Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток).
Tercera parte. Capítulo II

Primera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Tercera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes

ÍTULO II

I

ía "olvidado"; mamá se engañaba. Aquella madre sensible veía que reinaba una especie de frialdad entre el hermano y la hermana, pero no era cuestión de falta de cáriño, antes bien de celos. Voy a explicarme, puesto que viene a cuento, en dos palabras.

és del arresto del príncipe, estaba como poseída de yo no sé qué orgullo arrogante, qué altivez inaccesible, casi insoportable; pero todo el mundo en la casa adivinó la verdad, a saber, que ella sufría, y, en cuanto a mí, si al principio me irritaba y fruncía las cejas ante aquellos modales, fue únicamente a causa de mi susceptibilidad mezquina, decuplicada aún por la enfermedad; por lo menos eso es lo que pienso hoy de ello. Pero jamás dejé de querer a Lisa. Muy al contrario, la quería todavía más. Solamente que no quería ser yo quien diera el primer paso, aun comprendiendo que tampoco sería ella quien to daría, a ningún precio.

Desde que se conoció la historia del príncipe, inmediatamente después de su arresto, Lisa no tuvo más preocupación que la de tomar respecto a nosotros y respecto a todo el mundo la actitud de una persona que no sabría ni siquiera admitir la idea de que se la pudiese compadecer o consolar, al justificar al príncipe. Al contrario, siempre tratando de no explicarse y de no discutir jamás, tenía en todo momento el aire de gloriarse con la conducta de su desgraciado novio, como si se tratara de un heroísmo supremo. Ella parecía decirnos a todos y en cualquier instante (sin pronunciar una palabra, lo repito): "Ninguno de vosotros hará jamás otro tanto. No seríais capaces de ir a entregaros por motivos de honor y de deber. Es que ninguno de vosotros tiene la conciencia tan delicada y tan pura. En cuanto a sus actos, quién es el que no tiene alguna mala acción sobre su conciencia? Solamente que los demás se ocultan, mientras que él ha preferido perderse antes que seguir siendo indigno a sus propios ojos." He aquí lo que significaba a ojos vistas cada uno de sus gestos. Yo no sé, pero me parece que yo habría obrado exactamente igual en la posición de ella. No sé tampoco si son éstas ciertamente las ideas que ella tenía en el fondo de su corazón, dentro de ella misma; sospecho que no. Con la otra mitad de su razón, la mitad clara, debía fatalmente mirar con entera claridad la nulidad de su "héroe"; porque, quién se negará hoy a reconocer que aquel hombre infortunado a incluso magnánimo en su género era al mismo tiempo una perfecta nulidad? Aquella susceptibilidad misma, aquella disposición a lanzarse sobre todos nosotros, esas eternas sospechas de que pudiésemos pensar de él otra cosa, todo eso dejaba adivinar que se había formado en los arcanos del corazón de ella una opinion completamente diferente en cuanto a su desgraciado amigo. Me apresuro sin embargo a añadir que, a mi entender, ella tenía razón por lo menos en la mitad; se le podía perdonar mejor que a nosotros todos que vacilase sobre la conclusión definitiva. Yo mismo, lo confieso de todo corazón, ahora que todo eso ha pasado ya, no sé en absoluto cómo juzgar, cómo estimar definitivamente a ese desgraciado que nos ha planteado a todos semejante enigma.

ó en un pequeño infierno. Lisa, que había querido tantísimo, debía de sufrir mucho. Con su carácter, prefirió sufrir en silencio. Su carácter era parecido al mío, es decir, autoritario y orgulloso, y siempre he creído, y lo sigo creyendo hoy, que ella había querido al príncipe por autoritarismo, porque él no tenía carácter y desde la primera palabra y la primera hora se había subordinado enteramente a ella. Todo éso ocurre por su cuenta en el corazón, sin ningún cálculo previo; pero ese amor del más fuerte hacia el débil es a veces infinitamente más violento y más torturante que el amor entre caracteres iguales, porque, a pesar de uno mismo, se asume la responsabilidad del amigo débil. Por lo menos, eso es lo que yo creo. Todos los nuestros, desde el principio mismo, la rodearon con la más tierna solicitud, sobre todo mamá; pero ella no se enterneció, no respondió a esa simpatía y pareció rechazar toda ayuda. Con mamá hablaba aún, al principio, pero de día en día se hacía rnás avara de palabras, más seca a incluso más cruel. Al principio consultaba con Versilov, pero bien pronto tomó como consejero y ayudante a Vassine, cosa de la que me enteré más tarde con asombro... Iba cada día a casa de Vassine, recorría también los tribunales, veía a los jefes del príncipe, a los abogados, al procurador; al final, pasaban días enteros sin que casi se la viese en casa. Naturalmente, dos veces al día iba a visitar al príncipe, que estaba en la cárcel, en el departamento de los nobles, pero esas entrevistas, como terminé por darme cuenta a la larga, eran muy penosas para Lisa. Evidentemente, cuál es la tercera persona que puede conocer de una manera perfecta los asuntos de dos enamorados? Sin embargo, yo sé que el príncipe la ofendía profundamente, más y más por momentos, y cómo? Cosa curiosa: con unos celos incesantes. Pero más tarde volveremos sobre esto. Añadiré solamente una idea: es difícil decidir cuál de los dos atormentaba más al otro. Lisa, que, entre nosotros, se jactaba de su héroe, tal vez se comportaba de una manera completamente distinta frente a él, como he tenido ocasión de sospecharlo, según ciertos datos que también saldrán a relucir posteriormente.

