Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток).
Segunda parte. Capítulo V

Primera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Tercera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes

CAPÍTULO V

I

é tarde para la comida, pero todavía no se habían sentado a la mesa: me esperaban. Tal, vez porque yo comía raramente en casa de ellos, se habían hecho algunos extraordinarios, como entremeses, sardinas, etc. Pero, con gran asombro por mi parte y gran pena, encontré a todo el mundo preocupado, enfurruñado: Lisa apenas sonrió al verme, y mamá estaba visiblemente inquieta; Versilov sonreía, pero con esfuerzo. "No habrán disputado?", pensé. Al principio, todo fue bien. Versilov solamente torció el gesto delante de la sopa de fideos, poniendo una cara larguísima cuando trajeron las albóndigas.

-Basta que diga que mi estómago no soporta un determinado plato para que, al día siguiente, haga su aparicién - se dejó decir, lleno de despecho.

-Pero, Andrés Petrovitch, qué quiere usted que haga? Todos los días no se puede inventar un plato nuevo - respondió tímidamente mi madre.

-Tu madre es todo lo contrario de algunos de nuestros periódicos para los que todo lo que es nuevo es bueno.

Versilov quería bromear, decir alguna cosa jovial y amable, pero no lo consiguió; no hizo más que asustar mayormente a mi madre que, como es natural, no comprendió nada de aquella comparación con los periódicos y lanzó miradas angustiadas. En aquel instante entró Tatiana Pavlovna, que declaró haber comido ya y que se sentó sobre el diván al lado de mi madre.

ía conseguido aún ganarme las simpatías de aquella persona; al contrario, me atacaba más y más, a propósito de todo y de nada. Su descontento había incluso aumentado en los últimos tiempos: no podía ver mi traje de dandy, y Lisa me había confiado que estuvo a punto de sufrir un ataque al enterarse de que tenía un cochero a mis órdenes. Yo había acabado por rehuirla lo más que podía. Hacía dos meses, después de la restitución de la herencia, había corrido a su casa para contarle la conducta de Versilov, pero no me encontré con la menor simpatía; al contrario, se había mostrado terriblemente disgustada: le desagradaba mucho que se hubiese devuelto todo, en lugar de la mitad; en cuanto a mí, me hizo esta observación virulenta:

-Me apuesto algo a que estás seguro de que ha devuelto el dinero y ha provocado al otro en duelo únicamente para subir un poco más en la estimación de Arcadio Makarovitch.

Casi lo había adivinado! Por aquel entonces yo tenía sentimientos de ese tipo.

Desde que entró, comprendí en seguida que fatalmente se me iba a echar encima; estaba incluso bastante convencido de que ella hábía venido exclusivamente para eso. Por tal motivo adopté al punto un tono extremadamente despreocupado, cosa que en realidad no me costaba ningún trabajo, puesto que continuaba sintiéndome radiante de alegría. Advertiré de una vez para siempre que ese tono de despreocupación no encajaba conmigo en absoluto, no convenía a mi fisonomía y, por el contrario, me cubría siempre de vergüenza. Eso fue lo que sucedió: bien pronto fui atrapado en flagrante delito de mentíra. Sin ninguna mala intención, por pura ligereza, habiendo notado que Lisa estaba espantosamente triste, solté de repente, sin reflexionar en lo que decía:

-Hace un siglo que no como aquí, y da la casualidad de que te veo toda enfurruñada, Lisa.

ó ella.

-Oh, Dios mío! - atacó Tatiana Pavlovna -, está enferma, y qué importa eso? Arcadio Makarovitch se ha dignado venir a comer: es preciso bailar y alegrarse.

-Decididamente es usted el azote de mi existencia, Tatiana Pavlovna. No vendré nunca más cuando esté usted aqui.

Y con un despecho sincero, di un golpe en la mesa. Mi madre se sobresaltó y Versilov me miró con expresión extraña. Me eché a reír y pedí perdón.

-Tatiana Pavlovna, retiro lo de azote- dije, volviéndome hacia ella, con tono siempre despreocupado.

ísimo más ser tu azote que lo contrario, puedes estar convencido.

ños azotes de la existencia - susurró Versilov sonriendo -. Sin azotes, la vida carece de encanto.

-Mire, algunas veces es usted un terrible reaccionario -prorrumpí, y me eché a reír nerviosamente.

-Amigo mío, eso me es completamente igual.

-No, cómo va a ser igual.? Por qué no decirle francamente a un asno que es un asno?

Por qué no quiere usted, por qué no puede?

-Pereza y repugnancia. Una mujer inteligente me dijo un día que no tengo derecho a juzgar a los demás porque "yo no se sufrír", siendo así que para erigirse en juez, hace falta ganarse con los sufrimientos el derecho a juzgar. Es un poco grandilocuente, pero, aplicado a mí, tal vez es cierto, y me he sometido gustosamente a ese juicio.

á Tatiana Pavlovna la que le haya dicho a usted eso? -- pregunté.

-Cómo lo has adivinado? -- dijo Versilov lanzándome una mirada ligeramente asombrada.

ón.

