Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток).
Segunda parte. Capítulo III

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Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Tercera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes

CAPÍTULO III

I

é, porque le tenía cariño. Al que no me crea, le responderé que, por lo menos en el momento en que yo tomaba aquel dinero, estaba firmemente convencido de que podría, si quisiera, procurármelo en otra parte. Así, pues, lo tomaba no por necesidad, sino por delicadeza, para no herirlo. Ay, he ahí cómo yo razonaba entonces! Pero de todas formas me sentía demasiado confuso al separarme de él aquella mañana. Con respecto a mí, observaba en él un cambio enorme. Él nunca había empleado un tono parecido; y, contra Versilov, era una rebelión declarada. Sin duda Stebelkov lo habia puesto de mal humor; pero aquello había comenzado antes de la llegada de Stebelkov. Lo repito: el cambio podia notarse ya los días precedentes, pero no de esta manera, no hasta tal punto, y eso era lo importante.

Lo que había podido causar aquel efecto era la estúpida noticia relativa a aquel ayudante de campo de Su Majestad, el barón Bioring (94)... También yo había salido turbado, pero... El hecho es que yo tenía entonces otra luz delante de los ojos y dejaba pasar muchas cosas sin prestarles ninguna atención: me apresuraba a dejarlas pasar, rechazaba todo lo que era sombrío y me dirigía hacia lo que brillaba...

No era todavía la una de la tarde. Desde la casa del príncipe me dirigí con mi Matvei, se crea o no, directamente a casa de Stebelkov. Acababa de sorprenderme menos por su visita al príncipe (le había prometido venir) que por los guiños de ojos que me había dirigido según su estúpida costumbre, pero sobre un tema completamente diferente del que yo me imaginaba. Yo había recibido de él, el día anterior por la noche y por correo, un billete bastante enigmático en el cual me suplicaba que fuera a verlo hoy entre la una y las dos: tenía que comunicarme "ciertas cosas inesperadas". Y de aquella carta, no había dicho ni una sola palabra hacía un momento, en casa del príncipe. Qué secretos podía haber entre Stebelkov y yo? La sola idea era ridícula; pero, después de todo lo que había pasado, yo no dejaba de sentir un temblorcillo al dirigirme a su casa. Claro que ya había ido a buscarlo una vez, hacía unos quince días, para una cuestión de dinero, y él me lo había ofrecido, pero no nos habíamos puesto de acuerdo y yo no había aceptado; en aquella ocasión rezongó alguna cosa oscura, según su costumbre, y me pareció que quería hacerme una proposición, ofrecerme condiciones especiales... Y, como yo lo había tratado altivamente todas las veces que me lo encontré en casa del príncipe, rechacé con orgullo toda idea de condiciones especiales y salí, aunque él saliera corriendo detrás de mí hasta la puerta. Y entonces fue cuando le pedí prestado al príncipe.

Stebelkov vivía completamente independiente y con gran lujo: un apartamiento de cuatro hermosas habitaciones, un bonito mobiliario, dos sirvientes, hombre y mujer, más una ama de llaves, por to demás de edad madura. Me mostré muy colérico.

-Escuche usted, señor mío - empecé desde la puerta -; ante todo, qué significa esa cartita? No admito correspondencia entre usted y yo. Y por qué no me ha dicho todo lo que tenga que decirme hace un momento, en casa del príncipe? Me tenía usted a su disposición.

é no habló usted hace un momento? Por qué no me preguntó nada?

Y abrió la boca en una sonrisa de perfecta satisfacción.

-Sencillamente porque no soy yo quien tiene necesidad de usted, sino usted quien la tiene de mí - exclamé enfurecido.

-Y entonces, por qué viene usted a verme, si la cosa es como me dice?

Casi se puso a saltar de alegría. Inmediatamente di media vuelta para marcharme, pero me agarró por el hombro.

á.

Me senté. Lo confieso, me arrastraba la curiosidad. Nos instalamos al extremo de un amplio despacho, el uno frente al otro. Sonrió finamente y levantó el dedo.

-Si le parece, sin finuras y sin rodeos! Y sobre todo sin alegorías. Derecho al grano, o me voy - le grité, enfadado nuevamente.

-Es usted orgulloso! - dijo con un reproche idiota, balanceándose en su sillón y marcando todas las arrugas de la frente.

-Así es como hay que obrar con usted.

íncipe. Trescientos rublos. También yo tengo dinero. El mío vale más.

-Cómo sabe usted que lo he aceptado? - me sentía terriblemente sorprendido -. Es que se lo ha dicho él?

