Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток).
Tercera parte. Capítulo IV

Primera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Tercera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes

ÍTULO IV

I

ástrofe definitiva que pone fin a estas notas. Pero, antes de continuar, me veo obligado a anticipar los acontecimientos y a explicar una cosa de la que yo no sabía nada por aquella época, pero que he conocido y que me he explicado perfectamente muchísimo después, cuando todo estaba ya acabado. De lo contrario, no podría ser claro, tendría que explicarme por enigmas. Así, pues, daré esta explicación franca y sencilla, sacrificando el pretendido lado artístico, y lo haré como si no fuese yo quien escribiera, sin que mi corazón esté interesado en ello, bajo la forma de una especie de periódico.

ía podido muy bien y casi literalmente estar afiliado a esas innobles bandas de pequeños intrigantes que se asocian con objeto de lo que hoy se llama "chantage" y que caen ahora bajo el peso de ciertas definiciones y penas del código. La banda en la que participaba Lambert se había formado en Moscú y había cometido ya allí no pocas fechorías (posteriormente fueron descubiertas en parte). Supe después que en Moscú habían tenido, durante algún tiempo, a un dirigente extraordinariamente experimentado y no tonto del todo, un hombre ya maduro. Ejecutaban sus empresas, bien toda la banda junta, bien por grupos. Al lado de cosas extremadamente sucias a indecibles (de las que por otra parte se ha hablado en los periódicos), se entregaban también a empresas bastante complicadas a incluso muy sabias, bajo la dirección de su jefe. Me he enterado de algunas de ellas luego, pero no entraré en detalles. Mencionaré solamente que el rasgo más caracteristico de su actividad consistía en descubrir los secretos de hombres a veces muy honrados y colocados en alta posición; tras de lo cual, iban a visitar a esos personajes y los amenazaban con publicar ciertos documentos (que a veces no poseian en absoluto), reclamando dinero para seguir callando. Hay cosas que no son reprensibles y que de ninguna manera son criminales, pero cuya publicación teme el hombre más honrado y más firme. La mayoría de las veces explotaban secretos de familia. Para mostrar con qué habilidad operaba a veces su jefe, contaré, sin ningún detalle, y, en tres líneas, uno de sus desaguisados. En una casa muy honorable se había producido un acto realmente lastimoso a incluso criminal: la mujer de un hombre conocido y respetado tenía relaciones secretas con un joven y rico oficial. Los de la banda husmearon la cosa y he aquí lo que hicieron: informaron al joven de que advertirían al marido. Ellos no tenían la menor prueba, y el joven lo sabía perfectamente, sin que ellos, por su parte, lo ocultasen; pero toda la destreza del procedimiento y toda la hábilidad de su cálculo consistían, dadas las circunstancias, en la consideración de que el marido, una vez enterado, obraría, incluso sin pruebas, exactamente de la misma manera y daría exactamente los mismos pasos que si hubiese recibido las pruebas más matemáticas. Especulaban aquí con el conocimiento del carácter de aquel hombre y con la situación de su familia. Había en la banda un joven de la mejor sociedad y que había conseguido procurarse previamente las informacioneg necesarias. Le extorsionaron al enamorado una suma muy importante, y sin el menor peligro para ellos, puesto que la víctima misma no deseaba más que el silencio.

ía del todo a esa banda moscovita. Pero, una vez le tomó gusto a la cosa, comenzó poco a poco y a título de ensayo a operar por su cuenta. Lo diré de corrido: no era del todo capaz. No es que fuese imbécil del todo; calculador, pero demasiado ardiente y además demasiado simplote o, para decirlo mejor, demasiado ingenuo: no conocía ni a los hombres ni a la sociedad. Creo, por ejemplo, que no comprendía del todo el papel de aquel jefe de Moscú y que dirigir y organizar semejantes empresas le parecía muy fácil. En fin, creía que casi todo el mundo era tan pillo como él. O bien, por ejemplo, habiéndose figurado una vez que tal o cual persona tenía miedo o debía de tenerlo por tal o cuál razón, no dudaba ya de que esa persona tuviese miedo realmente: era un axioma. No me explico bien; luego, todo esto será aclarado por los hechos, pero, a mi entender, él era de educación bastante grosera y había ciertos sentimientos nobles y buenos en los cuales no solamente no creía, sino de los que ni siquiera tenía quizá la menor idea.

ó a Petersburgo porque, desde hacía mucho tiempo ya, pensaba en aquella capital como en un campo de acción más vasto que el de Moscú, y también porque ya había tenido un tropiezo en Moscú y era buscado por cierta persona que estaba animada para con él de las más aviesas intenciones. Una vez en Petersburgo, se puso en seguida en relacíón con un antiguo camarada. Pero halló el campo reducido; los asuntos, mezquinos. Esos conocimientos se extendieron luego, pero sin llegar a nada: "Las gentes de aquí son unos desgraciados, muchachitos y nada más", me dijo posteriormente. Ahora bien, una buena mañana, al despuntar el día, he aquí que me encuentra helado al pie de un muro y cae así sobre la pista de un "negocio muy rico". Por lo menos tal era su opinión. Todo aquel negocio consistía en los comentarios que hice en su casa mientras entraba en calor. Sin duda, yo estaba, por decirlo así, presa del delirio. Pero no por eso dejaba de comprenderse por mis discursos que, de todas las ofensas que se me habían hecho en aquella jornada fatal, lo que más me venía a la memori. a y me pesaba solamente en el corazón, era la injuria recibida de Bioring y de ella, aunque ella no fue el único tema de mi delirio en casa de Lambert: deliré también por ejemplo a propósito de Zerchtchikov; ahora bien, él no se fijó más que en lo primero, como supe más tarde por boca del mismo Lambert. Además, yo estaba poseído de entusiasmo y consideraba, aquella mañana terrible, a Lambert y a Alphonsine como a una especie de liberadores y salvadores. Cuando, a continuación, durante mi convalecencia, me preguntaba a mí mismo, todavía en la cama: "Qué es lo que Lambert ha podido colegir de mis comentarios y hasta qué punto me he entregado a él?", nunca me asaltaba la menor sospecha de que hubiera podido decirle tantas cosas. Claro es que, a juzgar por mis remordimientos, yo sospechaba ya entonces que había debido de hablar demasiado, pero, lo repito, no habría supuesto nunca que había hablado hasta tal punto. Esperaba también, y contaba con eso, no haber tenido fuerzas en aquellos momentos para pronunciar palabras articuladas; me había quedado de eso el recuerdo bastante claro: y sin embargo sucedió en realidad que yo pronunciaba entonces mucho más claramente de lo que suponía y esperaba. Pero lo importante es que todo aquello no se descubrió hasta mucho más tarde y largo tiempo después: en eso consistía mi desgracia.