Yo había adivinado por casualidad. Aquella frase, como supe más tarde, le había sido dicha la víspeta a Versilov por Tatiana Pavlovna, en el curso de una conversación animada. (En general, lo repito, con mi alegría y mi expansividad, había caído allí muy inoportunamente: cada uno de ellos tenía su preocupación, y bien penosa por cierto. )

ácter: es espantoso lo mucho que le gusta a usted hablar en tono abstracto, Andrés Petrovitch; es signo de egoísmo: únicamente a los egoístas les gusta hablar en tono abstracto.

-No está mal dicho eso, pero no insistas.

-No, permítame! - insisti con mi natural expansivo -. Qué significa "ganar con los sufrimientos el derecho a juzgar"? Todo hombre honrado puede ser juez, eso es lo que yo pienso.

á jueces.

-A quién?

-Está aquí a punto de discutir conmigo.

Versilov tuvo una risa extraña, se inclinó del todo sobre mi oreja y, agarrándome por el hombro, me susurró:

á mintiendo.

No he comprendido todavía cuál era entonces su pensamiento, pero sin duda él se encontraba en aquel instante presa de una extrema turbación (como consecuencia de cierta noticia, como lo he conjeturado más tarde). Pero aquella frase: " Te está mintiendo" era tan inesperada, había sido dicha tan en serio y con una expresión tan singular, de ningún modo agradable, que me estremecí nerviosamente, me sentí casi espantado y le lance una mirada salvaje; pero Versilov se apresuró a reírse.

ía asustado al verlo cuchichearme al oído, no fuese yo a creer... -. Tú, mi querido Arcadio, no debes enfadarte con nosotros; personas inteligentes las encontrarás a montones, pero, quién te querrá si no estamos nosotros?

-Precisamente por eso el cariño de los padres es inmoral, mamá: es una cosa inmerecida. Y el cariño debe ser merecido.

ás más tarde; mientras tanto, se te quiere gratis.

ó a reír.

-Pues bien, mamá, tal vez no lo has dicho adrede, pero lo cierto es que has dado en el blanco - exclamé, y me eché también a reír.

-Y te figuras tú quizá que hay motivos para quererte? - era de nuevo Tatiana Pavlovna, que otra vez se lanzaba sobre mí-. O te quieren gratis, o más bien te quieten venciendo su repugnancia.

é alegremente -. Sabe usted quién me ha dicho hoy que me quiere?

-Si lo ha dicho, es para burlarse de ti! - replicó repentinamente Tatiana Pavlovna con una malicia poco natural, como si hubiera estado aguardando de mí precisamente aquella frase -. Sí, un hombre delicado, y más todavía una mujer, tiene que sentirse repelido por la negrura de tu alma. Te peinas a raya, tienes ropa blanca de lo más fino, trajes hechos en casa del mejor sastre francés, y todo eso no es más que fango. Quién te viste, quién te alimenta, quién te da dinero para jugar a la ruleta? Acuérdate de esa persona a la que no te da vergüenza de pedirle ese dinero.

ía visto yo en su rostro tanta vergüenza. Me invadió la rabia:

-Si gasto, lo hago con mi dinero y no tengo que rendirle cuentas a nadie - declare, todo arrebolado.

é es eso de tu dinero?

-Si no es mi dinero, es el de Andrés Petrovitch. Él no me lo negará... Se lo he pedido prestado al príncipe, de lo que éste le debe a Andrés Petrovitch...

-Amigo mío - declaró firmemente Versilov -, él no tiene un solo copec que sea mío.

é clavado en el sitio. Sin duda, al recordar mi estado de ánimo entonces, paradójico y desordenado, habría debido dejarme arrastrar por algún "noble" impulso, por alguna palabra detonante o alguna otra cosa de ese tipo; pero de repente observé en el rostro sombrío de Lisa una expresión malvada, acusadora, una expresión injusta, casi una burla sarcástica, y un demonio me empujó:

ñorita - me volví de pronto hacia ella -, que va usted a visitar muchísimo a Daria Onissimovna, en casa del príncipe. Puedo pedirle que entregue al príncipe estos trescientos rublos, por los cuales ya me ha atormentado usted hoy bastante?

Saqué el dinero y se lo tendí. Pues bien, podrá creerse?, esas palabras villanas fueron dichas sin ningún propósito, es decir, sin la menor alusión a lo que quiera que fuese. Por otra parte, no podía haber alusión alguna, porque en aquel momento yo no estaba enterado absolutamente de nada. Quizá tuve solamente el deseo de lanzarle un puntazo, relativamente muy inocente, poco más o menos de este tenor: usted, señorita, que se mete en lo que no le importa, usted consentirá tal vez, puesto que tanto le interesa meter la nariz en todas partes, en ir a ver a ese príncipe, a ese joven, a ese oficial petersburgués, y entregarle ese recado, "puesto que tanto disfruta usted entrometiéndose en los asuntos de la gente joven". Pero cuál no sería mi estupefacción cuando mi madre se levantó bruscamente y, levantando el dedo para amenazarme, lanzó este grito:

-Cállate!Cállate!

Yo no podía esperar nada parecido por parte de ella y me sobresalté, no de temor, sino con una especie de sufrimiento, con una herida torturante en el corazón, al adivinar de pronto que acababa de producirse algo terrible. Pero mamá no resistió mucho tiempo: ocultándose el rostro entre las manos, salió rápidamente de la habitación. Lisa la siguió, sin mirar hacia el sitio donde yo estaba. Tatíana Pavlovna me examinó medio minuto en silencio:

ía? -exclamó enigmáticamente, mirándome con profundo asombro.

