Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток).
Tercera parte. Capitulo XI

Primera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Tercera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes

I

í a casa de Lambert. Oh!, en vano quiero dar una apariencia lógica y descubrir una brizna de sentido común en mi conducta de aquella tarde y de toda aquella noche; incluso hoy, que puedo considerar todo el conjunto de los acontecimientos, me veo incapaz de presentarlos con la ilación y la claridad deseadas. Había allí un sentimiento o, por decirlo mejor, todo un caos de sentimientos entre los cuales yo debía naturalmente extraviarme. Sin duda, había uno, esencial, que me aplastaba y dominaba a todos los demás, pero... debo confesarlo? Tanto más cuanto que no estoy seguro...

Me colé en casa de Lambert, naturalmente, fuera de mí. Incluso me daba miedo de él y de Alphonsine. He observado siempre que los franceses, incluso los más desatinados, los más libertinos, se muestran extraordinariamente apegados, en su interior, a un cierto orden burgués, a un cierto plan de vida, terriblemente prosaico, rutinario y ritual, adoptado de una vez para siempre. Por lo demás, Lambert comprendió muy pronto que había sucedido algo y se mostró encantadó al ver que me tenía por fin en su casa. No soñaba más que con eso, día y noche, todos aquellos días! Qué necesario le era yo! Y ahora que había perdido toda esperanza, me presentaba de repente, por mis propios pasos, y además poseído de una locura tan enorme, exactamente en el estado que a él le hacía falta.

-Lambert, vino! - grité -. Dame de beber! Déjame formar escándalo! Alphonsine!, dónde tiene usted su guitarra?

é todo, todo. Él escuchaba ávidamente. Fui yo quien le propuso primero una conspiración, un incendio. Ante todo, debíamos atraer a Catalina Nicolaievna a nuestra casa por medio. de una carta...

-Eso se puede hacer - aprobó Lambert, captando al vue• to cada una de mis palabras.

ás, para más seguridad, era preciso enviarle en esa carta toda la copia de su "documento", para que ella pudiese ver bien que no se trataba de un engaño.

-Eso es, eso es lo que hace falta hacer! - aprobaba Lambert, que no cesaba de cambiar miradas con Alphonsine.

ía invitarla, por su propia cuenta, bajo la apariencia de un desconocido llegado de Moscú, y yo por mi parte debía atraer a Versilov...

-Y Versilov también, quizás - aprobaba Lambert.

-Nada de quizás, decididamente! - exclamé -. Es indispensable! Para él es para quien se hace todo esto! - expliqué yo, bebiendo trago tras trago. (Bebíamos los tres, pero creo que me bebí yo solo toda la botella de champaña, mientras ellos solamente fingían beber) -. Nos instalaremos con Versilov en la otra habitación (Lambert, es preciso procurarse otra habitación!) y, en el mismo momento en que de pronto ella consienta en todo, en el rescate con dinero y en el otro rescate, porque todos son repulsivos, entonces Versilov y yo saldremos y la convenceremos de toda su ignominia. Versilov, al ver lo repugnante que es, se curará de golpe y la echará a puntapiés. Pero nos hace falta todavía Bioring, para que él también la vea! - añadí, entusiasmado.

útil - observó Lambert.

í, sí! - aullé de nuevo -. No comprendes nada de esto, Lambert, porque eres idiota! Al contrario, hace falta que haya un escándalo en el gran mundo: de esa manera nos vengaremos del gran mundo y de ella. Que sea castigada! Lambert, ella te dará una letra de cambio... Por mi parte, no tengo necesidad de dinero, escupiré encima del dinero, pero tú te agacharás y te lo meterás en el bolsillo con mis gargajos. Pero yo, yo la habré humillado!

-Sí, sí - seguía aprobando Lambert -. Así es. ..

Él no dejaba de cambiar miradas con Alphonsine.

-Lambert! Ella adora a Versilov; acabo de convencerme de eso - balbucí.

ía supuesto jamás semejante talento de espía, ni tanta presencia de ánimo!

Decía aquello para congraciarce conmigo.

ú mientes, francés, no soy espía, pero tengo mucho espíritu! Y mira, Lambert, es que ella lo quiere! - continué, esforzándome penosamente en reflejar mi pensamiento -. Pero ella no se casará con él, porque Bioring es de la Guardia, mientras que Versilov no es miás que un hombre generoso y un amigo de la humanidad, por tanto, para ellos, un personaje cómico, y nada más. Oh!, ella comprende esta pasión y disfruta con eso, coquetea con él, lo atrae, pero no se casará con él. Es una mujer, es una serpiente! Toda mujer es serpiente y toda serpiente es mujer. Hay que curarlo; es preciso hacer caer el velo de sus ojos: que él la vea tal como es, y quedará curado. Te lo traeré, Lambert.

-Está bien - aprobaba siempre Lambert, llenando mi vaso a cada instante.

Él temblaba tantísimo con el temor de serme desagradable, de contradecirme, se empeñaba tanto en hacerme beber más! Aquello era tan grosero y tan evidente, que, incluso yo, no podía menos de darme cuenta. Pero por nada en el mundo me habría ido; continuaba bebiendo y hablando y tenía unas ganas locas de decir de una vez lo que pensaba. Cuando Lambent fue a buscar otra botella, Alphonsine tocó en su guitarra un motivo español; estuve a punto de deshacerme en lágrimas.