-Me lo ha dicho. Cálmese usted, ha sido de una manera incidental, de pasada, no a propósito. Me lo ha dicho. Pero usted no podía rechazar. Es así o no?

No sé por qué me propone eso; he oído decir que desuella usted a la gente con los intereses.

-Tengo mi été, no desuello a nadie. Fácilito dinero únicamente a los amigos, no a los demás. Para los demás hay el mont-de-piété...

Ese mont-de-piété era sencillamente préstamos sobre objetos dejados en prenda, manipulacíón que se llevaba a cabo en un local distinto, siendo, por lo demás, una empresa floreciente.

-Y el príncipe es uno de sus amigos?

-Lo es. Pero... quiere contarnos paparruchas. Que tenga cuidado!

-Hasta ese punto lo tiene usted entre las manos? Le debe mucho, no?

-Él. .. ? Muchísimo.

á de pagarle. Tiene una herencia...

-Esa herencia no es suya. Me debe dinero, y otra cosa además. No basta con la herencia. A usted le prestaré sin intereses.

-También a título de amigo? Por qué me lo he merecido? - pregunté, echándome luego a reír.

-Se lo merecerá usted.

Avanzó hacia mí con todo su cuerpo y se dispuso a elevar el dedo.

-Escuche... él puede casarse con Ana Andreievna! - y me hizo un guiño infernal.

-Mire, Stebelkov, la conversación está tomando un aspecto demasiado escandaloso... Cómo se atreve usted a mencionar el nombre de Ana Andreievna?

-No se enfade usted.

-Estoy conteniéndome para poder escucharle, porque en todo esto veo no sé qué maquinación y querría saber... Pero ya no puedo resistir más, Stebelkov.

íncipe puede casarse?

-Naturalmente, he oído hablar de ese proyecto, estoy enterado de todo. Pero jamás he comentado eso con el príncipe Sokolski, que sigue enfermo hoy día. Y yo nunca he dicho nada ni he participado en eso. Se lo digo a usted únicamente a título de explicación, y me permito preguntarle ante todo: por qué ha sacado a relucir este tema? Y además, cómo es posible que el príncipe hable de estas cosas con usted?

-No es él quien habla de eso conmigo; no quiere hablarme; soy yo quien le hablo y él no quiere escucharme. Hace un momento se puso a gritar.

-Y con mucha razón; yo lo apruebo!

-El viejo, el príncipe Sokolski, dotará espléndidamente a Ana Andreievna. Ella le agrada. Entonces, el novio, el príncipe Sokolski, me devolverá mi dinero. Y me devolverá también la otra deuda. Seguro que me la devolverá. Mientras que ahora no puede hacerlo.

é puedo serle yo útil?

-Puede usted serme útil para una cuestión esencial: usted los conoce. A usted lo conocen en todas partes. Puede enterarse de todo.

-Demonios!, de qué?

-Si el príncipe consiente, si consiente Ana Andreievna, si consiente el príncipe anciano. Usted puede saber la verdad.

-Y usted me propone que me convierta en su espía, y además por dinero! - salté, indignado.

ía un ratito, no más de cinco minutos.

Hizo que volvieran a sentarse. Se notaba que no le temía ni a mis gestos ni a mis exclamaciones; decidí escucharlo hasta el fin.

-Solamente me hace falta saber, enterarme pronto, porque... porque bien pronto quizá sea demasiado tarde. Ha visto usted hace un momento cómo se tragó la píldora cuando el oficial le habló del barón y de Akhmakova?

Decididamente me rebajé al quedarme más tiempo escuchándolo, pero mi curiosidad estaba interesada de manera irresistible.

-Mire, usted es... usted es un sinvergüenza-dije con tono categórico -. Si me quedo aquí a escucharle y si le permito que hable de esas personas... a incluso si me decido a responderle, no es en absoluto porque le reconozca a usted ese derecho. Solamente es que veo en todo eso no sé qué maquinación. Y ante todo, qué esperanzas puede fundar el príncipe sobre Catalina Nicolaievna?

á rabioso.

-Es falso.

-Está rabioso. Pero dejemos entonces lo que se refiere a Akhmakova. Bueno, en eso he perdido la partida. Queda todavía lo de Ana Andreievna. Le daré a usted dos mil... sin intereses ni pagarés.

Dicho esto, se reclinó, decidido y grave, sobre el respaldo de su sillón y me asaeteó con los ojos. Yo lo miraba también con toda fijeza.

ás que el suyo. Yo daré más de dos mil...

