Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток).
Tercera parte. Capítulo IX

Primera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Tercera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes

ÍTULO IX

I

é por la mañana más fresco y mejor dispuesto. Me reproché incluso, involuntaria y cordialmente, una cierta ligereza y la especie de altivez con las que, me acordaba, había escuchado la víspera ciertos pasajes de su "confesión". A veces había sido desordenada, algunas revelaciones eran un tanto vagas y hasta incoherentes; pero se había él preparado para un discurso de orador cuando me invitó a su casa? Sólo me había hecho un gran honor al dirigirse a mí como a su único amigo en un momento semejante, y jamás yo podría olvidar aquello. Por el contrario, su confesión era "conmovedora", aunque él tuviera que burlarse de ese calificativo, y si a veces contenía elementos cínicos o incluso un poco ridículos, yo era lo bastante ancho de miras para comprender o admitir el realismo, sin, por otra parte, manchar el ideal. Sobre todo, yo había comprendido por fin a aquel hombre y estaba un poco molesto y despechado por el hecho de que hubiera sido una cosa tan sencilla: a aquel hombre yo lo había instalado siempre en mi corazón, a una altura extrema, en las nubes; me era preciso absolutamente revestir su destino de misterio, y deseaba, como es natural, que ese misterio no se descubriese de una manera tan fácil. Por otra parte, en su encuentro con ella y en sus dos años de sufrimiento, había también bastantes cosas complicadas: "él no había querido la fatalidad; el tenía necesidad de libertad, y no de la servidumbre del destino; era esa servidumbre del destino lo que lo había obligado a ofender a mamá, que lo esperaba en Koenigsberg... Además, ese hombre, en todo caso, era para mí un predicador: llevaba en su corazón la edad de oro y conocía el porvenir del ateísmo. Pues bien, su encuentro con ella lo había roto todo, todo lo había deformado! Oh!, desde luego, yo no la traicioné, pero sin embargo tomé partido por él. Mamá, por ejemplo, razonaba yo, no habría turbado nada en su destino, ni siquiera casándose con él. Yo to comprendía; era completamente diferente de su encuentro con la otra. Sin duda, mamá no le habría dado ni siquiera la calma, pero incluso era mejor así: esos hombres deben ser juzgados de otra manera, su vida será siempre así; no hay en eso nada de monstruoso; al contrario, la monstruosidad sería que encontrasen la calma o, en general, que llegasen a ser parecidos a todos los hombres mediocres-- Su elogio de la nobleza y su frase: "é siendo gentilhombre" no me turbaban to más mínimo: yo comprendía de qué clase de "reunión universal de las ideas". Todo aquello eran tal vez tonterías, quiero decir "la reunión universal de las ideas" (que es evidentemente indispensable), pero de todas formas estaba ya bien el que se hubiese dedicado toda su vida a la idea y no al estúpido becerro de oro. Dios mío!, pero yo, desde que concebí mi "idea", es que me he inclinado ante el becerro de oro, es el dinero to que yo necesitaba? Lo juro, yo no tenía necesidad más que de la idea! Lo juro, no habría tapizado ni una sola silla ni un solo diván de terciopelo y habría comido, con cien millones, el mismo plato de sopa que hoy!

í. y me sentí irresistiblemente impulsado hacia él. Añadiré: con respecto a su alusión de la víspera al "documento", yo estaba también cinco veces más tranquilo que la noche anterior. Primeramente, esperaba explicarme con él; después, si Lambert se había insinuado también con él y le había hablado de algo, que mal había en eso? Pero mi principal alegría estribaba en una sensación extraordinaria; era la idea de que ahora "él ya no la quería"; yo tenía de eso una persuasión absoluta y sentía que era un peso espantoso del que se había librado mi corazón. Me acuerdo incluso de una suposición que me atravesó entonces el cerebro: la monstruosidad y la absurdidad de su última y furiosa ocurrencia al recibir la noticia de Bioring, y el envío de su carta injuriosa; ese exceso había podido ser el anuncio y la anticipación de un cambio radical en sus sentimientos y de un pronto retorno al buen sentido; debía de ser, me decía yo, poco más o menos como en una enfermedad, y tenía que llegar al punto opuesto: un episodio médico y nada más! Esa idea me hacía dichoso.

"Y ahora, que ella disponga de su destino como Dios le dé a entender, que se case con su Bioring todas las veces que quiera, pero por lo menos que él, mi padre, mi amigo, no la ame ya", exclamaba yo para mis adentros. Por lo demás en mis propios sentimientos había un cierto misterio, pero aquí, en estos recuerdos, no tengo ganas de seguir insistiendo sobre eso.