é con profundo sentimiento -. Es absolutamente necesario salvar a este hombre, porque está... embrujado. Si ella se casase con él, por la mañana, después de la primera noche, él la expulsaría a puntapiés... porque eso es lo que pasa. Porque este amor salvaje, exasperado, obra como un ataque, como una enfermedad, como un salto mortal, y, apenas obtenida la satisfacción, inmediatamente cae el velo y surge el sentimiento opuesto: repugnancia y odio, deseo de destruir, de aplastar. Conoces tú la historia de Abisag (146), Lambert? La has leído?

-No, no me acuerdo. Es una novela? - farfulló Lambent.

-Es que tú no sabes nada, Lambert. Eres terrible, terriblemente inculto... Pero me tiene sin cuidado. Poco importa. Oh!, él quiere a mamá; besó su retrato; expulsará a la otra al día siguiente y volverá con mamá; pero será demasiado tarde, y por eso es preciso salvarlo ahora mismo...

é con amargura; pero continué siempre hablando y bebiendo; es extraordinario lo que bebí. El rasgo más característico era que Lambert, en toda la tarde, no me pidió ni una sola vez noticias del "documento", quiero decir: de dónde estaba. No me pidió que se lo enseñara, que lo desplegase sobre la mesa. Qué había sin embargo más natural que hacer esa pregunta desde el momento en que habíamos llegado a un acuerdo para empezar a obrar? Otro rasgo más: decíamos solamente que era preciso obrar así, que " lo" haríamos sin falta, pero dónde, cuándo y cómo, de eso, ni una palabra! No hacía más que darme la razón en todo y cambiar miradas con Alphonsine, absolutamente nada más! Sin duda, yo era entonces incapaz de darme cuenta de eso, pero de todos modos, me acuerdo.

Acabé por dormirme sobre su diván, sin desnudarme. Dormí mucho tiempo y me desperté muy tarde. Me acuerdo de que, una vez despierto, me quedé algún tiempo tendido sobre el diván, como atontado, tratando de reunir mis ideas y mis recuerdos, fingiendo dormir todavía. Pero Lambert no estaba ya allí: había salido. Eran ya más de las nueve; se oía el crepitar de la estufa, exactamente como la otra vez, cuando, después de la famosa noche, yo había abierto de nuevo los ojos en casa de Lambert. Pero detrás del biombo Alphonsine me acechaba: lo noté inmediatamente, porque en dos ocasiones ella miró y me examinó, pero yo tenía siempre cerrados los ojos y fingía dormir. Obraba de esa manera porque estaba deprimido, y tenía necesidad de comprender en qué situación me hallaba. Me daba cuenta con horror de toda la absurdidad y de toda la ignominia de mi confesión nocturna a Lambent, de mi convenio con él y de mi error al haber venido a su casa. Pero, gracias a Dios, el documento seguía estando conmigo, cosido siempre a mi bolsillo del costado; lo palpé con la mano: estaba allí. Por tanto no había más que dar un brinco y escabullirme; en cuanto a avergonzarme delante de Lambert, era inútil: Lambert no se lo merecía.

í mismo. Me hacia mi propio juez y... Dios, cuántas cosas había en mi alma! Pero no describiré ese sentimiento infernal, intolerable, esa sensación de fango y de inmundicia. Debo sin embargo confesarlo, porque creo llegado el momento. Es algo que tengo que registrar en mis memorias. Así, pues, que se sepa bien, si quería deshonrarla, si me preparaba a ser testigo de la escena durante la cual ella pagaría su rescate a Lambert (oh, bajeza! ), no era de ningún modo para salvar a aquel loco de Versilov y devolvérselo a mamá, era porque... quizá yo mismo estaba enamorado de ella, enamorado y celoso! Celoso de quién? De Bioring? De Versilov? De todos aquellos a quienes ella miraría y con quienes hablaría en los bailes mientras yo me quedaría en mi rincón, avergonzado de mí mismo... ? Oh, monstruosidad!

En una palabra, ignoro de quién estaba yo celoso; pero comprendía solamente, y me había persuadido de eso la víspera por la noche como dos y dos son cuatro, que ella estaba perdida para mí, que esa mujer me rechazaría y se burlaría de mi falsedad y de mi absurdidad. Ella es veraz y leal; yo, en cambio, soy un espía y detentador de documentos.

í hasta este momento, pero ahora ha llegado la hora, y... hago balance. Pero, todavía una vez, y por última vez: es posible que, en una mitad larga o incluso en tres cuartas partes, me haya calumniado a mí mismo. Aquella noche, yo la odiaba como un poseído, y más tarde, como un borracho desatado. Lo he dicho ya, era un caos de sentimientos y de sensaciones en el que era incapaz de encontrarme. Pero, es igual, hacía falta expresarlo, puesto que una parte al menos de esos sentimientos ha existido seguramente.