é? Por qué?,qué diablos!

Pataleé un poco. Se inclinó hacia mí y dijo en forma expresiva:

-Para que usted no me moleste.

é.

-Ya sé que usted no dice nada. Eso está bien.

é su aprobación. Es verdad que es una cosa que yo deseo muchísimo por mi parte, pero pienso que no es asunto mío y que sería incluso inconveniente.

-Ya lo ve usted, ya lo ve usted, inconveniente! - repitió, levantando el dedo.

é quiere usted decir?

-Inconveniente... ja, ja! - se echó a reír -. Comprendo, comprendo que sería inconveniente para usted, pero... de verdad que no me estorbará?

Hizo un guiño, pero en aquel guiño había algo horriblemente descarado, burlón, bajo. Suponía en mí no sé qué bajeza, una bajeza con la que él contaba. Aquello estaba claro, pero yo seguía sin comprender adónde quería ir a parar.

én hermana de usted - dijo con intención.

íbo que hable de ella. No tiene usted derecho a hablar de Ana Andreieana.

Deje de mostrarse orgulloso por lo menos un minutito más. Escúcheme: él recibirá dinero y se lo facilitará a todo el mundo - dijo Stebeikov, recalcando la frase -, a todo el mundo, me comprende usted?

-Entonces, usted cree que yo voy a aceptar su dinero?

-Por lo menos lo está aceptando ahora.

ío.

-Suyo?

-Es dinero de Versilov: él le debe veinte mil rublos a Versilov.

-Poco importa!También yo he podido razonar así! Yo sabía que eso importaba muchísimo: no era tan imbécil. Pero repito que razonaba así por "delicadeza".

é -. No comprendo nada de nada. Cómo se ha atrevido usted a hacerme venir para decirme semejantes tonterías?

ó lentamente Stebelkov, lanzándome una mirada penetrante acompañada de una sonrisa de desconfianza.

-Se lo juro, no comprendo una palabra.

-Digo que él puede proveer a todo el mundo, a todo el mundo, solamente que no hay que estorbarlo, no hay que disuadirlo...

é quiere decir con eso de "todo el mundo"? Es que va a proveer a Versilov?

-No está usted solo, ni Versilov tampoco... Hay otras personas. Ana Andreievna es tan hermana de usted como Isabel Makarovna.

é, abriendo los ojos de par en par. Súbitamente hubo en su innoble mirada una especie de lástima hacia mí:

-Entonces es que usted no comprende,tanto mejor! Está muy bien, está muy bien esto de que no comprenda. Es algo admirable... si es verdad que no comprende.

í del todo:

-Váyase al diablo con sus estupideces!Está usted loco! - grité, recogiendo mi sombrero.

No son estupideces. Lo cree? Mire, usted volverá.

á y entonces... entonces hablaremos de otra manera. Hablaremos de cosas serias. Acuérdese de que son dos mil rublos.

II

Había producido en mí una impresión tan turbia y tan sucia, que, al salir, me esforcé en no pensar más en aquello y me limité a escupir asqueado. La idea de que el príncipe hubiera podido hablarle de mí y de aquel dinero me hacía el efecto de un pinchazo de aguja. "Los recuperaré y se los devolveré hoy mismo", pensé con decisión.

Por bestia y retorcido que fuese Stebelkov, yo veía ahora al tunante en todo su esplendor, y, sobre todo, que no podía dejar de haber allí alguna intriga. Únicamente que yo no tenía tiempo entonces para ocuparme en descifrar intrigas, y ésa era la causa principal de mi ceguera momentánea. Miré mi reloj con inquietud, pero todavía no eran ni siquiera las dos; por tanto aún podía hacer una visita, de lo contrario estaría hasta las tres muerto de emoción. Me dirigí a casa de Ana Andreievna Versilova, mi hermana. Me había encontrado con ella hacía mucho tiempo, en casa de mi anciano príncipe, durante su enfermedad. El pensamiento de que no la veía desde hacía tres o cuatro días atormentaba mi conciencia. Pero fue Ana Andreievna quien me sacó del apuro: el príncipe sentía por ella una verdadera pasión y delante de mí la había llamado su ángel de la guarda. A propósito, la idea de casarla con el príncipe Sergio Petrovitch había arraigado efectivamente en la cabeza de mi buen viejo y me lo había incluso manifestado más de una vez, en secreto, naturalmente. De aquello yo le había hablado a Versilov, porque ya antes había notado que, si bien se mostraba indiferente para todas las cosas esenciales, sin embargo siempre se interesaba por las noticias que yo le daba de mis encuentros con Ana Andreievna. Versilov había refunfuñado entonces que Ana Andreievna era bastante inteligente y podía arreglárselas, en un asunto tan delicado, sin consejos de nadie. Stebelkov estaba evidentemente en lo cierto al suponer que el viejo le daría una dote, pero cómo podía él haber contado con una cosa segura? El príncipe acababa de gritarle que no le tenía miedo, pero, al fin y al cabo, no era de Ana Andreievna de quien Stebelkov le había hablado en su despacho? Me imagino hasta qué punto yo me habría sentido furioso en su lugar.

