Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток).
Segunda parte. Capítulo VII

Primera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Tercera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes

ÍTULO VII

I

é a eso de las ocho de la mañana, a inmediatamente cerré mi puerta con llave, me senté delante de la ventana y otra vez empecé a pensar. Me quedé así hasta las diez. La criada llamó dos veces, pero la despedí con cajas destempladas. Por fin, después de las diez, llamaron de nuevo. Me disponía a lanzar otro grito, pero era Lisa. La criada entró con ella, me trajo mi café y se dispuso a encender la estufa. Imposible echarla. Todo el tiempo que Fecla tardó en poner la leña y encender el fuego, paseé por mi habitacioncita a grandes zancadas, sin iniciar la conversación y hasta evitando mirar a Lisa. La criada maniobraba con una lentitud indecible, adrede, como hacen todas las criadas en semejantes casos, cuando notan que a los amos les molesta hablar delante de ellas. Lisa estaba sentada sobre la mesa delante de la ventana y me seguía con la mirada.

é se te va a enfriar - dijo de repente.

La miré: ni la más mínima turbación, una calma perfecta, e incluso una sonrisa en los labios.

"He aquí cómo son las mujeres", pensé, encogiéndome de hombros. Por fin la criada terminó de encender la estufa y empezó a arreglar la habitación. Pero la despedí enérgicamente y cerré la puerta con llave.

é has cerrado la puerta? - preguntó Lisa.

é delante de ella.

-Lisa!, cómo has podido creer que ibas a engáñarme de semejante manera? - exclamé de improviso, sin haber pensado lo más mínimo que empezaría así.

ágrimas, sino un sentimiento casi malvado lo que me atravesó súbitamente el corazón, tanto que ni siquiera yo me lo esperaba. Lisa se sonrojó, pero no respondió, continuando solamente mirándome a los ojos.

-Un momento, Lisa, un momento,oh, qué imbécil soy! Pero soy imbécil? Hasta ayer no se han cerrado en un haz todas las alusiones, pero hasta entonces, cómo podía yo adivinar? Por el hecho de que ibas a casa de Stolbieieva y a casa de esa... Daria Onissimovna? Pero yo lo consideraba como un sol, Lisa, cómo podría habérseme ocurrido...? Te acuerdas cómo te recibí, hace dos, meses, en su casa, y cómo salimos a pasearnos juntos al sol y cómo nos alegramos...? Ya estaba todo en marcha entonces? Sí?

ó inclínando afirmativamente la cabeza.

ñabas en aquel momento! No, Lisa, no era estupidez, era más bien egoísmo por mi parte. No es la estupidez la causa, es el egoísmo de mi corazón y... y quizá mi fe en tu santidad. Oh, siempre he estado convencido de que vosotras estabais infinitamente por encima de mí... y he aquí... ! Ayer, finalmente, en un solo día, no pude comprender a pesar de todas las alusiones... Y además ayer estaba muy ocupado con otra cosa.

é de repente de Catalina Nicolaievna. Y sentí de nuevo un dolor en el corazón como una picadura de aguja, y me sonrojé violentamente. Como es natural, en aquel instante, yo no podía ser bueno.

-Pero, de qué te justificas? Me parece, Arcadio, que tienes prisa en justificarte, pero, de qué? - preguntó dulcemente Lisa, pero con una voz firme y convencida.

ómo que de qué? Pero qué debo hacer ahora? Aunque no hubiese más que esa cuestión! Y tú dices: "de qué?"Ya no sé cómo comportarme! No sé cómo se comportan los hermanos en casos como éstos... Ya sé que hay veces en que se obliga al hombre a casarse poniéndole la pistola en el pecho... obraré como debe hacerlo un hombre honrado. Pero precisamente ignoro de qué manera debe obrar un hombre honrado. Por qué? Porque nosotros no somos nobles; él, él es príncipe y sigue su carrera; no querrá ni siquiera escucharnos a nosotros, a la gente honrada. Ni siquiera somos hermano y hermana, sino bastardos sin nombre, hijos de siervos; es que los príncipes se casan con las siervas?Oh, qué infamia!Y tú que te quedas ahí parada, mirándome y asombrándote!

"Te apresuras?" Pero, es que según tú, no he esperado todavía bastante? Es propio del caso que seas tú, Lisa, la que hable así? - Por fin me dejaba llevar por mi indignación -. Cuánta ignominia he acumulado y cuánto ha debido despreciarme ese príncipe! Oh!, ahora todo está claro, todo el cuadro está ahí delante dé mí: se ha figurado que desde hacía mucho tiempo yo había adivinado sus relaciones contigo, pero que me callaba o incluso que me hacía el tonto y me alababa del "sentimiento del honor"... eso es lo que ha podido pensar de mí!Y que era por mi hermana, por el precio de la deshonra de mi hermana por lo que yo cogía su dinero! Eso era lo que le resultaba odioso ver, y lo comprendo. Lo comprendo totalmente: ver un día y otro a un individuo infame, simplemente porque. es el hermano, y encima oírle hablar de honor... He ahí una cosa capaz de secar un corazón, incluso un corazón como el suyo!Y tú has tolerado todo eso, no me has advertido! Él me despreciaba tanto, que le hablaba de mí a Stebelkov, y ayer mismo me dijo que quería ponernos en la calle a los dos, a Versilov y a mí. Y Stebelkov diciéndome: "Ana Andreievna no es menos hermana de usted que Isabel Makarovna." Y me gritaba a mis espaldas: "Mi dinero vale más."Y yo; yo que me tendía insolentemente en su casa, sobre sus divanes, que me pegaba como un igual a sus amigos, el diablo los lleve! Y tú, tú has permitido todo eso! Seguramente el mismo Darzan está advertido ahora, a juzgar por el tono que adoptó anoche... Todo el mundo, todo el mundo lo sabe, excepto yo!