ía no era más que una mentira querida y celosa de una parte y de otra, pero jamás nos quisimos más intensamente que en aquel tiempo. Añadiré aún que, desde la aparición en nuestra casa de Makar Ivanovitch, después del primer movimiento de asombro y de curiosidad, Lisa se comportó con él con una especie de desdén, incluso de altivez. Parecía hacerlo adrede y no le concedía la más mínima atención.

éndome jurado a mí mismo guardar silencio, como he explicado en el capítulo precedente, yo pensaba, como es natural en teoría, es decir, en mis sueños, en mantener mi palabra. Oh! Con Versilov, por ejemplo, antes habría hablado de zoología o de los emperadores romanos que de ella o por ejemplo de aquella línea esencial de su carta en que él la informaba de que el "documento" no había sido quemado, sino que existía y aparecería públicamente; aquella línea sobre la que yo me había puesto a pensar inmediatamente, desde que recobré el conocimiento y me volvió la razón después de la fiebre. Pero, ay!, desde los primeros pasos prácticos, y casi antes de darlos, adiviné hasta qué punto era difícil a imposible persistir en semejantes decisiones preconcebidas. Al día siguiente de mi primer encuentro con Makar Ivanovitch, me vi terriblemente conmovido por una circunstancia inesperada.

II

Aquella emoción fue causada por la visita imprevista de Daria Onissimovna, la madre de la pobre Olia. Yo había sabido ya por mi madre que Daria había venido dos veces durante mi enfermedad, y que se interesaba mucho por mí salud. No me preocupé en averiguar si verdaderamente era por mí por quien había venido aquella "excelente mujer", como la nombraba siempre mi madre, o bien sencillamente venía a ver a ésta, según la costumbre establecida. Mi madre me contaba siempre los acontecimientos de la casa, de ordinario en el momento en que venía a hacerme comer mi sopa (en la época en que yo no podía aún comer por mí mismo), para distraerme; yo me empeñaba en demostrar todas las veces que me interesaba muy poco por aquellos informes, así es que no le pregunté mucho sobre Daria Onissimovna. No llegué a decir absolutamente nada.

ás o menos las once; iba a levantarme para trasladarme al sillón cerca de la mesa, cuando ella entró. Me quedé a propósito en la cama. Mamá estaba muy ocupada en las habitaciones de arriba y no bajó a verla, por lo que nos encontramos solos. Se instaló frente a mí, sobre una silla cerca de la pared, sonriendo y sin pronunciar una palabra. Yo presentía un largo silencio; por lo demás generalmente su llegada producía en mí una impresión de lo más irritante. Ni siquiera le hice un signo con la cabeza, y la miré fijamente a los ojos; pero ella también me miró cara a cara.

-Se aburre ahora usted mucho allá sola en su casa, sin el príncipe? - le pregunté de pronto, perdiendo la paciencia.

-Pero si ya no me alojo allí. Gracias a Ana Andreievna, me ocupo de vigilar ahora a su niñito.

é niñito?

és Petrovitch - declaró ella en un susurro confidencial, mirando hacia la puerta.

-Pero está allí Tatiana Pavlovna...

íana Pavlovna y Ana Andreievna, las dos, y también Isabel Makarovna, y la mamá de usted... todas. Todas toman parte. Tatiana Pavlovna y Ana Andreievna son ahora muy amigas.

Aquello era una novedad. Ella se animaba mucho hablando. La miré con odio.

ón con la última vez que vino.

Tuvo una mirada extraña.

ísimo.

én?

-Pues a Ana Andreievna. Muchísimo! Una persona tan noble y tan razonable...

ómo está ella ahora?

á muy tranquila, muy tranquila.

-Siempre ha sido tranquila.

-Si ha venido usted a contarme comadreos - exclamé de repente, no aguantando más -, sepa que no me mezclo en nada y que he decidido dejar todo eso... todo y a todos... todo me es igual: voy a marcharme!

é, porque me volvió la razón. No quería rebajarme explicándole mis nuevos propósitos. Ella me escuchó sin asombro y sin turbación, pero se produjo en seguida un nuevo silencio. De repente se levantó, se dirigió hacia la puerta y echó una ojeada a la habitación contigua. Después de haberse asegurado de que no había nadie allí y de que estábamos solos, volvió con la mayor tranquilidad del mundo y se sentó nuevamente en el mismo sitio.

á muy bien! - dije, y estallé en una carcajada.

-Y su alojamiento en casa de los funcionarios, lo conservará usted? - preguntó ella de repente, inclinándose un poco hacia mí y bajando la voz, corno si fuera ésa la cuestion esencial por la que había venido.

é. Tal vez lo deje... Es que lo sé yo mismo?

á muy impaciente; su esposa, también. Andrés Petrovitch les ha asegurado que seguramente usted volverá.

-Pero, qué tiene usted que ver con eso?

-Ana Andreievna quería también saberlo; le ha alegrado mucho saber que usted continuará.

é está tan segura de que continuaré en ese alojamiento?

ía añadir: "Y qué le importa a ella?", pero me abstuve de hacer la pregunta, por orgullo.

-Es que se lo ha confirmado el señor Lambert.

ó-mo?

-El señor Lambent. Él también se lo ha confirmado con toda energía a Andrés Petrovitch que usted se quedaba, y se lo ha asegurado asimismo a Ana Andreievna.

é trastornado. Otra historia más. Asi es que Lambent conoce ya a Versilov, Lambert se ha introducido hasta Versilov! Lambent y Ana Andreievna: ha llegado también hasta ella! Se apoderó de mí un acceso de fiebre, pero me callé. Un terrible aflujo de orgullo inundó mi alma, de orgullo o de otra cosa. Pero fue como si me dijese en aquel momento: "Si pido una sola palabra de explicación, me mezclaré de nuevo con ese mundo y no lo abandonaré jamás." El odio se inflamó en mi corazón. Resolví con todas mis fuerzas callarme, y me quedé inmóvil en la cama. Ella también permaneció silenciosa un minuto largo.