En los últimos tiempos yo iba bastante a menudo a casa de Ana Andreievna. Pero siempre pasaba una cosa rara: era ella siempre la que me concedía la cita y me esperaba con toda puntualidad, pero, apenas llegado, me daba la impresión de que me había presentado allí de una manera completamente inopinada; había observado en ella ese detalle, pero no por eso le tenía menos cariño. Ella vivía en casa de Fanariotova, su abuela. naturalmente a título de pupila (Versilov no daba nada para su manutención), pero con un papel muy distinto del que se atribuye de ordinario a las pupilas de las damas nobles, como por ejemplo en Puchkin, en , la de la vieja condesa. Ana Andreievna era por sí misma una especie de condesa. Tenía en la casa su departamento particular, completamente independiente, aunque en el mismo piso y en el mismo apartamiento que Fanariotova, pero formado por dos habitaciones aisladas, de modo que ni al entrar ni al salir me encontraba yo nunca con ninguno de los Fanariotov. Tenía derecho a recibir a quien quisiera y emplear su tiempo como le pareciera bien. Cierto es que ya había cumplido los veintitrés años. El año pasado había dejado de ir casi en absoluto a las fiestas de sociedad, aunque Fanariotova no ahorrase gastos en su nieta, a la que quería muchísimo, por lo que he oído decir. Por el contrario, lo que más me agradaba en Ana Andreievna era que me la encontraba siempre con un vestido muy modesto, siempre ocupada, con alguna labor o un libro entre las manos. Había en su porte no sé qué de monástico, de casi monjil, que también me agradaba. No era locuaz, pero hablaba siempre con ponderación y le gustaba mucho escuchar, cosa de la que siempre he sido incapaz. Cuando yo le decía que, sin tener ningún rasgo común con él, ella me recordaba enormemente a Versilov, no dejaba de ruborizarse un poco. Se ruborizaba con frecuencia, y siempre rápidamente, pero siempre de una manera muy tenue, y esa particularidad de su rostro me agradaba mucho. En su casa yo nunca designaba a Versilov por su nombre: lo llamaba siempre Andrés Petrovitch, y eso parecía estar convenido tácitamente. Incluso había notado que, en casa de los Fanariotov en general, se debía de tener un poco de vergüenza de Versilov; por mi parte sólo lo había notado en Ana Andreievna, aunque todavia no sepa si "vergüenza" es aquí el término más apropiado; pero había algo de aquello. Yo hablaba también con ella del príncipe Sergio Petrovitch, y ella escuchaba mucho, parecía interesarse por aquellos informes; pero sucedía siempre que era yo quien se los comunicaba sin que ella me preguntase jamás. Yo nunca me había atrevido a hablarle de la posibilidad de un casamiento entre ellos, aunque muchas veces me asaltase el deseo de hacerlo, porque la idea me agradaba muchísimo. Pero había una multitud de temas que yo no me atrevía a abordar en su habitación, y sin embargo me sentía allí infinitamente bien. Lo que también me gustaba mucho era que se trataba de una muchacha muy cultivada que leía enormemente, incluso libros serios; leía mucho más que yo.

La primera vez fue ella quien me hizo ir a su casa. Comprendí entonces que pensaba sacarme alguna noticia. Oh, en aquella época, mucha gente podía sonsacarme con la mayor facilidad! "Pero, qué importa? - me decía yo -; no me recibe solamente por eso." En una palabra, yo me sentía dichoso por poderle ser útil y... y cuando estaba sentado cerca de ella, me parecía siempre que era mi hermana quien estaba a mi lado, aunque nunca hubiésemos hablado de nuestro parentesco, ni con palabras claras ni siquiera con alusiones; se habría dicho que ese parentesco no había existido jamás. Al visitarla en su casa, me parecía completamente imposible abordar aquel tema y, al mirarla, una idea absurda me atravesaba a veces el espíritu:que quizás ella ignoraba aquel parentesco, en vista de la forma que tenía de comportarse conmigo!

