Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток).
Segunda parte. Capítulo VIII

Primera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Tercera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes

ÍTULO VIII

I

é soñando con la ruleta, con el juego, con el oro, con los arreglos de cuentas. Calculaba, como frente a una mesa de juego, las posturas y las oportunidades, y durante toda la noche aquello fue como una especie de pesadilla abrumadora. Diré la verdad: en todo el día anterior, a pesar de mis impresiones extraordinarias, no podía menos que acordarme una y otra vez de mis ganancias en casa de Zerchtchikov. Expulsaba la idea, pero no podía rechazar la impresión, y me estremecía a cada recuerdo. Aquella ganancia me había mordido en el corazón. Habría -nacido yo jugador? Por lo menos, sí era probable que tuviese las cualidades ser jugador. Incluso hoy día, al escribir estas líneas, me gusta a veces pensar en el juego. Me sucede en ocasiones pasarme horas enteras, en silencio, haciendo cálculos de juego y viéndome en sueños apostando y ganando (101). Sí, tengo "cualidades" muy diversas, y mi alma no está tranquila.

Tenía el proyecto de ir a las diez a casa de Stebelkov, a pie. Despedí a Matvei en cuanto se presentó. Mientras me bebía mi café, trataba de examinar las cosas. Estaba contento; al entrar por un instante en mí mismo, adiviné que estaba contento sobre todo porque "hoy estaría en casa del príncipe Nicolás lvanovitch". Pero aquella jornada de mi vida fue fatal a inesperada y principió con una sorpresa.

A las diez en punto, mi puerta se abrió de par en par y vi entrar toda sofocada a Tatiana Pavlovna. Yo podía esperarlo todo, excepto su visita, y me puse en pie de un salto, muerto de miedo. Traía un rostro feroz y sus gestos eran desordena. dos. Si yo le hubiese hecho alguna pregunta, quizá no habría podido contestarme para qué había entrado en mi casa. Debo advertirlo con anticipación: acababa de recibir una noticia extraordinaria, abrumadora, y se hallaba todavía bajo el efecto de la primera impresión. Ahora bien, la noticia también me afectaba a mí. Por lo demás, no pasó en mi casa más que medio minuto, un minuto si ustedes quieren, pero no más con seguridad. Y se me echó encima:

ás aquí! - se plantó delante de mí, toda inclinada hacia delante -. Estás aquí, sinvergüenza! Qué es lo que has hecho? Cómo, no sabes?Bebe su café!Ah!, pequeño charlatán, molinillo de palabras, amante de papel mascado...!Pero habría que darte con el látigo, con el látigo, con el látigo!

-Tatiana Pavlóvna, qué ha pasado? Qué ha sucedido? Mamá... ?

ás! - amenazó ella, quitándose de en medio.

Desapareció. Naturalmente me lancé en su persecución, pero una idea me detuvo, o más bien no una idea, sino una vaga inquietud: percibía que en sus gritos "el amante de papel" había sido la frase esencial. Sin duda yo no habria podido adivinar nada por mí mismo, pero salí rápidamente, para acabar cuanto antes con Stebelkov a ir en seguida a casa del príncipe Nicolás Ivanovirch. "Allí es donde está la clave de todo! ", pensaba yo instintivamente.

ía ya toda la historia de Ana Andreievna a incluso con sus menores detalles; no refiero su conversación y sus gestos, pero estaba encantado, loco de entusiasmo, delante del "valor artístico de esta hazaña".

-He ahí una verdadera personalidad!Ella sí que es grande! - exclamaba -. No, no es como nosotros; nosotros nos quedamos aquí tranquilos, pero ella ha tenido ganas de beber el agua en su verdadera fuente, y la ha bebido. Es... es una estatua antigua de Minerva, pero que anda y que lleva vestidos modernos!

Le rogué que se atuviese a los hechos; los hechos, como yo había adivinado perfectamente, consistían en que yo debía persuadir y convencer al príncipe para que fuera a pedir un socorro definitivo al príncipe Nicolás Ivanovitch.

él, y no por mi culpa. Es verdad o no?

ía ni remotamente que yo supiese algo más que la víspera. No tenía por qué suponerlo y, naturalmente, yo no dejé adivinar ni con palabras ni con alusiones lo que sabía de la falsificación. Nuestra explicación no fue larga; casi inmediatamente me prometió dinero:

-Una buena suma, sépalo usted; lo único que tiene que hacer es que el príncipe vayá allí. Es urgente, muy urgente; todo consiste en eso: en que es terriblemente urgente.

No quise entrar en discusiones con él como en el día anterior, a hice intención de marcharme, diciéndole vagamente que lo intentaría. Pero de pronto me asombró de una manera indecible: me dirigía ya hacia la puerta cuando de improviso me rodeó tiernamente la cintura y empezó a decirme... las cosas más incomprensibles.

Desdeño los detalles y no recogeré todo el hilo de la conversación, para no cansar. Pero el sentido, helo aquí: me propuso que lo pusiera en relación con el señor Dergatchev, "puesto que usted frecuenta esa casa".

é el oído, tratando con todas mis fuerzas de no traicionarme con gesto alguno. Respondí en seguida que yo no conocía allí a nadie y que, si había estado, había sido exclusivamente una vez y por casualidad.

-Pero, si lo han admitido a usted una vez, puede ir una segunda vez, no es verdad?

Le pregunté francamente, pero con mucha frialdad, que qué interés tenía. Y hasta hoy no consigo comprender cómo puede encontrarse tanta ingenuidad en ciertas personas que, por lo que se ve, no tienen pelo de tonto y son incluso " prácticas", como las definía Vassine. Me explicó con entera franqueza que, según sus sospechas, en casa de Dergatchev pasaba "seguramente algo que estaba prohibido, severamente prohibido, que me bastaría estudiarlo para poder sacar de eso alguna ventaja". Y, sin dejar de sonreír, me hizo un guiño con el ojo izquierdo.