ó Lisa -. En cuanto a ese Stebelkov, lo único que sé es que ese tipo lo atormenta y todo lo más puede haber concebido alguna sospecha... En cuanto a ti, le he hablado varias veces de ti, y ha creído enteramente lo que le decía: que tú lo ignorabas todo, sólo que no sé por qué ni cómo ha sucedido ayer eso entre vosotros.

é mi deuda. Al menos eso es una carga que me he quitado del corazón! Lisa, lo sabe mamá? Pero, cómo no va saberlo?Hay que ver cómo se levantó ayer contra mí! Ah!Lisa! Pero, es que tú te crees verdaderamente justificada, no te acusas de nada? Ignoro cómo se consideran estas cosas hoy día y cuáles son tus ideas, quiero decir sobre mí mismo, sobre mamá, sobre tu hermano, sobre tu padre... Lo sabe Versilov?

á no le ha dicho nada; él no pregunta nada; seguramente no quiere preguntar.

Él lo sabe, pero no quiere saberlo. Es eso. Eso le va muy bien! Pues bien, tú puedes burlarte de tu hermano, del idiota de tu hermano, cuando habla de pistolas, pero, de tu madre, de tu madre? No te has dicho jamás, Lisa, que es un reproche para mamá? Esta idea me ha atormentado toda la noche; el primer pensamiento de mamá hoy, helo aquí: "Esto es porque yo también he sido culpable; a tal madre, tal hija! "

é malvado y cruel eso que acabas de decir! - exclamó Lisa, escapándosele las lágrimas de los ojos.

ó y anduvo rápidamente hacia la puerta.

érate!Espérate!

é, hice que se volviera a sentar y me coloqué junto a ella sin retirar mi mano.

í, que pasaría todo esto y que tú tendrías una absoluta necesidad de que yo me acusara. Tranquilízate, me acuso. Sólo por orgullo me he callado hace un momento y no he dicho nada, pero me da mucha más lástima de vosotros y de mamá que de mí misma...

ó la frase y se deshizo en lágrimas.

á? Dime, hace mucho tiempo que ella lo sabe?

í, pero no hace mucho tiempo que se lo dije... cuando esto llegó - dijo dulcemente, bajando los ojos.

"Cuídalo! " - dijo aún más dulcemente Lisa.

í, "cuídalo! "No hagas nada por impedirlo, no lo permita Dios!

é nada - respondió firmemente, y levantó los ojos de nuevo hacia mí -. Estáte tranquilo - añadió -; no se trata de eso en absoluto.

ía, veo solamente que no sé nada de nada; por el contrario, acabo de comprobar lo mucho que te quiero. Sólo hay una cosa que no puedo comprender, Lisa: todo está claro ahora, lo único que no comprenderé jamás es por qué te has enamorado de él. Cómo has podido querer a un hombre semejante? Ésa es la pregunta.

á estado atormentando también esta noche? - dijo Lisa sonriendo dulcemente.

í. Búrlate, pero, a pesar de todo, es imposible no asombrarse: tú y él,los dos polos opuestos! A él lo tengo bien estudiado: sombrío, suspicaz, tal vez muy bueno, lo reconozco, pero en compensación muy inclinado a ver el mal en todas partes (en eso, por lo menos, es exactamente igual que yo). Respeta apasionadamente la nobleza, lo reconozco también, lo veo, pero estoy convencido de que solamente en el plano ideal. Le gusta estarse arrepintiendo toda la vida, sin descanso, se maldice y se arrepiente, pero jamás se corrige, por lo demás quizá también en eso es como yo. Mil prejuicios, mil ideas falsas y ni siquiera una sola idea verdadera! Busca las grandes hazañas y acumula las pequeñas pillerías. Perdóname, Lisa. En realidad, soy un imbécil: al hablar así, te ofendo y lo sé, lo comprendo...

ía verdadero - sonrió Lisa - si tú no le tuvieras tanta antipatía por mi causa; por tanto, no hay nada de verdadero. Desde el principio, él desconfió de ti y tú no has podido verlo en su integridad, mientras que conmigo, ya en Luga... Desde Luga no ha visto más que por mis ojos... Sí, es suspicaz y descontentadizo, y sin mí habría perdido la cabeza; y, si me abandona, la perderá o se pegará un tiro; creo que él lo comprende y lo sabe - añadió Lisa como hablando consigo misma, pensativa -. Sí, él es siempre débil, pero esos débiles son a veces capaces de cosas extremadamente fuertes... Qué tontamente has hablado de la pistola, Arcadio!; no hace falta nada parecido y yo sé bien lo que pasará. No soy yo quien le persigue; es él quien corre tras de mí. Mamá llora, dice: "Si te casas con él, serás desgraciada, dejará de amarte." No creo nada de esto; desgraciada tal vez lo sea, mas él no dejará de amarme. Pero no retrasaba por eso siempre mi consentimiento, sino por otra razón. Hace ya dos meses lo estaba dejando pasar, pero hoy le he dicho: Es sí, me casaré contigo. Sabes, Arcadio?, ayer - sus ojos brillaban y ella me echó de pronto sus brazos al cuello -, ayer fue a casa de Ana Andreievna y le ha dicho con toda franqueza que no puede amarla... Sí, se ha explicado claramente, y esa idea ha quedado descartada ahora para siempre! Además él no ha participado nunca de ella, no era más que un sueño del príncipe Nicolás Ivanovitch, y esos verdugos lo presionaban, Stebelkov y otro más... En recompensa, le he dicho hoy: Es íá todo el día en su casa. Verdaderamente no está bien, Arcadio; no creas que eso es un pxetexto. Me ha enviado exclusivamente para esto y me ha rogado que te diga que tiene "necesidad" de ti, que tiene muchas cosas que decirte y que aquí, en tu casa, en este apartamiento, eso estaría fuera de lugar. Vamos!Ah! Arcadio, da vergüenza decirlo, pero, al venir aquí, yo tenía un miedo terrible de que tú no me quisieras ya; he venido santiguándome todo el camino. Y tú, eres tan bueno, tan noble!No lo olvidaré jamás! Voy a casa de mamá. Y tú, quiérelo un poco al menos, eh?