III

Al entrar, me encontré con que estaba allí Lisa. Me quedé casi aturdido. Yo sabía muy bien que ellas se habían conocido ya; el encuentro se había producido en casa del "niño de pecho". Tal vez hablaré más tarde, si se presenta la ocasión, del capricho que tuvo la orgullosa y púdica Ana Andreievna de ver aquel niño, así como de su encuentro allí con Lisa; pero no me esperaba en forma alguna que Ana Andreievna ïnvitara a Lisa a su casa. Me sentí por tanto agradablemente sorprendido. Sin demostrarlo, como es natural, le di los buenos días a Ana Andreievna, estreché calurosamente la mano de Lisa y me senté a su lado. Las dos estaban ocupadas con asuntos serios: sobre la mesa y sobre sus rodillas estaba extendido un vestido de noche de Ana Andreíevna, suntuoso pero anticuado, es decir, que se lo había puesto ya tres veces, y que quería transformarlo. Lisa era una gran "artista" en el asunto y tenía buen gusto: se celebraba pues un consejo de guerra entre aquellas "sabihondas". Me acordé de Versilov y me eché a reír; por lo demás, estaba de un humor radiante.

á usted hoy muy alegre. Eso es muy agradable - dijo Ana Andreievna, destacando gravemente cada palabra.

ía una voz de contralto cálida y vibrante, pero pronunciaba siempre calmosa, tranquilamente, bajando un poco sus largas cejas, con una sonrisa fugitiva sobre su pálido rostro.

-Lisa sabe lo desagradable que soy cuando no estoy alegre - respondí jovialmente.

-También es posible que lo sepa Ana Andreievna.

ía la desvergonzada de Lisa. Pobrecilla, si yo hubiese sabido entonces el peso que había en su corazón!

-Qué hace usted ahora? - preguntó Ana Andreievna. (Nótese que era ella quien me había rogado que viniese a verla aquel día. )

í y me pregunto por qué me gusta más encontrarla delante de un libro que delante de una labor. No, verdaderamente, las labores de señoras no van con usted. En ese aspecto, soy de la opinión de Andrés Petrovitch.

--Todavía sigue usted sin decidirse a ingresar en la Universidad?

ñal de que piensa en mí algunas veces. Pero, en lo que se refiere a la Universidad, todavía no estoy decidido, y además tengo ciertos proyectos.

-Lo cual quiere decir que tiene su secreto - observó Lisa.

-Déjate de bromas, Lisa. Un hombre inteligente ha dicho estos días que todo nuestro movimiento progresista de estos últimos veinte años ha probado en primer lugar que todos somos unos groseros incultos. Y, como era justo, no ha olvidado nuestras universidades.

á ha estado en lo cierto; con mucha frecuencia tú repites sus mismas ideas - observó Lisa.

ía que, en opinión suya, carezco de cerebro.

-En nuestra época es útil escuchar los discursos de las personas inteligentes y retenerlos - replicó Ana Andreievna, intercediendo ligeramente a mi favor.

-Exactamente, Ana Andreievna - repliqué con ardor -. Quien no piensa en estos momentos en Rusia, no es ciudadano. Considero a Rusia desde un punto de vista tal vez extraño: hemos sufrido la invasión tártara, luego dos siglos de esclavitud, sin duda porque lo uno y lo otro fueron de nuestro gusto. Ahora se nos ha dado la libertad y se trata de soportarla: podremos hacerlo? Nos gustará realmente la libertad? He ahí el problema.

Lisa envió una mirada rápida a Ana Andreievna; ésta bajó inmediatamente la cabeza y fingió estar buscando alguna cosa; vi que Lisa hacía los mayores esfuerzos por contenerse, pero de repente nuestras miradas se encontraron por casualidad y ella estalló en una carcajada; yo prorrumpí:

-Perdón! - dijo bruscamente, cesando de reír y casi con pena -. No sé lo que tengó en la cabeza...

De pronto unas lágrimas temblaron en su voz; me dio una vergüenza espantosa: le cogí la mano y se la besé con fuerza.

-Es usted muy bueno - me dijo dulcemente Ana Andreievna, viéndome besar la mano de Lisa.

ír. Lo creerá usted, Ana Andreievna?: todos estos últimos días me ha estado recibiendo con una mirada especial y en su mirada una especie de pregunta: "Y bien, te has enterado de algo? Va todo bien?"- Verdaderamente, hay algo en ella de ese tipo.