No respondí nada afirmativo, pero fingí reflexionar y prometí "pensar en aquello", después de lo cual me apresuré a irme. Las cosas se complicaban: vole a casa de Vassine y tuve la suerte de encontrármelo allí.

én!

ó con esta frase enigmática. Sin prestarle atención, fui directamente al grano y le conté el asunto. Estaba visiblemente turbado, pero sin perder de ninguna forma su sangre fría. Me pidió que le contara todos los detalles.

-Es muy posible que usted no haya comprendido bien.

-No, he comprendido bien, el sentido estaba absolutamente claro.

ñadió él con sinceridad -. Sí, verdaderamente, si todo ha sucedido así, es que él suponía que usted no podría resistir ante cierta suma.

-Y además conocía bien mi situación; yo no hacía más que jugar, me portaba mal, Vassine.

ído decir.

-Lo más extraño para mí es que él sabe que usted también frecuenta esa casa - me arriesgué a decir.

Él sabe perfectamente - respondió Vassine con toda sencillez- que no tengo nada que ver con eso. Todos esos jóvenes son sobre todo charlatanes, nada más; usted se acordará por cierto mejor que nadie.

Me pareció que tenía en cuanto a mí algo de desconfianza.

-De todas formas, le estoy infinitamente agradecido.

ído decir que los asuntos del señor Stebelkov no iban muy bien ahora - dije intentando sonsacarle -, al menos he oído hablar de ciertas acciones.

ído usted hablar?

Yo había mencionado a propósito las "acciones", pero de ninguna forma para contarle el secreto del príncipe. Quería solamente hacer una alusión y juzgar por su rostro, por sus ojos, si él sabía alguna cosa. Alcancé mi objetivo: en un movimiento inapreciable a instantáneo de su rostro, adiviné que tal vez sabía alguna cosa. No respondí a su pregunta de "qué acciones?" y me callé; en cuanto a él, cosa extraña, no insistió.

-Cómo está Isabel Makarovna? - preguntó con ínterés.

-Está bien. Mi hermana siempre ha sentido respeto por usted...

ía brilló en sus ojos: yo había adivinado desde hacía mucho tiempo que él no miraba a Lisa con indiferencia.

-He recibido estos últimos días la visita del príncipe Sergio Petrovitch - me confió bruscamente.

-Cuándo? - exclamé.

-Hace exactamente cuatro días.

ó una mirada interrogadora -. Después le hablaré quizá con más detalle de esta visita, pero de momento creo necesario prevenirle -- dijo Vassine misteriosamente - que me ha parecido encontrarse en un estado anormal, de alma... y hasta de espíritu. Y además, he tenido también otra visita - sonrió de pronto - ahora mismo, un poco antes que la de usted, y me he visto obligado a deducir también un estado de ninguna forma normal del visitante.

-El príncipe estaba aquí ahora mismo.

-No, no el príncipe, no hablo del príncipe ahora. He tenido aquí hace un rato a Andrés Pretrovitch Versilov y... no sabe usted nada? No le ha pasado a él nada?

é le ha pasado aquí, en casa de usted? - pregunté precipitadamente.

-Yo debía evidentemente guardar el secreto... he aquí una extraña conversación entre nosotros: siempre secretos -sonrió de nuevo -. Por cierto que Andrés Petrovitch no me ha exigido guardar el secreto. Además usted es su hijo y, sabiendo cuáles son sus sentimientos hacia él, me parece que yo haría bien previniéndole en esta ocasión. Figúrese que ha venido a plantearme la siguiente pregunta: " Si por casualidad uno de estos días, muy próximamente, me viera obligado a batirme en duelo, consentiría usted en ser mi testigo?" Naturalmente, me he negado en redondo.

ás inquietante de todas; había sucedido algo, se había producido necesariamente cualquier acontecimiento que yo no sabía aún. Me acordé de pronto de que Versilov me había dicho la víspera: "No soy yo quien irá a tu casa, eres tú quien correrá a la mía." Volé a casa del príncipe Nicolás Ivanovitch, presintiendo otra vez anticipadamente que allí estaba la clave del enigma. Vassine, al despedirme, me dio las gracias una vez más.

II

El anciano príncipe estaba sentado delante de su chimenea, las piernas envueltas en una manta. Me acogió con una mirada ligeramentc interrogadora, como sorprendido por mi visita; y sin embargo, casi a diario, me invitaba a visitarlo. Además me saludó amablemente, pero respondió a mis primeras preguntas con una especie de desdén y con aire horriblemente distraído. A cada instante parecía reflexionar y me examinaba fijamente, como si hubiera olvidado alguna cosa de la que se acordara ahora y que debía seguramente relacíonarse conmigo. Dije con franqueza que ya lo sabía todo y que estaba contento. Una afable sonrisa se mostró en seguida en sus labios. Se animó. Su prudencia y su desconfianza habían desaparecido; parecía haberlas olvidado. Y seguramente las había olvidado.

ía muy bien que tú serías el primero en venir y, sabes?, ayer mismo me dije: "Quién va a alegrarse? Él", nadie más, seguro. Pero eso no importa. La gente tiene mala lengua... pero poco importa... Cher enjant, todo eso es tan elevado y tan delicioso... Pero tú la conoces muy bien, por tu parte. Por lo demás, Ana Andreievna tiene de ti la mejor opinión. El suyo es un rostro severo y encantador, un rostro de és. Es el más delicioso de los grabados ingleses... Hace dos años, yo tenía toda una colección de esos grabados... Siempre tuve esta intención, siempre; lo único que me asombra es que nunca se me haya ocurrido.

-Pero, por lo que recuerdo, usted siempre ha querido y distinguido a Ana Andreíevna.

