Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток).
Segunda parte. Capítulo IV

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Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
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Notas
Indice de los personajes

ÍTULO IV

I

ún, es para mí como un espejismo. Cómo una mujer así había podido darle una cita a un muchacho tan mezquino como lo era yo en aquella época? Eso era lo que sucedía a primera vista. Cuando, después de haber dejado a Lisa, me alejé rápidamente, el corazón me latía y me pareció haber perdido la razón: la idea de una cita se me antojó de pronto de un absurdo chocante, que no había manera de creer en ello. Y sin embargo no sentía la menor duda; es más, cuanto más escandalosa me parecía aquella absurdidad, más creía en ella.

Habían dado ya las tres, eso era lo que me inquietaba: "Teniendo una cita, llegar tarde! " También se presentaban a mi espíritu cuestiones estúpidas de esta índole: " Qué es ahora más conveniente: la audacia o la timidez?" Pero todo aquello no hacía más que pasar, porque en mi corazón estaba lo esencial, un algo esencial que yo no podía precisar. Era algo que había sido dicho la víspera: "Estaré mañana a las tres en casa de Tatiana Pavlovna." Era todo. Pero, primeramente, en su casa, en su habitación, yo era recibido de una forma completamente particular, y ella podía decirme todo lo que quisiera sin trasladarse a casa de Tatiana Pavlovna. Entonces, qué objeto tenía fijar otro lugar, decir que en casa de Tatiana Pavlovna? Otra pregunta más: Tatiana Pavlovna estará en su casa o no? Si se trata de una cita, Tatiana Pavlovna no estará. Y cómo hacer que no esté sin explicárselo todo previamente? Está entonces Tatiana Pavlovna en el secreto? Esa idea me parecía horrible, inconveniente, casi grosera.

En fin, sencillamente, ella había podido tener la intención de hacerle una visita a Tatiana Pavlovna: me lo había comunicado el día anterior sin otro propósito, y yo me había formado unas ideas raras. Aquello había sido dicho incidentalmente, con todo abandono, con entera tranquilidad, y después de una sesión bien aburrida, porque todo el tiempo que permanecí en su casa había estado como desorientado: clavado en mi sitio, farfullando y no sabiendo qué decir, rabioso y tímido, mientras que ella se disponía a salir, como se descubrió en seguida, y le alegró ver que me marchaba. Todas estas reflexiones se arremolinaban en mi cerebro. Resolví finalmente: "Iré, llamaré, la cocinera abrirá, y preguntaré: Está Tatiana Pavlovna en casa? Si no está, será desde luego una cita." Pero yo no tenía la menor duda,en absoluto!

í corriendo y, una vez en el rellano, delante de la puerta, todo mi terror desapareció: " Vamos- me dije-, lo principal es hacerlo pronto."La cocinera abrió y gangoseó con su flema repugnante que Tatiana Pavlovna no estaba en casa. "Y no hay nadie más? No hay nadie que espere a Tatiana Pavlovna?" Quise hacer aquella pregunta, pero no la hice: "Yo mismo veré." Farfullándole a la cocinera que me quedaría a esperar, me quité la pelliza y abrí la puerta...

Catalina Nicolaievna estaba sentada delante de la ventana y " aguardaba a Tatiana Pavlovna".

á ella ahí? - me preguntó con preocupación e inquietud, en cuanto me vio.

Su voz y su rostro respondían tan poco a mis esperanzas, que me quedé clavado en el umbral.

én se refiere? - balbuceé.

-A Tatiana Pavlovna! Ayer le rogué a usted que le dijese que estaría en su casa a las tres.

-Yo... pero yo no la he visto.

é caer como muerto en una silla. He aquí de lo que se trataba: estaba claro como el día! Y yo, yo que me empeñaba todavía en creer...

No me acuerdo de que usted me rogase que se lo dijera. Usted no me pidió nada: me dijo solamente que estaría aquí a las tres - interrumpí con impaciencia y sin mirarla.

-Ah! - exclamó ella de improviso -. Entonces, si a usted se le ha olvidado decírselo y si sabía. por otra parte, que yo estaría aquí, por qué ha venido?