é calurosamente y le dije:

ácter fuerte. Sí, lo creo, no eres tú quien corre tras él, sino más bien él quien corre detrás de ti, sólo que, a pesar de todo...

ólo que, a pesar de todo, " por qué te has enamorado de él?,he aquí la pregunta! " - replicó Lisa, con una risa astuta, como otras veces, y pronunció exactamente igual que yo: "He aquí la pregunta! "

ía al pronunciar esta frase, ella elevó el índice hasta la altura de sus ojos. Nos abrazamos, pero, cuando ella se marchó, mi corazón se sintió de nuevo acongojado.

II

é aquí para mí: hubo por ejemplo instantes, después de la partida de Lisa, en que los pensamientos más inesperados me atravesaron tumultuosamente el cerebro, y yo me sentía incluso muy satisfecho. "Vamos, por qué me mezclo en esto? - me decía -, qué me importa esto? Estas cosas le suceden a todo el mundo o a casi todo el mundo. Le ha pasado a Lisa, y qué? Y qué, es que yo debería saltar por el "honor de la familia"? Anoto todas estas indignidades para mostrar hasta qué punto yo estaba aún vacilando en la comprensión del bien y del mal. Únicamente el sentimiento me salvaba: yo sabía que Lisa era desgraciada, que mamá era desgraciada; lo sabía por el sufrimiento que sentía cuando pensaba en ellas, y sentía también que todo lo que había sucedido no debía estar bien.

ía hasta la catástrofe de mi enfermedad, los acontecimientos se sucedieron con tal rapidez, que me asombro yo mismo, al pensar en eso hoy, de haber podido resistir, de no haber sido aplastado por el destino. Excitaron mi inteligencia a incluso mis sentimientos y si, finalmente, no pudiendo resistir más, yo hubiera cometido un crimen (crimen que estuvo a punto de cometerse), los jurados habrían podido absolverme con toda facilidad. Pero trataré de contarlo todo en un orden estricto, aunque, lo aviso de antemano, haya habido muy poco orden entonces en mis pensamientos. Los sucesos me asaltaron como una tempestad, y las ideas se arremolinaron en mi cabeza como las hojas secas de otoño. Como yo estaba totalmente nutrido por las ideas de los demás, de dónde habría podido encontrar en mí ideas nuevas, en el momento en que las necesitaba para tomar una decisión independiente? Como guía, absolutamente a nadie.

í ir por la noche a casa del príncipe, para hablar de todo con entera libertad, y hasta por la noche me quedé en casa. Pero con el crepúsculo recibí por correo una nueva cartita de Stebelkov, tres líneas, pidiéndome con urgencia y de la manera "más convincente" que fuera a visitarlo al día síguiente a las once de la mañana "para asuntos de la mayor importancia, usted mismo verá cuáles". Después de reflexionar, decidí obrar según las circunstancias, en vista de que el día siguiente todavía estaba lejos.

ía marchado hacía tiempo, pero seguía esperando a Versilov; tenía muchísimas cosas que decirle y el corazón me ardía. Pero Versilbv no venía, y no vino en absoluto. Yo no podía ya, de momento, presentarme en casa de mamá y de Lisa, y por lo demás presentía que Versilov no había estado allí en todo el día. Me fui a pie, y por el camino se me ocurrió la idea de echar un vistazo en el íspera, en los sótanos. Versilov estaba allí, en el mismo sitio que el día anterior.

ías --. dijo con una extraña sonrisa y una extraña mirada.

ía bondad alguna; hacía mucho tiempo que no le había visto una expresión semejante en el rostro.

é a su mesa y le conté desde el principio los hechos relativos al príncipe y a Lisa y mi escena de la noche anterior en la casa del príncipe, después de la ruleta; tampoco me olvidé de mi buena suerte en el juego. Me escuchó con mucha atención y me interrogó sobre la decisión tomada por el príncipe, de casarse con Lisa.

- ás ella no salga ganando nada con eso. Pero sin duda, no llegará a realizarse... aunque él sea muy capaz...

ígame, como a un amigo: usted lo sabía, lo presentía?

ío, qué podía yo hacer? Todo esto es cuestión de sentimiento y de conciencia, aunque no fuese más que a favor de esa desgraciada hija. Te lo repito: bastante me he entrometido en otros tiempos en la conciencia de los demás, lo que constituye la más torpe de las pretensiones. No me negaré nunca a ayudar a cualquiera que esté en la desgracia, en la medida de mis fuerzas y si me entero de algo. Pero tú, querido mío, no has sospechado nada en todo este tiempo?

ómo ha podido usted - exclamé todo inflamado -, cómo ha podido usted, sospechando por poco que fuera las relaciones del príncipe con Lisa y viendo que al mismo tiempo yo aceptaba dinero de él, cómo ha podido usted hablar conmigo, seguir sentado a mi lado, tenderme una mano, a mí, a quien, sin embargo, tenía usted que considerar como un perfecto miserable? Porque, me atrevería a hacer la apuesta, usted sospechaba seguramente que yo estaba enterado de todo y que cogía el dinero del príncipe a cambio de mi hermana, con perfecto conocimiento de causa.