-Amigo mío, nosotros no queremos perjudicar a nadie. Vivir con amigos, con parientes, con personas queridas, es el paraíso. Nosotros somos todos poetas... En una palabra, esto se sabe desde los tiempos prehistóricos. Mira, pasaremos el verano primeramente en Soden (102), después en Bad-Gastein (l(l3 ). Perocuánto tiempo llevabas sin venir! Dónde has estado? Te aguardaba. Cuántos, cuantísimos acontecimientos desde entonces!, no es verdad? Solamente que es una lástima que yo no esté tranquilo: en cuanto me quedo solo, me pongo inquieto. He aquí por qué no debo quedarme solo, no es verdad? Está claro como el día. La comprendí desde sus primeras palabras, y... era como la más maravillosa de las poesías. Pero es que tú eres su hermano, casi su hermano, no es así?Querido mío, por algo yo te apreciaba tanto! Yo presentía todo esto, te lo juro. Le besé la mano y me eché a llorar.

Sacó su pañuelo, como si otra vez fuera a echarse a llorar. Estaba muy conmovido y creo que en uno de los "estados" más tristes en que yo hubiese podido verlo durante todo el tiempo que lo conocía. Por lo general, a incluso casi siempre, se le veía muchísimo más fresco y más valiente.

é a todos, amigo mío - balbució a continuación -. Tengo ganas de perdonar a todo el mundo y hace ya muchísimo tiempo que no le tengo antipatía a nadie. El arte, la poésie dans la vie, el socorro a los desgraciados y ella,la belleza bíblica! Quelle charmante personne(104). Enfin, David, Salomon, cher enfant, ícula. Cette jeune belle de la vieillesse de David, c'est tout un poèmeó... Le he dicho que no la molestaríamos. Nosotros hemos empezado nuestra novela, que se nos permita terminarla. Es un sueño, si ustedes quieren, pero que no se nos quite nuestro sueño.

-Qué es eso de un sueño, príncipe?

-Un sueño? Que qué es eso de un sueño? Todo lo que se quiera de sueño, pero que se nos deje morir con eso.

íncipe!, por qué morir?Lo que hace falta ahora es vivir!

é era lo que yo decía entonces? Creo que no estoy diciendo otra cosa. No sé verdaderamente por qué la vida es tan corta. Seguramente para que no se aburra uno, porque la vida también es una obra de arte del Creador, bajo la forma definitiva a impecable de una poesía de Pushkin. La brevedad es la primera condición del arte. Pero a los que no se aburren, se les debía permitir que viviesen más tiempo.

-Dígame, príncpe, se ha hecho ya pública la noticia?

-No, querido mío, en absoluto. Sólo nos hemos puesto de acuerdo entre nosotros. En familia, en familia, nada más que en familia. De momento. No me he confiado abiertamente más que a Catalina Nicolaievna, porque me considero culpable delante de ella. Y es que Catalina Nicolaievna es un angel, un verdadero ángel.

-Sí, sí!

í? Tú también dices sí?Y yo que te creía su enemigo!Ah!, a propósito, ella me ha pedido que no te reciba más. Figúrate que, cuando has entrado, se me ha olvidado de pronto.

-Qué dice usted? - exclamé, poniéndome en pie de un salto -. Y por qué?, cuándo?

(Mi presentimiento no me había engañado: era algo por ese estilo lo que yo me esperaba después de la visita de Tatiana. )

-Ayer, amigo mío, ayer. No comprendo siquiera cómo has podido entrar, porque se han tomado todas las medidas necesarias. Cómo has logrado entrar?

ás simple.

ás probable. Si hubieses intentado entrar astutamente, te habrían detenido con toda seguridad, pero como has entrado con toda sencillez, te han dejado pasar. La simplicidad, mon cher

én, no recibirme más?

-No, amigo mío, he dicho que eso no era asunto mío... Es decir, he dado mi pleno consentimiento. Y, puedes estar bien convencido, mi querido niño, te quiero enormemente. Pero Catalina Nicolaievna lo ha exigido con demasiada insistencia... Ah!,hela aquí!

ó en el umbral Catalina Nicolaievna. Estaba vestida como para salir y, como siempre, antes venía a darle un beso a su padre. Al verme, se detuvo, se turbó, volvió la espalda y salió.

-Voilà! - exclamó el príncipe, estupefacto y terriblemente impresionádo.

ón! - exclamé -. Un momento solamente... yo... vuelvo en seguida, príncipe!

é a correr detrás de Catalina Nicolaievna.

Todo lo que sucedió a continuación pasó con tanta rapidez, que, lejos de poder reflexionar, ni siquiera pude preparar lo más mínimo mi conducta. Si yo hubiese podido prepararme, desde luego me habría comportado de una manera muy distinta! Pero estaba trastornado como un niño. Me precipité hacia sus habitaciones, pero un criado me dijo que Catalina Nicolaievna había salido hacía un instante y que se dirigía a su coche. Me lancé, con la cabeza gacha, por la gran escalera. Catalina Nicolaievna bajaba, embutida en una pelliza, y a su lado caminaba, o, por decir mejor, la conducía, un oficial alto y bien formado, en uniforme, sin capote, con el sable a un costado; un criado llevaba su capote detrás. Era el barón, coronel, de treinta y cinco años, el tipo de oficial elegante, seco, de rostro un poco demasiado ovalado, los bigotes rojizos, a incluso las pestañas. Su rostro no tenía nada de belleza, pero poseía una expresión descarada y provocativa. Lo describo a toda prisa, tal como lo vi en aquel momento. Hasta entonces, nunca me había encontrado con él. Corrí en seguimiento de la pareja, sin sombrero y sin pelliza. Catalina Nicolaievna fue la primera que se dio cuenta de mi presencia y le susurró algo al oído a su acompañante. Él volvió la cabeza, e inmediatamente les hizo una señal al criado y al portero. El criado dio un paso hacia mí, delante de la puerta, pero lo rechacé con la mano y, siguiéndolos, llegué hasta la escalinata. Bioring ayudaba a Catalina Nicolaievna a sentarse en el coche.