Pero, sin aguardar mi respuesta, se marchó también. Versilov se levantó de la mesa con aire hostil, casi maligno, y cogió el sombrero que tenía en un rincón.

-Me parece que no eres tan estúpido... no eres más que un inocente - gruñó con tono burlón -. Si las mujeres vuelven, díles que no me esperen para el postre: voy a dar una vuelta.

é solo. Al principio encontré aquello extraño, luego ofensivo, por fin vi claramente que no sabía a qué atenerme. Por lo demás, no sabía por qué, presentía algo. Me senté ante la ventana y aguardé. Al cabo de unos diez minutos, también yo cogí mi sombrero y subí a mi antigua buhardilla. Sabía que ellas estaban allí, es decir, mamá y Lisa, y que Tatiana Pavlovna se había marchado ya. En efecto, me las encontré a las dos juntas sobre mi diván, cuchicheando. Cuando aparecí, aquel cuchicheo cesó en absoluto. Con gran asombro por mi parte, no se mostraron enfadadas; por lo menos mamá me sonrió.

ón, mamá - comencé.

ó ella -; lo que tenéis que hacer es quereros el uno al otro y no pelearos nunca. Dios os dará la felicidad.

-Él, mamá, no me hará nunca ningún daño, de eso estoy segura - dijo Lisa con convicción y sentimiento.

-Sin esa Tatiana Pavlovna, nada de esto habría sucedido - exclamé -. Es un ser odioso.

á? Lo oye? - dijo Lisa señalándome.

-Y he aquí lo que voy a deciros a las dos - proclamé -. Si hay alguien malo aquí, soy yo sólo; el resto es encantador.

ño Arcadio, no te enfades, querido mío, pero si pudieras dejar...

-De jugar? De jugar? Dejaré, mamá. Iré hoy por última vez. sobre todo después de lo que Andrés Petrovitch acaba de declarar a todo pulmón, que no tiene allí ni un solo copec suyo. No podéis figuraros hasta qué punto me dio vergüenza... Pero tengo que explicaros... Mi querida mamá, la última vez que estuve aquí pronuncié... unas palabras torpes... Mamá, he mentido: quiero creer sinceramente, me las he dado de fanfarrón, pero amo mucho al Cristo...

éz precedente habíamos tenido una conversación de ese tipo. Mi madre se había mostrado muy apenada y muy alarmada. Ahora, después de oírme, me sonrió como a un niño:

-El Cristo, mi pequeño Arcadio, lo perdonará todo, tanto tus blasfemias como cosas todavía peores. El Cristo es un padre, el Cristo no tiene necesidad de nada y resplandecerá hasta en las tinieblas más profundas...

Me despedí de ellas y salí pensando en las posibilidades que tenía de ver aquel mismo día a Versilov; tenía que hablar mucho con él, y hacía un momento había sido imposible. Tenía grandes sospechas de que me aguardaba en casa. Me dirigí allí a pie; estaba empezando a helar ligeramente y el paseo resultaba muy agradable.

II

ía cerca del puente Voznessenski (96) en un gran edificio, por la parte del patio. Al entrar en el portal tropecé con Versilov que salía de mi casa.

ón de Pedro Hippolitovitch, pero he acabado por aburrirme. Están siempre con ganas de disputa y hoy la mujer se ha metido en la cama y se ha puesto a llorar. He echado una ojeada y me he marchado.

Experimenté una especie de descontento.

-Creo que soy la única persona a cuya casa va usted y que, aparte de mí y de Pedro Hippolitovitch, no tiene usted a nadie en todo Petersburgo, no es así?

-Amigo mío... qué más te da eso?

ónde va usted?

-No, no volveré a subir a tu casa. Si quieres, podemos pasearnos, la noche es espléndida.

-Si, en lugar de consideraciones abstractas, me hubiese usted hablado humanamente, si por ejemplo me hubiese hecho una alusión, una simple alusión a ese juego maldito, quizá no me habría yo dejado embarcar como un imbécil - dije de pronto.

-Te arrepientes? Está bien - respondió pesando sus palabras -. Siempre he sospechado que el juego en ti no era lo esencial, sino una simple desviación pasajera... Tienes razón, amigo mío, el juego es una porquería, y además se puede perder.

én el dinero de los demás.

ú el dinero de los demás?

-El de usted. Yo le pedía prestado al príncipe contando con la deuda de éste. Sin duda era un comportamiento absurdo y estúpido por mi parte esto de considerar el dinero de usted como mío, pero yo siempre quería jugar para desquitarme.

-Te prevengo una vez más, muchacho, que el príncipe no tiene ningún dinero mío. Sé que ese joven está por su parte en una situación muy apurada, y estimo que no me debe nada, a pesar de sus promesas.

ón es dos veces peor... Es cómica! Y a título de qué me dará él y aceptaré yo, después de esto?

-Eso es asunto tuyo... De verdad no tienes justificación ninguna para admitir su dinero, eh?

ía...

-Ninguna justificación fuera de la camaradería? No algún otro niotivo que te permita pedirle prestado? Vamos, en virtud de ciertas consideraciones... eh?