ás que es una cuestión de conciencia - sonrió -. Y sabes tú - agregó claramente, con no sé qué sentimiento enigmático -, sabes tú si yo no temía, como tú ayer, en una ocasión completamente distinta, perder mi "ideal" y encontrarme, en lugar de mi muchacho leal y arrebatado, a un pillastre? Temiéndolo, yo retrocedía de momento. Por qué no suponer en mí, en lugar de pereza o de perfidia, algo más inocente, más idiota si quieres, pero un poco más noble? é me habría servido todo si tú tenías inclinaciones de ese tipo? Aconsejar y corregir en semejantes casos es una bajeza; tú habrías perdido todo valor a mis ojos, incluso una vez corregido...

ástima de ella? Le da lástima?

ísima lástima, querido mío. Y por qué supones que yo sea tan insensible... ? Por el contrario, trato por todos los medios... Bueno, y tú?, cómo van tus asuntos?

íos que valgan. Escúcheme, por qué duda usted de que él pueda casarse con ella? Ayer estuvo en casa de Ana Andreievna y seguramente ha renunciado... quiero decir, a esa idea estúpida... que ha nacido en el espíritu del príncipe Nicolás Ivanovitch sobre to de casarlos. Ha renunciado seguramente.

í? Y cuándo ha ocurrido eso? Y cómo te has enterado? - preguntó con curiosidad.

é todo lo que sabía.

ó, pensativo y como reflexionando para sí -. Entonces todo eso ha pasado exactamente una hora... antes de otra explicación. Hum... sí, sin duda, semejante explicación ha podido tener lugar entre ellos... aunque, lo sé muy bien, nada se haya dicho ni hecho allí hasta hoy de una parte o de otra... Sí, indudablemente, bastan dos palabras para explicarse. Pero he aquí - de repente tuvo una risa extraña - que voy a comunicarte una noticia extraordinaria que seguramente te interesará: si tu príncipe se hubiese declarado ayer a Ana Andreievna, lo que, teniendo sospechas sobre Lisa, yo me habría empeñado con todas mis fuerzas en no tolerar, ía rechazado inmediatamente y de una manera total. Yo creo que tú quieres mucho a Ana Andreievna, que la respetas, que la aprecias. Es mucha amabilidad por tu parte, y, por consiguiente, te alegrarás por ella: pues bien, querido mío, se casa y, a juzgar por su carácter, se casará sin titubeos, y yo, naturalmente, le doy mi bendición.

én? - pregunté, terriblemente asombrado.

ínalo. Bueno, no quiero atormentarte; con el príncipe Nicolás Ivanovitch, tu querido anciano. - Abrí los ojos de par en par -. Es de creer que desde hace mucho tiempo ella alimentaba esa idea, y seguramente la ha trabajado con un arte exquisito en todas sus facetas - continuó él perezosamente y con entera claridad -. Calculo que eso debió de pasar exactamente una hora después de la visita del "príncipe Serioja". (He ahí un bonito ejemplo de sus incursiones intempestivas!) Con la mayor naturalidad ella se trasladó a casa del príncipe Nicolás Ivanovitch y se le declaró.

ómo que se le declaró? Querrá usted decir que él se le declaró.

Él, vamos!Ha sido ella, ella misma! El caso es que está lleno de entusiasmo. Por lo visto ahora parece que se asombra de que la idea no se le hubiese ocurrido a él. He oído decir que está incluso enfermo... de entusiasmo también, sin duda.

ónicamente... Me cuesta trabajo creerlo. Cómo ha podido ella hacer una propuesta semejante? Qué es lo que le ha dicho?

ío, de que me alegro sinceramente - respondió de pronto con aire muy serio -. Sin duda, es viejo ya, pero puede casarse, con arreglo a todas las leyes y a todas las costumbres. En cuanto a ella, una vez más nos tropezamos con el campo de la conciencia del prójimo, como ya te lo he repetido, amigo mío. Por otra parte, es lo bastante lista para tener su propia opinión y adoptar sus decisiones. En cuanto a los detalles, las palabras de que se haya servido, no puedo decírtelo, amigo mío. Como quiera que sea, ha sabido salir del paso, y quizá como no habríamos podido nosotros, ni tú ni yo. Lo mejor del caso es que en todo esto no hay el menor escándalo, todo es ès comme il faut ón, pero es que se la merece. Todo esto, amigo mío, son cosas completamente mundanas. Su proposición ha debido de hacerse en términos admirables y exquisitos. Es un carácter severo, amigo mío, una monja, como tú la definiste un día; "una muchacha de sangre fría", como yo la llamo desde hace tiempo. El caso es que ella es casi su pupila, tú lo sabes, y más de una vez ha experimentado sus bondades. Hace ya muchísinno tiempo, ella me aseguraba que sentía por él "tanto respeto y tanta estima, tanta lástima y tan simpatía! ", y todo lo demás, que yo estaba ya poco más o menos preparado. Todo esto me ha sido comunicado esta mañana, en su nombre y a ruego suyo, por mi hijo y su hermano Andrés Andreievitch, al que creo que no conoces y al que veo exactamente una vez cada seis meses. Él aprueba respetuosamente el paso dado por su hermana.

úblico?Dios mío, que asombrado estoy!

ía no es completamente del dominio público; tardará aún algún tiempo, no sé cuánto. En general, es una cosa en la que ni entro ni salgo. Pero todo esto es verdad.

é cree usted? Este preludio no creo que sea del gusto de Bioring.

Ésa es una cosa que ignoro... En el fondo, qué es lo que no le hará gracia? Pero créeme, Ana Andreievna, también en ese aspecto, es una persona de gran tacto. Esta Ana Andreievna! Precisamente ayer mañana me preguntaba si quiero a la señora viuda Akhmakova. Te acuerdas, te lo dije ayer con asombro: no podría ella casarse con el padre, si yo me casaba con la hija? Comprendes ahora?

ó -. Pero, Ana Andreievna podia suponer verdaderamente que usted... pudiera querer casarse con Catalina Nicolaievna?

