Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток).
Tercera parte. Capítulo III

Primera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Tercera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes

ÍTULO III

I

ías más tarde, me levanté por la mañana y comprendí de repente, una vez en pie, que no volvería a meterme en la cama. Experimentaba en todo mi ser la cercanía de la curación. Todos estos menudos detalles no valdrían quizá la pena de ser anotados, pero entonces sobrevino una serie de días en los cuales no se produjo nada de particular, y que, no obstante, han permanecido todos en mi memoria como algo tranquilo y gozoso: es una rareza en mis recuerdos. De momento, no hablaré de mi estado mental; si el lector supiese en qué consistía, no querría creerlo. Conviene más que esto resalte más tarde por los hechos. Mientras tanto, diré solamente esto: que el lector se acuerde de ña ón desde la que quería abandonarlos y, con ellos, al mundo entero, en nombre de "la belleza". El anhelo de belleza estaba en su colmo, eso era una gran verdad, pero la forma en que pudo aliarse con otros anhelos, y cuáles!, es para mí un misterio. Eso siempre ha sido un misterio, y mil veces me he asombrado de esta facultad que tiene el hombre (y, creo, por excelencia el hombre ruso) de mecer su corazón a una altura sublime y junto a la peor bajeza, y siempre con una absoluta sinceridad. Sobre si esta famosa amplitud de espíritu del ruso, que lo conducirá lejos, es eso, amplitud de espíritu, o si es sencillamente bajeza, la cuestión queda sin dilucidar.

ía comprendido que era preciso a toda costa volver a estar sano y lo más pronto posible, para comenzar lo más pronto posible a obrar, y por eso decidí vivir higiénicamente, y escuchar al doctor (cualquiera que fuese), aplazando las intenciones belicosas, con una sabiduría extrema (fruto de la amplitud de espíritu) hasta el día de mi salida, es decir, hasta la curación. La forma en que todas las impresiones pacíficas y los disfrutes de aquella calmá pudieran conciliarse con los latidus alarmados y agradablemente dolorosos de mi corazón, ante el presentimiento de las tempestuosas decisiones próximas, to ignoro, pero lo sigo atribuyendo a la "amplitud de espíritu". Sin embargo yo no esperaba la inquietud de otras veces; lo había aplazado todo hasta el término fijado, sin temblar ante el porvenir como antes temblaba, sino en plan de hombre rico, seguro de sus recursos y de sus fuerzas. La arrogancia y el desafío ante el destino que me aguardaba iba creciendo, un poco, creo, a causa de mi curación ya efectiva y del retorno rápido de las energías vitales. Aquellos pocos días de curación definitiva a incluso verdadera, los recuerdo todavía con gran satisfacción.

ían perdonado todo, quiero decir mi salida, ellos, esas mismas personas a las que yo había tratado como monstruos. Eso es to que me gusta en la gente, eso es lo que yo llamo la inteligencia del corazón; por lo menos, eso me sedujo inmediatamente, hasta un cierto punto sin duda. Versilov y yo, por ejemplo, continuábamos charlando como buenos y viejos amigos, pero hasta cierto punto: en cuanto se manifestaba demasiada expansión (cosa que no dejaba de suceder de vez en cuando), los dos nos conteníamos inmediatamente, con un asomo de vergüenza. Hay casos en que el vencedor no tiene más remedio que avergonzarse ante su vencido, precisamente por haberlo derribado. El vencedor, evidentemente, era yo; y me sonrojaba por eso.

ñana, es decir, el día en que me levanté del lecho después de mi recaída, vino a verme y fue entonces cuando me enteré por él, por primera vez, del convenio que habían formado todos respecto a mamá y a Makar Ivanovitch. Añadió que el anciano estaba mejor, pero que, a pesar de todo, el doctor no respondía de él. Le hice de todo corazón la promesa de ser más prudente en el porvenir. En el momento en que Versilov me contaba todo aquello, noté de repente, por primera vez, que él mismo estaba muy sinceramente preocupado por aquel anciano, es decir, infinitamente más de lo que yo habría podido esperar de un hombre como él, y que lo consideraba como a una criatura particularmente querida, querida por él mismo y no tan sólo por causa de mamá. La cosa me interesó, casi me asombró, y, lo reconozco, sin Versilov hay muchas cosas que se me habrían escapado y que yo no habría apreciado suficientemente en aquel anciano, que me ha dejado uno de los recuerdos más sólidos y más originales de mi corazón.

ía temer en cuanto a mis relaciones con Makar Ivanovitch, o más bien no se fiaba ni de mi inteligencia ni de mi tacto, y por eso se mostró extremadamente satisfecho más tarde, cuando se dio cuenta de que yo también era capaz a veces de comprender cómo había que comportarse con un hombre de ideas y de concepciones totalmente distintas; en una palabra, que yo sabía ser, cuando se presentaba el caso, conciliador y tolerante. Reconozco también (creo que sin humillarme) que encontré en aquella criatura venido del pueblo algo absolutamente nuevo para mí en cuanto a los sentimientos y a las ideas, algo que yo desconocía, infinitamente más limpio y consolador que la manera que yo tenía de comprender antes aquellas cosas. A pesar de todo, no había medio de no sulfurarse algunas veces, ante ciertos prejuicios categóricos en los cuales él creía con una calma y una seguridad imperturbables. Pero de eso, naturalmente, la única causa estaba en su falta de instrucción, y su alma se hallaba bastante bien organizada, incluso tan bien, que no he conocido nunca a nadie que le sea superior en ese aspecto.