é estúpidamente (como un imbécil!,como un imbécil!Oh!, me acuerdo de tedo. Estaba sin sombrero! ).

ó una vez más y le gritó en voz alta al criado una o dos palabras que no comprendí. Sentí que me agarraban por el codo. En aquel instante el coche arrancó; lancé un grito y corrí detrás. Catalina Nícolaievna, yo lo veía, miraba por la ventanilla del coche y parecía hallarse en un estado de gran inquietud. Pero en mi gesto rápido, en el momento en que me lanzaba, choqué fuertemente, sin proponérmelo en lo más mínimo, con Bioring, y creo que le pisé un pie. Lanzó una exclamación, rechinó los dientes y, cogiéndome por el hombro con una mano vigorosa, me rechazó con tanta rabia, que retrocedí tres pasos largos. En aquel momento le alargaron su capote, se lo echó por encima, subió a su trineo y desde allí lanzó todavía un grito de amenaza señalándome a los criados y al portero. Me agarraron y me tuvieron sujeto: un criado me tiró mi pelliza, otro me alargó mi sombrero, y no me acuerdo ya de lo que me dijeron: hablaban y yo estaba allí escuchándolos sin comprender nada. Pero de repente los dejé plantados y me escapé.

Sin distinguir nada, tropezando con los transeúntes, corriendo siempre, llegué por fin a casa de Tatiana Pavlovna, sin que ni siquiera se me hubiese ocurrido coger un coche de punto por el camino. Bioring me había empujado delante de ella! Sin duda, yo le había dado un pisotón y él me había rechazado instintivamente, como hombre al que le han aplastado un callo (quizás, en realidad, yo le había aplastado un callo). Péro e!la lo había presenciado, y había visto que los criados me agarraban,todo eso delante de ella, en su presencia! Cuando irrumpí en casa de Tatiana Pavlovna, al príncipio no pude decir una sola palabra, mi mandíbula inferior estaba como sacudida por la fiebre. En realidad tenía fiebre, y además lloraba... Me sentía tan terriblemente ofendido!

-Vaya! Qué pasa ahora? Te han puesto de patitas en la calle?Muy bien hecho!Muy bien hecho! - dijo Tatiana Pavlovna.

é caer sobre el diván y me quedé mirándola.

é le pasará a este tonto? - dijo ella, mirándome fijamente -. Toma, coge este vaso, traga un poco de agua, bebe! Y cuéntame qué nueva tontería has hecho.

Balbucí que me habían dado con la puerta en las narices y que Bioring me había pegado un empujón en la calle.

í o no?Pues bien, lee, deléitate!

Y, depués de tomar de encima de la mesa una carta, mé la tendió, y se plantó delante de mí. Reconocí inmediatamente la letra de Versilov; no había más que unas cuantas líneas: era una cartita a Catalina Nicolaievna. Me estremecí; instantáneamente la capacidad de comprender me volvió con todo su vigor. He aquí el contenido de ese billete terrible, escandaloso, absurdo, criminal, palabra por palabra:

ñora Catalina Nicolaievna.

ñora:

Por perversa que usted sea por naturalexa y por estudio, pensaba sin embargo que sería dueña de sus pasiones y que, por to menos, no intentaría nada contra niños. Pero ni siquiera eso la ha espantado. Le informo que el documento que usted sabe no ha sido desde luego quemado sobre una bujía y nunca estuvo en poder de Kraft, por lo que, en ese aspecto, nada tiene usted que ganar. Por tanto no corrompa inútilmente a un muchacho. Déjelo tranquilo, es todavía menor de edad, casi un niño, y no ha alcanzado su completo desarrollo intelectual y físico: de qué puede servirle a usted? Me intereso por él, y por eso me arriesgo a escribirle esta carta, aunque no espero ningún resultado satisfactorio. Tengo el honor de advertirle que envío copia de esta carta al barón Bioring.

VERSILOV

ía me puce palidísimo, luego estallé de pronto y mis labios temblaron de indignación.

-Se trata de mí!Es a propósito de lo que le conté anteayer! - exclamé furioso.

ó la carta.

ío!, qué pensará de mí ella ahora?Pero está loco! Es un loco... Lo vi ayer. Cuándo ha sido enviada la carta?

-En el día de ayer; llegó por la noche, y hoy mismo me la ha traído ella en persona.

á loco!Versilov no ha podido escribir eso, es la obra de un loco! Quién puede escribirle así a una mujer?

ólera los ponen sordos y ciegos y la sangre se les cambia en sus venas en vitriolo... Y tú no sabías todavía la clase de personaje que es! Ahora, que lo van a arreglar por esto. Lo van a dejar hecho papilla. Él mismo pope la cabeza en el tajo. Mejor habría hecho yéndose una noche a la línea férrea de Nicolás y poniendo la cabeza sobre los raíles. Se la habrían cortado con más limpieza si tan pesada la encuentra de llevar. Y qué lo impulsó a hablarle? Qué necesidad tenías de darle rabia? Es que quisiste pavonearte?

é odio!Qué odio! - me golpeaba la cabeza con la mano -. Y por qué, por qué?Contra una mujer! Qué le ha hecho ella? Qué relaciones ha habido entre ellos, para escribir cartas semejantes?

ó Tatiana Pavlovna, remedándome con una ironía furiosa.

La sangre me subió de nuevo al rostro: me pareció súbitamente comprender alguna cosa por completo nueva; la miré con aire interrogador, con todas mis fuerzas.