é consideraciones? No comprendo.

-Tanto mejor si no comprendes. Te confieso, amigo mío, que estaba persuadido de ello. Brisons là, mon cher. ás.

-Si te lo hubiese dicho antes, no habríamos conseguido más que enfadarnos y tú no tendrías tanta alegría al recibirme en tu casa por las noches. Ha de saber, amigo mío, que todos esos consejos saludables y dados por anticipado no son más que intrusiones en la conciencia del prójimo. Yo estoy ya bastante escarmentado de esas incursiones y, al fin y a la postre, eso no proporciona nada más que quebraderos de cabeza y burlas. De los papirotazos y las burlas, me importa un comino, pero lo importante es que esas maniobras no acaban en nada: por más que uno se entrometa, nadie escucha... y todo el mundo llega a detestarnos.

-Me alegro de que empiece usted a hablarme de una manera que no tenga nada que ver con las abstracciones. Hace mucho tiempo que quiero preguntarle una cosa, pero no he podido hasta ahora. Es conveniente que estemos en la calle. Se acuerda usted de aquella noche, en su casa, la última noche, hace dos meses, cuando usted estaba sentado en mi habitación, en mi "ataúd", y yo le hacía preguntas sobre mamá y sobre Makar Ivanovitch? Se acuerda usted de lo descarado que era yo entonces? Se le podía permitir a un hijo mocoso hablar en esos términos de su madre? Pues bien, usted no pronunció una sola palabra; al contrario, se franqueó completamente y con eso me sumió en mayores confusiones.

-Amigo mío, me alegro de oírte expresar... sentimientos semejantes... Sí, me acuerdo muy bien; yo aguardaba en efecto, en aquellos momentos, la aparición de un rubor en tu rostro y, si te dejaba seguir, era quizá para empujarte hasta el límite...

único que hizo usted entonces fue engañarme y enturbiar todavía más la fuente pura que había en mi alma. Sí, soy un muchacho miserable a ignoro a veces lo que está bien y lo que está mal. Si usted me hubiese mostrado el camino aunque sólo fuera un poquito, yo habría comprendido, y me habría puesto inmediatamente en el camino recto. Pero usted no hizo más que irritarme.

-Cher enfant, siempre he presentido que, de una manera o de otra, llegaríamos a ponernos de acuerdo: ese "rubor" en tu rostro, te ha venido ahora con toda naturalidad, sin indicación de mi parte, y, te lo juro, eso vale más para ti... Observo, querido mío, que has ganado mucho en estos últimos tiempos... No se deberá eso a la compañía de ese joven príncipe?

-No me alabe usted; eso no me gusta. No deje en mi corazón la penosa sospecha de que me alaba por hipocresía, en perjuicio de la verdad, para no dejar de agradarme. En estos últimos tiempos... mire usted... he hecho amistad con señoras. Por ejemplo soy muy bien recibido en casa de Ana Andreievna, sabe usted?

é por ella misma, amigo mío. Sí, es encantadora e inteligente. à, mon cher. Es curioso, me siento mal hoy, será quizás el spleené pasó en casa? Nada? Hiciste la paz, hubo besos y abrazos, naturalmente, no es así? Cela va sans direés del paseo más desagradable. Te aseguro que hay ocasiones en que doy rodeos bajo la lluvia para retardar el momento de volver a entrar en casa... Qué fastidio, Dios mío, qué fastidio!

-Mamá...

ás perfecta y la más deliciosa de las criaturas, mais... En una palabra, lo más probable será que yo no valga lo que ella. A propósito, qué es lo que tienen hoy? Todos estos últimos días tienen todas ellas, diríamos... Es que, tú sabes, trato siempre de no enterarme, pero me parece que hoy se ha cerrado algo entre ellas... No has notado nada?

é absolutamente nada y ni siquiera habría notado lo más mínimo sin esa maldita Tatiana Pavlovna, que no puede dejar de morder. Tiene usted razón: hay algo. Encontré a Lisa en casa de Ana Andreievna; estaba un poco... incluso me ha dejado asombrado. Usted sabe sin duda que la reciben en casa de Ana Andreievna, no?

é, amigo mío. Y tú... Cuándo has estado en casa de Ana Andreievna... a qué hora exactamente? Tengo necesidad de saberlo a causa de un cierto detalle.

-Entre las dos y las tres. Y figúrese que en el momento en que yo salía, llegaba el príncipe...

Le conté toda mi visita hasta en sus menores detalles. Escuchó sin decir una palabra; sobre el posible matrimonio del príncipe y de Ana Andreievna no hizo el menor comentario; a mis elogios entusiastas de Ana Andreievna susurró de nuevo que era "encantadora".

-Hoy la he asombrado enormemente al comunicarle la noticia recentísima de que Catalina Nicolaievna Akhmakova se casa con el barón Bioring - dije bruscamente como si la frase se me hubiera escapado.

í? Pues bien, figúrate que ella me ha comunicado esa misma "noticia" esta mañana, antes del mediodía, es decir, mucho antes de que tú hubieras podido asombrarla.