é todos los horrores que se siguieron y toda la complicación de los hechos, esta vez sin reflexiones de ninguna clase.

II

A las diez de la mañana, cuando me disponía a salir (para ir a casa de él, naturalmente) apareció Daria Onissimovna. Le pregunté alegremente si era que venía de parte de él y tuve el disgusto de enterarme que no venía de ninguna manera de parte de él, sino de parte de Ana Andreievna, y que ella, Daria Onissimovna, "había salido del piso al romper el día".

-De qué piso?

ál va a ser? Del de ayer. Del apartamiento de ayer; el del niñito; está alquilado a mi nombre, pero es Tatiana Pavlovna la que paga...

í, molesto -. Pero él, está él en casa? Lo encontraré allí?

Me asombré al enterarme de que había salido todavía más ternprano que ella; o sea, que ella había salido "con el día", y él todavía antes.

-No, seguramente no ha vuelto, y quizá no volverá nunca - sentenció, mirándome con sus agudos y astutos ojos, que no apartaba de mí un solo momento, lo mismo que en la visita ya referida, cuando yo estaba en la cama, enfermo.

ás rabia me daba, sobre todo, eran esos misterios y esas estupideces que reaparecían: decididamente, esta gente no podía pasarse sin misterio y astucia.

é dice usted que seguramente no volverá? Qué quiere decir con eso? Ha ido a casa de mi madre, eso es todo!

-No sé.

-Pero usted, para qué ha venido usted?

ó que, de momento, venía de casa de Ana Andreievna y que ésta me invitaba y me esperaba precisamente ahora mismo; si no, "será demasiado tarde". Una vez más, esa frase enigmática me hizo salir de mis casillas.

é demasiado tarde? No quiero ir allí y no iré! No me dejaré dar órdenes una vez más! Me importa tres pitos Lambert, dígaselo, y añada que, si me envía a su Lambert, lo pondré de patitas en la calle y de mala manera! Dígaselo así!

Daria Onissimovna se quedó espantada.

í, juntando las manos y casi suplicándome -, no se precipite usted! La cosa es grave, incluso muy grave para usted, para ellos también, para Andrés Petrovitch, para su mamá, para todo el mundo... Vaya usted a ver inmediatamente a Ana Andreievna, porque ella no puede estarlo esperando mucho tiempo... Se lo aseguro por mi honor... Luego, usted podrá tomar una decisión.

é con sorpresa y con repugnancia.

-Tonterías, no pasará absolutamente nada, no iré! - exclamé con obstinación -y malignidad -. Ahora, ya ha cambiado todo! Puede usted comprenderlo? Adiós, Daria Onissimovna, no iré, lo hago aposta, y aposta no quiero hacerle ninguna pregunta. Me haría usted perder la cabeza. No quiero meter la nariz en sus enigmas.

í plantada, cogí mi pelliza y mi gorro y salí, dejándola en medio de la habitación. En mi habitación no había ni cartas ni papeles, y yo casi nunca la cerraba con llave al salir. Pero no había llegado aún a la puerta de la calle cuando mi casero, Pedro Hippolitovitch, sin sombrero y sin abrigo, echó a correr detrás de mí.

-Arcadio Makarovitch! Arcadio Makarovitch!

é le pasa a usted ahora?

-No

Me miró con mirada penetrante y llena de inquietud.

ómo en cuanto al cuarto? Ya le he entregado el dinero del mes!

-Pero no, si no se trata de dinero - dijo él, sonriendo de pronto con una ancha sonrisa y atravesándome con la mirada.

-Pero, se puede saber qué les pasa a todos ustedes? -grité, casi lleno de rabia -. Qué quiere usted ahora?

ó algunos segundos, como si siguiera esperando algo de mí.

á usted más tarde... puesto que ahora no está de buen humor - refunfuñó él, sonriendo todavía más marcadamente -. Bueno, váyase, también yo tengo que irme a la oficina.

Subió la escalera corriendo. Naturalmente, todo aquello daba que pensar. Me propongo no descuidar ningún detalle de todas estas pequeñas cosas absurdas del momento, porque cada una entró más tarde en el ramillete definitivo y encontró allí su lugar, como el lector podrá persuadirse de ello, es la verdad pura. Si yo estaba tan trastornado y tan irritado, era porque acababa de encontrar en sus palabras ese tono de intriga y de enigma del que me daba asco y que me recordaba el pasado. Pero prosigo.