Levanté la cabeza: ni burla ni cólera en su rostro, sino una sonrisa luminosa y alegre, una travesura muy marcada en. su expresión, su expresión de siempre por lo demás, una travesura casi infantil: "Pues bien, como ves, te he cogido en la trampa. Qué vas a decir ahora?", parecía expresar todo su rostro.

é los ojos. Aquel silencio duró medio minuto.

ó ella bruscamente.

-Vengo de casa de Ana Andreievna, no he estado en casa del príncipe Nicolás Ivanovitch... y usted lo sabe muy bien - añadí.

-No le ha pasado a usted nada en casa de Ana Andreievna?

ía este aire antes de ver a Ana Andreievna.

ás cuerdo en su casa?

-No. Allí me he enterado de que va usted a casarse con el barón Bioring.

-Es ella quien se lo ha dicho? - preguntó, súbitamente interesada.

érselo oído decir a Nachtchokine, que se lo comunicó al príncipe Sergio Pétrovitch.

Seguía sin levantar los ojos sobre ella; mirarla era lo mismo que bañarse en luz, en alegría y en felicidad, y yo quería ser dichoso. El aguijón de la cólera estaba clavado en mi corazón, y en un instante tomé una decisión colosal. En seguida me puse a hablar, no sé ya bien de qué. Me ahogaba y balbuceaba, pero ahora la rniraba atrevidamente. El corazón me latía con fuerza. Dije no sé qué frase que no tenía nada que ver con aquello, por lo demás bastante bien construida. Al principio me escuchó con su sonrisa igual y paciente, que no abandonaba jamás su rostro; pero, poco a poco, el asombro, el espanto luego, atravesaron su mirada inmóvil. Sin embargo su sonrisa no la abandonaba, pero esa misma sonrisa suya temblaba a veces.

é tiene usted? - pregunté de pronto, al observar que ella había temblado de la cabeza a los pies.

-Tengo miedo de usted - me respondió, casi alarmada.

é no se marcha? Ahora que Tatiana Pavlovna no está y que usted sabe muy bien que no vendrá, su obligación es levantarse a irse.

Yo quería aguardar, pero ahora... en efecto...

Se había levantado a medias.

édese sentada! - dije, deteniéndola -. Acaba usted de temblar de nuevo, pero, incluso con su miedo, sigue sonriendo... Usted siempre tiene su sonrisa... Mire, ahora se sonríe completamente...

á usted delirando?

-Estoy delirando.

-Tengo miedo... - murmuró ella otra vez.

-De qué?

ñetazos en las paredes---. --- sonrió ella nuevamente, pero con verdadero miedo.

-No puedo resistir su sonrisa...!

ía algo que me empujaba. Nunca, nunca jamás le había hablado de aquella manera: siempre con timidez. Y ahora también, pero sin embargo hablaba; me acuerdo de que pronuncié un verdadero discurso sobre su rostro:

-No puedo resistir más su sonrisa! - exclamé de improviso -. Y yo que la veía a usted, ya en Moscú, temible, magnífica, dejando caer pérfidas palabras mundanas! Sí, en Moscú; ya allí hablábamos de usted con María Ivanovna, tratábamos de verla tal como debía de ser... Se acuerda usted de María Ivanovna? Estuvo usted en su casa. Durante el viaje la vi en sueños toda la noche en mi vagón. Aquí, antes de su llegada, he estado mirando todo un mes su retrato en el despacho de su padre, y no he adivinado nada. Porque la expresión que usted tiene en el rostro es de una malicia infantil y de una sencillez infinita, eso es todo. Es una expresión que he admirado en usted siempre que la veo. Oh! Claro que también sabe usted tener un semblante altivo y aplastar con la mirada: me acuerdo cómo me miró en casa de su padre, cuando estaba recién llegado de Moscú... La vi entonces, y sin embargo, si me hubieran preguntado en seguida cómo era usted, no habría podido decir nada. Ni. siquiera cómo era su talle! No hice más que verla y me quedé ciego. Su retrato no se le parece lo más mínimo: no tiene usted los ojos oscuros, sino claros; son las largas pestañas las que los hacen parecer sombríos. Es usted gruesa, de estatura regular, pero de un grosor carnoso, ligero, un grosor de aldeana joven y sana. También su rostro es completamente rústico, un rostro de belleza pueblerina. No se ofenda usted, no hay cosa más excelente que un rostro redondo, sonrosado, claro, atrevido, risueño y... tímido. Sí, tímido. Tímido, Catalina Nicolaievna Akhmakova!Tímido y casto, lo juro!Más que casto, lo juro!Más que casto, infantil: eso es su rostro! Es una cosa que siempre me ha tenidó asombrado y que me ha hecho preguntarme una y otra vez: es de verdad la misma mujer? Ahora ya lo sé, es usted muy inteligente, pero al principio la creía un poco simplona. Tiene usted el espíritu alegre, pero sin bellezas ficticias... Lo que más me gusta de todo es su eterna sonrisa: esó es mi paraíso. Me gusta también su calma, su dulzura, su manera de hablar, reposada, tranquila y casi perezosa. Ésa es la pereza que amo. Creo que, si un puente se hundiese bajo sus pies, usted continuaría hablando con ese tono medido y reposado... Yo creía que era usted el colmo del orgullo y de las pasiones, y he aquí que hace dos meses que habla usted conmigo como una estudiante con un estudiante... Yo no me figuraba nunca una frente como ésa: un poco baja, como una estatua, pero tierna y blanca corno el mármol, bajo una cabellera suntuosa. Tiene usted el pecho alto; el andar, ligero; una belleza extraordinaria y ni el más mínimo orgullo. Sólo ahora lo creo, siempre me había negado a creerlo!

ó con grandes ojos abiertos de par en par aquella tirada bárbara. Se daba cuenta de que yo temblaba. En varias ocasiones levantó con un gesto gracioso y prudente su manecita enguantada, para detenerme, pero cada vez la retiraba perpleja y temerosa. Incluso en ocasiones, se echaba haciá atrás rápidamente con todo el cuerpo. Dos o tres veces, una sonrisa alumbró de nuevo su rostro; hubo un momento en que se sonrojó muchísimo, pero al final tuvo verdaderamente miedo y palideció. Apenas me hube parado, tendió su mano y pronunció con voz suplicante, pero siempre mesurada:

á permitido hablar así...

Y de repente se levantó, cogió sin prisa su manteleta y su manguito de cebellina.

-Se va usted? - exclamé.

ía... - dijo ella, como con pena y reproche.

-Escúcheme, no voy a hundir las paredes, se lo juro.

ó -. Ni siquiera estoy segura de que me deje pasar.

Y creo que temía verdaderamente que le cerrase el paso.

é la puerta, puede irse, pero sépalo bien, he tomado una decisión importantísima; y si quiere usted darle luz a mi alma, vuelva, siéntese y escuche solamente dos palabras. Si no quiere, váyase y yo mismo le abriré la puerta.

Me miró y se. volvió a sentar.

-Con qué indignación habría salido otra. nujer cualquiera, y usted ha vuelto a sentarse! - dejé escapar en mi embriaguez.

ía permitido usted hablar así.

ímido. Ahora también; no sabía lo que iba a decir cuando he llegado. Se figura usted que no soy tímido ya? Lo soy siempre. Pero he tomado de golpe una decisión importantísima y he comprendido que voy a ponerla en práctica. Habiéndola tomado, he perdido la cabeza y me he puesto a hablar... Escúcheme, he aquí mis dos palabras: soy yo su espía, sí o no? Respóndame.Ésa es la pregunta!

El sonrojo le subió bruscamente al rostro.

-No responda todavía, Catalina Nicolaievna, continúe escuchando y en seguida dígame toda la verdad.

Yo había derribado de un manotazo todas las barreras y volaba por el espacio.

II

í detrás de la cortina... ya usted sabe... y usted con Tatiana Pavlovna hablaba de la carta. Me lancé, fuera de mí, y hablé más de la cuenta. Usted comprendió en seguida que yo estaba enterado de algo... no tenía usted más remedio que comprenderlo... usted buscaba un documento importante y temía el destino que se le pudiera dar... Espere, Catalina Nicolaievna, no hable todavía. Le confieso que sus sospechas estaban bien fundadas: ese documento existe... es decir, existía... yo lo he visto; se trata de la carta que usted le escribió a Andronikov, no es así?