Por mi delirio, mis comentarios, balbuceos, arranques entusiásticos y todo to demás, se enteró primeramente: poco más o menos de todos los nombres con exactitud, a incluso de algunas direcciones. En segundo lugar, se formó una idea bastante aproximada del papel de aquellos personajes (el viejo príncipe, ella, Bioring, Ana Andreievna, a incluso Versilov); en tercer lugar, se enteró de que yo estaba ofendido y que amenazaba con vengarme; por fin, en último lugar y más importante, se enteró de que existía un cierto documento misterioso y escondido, una carta que bastaría enseñar a un viejo príncipe medio loco para que, al leerla y ver que su propia hija lo juzgaba loco y "consultaba a juristas" para hacerlo internar, o bien se volvería definitivamente loco, o bien la echaría de casa y la desheredaría, o bíen se casaría con una Versilov con la que quería ya contraer un matrimonio que no se lo permitían. En una palabra, Lambert se enteró de muchas cosas. Sin duda, muchas otras quedaban oscuras, pero el chantajista no dejaba de estar ya sobre la pista. Cuando, posteriormente, me escapé de casa de Alphonsine, descubrió inmediatamente mi dirección (de la manera más sencilla del mundo: en la Oficina de Direcciones) (122); en seguida recogió inmediatamente los informes necesarios, que le confirmaron que todas las personas mencionadas por mí existían realmente. Entonces dio el primer paso.

Lo esencial era que existía un ía. Ese documento tenía un gran. valor: Lambert no dudaba de eso lo más mínimo. Silencio aquí una circunstancia que será preferible mencionarla después en el lugar que corresponde; diré solamente que esa circunstancia robusteció de forma poderosa en Lambert su convicción en cuanto a la existencia real y sobre todo en cuanto al valor del documento. (Circunstancia fatal, prevengo con anticipación, y que yo no podia de ninguna manera figurarme en aquella época, ni siquiera hasta el final de toda la historia, hasta el momento en que todo se hundió de golpe y se aclaró por sí misma.) Así, bien convencido de aquel punto esencial, se fue a buscar, ante todo, a Ana Andreievna.

Es todavía para mí un enigma: cómo pudo él, este Lambert, insinuarse y penetrar cerca de una persona tan inabordable y sublime como Ana Andreievna? Él había tomado sus informes, sin duda, pero qué importancia tenía eso? Estaba bien vestido, desde luego, tenía acento parisiense y llevaba un apellido francés; pero cómo Ana Andreievna no distinguió inmediatamente al bribón? O bien habría que suponer que era aquel bribón de quien tenía ella necesidad precisaménte en tales momentos? Es posible?

ísimas veces me he imaginado la escena. Lo más probable es que Lambert, desde las primeras palabras y los primeros gestos, desempeñase ante ella el papel de amigo de la infancia, temblando por un camarada amado y querido. En todo caso, desde aquella primera entrevista, supo soltar una alusión muy clara al "documento" que yo poseía, darle a entender que era un secreto que únicamente él, Lambert, compartía, y que yo contaba con aquel documento para vengarme de la generala Akhmakova, y así sucesivamente. Y, sobre todo, pudo explicarle, con toda la precisión que era de desear, la importancia y el valor de aquel papel. En cuanto a Ana Andreievna, se encontraba en una situación tal, que no podía menos de aferrarse a una noticia de aquella categoría, escucharla con una extremada atención y dejarse coger en el anzuelo... a causa de "la lucha por la existencia".

Se acababa, justamente en aquellos momentos, de birlarle al novio y de conducirlo en tutela a Tsarskoie, y a ella misma se la había puesto bajo tutela también. Ahóra se presenta una verdadera ganga: no son cuchicheos de comadres, ni quejas lacrimosas, ni comentarios o murmuraciones; hay ahora una carta, un manuscrito, es decir, una prueba matemática de las intenciones pérfidas de la hija del príncipe y de todos los que se lo arrebatan; la prueba, por consiguiente, de que él necesita salvarse, aunque sea por la fuga, salvarse colocándose junto a ella, junto a Ana Andreievna, casándose con ella en el plazo de veinticuatro horas; de lo contrario, van a internarlo en un manicomio.

én es posible que Lambert no usara astucia alguna. ni un solo minuto, con aquella señorita, sino que, desde el primer momento, la intimara brutalmente: "í que existe el documento, yo se lo sustraeré a ese joven y se lo entregaré a usted... a cambio de un billete de treinta mil." Creo incluso que fue esto lo que pasó. Sí, juzgaba a todo el mundo tan pillo como él; lo repito, tenía la ingenuidad del pillo, la inocencia del pillo... De una manera o de otra, es muy posible que Ana Andreievna también, frente a un ataque así, no se haya turbado un solo instante, haya sabido contenerse perfectamente y escuchar al chantajista que le hablaba en el estilo de él; todo eso por "largueza de espíritu". Sin duda, al principio, se sonrojó un poco, pero luego se atiesó y escuchó hasta el fin. Puedo imaginarme muy bien a esta mujer inabordable, orgullosa, verdaderamente digna y de tanto espíritu, su mano en la mano de Lambert. Sí... precisamente de tal espíritu! Un espíritu ruso, de semejante envergadura, enamorado de la "largueza"; y, además, un espíritu de mujer y en semejantes circunstancias!

Ahora, voy a resumir: en el día y en la hora de mi salida, Lambert ocupaba las dos posiciones siguientes (ahora es cuando lo sé de manera segura): primeramente, exigir de Ana Andreievna, a cambio del documento, un billete de por lo menos treinta mil; seguidamente, ayudarla a hacer concebir temor al príncipe, a raptarlo y a celebrar el matrimonio bruscamente; en una palabra, algo por ese estilo. Hubo incluso todo un plan establecido; se aguardaba únicamente mi cooperación, es decir, el documento.