í es, amigo mío. En fin... en fin, creo que es tiempo de que vayas al sitio adonde tengas que ir. Ya ves, a mí me sigue doliendo la cabeza. Voy a decir que pongan ía. értelo dicho ya... Me repito imperdonablemente... Quizá también yo me marche dentro de poco. Te quiero muchísimo, muchacho, pero adiós. Cuando me duele la cabeza o las muelas, siempre tengo sed de soledad.

ó en su rostro; creo ahora que le dolía la cabeza, sobre todo la cabeza...

ñana! - dije.

é quiere decir hasta mañana? Y qué pasará mañana - y tuvo una sonrisa torva.

é a casa de usted o usted vendrá a la mía.

é a tu casa; serás tú quien vendrá a buscarme...

ía en su rostro algo maligno, pero no puse mucha atención en ello:era una noticia tan asombrosa!

III

íncipe estaba efectivamente enfermo: se había quedado en casa, con la cabeza envuelta en un frapo mojado. Me esperaba impacientemente; pero no era solamente la cabeza lo que tenía enferma, era toda su persona la que sufría moralmente. Una advertencia más: en todos estos últimos tiempos y hasta la catástrofe, no encontré más que gente sobreexcitada hasta la locura, tanto que, a pesar de mi resistencia, tuve que sufrir el contagio. Llegué, lo confieso, con malos sentimientos, y además me daba mucha vergüenza de haber llorado en su casa la víspera. Me habían engañado tan astutamente, Lisa y él, que no podía menos que parecerme a mí mismo imbécil. En resumen, en el momento en que entraba en su casa, mi corazón latía irregularmente. Pero todo eso era superficial, y estos falsos latidos pronto desaparecieron. Debo rendirle justicia: desde que su susceptibilidad caía o se rompía, él se entregaba completamente; se descubrían en él rasgos casi infantiles de ternura, de confianza y de amor. Me abrazó con lágrimas en los ojos y comenzó en seguida a hablar del asunto... Sí, tenía verdaderamente gran necesidad de mí: había un gran desorden en sus palabras y en la ilación de sus ideas.

ó muy firmemente su intención de casarse con Lisa lo antes posible.

éame, no me ha turbado un solo instante - me dijo -. Mi abuelo se casó con una sierva que cantaba en el escenario privado de un propietario vecino. Sin duda mi familia acariciaba en cuanto a mí esperanzas sui generis, pero se verán obligados ahora a ceder sin lucha. Quiero romper, romper definitivamente con todo este mundo de ahora!Quiero una cosa distinta, nueva! No comprendo por qué su hermana se ha enamorado de mí; pero muy bien puede ser que, sin ella, yo no estuviera ya en este mundo. Se lo juro con todo mi corazón,. veo ahora en mi encuentro con ella en Luga el dedo de la Providencia. Creo que ella me amó por "la inmensidad de mi caída"... Pero, comprende usted esto, Arcadio Makarovitch?

él paseaba de un lado a otro.

ó por un secreto íntimo que sólo ella sabía, porque yo no se lo había confiado a nadie más que a ella. Y nadie más hasta ahora lo sabe. Llegué a Luga con la desesperación en mi alma, y fui a vivir a casa de Stolbieieva no sé por qué, tal vez porque yo buscaba el aislamiento más completo. Acababa entonces de dejar el ejército. Había entrado en mi regimiento a mi regreso del extranjero, después de aquel encuentro con Andrés Petrovitch. Yo tenía entonces una fortuna considerable, echaba la casa por la ventana, vivía completamente al día; pero mis compañeros oficiales no me apreciaban, y sin embargo yo me esforzaba en no ofenderlos. Es una cosa que tengo que confesarle a usted: nadie me ha querido nunca. Había allí un corneta, un tal Stepanov, es preciso que se lo diga, extremadamente vacío, nulo, a incluso poco menos que embrutecido, en una palabra, sin nada de particular. Por lo demás, intachablemente honrado. Se pegó a mí. Yo no me enfadaba con él, se pasaba en mi casa, sentado en un rincón, días enteros, sin despegar la boca, pero con dignidad, y no me molestaba en lo más mínimo. Un día le conté una anécdota de ocasión, sobre la cual improvisé muchas tonterías: la hija del coronel no me miraba con indiferencia; el coronel, confiándose en mí, haría todo lo que yo quisiera---. En una palabra, desdeñando los detalles, más tarde salieron de aquello comentarios muy complicados y terriblemente sucios. No procedían de Stepanov, sino de mi asistente, que lo había oído y se había quedado con todo, porque había allí una historia rara que comprometía a una persona joven. Pues bien, aquel asistente, interrogado por los oficiales en el momento en que la historia hizo explosión, nombró a Stepanov, o más bien dijo que era yo el que le había contado la cosa a Stepanov. Stepanov se vio en la impusibilidad de negar que lo había oído. Lo peor era que se trataba de una cuestión de honor. Y como, a aquella historia yo le había añadido dos terceras partes de mi invención, los oficiales se indignaron y el coronel tuvo que reunirnos en su casa y pedir explicaciones. Entonces fue cuando se le hizo a Stepanov, en presencia de todo el mundo, la pregunta esencial: Lo oyó usted, sí o no? El otro dijo toda la verdad. Pues bien, cómo me he comportado yo, yo, príncipe desde hace mil años? Negué y dije frente a Stepanov que él había mentido, claro que lo dije suavemente, es decir, que él no había "comprendido bien", etc. Una vez más me salto los detalles, pero la ventaja de mi posición consistía en que, como Stepanov se quedaba todo el tiempo en mi casa, yo podía, no sin cierta verosimilitud, presentar la cosa como si él se hubiera puesto de acuerdó con mi asistente para conseguir determinados beneficios. Stepanov se limitó a mirarmé sin decir palabra y a encogerse de hombros. Me acuerdo de su mirada; no la olvidaré jamás. Inmediatamente presentó su dimisión. Pero usted no adivinará nunca lo que ocurrió. Los oficiales, desde el primero al último, fueron a visitarlo y le pidieron que no se marchase. Quince días después era yo el que abandonaba el regimiento: nadie me daba con la puerta en las narices, nadie me invitaba a marcharme; pretexté un asunto de familia para presentar mi dimisión. He ahí cómo acabó el asunto. Al principio me quedé indiferente, incluso estaba enfadado contra ellos; vivía en Luga, conocí allí a Isabel Makarovna, pero a continuación, un mes más tarde, empecé a mirar mi revólver y a pensar en la muerte. Yo siempre veo las cosas negras, Arcadio Makarovitch. Preparé una carta para el coronel y los camaradas del regimiento, para confesarles mi mentira y rehabilitar a Stepanov. Escrita la carta, me planteé este problema: "Enviarla y vivir, o bien enviarla y morir?" Habría sido incapaz de encontrar la solución por mí mismo. El azar, un azar ciego, después de una conversación rápida y extraña con Isabel Makarovna, me aproximó bruscamente a ella. Hasta entonces se la veía con. frecuencia en casa de Stolbieieva; nos encontrábamos allí, cambiábamos unos saludos y hablábamos raramente. De pronto se lo descubrí todo. Y entonces ella me tendió su mano.