Con una irresistible repugnancia y una irresistible intención de borrarlo todo, salté inmediatamente del diván; pero apenas había dado el brinco cuando al punto acudió Alphonsine. Cogí mi pelliza y mi gorro y le dije que le comunicase a Lambert que la víspera yo había estado delirando, que había calumniado a una mujer, que había bromeado y que él no debía permitirse nunca más poner los pies en mi casa... Todo aquello lo expresé, bien que mal, apresurándome, en francés y sin duda muy oscuramente, pero, con gran ssombro mío, Alphonsine comprendió perfectamente; cosa más extraña aún, pareció incluso alegrarse de eso.

-Oui, oui êtes généreux, vous! Soyez tranquille, je ferais voir raison à Lambert...

Aunque en aquel instante debí parecer extrañado, al ver una revolución tan inesperada en sus sentimientos, y por consiguiente también, sin duda, en los de Lambert, sin embargo salí en silencio; la turbación reinaba en mi alma y yo razonaba mal. Oh!, después lo examiné todo, pero entonces, era ya demasiado tarde! Oh, qué infernal maquinación salió de alli! Hago aquí una parada, para explicarlo anticipadamente, porque de otra forma el lector no podría comprender nada.

El hecho es que, cuando mi primera entrevista con Lambert, mientras me estaba deshelando en su casa, le había farfullado como un imbécil que el documento estaba cosido en mi bolsillo. En aquel momento me había dormido de pronto por algún tiempo sobre su diván en el rincón, y Lambert había palpado inmediatamente mi bolsillo y se había convencido de que, en efecto, allí estaba cosido un papel. Luego. había podido convencerse en varias ocasiones de que el papel seguía estando allí: por ejemplo, durante nuestra comida en los Tatars, me acuerdo de que varias veces me agarró por la cintura. Comprendiendo por fin de qué importancia era aquel papel, había forjado todo un plan particular que yo no sospechaba en to más mínimo. Yo me figuraba siempre, como un imbécil, que, si me invitaba a su casa con tanto empeño, era sencillamente para inducirme a entrar en su banda y actuar con ellos. Pero, ay!, me invitaba para una cosa completamente distinta! Me invitaba para dejarme borracho perdido, y, en el momento en que me tendiese, privado de conocimiento, y me pusiera a roncar, cortarme las puntadas y apoderarse del documento. Es exactamente lo que hicieron aquella noche Alphonsine y él; fue Alphonsine quien abrió el bolsillo. Una vez en posesión de la carta, de la carta de ellaú, tomaron una vulgar hoja de papel de cartas de, la misma dimensión y la colocaron en el mismo sitio; luego recosieron todo como si nada hubiese pasado, de forma que no me di cuenta de nada, También fue Alphonsine la que recosió. Y yo, yo, casi hasta el fin, durante un día y medio aún, continué creyéndome el detentador del secreto, creyendo que la suerte de Catalina Nicolaievna seguía estando en mis manos!

Una última palabra: aquel robo del documento fue la causa de todo, de todas las demás desgracias.

II

He aquí ahora los últimos días de mis memorias, y llego al final del fin.

Eran, creo, poco más o menos las diez y media, cuando, muy excitado y, por lo que recuerdo, extrañamente distraído, pero con una decisión definitiva en el corazón, llegué a mi alojamiento. No me deba prisa, sabía ya lo que haría. Y de repente, no había hecho más que poner el pie en el pasillo, comprendí que una nueva desgracia había caído sobre nosotros y que se había producido una complicación extraordinaria: el viejo príncipe, recién traído de Tsarkoie-Selo, se encontrába en nuestro apartamiento, con Ana Andreievna a su lado.

ían instalado, no en mi habitación, sino en las dos habitaciones contiguas, las del casero. La víspera misma se habían efectuado en aquellos dos cuartos algunas modificaciones y embellecimientos, por lo demás muy ligeros. El casero se había trasladado con su mujer a la habitación del inquilino caprichoso y picado de viruelas del que ya he hablado, y este último había sido confinado ya no sé dónde.

ó inmediatamente en mi habitación. Mostraba un aire menos decidido que la víspera, pero se le veía poseído por una excitación insólita, al nivel de los acontecimientos, si se puede decir así. No le dirigí la palabra, pero, retirándome a un rincón y cogiéndome la cabeza entre las manos, permanecí así un rato. Él pensó al principio que yo adoptaba una "pose", pero por fin no pudo contenerse más y se asustó:

-Es que pasa algo? - balbuceó -. Le esperaba para preguntarle - agregó al ver que yo no le respondía - si no le molestaría a usted abrir esta puerta, para comunicar directamente con las habitaciones del príncipe en lugar de hacerlo por el pasillo.

Señalaba a una puerta lateral, siempre cerrada, y que comunicaba con sus dos habitaciones que ahora servían de alojamiento al príncipe.

é con semblante grave -, le ruego que haga el favor de ir inmediatamente a invitar a Ana Andreievna a que venga aquí a hablar conmigo. Hace mucho tiempo que están aquí?

-Pronto hará una hora.

ña respuesta: que Ana Andreievna y el príncipe Nicolás Ivanovitch me esperaban con impaciencia en sus habitaciones; por tanto, Ana Andreievna no había querido venir. Me abroché y me cepillé mi redingote, que se había arrugado durante la noche, me lavé, me peine, todo ello sin darme prisa; luego, comprendiendo hasta qué punto había de ser prudente, me dirigí a las habitaciones del anciano.