íncipe Nicolás Ivanovitch? - pregunté de pronto, como perdiendo la cabeza.

Había hecho la pregunta en tono decidido, para cambiar de tema; y una vez más, a pesar de mis esfuerzos, planteaba la pregunta capital, volvía a entrar por mis propios pasos, como un loco, en el mismo mundo del que tan convulsivamente había resuelto huir.

-Está en Tsarskoie-Selo (117). Se encuentra un poco enfermo; la ciudad está llena ahora de estas fiebres. Todo el mundo le ha aconsejado que se retire a Tsarskoie, al palacio que tiene allí, a causa del buen aire.

í.

-Ana Andreievna y la generala van a verlo cada tres días. Hacen el viaje juntas.

ía silencioso.

-Catalina Nicolaievna se ha prendado nuevamente del mundo, no hay más que fiestas, está resplandeciente; se dice que toda la corte está enamorada de ella... En cuanto a lo del señor Bioring, todo ha quedado abandonado, no se hará el matrimonio; es lo que todo el mundo asegura... desde que...

ía decir: desde la carta de Versilov. Tuve un temblor, pero no dije palabra.

ómo compadece Ana Andteievna al príncipe Sergio Petrovltch! Y Catalina Nicolaievna también! No hacen más que hablar de él; ellas dicen que será absuelto y que condenarán al otro, a Stebelkov...

ó y de pronto se inclinó hacia mí.

ó susurrando apenas -, y me ha ordenado que le ruegue que vaya a verla en cuanto pueda salir a la calle. Hasta la vista. Cúrese usted, y yo diré que. . .

Salió. Me senté en la cama. Un sudor frío me resbalaba por la frente, pero lo que yo sentía no era espanto: la noticia, incomprensible para mí y monstruosa, concerniente a Lambert y a sus intrigas, no me había espantado lo más mínimo, en comparación con el miedo tal vez irreflexivo con que me había llenado durante mi enfermedad y en los primeros días de mi convalecencia el recuerdo de mi encuentro con él, aquella noche de marras. Al contrario, en aquel primer instante de turbación, sobre mi cama, inmediatamente después de la partida de Daria Onissimovna, ni siquiera me detuve a pensar en Lambert, sino... lo que, me sobrecogió más fue la noticia de la ruptura entre ella y Bioring, su felicidad en el gran mundo, sus fiestas, sus triunfos, su esplendor. "Ella brilla", había dicho Daria Onissimovna. Y sentí de repente que no tenía fuerzas para arrancarme a aquel torbellino, aunque las hubiese tenido para enrigidecerme, para callarme y para no interrogar a Daria Onissimovna después de sus relatos pasmosos. Una sed desmesurada de aquella vida, de la vida de ellos, se apoderó de mí y... también yo no sé qué otra sed deliciosa, que experimentaba hasta la felicidad y hasta un sufrimiento torturador. Mis pensamientos giraban en remolino, pero yo los dejaba correr. " De qué sirve razonar? - me decía yo -. Sin embargo, incluso mamá me ha ocultado que Lambert había venido", pensé, por fragmentos, sin ilación. "Es que Versilov seguramente le ha dicho que se calle... Me moriré, pero no le haré ninguna pregunta a Versilov sobre Lambert." Volvía sobre lo mismo: "Versilov, Versilov y Lambert, oh, cuántas cosas nuevas en ellos! Qué pillo este Versilov! Le ha metido el miedo en el cuerpo al alemán, a Bioring, con esa carta; la ha calumniado; y ese cortesano de alemán ha tenido miedo del escándalo, ja, ja! Buena lección para ella! " "Lambert..: pero Lambert no habrá llegado también hasta ella? Cómo que no? Seguro! Y por qué iba a negarse ella a aliarse con él?"

Al llegar a ese punto, cesé de repente de agitar aquellos pensamientos sin coherencia y, desesperado, dejé caer la cabeza sobre la almohada.

ún modo! - exclamé en una decisión súbita.

é de la cama, me puse las zapatillas y mi batín y me dirigí directamente a la habitación de Makar Ivanovitch, como si allí estuviese el remedio para las obsesiones, la salvación, el ancla a la que me aferraría.

ía ser que yo sintiese entonces aquella idea con todas las fuerzas de mi alma; porque, de lo contrario, cómo habría dado yo aquel bote irresistible y súbito y me habría precipitado, en semejante estado de ánimo, en la habitación de Makar Ivanovitch?

III

ón de Makar Ivanovitch encontré a visitantes con los que no contaba: mamá y el doctor. Como me había figurado, al ir allí, que me encontraría al viejo solo, como la víspera, me detuve en el umbral en una estúpida perplejidad. Pero no había tenido todavía tiempo de fruncir las cejas cuando llegó además Versilov y detrás de él, inmediatamente, Lisa... Todos se habían reunido pues en la habitación de Makar Ivanovitch, y "precisamente cuando menos falta hacía".

-He venido a informarme de su salud - dije, avanzando directamente hacia Makar Ivanivitch.

ío, sabía que vendrías. Esta misma noche he estado pensando en ti.