ó lenta y fijamente; Lisa bajó los ojos. Por lo demás, yo notaba muy bien que había entre ellas muchísima más intimidad de la que yo hubiera supuesto al entrar; aquella idea me resultó agradable.

-Acaba usted de decir que soy bueno; no podría usted creer hasta qué punto me siento mejorado al estar aquí y lo bien que me encuentro en su casa, Ana Andreievna -. - dije emocionado.

-Y a mí me encanta oírle hablar así en este momento - me respondió ella con gravedad.

ía, estuviese informada de todo a incluso preguntase a los demás por mí. Por tanto aquélla era la primera alusión, y mi corazón no hizo más que sentirse todavía más atraído hacia ella.

-Y nuestro enfermo? - pregunté.

á esperando.

-Estoy en deuda con él, pero ahora es usted quien lo visita y me ha reemplazado perfectamente. Es un gran infiel, me ha cambiado por usted.

ía pasar muy bien por una vulgaridad.

-Salgo de casa del príncipe Sergio Petrovitch, y... A propósito, Lisa, has estado en casa de Daria Onissimovna?

-Sí - respondió ella brevemente, sin levantar la cabeza -. Pero me parece que vas todos los días a casa del príncipe enfermo, no es asi? - preguntó de pronto, quizá para decir algo.

í, voy, solamente que no llego hasta el final - respondí riendo -. Entro y hago un giro a la izquierda.

íncipe ha notado que va usted con mucha frecuencia a casa de Catalina Nícolaievna. Ayer hablaba de eso y se rió mucho - dijo Ana Andreievna.

-Y de qué se reía?

-Bromeaba, ya usted me comprende. Decía que, al contrario de lo que se piensa, una mujer joven y bella produce siempre en un joven de la edad de usted una impresión de furia y de cólera. .. - dijo Ana Andreievna, echándose luego a reír.

-Oiga... Sabe usted que eso está muy bien dicho? -exclamé -. Seguramente no es cosa de él; será usted quien se lo habrá apuntado, no es así?

é? No; es cosa suya.

-Y si esa hermosa le presta atençión, aunque él sea tan poquita cosa, que se mantiene en un rincón y le da rabia ser "su pequeño", y si de pronto ella lo prefiere a la multitud de adoradores que la rodean, qué pasará entonces? - pregunté bruscamente con semblante atrevido y provocador mientras el corazón me latía con fuerza.

-Pues que estás perdido frente a ella - respondió Lisa, y estalló en una carcajada.

-Perdido? - exclamé -. No, ne estoy perdido. Creo firmemente que nunca estaré perdido. Si una mujer se atraviesa en mi camino, está obligada a seguirme. No se me cierra el camino impunemente...

ía, incidentalmente, mucho tiempo después, que yo había pronunciado esa frase de una manera extraña, con una terrible seriedad y como sumido de pronto en mis reflexiones; pero en aquel momento "resultaba tan cómico, que no había manera de contenerse". Efectivamente, Ana Andreievna se echó a reír una vez más.

íase, búrlese de mí! - exclamé en una especie de embriaguez, porque toda aquella conversación y su tono me agradaban enormemente -. Que lo haga usted, es para mí un placer. Me encanta oír su risa, Ana Andreievna. Es su característica más acusada: se queda usted silenciosa y luego se echa de pronto a reír, en un instante, sin que en el segundo anterior hubiese nada en su rostro que presagiara esa risa. En Moscú conocí de lejos a una señora, puesto que yo la miraba desde mi rinconcito: era casi tan guapa como usted, pero no sabía reír y su rostro, tan seductor como el de usted, perdía con eso toda su seducción; lo que me atrae en usted tanto, es esa facultad... He aquí algo que hace mucho tiempo quería decírselo.

Cuando pronuncié la frase sobre la dama "tan guapa como usted", estaba mintiendo; fingí que aquella frase se me había escapado sin querer, incluso sin darme cuenta; sabía que aquel elogio "escapado" sería más apreciado que no importa qué cumplido alambicado. Y Ana Andreievna se sonrojó inútilmente: yo estaba seguro de que se sentía contenta. Incluso la dama en cuestión era imaginaria: nunca había conocido en Moscú a semejante señora; era únícamente para halagar a Ana Andreievna y producirle una alegría.

-Se podría creer verdaderamente - me dijo con una sonrisa encantadora -- que estos días últimos ha estado usted sometido a la influencia de alguna beldad.

ía la impresión de estar volando... Incluso me daban ganas de hacerle una confidencia... pero me contuve.