íncipe estaba sentado en un diván delante de una mesa redonda, mientras Ana Andreievna, en otro rincón, delante de otra mesa cubierta por un mantel y sobre la cual hervía el samovar de la casa, reluciente como nunca, le preparaba el té. Entré con el mismo semblante severo, y el viejecito, que lo había notado al momento, se estremeció; rápidamente, su sonrisa dejó sitio a su verdadero espanto; pero yo no insistí, me eché a reír y le tendí las manos; el pobre se lanzó a mis brazos.

Sin ninguna clase de dudas, comprendí inmediatamente con quién tenía que habérmelas. Por lo pronto, estaba claro como la luz del día que, de un anciano todavía casi gallardo y, a pesar de todo, bastante sensato, dotado de un cierto carácter, habían hecho, desde que no nos veíamos, una especie de momia, un verdadero niño, temeroso y desconfiado. Añadiré: él sabía perfectamente para qué lo habían traído aquí, y todo había pasado exactamente como por anticipado he explicado antes. Literalmente, lo habían aterrorizado, destrozado, aplastado con la noticia de la traición de su hija y del manicomio. Se había dejado traer, apenas consciente de lo que hacía, por el miedo tan grande que experimentaba. Se le había dicho que yo era el detentador del secreto y que tenía la clave de la solución definitiva. Lo diré de corrido: eran esa solución definitiva y esa clave to que él temía más que nada en el mundo. Esperaba verme entrar en su habitación llevándole la sentencia en la frente y el papel en la mano; por eso se mostró locamente feliz al verme, en cambio, dispuesto a reír y a charlar de cualquier otra cosa. Cuando nos abrazamos, se deshizo en lágrimas. Lo confieso, también yo lloré un poco; pero de repente experimenté hacia él una lástima inmensa... El perrito de Alphonsine dejaba oír un ladrido agudo como una campanilla y se lanzó desde el diván sobre mí. Este perro miniatura no lo abandonaba nunca desde que lo había adquirido; dormía con él.

- ó, dirigiéndose a Ana Andreievna y señalándome.

é repuesto está usted, príncipe! Qué cara más fresca y rozagante tiene! - observé.

í únicamente para animarlo.

-Nest-ce pas? Nest-ce pas? - repetía él gozosamente.

ómese usted su té. Si me ofrece una taza a mí también, la- beberé en su compañía.

-Maravillosa idea! "Bebamos y gocemos"... cómo es eso? Hay unos versos por ese estilo. Ana Andreievna, déle usted té; il prend toujour par les sentiments..énos té, querida.

ó el té, pero de pronto se volvió hacia mí y empezó con extremada solemnidad:

í a los dos, mi bienhechor el príncipe Nicolás Ivanovitch y yo, refugiados en su casa. Porque hemos venido a su casa, precisamente a la casa de usted, y los dos le pedimos asilo. Recuerde que casi todo el destino de este hombre santo, noble y afligido, está en sus manos... Confiamos en la decisión de su corazón justo!

íncipe fue asaltado por el temor y casi tembló de espanto:

Après, après, nest-ce pas, chère amie? ía levantando las manos hacia ella.

ía expresar la penosa impresión que me produjo esta interrupción. No respondí nada y me contenté con hacer un saludo frío y grave; en seguida me senté a la mesa y hablé intencionadamente de otra cosa, de tonterías, me puse a reír y a bromear... El anciano me estaba visiblemente agradecido y se alegraba, muy animado. Pero su alegría, aunque exaltada, era manifiestamente frágil y podía en un instante dar paso a un desánimo completo; eso estaba claro a ojos vistas.

-- Me he enterado de que has estado enfermo... Ah, pardón!, me han dicho que todo este tiempo te has ocupado de cosas de espiritismo, es verdad?

-No? Quién es entonces el que me ha hablado de es-pi-ri-tis-mo?

-Es el portero de aquí, Pedro Hippolitovitch, quien hablaba de eso hace un momento - explicó Ana Andreievna -. Es un hombre muy jovial y que sabe muchas anécdotas. Quiere que to llame?

écdotas, pero será mejor llamarlo más tarde. Lo llamaremos, y nos contará todo; mais aprèsúrate que hace un momento estaban poniendo la mesa y he aquí que dice: "Estén tranquilos, la mesa no se marchará volando, no somos espíritus." Es que, en casa de los espíritus, las mesas desaparecen volando?

-No sé. Se dice que se levantan sobre las patas.

ó el príncipe, y me lanzó una mirada espantada.

-Oh!, no se preocupe, son tonterías.

-Eso es lo que yo digo. Natasia Stepanovna Salonievna... tú la conoces... ah!, es verdad, no la conoces... Bueno, figúrate que ella cree también en el espiritismo y que yo, ère enfant ó hacia Ana Andreievna - le dije un día: en los Ministerios hay también mesas, con ocho pares de manos de burócratas puestas encima, que no dejan de escribir, y bien, por qué no bailan esas mesas? Figúrate si se pusieran de pronto a bailar! Una insurrección de mesas en el Ministerio de Hacienda o en el de Instrucción Pública, no faltaría más que eso!