ómo resolvió ei problema?

é la carta. Fue ella quien lo decidió. Ella lo razonaba de la siguiente manera: si yo enviaba la carta, sin duda obraría noblemente, lo bastante noblemente para lavar mi honra con creces, pero soportaría yo mismo aquel paso? Su opinión era que nadie podría soportarlo, porque entonces todo porvenir quedaba perdido y toda resurrección a una nueva vida resultaba imposible. Y además, aquello estaría muy bien si Stepanov hubiese sufrido alguna consecuencia desagradable; pero no estaba ya rehabilitado por la oficialidad? En una palabra, una verdadera paradoja; pero el caso es que ella me contuvo y yo me entregué completamente en sus manos.

ó de una manera jesuítica, pero como mujer! - exclamé -. Ya lo quería a usted!

é transformarme, cambiar de vida, adquirir méritos a mis propios ojos y a los ojos de ella. Y he aquí en lo que ha terminado todo. Hemos recorrido, usted y yo, los garitos, hemos jugado al bacará; no me he contenido delante de la herencia, no he visto más que la alegría en mi camino, toda esa gente, ese fausto... He atormentado a Lisa. Oh, qué vergüenza! - se pasó la mano por la frente y anduvo por la habitación -. Lo que nos sucede a nosotros, a usted y a mí, Arcadio Makarovitch, es el destino corriente de los rusos: usted no sabe qué hacer y yo no sé qué hacer. Desde que un ruso se sale, por poco que sea, del carril trazado oficialmente para él por la costumbre, he aquí que ya no sabe qué hacer. Dentro del carril, todo es claro: la renta, el rango, la situación en el mundo, el tren de vida, las visitas, el cargo, la mujer. A la menor desviación, qué queda de mí? Una hoja llevada por el viento. Ya no sé qué hacer. Estos dos últimos meses he tratado de mantenerme dentro del carril, he querido amar mi carril, me he hundido dentro de mi carril. Usted no sabe todavía la profundidad de mi nueva caída:quería a Lisa, la quería sinceramente y al mismo tiempo soñaba con Akhmakova!

é con dolor -. A propósito, príncipe, qué es lo que usted me decía ayer de Versilov, sobre que lo estaba incitando a no sé qué infamia contra Caralina Nicolaievna?

ás he exagerado. Quizá soy tan culpable hacia él, como hacia usted mismo, por culpa de mi susceptibilidad. Dejemos eso. Pues bien, quiere usted figurarse que durante todo este tiempo, tal vez desde Luga, no he acariciado ningún ideal elevado de vida? Se lo juro, ese ideal no me ha abandonado jamás, estaba delante de mí constantemente, sin perder en mi alma nada de su belleza. Me acordaba del juramento prestado ante Isabel Makarovna de que me regeneraría. Andrés Petrovitch, al hablarme aquí de nobleza, ayer mismo, no me dijo nada nuevo, puede usted estar seguro. Mí ideal está sólidamente asentado: varias decenas de hectáreassolamente varias decenas, puesto que, por decirlo así, no me queda más de mi herencia); luego una ruptura completa, absolutamente completa, con el mundo y con la carrera; una vivienda rústica, mi familia, yo mismo labrador o algo por el estilo. Oh!, en nuestra familia eso no es ninguna novedad: el hermano de mi padre empujaba el arado, mi abuelo también. Somos príncipes desde hace mil años y nobles como los Rohan, pero somos pobres. Y he aquí to que enseñaré a mis hijos: "Acuérdate toda tu vida de que eres noble, de que la sangre sagrada de los príncipes rusos corre por tus venas, pero no te avergüences de que tu padre haya empujado el arado: o ha hecho íncipe" No les dejaré otra fortuna que ese trozo de tierra, pero en compensación les daré una instrucción superior, eso será para mí un deber. Lisa me ayudará a eso. Lisa, hijos, el trabajo,oh!, cómo hemos soñado con todo eso, ella y yo, aquí mismo, en este apartamienío. Pues bien, al mismo tiempo yo pensaba en Akhmakova; sin querer lo más mínimo a dicha persona, pensaba en la posibilidad de un casamiento mundano y rico. Y solamente después de la noticia, traída ayer por Nachtchokine, de ese Bioring, resolví dirigirme a casa de Ana Andreievna.

í para renunciar! Ése es un paso leal, creo.