-Qué me dice usted? - me quedé clavado en el sitio -. Y cómo ha podido saberla? Pero, qué digo? Desde luego que ha podido enterarse antes que yo, pero figúrese usted que me la ha escuchado decir como si se tratase de una noticia portentosa. En fin, qué se le va a hacer? Tiene que haber gente de todas clases, no es eso? Yo, por ejemplo, habría propalado la noticia inmediatamente, mientras que ella se la guarda en el buche... De acuerdo, está bien... Y sin embargo es la más encantadora de las criaturas y el más admirable de los caracteres!

-Sin duda, cada cual está hecho de una manera distinta. Pero lo más original es que estos caracteres admirables se superan a veces proponiendo extraños enigmas. Figúrate que Ana Andreievna, hoy mismo, me lanza a quemarropa esta pregunta: "Quiere usted a Catalina Nicolaievna Akhmakova, sí o no?"

-Qué pregunta más absurda y más ridícula! - exclamé, nuevamente aturdido.

ía tratado con él de aquel tema, y ahora era él mismo quien...

ómo ha formulado esa pregunta?

ío. El buche, como tú dices, se volvió a cerrar, más herméticamente que antes. Y fíjate bien, yo no había admitido jamás la posibilidad de semejantes conversaciones entre nosotros, y ella tampoco por su parte... Pero tú mismo dices que la conoces; puedes por tanto figurarte hasta qué punto le cuadra una pregunta así... No sabías tú algo?

-Tan enigma resulta para mí como para usted. Quizás una curiosidad frívola, una broma?

óricos. La verás tú? Puedes enterarte de alguna cosa? Incluso te pediría que lo hicieras, porque, como comprendes...

-Pero la posibilidad, el suponer simplemente que usted pueda querer a Catalina Nicolaievna... ! Perdóneme, no llego a salir de mi asombro. Nunca, nunca me he permitido hablarle a usted de este tema ni de nada que se le parezca...

ío.

-Las antiguas intrigas de usted, sus antiguas relaciones, serían naturalmente entre nosotros un tema inconveniente. Incluso habría sido estúpido por mi parte. Pero da la casualidad de que en estos últimos tiempos, estos últimos días, me he preguntado varias veces a mí mismo: bueno, si un día quiso a esta mujer, no fue más que un instante?Oh, usted no habría cometido jamás por su parte un error tan terrible como el que se produjo a continuación! Lo que sucedió, lo sé: estoy enterado de la hostilidad y de la repugnancia mutuas, por así decirlo, que siente cada uno de ustedes por el otro, he oído hablar do eso, incluso demasiado, ya en Moscú, y, precisamente, lo que destaca aquí, ante todo, es ese hecho de una repugnancia a ultranza, de una hostilidad encarnizada, exactamente to contrario del amor. Y he aquí que Ana Andreievna le pregunta a usted de repente si la quiere! Es posible que esté tan mal informada? Es muy extraño. Quería reírse, se lo aseguro a usted, quería reírse.

ío - percibí en su voz no sé qué de nervioso y de íntimo, penetrante hasta el corazón, lo que le sucedía muy raras veces -,observo que tú mismo hablas de esto con mucho calor. Acabas de decir que tienes amistades femeninas... Naturalmente, me desagrada hacerte preguntas... sobre un tema semejante, como tú acabas de decir... Pero " esta mujer", no está en la lista de tus nuevos amigos?

-Esta mujer... - mi voz tembló de repente -, escuche. Andrés Petrovitch, escuche: esta mujer es lo que usted dijo hace poco en casa del príncipe sobre la "vida viviente" (97), se acuerda usted? Usted dijo que esta vida verdadera es algo tan claro y tan sencillo, que le mira a uno tan de frente, que precisamente por esa misma rectitud y esa límpieza es imposible creer que sea lo que hemos buscado toda nuestra vida con tanto esfuerzo... Pues bien, he ahí con qué ojos ha acogido usted a la mujer ideal y reconocido en la perfección, en el ideal, "todos los vicios"!Eso es lo que hay!

El lector puede juzgar hasta qué punto yo estaba fuera de mí.

"Todos los vicios"!Oh, oh, he ahí una frase que conozco muy bien! - exclamó Versilov -. Si hemos llegado hasta el extremo de que esta frase te haya sido comunicada, tal vez convendría felicitarte, no es así? Eso supone entre vosotros una intimidad tal, que quizá fuera preciso alabarte por una modestia y una discreción de las que pocos jóvenes son capaces...

ía algo provocativo y gentil en sus palabras, en su rostro luminoso, en la medida en que podía darme cuenta de ello en medio de la oscuridad. Se mostraba presa de una extraña excitación. Me iluminé a pesar mío.

-Modestia, díscreción!Oh, no, no! - exclamé, ruborizándome y estrechando al mismo tiempo su mano, que ya le había agarrado y que, sin darme cuenta, no se la había soltado-. No, por nada en el mundo...!No hay motivo para felicitarme y nada semejante podrá producirse jamás!,jamás! - Yo me ahogaba y volaba,tenía tantas ganas de volar!,encontraba tantos encantos en aquel momento! -. Usted sabe...,oh, si eso llegase algún día, un momentito nada más!, usted ve, mi querido, mi simpático papá, me permite usted que le llame papá?, no es solamente un padre a su hijo, pero quienquiera que sea debe prohibirse hablar a una tercera persona de sus relaciones con una mujer, por puras que esas relaciones sean. E incluso cuanto más puras sean, más secretas deben permanecer. Es repugnante, es grosero, en una palabra, aquí no hay confidente posible. Pero si no existe nada, absolutamente nada, se puede hablar entonces, está permitido, verdad?