-Qué cosas tan divertidas dice usted siempre, príncipe! - exclamé, tratándo de reír sinceramente.

ándose.

El contento brillaba en su rostro: al verme tan amable con el anciano, se alegraba. Pero apenas hubo salido, la fisonomía del anciano cambió de golpe de una manera fulminante. Miró temerosamente hacia la puerta, lanzó una ojeada en torno e, inclinandose desde su diván hacia mi, me çuchicheó con voz espantada:

--Si pudiese verlas a las dos aquí juntas!

íncipe, cálmese usted...!

-Sí, sí, solamente que:.. nosotros las reconciliaremos, verdad? Es una peleíta sin importancia entre dos mujeres muy dignas, no? No tengo esperanzas más que en ti... Vamos a arreglar todo esto aquí; pero qué alojamiento tan extraño éste! - añadió lanzando una mirada casi temerosa -, y, mira, este casero... tiene una cabeza tan rara... Dime, no es peligroso ?

é iba a ser peligroso?

-ça. Tanto mejor. Il semble qu'il est bête, ce gentilhomme. Cher enfant, í me da miedo de todo; a ella le digo que todo está muy bien, desde el primer paso que di aquí, a incluso alabo al casero. Oye, tú sabes la historia de Von Sohn (147), te acuerdas?

í; y qué?

-Rien, rien du tout... Mais je suis libre ici, nest-ce pas?

é crees tú, no podrá pasarme aquí algo por el mismo estilo?

-Pero, qué absurdo!, le aseguro a usted, mi querido amigo... créame...

ía cogerme en brazos; las lágrimas corrían por su rostro; yo no sabría decir hasta qué punto se me oprimió el corazón: el pobre viejo se parecía a un niño lastimero, débil, espantado, robado de su nido natal por gitanos y traído a casa de desconocidos. Pero no se nos permitió abrazarnos: la puerta se abrió y entró Ana Andreievna, pero no con el casero, sino con el hermano de ella, el chambelán. Esa novedad me desconcertó; me levanté y me dirigí hacia la puerta.

ítame que le presente - declaró en voz alta Ana Andreievna, de forma que, a pesar mío, me vi obligado a detenerme.

---Conozco ya demasiado bien a su hermano - dije martillando las palabras y recalcando la de demasiado.

-Ah!, qué terrible error! Y soy tan culpable, mi querido And... Andrés Makarovitch - farfulló el joven aproximándose a mí con un aire muy desenvuelto y cogiéndome la mano, que no me fue posible retirar -. Mi criado Esteban tuvo la culpa de todo; le anunció a usted de una manera tan estúpida que lo tomé por otro. Es una cosa que pasó en Moscú - le explicó a su hermana -. Después hice toda clase de esfuerzos para localizarlo y explicarle lo sucedido, pero caí enfermo, pregúnteselo a él... être amis, même par droit de naissance...

Y el desvergonzado joven se atrevió incluso a ponerme la mano en el hombro, lo que era el colmo de la familiaridad. Di un salto de costado, pero, confuso, preferí retirarme sin pronunciar una palabra. Vuelto a mi habitación, me senté. en la cama, pensativo y turbado. La intriga me ahogaba, pero yo no podía sin embargo confundir y aplastar de golpe a Ana Andreievna. Comprendí de pronto que también ella me era querida y que su situación era espantosa.

III

ó en mi habitación, dejando al príncipe con su hermano, que se había puesto a contarle al viejo toda clase de rumores mundanos, calentitos y recién sacados del horno, cosa que al momento cautivó y divirtió al anciano, tan susceptible de dejarse influir. En silencio y con aire interrogativo, me levanté de la cama.

ó ella abiertamente -; nuestra suerte está en sus manos.

én yo le advertí que no podía... Los deberes más sagrados me impiden hacer eso con lo que usted cuenta...

-De verdad? Es ésa su respuesta? Entonces, yo pereceré, pero y el viejo? Sépalo: esta misma tarde perderá la razón.

á la razón si le enseño una carta de su hija, en la que ella consulta a un abogado para saber qué hay que hacer para declarar loco a su padre - exclamé con fuego -. Eso es to que él no soportará. Y sépalo usted: él no cree en esa cárta, me lo ha dicho ya.

ía al afirmar que él me lo había dicho; pero aquello venía a propósito.

él ha llorado y ha pedido volver a casa.

ígame en qué consiste precisamente el plan que tiene usted formado - le pregunté con insistencia.

Ella se ruborizó, por orgullo herido, por decirlo así, pero se puso rígida:

-Con esa carta de su hija entre mis manos, estamos justificados a los ojos del mundo. Inmediatamente mandaré buscar al príncipe V... y a Boris Mikhailovitch Pelitchev, sus amigos de infancia; son dos personajes honorables a influyentes en el gran mundo, y sé que hace dos años manifestaron su indignación ante ciertos pasos dados por esa hija ávida a implacable. Ciertamente lo reconciliarán con, su hija, si yo se lo pido, y yo misma insistiré en eso; pero, por otra parte, la situación habrá cambiado completamente. Además, mis parientes, los Fanariotov, estoy segura, se decidirán entonces a sostener mis derechos. Pero lo que para mí importa sobre todo, es la felicidad de él; que comprenda por fin y que vea quiénes le tienen verdadero cariño. Sin duda, yo cuento principalmente con la influencia de usted, Arcadio Makarovitch: usted lo quiere tanto... Pero quién lo quiere, aparte de usted y yo? Él no ha hecho más que hablar de usted durante estos últimos días. Se preocupaba por usted, usted es "su joven amigo"... Ni que decir tiene que, durante toda mi vida, mi agradecimiento no conocerá límites...