ía en eso más ventaja. En ese caso, se contaba también con Bioring. Pero Lambert no había visto todavía a la generala, únicamente la tenía sometida a su acecho. Para esta combinación, me aguardaba también.

í, él tenía también dos planes. El primero consistía, si no había otro medio, en obrar de consuno conmigo, e ir a medias, después de haberse apoderado de mí previamente tanto en el aspecto moral como en el físico. Pero el segundo plan le sonreía mucho más: consistía en engañarme como a un niñito y en hurtarme el documento o incluso arrebatármelo por la fuerza. Éste era el plan que él acariciaba y mimaba en sus sueños. Lo repito: existía una determinada circunstancia a causa de la cual no dudaba, por así decirlo, del éxito de su segundo plan, pero ya he dicho que lo explicaré más tarde. En todo caso, me aguardaba con una impaciencia convulsiva: todo dependía de mi, todos los pasos y la elección del plan.

Es preciso hacerle justicia en esto: se dominó hasta el momento deseado, a pesar de su fiebre. No vino a verme durante mi enfermedad, una vez solamente pasó por mi casa y habló con Versilov; no me atormentó, no me metió miedo, mantuvo respecto a mi, hasta el día y la hora de mi salida, una actitud de completa indiferencia. En cuanto al hecho de que yo pudiera dar a conocer o entregar o destruir el documento, él estaba completamente tranquilo. Había podido deducir de mis palabras en su casa el aprecio en que yo tenía aquel secreto y lo mucho que temía que el documento llegara a ser conocido. No dudaba to más mínimo de que iría a su casa y no a casa de otra persona, el primer día mismo de mi curación; eso era cosa de la que no dudaba: Daria Onissimovna había venido a verme en parte obedeciendo órdenes suyas, y él sabía que mi curiosidad y mi temor estaban ya despiertos, que no podría resistir... Además había tomado todas sus medidas, había podido saber hasta el día de mi salida, tanto que yo no podría esquivarlo de ninguna manera aunque hubïese querido.

ía más. Lo diré francamente: Lambert podía tener razón al disponerse a traicionarla, y ella era la que tenía toda la culpa. A pesar de su convenio cierto (ignoro la forma, pero no me cabe duda en, cuanto al hecho), Ana Andreievna, hasta el último minuto, no fue enteramente franca con él. Ella no se le había confiado. Le había hecho alusión a toda clase de consentimientos por su parte y a toda clase de promesas, pero solamente alusión; había escuchado, quizá, todo el plan de él en los detalles, pero lo había aprobado únicamente con su silencio. Tengo sólidas razones para creerlo, y la causa de eso es que ella me aguardaba. Ella prefería ponerse de acuerdo conmigo que no con un bribón como Lambert: para mí ése es un hecho evidente! Y la comprendo; pero el error estaba en que Lambert también lo comprendió al fin. Para él habría resultado demasiado desventajoso el que ella me hubiese sacado el documento a espaldas de él, que se pusiese de acuerdo conmigo a espaldas de él. Además, en aquel momento, él estaba ya convencido de lo serio que era "el negocio". Otro cualquiera en su lugar habría temblado, habría continuado teniendo dudas; pero Lambert era joven, audaz, sediento de ganancia inmediata, conocía poco a los hombres y los suponía a todos unos pillos; un hombre como él no podía tener dudas, tanto más cuanto que ya había obtenido de Ana Andreievna todas las confirmaciones esenciales.

ún, y la más importante: sabía Versilov aquel día algo? Participaba él ya en ciertos planes, por lo menos remotos, en connivencia con Lambert? No, no y no; en aquel momento, ía, aunque quizá una palabra fatal hubiese sido ya arriesgada... Pero basta, basta: verdaderamente estoy anticipando demasiado.

Ahora bien, y yo? Sabía yo algo? Qué sabía yo, el día de mi salida? Al empezar ese ía nada el día de mi salida, que me he enterado de todo muchísimo más tarde, a incluso cuando ya todo estaba consúmado. Es verdad, pero, lo es totalmente? No, no totalmente. Yo sabía ya algo, es cierto, yo sabía incluso mucho, pero, cómo? Que el lector se acuerde del sueño! Si semejante sueño pudo existir, si pudo atrancarme de mi corazón y formularse como lo hizo, es que yo ignoraba todavía este montón de cosas, pero las presentía según lo que acabo de explicar aquí, y de las que no me enteré en efecto más que en el momento en que "todo estaba ya terminado": Conocimiento, lo que se dice conocimiento, yo no tenía, pero mi corazón latía de presentimientos, y los malos. espíritus se habían apoderado ya de mis sueños. He ahí, pues, el hombre a cuya casa yo me dirigía, sabiendo perfectamente lo que él era y presintiendo incluso los detalles! Y por qué me lanzaba tan impetuosamente? Figúrense ustedes una cosa: ahora, en este instante mismo en el que escribo, me parece que yo sabía ya en aquel momento, hasta en los menores detalles, por qué me lanzaba hacia él, siendo así que en realidad, entonces, repito una vez más, yo no sabía nada. Tal vez el lector podrá comprender. Ahora, al grano, y todos los hechos unos detrás de otros.

II

Todo comenzó de esta manera: dos días antes de mi primera salida, Lisa entró por la tarde toda agitada. Su trastorno era terrible; en efecto, le había sucedido algo intolerable.