II

ía en él, como ya he dicho anteriormente, era su extremo candor y una ausencia total de amor propio; se presentía allí un corazón casi sin pecados. Poseía "la alegría" del corazón, y por consiguiente también "la belleza". Esta palabrita de "alegria", él la amaba mucho y la empleaba frecuentemente. Sin duda, a veces estaba poseído por una especie de excitación enfermiza, por una enfermedad de enternecimiento, un poco exagerada, supongo, porque la fiebre, a decir verdad, no lo abandonó en todo aquel tiempo; pero aquello no era obstáculo para la belleza. Había también contrastes: junto a una asombrosa ingenuidad, que a veces no se daba cuenta en absoluto de la ironía (a menudo con gran despecho por mi parte), había también no sé qué fina astucia, sobre todo en las escaramuzas polémicas. La polémica era cosa que lo entusiasmaba, pero solamente de vez en cuando y a su manera. Se veía que había errado mucho a través de Rusia, oído mucho, pero lo repito, le gustaba más que nada el enternecimiento y por consiguiente todo lo que terminaba en ternura, y era muy aficionado a contar cosas enternecedoras. En general, le gustaba muchísimo relatar. De su boca he oído multitud de relatos sobre sus propios viajes, toda clase de leyendas sobre la vida secreta de los más antiguos ascetas. Tales temas no me son apenas conocidos, pero creo que él añadía a esas leyendas no pocas mentiras, procedentes en su mayor parte de la tradición oral de nuestro pueblo. Había cosas verdaderamente imposibles de admitir. Pero, junto a deformaciones evidentes o puras mentiras, resplandecía siempre no sé qué asombrosamente sólido, lleno de sentimiento popular y siempre enternecedor... He retenido, por ejemplo, de todos esos relatos, la larga historia denominada "Vida de Santa María Egipcíaca" (119). De esa vida y de casi todas las otras análogas, yo no tenía hasta entonces la más mínima idea. Lo digo francamente: era imposible oírlo sin echarse a llorar, no de enternecimiento, sino por una especie de extraño entusiasmo: se sentía allí algo extraordinario y ardiente, como la arena calcinada hasta el blanco vivo del desierto, habitado por leones, a través del cual erraba la santa. Pero no es de eso de lo que quiero hablar, y además no soy competente.

ás del enternecimiento, lo que me agradaba en él eran ciertos puntos de vista extremadamente originales sobre ciertas cuestiones extremadamente discutidas aun en nuestra época. Un día, por ejemplo, contaba la historia reciente de un soldado licenciado; él había sido casi testigo presencial del suceso. Aquel soldado había vuelto a sus Tares, y, al hallarse de nuevo entre los campesinos, no se había sentido ya allí a gusto ni les había agradado a ellos tampoco. Nuestro hombre se descarrió, se puso a beber y cometió no sé qué acto de latrocinio; no había pruebas ciertas; sin embargo, lo detuvieron y lo juzgaron. El abogado había conseguido ya casi que lo absolvieran: no había pruebas!, cuando de pronto el otro, que estaba escuchando, se levantó bruscamente a interrumpió a su defensor: " No, espera un poco." Y lo contó todo "hasta el último entresijo"; se reconoció culpable de todo, con llantos y arrepentimiento. Los jurados se retiraron, se encerraron en su sala, y helos aquí que vuelven a salir: "No, no es culpable." No hubo más que gritos de alegría. Pero el soldado se quedó clavado en el sitio, como si lo hubiesen transformado en una columna, sin comprender nada; no comprendió tampoco lo que le dijo el presidente para su gobierno, al ponerlo en libertad. Se marchó, no creyendo lo que veían sus ojos. Fue poseído por el fastidio: helo aquí sumergido en sus reflexiones, ni come ni bebe, y no habla ya con la gente. Cinco días después se ahorcó. "He ahí lo que significa vivir con un pecado sobre la conciencia! ", concluyó Makar Ivanovitch. Este relato carece evidentemente de valor, y de esas historias hay ahora multitudes en todos. los periódicos, pero lo que me agradó fue el tono, y más aún ciertas palabras que expresaban verdaderamente una idea nueva. Al contar por ejemplo cómo el soldado, de vuelta al pueblo, no agradaba ya a los aldeanos, Makar Ivanovitch se expresó así: "Un soldado, ya se sabe lo que es: un soldado es un campesino echado a perder." Hablando en seguida del abogado que había estado a punto de ganar el juicio, dijo también: "Ya se sabe lo que es un abogado: un abogado es una conciencia de alquiler." Estas dos expresiones las encontró sin la menor dificultad y sin prestar la menor atención él irismo, y sin embargo contienen todo un concepto justo de esos dos seres, concepto que, si bien no es el de todo el pueblo, es el de Makar Ivanovitch, suyo propio y no tomado a préstamo. Esos juicios completamente acabados que tiene el pueblo sobre tal o cual tema son a veces verdaderamente maravillosos por su originalidad.

é piensa usted sobre el pecado del suicidio? - le pregunté a propósito de aquel relato.

ó con un suspiro -, pero el Señor es el único juez de éste, porque Él solo lo sabe todo, las medidas y los límites. El deber por nuestra parte, es el de rezar por pecadores tan grandes. Cada vez que oyes hablar de un pecado como ése, antes de dormirte reza por ese pecador una tierna plegaria; a lo menos suspira por él cerca de Dios; incluso si no lo has conocido en absoluto, tu oración por eso será todavía más eficaz.

é le servirá mi oración, si está ya condenado?

é sabes tú? Muchos, oh!, muchos no creen y aturden por eso a las personas mal informadas; no los escuches, porque no saben adónde van. La oración de un hombre todavía vivo por un condenado llega verdaderamente a Dios. Pero, qué será de aquel que no tiene a nadie para rezar por él? Por eso, cuando reces, antes de acostarte, añade al terminar: "Señor jesús, ten piedad también de todos aquellos que no tienen a nadie que rece por ellos." Esta oración es muy eficaz y muy agradable. Lo mismo por todos los pecadores aún vivos: "Señor, por los medios que Tu sabes, salva a todos los impenitentes! " Esta oración también es buena:

í rezar esas oraciones, comprendiendo que esa promesa le proporcionaría un placer extremo. Y en efecto, la alegría brilló en su rostro; pero me apresuro a añadir que en casos semejantes él no me miraba nunca de arriba abajo, como una especie de ermitaño podría tratar a un vulgar adolescente; al contrario, muy a menudo le gustaba escucharme discurrir, y no se cansaba, sobre diferentes temas, estimando sin duda que tenía que vérselas con un joven, pero también que ese joven era infinitamente más instruido que él. Le gustaba por ejemplo hablar muy a menudo de los ermitaños y colocaba "el desierto" inmensamente por encima de "la vida errante". Le hice ardientes objeciones, insistiendo sobre el egoísmo de esas personas que abandonan al mundo y desdeñan el bien que podían hacer a la humanidad, únicamente en vista de una idea egoísta de su salvación. Al principio, él no comprendía e incluso sospecho que no me comprendió jamás; pero defendía mucho al desierto: "Primeramente se tiene lástima de sí mismo, como es natural (es decir, en el momento de instalarse en el desierto), en seguida empieza a alegrarse más y más cada día y después, por fin, se ve a Dios." Desarrollé entonces delante de él un cuadro completo de la actividad útil del sabio, del médico, en general del amigo de la humanidad en el mundo, y le causé un verdadero entusiasmo, puesto que él mismo hablaba de eso calurosamente; a cada momento me aprobaba: "Sí, hijo mío, sí, Dios te bendiga, estás en lo cierto." Pero cuando hube terminado, no se mostró sin embargo completamente de acuerdo: "Está bien eso - suspiró profundamente -, pero hay muchos que resistan bien y que no se dejen distraer? El dinero no es Dios, pero es un semidiós, es una gran tentación; y después hay también la mujer, y después la duda y después la envidia. Se olvida el gran negocio y se pone uno a ocuparse del pequeño. En el desierto pasa de una manera muy distinta. En el desierto, el hombre se fortifica para todas las hazañas. Amigo mío! Pero qué pasa en el mundo? - Y exclamó con un sentimiento extraordinario -. No es solamente un sueño? Coge arena y siémbrala sobre los guijarros; cuando esa arena amarilla empiece a brotar sobre tus guijarros, entonces se realizará to sueño en el mundo, así es como se habla entre nosotros. Pero en Cristo se habla de otra manera: "Ve y distribuye to riqueza y hazte el servidor de todos." Y serás más rico que antes, una infinidad de veces; porque no es solamente el alimento ni los vestidos preciosos, ni el orgullo y la ambición los que dan la felicidad, sino el amor infinitamente multiplicado. No es una pequeña riqueza, ni cien mil, ni un millón, sino el universo entero lo que ganarás! Ahora, amasamos sin hartarnos y disipamos locamente; pero entonces no habrá ni huérfanos ni pobres, porque todos son míos, todos son mis parientes, a todos los he adquirido, a todos los he comprado desde el primero hasta el último. Hoy, no es raro que incluso el rico y el grande se muestren indiferentes al número de sus días, y no sepan ellos mismos qué distracción inventar; pero entonces tus días y tus horas se multiplicarán por mil, porque tú no querrás ya perder ni un solo minutito y de cada uno to darás cuenta en la alegría de tu corazón. Entonces adquirirás la sabiduría no solamente por los libros, porque estarás con Dios mismo cara a cara; y la tierra resplandecerá más que el sol, y no habrá allí ni penas ni suspiros, sino únicamente un paraíso único, sin precio... "

í los accesos de entusiasmo que a Versilov le gustaban, creo, enormemente. Aquella vez se encontraba precisamente en la habitación.

í yo de repente, caldeado yo mismo sobremanera (me acuerdo muy bien de aquella velada) -. Pero es el comunismo, un verdadero comunismo lo que está usted predicando!

él no sabía absolutamente nada de la doctrina comunista, a incluso era aquélla la primera vez que oía esa palabra, me puse en seguida a explicarle todo lo que yo sabía de aquello. Confieso que sabía pocas cosas y las sabía mal, a inclúso ahora no soy nada competente en la materia, pero lo que sabía, lo expuse a pesar de todo con mucho ardor. Me acuerdo aún con complacencia de la impresión extraordinaria que produje en el anciano. No era sólo una impresióri, sino más bien una sacudida. Se interesaba enormemente por los detalles históricos: "Dónde? Cómo? Quién lo hizo? Quién lo dijo?" He observado por lo demás que eso es en general una particularidad del pueblo: no se contenta con la idea general; desde el momento en que algo le interesa mucho, reclama con avidez detalles firmes y precisos. Por mi parte, yo me extraviaba entre los detalles, y como Versilov estaba presente, yo tenía un poco de vergüenza delante de él y me acaloraba cada vez más. Finalmente, Makar Ivanovitch, todo enternecido, no hacía más que repetir después de cada palabra: " Sí, sí! ", pero visiblemente sin comprender nada y sin seguir el hilo. Yo estaba irritado por aquello, pero de repente Versilov interrumpió la conversación, se levantó y declaró que era la hora de irse a acostar. Estábamos todos reunidos y era ya tarde. Cuando, algunos minutos después, lanzó un vistazo por mi habitación, le pregunté inmediatamente qué concepto tenía sobre Makar Ivanovitch en general y qué pensaba de él. Soltó una risa gozosa (no era ni muchísimo menos por mis errores sobre el comunismo; al contrario, no habló de aquello). Lo repito una vez más: él estaba literalmente chiflado por Makar Ivanovitch, y yo sorprendía con frecuencia en su rostro una sonrisa extraordinariamente seductora cuando escuchaba al anciano. Esa sonrisa, por lo demás, no impedía la crítica.

mujikéstico - declaró recalcándolo mucho -, un antiguo siervo doméstico y un antiguo servidor, nacido servidor y de un servidor. Esos siervos y esos domésticos compartían muchos aspectos de la vida privada, intelectual y espiritual de sus amos, en los viejos tiempos. Fíjate bien en que Makar Ivanovitch, incluso hoy día, se interesa sobre todo por los acontecimientos de la vida señorial y aristocrática. Tú no sabes hasta qué punto siente curiosidad por ciertos sucesos que han ocurrido en nuestro país estos últimos tiempos. . Sabías tú que es un gran político? He ahí a uno a quien no se le puede llevar por una oreja; hace falta contárselo todo, quién hace la guerra y dónde, y si nosotros la haremos también... En otros tiempos, con conversaciones de este tipo, le he proporcionado un auténtico bienestar. Respeta mucho las ciencias, y entre todas las ciencias prefiere la astronomía. Con todo, se ha creado en sí mismo algo tan independiente, que es imposible cambiarlo. Hay en él convicciones, firmes y bastante claras... y sinceras. A pesar de su enorme ignorancia, es capaz de asombrarlo o uno de repente con el conocimiento inesperado de ciertas nociones que jamás se habrían supuesto en él. Alaba el desierto con entusiasmo, pero él no irá por nada del mundo ni al desierto ni al convento, porque es sobre todo " un vagabundo", como lo ha llamado suavemente Alejandro Semenovitch, a quien, dicho sea de paso, detestas sin motivo alguno. Qué más? Es un poco artista, tiene una cantidad de frases que son suyas propias, y otras también que no le pertenecen. Su lógica flaquea un poco. Algunas veces es muy abstracto, con accesos de sentimentalismo, pero de sentimentalismo puramente popular o, para decirlo mejor, accesos de ese enternecimiento nacional que nuestro pueblo introduce tan ampliamente en su sentimiento religioso. Dejo aparte la cuestión de la pureza de su corazón y de su bondad: no es cosa nuestra ocuparnos de ese tema...