-Si el corazón te lo aconseja...

-Una pregunta indiscreta, muy indiscreta: usted, en su vida, usted ha conocido mujeres, usted ha tenido amoríos, no? Se lo pregunto en general, no en particular.

-Pues bien, admitamos que sí.

-Entonces, he aquí un caso que usted va a explicarme, puesto que tiene más experiencia: una mujer le dice a usted de repente al despedirle, esto es, completamente de pronto, mirando a otro lado: " Mañana estaré a las tres en tal sitio"... en casa de Tatiana Pavlovna, por ejemplo.

Estaba lanzado y fui hasta el fin. El corazón me latía irregularmente, incluso cesó de latir. Quería pararme y no seguir hablando:imposible! Él era todo oídos.

ía siguiente a las tres, estoy en casa de Tatiana Pavlovna. Entro y me hago estos razonamientos; " Va a abrirme la cocinera, conoce usted a su cocinera?, y le preguntaré de golpe y porrazo: Está Tatiana Pavlovna en casa? Y si me dice que Tatiana Pavlovna no está en casa y que hay una mujer que la espera", entonces, qué debo deducir?, dígamelo, si usted... En una palabra, si usted...

í la cosa? Y era hoy? Sí?

-Oh, no, no, no!En absoluto, de ninguna manera! La cosa ha sucedido, pero no de esta forma! Una cita, pero no para eso, lo declaro antes que nada, para no ser un bellaco, la cosa ha sucedido, pero...

ío, todo esto empieza a ponerse tan interesante, que te propongo...

ó! Solamente algunos copeques, es un teniente quien lo pide, un antiguo teniente.

La alta silueta de un mendigo, tal vez, en verdad, un teniente retirado, nos cerraba de pronto el paso. Lo más curioso era que estaba muy bien vestido para ejercer aquella profesión; lo que no le impedía tender la mano.

III

ñado por todos los detalles, incluso los más menudos, de aquella circunstancia que para mí fue fatal. Fatal, pero yo no lo sabía!

-Déjenos en paz, o llamo inmediatamente a la policía!

ía elevado la voz súbitamente y de manera poco natural, parándose delante del teniente. Yo no me habría figurado nunca que fuera posible una cólera semejante por parte de tal filósofo y por un motivo tan insignificante. Y, fíjense ustedes, interrumpíamos nuestra conversación en el pasaje más interesante para él, según él mismo acababa de manifestarlo.

-Entonces, es que no tienen ustedes ni una simple moneda de cobre? - gritó groseramente el teniente con un ademán - Qué canalla es ésta que no tiene hoy ni siquiera una moneda?Roñoso! Pillo!Lleva un cuello de castor y forma un escándalo por una moneda!

-Agente! . -- gritó Versilov.

ía necesidad de gritar: el agente estaba a dos pasos, en la esquina, y habia oído las injurias del teniente.

írvase seguirnos al cuartelillo!

-Ja ,ja! Ésa es una cosa que me tiene completamente sin y cuidado, usted no podrá probar nada. Sobre todo no demostrará ser inteligente.

-Agente, usted no lo suelte y guíenos - decidió imperiosamente Versilov.

-Al cuartelillo? Para qué? - le susurré yo.

ío. Este desorden en nuestras calles comienza a fastidiarme, y, si cada cual cumpliera su deber, todo el mundo se encontraría mejor. Ç'est comique, mais ç'est ce que nous ferons.

Durante un centenar de pasos, el teniente se mostró muy acalorado; se las daba de valiente y de orgulloso; aseguraba que "era imposible" que... "por una moneda de cobre", etc. Por fin, empezó a cuchichear al oído del agente. El agente, hombre reflexivo y visiblemente hostil a los nerviosismos de la calle, parecía estar a su favor, pero solamente en cierto sentido. Le comunicaba a media voz que "ahora ya la cosa no tenía remedio", que "el asunto estaba ya en marcha", y que "si, por ejemplo, se excusaba, y el señor consentía en aceptar su excusas, entonces tal vez... "

-Bueno, escuche, mi buen señor, adónde vamos? Se lo pregunto: adónde corremos así?, qué hay de gracioso en todo esto? - gritó el teniente -. Si un desgraciado que está en las últimas consiente en ofrecer sus excusas... si es que usted tiene necesidad de humillarlo... No estamos en un salón,qué diablos!Estamos en la calle! Para la calle, esto basta y sobra como excusas...

ó a reír. Yo estaba a punto de pensar que había liado toda aquella historia para divertirse; pero no se trataba de eso.

ñor official, y le aseguro que no está usted desprovisto de talento. Obre así incluso en un salón; bien pronto, para. los salones también, sobrará con eso; mientras tanto, tome aquí dos monedas. Querría darle las gracias por su trabajo, pero se ha colocado usted en una postura tan noble... Querido mío - se dirigió a mí -, hay por aquí cerca una tabernilla que en el fondo no es más que una espantosa cloaca, pero se puede tomar allí té, y yo lo invito... Estamos a dos pasos, vamos pues.