ía que me quería quizá más que a todos los demás. Pero noté instantáneamente y a pesar de mi turbación que, si su rostro estaba alegre, no por eso la enfermedad había dejado de hacer grandes progresos durante la noche. El doctor acababa de examinarlo muy en serio. Más tarde he sabido que ese doctor (el joven con el que yo había disputado y que cuidaba a Makar Ivanovitch desde la llegada de éste) trataba a su paciente con mucha atención y - no soy capaz de decirlo en la lengua médica que ellos emplean - suponía en él toda una complicación de enfermedades diversas. Makar Ivanovitch, como me di cuenta a la primera ojeada, tenía ya con él las relaciones más amistosas; de momento aquello no me agradó; por otra parte, yo estaba de muy mal humor en aquellos instantes.

ómo se encuentra hoy nuestro querido enfermo? - preguntó Versilov.

Si yo no hubiese estado tan trastornado, mi primera ocupación habría sido la de estudiar con curiosidad las relaciones de Versilov con aquel viejo, y yo había pensado ya en eso la víspera. Lo que ahora me chocó sobre todo fue la expresión extremadamente dulce y conciliadora de su rostro; había allí algo absolutamente sincero. Creo que ya he registrado la observación de que la fisonomía de Versilov se tornaba de una belleza asombrosa en cuanto que era un poco sencilla.

ás que disputar - respondió el doctor.

-Con Makar Ivanovitch? No lo creo; con él no se puede disputar.

-Pero no quiere escucharme: no duerme en toda la noche...

á bien, Alejandro Semenovitch, ya está bien de bromas! - dijo, riendo, Makar Ivanovitch -. Entonces, mi querido Andrés Petrovitch, qué ha hecho usted con nuestra señorita? Se ha pasado toda la mañana agitada, inquieta - añadió señalando a mi madre.

és Petrovitch! - exclamó mi madre con una inquietud extrema en efecto -. Cuéntenos todo rápidamente, no nos haga impacientarnos: qué le han hecho a nuestra pobrecita?

-La han condenado, a nuestra pobrecita!

ó mi madre.

-Cálmate, ella no irá a Siberia: quince rublos de multa. Es una comedia!

ó y también lo hizo el doctor. Hablaban de Tatiana Pavlovna, y yo no sabía aún nada de esa historia. Yo estaba a la izquierda de Makar Ivanovitch, y Lisa estaba sentada frente a mí, a la derecha; visiblemente traía una pena, su pena de cada día, que había venido a contársela a mamá; la expresión de su rostro era atormentada y despreciativa. En este momento, cambiamos una mirada y me dije de repente: "Los dos estamos deshonrados, y me corresponde a mí dar el primer paso haciá ella." Mi corazón se había enternecido de pronto a su vista. Mientras tanto Versilov comenzaba a contar la aventura de la mañana.

ía comparecido por la mañana con su cocinera ante el juez de paz. El asunto era perfectamente ridículo; ya he dicho que la finesa intratable, cuando estaba furiosa, se quedaba callada a veces semanas enteras sin responder una sola palabra a las preguntas de su ama; he mencionado también la debilidad que sentía hacia ella Tatiana Pavlovna, que le aguantaba todo y no la habría despedido definitivamente por nada del mundo. Todos esos caprichos de las viejas criadas y de las amas son a mi juicio completamente dignos de desprecio, y de ninguna forma merecen atención, y, si me decido a mencionar aquí esta historia, es únicamente porque esta cocinera desempeñará posteriormente en mi relato cierto papel de ningún modo despreciable, y sí fatal. Así, pues, al perder por fin la paciencia ante la testaruda finlandesa que no le respondía nada desde hacía varios días, Tatiana Pavlovna le había pegado de pronto, cosa que no había sucedido jamás. La finlandesa, en esta ocasión, no profirió tampoco el menor sonido, pero se puso en contacto el mismo día con un inquilino que habitaba en la misma escalera de servicio, por algún rincón de allá abajo, el abanderado ya retirado Osetrov, quien hacía de solicitante en toda clase de asuntos y, naturalmente, presentaba quejas de ese género ante los tribunales, en virtud de la lucha por la existencia. El resultado fue que se citó a Tatiana Pavlovna ante el juez de paz y que Versilov fue llamado para prestar declaración.

Versilov relató toda esta historia con mucha alegría y en tono divertido, tanto, que hasta mamá se rió; él imitó a los personajes: Tatiana Pavlovna, el abanderado y la cocinera. La cocinera había comenzado por declarar al juez que ella solicitaba una indemnización en metálico, "de otra forma, si meten a la señora en la cárcel, a quién voy a prepararle la comida?" A las preguntas del juez, Tatiana Pavlovna respondía con mucho orgullo, sin dignarse siquiera justificarse; por el contrario, concluyó con estas palabras: "Le he pegado y le pegaré otro vez", lo que hizo que fuera inmediatamente condenada a tres rublos de multa por insulto al juez. El abanderado, un joven como descoyuntado y flaco., se lanzó a pronunciar un largo discurso en favor de su cliente, pero se despistó vergonzosamente e hizo reír a toda la sala. Los debates quedaron pronto terminados y Tatiana Pavlovna condenada a pagar a María, su víctima, quince rublos. Sin esperar sacó inmediatamente su portamonedas y contó la suma. Al punto, el abanderado surgió y tendió la mano, pero Tatiana Pavlovna apartó aquella mano, casi golpeándola, y se volvió hacia María: "Está bien, no se inquiete usted, señora, las añadirá usted a mi cuenta. A ése, ya me encargaré yo de arreglarlo. Ya ves, María, qué gran mocoso has escogido", dijo Tatiana Pavlovna, designando al abanderado y muy contenta de que María hubiera abierto por fin la boca. "Desde luego que ser mocoso, lo es, señora", respondió María con una mirada maligna. "Eran chuletas con guisantes lo que usted había pedido hoy? Hace un momento no la entendí bien; tenía prisa por venir aquí." "No, no, con coliflores, María, y sobre todo -que no se te quemen, como ayer." "Pondré toda mi atención, sobre todo hoy, señora. Déme usted la mano", y, en señal de reconciliación, besó la mano de su dueña. En una palabra, hizo que toda la sala se regocijara.