III

é uno de sus relatos, tomado a préstamo de su vida privada. El carácter de estos relatos era singular, o más bien no tenían ningún carácter común; era imposible sacar de ellos ninguna moraleja ni ninguna tendencïa general, salvo la de que todos eran poco más o menos enternecedores. Pero los había tanmbién que no lo eran, los había incluso muy alegres y hasta con burlas contra ciertos monjes descarriados, tanto que al contarlos perjudicaba a su idea, cosa que le hice observar; pero él no comprendió lo que yo quería decir. Algunas veces resultaba difícil adivinar qué era lo que lo empujaba a relatar de aquella forma, de modo que yo llegaba incluso a asombrarme de semejante locuacidad, que atribuía en parte a la senilidad y a un estado enfermizo.

ó un día Versilov -. antes no era así, ni pensarlo. Morirá bien pronto, mucho antes de lo que pensamos, y hay que estar preparados.

ía establecido entre nosotros algo así como "veladas" regulares. Además de mama, que no abandonaba casi nunca a Makar Ivanovitch, estábamos todos los días en su habitación Versilov y yo, que por lo demás no tenía otro sitio adonde ir; los últimos días Lisa solía entrar también, aunque más tarde que los otros, y casi siempre se quedaba silenciosa. Estaba también Tatiana Pavlovna y, aunque raras veces, el doctor. Yo no sé cómo se hizo aquello, pero bruscamente me había aproximado al doctor; no de una manera enorme, pero, en todo caso, nada de sofiones como antes. Lo que me agradaba en él era una cierta simplicidad que le había notado por fin y una cierta adhesión a nuestra familia, tanto que decidí por fin perdonarle su orgullo médico y además le enseñé a lavarse las manos y a cuidarse las uñas, puesto que decididamente le era imposible llevar la ropa limpia. Le hice comprender que no se trataba de la elegancia ni de las "bellas artes", sino que la limpieza entraba naturalmente en las funciones de un doctor, y se lo demostré. Finalmente, Lukeria venía a menudo desde su cocina hasta la puerta y escuchaba por detrás lo que contaba Makar Ivanovitch. Un día, Versilov la invitó a entrar y a sentarse con nosotros. Aquello me agradó; sin embargo, ya no volvió. Tenía su carácter.

í uno de esos relatos, al azar, únicamente porque es el que he retenido mejor. Es una historia de comerciantes, y creo que historias de esa clase, en nuestras ciudades grandes y pequeñas, las hay a millares, por poco que se sepa observar: El lector es libre de saltarse el relato, tanto más cuanto que lo cuento en el estilo del pueblo.

IV

ó en nuestro país, en la ciudad de Afinievo. Voy a contaros ahora esta maravilla. Había una vez un comerciante que se llamaba Rotoboinikov (120) Máximo Ivanovitch. Era el hombre más rico de toda la comarca. Había construido una fábrica de indiana y les daba trabajo a varios centenares de obreros. Acabó por endiosarse un poco. Y, preciso es decirlo, todo el mundo estaba a sus órdenes. Las autoridades no le presentaban ninguna dificultad, el archimandrita le daba las gracias por su celo; daba mucho para el convento, y, cuando el humor se lo decía, suspiraba grandemente por su alma y se preocupaba muchísimo por la vida futura. Era viudo y sin hijos; sobre su esposa corría el rumor de que él la había mimado muchísimo el primer año y que en su juventud había sido su esclavo; sólo que de aquello hacía ya muchísimo tiempo; en cuanto a volver a casarse, no quería ni oír hablar de eso. Tenía también una cierta debilidad por la bebida, y cuando le daba por ahí, se le veía correr borracho a través de la ciudad, desnudo y lanzando gritos; la ciudad no es nada grande, y todo se sabe. Pasado el momento, volvía a ponerse serio y todo lo que él juzgaba estaba bien juzgado, todo lo que ordenaba estaba bien ordenado. Con la gente arreglaba las cuentas según su fantasía. Helo aquí que coge su ábaco y se coloca las gafas: "Y contigo, Foma, cómo están las cuentas?" "No he recibido nada desde Navidad, Máximo Ivanovitch; se me deben treinta y nueve rublos." "Huy, cuantísimo dinero! Es demasiado para ti; tú no los vales; eso no te conviene en absoluto; vamos, digamos diez rublos de menos, y quedan veintinueve, toma." El otro no dice nada; nadie dice una palabra, silencio general.

é muy bien cuánto hay que darles. Con esta gente es imposible obrar de otra manera. La gente de aquí está podrida. Sin mí, hace ya muchísimo tiempo que estarían todos muertos de hambre, desde el primero al último. Os lo repito, son todos ladrones: llenan antes el ojo que la barriga y no ponen corazón en el trabajo. Añadid a esto que son unos borrachos: les dais su paga, se la llevan a la taberna y salen de allí sin camisa, desnudos como gusanos. Y luego, son unos bribones: van a sentarse sobre una piedra enfrente de la taberna y hay que oírlos lamentarse: "Mamá querida, por qué me has puesto en el mundo, pobre borracho que soy? Mejor hubiera sido que a semejante borracho lo hubieses estrangulado al nacer! " Es que puede llamarse a eso un hombre? Una bestia es, y no un hombre. Hace falta primero educarlo, y luego darle dinero. Yo sé muy bien cuándo hay que dárselo.

í cómo Máximo Ivanovitch hablaba de la gente de Afinievo. Era una cosa que estaba mal por su parte, pero era verdad: nuestras gentes eran débiles, sin firmeza.