ó delante de mí -. No, usted no conoce todavía mi manera de ser. O bien... o bien hay algo que ni siquiera yo mismo conozco: porque no debe tratarse sólo exclusivamente de una cosa de la naturaleza. Yo le quiero a usted sinceramente, Arcadio Makarovitch, y además soy un gran culpable por haberle mirado con desconfianza durante estos dos meses y por eso deseo que usted, como hermano de Lisa, lo sepa todo: fui a casa de Ana Andreievna para pedirle la mano y no para renunciar.

ía...

ñé a Lisa.

ítame: hizo usted una petición en regla y Ana Andreievna lo rechazó? Sí? Es eso? Los detalles son muy importantes para mí, príncipe.

ón en absoluto, pero únicamente porque no tuve tiempo para eso. Fue ella la que me previno, no con las palabras adecuadas, evidentemente, pero, en términos claros y bastante comprensibles, me dio a entender "delicadamente" que esa idea era ya imposible.

ón alguna, y su orgullo no ha recibido ninguna ofensa.

í? Y el juicio de mi propia conciencia, y Lisa, a la que he engañado, a la que, por consiguiente, he querido abandonar? Y la palabra que me había dado a mí mismo y a todo el linaje de mis antepasados, de regenerarme, de borrar mis infamias pasadas? Se lo suplico, no hable usted de eso. Es quizá la única cosa que no podré perdonarme nunca. Desde ayer estoy enfermo por eso. Y sobre todo, me parece que ahora todo se ha acabado y que el último de los príncipes Sokolski va a marcharse a prisión. Pobre Lisa! Le esperaba a usted con impaciencia, Arcadio Makarovitch, para descubrirle, en calidad de hermano de Lisa, lo que ella no sabe todavía. Soy un criminal de derecho común y participo en la fabricación de falsas acciones de una compañía de ferrocarriles.

é me dice! Cómo, a prisión?

é de un salto y me quedé mirándolo con espanto. Su rostro expresaba una profunda amargura, sombrío y sin brillo.

éntese usted - dijo, y él mismo se sentó en un sillón frente a mí -. Por lo pronto sepa esto: hace ya más de un año, aquel mismo verano de Ems, de Lidia y de Catalina Nicolaievna y, a continuación, de París, precisamente en el momento en que iba a pasar dos meses en París, como es natural, me quedé sin dinero. Entonces se presentó Stebelkov, al que yo ya conocía. Me dio dinero y me prometió darme más, pero me pidió por su parte que lo ayudara: tenía necesidad de alguien, artista dibujante, grabador, litógrafo y todo lo demás... químico y técnico, todo eso para ciertos fines. Esos fines me los dejó adivinar desde el primer momento con bastante claridad. Pues bien, él sabía cómo era mi carácter; todo aquello me divirtió, sin darle más importancia. El caso era que yo había conocido, en los bancos de la escuela, a un individuo que es actualmente un emigrante ruso, por lo demás no ruso de nacimiento, y que habita en algún sitio de Hamburgo. En Rusia había estado ya metido en un lío de papeles falsos. Stebelkov contaba con aquel individuo, pero tenía necesidad de una recomendación para él y se dirigió a mí. Yo le di dos líneas escritas de mi puño y letra y no pensé más en aquello. Más tarde me vio todavía algunas veces, y recibí de el en total unos tres mil rublos aproximadamente. Literalmente llegué. a olvidarme de todo aquel asunto. Aquí. en Petersburgo, yo le pedía prestado dándole prendas o pagarés y él se inclinaba ante mí como un esclavo. Pero de pronto me entero por él, ayer, por primera vez, de que soy un criminal de derecho común.

ándo fue eso, ayer?

ábamos él y yo en mi despacho, poco antes de la llegada de Nachtchokine. Por primera vez y en términos muy claros, se atrevió a hablarme de Ana Andreievna. Levanté la mano para pegarle, pero de repente se puso en pie y me manifestó que yo era solidario de él y que debía acordarme de que era su cómplice, que era un canalla como él. En una palabra, si no fueron éstas sus expresiones, por lo menos sí el sentido.

ño?

ño. Hoy ha venido nuevamente a mi casa y se ha explicado con más detalle. Esas acciones están en circulación desde hace mucho tiempo y otras se pondrán en circulación en seguida. Parece que aquí y allá está empezando a revelarse el engaño. Naturalmente, yo no tengo nada que ver con eso, pero Stebelkov me dijo que en otros tiempos bien me digné darle aquella cartita.

ía para qué. O quizá lo sabía?

ó el principe en voz baja, bajando los ojos también -. O más bien, mire, yo sabía sin saber. Reía, la cosa me parecía divertida. De momento no pensé en nada, tanto más cuanto que no tenía necesidad ninguna de acciones falsas y no estaba dispuesto en lo más mínimo a fabricarlas. A pesar de todo, esos tres mil rublos que me dio entonces, no los apuntó en mi cuenta, y se lo toleré: Y además, quién sabe, quizá yo también haya sido un falsificador. No era posible no saberlo; yo no era un niño; yo lo sabía, únicamente que aquello me hacía gracia, y he ayudado a unos criminales, los he ayudado por dinero. Por tanto, también yo soy un falsificador.

ás grave es que en todo esto está metido un tal Jibelski, un hombre joven todavía, que pertenece a la carrera judicial y es algo así como secretario de un abogado fullero. También él ha participado en este asunto de las acciones y además ha venido varias veces a buscarme de parte de ese señor de Hamburgo, para tonterías, naturalmente, ni yo mismo sabía para qué, y no se trataba nunca de las acciones... Sólo que ha conservado consigo dos documentos escritos de mi puño y letra, siempre cartitas de dos líneas, y también esos papeles pueden servir de testimonio; hoy lo he comprendido muy bien. Stebelkov dice que este Jibelski es un tipo engorroso: ha robado no sé qué, el dinero de no sé dónde, de Hacienda, creo, y tiene la intención de robar más y de emigrar en seguida. Pues bien, le hacen falta, por lo menos, ocho mil rublos, para gastos de viaje. Mi parte de herencia es suficiente para satisfacer a Stebelkov, pero Stebelkov dice que hay que contentar también a Jibelski... En una palabra, que renuncie a mi parte de la herencia y que además les entregue diez mil rublos; ésa es la última palabra. Con esa condición me devolverán mis cartas. Están en convivencia, eso es evidente.