-Vete de aquí! ! - gritó ella con voz agria, volviéndome la espalda después de amenazarme con la mano -. Bastante jaleo he tenido ya con todos vosotros!Ahora se acabó! Por mi pane podéis reventar todos... La única que me da lástima es tu madre...

í a casa de Versilov. Pero,qué perfidia, qué perfidia!

III

Versilov no estaba solo. Lo diré con anticipación: después de haber enviado la víspera esa carta a Catalina Nicolaievna y remitido en efecto una copia (Dios sabe para qué) al barón Bioring, debía naturalmente aguardar en el curso de la jornada ciertas "consecuencias" del paso que había dado, y por consiguiente había tornado ciertas medidas: desde por la mañana había hecho que se trasladaran a la parte de arriba, al "ataúd", mamá y Lisa (quien, como supe en seguida, al volver por la mañana, había caído enferma y estaba en cama), mientras que las habitaciones, y sobre todo nuestro "salón", habían sido cuidadosamente barridos y arreglados. Y en efecto, a las dos de la tarde se presentó un barón R., militar, coronel, un señor de unos cuarenta años, de origen alemán, alto, seco y con el aspecto de ser muy fuerte físicamente, pelirrojo él también, como Bioring, solamente que un poco calvo. Era uno de esos barones R. que abundan tanto en el ejército ruso, todos muy puntillosos en cuestiones de honor, sin fortuna de ninguna clase, viviendo de su sueldo, grandes militares y grandes batalladores. Yo no había asistido al comienzo de la conversación; los dos estaban muy animados, y, cómo iba a ser de otra manera? Versilov estaba sobre el diván delante de la mesa, el barón en una butaca allí al lado. Versilov estaba pálido, pero hablaba con mesura y pesando sus palabras; el barón elevaba la voz y parecía inclinarse a los gestos bruscos, pero se contenía; tenía una mirada severa, altiva a incluso desdeñosa, aunque no sin cierto asombro. Al verme, frunció las cejas, pero Versilov casi se alegró al darse cuenta de mi presencia:

-Buenos días, querido mío. Barón, he aquí justamente al jovencito del que se habla en la carta. Créame, lejos de molestarnos, puede hasta sernos útil. - El barón me miró con desprecio -. Querido mío - agregó Versilov -, me alegro de que hayas venido. Quédate en un rincón, te lo ruego, y espera que hayamos acabado. Esté usted tranquilo, barón, se quedará en su rincón...

ía decidido a todo, y además estaba asombrado; me senté sin decir palabra y lo antes posible en el rincón y permanecí allí sin moverme y sin parpadear hasta el fin de la explicación.

ás, barón - dijo Versilov, recalcando fuertemente todas las palabras -, considero a Catalina Nicolaievna Akhmakova, a quien le he escrito esa carta indigna y repugnante, no solamente como la más noble de las criaturas, sino también como el colmo de todas las perfecciones.

ón de sus propias palabras, ya se lo he dicho, se parece demasiado a una confirmación de las mismas - rugió el barón -. Las expresiones que usted emplea son positivamente irrespetuosas.

ás conveniente será que usted las tome en su sentido literal. Es que, mire usted, sufro ataques... y diversos desórdenes, incluso me veo obligado a cuidarme, y en uno de esos momentos me ha sucedido...

-Esas explicaciones no pueden admitirse. Lo repito una vez más que continúa usted obstinándose en su error. Tal vez desea equivocarse aposta. Ya le he advertido desde el principio que la cuestión referente a esa dama, es decir, su carta de usted a la generala Akhmakova, debe ser dejada a un ládo en la explicación actual; y usted no hace más que volver a la carga. El barón Bioring me ha rogado y encargado que ponga en claro únicamente lo que a él le concierne, es decir, el insolente envío de esa copia y además el post-scriptum donde usted dice estar "dispuesto a responder a no importa quién y no importa cómo".

último punto está bien claro sin más amplias explicaciones.

é. Usted ni siquiera se excusa, usted continúa afirmando que está "dispuesto a responder a no importa quién y no importa cómo". Pero eso sería para usted salir muy bien librado. Por eso estimo que es mi derecho, visto el giro que usted quiere dar forzosamente a la explicación, expresarle mi parecer sin molestarme: he llegado a la conclusión de que el barón Bioring no debe de ninguna manera tener con usted un asunto... en un pie de igualdad.

ón es naturalmente de las más ventajosas para su amigo el barón Bioring y, lo confieso, no me asombra usted lo más mínimo: era una cosa que me esperaba.

Lo haré notar entre paréntesis: yo había comprendido desde las primeras palabras, en la primera ojeada, que Versilov buscaba un choque, provocaba y azuzaba a aquel barón irritable y tal vez sometía su paciencia a una prueba demasiado ruda. El barón estaba sobre ascuas.

ía que podía usted ser ingenioso, pero el ingenio no es lo mismo que la inteligencia.

-Observación extraordinariamente profunda, coronel!

-No tengo necesidad de sus elogios - gritó el barón -, y no he venido aquí para hablar en el desierto. Haga el favor de escucharme: el barón Bioring, al recibir su carta, se ha visto en una extrema perplejidad porque aquello olía a leguas a manicomio. Y sin duda se habría podido encontrar inmediatamente medios para... calmarle a usted. Pero, por ciertas razones particulares, se le han guardado miramientos y se han tomado informes: se ha sabido que usted perteneció en tiempos a la buena sociedad y que sirvió en la Guardia, pero también se ha sabido que fue usted excluido de esa sociedad y que su reputación es más que dudosa. Sin embargo, a pesar de eso, me he trasladado aquí para hacerme cargo personalmente, y resulta que, por si fuera poco, se permite usted jugar con las palabras a incluso llega a confesar que está sujeto a ataques... Basta! La situación del barón Bioring y su reputación no pueden comprometerse en este asunto. En una palabra, caballero, estoy encargado de manifestarle que si este acto o cualquier otro por el estilo se repite, se hallarán inmediatamente los medios para tranquilizarle, medios muy seguros y muy rápidos, se lo garantizo. No vivimos en los bosques, sino en un Estado organizado!