ó; era un hombre joven y ligero, había quebrado y perdido todo su capital. El último año se debatía como un pez en la arena, pero su hora había llegado. Él y Máximo Ivanovitch se llevaban todo el tiempo disputando; el quebrado le debía montones de dinero. Todavía en su último suspiro maldecia a Máximo Ivanovitch. Dejó viuda todavía joven y con cinco hijos. Una viuda es como una golondrina sin refugio; es una dura prueba, y sobre todo con cinco niñitos, cuando no se tiene nada que darles de comer: su última propiedad, una casa de madera, Máximo Ivanovitch se la arrebató para cobrarse. Entonces ella puso a todos los hijos delante de la puerta de la iglesia como una fila de cebollas: el mayor tenía ocho años cumplidos, un varoncito; las otras eran todas hembras; la de más edad tenía cuatro años y la más joven mamaba aún. Acabada la misa, he aquí a Máximo Ivanovitch que sale, y todos los hermanos se arrodillan en cola delante de él (la madre les había enseñado bien la lección) y cruzan delante de él sus manecitas todos juntos, mientras que detrás de ellos, con la quinta niña en los brazos, la viuda le hace una inclinación hasta rozar con la tierra, delante de todo el mundo: "Mi buen señor, Máximo Ivanovitch, ten piedad de los pobres huérfanos, no les arrebates su último pedazo de pan, no los eches del nido paterno." Todos los que estaban allí derramaron lágrimas: ella les había enseñado muy bien la lección! Ella se decía: delante de la gente, le dará vergüenza y perdonará: "Tú, viuda joven, lo que quieres es un marido, y no es por los huérfanos por lo que lloras. Tu difunto me maldijo desde su lecho de muerte." Y pasó sin devolver la casa. "Cómo voy a ceder a sus tqnterías? Se da el pie y se toman la mano. Todo eso no conduce a nada y no causa más que quebraderos de cabeza." Ya corría el rumor de que, cuando aquella viuda era todavía joven, diet años atrás, él le había ofrecido una gran suma (ella era muy guapa), olvidando que ese pecado es lo mismo que destruir una iglesia del buen Dios; pero él no había conseguido nada. Porquerías de aquella clase, él no había dejado de hacerlas en la ciudad a incluso en toda la provincia. Pero en aquel caso se había pasado de la raya.

ó alaridos con sus pequeñuelos. Él expulsó a los huérfanos de la casa, no solo por maldad, sino porque hay veces en que uno no sabe por qué motivo se empeña en su idea. Así es que al principio se la ayudó y luego ella empezó a trabajar. Solamente que qué se puede ganar entre nosotros, si no es trabajando en la fábrica? Lavar un suelo aquí, escardar un jardín allá, calentar un baño, y encima con una criaturita en brazos, que no hace más que llorar, y las otras cuatro que están en la calle corriendo en camisa. Cuando ella había puesto a las criaturas de rodiilas delante de la iglesia, todas tenían todavía sus zapatitos y sus abriguitos, como hijas que eran del comerciante, al fin y al cabo; mientras que ahora corrían descalzas: ya se sabe que a los niños no les duran mucho las prendas. En el fondo, los pequeños no tienen necesidad de nada: están contentos desde que hay sol, no se dan cuenta de la desgracia, son como pajarillos, repiquetean como campanillas. La viuda se decía: " El invierno va a llegar, qué haré de vosotros? Si el buen Dios quisiera llamaros para entonces!" Pero no tuvo que esperar hasta el invierno. Hay en nuestra comarca una tos infantil, la tos ferina, que se pasa de un niño a otro. Primeramente murió la niña de pecho, en seguida las otras cayeron enfermas, y las cuatro hijas, el mismo otoño, fueron llevadas una detrás de otra. Verdad es que una de ellas fue aplastada en la calle. Pues bien, qué crees que pasó?: las enterró a todas y lanzó gritos; antes, las maldecía, y cuando Dios las hubo llamado, las lloró muchísimo. Ése es el corazón maternal!

él, no se atrevía ni siquiera a respirar. Era delgadíto y frágil, una figurita suave como una niña. Ella lo condujo a la fábrica, a casa de su padrino, que era capataz, y luego ella se quedó como criada en casa de un funcionario. Un día que el níño corría por el patio, llega Máximo Ivanovitch en su coche y da la casualidad de que viene borracho. El niño, desde la parte baja de la escalera, cae directamente sobre él, se resbala y choca con él en el momento en ue bajaba de su coche. Le pone las dos manos en el vientre. El lo coge por los cabellos gritando: "De quién es? Los látigos! Que lo azoten inmediatamente, delante de mí! " El niño está muerto de miedo, lo azotan y él grita. "Encima vas a gritar? Azótalo hasta que deje de gritar!" Lo siguieron azotando, no dejó de gritar hasta el momento en que se quedó ya totalmente inanimado. Entonces se pararon, se asustaron: el niño no respira ya, está tendido sin conocimiento. Se dijo en seguida que no lo habían azotado mucho, pero que era muy miedoso. Máximo Ivanovitch se asustó también. " De quién es? ", pregunta. Se lo dicen. " Encargaos de eso! Llevadlo a casa de su madre! Qué tenía él que hacer en la fábrica?" Dos días más tarde, pregunta: "Y el niño?" Las noticias eran malas: estaba enfermo, acostado en un rincón en casa de su madre, porque con aquel motivo ella había abandonado su puesto en casa de los funcionarios, y él tenía una congestión pulmonar. " Qué tontería! Y por qué, en definitiva? Si lo hubiesen azotado seriamente, se explica, pero lo único que se hizo fue meterle miedo. He pegado a todos los demás exactamente de la misma manera y nunca ha habido ninguna complicación. " Él esperaba que la madre fuera a quejarse, y se hacía el orgulloso. Solamente que cómo quejarse? Ella no se atrevió. Entonces él le mandó quince rublos y un médico de su parte. No porque tuviera miedo, sino así como así, después de reflexionar. En seguida le vino la picada y no dejó de estar borracho en tres semanas.

ó el invierno. El día de Pascua, en plena fiesta, Máximo Ivanovitch pregunta de nuevo: "A propósito, y aquel niño?" Todo el invierno había estado callado, no había preguntado nada. Le dicen: " Está curado, está en casa de su madre, y ella, ella hace faenas." El mismo día, Máximo Ivanovitch fue a buscar a la viuda, sin entrar en la casa, pero la hizo llamar desde la entrada, y él estaba en su coche: "Mira, digna viuda, quiero el bien para tu hijo, quiero ser su verdadero bienhechor y testimoniarle bondades sin cuento: lo llevo a mi casa a partir de hoy, a mi hogar. Y por poco que simpatice con el, le dejaré un capital suficiente; y si me gusta del todo, puedo dejarlo después de mi muerte heredero de toda nuestra fortuna, como si fuera mi hijo, a condición solamente de que tú no vengas jamás a mi casa, excepto en las grandes fiestas. Si eso te va bien, entonces, mañana por la mañana llévame al muchacho; no puede estar siempre jugando a los huesos." Dicho esto, se volvió, y la madre se quedó como loca. La gente había escuchado, y le decía: "Cuando el niño sea grande, te reprochará haberlo privado de una suerte así." Toda la noche, ella lloró encima de él, y luego, por la mañana, se lo llevó. El pequeño estaba más muerto que vivo.