-Qué muchacha más rara! - dijo mi madre, meneando la cabeza, por lo demás muy satisfecha con el informe así como con el relato de Andrés Petrovitch, pero mirando a hurtadillas y con inquietud a Lisa.

ñorita siempre ha tenido carácter, desde su infancia - dijo Makar Ivanovitch, riéndose.

ó el doctor.

-Soy yo quien tiene carácter, soy yo la bilis y la ociosidad? - Era Tatiana Pavlovna que hacía irrupción, por lo visto muy contenta de sí misma-. Harías mejor, tú, Alejandro Semenovitch, no diciendo tonterías; me has conocido cuando todavía no tenías diez años; tú sabes si soy o no háragana, y, en cuanto a la bilis, hace todo un año que me estás cuidando, y no llegas a curarme. Deberías avergonzarte de eso! Vamos, ya os habéis burlado bastante de mí; gracias, Andrés Petrovitch, por haber venido a declarar. Pues bien, mi querido Makar, sólo he venido a verte a ti, no a éste - me señaló, pero inmediatamente me dio una palmadita amistosa en el hombro; no la había visto nunca de un humor tan alegre.

é pasa? - concluyó, volviéndose de pronto hacia el doctor y frunciendo las cejas con aire preocupado.

ás que agotarse.

-Pero no me quedaré más que un momento, con nuestros amigos - farfulló Makar Ivanovitch con una expresión suplicante, como un niño.

úblico, cuando se hace corro alrededor de nosotros. Conozco a nuestro Makar - dijo Tatiana Pavlovna.

-Y mira que es ágil, cuantísimo! - sonrió todavía el anciano, volviéndose hacia el doctor-. Espera un poco, déjame que lo diga: me meteré en la cama. Lo sé, pero entre nosotros se dice: "Quien se mete en la cama es muy posible que ya no se levante." Y eso es lo que me tiene escamado, amigo mío.

ía, siempre los prejuicios populares: "Si me meto en la cama, no me volveré a levantar", eso es lo que se teme con demasiada frecuencia en el pueblo, y se prefiere pasar la enfermedad en pie que ir al hospital. Pero lo de usted, Makar Ivanovitch, es sencillamente el aburrimiento, la nostalgia de la libertad y de la carretera. Ésa es toda su enfermedad: usted ha perdido la costumbre de quedarse en un sitio. No es usted eso que se llama un vagabundo? Sí, el vagabundeo es una especie de pasión en nuestro pueblo. Lo he notado más de una vez. Nuestro pueblo es el vagabundo por excelencia.

ún tú, Makar es un vagabundo? - preguntó Tatiana Pavlovna.

Desde el punto de vista médico...

í completamente de improviso hacia el doctor:

ás bien usted y yo y todas las personas aquí presentes, y no este viejo, que todavía podría darnos tantas lecciones, porque tiene un principio firme en su vida, mientras que nosotros dos, tal como estamos aquí, no tenemos nada sólido... En realidad, usted no puede comprender.

Yo había hablado brutalmente; pero para eso era para lo que había venido. En el fondo no sé por qué seguía quedándome allí, y estaba sumido en una especie de locura.

ómo? - Tatiana Pavlovna me miró con aire suspicaz -. Y bien, cómo lo has encontrado, Makar Ivanovitch? - dijo ella, señalándome con el dedo.

íritu vivo - dijo el anciano seriamente, pero a la palabra "vivo" casi todo el mundo se echó a reír.

ígido; el que más reía era el doctor. Lo molesto era que entonces yo no sabía el convenio que tenían hecho previamente. Versilov, el doctor y Tatiana Pavlovna se habían puesto de acuerdo, desde hacía ya tres días, para hacer todo lo posible con tal de apartar de mamá sus malos presentimientos y sus temores en cuanto a Makar Ivanovitch, que estaba infinitamente más enfermo y más incurable de lo que yo pensaba entonces. He ahí por qué todo el mundo bromeaba y se esforzaba en reír. Solamente que el doctor era un idiota y, por temperamento, no sabía bromear; ésa fue la causa de todo lo que pasó. Si yo hubiese estado enterado de su convenio, habría obrado de otra manera. Lisa tampoco sabía nada.

Me quedé escuchando nada más que a medias; ellos hablaban y reían mientras que yo tenía en la cabeza a Daria Onissimovna con sus noticias, y no podía desprenderme de aquello; me parecía verla allí, sentada y mirando, levántándose prudentemente y lanzando una ojeada a la otra habitación. En fin, de repente, todos se echaron a reír: Tatiana Pavlovna, no sé a propósito de qué, había calificado de pronto al doctor de ateo:

ás que ateos.

-Makar Ivanovitch - exclamó el doctor, fingiendo, de la manera más estúpida del mundo, estar ofendido y reclamar justicia-, soy yo ateo, sí o no?

ú, ateo? No, tú no eres ateo - respondió gravemente el anciano, mirándolo con fijeza -no a Dios gracias -- meneo la cabeza -, eres demasiado alegre.

ó irónicamente el doctor.

írse.

-Es un, gran pensamiento! - exclamé yo, sin poder contenerme, impresionado por aquella idea.

él con aire interrogador.

