, para la mayor alegría de todos los oyentes. Cuando por fin llegaba Tuchard, había siempre en mi interior algo que resultaba intolerable. Yo comprendía que no se me perdonaría nunca. Empezaba ya a comprender poco a poco qué era lo que no se me perdonaría y cuál era mi crimen. Por eso resolví huir. Llevaba ya soñando dos meses con aquello; por fin la decisión quedó tomada; era en septiembre. Aguardé a que llegase un sábado, cuando todos mis camaradas se hubiesen dispersado para pasar el domingo; y me hice cuidadosamente un paquete con los objetos más indispensables; por todo dinero tenía dos rublos. Quería aguardar a que llegase el crepúsculo:."entonces bajaré por la escalera", me decía yo, "saldré y luego ire adelante". Adónde? Yo sabía que Andronikov había partido para Petersburgo, y resolví descubrir la casa de Fanariotova junto al Arbat (60). "Pasaré la noche no importa dónde, paseándome o sentado en un banco; por la mañana le preguntaré a alguien en el patio: dónde está ahora Andrés Petrovitch, y, si no está en Moscú, en qué ciudad o en qué país? No dejarán de decirmelo. Me iré, y a continuación preguntaré en otra parte y a otra persona: por qué sitio salir para dirigirse a tal o cuál ciudad? Saldré e iré, iré por la carretera general. Caminaré siempre; pasaré la noche no importa dónde o bajo los matorrales, no comeré más que pan, con dos rublos tendré para mucho tiempo." Pero el sábado fue imposible escaparme; hubo que esperar hasta el día siguiente, domingo; como hecho adrede, Tuchard y su mujer se ausentaron. No quedamos en toda la casa más que Ágata y yo. Aguardé la noche con una emoción terrible. Estaba sentado, me acuerdo muy bien, delante de la ventana de nuestra clase, mirando por ella la polvorienta caile con sus casitas de madera y sus escasos transéúntes. Tudhard vivía en el fin del mundo y desde nuestras ventanas se veía la puerta de las murallas de la ciudad: si fuese la buena!, me decia yo. El sol se ponía espléndidamente rojo, el cielo estaba helado, un viento áspero, exactamente como el de hoy, levantaba el polvo. Por fin la oscuridad cayó íntegramente; me planté delante del icono y recé, pero aprisa, aprisa, porque estaba muy apurado de tiempo; cogí mi hatillo y bajé de puntillas nuestra escalera chirriante, con un miedo terrible de que Ágata me oyese desde la cocina. La llave estaba en la puerta. Abrí y de repente la noche negra me rodeó, como un desconocido peligroso y sin límites, y el viento se me llevó la gorra. Yo estaba ya fuera. En la acera opuesta resonó el grito ronco de un borracho que maldecía; me detuve, miré, y volví a entrar muy silenciosamente. Muy silenciosamente subí la escalera, muy silenciosamente me desnudé, solté el hatillo y me acosté boca abajo, sin lágrimas y sin pensamientos. Pues bien, desde aquel instante es cuando me puse a pensar, Andrés Petrovitch. Sí, desde el momento en que me di cuenta de que no era sólo un criado, sino también un cobarde. Entonces fue cuando empezó mi desarrollo verdadero y regular.

én empecé a comprender lo que tú eres en realidad! - Era Tatiana Pavlovna que brincaba de pronto, y de manera tan inesperada, que me cogió completámente desprevenido -. No fue solamente en aquel momento cuando fuiste un criado, lo eres siempre, tienes alma de criado! Qué habría podido impedirle a Andrés Petrovitch que hiciera de ti un aprendiz de zapatero? Incluso te habría hecho un favor enseñándote un oficío! Quién habría podido exigir más de él, quién exigía algo? Tu padre, Makar Ivanovitch, no rogaba solamente, sino que casi exigía que no te sacasen de tu condición. No, tú no aprecias bastante lo que él ha hecho por ti al conducirte hasta la Universidad. Gracias a él gozas de los derechos de las clases superiores. Los niños le hacían burla, miren ustedes, y entonces ha jurado vengarse de la humanidad... No eres más que un canalla!

é aplastado por aquella salida. Me levanté y miré un momento sin encontrar nada que responder.

éndome por fin deliberadamente hacïa Versilov -. Soy en efecto lo bastante criado para no contentarme con que Versilov no haya hecho de mí un zapatero. Ni siquiera los derechos de las clases superiores me han enternecido, reclamo a todo Versilov, réclamo un padre... eso es lo que me hace falta. No quiere decir eso que yo sea un criado? Mamá, tengo siempre sobre mi conciencia, desde hace ya ocho años, el momento en que usted vino sola a verme a casa de Tuchard y la manera como la recibí a usted entonces. Pero no es éste el momento de hablar de eso, Tatiana Pavlovna no lo permitirá. Hasta mañana, mamá, quizá volvamos a vernos todavía. Tatiana Pavlovna, qué diría usted si soy aún lo bastante criado para no poder admitir que una persona se vuelva a casar viviendo su mujer? Sin embargo, eso es lo que estuvo a punto de pasarle a Andrés Petrovitch en Ems. Mamá, si no quiere usted quedarse con un marido que se casará mañana con otra, acuérdese de que tiene un hijo, que promete ser un hijo eternamente respetuoso, acuérdese y vayámonos de aquí. Solamente con una condición: o él o yo. Quiere usted? No pido una respuesta inmediata: sé que éstas son preguntas a las que no se puede responder en el acto...

No pude acabar, primero porque me había acalorado y perdía la cabeza. Mi madre se puso lívida, la voz le faltó: no podía decir ya una palabra. Tatiana Pavlovna habló mucho y ruidosamente, aunque yo no pude ni siquiera distinguir lo que ella decía, y por dos veces me hundió el puño en la espalda. Me acuerdo solamente de que ella gritaba que mis palabras estaban "calculadas, largamente acariciadas por un alma mezquina, retorcidas". Versilov seguía sentado, inmóvil y muy serio, sin sonreír. Subí a mi habitación. La última mirada que me acompañó fue la mirada reprobadora de mi hermana; balanceaba la cabeza con aire severo.

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Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
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Notas
Indice de los personajes