ía ido a buscarlo no solamente para demostrarnos que no tenía necesidad de nosotros, sino también porque lo apreciaba de verdad. Se habían conocido en Luga, y a mí siempre me había parecido que Vassine no miraba a Lisa con indiferencia. En la desgracia que la abrumaba, ella podía naturalmente desear los cónsejos de un espíritu firme, tranquilo, siempre elevado, como to suponía en Vassine. Además, las mujeres no son nada expertas en la apreciación de los espíritus masculinos, desde el momento que un hombre les agrada. Gustosamente, toman paradojas por conclusiones estrictas en cuanto esas paradojas coinciden con sus deseos. A Lisa le gustaba en Vassine el interés que éste se tomaba por su situación actual y le gustaba su simpatía por el príncipe, como le había parecido desde la primera vez. Sospechando por otra parte los sentimientos de él hacia ella, no podía menos que apreciar aquella simpatía hacia su rival. El príncipe, a quien ella misma le había confiado que iba a veces a consultar a Vassine, acogió esa noticia, desde el primer momento, con una extremada inquietud; se mostró celoso. Lisa se ofendió por eso y continuó, ahora completamente aposta, viendo a Vassine. El príncipe se calló, pero permaneció sombrío. Lisa me confesó posteriormente (muchísimo tiempo después) que Vassine dejó bien pronto de agradarle; era tranquilo, y esa tranquilidad perpetua y regular que tanto le había agradado a ella en un principio, le pareció en seguida antipática. Desde luego, él era un hombre práctico y le había dado sin duda varios consejos excelentes en apariencia, pero todos esos consejos, como por casualidad, resultaban ser impracticables. Él juzgaba algunas veces desde muy arriba, y sin la más mínima timidez delante de ella; cada vez con menor timidez: lo que ella atribuyó a una falta de interés involuntario y creciente por su situación. Una vez, ella le dio las gracias por el hecho de que él continuará portándose benévolamente conmigo, siendo así que me era tan superior intelectualmente, y que hablase conmigo como con un igual (es. decir, que ella le transmitió mis propias palabras). Él le respondió:

él y los demás yo no veo la menor diferencia. Yo no lo juzgo ni más tonto que la gente inteligente ni más malvado que los buenos. Yo soy el mismo para todos, porque a mis ojos todos son idénticos.

--Cómo? Usted no ve diferencias?

-Oh! Claro, unas personas difieren de otras por tal o cual punto, pero a mis ojos esas diferencias no existen porque no me afectan; para mí, todos son iguales y todo me da lo mismo, y por eso soy igualmente bueno con todo el mundo.

í mismo.

-Y no tiene usted deseos?

í. Únicamente que no tengo muchos. No tengo necesidad de nada, o casi de nada, ni siquiera de un rublo de más. Yo, vestido de oro o tal como estoy, soy siempre el mismo; los vestidos de oro nada añadirían a Vassine. Los buenos bocados no me seducen: existen puestos a honores que valgan más que lo que yo valgo?

Lisa me aseguró por su honor que un día él le dijo todo aquello textualmente. En realidad, antes de juzgar, haría falta saber en qué circunstancias fueron pronunciadas aquellas palabras.

ó poco a poco a la conclusión de que, también en lo referente al príncipe, él mostraba indulgencia tal vez solamente porque todo el mundo era igual a sus ojos, y las diferencias no existían, y de ninguna manera por simpatía hacia. ella; pero, al final, perdió visiblemente aquella indiferencia y consideró al príncipe no solamente con desaprobación, sino incluso con una ironía despreciativa. Aquello irritó a Lisa, pero no por eso Vassine dejó de continuar. Sobre todo, usaba siempre expresiones delicadas, incluso al condenar se mostraba sin indignación, limitándose a extraer las conclusiones lógicas de la nulidad del héroe de Lisa; en esa lógica consistía la ironía. En fin, dedujo abiertamente todo "lo irracional" de su amor, toda la naturaleza forzada de aquel amor. "Usted se ha equivocado en cuanto a sus propios sentimientos, y los errores, una vez reconocidos, deben necesariamente ser reparados."

ía sucedido justamento aquel día; Lisa, indignada, se levantó para marcharse, pero, qué es lo que hizo y a qué conclusión llegó aquel hombre razonable? Con el aire más noble a incluso con sentimiento, le ofreció su mano. Lisa lo trató inmediatamente y bien cara a cara de idiota y de necio, y salió.

Proponerle traicionar a un desgraciado porque este desgraciado "no se la merece", y sobre todo hacerle esa proposición a una mujer que estaba encinta por causa de aquel mismo desgraciado, he ahí la inteligencia de esa gente! Yo llamo a eso un espantoso confinamiento en las teorías y una ignorancia absoluta de la vida, procedente todo de un inmenso orgullo. Para colmo, Lisa se dio cuenta muy claramente de que él estaba orgulloso de su propia conducta, aunque no fuese más que porque sabía que ella estaba embarazada. Con lágrimas de indignación, ella corrió a ver al príncipe, y éste, éste incluso se portó peor que Vassine; lo lógico habría sido que se convenciera, después del relato de ella, de que no tenía por qué estar celoso; en lugar de eso, perdió la cabeza. Por lo demás, todos los celosos son así. Le hizo una escena terrible y la ofendió tanto, que ella estuvo a dos dedos de romper inmediatamente todas las relaciones.

Pero ella volvió a casa conteniéndose todavía, pero no pudo menos que confiarse a mi madre. Aquella tarde volvieron a compenetrarse como antes: el hielo se había roto; las dos, naturalmente, lloraron a sus anchas, muy abrazadas, según su costumbre, y Lisa pareció calmarse, aunque quedándose muy sombría. Al anochecer, se quedó sentada en la habitación de Makar Ivanovitch sin pronunciar una palabra, pero sin salir de la habitación. Escuchó gran parte de lo que aquél decía. Desde el día del taburete, tenía hacia él un respeto extraordinario y un poco tímido, aunque permaneciendo poco locuaz.

ó el tema de conversación; haré constar que Versilov y el doctor habían hablado por la mañana sobre su salud con aire muy preocupado. Haré notar también que, desde hacía ya varios días, se estaban haciendo preparativos en nuestra casa para celebrar el cumpleaños de mamá, que caía exactamente dentro de cinco días, hablándose con frecuencia de aquello. A propósito de esto, Makar Ivanovitch se lanzó de repente a escarbar en sus recuerdos y rememoró la infancia de mamá, en la época en que "ella no podía sostenerse aún sobre sus piernecitas". "Yo no la abandonaba nunca - recordaba el anciano -. La enseñaba a andar, la ponía de pie en un rincón a tres pasos de mí, y luego la llamaba, y ella atravesaba el. cuarto toda bamboleante, sin miedo, riéndose, y corría hasta mí, se echaba en mis brazos y se me abrazaba al cuello. En seguida, yo te contaba cuentos, Sofía Andreievna, tú eras muy aficionada a los cuentos; ella se quedaba dos horas seguidas sobre mis rodillas, escuchando. Todo el mundo se asombraba en la isba: "Mirad lo mucho que se ha encariñado con Makar." O bien yo te llevaba al bosque, descubría un frambueso, te sentaba allí y te hacía un silbato de madera. Después de habernos paseado mucho, volvíamos a entrar en casa: la niña, dormida en mis brazos. Un día, ella tuvo miedo del lobo, se lanzó sobre mí toda temblorosa, y no había lobo por ninguna parte."