-Esa gente instruida, esos profesores - empezó Makar Ivanovitch, bajando ligeramente los ojos (sin duda se había dicho antes alguna cosa sobre los profesores) -, al principio, me inspiraban un miedo atroz: me mostraba tímido frente a ellos, porque no había cosa que temiera más que a los ateos. Yo me decía: "No tengo más que un alma; si la pierdo, no volveré a encontrar otra." Pero más tarde adquirí valor: "Vamos allá, al fin y al cabo no son dioses, son hombres como nosotros, a incluso más bajos que nosotros." Y además, la curiosidad aguijoneaba: "Quiero saber por fin qué es eso del ateísmo." Únicamente, amigo mío, que también esa curiosidad pasó en seguida.

ó un momento, pero muy decidido a continuar, con la misma sonrisa digna y grave. Existe una ingenuidad que se fía de todo el mundo, sin sospechar que pueda existir la burla. Ese tipo de hombres se distingue porque son individuos limitados, dispuestos a desplegar delante del primero que llegue lo que de más precioso tiene en el corazón. Pero me parecía que en Makar Ivanovitch había una cosa distinta y que no era únicamente la inocencia de su simplicidad lo que lo empujaba a hablar: se adivinaba en él a un propagandista. Yo había captado con satisfacción cierta ironía, incluso un poco maligna, dedicada al doctor y quizá también a Versilov. Esta conversación era por lo visto la continuación de discusiones anteriores que habían tenido en el curso de la semana. Pero, por desgracia, se había dejado escapar una vez más la misma palabra fatal que tanto me había electrizado la víspera y que me impulsó a una salida que todavía lamento.

ó el anciano, con aire concentrado - es posible que me inspire más temor aún. Lo que pasa únicamente, mi querido Alejandro Semenovitch, es que a ese ateo no lo he encontrado jamás, ni siquiera una sola vez, y en su lugar he encontrado al ateo embrollón, que es como hay que llamarlo. Son individuos de muy distintas clases; ni siquiera se puede distinguir sus especies; grandes y pequeños, tontos y sabios, a incluso gente del pueblo, y todos unos embrolladores. Se pasan toda la vida leyendo y razonando, están saturados por el encanto de los libros, péro por su parte permanecen siempre en la duda, sin poder decidir nada. Los hay que están totalmente dispersos, que ni siquiera se observan ya a sí mismos; otros están más endurecidos que la piedra, y su corazón está recorrido por sueños; otros son insensibles y ligeros con tal de poder soltar sus bromas. Otros no han cogido de sus libros más que la flor, y encima según la idea que ellos tienen; pero siempre son embrolladores y sin decisión; he aquí lo que os diré aún: hay en eso mucho de aburrimiento. El hombre sencillo vive en la necesidad, no tiene pan, no tiene nada que dar a los niños, duerme sobre la picante paja, pero tiene siempre el corazón alegre y ligero; comete pecados y dice groserías, pero el corazón sigue estando entero. El grande hombre se atraca de bebida y de alimento, está sentado sobre su montón de oro, pero el corazón lo tiene siempre lleno de fastidio. Los hay que han atravesado todas las ciencias, y el fastidio sigue estando allí. Yo creo ciertamente que, cuanto más espíritu se tiene, tanto mayor es el tedio. Tomen en cuenta solamente una cosa: se está enseñando desde que el mundo es mundo, pues bien, qué es lo que se ha áprendido de bueno, qué es lo que se ha aprendido para que el mundo sea una morada bella y alegre dentro de lo posible y desbordante de todos los gozos? Y os diré aún otra cosa: ellos no tienen belleza, ni siquiera la quieren; están todos muertos, únicamente que cada uno alaba su muerte y no piensa en volverse hacia la única Verdad; vivir sin Dios no es más que tormento. Sucede así que maldecimos a lo que nos alumbra, y eso sin siquiera saberlo. Y qué sentido común hay en eso? El hombre no puede vivir sin arrodillarse; no se soportaría, ningún hombre sería capaz de ello. Si rechaza a Dios, se arrodilla delante de un ídolo, de madera, o de oro, o imaginario. Todos son idólatras, y no ateos, así es como hay que llamarlos. Y cómo no ser ateo? Los hay que son verdaderamente ateos, sólo que ésos son mucho más terribles que los otros, porque se presentan con el nombre de Dios en la boca. He oído hablar de ellos muchas veces, pero nunca me he encontrado con ninguno. Pero ellos existen, amigo mío, y creo que deben existir.

ó de repente Versilov -, los hay y "deben existir".

-Desde luego que los hay y "deben existir"! - esta frase se me escapó irresistiblemente y con fuego, no sé por qué; pero el tono de Versilov me había arrastrado y una idea me seducía en la expresión: "deben existir".

ón me resultaba totalmente inesperada. Pero en aquel momento se produjo súbitamente algo completamente inesperado también.

IV

ía era de una luminosidad notable. Por lo general, en la habitación de Makar Ivanovitch no se levantaba la persiana en todo el día, por orden del doctor; solamente que lo que había en la ventana no era una persiana, sino una cortina, de forma que la parte alta de la ventana no llegaba a estar cubierta; en efecto, el viejo se encontraba mal cuando no vela en absoluto el sol, con la antigua persiana. Ahora bien, nos quedamos charlando justamente hasta el momento en que un rayo de sol le dio a Mákar Ivanovitch en pleno rostro. Ocupado en la conversación, al principio no se dio cuenta de eso, pero varias veces volvió la cabeza maquinalmente, sin dejar de hablar, porque aquel rayo brillante lo molestaba a irritaba sus ojos enfermos. Mamá, en pie al lado de él, había mirado ya varias veces la ventana con inquietud; habría hecho falta sencillamehte cegarla del todo, pero, para no estorbar la conversación, imaginó el procedimiento de intentar arrastrar hacia la derecha el taburete sobre el que estaba sentado Makar Ivanovitch: bastaba empujarlo quince centímetros, veinte como máximo. Ya ella se había inclinado varias veces para ponerle la mano encima, pero no había podido moverlo; el taburete, con Makar Ivanovitch sentado, no se movía lo más mínimo. Sintiendo sus esfuerzos, pero de manera completamente inconsciente, en el ardor de la conversación, Makar Ivanovitch había intentado varias feces levantarse, pero sus piernas no le obedecían. Sin embargo, mamá continuaba haciendo todos sus esfuerzos y tirando, y por fin todo aquello impacientó a Lisa. Me acuerdo de ciertas miradas brillantes, irritadas; únicamente que en el primer momento yo no sabía a qué atribuirlas, y además estaba distraído por la conversación. De repente, resonó esta invitación violenta, casi un grito, dirigida a Makar Ivanovitch:

ántese usted un poco, ya ve las molestias que está pasando mamá!

ó rápidamente, comprendió en seguida y trató inmediatamente de obedecer, pero sin éxito: apenas se había levantado diez centímetrqs, volvió a caer sobre el taburete.

ía! - respondió quejumbrosamente a Lisa, mirándola con humildad.

-Contar historias como para llenar un libro sí puede usted, pero para hacer un sencillo movimiento no tiene fuerzas, verdad?

ó Tatiana Pavlovna.

Makar Ivanovitch hizo de nuevo un esfuérzo extraordinario.

á caída en el suelo, y ayúdese con ella! - lanzó Lisa de nuevo.

ó a coger su muleta.

ás que levantarlo - dijo Versilov, poniéndose en pie.

ó a su vez, pero no llegaron a tiempo: Makar Ivanovítch, apoyándose con todas sus fuerzas en la muleta, se había levantado de repente y se mantenía en pie mirando en torno a él, gozoso y triunfante.

ó casi con orgullo, riendo alegremente -. Gracias, hija mía, tú me has hecho más sabio, y yo que creía que mis piernas no servían ya para nada...

Pero no se quedó de pie mucho tiempo. No había terminado su frase, cuando la muleta sobre la que se apoyaba con todo su peso se deslizó de repente por la alfombra, y, como las piernas no lo sostenían casi en absoluto, se derrumbó cuan largo era sobre el entarimado. Resultó un espectáculo casi espantoso, me acuerdo muy bien. Hubo un " Oh! " general, nos lanzamos todos a recogerlo, pero, a Dios gracias, no se había fracturado nada; sus rodillas habían chocado pesadamente con el entarimado, formando un gran ruido, pero él había tenido tiempo de avanzar la mano derecha y de aguantarse sobre ella. Lo levantaron y se le tendió en la cama. Estaba muy pálido, no de miedo, sino a causa del golpe. (El doctor le había encontrado, entre otras cosas, una enfermedad del corazón.) Mamá estaba fuera de sí, de terror. Súbitamente, Makar Ivanovitch, todavía pálido, sacudido el cuerpo y pareciendo apenas haber vuelto en sí, se volvió hacia Lisa y, con una voz dulce, casi tierna, le dijo:

ía, ya lo ves, rnis piernas ya no me soportan!

ía explicar la impresión que se había apoderado de mí. Las palabras del pobre viejo no tenían el menor acento de queja o de reproche; por el contrario, era evidente que él no había notado, desde el principio, la menor malignidad en las palabras de Lisa y que había considerado los gritos que ella le había dirigido como una cosa merecida, es decir, como una reprimenda a la que él se había hecho acreedor por su falta. Todo aquello obró también terriblemente sobre Lisa. En el momento de la caída, ella había dado un salto como todo el mundo y estaba allí como muerta, sufriendo naturalmente porque ella era la causa de todo. Pero, al oír aquellas palabras, casi instantáneamente, enrojeció toda ella de vergüenza y de arrepentimiento.

ó de pronto Tatiana Pavlovna -. Todo esto proviene de esas conversaciones tan tontas. Que cada uno se vaya a su habitación. Pero, qué hacer cuando es el mismo médico el que empieza la cháchara?

-Desde luego - contestó Alejandro Semenovitch, afanándose en torno al enfermo -. Perdón, Tatiana Pavlovna, él necesita reposo.

ía medio minuto observaba a Lisa silenciosamente y sin perderla de vista.

-Ven aquí, Lisa, y bésame, vieja tonta que soy!; si quieres, claro está - invitó súbitamente.

ó, ignoro por qué, pero desde luego eso era lo que había que hacer; hasta el punto que a mí mismo me faltó poco para lanzarme a abrazar a Tatiana Pavlovna; en efecto, era preciso no aplastar a Lisa bajo los reproches, sino acoger con alegría y felicitaciones el nuevo y buen sentimiento que seguramente iba a nacer en ella. Sin embargo, en lugar de todos esos sentimientos, me levanté de pronto y, martillando las palabras, empecé:

"la belleza", y justamente ayer y todos estos días esa palabra me viene atormentando... En realidad toda mi vida me ha atormentado, solamente que otras veces yo no sabía lo que era. Considero esta coincidencia como fatal, casi maravillosa... Lo declaro en su presencia...

ó. Lo repito: yo ignoraba lo que ellos habían acordado en cuanto a mamá y Makar Ivanovitch; y, por mis actos pasados, ellos naturalmente me creían capaz de un escándalo de esa clase.

-Calmadlo, calmadlo!

á se puso a temblar. Makar Ivanovitch, al ver el espanto general, se asustó también.

---Arcadio, cállate! - gritó con severidad Versilov.

én nacido - elevé la voz todavía más y señalé a Makar - es para mí una monstruosidad. Aquí no hay más que una santa, y es mamá, y todavía...