Lo repito, yo nunca lo había visto con una excitación tal. Sin embargo su rostro estaba alegre y radiante de luz. Pero noté que; cuando sacó de su portamonedas dos piezas de cobre para dárselas al oficial, las manos le temblaban y los dedos no le obedecían, tanto que acabó por rogarme que cogiera las monedas y se las diese al teniente; es un detalle. que no puedo olvidar.

Me guió a un pequeño al otro lado de la calle. No había mucha gente. Estaba tocando un organillo ronco y desafinado; aquello olía a manteles sucios; nos instalamos en un rincón.

á no lo sabes. El caso es que a veces, por aburrimiento... por un terrible aburrimiento del corazón... me gusta descender hasta estas cloacas. Este ambiente, ese aria trémula de Lucía (98), estos camareros en traje ruso hasta la inconveniencia, esta humareda de tabaco, esos gritos de los jugadores de billar, todo es tan vulgar y tan prosaico, que casi roza con lo fantástíco. Bueno, querido mío, dónde estábamos? Ese hijo de Marte nos ha interrumpido en el momento más interesante, creo... Pero he aquí el té; me encanta el té, aquí... Figúrate que Pedro Hippolitovitch aseguraba hace un momento a ese otro inquilino marcado por la viruela que el Parlamento inglés había constituido en el siglo pasado una comisión de juristas para examinar todo el proceso de Cristo delante del Sumo Sacerdote y de Pílatos, únicamente para saber cómo sucedería hoy la cosa según nuestras leyes, y que toda esa historia se montó con toda la solemnidad deseada, con abogados, procuradores y todo lo demás... y que los jurados se vieron obligados a dictar un veredicto de culpabilidad... Es asombroso!, ese imbécil de inquilino se ha puesto a discutir, se ha enfadado y ha dicho que se marchará mañana mismo... La casera se ha deshecho en lágrimas, porque pierde unos ingresos... Mais passons! traktirs hay ruiseñores. Sabes esa vieja anécdota moscovita à la Pedro Hippolitovítch? Un ruiseñor canta en un ú; entra uno de esos comerciantes cascarrabias de los que se enfadan en seguida: " Cuánto el ruiseñor? ---Cien rublos! -. --Que lo asen y que me lo sirvan!" Así se hizo. "Córteme una lonja de dos centavos!" Se la conté un día a Pedro Hippolitovitch, pero no quiso creérsela, incluso se indignó. ..

Habló mucho todavía. Cito estos fragmentos a título de muestra. Me interrumpía sin cesar en el momento mismo en que yo abría la boca para contar una historia por mi cuenta, y soltaba alguna tontería completamente original y que no tenía la menor relación con lo que se estaba hablando; hablaba exaltadamente, con alegría; se reía de todo a incluso soltaba una risita por lo bajo, cosa que yo no le había visto hacer nunca. Se bebió de un trago un vaso de té y se sirvió un segundo. Ahora lo comprendo: se parecía a un hombre que ha recibido una carta querida, curiosa y que esperaba desde hacía mucho tiempo, que la ha colocado delante de sí y que, adrede, se retrasa en abrirla. Por el contrario, le da vueltas largo rato entre sus dedos, examina el sobre, el sello de lacre, va de una habitación a otra para dar órdenes, retrasa, en una palabra, el minuto más interesante, sabiendo muy bien que no se le escapará; y todo eso para aumentar su contento.

Naturalmente, se lo conté todo, desde el principio, y mi relato duró una hora tal vez. Cómo podía ser de otra forma? Desde el primer momento yo había tenido deseos de hablar. Comencé por nuestro primer encuentro en casa del príneipe, después de su llegada; luego conté cómo había sucedido todo, poco a poco. No me salté nada, y no podía saltarme nada: él mismo me ponía sobre el carril, adivinaba, me soplaba las palabras. Me parecía a veces que yo estaba viviendo un cuento fantástico, que él había estado siempre allí, sentado o de pie en cualquier parte detrás de la puerta, en todo momento durante esos dos meses: sabía de antemano cada uno de mis gestos, cada uno de mis sentimientos. Yo experimentaba un gozo infinito haciéndole aquella confesión, porque veía en él tanta dulzura cordial, tanta finura psicológica, una capacidad tan asombrosa para adivinarlo todo con la más pequeña palabra... Me escuchaba tiernamente, como una mujer. Sobre todo se comportó tan bien, que no llegué a experimentar ninguna vergüenza; a veces me detenía bruscamente para preguntar. me algún detalle; a menudo me interrumpía y repetía con nerviosismo:

-No olvides los detalles, sobre todo no olvides los detalles; cuanto más minúsculo es un rasgo, más importante es a veces.

ó a decirlo en varias ocasiones. Oh!, desde luego, al empezar yo había tomado la cosa desde muy alto, con respecto a ella, pero muy pronto recaí en la verdad. Conté sinceramente que estaba dispuesto a besar el sitio del entarimado donde se hubiera posado su pie. Lo más bello, lo más espléndido, era que él comprendía perfectamente que se pudiera "sentir miedo por el documento" y al mismo tiempo seguir siendo una criatura noble y sin reproche, tal como hoy se había descubierto ante mis ojos. Comprendió perfectamente lo de la palabra. "estudiante". Pero, cuando estaba ya por el final, noté que su bondadosa sonrisa era atravesada de vez en cuando por una impaciencia demasiado visible, algo brusco y distraído. Cuando llegué a lo del "documento", pensé para mí: "Decirle toda la verdad o no?" Y no se la dije, a pesar de todo mi entusiasmo. Lo hago constar aquí para acordarme de eso toda mi vida. Le expliqué la cosa de la misma manera que a ella, es decir, sacando a colación a Kraft. Sus ojos se encendieron. Un pliegue singular se trazó en su frente, un pliegue muy sombrío.