-De eso me acuerdo - dijo mama.

éndose roja como una amapola.

ó un instante:

-Adiós, hijos míos, me voy. Ahora ha llegado el final de mi vida. En mi vejez, he encontrado el consuelo de todas mis penas; gracias, amigos míos.

ío - exclamó Versilov, un poco conmovido -; el doctor me decía hace un momento que está usted incomparablemente mejor...

á prestaba oídos toda espantada.

é sabe de eso tu Alejandro Semenovitch? - sonrió Makar Ivanovitch -. Él es muy bondadoso, pero eso es todo. Dejaos de eso, amigos míos, o es que os figuráis que tengo miedo de morir? Esta mañana, después de mi rezo, me vino al corazón una especie de presentimiento de que no saldré ya de aquí; alguien me lo ha dicho. Pues bien, vamos, bendito sea el nombre del Señor! Solamente que me gustaría contemplaros a todos todavía otra vez. El paciente Job (123 ), al mirar a sus nuevos nietos se consolaba, pero olvidaba a los anteriores y podia olvidarlos? No, eso es imposible! Solamente con los años, la pena se mezcla con la alegría, se transforma en un suspiro dichoso. Así pasa en el mundo: cada alma es probada y consolada a la vez. He decidido, hijos míos, deciros una palabrita no más - continuó con una dulce y bella sonrisa, que no olvidaré jamás; luego, volviéndose de repente hacia mí -. Tú, querido mío, muéstrate celoso de la santa Iglesia y, si te llega la hora, muere por ella; pero aguarda, no te asustes, no es una cosa que vaya a pasar en seguida - añadió riendo -. Ahora, tú no piensas en eso; más tarde, tal vez se te ocurrirá. Solamente una cosa todavía: si proyectas hacer algún bien, hazlo por Dios, y no por envidia. Aférrate firmemente a tu propósito, y no cedas por ninguna clase de cobardía; pero obra poco a poco, sin precipitarte ni lanzarte; eso es todo lo que necesitas. Todavía esto: acostúmbrate a rezar sin falta todos los días tus oraciones. Te lo digo así, quizá te acordarás algún día. A usted también, Andrés Petrovitch, querido mío, querría decirle algunas palabras, pero Dios sabrá encontrar su corazón sin que yo tenga que decir nada. Hace mucho tiempo que hemos dejado de hablar de aquello, desde que esta flecha atravesó mi corazón. Pero ahora, al irme, recordaré sólo... la promesa que me hizo usted entonces...

ó estas últimas palabras en un susurro, la cabeza gacha.

-Makar Ivanovitch! - dijo Versilov con emoción y levantándose.

Bueno, bueno, no se turbe usted, querido mío, no es más que un simple recuerdo... El más culpable hacia Dios en este asunto soy yo; por mucho que usted fuera mi señor, yo no debía ceder a aquella debilidad. Así, tú también, Sofía, no turbes tu alma con exceso, puesto que todo tu pecado es el mío y yo estoy convencido de que en aquellos momentos tú no eras dueña de tu razón, y usted no lo era, querido mío, mucho más que ella - sonrió, temblándole los labios con algún dolor -. Yo habría podido darte una lección, esposa mía, ihcluso bastonazos, y habría debido hacerlo, pero me dio lástima cuando caíste delante de mí bañada en lágrimas y me descubriste... Tú besabas mis pies... No es un reproche, mi bienamada, es solamente para recordarle a Andrés Petrovitch... puesto que usted mismo, querido mío, usted se acuerda de su promesa de caballero, y que el rnatrimonio todo lo tapa... Hablo delante de mis nietecitos...

ón. Lo repito, todo aquello era tan inesperado, que me quedé en la silla sin hacer el menor movimiento. Versilov estaba por lo menos tan conmovido como él: se acercó en silencio a mamá y la abrazó fuertemente; en seguida mamá avanzó, sin decir nada tampoco, hacia Makar Ivanovitch y le hizo un profundo saludo.

En una palabra, la escena era turbadora; esta vez no había ninguna persona extraña en la habitación, ni siquiera Tatiana Pavlovna. Lisa se había enderezado toda ella sobre su silla y escuchaba en silencio; de repente se levantó y le dijo con firmeza a Makar Ivanovitch:

-Bendígame también a mí, Makar Ivanovitch, para la gran prueba que me espera. Mañana se decide todo mi destino... Rece hoy por mí.

ó. Yo sé que Makar Ivanovitch estaba ya informado de su asunto por mamá. Pero era la primera vez aquella noche en que yo veía a Versilov y a mamá juntos; hasta entonces, yo no había visto junto a él más que a una esclava. Había una enormidad de cosas que yo no sabía aún y que no había notado en aquel hombre al que ya había condenado; por eso volví a entrar en mi habitación. muy turbado. Es preciso decir que justamente en aquel momento todas mis dudas respecto a él se habían espesado; nunca me había parecido tan misterioso, tan enigmático; pero eso es precisamente toda la historia que estoy escribiendo: todo llegará a su tiempo.

"Sin embargo - pensaba yo al meterme en la cama -, él le dio a Makar Ivanovitch su "palabra de caballero" de casarse con mi madre en el momento en que ella se quedara viuda. Él no había dicho nada de eso cuando me habló en otro tiempo de Makar Ivanovitch." Al día siguiente, Lisa no estuvo en casa en todo el día, y cuando entró, era ya bastante tarde y se fue derechamente a la habitación de Makar Ivanovitch. Yo no quería entrar para no molestarlo, pero habiendo observado que estaban ya allí mamá y Versilov, terminé por entrar. Lisa estaba sentada al lado del anciano, y lloraba sobre su hombro; el otro, con rostro triste, le acariciaba la cabeza en silencio.

ó (en mi habitación, seguidamente) que el príncipe se portaba bien y que estaba decidido a casarse con Lisa a la primera oportunidad, incluso antes de que el tribunal dictara su fallo. A Lisa le costaba trabajo decidirse, aunque casi no tuviera ya derecho para negarse. Makar Ivanovitch le "ordenaba" también que se casara. Naturalmente, todo aquello se habría arreglado a la larga por sí solo, y desde luego ella se habría casado con él por sí misma, sin orden ni vacilación, pero de momento había sido ofendida tan cruelmente por aquel al que amaba y se veía tan humillada por aquel amor, incluso a sus propios ojos, que le era difícil resolverse a ello. Además de la ofensa, se mezclaba en aquello una nueva circunstancia que yo no podía sospechar.