áximo Ivanovitch lo vistió como a un señorito y contrató a un preceptor, y desde ese momento lo puso delante de los libros. No le quitaba la vista de encima, siempre estaba a su lado. En cuanto el niño bostezaba, gritaba él: " Coge tu libro! Estudia: quiero hacer de ti un hombre." Pero el niño estaba delicado desde la otra vez, cuando lo del látigo. Tosía. "Entonces, la vida no es buena en mi casa! " , se asombraba Máximo Ivanovitch. En casa de su madre corría descalzo, roía cortezas, y he aquí que ahora está más débil que antes." Entonces el preceptor le dijo: "Los niños necesitan correr, no pueden estudiar todo el tiempo, necesitan moverse. . . " Y le explicó todo esto con razones. Máximo Ivanovitch pensó: "Tiene razón." Este preceptor era Pedro Stepanovitch - que Dios lo tenga en su seno -, una especie de inocente. Bebía, y tal vez un poco demasiado; también lo habían expulsado de todas partes y vivía, en suma, de limosnas, y sin embargo era un gran cerebro, y estaba fuerte en ciencias. "Éste no es mi sitio - se decía a sí mismo -, yo debería ser profesor de universidad, mientras que por el contrario estoy aquí en el fango y "hasta mis costumbres me disgustan"." He aquí que Máximo Ivanovitch le grita al niño: " Vete a correr! ", y el otro respira apenas ante él. Llega incluso a no poder sufrir su voz: se había puesto a temblar. Máximo Ivanovitch se asombra del todo: "No se sabe nunca lo que tiene en la barriga. Lo he sacado del fango, lo he vestido con finas ropas, tiene botas de buen cuero, unu camisa bordada, lo trato como a un hijo de general, y todavía no me quiere? Por qué tiene que mirarme como un lobezno?" Desde hacía tiempo, nada asombraba ya que viniera de Máximo Ivanovitch, pero en aquel momento empezaron nuevamente a asombratse: él no sabía ya qué imaginar, estaba todo pendiente de aquel pequeño, no podía abandonarlo. " Que me ahorquen, pero le cambiaré el carácter. Su padre me maldijo desde su lecho de muerte, después de haber recibido la Santa Comunión. Es su padre clavado." Ni siquiera una sola vez le hizo dar de latigazos (tenía ya demasiado miedo, desde la otra vez). El niño vivía en medio del terror, No había necesidad de latigazos.

ía que acababa de salir de la habitación, el niño soltó su libro para subirse a una silla: su pelota había caído en lo alto de una vitrina. Él quería cogerla, únicamente que la manga se le enganchó en una lámpara de porcelana que estaba arriba; la lámpara cae al suelo v se rornpe en mil pedazos. Toda la casa tiembla con el ruido, y era un objeto precioso, una porcelana de Sajonia. He aquí a Maximo Ivanovitch que lo oye desde la tercera habitación y que aúlla. El niño, de miedo, pone pies en polvorosa, se salva por la terraza, atraviesa el jardín y, por la puerta de atrás, desemboca derechamente en el muelle. Hay allí un bulevar, con viejos cítisos, en una palabra un sitio alegre. Corrió hasta el agua, las gentes lo vieron, estiró los brazos, justamente en el sitio donde atraca el transbordador, y luego quizá tuvo miedo delante del agua, y se quedó clavado en el sitio. Aquella parte es ancha, el río rápido, las gabarras pasan , al otro lado, tiendas, una plaza, una iglesia, con cúpulas doradas que brillan. Justamente la coronela Ferzing bajaba del transbordador con su hija: teníamos en la ciudad un regimiento de infantería. La niña, ella también de ocho años, con su vestidito blanco, mira al muchachito y se ríe; ella llevaba en la mano una jaulita de madera y dentro un erizo. " Mira, niamá, cómo ese niño mira mi erizo! " "No - dice la coronela -, solamente es que ha tenido miedo de alguna cosa." "Por qué has tenido tanto miedo, lindo muchachito? - Así es como han contado la cosa después -. " Y quién es este pequeño tan lindo? Qué bien vestido va! Quién eres tú, hijo mío?" Y él no había visto nunca erizos: se aproxima y mira. Ya ha olvidado; los niños! "Qué es lo que llevas ahí?" "Esto-dice la señorita - es un erizo. Lo hemos comprado hace un momento a un campesino, y él lo ha encontrado en el bosque." "Y qué es un erizo?" Él ríe, quiere tocarlo con el dedo, el erizo se eriza y la niñita se divierte. " Nos lo llevamos a casa y vamos a domesticarlo." " Oh! Dame tu erizo! " Se lo pedía así como así, con esa sencillez. Apenas había acabado cuando he aquí que Máximo grita desde lo alto: " -Ah, estás ahí! Detenedlo! "(Estaba tan furioso, que había corrido detrás de él sin ponerse siquiera el sombrero.) El niño se acuerda de todo, lanza un grito, avanza hacia el agua, apretando sus puñitos sobre el pecho, mira al cielo (se lo ha visto, se lo ha visto!) y, puf, al agua! Entonces fueron los gritos, gente que se lanzó desde el transbordador; se creyó agarrarlo, pero el agua lo había arrastrado, el río es rápido, y cuando lo retiraron, ya estaba muerto. Estaba débil del pecho y no había soportado el agua. No le hacía falta mucho, no es verdad? Y, por lo que pueda recordar el hombre., en nuestras tierras, nunca se había oído decir que un niño tan. pequeño hubiese atentado contra su vida. Un pecado tan grande! Y qué es lo que podrá decir esa almita allá arriba al buen Dios!