ía marchado, en efecto, al romper el día. "Estará seguramente en casa de mamá", pensé obstinándome. No le pregunté nada a la nodriza, una buena mujer bastante tonta; no había nadie más en el piso. Corrí a casa de mamá y, lo confieso, con una inquietud tal, que a mitad de camino cogí un coche. En casa de mamá, no había aparecido desde el día anterior por la tardeás que Tatiana Pavlovna y Lisa. En el momento en que yo entraba, Lisa se disponía a salir.

ían estando arriba, en mi "ataúd". En el salón, abajo, Makar Ivanovitch estaba estirado sobre la mesa, y un viejo desconocido leía a su lado el Salterio. Ya no describiré nada de lo que no se refiera directamente al asunto. Solamente haré constar que el féretro, que estaba ya hecho y que se encontraba allí, en la habitación, no era vulgar: aunque negro, estaba tapizado de terciopelo, y la tela que recubría el cuerpo era de valor: lujo que apenas cuadraba con el anciano ni con sus convicciones; pero tal había sido el deseo imperioso de mamá y de Tatiana Pavlovna.

Naturalmente, yo no esperaba hallarlas alegres; pero de golpe me impresionaron la pena abrumadora, la inquietud y la preocupación que leí en sus ojos, y deduje al punto que "había seguramente otra cosa además del muerto". Todo eso, lo repito, es cosa de la que me acuerdo perfectamente.

A pesar de todo, abracé tiernamente a mamá y en seguida le pregunté por él. Instantáneamente, una curiosidad alarmada se encendió en sus ojos. Añadí apresuradamente que habíamos pasado la velada juntos hasta bien entrada la noche, pero que hoy él no estaba en casa, de donde había salido al rayar el día, siendo así que él mismo me había invitado la víspera, al separarnos, a que fuera a buscarlo lo antes posible. Mamá no respondió nada, pero Tatiana Pavlovna, aprovechando una ocasión, me amenazó con el dedo.

ápidamente del tabuco.

Desde luego, la alcancé, pero ya antes ella se había detenido en la puerta de la calle.

ía bajar - dijo en un susurro rápido.

é sucede, Lisa?

é nada; pero ocurren muchas cosas. Seguramente es el desenlace de esta "eterna historia". Él no ha venido, pero ellas tienen noticias de él. No, te contarán nada, estáte tranquilo, y no les preguntes tú tampoco, si tienes un poco de juicio. Pero mamá está muerta. Yo, por mi parte, tampoco he preguntado nada. Hasta la vista!

Abrió la puerta.

ú, no sabes tú nada?

é en seguimiento de ella por el vestíbulo. Su semblante terriblemente fatigado, desesperado, me traspasaba el corazón. Me miró no con cólera, pero casi con encarnizamiento, soltó una risa amarga a hizo un gesto de desesperación:

ó desde la escalinata, al marcharse.

ía referirse al príncipe Sergio Petrovitch, el cual e5staba entonces acostado con fiebre y sin conocimiento. "La eterna historia! Qué eterna historia?", pensé con irritación, e inmediatamente me entraron ganas de contarles al menos una parte de mis impresiones de la víspera, después de su confesión nocturna, y la confesión misma. "Están formándose sobre él sabe Dios qué ideas perversas: pues bien, que lo sepan todo! " He ahí el pensamiento que me atravesó el cerebro.

Me acuerdo de que empecé mi. relato con mucha destreza. Inmediatamente, una loca curiosidad se marcó en sus rostros. Por una vez, la misma Tatiana Pavlovna bebía mis palabras; mamá estaba más reservada; estaba muy grave, pero una sonrisa ligera, admirable, aunque absolutamente desesperada, iluminó su rostro y permaneció allí casi hasta el final del relato. Naturalmente yo hablaba bien, aun sabiendo que para ellas resultaba poco más o menos ininteligible. Con gran asombro por mi parte, Tatiana Pavlovna no refunfuñó, no pidió precisiones, no me tendió trampas, como hacía siempre que yo me ponía a hablar. Se limitaba a apretar los labios de cuando en cuando y a entornar los ojos, como para esforzarse en comprender. Había veces en que incluso me parecía que lo captaban todo, pero era casi imposible. Por ejemplo, hablé de las convicciones de él, sobre todo de su entusiasmo por mamá, de su amor por mamá, conté cómo había besado su retrato... Al escucharme, ellas cambiaban en silencio miradas rápidas; mamá enrojeció de la cabeza a los pies. Por lo demás, las dos continuaron sin decir nada. Luego... luego, naturalmente no pude, delante de mamá, referirme al punto esencial, es decir, al encuentro de él con la otra y su " resurrección" moral después de aquella carta; ahora bien, aquello era lo esencial, de forma que todos los sentimientos de él de la víspera, con los que tanto yo esperaba alegrar a mamá, quedaron, lógicamente, incomprendidos, y no por culpa mía, porque todo lo que era posible contar, lo conté muy bien. Cuando terminé, estaba absolutamente turbado; su silencio no se había interrumpido, y yo me encontraba muy incómodo con ellas.