-A propósito, hace un momento se le ha escapado a usted a cuenta de Catalina Nicolaievna una expresión completamente hostil.

és Petrovitch; a él se le calumnia también, diciendo que ha estado enamorado de ella, que le ha hecho proposiciones y no sé cuántas tonterías más. Esa idea no es menos monstruosa que la otra calumnia que pretende que ella le haya ofrecido al príncipe Sergio Petrovitch casarse con él sin que después haya cumplido su palabra. Sé de buena tinta que todo eso es falso y que no consistió más que en broma. Estoy muy bien enterado. En cierta ocasión, en el extranjero, en un momento de alegría, ella le dijo efectivamente al príncipe: "Quizá", refiriéndose al porvenir; pero, era aquello otra cosa que una palabra lanzada al aire? Sé muy bien que el príncipe, por su parte, no puede conceder el menor valor a una promesa de esa clase, ni ésa es tampoco su intención - añadí, conteniéndome -. Tiene ideas muy diferentes - insinué con astucia -. Hace un momento Nachtchokine decía en su casa que Catalina Nicolaíevna se va a casar con el barón Bioring. Pues bien, créanme ustedes, ha escuchado esa noticia con la mayor tranquilidad del mundo, pueden estar convencidas.

-Que Nachtchokine estaba en su casa? -preguntó Ana Andreievna con gravedad y como asombrada.

-Y Nachtchokine le ha hablado de ese casamiento~ con Bioring? - continuó Ana Andreievna, súbitamente interesada.

-Del casamiento, no; sino de su posibilidad, de un rumor. Dice que ese rumor corre por el gran mundo. Por mi parte, estoy convencido de que se trata de una estupidez.

ó y se inclinó sobre su labor

ía al príncipe Sergio Petrovitch -añadí de pronto ardorosamente -. Tiene sus defectos, es indudable, ya otras veces he hablado de eso, una cierta estrechez de ideas... pero esos mismos defectos manifiestan la nobleza de su alma, no es verdad? Por ejemplo, hoy mismo, hemos estado a punto de enfadarnos por una idea: está convencido de que, para hablar de la nobleza, es preciso que sea noble el que habla; de lo contrario, todo lo que dice es una mentira. Pues bien, es eso lógico? Indudablemente, no; pero eso mismo revela sus altas exigencias en cuestión de honor, de deber, de justicia... No tengo razón?Ah, Dios mío!, qué hora es? - exclamé, habiéndose fijado mi mirada por casualidad en la esfera del reloj colocado sobre la chimenea.

-Las tres menos diez - declaró ella tranquilamente, después de haber mirado el reloj.

Todo el tiempo que yo había estado hablando del príncipe me había escuchado con los ojos bajos, con una cierta ironía marrullera, pero suave: sabía por qué me preocupaba de alabarlo tanto. Lisa escuchaba con la cabeza inclinada sobre su labor, y desde hacía largo rato no tomaba parte en la conversación.

Me puse en pie de un brinco como si acabara de sufrir una quemadura.

-Sí... no... Tengo prisa, es verdad. Pero permítame un momento... Una palabra solamente, Ana Andreievna - empecé a decir todo conmovido -, ya hoy no puedo callarlo más. Quiero confesarle que muchísimas veces he bendecido ya su bondad y la delicadeza con que me ha invitado a visitarla... Nuestras relaciones han producido en mí la más fuerte impresión... En casa de usted, me. purifico; salgo de su casa mejor de lo que era. Es verdad. Cuando estoy a su lado, no solamente no puedo decir nada malo: ni siquiera puedo tener malos pensamientos; desaparecen en presencia de usted. Si un mal recuerdo me pasa por la cabeza, estando junto a usted, en seguida me ruborizo y me da vergüenza. Y mire, me ha resultado particularmente agradable encontrar hoy a mi hermana en casa de usted... Eso demuestra tanta nobleza por su parte... un sentimiento tan bello... En una palabra, me ha dicho usted algo tan fraternal, si me permite que rompa por fin el hielo, que yo...

Mientras yo hablaba, ella se había levantado y se sonrojaba más y más. De pronto se asustó, como si hubiera un límite que no se debía sobrepasar, y me interrumpió rápidamente:

-Créame, sabré apreciar con todo mi corazón sus sentimientos... Sin palabras, ya había comprendido... desde hace mucho tiempo...

ó, turbada, estrechándome la mano.

ó a la otra habitación.

IV

-Lisa, por qué me has tirado de la manga? - le pregunté.