ó el doctor.

é que soy el enemigo de todo el mundo - balbucí (o alguna cosa de esa clase), pero, después de una nueva ojeada circular, lancé una mirada provocativa a Versilov.

-Arcadio! - gritó de nuevo -. Ya ha sucedido aquí entre nosotros una escena análoga. Te lo suplico, reprímete ahora!

ía expresar el potente sentimiento con el cual pronunció estas palabras. Había en sus rasgos una pena extraordinaria, sincera, completa. Lo más asombroso era que él tenía una expresión de culpabilidad: era yo el juez, y él, el criminal. Todo esto me sacó de quicio.

í! - grité en respuesta -, esta escena se produjo ya el día en que enterré a Versilov, cuando lo arranqué de mi corazón... Luego ha habido la resurrección de los muertos, pero ahora... ahora está terminado del todo! Pero... pero van a ver todos ustedes de lo que yo soy capaz. No se esperan ustedes lo que yo soy capaz de probar!

é hacia mi habitación. Versilov corrió tras de mí.

ída: un acceso muy fuerte de fiebre, y, al atardecer, delirio. Pero no todo era delirio: había sueños innumerables, en procesión interminable, de entre los cuales he retenido durante toda mi vida uno, o un fragmento de uno. Lo registro aquí sin ninguna explicación; ese sueño era profético y no puedo omitirlo.

é de pronto, lleno el corazón con un propósito grande y orgulloso, en una sala vasta y alta; sólo que no en casa de Tatiana Pavlovna: me acuerdo muy bien de esta sala; hago esta observación por anticipado. Pero me esfuerzo en vano por estar solo; siento siempre, con inquietud y sufrimiento, que no estoy solo del todo, que se me espera y que se espera de mí alguna cosa. En alguna parte por detrás de la puerta hay personas que esperan to que voy a hacer. Una sensación insoportable: " Ah, si yo estuviera solo! " Y de repente ella entra. Tiene un aspecto tímido y está terriblemente asustada; busca mis ojos. Tengo en mis manos el documento. Sonríe para seducirme, se pega a mí; me da lástima, pero comienzo a experimentar malestar. De pronto esconde su rostro entre las manos. Arrojo el "documento" sobre la mesa con un desprecio inexpresable: " No me pida nada, tome, no le reclamo nada! Me vengo con el desprecio de todas las injurias que he sufxido! "

Salgo de la habitación, lleno de un inmenso orgullo. Pero en el umbral, en la oscuridad, Lambert me detiene: " Imbécil! Idiota! - musita con toda su fuerza, agarrándome por el brazo -: Ella va a abrir en Vassili Ostrov una pensión para niñas de la nobleza." (: es decir, para ganarse la vida si su padre, informado por mí de la existencia del documento, la deshereda y la pone de patitas en la calle. Anoto literalmente las expresiones de Lambert, tal como las oí en el sueño.)

"la belleza" - es la vocecita de Ana Andreievna la que oigo muy cerca, en la escalera; pero no era alabanza, era, por el contrario, una burla insoportable lo que vibraba en aquellas palabras.

ón con Lambert. Pero, al verle, ella se echa inmediatamente a reír. Mi primera impresión es un terrible espanto, un espanto tal, que me detengo y me niego a seguir avanzando. La miro y no creo en mis ojos; es como si de repente se hubiese quitado una máscara del rostro: los rasgos son los mismos, pero cada uno de ellos está defermado por una desvergüenza desmedida. " El rescate, señora, el rescate! ", grita Lambert, y los dos se echan a reír cada vez con más fuerza, y mi corazón deja de latir: " Es posible que esta mujer desvergonzada sea la misma que aquella que con una sola mirada hacía hervir mi corazón de virtud?"

í de to que son capaces por dinero, estos orgullosos, en su gran mundo! - exclama Lambert.

ír precisamente al verme tan espantado. Ah!, está dispuesta a pagar el rescate, lo veo, y... qué es lo que pasa en mí? Ya no experimento ni lástima ni repugnancia. Tiemblo como nunca... Un nuevo sentimiento se apodera de mí, un sentimiento inexpresable, que no he conocido nunca, y poderoso conio todo el universo... No tengo ya fuerzas para irme de allí, por nada en el mundo! Oh, qué dichoso soy al verla tan desvergonzada! La agarro por las manos, el contacto de sus manos me sacude dolorosamente, y aproximo mis labios a sus labios desvergonzados, bermejos, temblorosos de risa y que me llaman.

í ese recuerdo humillante! Maldito sueño! Lo juro, antes de ese sueño infame no había habido nada en mi espíritu que se pareciese en to más mínimo a aquel pensamiento vergonzoso! No, ni siquiera un sueño involuntario de aquella índole (sin embargo, yo guardaba el documento cosido dentro de mi bolsillo y a veces me llevaba las manes al bolsillo con una sonrisa extraña). De dónde había venido todo aquello de golpe? Es que yo tenía un alma de araña! Qtliero ecir que todo estaba desde hacía mucho tiempo en germen y reposaba en mi corazón perverso, en mi deseo, pero que el corazón estaba todavía retenido por la vergüenza, en el estado de vigilia, y el espiritu no osaba todavía representarse conscientemente nada parecido. En el sueño, por el contrario, el alma había presentado y desplegado delante de ella misma todo to que había en el corazón, con una precisión perfecta y en un cuadro muy completo, y bajo forma profética. Era precisamente aquello to que yo quería probarles, al escaparme por la mañana de la habitación de Makar Ivanovitch? Pero basta, ni una palabra más de eso antes de que llegue el momento! Aquel sueño que tuve es una de las aventuras más extrañas de mi vida.

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Notas
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