-Usted ha visto esa carta? - preguntó ella rápidamente, llena de turbación y de temor -. Dónde la ha visto?

-La vi... la vi en casa de Kraft... el que se mató...

é ha sido de ella?

éndolo usted?

-Delante de mí. La rompió, pensando ya en su muerte, sin duda... Yo no sabía que iba a pegarse un tiro...

-Así, pues, está destruida. Alabado sea Dios! - dijo lentamente, después de lanzar un suspiro, y se santiguó.

ía mentido. O más bien yo había mentido sin proponérmelo, puesto que el documento estaba en mi casa y nunca había estado en casa de Kraft, pero aquello no era más que un detalle. En lo esencial yo no había mentido, porque, en el mismo instante en que estaba mintiendo, me prometía quemar aquella carta esa misma noche. Y lo juro, si la hubiese tenido en el bolsillo en aquel instante, la habría sacado y se la habría entregado; pero no la llevaba conmigo, estaba en casa. Por lo demás, quizá no se la habría dado, porque me habría resultado muy difícil confesarle que era yo quien tenía la carta y que la había conservado tanto tiempo sin dársela. Es igual: yo la habría quemado en casa de todas maneras y no he mentido. Yo era puro en aquel instante, puedo jurarlo.

-Si es así -- continué, casi fuera de mí -, dígame una cosa: por qué me ha atraído usted, me ha halagado y me ha recibido en su casa, sino porque sospechaba que yo conocía la existencia del documento? Espere - continué -, Catalina Nicolaievna, todavía un minutito, no hable y déjeme acabar: todas las veces que yo venía a verla, todo este tiempo he estado sospechando que usted me animaba únicamente para hacerme hablar de esa carta, para obligarme a confesar... Espere todavía un momento; yo sospechaba, pero sufría. La doblez de usted me resultaba insoportable porque... porque yo había descubierto en usted a la más noble de las criaturas. Se lo digo francamente, sí, se to digo a usted francamente: yo era su enemigo, pero había descubierto en usted a la más noble de las criaturas. Todo fue vencido de repente. Pero la duplicidad me tenía abrumado... Ahora debe decidirse todo, explicarse, ha llegado el momento; pero aguarde todavía un poco, no hable, entérese de la manera que considero ahora todo esto, en el momento actual; se lo digo francamente: si todo ha ocurrido como yo digo, no me enfadaré... quería decir más bien: no me sentiré ofendido, porque es lo más natural del mundo, lo comprendo. Qué puede haber en eso de cosa mala y contra naturaleza? Usted está atormentada por ese documento, sospecha que hay alguien que lo sabe todo, y claro, usted podía desear perfectamente que ese individuo hablase... No hay en eso nada de malo, absolutamente nada. Hablo sinceramente. Pero sin embargo es preciso que usted me diga ahora mismo una cosa... que usted confiese (perdone esta expresión). Tengo necesidad de saber la verdad. Tengo una necesidad tan grande! Así, pues, dígame: era para hacerme hablar del documento por lo que me engatusaba?..., era por eso, Catalina Nicolaievna?

ía la frente ardiendo. Ella me escuchaba ahora sin inquietud; al contrario, su fisonomía revelaba emoción; pero tenía un aire un poco tímido, tal vez por vergüenza.

--Era por eso -- declaró lentamente y a media voz-. Perdóneme, he hecho mal - agregó de pronto, levantando las manos ligeramente hacia mí.

ía ya tan bien.

-Y usted me dice: "He hecho mal" con esa tranquilidad: " He hecho mal" - exclamé.

-Oh!, hace ya mucho tiempo que comprendo que me estoy portando muy mal con usted... Y me alegro de que hoy se ponga todo en claro...

é no lo dijo usted antes?

ía cómo decirlo - sonrió -. O, mejor dicho, si habría sabido - volvió a sonreír --, pero tenía remordimientos... porque es muy cierto que al principio lo "atraje", como usted dice, únicamente para eso, pero en seguida yo misma me sentí asqueada... y toda esta falsedad me ha desagradado muchísimo,se to aseguro! - agregó con amargura -y además todas a estas preocupaciones!