á usted muy seguro, mi buen barón R.?

ón se levantó repentinamente -, me tienta usted a probarle inmediatamente que no soy "su buen barón".

-Le prevengo una vez más - Versilov se levantó también - que mi mujer y mi hija no están lejos, por lo que le ruego que no hable tan alto, ya que sus gritos llegan hasta ellas.

í para hablar con usted, ha sido únicamente con la intención de poner en claro este sucio asunto - continuó el barón, siempre enfadado y sin bajar la voz lo más mínimo -. Basta! - gritó enfurecido -, no sólo está usted excluido de la sociedad de la gente digna, sino que además es un loco, un verdadero loco, un chiflado, y así es como me lo habían descrito. No merece usted indulgencia alguna y le declaro que hoy mismo se tomarán medidas y que se le llamará a un lugar donde sabrán hacerle entrar en razón... y se le hará salir de la ciudad!

Abandonó la habitación rápidamente y a grandes zancadas. Versilov no lo acompañó. Seguía de pie, mirándome distraídamente y como sin darse cuenta de mi presencia; de repente, sonrió, agitó su cabellerá y, después de coger su sombrero, se dirigió también hacia la puerta. Lo agarré por la mano.

í. Has... escuchado?

í.

-Cómo ha podido usted obrar así? Cómo ha podido deformar así las cosas, deshonrar... con tanta perfidia? - Me miraba fijamente, pero su sonrisa se alargaba más y más y se transformaba verdaderamente en risa -. Pero es a mí a quien se ha deshonrado... delante de ella!,delante de ella! He sido ultrajado ante sus ojos; y él... me ha dado un empellón - exclamé, fuera de mí.

-Es posible?Ah! Mi pobre niño, qué lástima te tengo... Te han... ul-tra-ja-do!

íe, usted se ríe de mí!A usted le parece esto gracioso!

ó rápidamente su mano de la mía, cogió su sombrero, que había soltado para hablar conmigo, y riéndose, riéndose ahora con una risa verdadera, salió de la habitación. Alcanzarlo? Para qué?Yo lo había comprendido todo, y todo lo había perdido en un instante! De repente, vi a mamá; había bajado y lanzaba una mirada tímida.

-Se ha ido?

é silenciosamente, y ella me besó con fuerza, con mucha fuerza, pegándose a mí.

á, puede usted quedarse aquí? Vámonos todos inmediatamente, yo las protegeré, yo trabajaré para ustedes como un condenado, para usted y para Lisa... Abandonémosle todos, todos, y vayámonos. Estaremos solos. Mamá, se acuerda usted de cuando vino a verme a casa de Touchard y yo me negué a reconocerla?

-Me acuerdo, hijo mío. Toda mi vida he sido culpable contigo; te traje al mundo y no te conocí.

él, mamá; él, que es la causa de todo. No nos ha querido nunca.

-Sí, nos ha querido.

ámonos, mamá.

ómo podría yo abandonarlo? Es que él es dichoso?

-Dónde está Lisa?

ó, cayó enferma. Tengo miedo, por qué están tan furiosos contra él? Qué van a hacerle? Adónde ha ido? Por qué lo amenazaba ese oficial?

á nada, mamá, nunca le pasa nada. Jamás le pasará nada. Y nada puede pasarle. Es un hombre que está hecho así! Pero he aquí a Tatiana Pavlovna, pregúnteselo, si no me cree a mí. - Tatiana Pavlovna acababa de entrar -. Hasta la vista, mamá. Volveré en seguida y una vez más volveré a pedirle lo mismo...

Me marché. No podía ver a nadie. Sin hablar de Tatiana Pavlovna, ella, mamá, me ponía en el tormento. Quería estar solo, solo.

Pero no había llegado a la calle siguiente cuando ya me sentía incapaz de andar; chocaba absurdamente con aquellas rersonas indiferentes o extrañas; pero, dónde refugiarme? A quién era yo útil y qué me hacía falta a mí ahora? Me arrastré maquinalmente hasta la casa del príncipe Sergio Petrovitch, sin pensar en él de ninguna manera. No estaba en casa. Le dije a Pedro (su criado) que me quedaría a esperarlo en su despacho (como lo había hecho tantísimas veces). Era una gran habitación de techo muy alto, abarrotada de muebles. Me hundí en el rincón más sombrío, me senté en un diván y, con los codos sobre la mesa, me cogí la cabeza entre las manos. Sí, la cuestión era: "qué me hacía a mí falta ahora?" Sí bien era capaz de. formular la pregunta, era absolutamente incapaz de responderla.

ía ni razonar ni preguntar. Ya he advertido más arriba que, al final de este perïodo, estaba "aplastado por los acontecimientos". Ahora, sentado, era como un caos que se arremolinaba en mi cerebro. "Sí, no he visto nada, no he comprendido nada de este hombre", tal era la idea que por momentos me atravesaba el espíritu. " Hace un instante se me ha reído en la cara: no, no se reía de mí; era siempre de Bioring, y no de mí. Anteayer en la comida, lo sabía ya todo y estaba sombrío. Sorprendió mi estúpida confesión en el y lo ha deformado todo a expensas de la verdad. Qué necesidad tenía él de la verdad? No cree ni una sola palabra de todo to que le ha escrito. Le hacía falta únicamente herir, herir sin motivo, sin saber siquiera por qué, agarrándose a cualquier pretexto, y el pretexto he sido yo quien se lo ha proporcionado... Impulso de perro rabioso? Va a matar ahora a Bioring? Y por qué? Su corazón lo sabe, sabe el porqué. Pero yo ignoro lo que tiene en el corazón... No, no, todavía ahora lo ignoro, y lo sabe él mismo? Por qué le he dicho a mamá que a él no puede pasarle nada? Qué quería decir con eso? La he perdido o no la he perdido?"