ía Máximo Ivanovitch empezó a reflexionar sobre lo sucedido. Y se transformó hasta hacerse irreconocible. Se puso muy triste. Se dedicó a beber, bebió muchísimo, luego cejó: nada lo aliviaba. Dejó también de ir a la fábrica, ya no escuchaba a nadie. Cuando se le hablaba, no respondía, o bien hacía una señal indicando que lo aburrían. De esta forma se pasaron dos meses y en seguida se puso a hablar solo. Se paseaba hablándose. Cerca de la ciudad ardió el pueblecito de Vaskova, novecientas casas ardiendo. -Máximo Ivanovitch se acercó a ver. Los damnificados lo rodearon, lanzaron gritos: él prometió ayudarlos y dio órdenes, pero después llamó al administrador y anuló todo: "No hay que darles nada", sin decir por qué: "El Señor me ha puesto como azote de todos los hombres, como una especie de monstruo. Pues bien, sea! Mi fama se ha propagado como el viento." El archimandrita en persona vino a buscarlo: era un viejo monje severo, y que había introducido la vida común en el monasterio (121). "Cómo te estás conduciendo?", le dice severamente. "He aquí! " Y Máximo Ivanovitch le abrió un libro y le indicó el pasaje:

"Pero a quien escandalizare a uno de estos pequeños que creen en Mí, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo lanzasen al fondo del mar." (San Mateo, 18, f6)

í -- dijo el archiniandrita -, eso no ha sido dicho en este sentido, pero hay sin embargo una relación. Es una desgracia cuando el hombre pierde su mesura: ese hombre está acabado. Tú, tú lo has elevado demasiado.

áximo Ivanovitch está rigido: se creería que lo ha atacado el tétanos. El archimandrita lo mira:

érdalo bien. Se ha dicho: "Las palabras del desesperado son llevadas por el viento." Y acuérdate también de esto, que los ángeles del buen Dios son ellos mismos imperfectos, y que el único perfecto y sin pecado es Dios, Jesucristo, al que sirven los ángeles. Por lo demás, tú no has querido la muerte de este niño, tú solamente has sido imprudente. Sólo que he aquí lo que yo encuentro incluso admirable: tú has cometido muchísimos otros desórdenes más graves, tú has reducido a tantísima gente a la mendicidad, tú has corrompido a tantas personas, a tantas las has empujado hacia la muerte, que es como si las hubieses matado. Y sus hermanas, no han muerto antes que él, las cuatro de corta edad, casi ante tus ojos? Por qué ha de ser éste el único en turbarte? Es que por casualidad lo habrías olvidado de todos los precedentes, aparte de que no los hayas lamentado? Por qué lo has asustado tan fuertemente por ese niño, de la muerte del cual no eres del todo culpable?

ños - declaró Máximo Ivanovitch.

é más?

él no le descubrió nada más y permaneció silencioso. El archimandrita se asombró y se fue: no había nada que responsable. hacer!

áximo Ivanovitch envió a buscar al preceptor, Pedro Stepanovitch; no se habían visto desde el accidente.

ú te acuerdas? - le dijo.

ú has pintado cuadros al óleo para el

í, puedo hacerlo; domino todas las artes y puedo hacerlo todo.

ás grande posible, que ocupe toda la pared, y que todas las gentes que estaban entonces allí estén también ahora, Y que estén la coronela y su niñita, y el erizo. Y ponme la otra orilla toda entera, que se la vea tal como es, la iglesia, la plaza, las tiendas, y aquí y allá los coches parados, todo como en la realidad. Y delante el transbordador, el niño, justamente al borde del río, en aquel sitio, y que tenga completamente sus dos puñitos apretados así sobre el pecho, sobre las tetillas. Completamente! Y luego, delante de él, al otro lado, por encima de la iglesia, tú abrirás el cielo; y que todos los ángeles en la claridad celeste vuelen a su encuentro. Tú puedes pacer eso, sí o no?

ía, en lugar de un pintor de brocha gorda como tú, hacer venir al primer pintor de Mosrú o incluso de Londres, solamente que tú, tú te acuerdas de su carita. Si él no se parece o bien no se parece bastante, te daré cincuenta rublos, pero si lo haces completamente parecido, te daré doscientos. Acuérdate, los ojitos azules... Y que el cuadro sea lo más grande, lo más grande posible.

í que va a buscar al comerciante:

é?

él suicidio, es el más grande de todos los pecados. Cómo pueden acogerlo los ángeles, después de un pecado semejante?

ño; no es responsable.

ño, tenía ya la edad de la razón. Tenía ocho años cuando sucedió la cosa. Es, a pesar de todo, un poco respozable.

áximo Ivanovitch se asustó muchísimo más.

í lo que he imaginado: inútil abrir el cielo y pintar ángeles. Solamente yo haré caer del cielo, a su encuentro, un rayo; un simple rayo de luz: eso será por lo menos algo.

ás tarde, ese cuadro y ese rayo, y el río, todo azul, alargándose por toda la pared; estaba allí el niño, sus dos manecitas apretadas contra el pecho, y la niñita y el erizo; todo estaba allí. Solamente que Máximo Ivanovitch no le enseñó el cuadro a nadie: lo encerró bajo llave en su despacho. Y sin embargo todo el mundo en la ciudad se precipitó para verlo: a todos les dio con la puerta en las narices. Se habló mucho de aquello. Pero Pedro Stepanovitch parecía no ser ya el mismo hombre: "Ahora ya lo puedo todo. Mi verdadero puesto está en Petersburgo, en la corte." Era el más amable de los hombres, únicamente que le gustaba sobremanera endiosarse. Y su destino lo alcanzó bien pronto: habiendo recibido sus doscientos rublos, se puso en seguida a beber y a mostrar su dinero a todo el mundo, para pavonearse; fue asesinado una noche, en estado de embriaguez, por uno de nuestros paisanos con el que había estado bebiendo y que le quitó su dinero; todo se descubrió por la mañana.

ía hoy lo recuerda todo el mundo, allá abajo. Un buen día, Máximo Ivanovitch llega en coche a casa de la viuda: estaba alojada en una pequeña isba en las afueras de la ciudad. Esta vez, él entró en el patio; se plantó delante de ella y le hizo un saludo inclinándose hasta el suelo. La otra, después de todas aquellas aventuras, estaba enferma, se arrastraba apenas. "Mi querida, mi digna viuda, ven, cásate conmigo, monstruo como soy, devuélveme la fuerza de vivir." La otra lo mira, ni viva ni muerta. "Quiero - le dice él - que tengamos todavía un niñito, y si lo tenemos, eso será señal de que el otro nos ha perdonado a los dos, a ti y a mí. Es él quien me lo ha ordenado." Ella ve que él no está en sus cabales, que está como fuera de sí, y sin embargo no se amedrenta:

ías - le responde ella -, y cobardía. A causa de esa cobardía, he perdido a todas mis criaturas; no puedo ni siquiera verle a usted frente a mí, sin hablar de lo que sería condenarme para siempre a semejante martirio.