-Y por qué, por qué no hacer la pregunta francamente? Usted podría haberme dicho: "Puesto que conoce la carta, a qué fingir esa ignorancia?" E inmediatamente yo se lo habría contado todo, se to habría confesado todo en un instante.

-Es que... le tenía un poco de miedo. Lo confieso, no me inspiraba usted la suficiente confianza. Y, además, a decir verdad, si yo he obrado con doblez, también usted ha hecho lo mismo - añadió, echándose luego a reír.

-Sí, sí, me he portado indignamente! - exclamé abatidísimo -. Oh, no sabe usted todavia todo lo bajo que he caído, en qué abismo...!

ó dulcemente -. Esa carta - agregó con tristeza - ha sido el acto más triste y más insensato de mi vida. Mi conciencia me lo ha reprochado siempre. Influida por las circunstancias y por mis temores, llegué a dudar de mi querido y magnánimo padre. Sabiendo que esa carta podía caer... en manos de gente malvada... pudiendo pensarlo todo - dijo eso con fuego -, temblaba con la idea de que pudieran servirse de ella para enseñársela a papa... Y eso habría podido producir en él una impresión fortísima... en su estado... en su salud... y me habría detestado... Sí - agregó, mirándome a los ojos y después de haber sorprendido sin duda algún fulgor en mis miradas -, sí, temía también por mí misma: temía que... bajo la influencia de su enfermedad... fuera a privarme de sus bondades... La verdad es que ese sentimiento también estaba presente en mí, pero en eso estoy segura de que también he pensado mal de él: él es tan bueno y tan generoso, que seguramente me habría perdonado. Y eso es todo lo que ha sucedido. En cuanto a mi conducta respecto a usted, pues bien, reconozco que no debería haber obrado así - acabó, súbitamente avergonzada -. Me hace usted avergonzarme de mí misma.

-No, no tiene usted por qué avergonzarse! - exclamé.

-La verdad es que yo contaba con su impulsividad... y lo confieso - dijo, bajando los ojos.

-Catalina Nicolaievna! Qué, qué la obliga, dígamelo, qué la obliga a hacerme confesiones semejantes? - exclamé como embriagado -. Qué le costaba a usted levantarse y, con expresiones escogidas, de la manera más delicada, probarme, como dos y dos son cuatro, que todo esto ha sucedido, pero que a pesar de todo no ha sucedido: usted me comprende, lo mismo que de ordinario se sabe tratar entre ustedes, en el gran mundo, las verdades más incuestionables?Yo soy un bruto y un grosero, la habría creído inmediatamente, habría creído de su boca todo lo que usted me hubiese querido contar! Qué trabajo le costaba a usted obrar de esa manera? No tendría miedo de mí? Cómo ha podido humillarse voluntariamente delante.de un pequeño chismoso, de un muchacho miserable?

ó con una infinita dignidad, sin duda no habiendo comprendido mi exclamación.

-Mire,es que era una cosa tan mala y tan desconsiderada por mi parte! - exclamó ella, llevándose la mano a la cara, como para esconderse detrás -. Ya ayer tenía vergüenza, y por eso no me sentía a mis anchas cuando vino usted a verme... La verdad es - añadió - que hoy las circunstancias son tales, que me es absolutamente necesario saber por fin toda la verdad sobre la suerte de esa malhadada carta que, por otra parte, empezaba ya a olvidarla... porque no era exclusivamente por la carta por lo que le recibí a usted en casa - añadió bruscamente.

Me tembló el corazón.

ó finamente -, desde luego que no. Yo... Usted lo ha notado muy bien hace un momento, Arcadio Makarovitch, usted ha dicho que hablábamos como un estudiante con una condiscípula. Se lo aseguro, con mucha frecuencia me aburro en el gran mundo; sobre todo después de mi estancia en el extranjero y después de todas esas desgracias de familia... Ya ni siquiera salgo mucho, y no es únicamente por pereza. A menudo me entran ganas de retirarme al campo. Releería allí mis libros favoritos, abandonados desde hace mucho tiempo y que nunca llego a releer. Pero ya le he dicho a usted todo eso. Se acuerda de lo mucho que se rió cuando le dije que leía dos periódicos rusos por día?