-Y te acuerdas con toda seguridad de que esa carta la quemó Kraft en la vela? No te equivocas?

--No, no me equivoco - confirmé.

-Es que ese billete es de una extrema importancia para ella, y, si lo tuvieses hoy día en tus manos, podrías desde hoy mismo... - Pero no llegó a decir lo que "yo podría" -. Entonces, es totalmente cierto que no lo tienes ya en tu poder?

í en mi interior, pero no exteriormente. Exteriormente, no me traicionó de ninguna manera: ni siquiera un parpadeo; ni siquiera quise creer en la pregunta.

ómo en mi poder? Que lo tengo ahora en mi poder?Pero si le digo que Kraft lo ha quemado!

-Sí?

Fijó sobre mí una mirada de fuego, inmóvil, de la que me acuerdo todavía. Por lo demás, estaba sonriente, pero toda su bonachonería, toda la feminidad de su expresión habían desaparecido de pronto. Adoptó un aire indeciso y desorientado; se mostraba cada vez más distraído. Si hubiese sido más dueño de sí, tan dueño como lo había sido hasta entonces, no me habría hecho aquella pregunta sobre el documento; si la había hecho, era seguramente porque estaba fuera de sí. Pero es hoy cuando hablo así; en aquella época no aprecié tan rápidamente el cambio sobrevenido en su persona: yo continuaba transportado y mi alma estaba llena de la misma música. Pero, habiendo terminado mi relato, lo miré.

él de repente, cuando le hube entregado hasta la última coma -. Asombroso, amigo mío; tú dices que has estado allí de tres a cuatro y Tatiana Pavlovna no estaba en casa, no es así?

ás exacto, de tres a cuatro y media.

úrate que yo fui a casa de Tatiana Pavlovna a las tres y media justas, y ella me recibió en la cocina; casi siempre entro por la escalera de servicio.

-Cómo, que lo recibió a usted en la cocina? - exclamé, retrocediendo de asombro.

í, y me declaró que no podía recibirme; me quedé sólo dos minutos, y por lo demás sólo iba para invitarla a comer.

-Tal vez acababa de volver a casa, no?

-No sé. Seguramente no. Estaba en bata. Eran exactamente las tres y media.

í?

ía sabido y no lo habría sabido y no te habría preguntado nada.

-Escuche, eso es muy importante...

-Sí... eso depende del punto de vista; te estás poniendo pálido, muchacho. Pero, qué importancia tiene eso?

-Me han engañado como a un crío!

"a ella le ha dado miedo de tu impulsividad", como ella misma te ha dicho. Y se ha refugiado detrás de Tatiana Pavlovna.

-Dios mío, qué historia! Escuche, ella me ha dejado decir todo aquello en presencia de una tercera persona, delante de Tatiana Pavlovna. Por tanto, la otra ha oído todo lo que yo decía! Es..., es terrible sólo el pensarlo!

-C'est selon, mon cher! Además, tú mismo has hablado hace un momento de que tiene que haber gente de todas clases y te ha parecido muy bien que así sea.

ía usted decir nada mejor... Pero estoy bromeando. Aquí no puede haber Otelo, puesto que no existen relaciones de ese tipo. Y cómo no echarse a reír? Sea!A pesar de todo sigo creyendo en lo que está infinitamente por encima de mí y no pierdo mi ideal... ! Si es una broma por parte de ella, se la perdono. Admito lo de burlarse de un miserable muchachillo. Yo nunca me he disfrazado, y el estudiante... el estudiante estaba allí, a pesar de todo, sigue allí frente a todo y contra todo, estaba en su alma, estaba en su corazón, existe y existirá. Basta! Escuche, qué cree usted: debo o no debo ir inmediatamente a su casa para saber toda la verdad?

ía: " río", y tenía las lágrimas en los ojos.

-Pues bien, ve, amigo mío, si sientes deseos de hacerlo.

-Me siento como manchado por haberle contado a usted todo esto. No se enfade, pero no está permitido, se lo repito, no está permitido hablar de una mujer a una tercera persona. El confidente no comprenderá nunca. Ni siquiera un ángel comprendería. Cuando se respeta a una mujer no se toma confidente; cuando se respeta uno a sí mismo, no se toma confidente tampoco. En este momento yo no me respeto. Hasta la vista; no me perdonaré nunca...

ío, exageras. Tú mismo lo dices: no ha pasado nada.

Salimos y nos dijimos adiós.

ón, como un hijo abraza a su padre? - me dijo con un temblor singular en la voz.

Lo abracé calurosamente.

ío... sé siempre tan puro como lo eres en este momento.

Todavía yo no lo había abrazado nunca, y nunca habría podido figurarme que iba a ser él quien lo reclamara.

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Notas
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