áximo Ivanovitch se fue, pero no se calmó. Toda la ciudad se hizo lenguas de semejante milagro. Máximo Ivanovitch envió a comadres. Hizo venir de provincias a dos de sus tías, que eran burguesas. Tías o no tías, en todo caso parientes, pues a todo bien todo honor; ellas se pusieron a exhortarla, a halagarla y no la dejaban ni a sol ni a sombra. Envió también a gente de la ciudad, comerciantes, la mujer del arcipreste, mujeres de funcionarios; toda la ciudad le hizo la corte, pero ella los desdeñaba: "Si resucitaran mis huérfanos, tal vez; pero ahora, para qué? Sería un pecado delante de mis huerfanitos! " Él hizo ceder incluso al archimandrita, y éste fue también a soplarle a la oreja: "Puedes hacer nacer en él a un hombre nuevo." Ella se asustó. La gente se asombraba dc su conducta: "Cómo se puede rehusar semejante felicidad?" Y he aquí de qué manera él la conquistó finalmente: "A pesar de todo, él se suicidó; no era ya un niñito, estaba ya en la edad de la razón, su edad le impedía ya comulgar sin confesar, por consiguiente era ya un poco responsable. Si tú te casas conmigo, yo hago una gran promesa: haré construir una iglesia nueva únicamente para el reposo eterno de su alma." A este argumento, ella se rindió, consintió. Y se celebró el matrimonio.

ó a todo el mundo; vivieron, desde el primer día en acuerdo perfecto y sincero, guardándose una inviolable fidelidad, como una sola alma en dos cuerpos. Ella concibió aquel mismo invierno, y se dedicaron a visitar iglesias y a temer la cólera del Señor. Estuvieron en tres monasterios y escucharon las profecías. Por su parte él hizo edificar el templo prometido y construyó en la ciudad un hospital y un asilo. Dio una parte de su capital para las viudas y los huérfanos. Se acordó de todos aquellos a los que había perjudicado, y deseo hacer restituciones; pero se puso a repartir el dinero sin mesura, de forma que su esposa y el archimandrita le sujetaron la mano: "Ya basta! Ya es suficiente así." Máximo Ivanovitch obedece. "Una vez, engañé a Foma." Se devuelve pues a Foma lo que se le debía. Foma derramó lágrimas por aquello: "No valía la pena... Ya se ha recibido bastante de usted, todos les estamos eternamente agradecidos." Todo el mundo, pues, estaba conmovido, y es que es verdad cuando se dice que el hombre vive de buenos ejemplos. Nuestra gente tiene buen corazón.

ó la fábrica, y de tal manera, que todavía hoy se recuerda. Por su parte, él no dejó de beber, pero ella lo vigilaba esos días y trató de curarlo. Las palabras de él se hicieron graves a incluso su voz cambió. Se hizo infinitamente compasivo, incluso con las bestias: un día que había visto desde su ventana a un hombre dándole latigazos a un caballo ert la cabeza, mandó a comprar aquel caballo a un precio dos veces mayor del que valía. Y recibió el don de lágrimas: cuando hablaba con alguien, se le veía súbitamente inundado en llanto. Cuando llegó la hora, el Señor escuchó por fin las oraciones de la pareja y les envió un hijo. Y, por primera vez desde su desgracia, Máximo Ivanovitch pareció radiante; distribuyó muchas limosnas, perdonó muchas deudas a invitó a toda la ciudad al bautizo. Invitó, pero al día siguiente, en cuanto se hizo de noche, salió. Su esposa vio que había algo que no iba bien, y le trajo al recién nacido: "Nuestro hijo nos ha perdonado, ha escuchado nuestro llanto y nuestras oraciones." Es preciso decir que ellos no habían tocado aquel tema en todo el año: lo guardaban los dos para sí. Y Máximo Ivanovitch la miró, sombrío como la noche: "Pues fíjate, él no había venido en todo el año y sin embargo esta noche he vuelto a verlo en sueños." "Fue entonces cuando el horror penetró también en mi corazón, después de aquellas palabras singulares", se recordaba ella más tarde.

ño hubiese vuelto por capricho. Apenas Máximo Ivanovitch había pronunciado aquellas palabras cuando en el mismo instante le pasó algo al recién nacido: cayó bruscamente enfermo. Ocho días estuvo enfermo, se rezaba sin cesar y se llamaba a los doctores. Se hizo venir de Moscú al primero de todos los doctores, en ferrocarril. Llegó y se enfadó: "Soy el primero de todos los doctores, todo Moscú me aguarda." Ordenó gotas y se apresuró a marcharse. Se llevaba ochocientos rublos, y por la noche el niño murió.

é pasó a continuación? Máximo Ivanovitch le dejó toda su fortuna a su querida esposa, le entregó todos sus capitales y todos sus papeles, ejecutó todo aquello con las reglas y las fórmulas legales, en seguida se plantó delante de ella y la saludó inclinándose hasta el suelo: " Deja, esposa mía inestimable, que vaya a salvar mi alma mientras tengo medios para eso. Si paso este tiempo sin resultado para mi alma, no volveré ya. He sido duro y cruel, he hecho sufrir a los demás, pero pienso que mis dolores futuros y mi vida errante me valdrán la misericordia de Dios, puesto que abandonar todo esto no es una pequeña cruz ni un pequeño dolor." Su esposa se esforzó en calmarlo con fuertes lágrimas: " No tengo a nadie más que a ti sobre la tierra, quién se cuidará de mí? En este año, mi corazón se ha abierto a la ternura." Y toda la ciudad lo estuvo exhortando durante un mes, se le suplicó, se decidió retenerlo por la fuerza. Pero él no escuchó a nadie, se fue secretamente una noche y ya no volvió. Se dice que todavía está peregrinando y sufriendo, y que cada año va a hacer una visita a su querida esposa.

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Notas
Indice de los personajes