ído hablar de todos esos jóvenes de Petersburgskaia Storona detenidos ayer? - añadió de pronto Versilov.

-Cómo? Dergatchev? - exclamé.

í. Y Vassine también.

é van a hacer con ellos, Dios mío? Y precisamente en el momento en que Lisa lo ha acusado tanto...! Qué les puede pasar, según usted? En esto tiene que estar metido Stebelkov! Se lo juro a usted, Stebelkov está metido en esto!

-Dejemos eso - dijo Versilov lanzándome una mirada rara (como se mira a un hombre que no comprende nada y no adivina nada) -, quién sabe lo que hay en ese asunto? Quién puede saber lo que harán ellos? No es eso lo que quería decirte: me he enterado de que quieres salir mañana. No irás a ver al príncipe Sergio Petrovitch?

é. Aunque, lo confieso, esa visita va a resultarme muy penosa. Quiere usted que le diga alguna cosa?

-No, nada. Yo mismo iré a verlo también. Me da lástima de Lisa. Qué consejo podrá darle Makar Ivanovitch? Él no sabe nada ni de los hombres ni de la vida. Otra cosa, querido mío (hacía mucho tiempo que no me llamaba ya "querido mío"), hay... algunos jóvenes... uno de los cuales es tu antiguo camarada, Lambert... Tengo la impresión de que son todos unos pillos redomados... Solamente quería advertirte... Pero todo eso es cuestión tuya, y comprendo que no tengo derecho...

-Andrés Petrovitch - lo agarré de la mano sin pensarlo y casi arrastrado por el entusiasmo, como me sucede con frecuencia (aquello sucedía en una oscuridad casi completa) -, Andrés Petrovitch, no he dicho nada, usted ha podido verlo, no he dicho nada hasta ahora, y sabe por qué? Para eludir los secretos que usted pueda tener. Estoy firmemente decidido a no conocerlos jamás. Soy cobarde, tengo miedo de que sus secretos puedan arrancarlo a usted de mi corazón, y esta vez por completo, y no quiero eso. Entonces, para qué iba usted a conocer los míos? Manténgase indiferente en cuanto a mis idas y venidas! Es verdad?

ón, pero ni una palabra más, te lo suplico -- declaró al abandonarme.

ón. Pero él no había hecho más que aumentar mi turbación antes del nuevo paso que yo debería dar al día siguiente, de forma que me pasé toda la noche en un desvelo constante. Pero me encontraba bien.

III

Al día siguiente, cuando sali de casa, eran ya las diez; pero hice todo lo posible para irme furtivamente, sin decir adiós, sin una palabra; para decirlo más claramente, me escabullí Por qué obraba así? Lo ignoro, pero, incluso si mamá me hubiese visto salir y hubiese querido iniciar una conversación, yo le habría respondido cualquier cosa maligna. Una vez en la calle, cuando respiré el aire fresco, me estremecí con una sensación muy fuerte, casí animal, y que yo llamaría carnicera. Por qué y adónde iba yo? Era algo completamente indeterminado y al mismo tiempo carnicero. Tenía miedo y alegría a la vez.

é o no me mancharé hoy? - pensaba alegremente, aunque sabiendo muy bien que el paso que iba a dar aquel día, una vez dado, sería definitivo a irreparable pata toda mi vida. Pero qué objeto tiene hablar en enigmas?

Me encaminé derechamente a la prisión del príncipe. Desde caso, es que hacía ya tres días, yo tenía una carta de Tatiana Pavlovna para el director, que me recíbió muy bien. No sé si era un hombre bueno, y creo que es una cuestión superflua; pero autorizó mi entrevistacon el príncipe y la dispuso en su propia habitación, que nos cedió amablemente. La habitación era como todas: una habitación vulgar de funcionario mediano alojado por el Estado: es superfluo por tanto, creo, describirla. Así, pues, nos quedamos solos el príncipe y yo.

ó vestido con un traje de casa semimilitar, pero con ropa blanca muy limpia, una corbata elegante, lavado y peinado, y, sin embargo, terriblemente enflaquecido y amarillento. Noté aquella amarillez hasta en sus ojos. En una palabra, estaba tan cambiado, que me detuve estupefacto.

ómo ha cambiado usted! - exclamé.

-No es nada! Siéntese usted, querido mío. -Con aire un poco lánguido, me indicó una butaca, y él se sentó frente a mí -. Abordemos el punto esencial: mire usted, mi querido Alejo Makarovitch...

-Arcadio! - rectifiqué yo.

ómo! Ah, sí!; bueno, bueno, poco importa. Ah, sí! - acababa de comprender -. Perdón, querido mío, vayamos al punto esencial...

íntesis, tenía una prisa furiosa por llegar a su objetivo. Estaba todo traspasado, de la cabeza a los pies, por yo no sé qué idea esencial, que deseaba formular y exponer. Hablaba mucho y de prisa, explicándose con esfuerzo y súfrimiento y gesticulando, pero al principio no comprendí absolutamente nada.

ía empleado ya aquella expresión una docena larga de veces), en una palabra - concluyó -, si le he molestado a usted, Arcadio Makarovitch, si ayer insistí tanto, por intermedio de Lisa, para hacerle venir, es que es urgente, pero, como la decisión debe ser excepcional y definitiva, nosotros...

ítame un momento, príncipe - lo interrumpí -, me llamó usted ayer? Lisa no me ha dicho absolutamente nada.

íncipe se sobresaltó y se puso en pie.

-Dice usted la verdad, Arcadio Makaroviteh? En ese caso, es que...

é hay en eso que pueda... ? Por qué está usted tan inquieto? Ella se ha olvidado simplemente, o bien alguna cosa...

Se sentó, pero estaba como entontecido. Se diría que la notícia de que Lisa no me había transmitido su mensaje lo había aplastado. Volvió a hablar muy de prisa y agitó los brazos, pero seguía siendo terriblemente difícil de comprender.