é absurdo! Pero, si le denuncian a usted, éllos mismos se entregarán. Seguro que no harán nada.

ás, no es que amenacen con denunciarme; únicamente dicen: "No vamos a denunciarle, pero si el asunto se descubre... " Eso es lo que dicen; es todo, y me parece que es bastante. Mas no es de eso de lo que se trata: pase lo que pase, a incluso si yo tuviese ya esas cartas en mi bolsillo... pero ser solidario de esos sinvergüenzas, ser su camarada eternamentte, eternamente!Mentirle a Rusia, mentir a los niños, mentir a Lisa, a mi propia conciencia. . . !

ón, no sobreviviría al disgusto. Yo llevo ahora el uniforme de mi regimiento, y cada vez que me cruzo con un soldado del mismo, cada segundo, tengo la sensación de que soy indigno de llevarlo.

é de repente -. No hace falta pronunciar largos discursos. No tiene usted más que un único camino de salvación. Vaya a buscar al príncipe Nicolás Ivanovitch, pídale diez mil rublos, sin contarle nada, y llame en seguida a esos dos bribones y arregle definitivamente sus cuentas y rescate sus cartas. Y todo se acabó. Todo se acabó, y a trabajar. Se acabaron las fantasías,confíe usted en la vida!

ía pensado en eso - dijo firmemente -. Todo el día de hoy he reflexionado y por fin me he decidido. No esperaba más que a usted. Iré. Mire, nunca en la vida le he pedido un solo copec al príncipe Nicolás Ivanovitch. Es bueno para nuestra familia a incluso nos ha testimoniado un interés afectuoso, pero personaimente nunca le he pedido dinero. Ahora estoy decidido. Fíjese bien que nuestra rama es más antigua que la del príncipe Nicolás Ivanovitch: la de ellos es la rama menor, incluso colateral, casi discutida... Nuestros antepasados eran enemigos. Al principio de la reforma de Pedro el Grande, mi tatarabuelo, Pedro él también, era y siguió siendo Raskolnik y anduvo errante por los bosques de Kostroma. Ese príncipe Pedro se casó en segunda nupcias, él también, con una mujer que no era noble; entonces fue cuando se pasarón por delante estos otros Sokolski; pero... de qué estaba yo hablando?

ía abatido y como cansado de hablar.

álmese - dije levantándome y cogiendo mi sombrero -; ante todo, váyase a acostar. En cuanto al príncipe Nicolás Ivanovitch, desde luego no se negará, sobre todo ahora que está tan contento. Se ha enterado usted de la noticia? No?No es posible! Me he enterado de una cosa absurda: se casa. Es un secreto, pero no para usted, naturalmente.

é todo, ya de pie, con el sombrero en la mano. Él no sabía nada. Rápidamente preguntó detalles, sobre todo en cuanto a la fecha, al lugar y al grado de verosimilitud. Naturalmente no le oculté que aquello había sucedido, por lo que se decía, inmediatamente después de su visita de la víspera a Ana Andreievna. Yo no sabría reflejar la impresión penosa que le produjo esa noticia; su rosotro se deformó, apareció como surcado de arrugas, una sonrisa torva tendió convulsivamente sus labios; acabó por palidecer y hundirse en una meditación profunda, bajando los ojos. Yo veía con demasiada claridad que su amor propio había quedado espantosamente herido por la negativa de Ana Andreievna. Quizás, en su estado enfermizo, se representaba demasiado vivamente en aquellos instantes el papel ridículo y grotesco que había desempeñado la víspera delante de aquella muchacha cuyo consentimiento esperaba con tanta seguridad, como ahora se veía bien claro. En fin, tal vez era el pensamiento de la infamia que había cometido respecto a Lisa, una infamia sin consecuencias. Es curioso ver lo que los hombres de mundo piensan los unos de los otros y a título de qué pueden respetarse mutuamente; aquel príncipe podía sin embargo suponer que Ana Andreievna estaba ya enterada de sus relaciones con Lisa, con su propia hermana al fin y al cabo, y que, si no estaba enterada, se enteraría seguramente algún día; pues bien, a pesar de eso, él "no tenía dudas sobre su decisión".

ómo ha podido usted creer entonces - dijo clavando bruscamente en mí unos ojos fieros a insolentes - que yo sería capaz, yo, de ir ahora, después de semejante noticia, a pedirle dinero al príncipe Nicolás Ivanovitch?Él, el novio de la mujer que acaba de negarme su mano!Pero eso sería un acto de mendicidad, de servilismo! No, ahora todo está perdido y, si la ayuda de ese viejo era mi última esperanza, dejemos que esa esperanza muera también!

í mismo yo estaba de acuerdo con él; pero sin embargo era preciso considerar las cosas con mayor amplitud de miras: "era el anciano príncipe un hombre, un novio?" Varias ideas se agitaban en mi cerebro. Yo había resuelto ya que iría al día siguiente a hacerle una visita. Mientras tanto, me esforcé en suavizar la impresión producida y en enviar al pobre príncipe a la cama.

á usted una buena noche, y cuando se levante tendrá las ideas más claras, ya verá.

ó calurosamente la mano, pero sin besarme. Le di palabra de que vendría a verlo al día siguiente por la noche,

á muchas cosas de que hablar.

ír esas palabras, sonrió con una sonrisa fatal.

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Notas
Indice de los personajes