-Es mala, es astuta, no merece... Te mima para hacerte hablar - me confió en un susurro rápido y lleno de odio.

ás le había yo visto semejante fisonomía.

-Qué estás diciendo, Lisa?Una muchacha tan encantadora!

-Qué te pasa?

ás ella es la más deliciosa de las muchachas y la mala soy únicamente yo. Bueno, déjame. Escucha: mamá te pide "lo que ella misma no se atreve a decir". Son sus propias palabras. Mi querido Arcadio! Deja de jugar, cariño, te lo suplico... mamá también...

-Lisa, yo también lo sé, pero... Sé que es una cobardía, pero... son idioceces y nada más. Mira, he contraído deudas con un imbécil, y quiero recuperarme para verme libre. Hay maneras de ganar, porque hasta ahora he jugado sin cálculo, al azar, como un imbécil, mientras que ahora temblaré por cada rublo... Dejaré de ser yo, si no gano! En mí no es una pasión; no es la cosa esencial, es algo pasajero, te lo aseguro. Soy demasiado fuerte para no apartarme en cuanto quiera... Devolveré el dinero, y entonces estaré con vosotras sin ninguna reserva, y dile a mamá que no os abandonaré..,

-Esos trescientos rublos de hace un momento te han costado muchísimo.

ómo lo sabes? -- pregunté estremeciéndome.

ía Onissímovna lo oyó todo...

Pero en aquel instante Lisa me empujó detrás de la cortina y los dos nos vimos en el "mirador", una habitacioncita redonda toda de ventanas. No había vuelto en mí de mi sorpresa cuando oí una voz conocida y un ruido de espuelas, y adiviné unos pasos que me resultaban familiares.

-El príncipe Serioja? - susurré.

-El mismo - murmuró ella.

é tienes tanto miedo?

-Porque sí; no quiero que me vea aquí por nada del mundo...

-Tiens, estará por casualidad cortejándote?-pregunté, y me eché a reír -. Ya le daré una buena lección. Adónde vas?

-Salgamos. Me voy contigo.

í. Tengo el abrigo en la antecámara...

Salimos; en la escalera se me ocurrió una idea:

-Mira, tal vez ha venido a declarársete.

á... - afirmó lentamente y con firmeza, en voz baja.

-Fijate, Lisa, aunque acabo de enfadarme con él, puesto que ya te lo han contado... te lo juro, lo aprecio sinceramente y deseo que tenga éxito. Hemos hecho la paz. Somos todos tan buenos cuando nos sentimos dichosos... Mira, hay muchas cosas buenas... y cosas humanas... por lo menos la semilla... y, entre las manos de una muchacha firme e inteligente como Versilova, él se pondría completamente en orden y llegaría a ser feliz. Es una lástima que en algunos momentos... Pero vamos a ir juntos un buen trecho, me gustaría contarte...

ú solo, yo voy por otro lado. Vendrás a casa?

-Iré, iré, te lo prometo. Escucha, Lisa; hay un individuo innoble, en una palabra, la criatura más infame de todas, Stebelkov, si sabes a quién me refiero... Ese tiene sobre sus asuntos un poder terrible... Tiene unos pagarés... en una palabra, lo tiene entre las garras y bien sujeto por cierto, y el otro ha caído ya tan bajo, que los dos no ven más salida que ofreciéndose a Ana Andreievna. Haría falta prevenirla en serio; por lo demás, son tonterías, ella misma arreglará todo eso más tarde. Y qué crees tú, lo rechazará?

ós. No tengo tiempo - interrumpió Lisa, y vi de repente en su mirada furtiva tanto odio, que exclamé, espantado:

-Lisa, cariño, por qué...?

-No es contra ti. Únicamente, no juegues más...

é más, se acabó.

"cuando nos sentimos dichosos". Pues bien, te sientes tú muy dichoso?

-Terriblemente dichoso!Lisa, terriblemente!Dios mío, pero son ya las tres, incluso más! Adiós, mi pequeña Lisa; dime, cariñito, se puede hacer esperar a una mujer? Está eso permitido?

-En una cita?

Lisa sonrió apenas, con una sonrisa que le nacía ya muerta, temblorosa.

-Darte suerte? Mi mano?Por nada en el mundo!

Y se alejó rápidamente. Había lanzado aquel grito con tanta seriedad! Me lancé sobre mi trineo.

Sí, sí, era aquella " dicha" lo que constituía la causa principal de mi ceguera, de que, como un topo ciego, no comprendiese ni viese nada fuera de mí mismo!

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Notas
Indice de los personajes

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