ó de pronto, callándose luego y levantando el dedo en el aire -. Espere: son... si no me equivoco... son todas esas historias... - farfulló con una sonrisa de loco -, y por consiguiente. . .

í -. Y no comprendo por qué una circunstancia tan insignificante lo atormenta a usted tanto... Ah!, príncipe, desde aquel momento, desde aquella noche, usted se acuerda...

é noche y qué? - gritó con tono de niño caprichoso, visiblemente descontento de que lo hubiera interrumpido.

última véz, ya usted sabe, antes de su carta. También usted estaba entonces en un apuro espantoso. Pero entre entonces y ahora hay una diferencia tal, que me asusto al mirarlo... O es que usted no se acuerda?

í! - declaró con voz de hombre de mundo y como acordándose de repente-, ah, sí! Aquella noche... He oído decir... Bueno, cómo se encuentra usted?, qué ha sido de usted después de todas estas historias, Arcadio Makarovitch? Pero vayamos al punto esencial. Es que, mire usted, yo persigo tres fines; tengo ante mí tres objetivos y yo...

Volvió a hablar de su "punto esencial". Comprendí por fin que tenía que vérmelas con un hombre al que haría falta por lo menos aplicarle inmediatamente sobre la cabeza un trapo empapado en vinagre, o bien hacerle una sangría. Toda su conversación deshilvanada giraba, como en un remolino, en torno al proceso, en torno al posible resultado, en torno a la visita que le había hecho el comandante del regimiento en persona, quien durante mucho tiempo había tratado de apartarlo de una cierta gestión pero al cual no había escuchado; en torno a una carta que acababa de enviar a alguna parte; en torno de un procurador; en torno a la idea de que lo desterrarían ciertamente a alguna parte, despojado de sus derechos, al norte de Rusia; en torno a la posibilidad de hacerse colono y de rehabilitarse en Tachkent (124); en torno a las lecciones que le daría a su hijo (por nacer, de Lisa) y de lo que le enviaría "al desierto, a Arcángel, a Kolmogory" (125).

ón de usted, Arcadio Makarovitch, crea que es porque aprecio tanto... Y si usted supiera, si usted supiera, Arcadio Makarovitch, mi querido amigo, mi querido hermano, lo que es para mí Lisa, lo que ella ha sido para mi aqui, ahora, todo este tiempo... . -- exclamó de repente, cogiéndose la cabeza entre las manos.

ó en contra de mi voluntad...

ía bruscamente en toda su claridad y como por primera vez. Me miró, se levantó de nuevo, dio un paso, volvió la espalda y se sentó otra vez, teniendo siempre la cabeza entre las manos.

-No hago más que soñar con arañas! - dijo de repente.

á usted en una situación espantosa. Yo le aconsejaría, príncipe, que se metiese en la cama y llamase inmediatamente al médico.

-No, permita, más tarde. Sobre todo, le he hecho a usted venir para explicarle... a propósito del casamiento. El casamiento, como usted sabe, se celebrará aquí mismo, ya lo he dicho. La autorización está concedida, a incluso se me anima... Por lo que se refiere a Lisa...

íncipe, tenga usted piedad de Lisa, querido amigo -exclamé -, no la atormente usted, por lo menos ahora, no se muestre celoso.

ómo? - exclamó, mirándome fijamente con los ojos abiertos de par en par y alargando todo su rostro en una amplia sonrisa absurdamente interrogativa.

ía que la palabra "celoso" lo había impresionado terriblemente.

-Perdón, príncipe, es una cosa que se me ha escapado. Es que en estos últimos tiempos he conocido a un anciano, mi padre legal... Oh!, si usted lo viese, se tranquilizaría... Lisa lo aprecia mucho también.

í, Lisa...! Ah, sí, el padre de ustedes! Sí... pardon, mon cher, én a un viejecito...

Me levanté para irme. Me daba pena mirarlo.

ó él, severo y grave, al ver que me iba.

ño verlo - dije.

ía, una sola palabra! - y me cogió por los hombros, con una expresión y un ademán completamente diferentes, y me hizo sentar en la butaca -. Usted ha oído hablar de esa gente, comprende?

ó hacia mí.

í, Dergatchev! Seguramente está metido en eso Stebelkov - exclamé sin poderme contener.

-Sí, Stebelkov y... no lo sabe usted?

ó y nuevamente me miró muy fijo, con los mismos ojos abiertos de par en par y la misma sonrisa larga, convulsiva, estúpidamente interrogativa, cada vez más ancha. Su rostro palidecía poco a poco. De repente fui asaltado por un temblor: me acordé de la mirada de Versilov cuando, la víspera, me había anunciado la detención de Vassine.

-Oh!, es posible? - exclamé, espantado.

ía... - cuchicheó rápidamente.

é.

ía un manuscrito. Vassine se lo había entregado a Lisa antes del último día... para que se lo guardara. Y ella me lo dejó aquí para que yo le echase una ojeada, después de lo cual sucedió que al día siguiente se enfadaron...

-Y de esa forma - exclamé, poniéndome en pie de un salto y martillando mis palabras -, sin otro motivo, sin otro objeto, únicamente porque el desgraciado Vassine es únicamente por celos, ha remitido usted el ... a quién se lo ha remitido usted? A quién? Al fiscal?

él no tuvo tiempo de responder. Y qué habría podido responder? Estaba clavado delante de mí como una estatua, siempre con la misma sonrisa morbosa y la misma mirada quieta; pero de improviso la puerta se abrió y entró Lisa. Se cayó casi sin conocimiento, al vernos allí juntos.

-Tú aquí? Cómo estás tú aquí? - gritaba ella con un rostro bruscamente cambiado y agarrándome por las manos -. Entonces, tú... sabes?

ía leído ya en mi rostro que yo "sabía". La abracé rápidamente, sin que ella pudiera oponerse, fuerte, fuerte. Y por primera vez comprendí, en aquel instante, en toda su energía, qué pena sin consuelo, sin límites y sin horizonte pesaba para siempre sobre todo el destino de aquella... buscadora benévola de tormentos.

ándose de mí de improviso -. Se puede estar con él? Por qué estás tú aquí? Míralo, míralo! Pero, se le puede juzgar?