"Ella ha visto cómo me empujaban... Ella se ha reído también, o no se ha reído?Por mi parte, yo me habría reído! Era el espía al que estaban vapuleando, el espía...!"

"Y qué significa (esa idea se me ocurrió de repente), qué significa eso que él ha escrito en esa carta infame de que el documento no estaba quemado, sino que existía aún. .. ? "

" No matará a Bioring, seguramente en estos momentos está en el y se dispone a escuchar Lucía. Pero quizá después de Lucía se irá a matar a Bioring. Bioring me ha empujado, casi me ha pegado. Me ha pegado? Bioring desdeña batirse incluso con Versilov: irá a batirse conmigo? " " Debería yo quizá matarlo mañana de un tiro de revólver, acechándolo en la calle...?" Esa idea la concebí de forma enteramente maquinal, sin detenerme en ella to más mínimo.

En algunos instantes soñaba que la puerta iba a abrirse, dando paso a Catalina Nicolaievna: entraría y me tendería la mano y nos echaríamos a reír los dos... Ah, el estudiante, querido mío! Esa idea se presentó, o más bien, ese deseo, cuando ya en la habitación reinaba la oscuridad. "Pero tanto tiempo hace que yo estaba delante de ella y le decía hasta la vista mientras ella me tendía la mano y se reía? Cómo es posible que en tan poco tiempo se haya interpuesto una distancia tan espantosa?Ir a buscarla sencillamente y explicarme con ella, ahora mismo, sencillamente, sencillamente!Señor, pero es un mundo completamente nuevo el que acaba de empezar! Sí, un mundo nuevo, completamente, completamente nuevo... Lisa, el príncipe, eso es todavía cosa del tiempo antiguo... Ahora, estoy en casa del príncipe. Y maná, cómo ha podido vivir con él, si es cierto? Yo, yo habría podido, yo puedo cualquier cosa, pero ella? Qué va a pasar ahora?" Y, como en un torbellino, las siluetas de Lisa, Ana Andreievna, Stebelkov, el príncipe, Aferdov, las siluetas de todos, desfilaron sin dejar huellas por mi cerebro enfermo. Las ideas se hacían por momentos más informes a inasibles; me contentaba cuando podía comprender una y recogerla.

"Tengo mi "idea" - pensé de pronto -, pero, es verdad? No es una frase aprendida de memoria? Mi idea es la oscuridad y la soledad, pero ahora, puedo hundirme en la oscuridad de antes?Ah, Dios mío, pero es que no he quemado el documento! Se me olvidó quemarlo anteayer. Volveré a casa y lo quemaré sobre la bujía, sí, sobre la bujía; únicamente que no sé si está bien lo que pienso ahora... "

Hacía ya tiempo que reinaba la oscuridad: Pedro trajo velas. Se detuvo delante de mí y me preguntó sí había comido. Me limité a hacerle un signo con la mano. Sin embargo, una hora después, me trajo té y me bebí ávidamente una gran taza. En seguida le pregunté la hora. Eran las ocho y media y ni siquiera me asombré de estar allí desde las cinco.

ía que estaba durmiendo.

él hubiese entrado. No sé por qué, pero de repente, muy asustado por haberme "dormido", me levanté y me puse a caminar de arriba abajo para no "dormirme" más. Por fin, la cabeza empezó a dolerme. A las diez en punto, el príncipe entró y me asombré de haberlo esperado. Lo había olvidado completamente, de una manera total.

í, y yo, en cambio, he ido a buscarlo a su casa! - me dijo.

Su semblante estaba sombrío y severo, sin la menor sonrisa. En sus ojos, una idea fija.

éndome todo el día y he empleado todos los medios - continuó, con aire concentrado -; todo ha fracasado y ahora es horrible... - ía estado en casa del príncipe Nicolás Ivanovitch -. He visto a Jibelski, es un hombre imposible. Mire, lo primero es tener el dinero, después veremos. Si es imposible con dinero, entonces... Pero he decidido no pensar hoy en eso. Hoy solamente encontrar el dinero, mañana veremos. Lo que usted ganó anteayer está todavía intacto, hasta el último copec. Hay ahí tres mil rublos, menos tres rublos. Deduciendo lo que usted me debía, le quedan trescientos rublos. Tómelos y añada setecientos para hacer el millar, y yo cogeré los otros dos mil. En seguida nos iremos a casa de Zerchtchikov, nos instalaremos en dos extremos opuestos y trataremos de ganar diez mil rublos, quizás así consigamos algo, si no... Es la única salida que me queda.

ó con aire fatal.

-Sí, sí - exclamé de repente, como si resucitara -. Vamos allí! No esperaba más que a usted...

Nótese que, en todas aquellas horas, ni un solo instante se me había ocurrido pensar en la ruleta.

ó de repente el príncipe.

-El qué? El hecho de que vayamos a la ruleta?Pero todo está allí! - exclamé -. El dinero lo es todo! Nosotros sí que somos santos, usted y yo, mientras que Bioring se ha vendido, Ana Andreievna se ha vendido, y Versilov, sabe usted que Versilov es un loco?Un loco!Un loco!

-Se siente usted bien, Arcadio Makarovitch? Tiene una mirada muy rara.

í? Ahora, ya no le abandono. No en vano me he pasado toda la noche soñando con el juego. Vamos allá!,vamos allá! -grité, como si de pronto hubiese encontrado la solución del enigma.

í...

ó. En su rostro había una cosa dolorosa, impresionante. Salíamos ya.