ía una recompensa, dinero tal vez!

La interrumpí brutalmente:

-Por mucho que usted diga, no puedo! - declaré con un acento de decisión inflexible -. Sólo puedo corresponderle a usted con la misma sinceridad y explicarle mis últimas intenciones: dentro de poco le entregaré esa carta fatal a Catalina Nicolaievna en propia mano, pero a condición de que ella no forme ningún escándalo con todo lo que ha pasado y que dé por anticipado su palabra de que no impedirá la felicidad de usted. Es todo to que puedo hacer.

ó ella, enrojeciendo de pies a cabeaa.

ón.

é de decisión, Ana Andreievna.

-Diríjase usted a Lambert.

ón - amenazó con severidad y furor.

án desgracias, eso desde luego... - La cabeza me da vueltas -. Pero basta ya: he decidido y se acabó. Solamente, se lo ruego, por el amor de Dios, no me traiga aquí a su hermano.

él desea precisamente borrar...

-No hay nada que borrar! No tengo necesidad, no quièero, no quiero! - exclamé cogiéndome la cabeza entre las manos (oh!, quizá la he tratado con demasiada altivez!) -. Pero dígame dónde va a pasar el príncipe la noche. Aquí?

á la noche aquí, en casa de usted y con usted.

-Esta misma tarde me mudo!

Pronunciadas esas palabras implacables, cogí mi gorro y empecé a ponerme la pelliza. Ana Andreievna me observaba en silencio, con aire sombrío. Me daba lástima, sí, me daba mucha lástima de aquella muchacha altanera! Pero me marché sin darle ni una palabra de esperanza.

IV

é de resumir. Mi decisión estaba tomada irrevocablemente, y me dirigí derechamente a casa de Tatiana Pavlovna. Ay!, una gran desgracia se podría haber evitado, si yo la hubiese encontrado en casa; pero, como por azar, aquel día me perseguía la mala suerte. Fui también, naturalmente, a casa de mamá, primero para visitar a mi madre enferma, y luego porque contaba con encontrarme allí casi con toda seguridad a Tatiana Pavlovna; pero tampoco estaba allí; acababa de salir, mamá estaba en cama, y Lisa se había quedado sola con ella. Lisa me pidió que no entrara y no despertara a mamá:

ás que atormentarse. Es una suerte que ahora mismo se haya quedado dormida.

Besé a Lisa y le dije en dos palabras que había tomado una decisión inmensa y fatal y que iba a ponerla en práctica. Me escuchó sin gran asombro, como si fueran las palabras más corrientes. Estaban todos de tal forma acostumbrados a mis interminables "últimas decisiones" y, a continuación, al cobarde abandono de las mismas! Pero ahora, ahora era muy diferente! A pesar de todo, me pasé por el y estuve allí un momento esperando, para ir a buscar en seguida, a tiro hecho, a Tatiana Pavlovna. Explicaré por cierto por qué tenía yo de pronto tanta necesidad de ver a esta mujer. Quería mandarla inmediatamente a casa de Catalina Nicolaievna para hacerla venir a casa de la primera y restituirle el documento en presencia de esta misma Tatiana Pavlovna, después de haberles explicado todo de una vez para siempre... En resumen, yo quería solamente hacer el bien; quería justificarme de una vez para siempre. Resuelto este punto, decidí absoluta y resueltamente decir algunas palabras en favor de Ana Andreievna y, si era posible, tomar a Catalina Nicolaievna y a Tatiana Pavlovna (como testigos), llevarlas a mi casa, es decir, a casa del príncipe, y allí reconciliar a las mujeres enemigas, resucitar al príncipe y... y... en una palabra, allí, en ese pequeño grupo, al menos ese día, hacer a todo el mundo feliz, después de to cual no faltaría más que Versilov y mamá. Yo no podía dudar del éxito: Catalina Nicolaievna, agradecida por la devolución de la carta, a cambio de la cual yo no le pediría nada, no podría negarse a mi súplica. Ay!, creía todavía estar en posesión del documento. Oh, en qué situación tan estúpida e indigna me encontraba sin saberlo!