ía un sufrimiento y una compasión infinita en el momento en que, lanzando aquellas exclamaciones, me mostraba al desgraciado. Él estaba en el sillón, con el rostro oculto entre las manos. Y ella tenía razón: era un hombre presa de una fiebre furiosa, irresponsable; tal véz desde hacía tres días era ya irresponsable. Aquella misma mañana lo llevaron a la enfermería y por la tarde se le había declarado una congestión cerebral.

IV

Después de ver al príncipe, al que dejé con Lisa, a eso de la una de la tarde, me dirigí a mi antiguo alojamiento. Se me ha olvidado decir que el tiempo estaba húmedo, cubierto, con un comienzo de deshielo y un viento tibio capaz de atacar los nervios de un elefante. El casero me acogió con alegría, afanándose y agitándose, cosa que detesto en momentos semejantes. Me mostré seco y fui directamente a mi habitación, pero él me siguió: no se atrevía a hacerme preguntas, pero la curiosidad brillaba en sus ojos, y tenía el aspecto de uno que tiene ya cierto derecho. a ser curioso. Yo debería haberme mostrado cortés por mi propia conveniencia; pero por más que tenía la mayor necesidad de saber algo (y sabía que terminaría por saberlo), me resultaba odioso lanzarme a un interrogatorio. Me informé sobre la salud de su mujer y fuimos a verla a su cuarto. Ella me acogió con atención pero con aíre extremadamente serio y poco locuaz; eso me calmó un poco. En una palabra, me enteré aquella vez de cosas muy sorprendentes.

ía venido, y después había venido otras dos veces más y había "visitado todas las habitaciones", diciendo que tal vez alquilaría una. Daria Onissimovna había venido varias veces y era cosa de preguntarse por qué: "También ella se ha mostrado muy curiosa", añadió el casero, pero no le di el gusto de preguntarle en qué consistía su curiosidad. En general, yo no interrogaba, él era el único en hablar y yo fingía estar rebuscando en mi maleta (donde no quedaba ya casi nada). Pero lo más portentoso fue que también él tuvo la ocurrencia de jugar a los misterios y, notando que me abstenía de hacer preguntas, juzgó necesario, él también, hacerse más fragmentario, casi enigmático.

-Ha venido también una señorita - añadió mirándome de una manera extraña.

é señorita?

í es muy de apreciar, Arcadio Makarovitch...

ó un paso hacia mí: quería literalmente darme a comprender algo.

-Dos veces? No es posible! - me asombré yo.

"Sería Lambert", pensé involuntariamente.

ía con el señor Lambert - dijo el casero de improviso como si sus ojos hubieran penetrado hasta el fondo de mi alma -, sino con su hermano, un joven señor Versilov. Creo que es chambelán.

Él me miraba con una sonrisa horriblemente acariciadora.

ía otra persona ha venido a buscarlo, aquella señorita; la francesa, la señorita Alphonsine, de Verdún. Oh, qué bien canta! Qué bien declama los versos! Se fue a escondidas a Tsarkoie a ver al príncipe Nicolás Ivanovitch para venderle un perrito muy raro, todo negro, no mayor que el puño...

Le rogué que me dejase solo, pretextando que me dolía la cabeza. Me obedeció instantáneantente, incluso sin acabar su frase, no solamente sin el menor despecho, sino casi con placer, haciendo con la mano un signo misterioso que quería decir: "Comprendo, comprendo." No dijo nada de aquello, pero salió de puntillas, concediéndose ese gusto. Hay gente muy desconcertante en este mundo.

é solo, reflexionando, una hora y media. Por lo demás, no reflexionaba en nada, me contentaba con soñar. Estaba turbado, pero de ninguna manera sorprendido. Incluso esperaba más, maravillas más grandes. " Ya han tenido que trabajar, ya! ", pensé. Estaba convencido desde hacía mucho tiempo, ya en mi casa, de que le habían dado cuerda a su máquina y ésta se encontraba en plena marcha. "Únicamente soy yo lo que les falta, eso es todo", me dije una vez más, con una satisfacción nerviosa y agradable. Me aguardaban con todas sus fuerzas, querían tramar algo en mi alojamiento, estaba claro como el día. " Y si fuera el matrimonio del viejo príncipe? Todo el mundo se le echa encima. Lo que hay que ver, señores, es si yo lo permitiré, ésa es la cuestión", decidí una vez más con una altivez satisfecha.

-Si me meto en esto, me veré cogido inmediatamente en el torbellino, como una brizna de paja. Soy libre ahora, en este momento, o no lo soy ya? Puedo aún, al volver a entrar esta noche en casa de mamá, decirme como todos los días: "Soy yo mismo"?

í la sustancia de mis preguntas o, por mejor decir, de los latidos de mi corazón durante aquella hora y media que pasé en el filo de la cama, los codos sobre las rodillas, y la cabeza entre las manos. Yo sabía muy bien, lo sabía ya, que todas aquellas preguntas no eran más que futilidades y que lo que me atraía, era ella, y nada más que ella. En fin, lo digo con toda claridad, y lo escribo con todas sus letras sobre el papel, porque incluso hoy día, en el momento en que escribo, transcurrido ya más de un año, no sé todavía el nombre que habría que darle al sentimiento que yo experimentaba entonces.

ástima de Lisa y que mi corazón se veía presa del menos hipócrita de los dolores. Aquel solo sentimiento de dolor hacia ella habría podido, al parecer, calmar o borrar en mí, aunque no fuese más que por cierto tiempo, el sentimiento carnicero (vuelvo a utilizar esta palabra). Pero yo éstaba arrastrado por una curiosidad sin limites y una especie de miedo, a incluso por un sentimiento, no sé cuál; sé solamente, y lo sabía ya en aquellos momentos, que no era un sentimiento bueno. Quizá yo aspiraba a caer a sus á también habría querido entregarla a todos los tormentos y probarle algo "aprisa, aprísa". Ningún dolor, ninguna compasión para Lisa podían detenerme. Vamos, podía yo levantarme y volver a casa... cerca de Makar Ivanovitch?

"Pero es realmente una cosa imposible: ir a casa de ellos, enterarme por ellos de todo lo que hay y abandonarlos bruscamente para siempre, pasando indemne ante las maravillas y los monstruo. "

és de salir de mi estupor y de darme cuenta de que estaba casi retrasado, salí rápidamente, tomé un coche de punto y volé a casa de Ana Andreievna.

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Notas
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