-Yo no me reí...

ía sin duda porque también usted estaba emocionado. Se lo confesé hace mucho tiempo: soy rusa y amo a Rusia. Usted se acuerda, leíamos juntos los "hechos", como usted los llamaba - se sonrió -. En vano trataba usted de mostrarse con demasiada frecuencia un poco... raro, usted se animaba a veces hasta el punto de encontrar una palabra bien sentida, y se interesaba justamente por las cosas - que me interesaban a mí. Cuando usted es " estudiante", se muestra verdaderamente agradable y original. Los otros papeles no le encajan tan bien - añadió con una sonrisa astuta y deliciosa -. Acuérdese de que nos hemos pasado a veces horas enteras ocupándonos nada más que de cifras, contábamos y calculábamos, buscábamos cuántas escuelas hay en nuestro país, adónde lleva la instrucción. Contábamos los asesinatos y los asuntos criminales, los comparábamos con las buenas noticias... Queríamos saber hacia dónde tendía todo aquello y lo que sucederá finalmente con nosotros. En usted he encontrado sinceridad. En el mundo, no es así como se nos habla a nosotras, las mujeres. La semana pasada, le hablé al príncipe... ov de Bismarck, porque me interesaba mucho por él y no sabía qué pensar en definitiva. Figúrese que se sentó a mi lado y se puso a contarme historias, con muchos detalles, pero siempre con una especie de ironía y con esa condescendencia, insoportable para mí, de la que hacen use por lo general los "grandes hombres" para con nosotras las mujeres, si se nos ocurre mezclarnos "en lo que no nos concierne"... Se acuerda usted de cómo estuvimos a punto de pelearnos a propósito de Bismarck? Quería usted demostrarme que tenía una idea "infinitamente superior" a la de Bismarck. - De repente se echó a reír -. No he encontrado en toda mi vida más que a dos personas que me hayan hablado verdaderamente en serio: mi difunto marido, un hombre muy, muy inteligente y... lleno de nobleza - pronuncíó esa palabra con tono conmovido -, y luego... pero usted sabe muy bien quién...

-Versilov? - exclamé, todo anhelante.

í. Me gustaba mucho oírlo, terminé por ser con él completamente... quizá incluso demasiado franca, pero en aquel momento no me creyó.

-No la creyó!

-Por lo demás, nadie me ha creído nunca.

ólo no se contentó con no creerme - dija, bajando los ojos y sonriendo extrañamente -, sino que juzgó que yo tenía "todos los vicios".

-No tiene usted ni siquiera uno!

-No, eso tampoco; algunos tengo.

-Versilov no la quería a usted, por eso no ha podido comprenderla-exclamé, con los ojos brillantes.

ó en su rostro.

-Deje usted eso y no me hable nunca de... ese hombre - agregó calurosamente y con una fuerte insistencia -. Pero basta. Ya es hora. - Se levantó para irse -. Bueno, me perdona usted, sí o no? - dijo, mirándome limpiamente.

-Yo... perdonarla yo a usted! Mire, Catalina Nicolaievna, no se enfade, es verdad que va a casarse?

-No es una cosa que está totalmente decidida - dijo como asustada, turbada.

ón, perdóneme esta pregunta.

í, muy buena...

-No me responda ya, no me conceda ni una sola respuesta!Yo sé muy bien que estas preguntas son imposibles, siendo yo quien las hago! Quería solamente saber si se trata de un hombre digno o no, pero yo mismo me procuraré los informes.

-Oh, mire! - exclamó espantada.

é más allá... Pero he aquí lo que tengo que decirle a usted:Que Dios le conceda toda clase de felicidades, todas las que usted desee... a cambio de toda la felïcidad que acaba usted de otorgarme en menos de una hora! En lo sucesivo, usted permanecerá grabada siempre en mi memoria. He conseguido un tesoro: el pensamiento de su perfección. Me imaginaba una cosa de perfidia, una coquetería grosera, y me sentía desgraciado... porque no podia compaginar esa idea con usted... Estos días últimos, pensaba en eso día y noche; y ahora todo está claro como el amanecer. Al venir aquí, pensaba que recogería hipocresía, astucia, preguntas de serpiente, y he encontrado honor, gloria, franqueza de estudiante... Se ríe usted? Bueno, bueno. Lo que pasa es que es usted una Santa y no puede reírse de lo que es sagrado...