ía ya sobrevenido y serían alrededor de las cuatro cuando me presenté de nuevo en casa de Tatiana Pavlovna. María respondió groseramente que "no había vuelto". Me acuerdo muy bien ahora de su mirada sin levantar los ojos; pero, en ese momento, yo no podía sospechar nada, al contrario, fui traspasado por esta otra idea: al bajar, irritado y un poco desanimado, la escalera de Tatiana Pavlovna, me acordé del pobre príncipe que hacía un momento me había tendido los brazos, y de pronto me reproché amargamente haberlo abandonado, tal vez por despecho personal. Con inquietud, empecé a figurarme lo que podía haberle sucedido durante mi ausencia, tal vez algo muy malo, y me apresuré a regresar a casa. Ahora bien, en casa se habían producido los acontecimientos siguientes:

ía perdido aún los ánimos. Es preciso decir que, por la mañana, había mandado a buscar a Lambert; luego, una vez más, y como Lambert seguía sin estar en casa, había enviado por fin a su hermano a buscarlo. La desgraciada, al ver mi resistencia, ponía en Lambert y en el influjo que éste pudiera ejercer sobre mí su última esperanza. Lo aguardaba con impaciencia y lo único que la asombraba era que él, que no la abandonaba y había rondado en torno a ella hasta aquel día, la hubiese abandonado de pronto y hubiese desaparecido. Ay!, no podía ocurrírsele la idea de que Lambert, en posesión ahora del documento, hubiese tomado decisiones muy distintas y que, por consiguiente, era lo más natural que se ocultase, y que se ocultase, sobre todo, de ella.

Así, pues, con la inquietud lógica del caso y una alarma creciente en el corazón, Ana Andreievna casi no tenía ya fuerzas para distraer al anciano; y, para colmo, la inquietud de éste había adquirido proporciones temibles. Hacía preguntas extrañas y temerosas, se ponía a mirarla con suspicacia y, en varias ocasiones, se deshizo en lágrimas. El joven Versilov no se quedó mucho tiempo. Después que su hermano se marchó, Ana Andreievna trajo, por fin, a Pedro Hippolitovitch, en el que confiaba muchísimo, pero éste, lejos de agradar, no inspiró más que repugnancia. De una manera general, el príncipe consideraba a Pedro Hippolitovitch con una desconfianza y una suspicacia cada vez más grandes. El otro, como por casualidad, se había puesto de nuevo a charlar sobre el espiritismo y otros fenómenos que él había presenciado: un charlatán de paso, que cortaba cabezas en público, la sangre corría y todo el mundo to veía, a continuación las volvía a colocar sobre el cuello respectivo y se pegaban, igualmente a la vista del público, y todo aquello habría pasado en l859. El príncipe se espantó tanto y a la vez concibió tal indignación, que Ana Andreievna se vio obligada a alejar inmediatamente al narrador. Por fortuna llegó la comida, especialmente encargada la víspera (por precaución de Lambert y de Alphonsine) a un notable cocinero francés de la vecindad, que no tenía empleo y lo buscaba en una casa aristocrática o en un club. Esa comida con champaña alegró mucho al anciano; comió y bromeó de lo lindo. Después de la comida, se sintió naturalmente pesado y tuvo ganas de dormir; como estaba acostumbrado a hacer la siesta, Ana Andreievna le había preparado una cama. Mientras se dormía, él le besaba las manos y decía que ella era su paraíso, su esperanza, su hurí, su "flor de oro"; en una palabra, se lanzó de lleno a las expresiones más orientales. En fin, se durmió y fue eñtonces cuando yo volví.

Ana Andreievna se apresuró a entrar en mi habitación, juntó las manos delante de mí y dijo que me suplicaba "no por ella, sino por el príncipe", no marcharme a ir a verlo cuando se despertara. " Sin usted, está perdido, tendrá un ataque; temo que no resista hasta la noche. .. " Añadió que ella no tenía más remedio que ausentarse, "tal vez incluso por dos horas, y que por consiguiente dejaba al príncipe a mi custodia". Le di calurosamente palabra de que me quedaría hasta por la noche y que, cuando se despertara, haría todo lo que estuviese en mi mano para distraerlo.

é mi deber! - concluyó ella enérgicamente.

é, anticipadamente: se iba en busca de Lambert; era su última esperanza; además visitó a su hermano y a sus parientes Fanariotov; se comprende en el estado en que debió de volver.

El príncipe se despertó aproximadamente una hora después de su marcha. A través de la pared, lo oí gemir y corrí inmediatamente a su habitación; me lo encontré sentado en su cama, en camisón de dormir, pero tan asustado por la soledad, por la luz de la única lámpara y por aquella habitación desconocida, que en el momento en que entré se estremeció, tuvo un sobresalto y lanzó un grito. Me precipité hacia él y cuando distinguió que era yo, me abrazó con lágrimas de alegría.

ían dicho que lo habías mudado, que habías cogido miedo y te habías quitado de en medio.

én ha podido decirle eso?

-Quién? Bueno, quizá he sido yo que lo he inventado, quizá también ha sido alguien que me lo ha dicho. Figúrate que hace un momento he tenido un sueño: de repente veo en. trar a un viejo barbudo con un icono, un icono partido en dos pedazos, que me dice: "Así se romperá tu vida!"

ío!, seguramente ha sabido usted por alguien que Versilov rompió ayer un icono.

-Nest-ce pas? í, sí, lo he sabido. Me he enterado esta mañana por Daria Onissimovna. Ella ha transportado aquí mi maleta y mi perro.

ño raro!

úrate que ese viejo no dejaba de amenazarme con el dedo. Pero, dónde está Ana Andreievna?