ándose en el umbral - que hay todavía una salida además del juego?

-Cuál?

ál? Cuál?

á usted más tarde. Sepa solamente que ahora soy indigno de ella, de esa salida, porque es demasiado tarde. Vamos, y acuérdese usted de mis palabras. Probemos la salida vulgar... Es que por ventura no iba yo a darme cuenta de que conscientemente, con mi plena voluntad, voy a comportarme como un lacayo?

IV

Volé hacia la ruleta como si allí estuviesen concentradas la salud y la salvación, y sin embargo, como ya he dicho, antes de la llegada del príncipe no había pensado lo más mínimo en eso. Por lo demás, iba a jugar no para mí, sino con dinero del príncipe y para el príncipe. No llego a comprender lo que me atraía, pero me sentía atraído irresistiblemente. No, jamas aquella gentuza, aquellos rostros, aquellos ayudantes de banqueros, aquellos gritos de jugadores, toda aquella sala innoble de Zerchtchikov me parecieron tan repugnantes, tan sombríos, tan groseros ni tan tristes como aquella vez. Me acuerdo muy bien del dolor y la pena que por momentos se iban apoderando de mi corazón durante todas aquellas horas pasadas allí, delante de la mesa. Pero, por qué no me iba? Por qué resistía, como si me hubiese impuesto un trabajo, un sacrificio, una proeza? Diré solamente esto: no sabría afirmar en verdad que tuviese entonces toda mi razón. Y sin embargo nunca he jugado tan razonablemente como aquella noche. Estaba silencioso y concentrado, atento y calculador hasta inspirar pánico; me mostraba paciente y avaro, y al mismo tiempo resuelto, en los momentos decisivos. Me coloqué nuevamente delante del éro, es decir, una vez más entre Zerchtchikov y Aferdov, que se sentaba siempre a la derecha de Zerchtchikov; aquel sitio me desagradaba, pero yo quería irresistiblemente apostar al zéroás sitios alrededor del éro estaban ocupados. Llevábamos jugando ya más de una hora; por fin, vi desde mi sitio que el príncipe acababa de levantarse y, pálido, avanzaba hacia nuestro extremo y se detenía frente a mí, al otro lado de la mesa: había perdido todo y examinaba mi juego en silencio, probablemente sin comprender nada de él y sin ni siquiera pensar en el juego. Precisamente yo empezaba a ganar y Zerchtchikov me había pagado una determinada cantidad. De pronto Aferdov, sin decir una palabra, ante mis propios ojos, con la mayor insolencia, cogió uno de mis billetes de cien rublos y lo unió a un montón que tenía delante de él. Lancé un grito y lo agarré por la mano. Entonces me sucedió algo inesperado incluso para mí: estaba como disparado; todos los horrores y todas las ofensas del día se veían bruscamente concentradas en aquel solo instante, en aquella desaparición del billete. Se habría dicho que todo lo que estaba acumulado y comprimido en mí no aguardaba más que aquel instante para hacer explosión.

ón!Acaba de robarme un billete de cien! - exclamé, fuera de mí, mirando alrededor.

No describo todo el tumulto que suscitaron estas palabras. Un escándalo así era una cosa completamente nueva en aquel lugar. En el salón de Zerchtchikov la gente se comportaba de una manera decorosa, y su casa tenía fama por eso. Pero yo no podía dominarme. En medio del ruido y de los gritos, se oyó de repente la voz de Zerchtchikov:

ás qué decir. Estaban aquí!Cuatrocientos rublos!

ón: un fajo de cuatrocientos rublos había desaparecido de la banca, bajo las propias narices de Zerchtchikov. Zerchtchikov señalaba el sitio donde había estado el fajo, "estaba ahí hace un momento", y aquel sitio se encontraba muy cerca de mí, me rozaba, rozaba el sitio donde estaba mi dinero, en una palabra, estaba infinitamente más cerca de mí que de. Aferdov.

-El ladrón está aquí!Es él quien ha robado también eso, regístrenlo! - exclamé, señalando a Aferdov.

-Todo esto proviene - empezó a decir una voz imponente y atronadora en medio de los gritos - de que se permite entrar aquí a toda clase de gente. Gente sin recomendación! Quién lo ha traído? Quién es?

íncipe Dolgoruki?

-Ha sido el príncipe Sokolski quien lo ha traído - gritó alguien.

íncipe! - le grité fuera de mí, a través de la mesa -, creen que soy yo el ladrón; cuando se me acaba de robar hace un momento. Dígales, dígales quién soy!

ás espantosa de todas las que habían sucedido aquel día... a incluso de las que me habían sucedido en toda mi vida: el príncipe renegó de mí. Vi cómo se encogía de hombros y, en respuesta a las preguntas que llovían sobre él, declaró con voz limpia y cortante:

-Yo no respondo de nadie. Les ruego que me dejen en paz.

ía en medio de la multitud, reclamando en voz alta que lo registraran. Ya se sacaba los forros de los bolsillos. Pero a sus reclamaciones se respondía con gritos:

-No!No!,el ladrón, ya sabemos quién es!

ás, cogiéndome por los brazos.

é registrar, no lo permitiré! - grité, tratando de soltarme.

Pero me arrastraron a una habitación contigua y allí, en medio de la multitud, se me registró completamente, hasta el último pliegue. Yo gritaba y me debatía.

á conveniente buscar - propuso alguien.

ónde, en el suelo?

-Debajo de la mesa. Sin duda ha tenido tiempo de echar los billetes allí.

-Lo más seguro será que no quede ya ni rastro.

ído de una rabia loca:

á prohibida por la policía!Hoy mismo les denunciaré a todos!

Se me hizo bajar la escalera, me echaron encima el abrigo y... abrieron delante de mí la puerta de la calle.

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Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
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Notas
Indice de los personajes