-Oh!, no, me río solamente porque emplea usted palabras tan aterradoras... Qué significa por ejemplo eso de "preguntas de serpiente"?

ó a reír.

é entusiasmado -. Cómo ha podido decir delante de mí "que contaba con mi impulsividad"? Lo creo a pies juntillas, usted es una Santa, y usted misma lo reconoce, puesto que se imagina culpable de no sé qué falta y quiere castigarse por eso... aunque en realidad nó hay falta en absoluto, puesto que, aunque hubiera algo, todo lo que proviene de usted es santo. Pero, sin embargo, usted podría no haber pronunciado esa palabra, esa expresión... Una franqueza tan poco natural prueba solarnente su suprema castidad, su respeto hacia mí, su fe en mí - exclamé sin transición -. Oh!, no se ruborice usted, no se ruborice... Y quién, quién ha podido calumniarla y decir que es usted una mujer apasionada? Oh, perdóneme: veo una expresión de dolor en su rostro, perdone a un muchacho exaltado sus frases tan torpes. Pero, cómo va a tratarse hoy de frases, de expresiones? No está usted por encima de todas las expresiones? Vetsilov dijo un día que si Otelo mató a Desdémona y se mató en seguida él no fue por celos, sino porque le habían arrebatado su ideal... Lo comprendo muy bien, porque hoy me ha sido devuelto mi ideal!

ó jovialmente.

-Que no son ojos, sino microscopios, y que convierto a una mosca en un camello. No, no hay camello que valga... Cómo, se va usted?

ón, con el manguito y el chal en la mano.

é que usted se marche, me iré a continuación. Tengo que escribírle a Tatiana Pavlovna don palabritas.

ás:que sea usted muy dichosa, sola o con el que usted elija! Por mi parte, no necesito más que mi ideal.

éame, pensaré en usted... Mi padre siempre dice al hablar de usted: "El buen muchacho, el agradable joven." Créame, me acordaré siempre de sun historian sobre el pobre muchachito abandonado en casa de desconocidos, sobre sus sueños solítarios... Comprendo muy bien cómo se ha ido formando el alma de usted... Pero ahora no podemos volver a ser estudíantes por más que hagamos - agregó, con una sonrisa suplicante y púdica, estrechándome la mano-, no tenemos ya derecho a vernos como otras veces y... pero usted me comprende, verdad?

-Que no tenemos derecho?

-No, y por mucho tiempo... Y es culpa mía... Veo que ahora es completamente imposible... Nos encontraremos algunas veces en casa de papa.

" Teme uested "la impulsividad" de mis sentimientos? No tiene confianza en mí?", quise exclamar, pero ella sintió de repente tanta vergüenza delante de mí, que las palabras no llegaron a salirme de los labios.

-Dígame - me detuvo de pronto, cuando me hallaba a un paso de la puerta -, vio usted con sus propios ojos que... aquella carta... fue hecha pedazos? Se acuerda usted -bien? Y cómo supo que era la carta escrita a Andronikov?

-Kraft me habló del contenido, incluso me la enseñó... Adiós! Cuando estaba en casa de usted, me mostraba enormemente tímido, pero, cuando usted salía, siempre me hallaba dispuesto a lanzarme y a besar la parte del entarimado donde se habían posado sus pies... - dije de repente, sin saber cómo ni por qué, y, sin mirarla, salí rápidamente.

é hacia mi casa, mi alma presa del entusiasmo. Todo daba vueltas en mi mente como un torbellino, y mi corazón estaba rebosante. Al acercarme a la casa de mi madre, me acordé de improviso de la ingratitud de Lisa hacia Ana Andreievna, de sus palabras crueles y monstruosas de hacía un momento, y al punto me dolió el corazón por ellas dos. "Qué corazón más duro tienen todas! Pero Lisa, qué tendrá?", pensé al poner el pie en la escalinata.

í a Matvei y le ordené que viniese a recogerme a mi casa a las nueve.

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