ónde? Adónde ha ido? - exclamó dolorosamente.

-No, no, estará aquí en seguida. Me pidió que me quedase con usted un momento.

-Oui, ella vendrá. Así, pues, nuestro Andrés Petrovitch ha perdido el juicio; "y tan repentinamente, con tanta prontitud". Yo siempre le había predicho que acabaría así. Espera, amigo mío...

ó a mi redingote y me atrajo hacia él.

ído hace un momento fotografías, sucias fotografías de mujeres, nada más que mujeres desnudas en diversas posturas orientales, y se ha puesto a enseñármelas a la luz de la lámpara... Yo, compréndelo, se las he elogiado, a regañadientes, pero es lo mismo que cuando le llevaban mujeres malas a aquel desgraciado, para en seguida embriagarlo más fácilmente...

-Usted quiere seguir hablando de Von Sohn. Pero dejemos eso, príncipe. El casero es un imbécil, ni más ni menos.

écil, ni más ni menos. C'est mon opinion. ío, si puedes, sácame de aquí!

ó las manos delante de mí.

-Príncipe, haré todo lo que pueda... Le pertenezco. Mi querido príncipe, espere un poco y tal vez me será posible arreglarlo todo...

Nest-ce pas? ía, nos escabulliremos, y dejaremos la maleta para hacerle creer que volveremos.

-Adónde iríamos? Y Ana Andreievna?

í, en el saco de la derecha, un retrato de Katia; lo he metido a escondidas hace un momento para que Ana Andreievna y, sobre todo, para que esa Daria Onissimovna no lo noten; sácalo pronto, por el amor de Dios, y ten cuidado de que no nos sorprendan... no hay manera de echarle el cerrojo a la puerta?

Encontré efectivamente en el saco de viaje una fotografía de Catalina Nicolaievna, en un marco ovalado. La cogió, la llevó a la luz y pronto empezaron a correr lágrimas por sus mejillas flacas y amarillentas:

ó -. Toda mi vida he sido culpable ante ella... Y ahora también! ère enfant, ío, dime: es posible que se me quiera encerrar en un manicomio? Je dis des choses charmantes et tout le monde rit... y éste es el hombre al que van a enviar a un manicomio?

é -. Es un error, yo conozco los sentimientos de ella.

-También tú conoces sus sentimientos? Pues bien, tanto mejor! Amigo mío, me has resucitado. Qué es lo que no me han dicho de ti? Llama aquí a Katia, amigo mío, y que las dos se abracen delánte de mí, las llevaré a casa, y pendremos al casero de patitas en la calle!

Se levantó, juntó las manos y de pronto se puso de rodillas delante de mí.

-Cher ó, con un miedo insensato, temblando como una hoja -, amigo mío, dime toda la verdad: dónde me van a encerrar ahora?

é, levantándolo y sentándolo en la cama -, tampoco a mí me cree usted! Cree que yo también formo parte de la confabulación? Pero yo no permitiré a nadie aquí que le toque con un dedo!

ça, ó apretándome fuertemente los codos con sus manos y sin dejar de temblar-. No me entregues a nadie! Y tú mismo, no me mientas... porque... es posible que me saquen de aquí? Escucha, ese casero, Hippolito, o bien... cómo lo llaman?, no es... doctor?

-Qué doctor?

ón?

ó y entró Ana Andreievna. Sin duda había estado escuchando a la puerta y, no resistiendo más, había abierto demasiado bruscamente: el príncipe, que se estremecía al menor ruido, lanzó un grito y escondió la cabeza en la almohada. Tuvo por fin una especie de ataque, que se resolvió en sollozos.

í el fruto de su hermoso trabajo! - le dije señalándole al anciano.

-No, es el fruto del trabajo de usted! - dijo ella elevando la voz -. Por última vez, me dirijo a usted, Arcadio Makarovitch: quiere usted revelar la intriga infernal urdida contra este anciano sin defensa y sacrificar "sus sueños de amor insensatos a infantiles" para salvar a su propia hermana?

é a todos, pero solamente como le he dicho a usted hace un momento. Doy un salto, y dentro de una hora quizá, Catalina Nicolaievna en persona estará aquí. Yo reconciliaré a todo el mundo y todo el mundo será feliz - exclamé, casi inspirado.

-Tráela aquí, tráela aquí! - dijo el príncipe, por fin vuelto en sí -. Llevadle junto a ella! Quiero estar con Katia, quiero ver a Katia y bendecirla! - exclamaba él levantando los brazos y echándose abajo de la cama.

-Ya ve usted - dije mostrándoselo a Ana Andreievna -, ya oye lo que dice: ahora, de todas maneras, ningún "documento" podrá salvarla a usted.

ía podría servir para justificar mi conducta a los ojos del mundo, mientras que ahora me veo deshonrada. Basta!, mi conciencia está tranquila. Me veo abandonada por todos, incluso por mi propio hermano, que ha temido un fracaso... Pero cumpliré mi deber y me quedaré junto a este desgraciado, para servirle de criada, de enfermera!

ía tiempo que perder, y salí de la habitación:

-Volveré dentro de una hora y no volveré solo! - grité desde el umbral.

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Notas
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