-Seguramente, ya habrá vuelto. Quizá esté en mi casa esperándome.

ó Tatiana Pavlovna, categórica.

-Has estado en la habitación de abajo? . - me preguntó mamá en un susurro.

-Si, le he hecho mi reverencia y he rezado por él. Qué rostro tan tranquilo y tan bello tiene, mamá! Gracias por no haber ahorrado nada para el féretro. Al principio, eso me pareció un poco raro, pero inmediatamente comprendí que yo habría hecho lo mismo.

ás mañana a la iglesia? - preguntó, y sus labios temblaron.

é le pasa a usted, mamá? - me asombré -. También hoy iré al oficio, y volveré a venir: y además... mañana es el cumpleaños de usted, mamá, mamá querida. A él sólo le han faltado tres días para llegar a esta fiesta.

é pregunta tan rara! Decirme si iba a ir o no a la iglesia! Y si se han preocupado tanto por mí, qué piensan entonces de él?

ía que Tatiana Pavlovna correría detrás de mí, y me detuve aposta en el umbral. Ella me alcanzó en efectó, pero me empujó con la mano hasta la escalera, salió detrás de mí y cerró la puerta.

-Tatiana Pavlovna!, es que no esperan ustedes a Andrés Petrovitch ni hoy, ni siquiera mañana? Estoy asustado...

állate! Asustarte tú, vaya una novedad! Habla: tú no lo has dicho todo al contar esas historias de lo que ocurrió ayer, verdad?

é necesario disimular, y, casi molesto con Versilov, le conté todo el asunto de la carta de Catalina Nicolaievna y el efecto producido, es decir, su resurrección a una nueva vida. Con gran sorpresa por mi parte, vi que el hecho de la carta no le extrañaba lo más mínimo, y comprendí que ya ella estaba advertida.

-No, no miento.

ó pérfidamente, como reflexionando - que él ha resucitado? No faltaba más que eso! Es verdad que ha besado el retrato?

-Es verdad, Tatiana Pavlovna.

-Lo ha besado con sentimiento, no ha sido una cosa fingida?

él finge alguna vez? Debería usted avergonzarse, Tatiana Pavlovna; tiene usted el alma grosera, un alma de mujer.

ído: estaba nuevamente sumida en sus pensamientos, a pesar del frío que reinaba en la escalera. Por mi parte, llevaba la pelliza, mientras que ella no tenía puesto más que su vestido.

-Te confiaré una cosa, solamente que es una lástima que seas tan idiota - profirió con désprecio y como fastidiada -. Escucha un momento, ve a casa de Ana Andreievna, y mira lo que pasa allí, en las habitaciones de ella... O más bien, no, no vayas; no dejarás de ser siempre un imbécil! Vamos, vete, qué haces ahí, plantado como un poste?

é a casa de Ana Andreievna. Y sin embargo Ana Andreievna me ha mandado llamar.

-Ella? Por medio de Daria Onissimovna?

ó bruscamente hacia mí; estaba ya a punto de irse y de abrir la puerta, pero la volvió a cerrar.

é a casa de Ana Andreievna! - repetí con placer -. Y no iré, porque se me acaba de tratar de imbécil, siendo así que nunca he estado tan penetrante como hoy. Todas esas historias de ustedes, las comprendo ahora de pe a pa. De todas formas no iré a casa de Ana Andeievna.

- Ya lo sabía yo! - exclamó ella, pero sin responder a lo que yo le había dicho, prosiguiendo sus reflexiones -. Ahora la van a amarrar y a meterla en el saco.

-A Ana Andreievna?

én habla usted? De Catalina Nicolaievna? Qué saco?

ó una mirada penetrante:

é te importa eso? - preguntó "de repente -Qué papel desempeñas tú en todo esto? También he oído hablar de ti. Ten cuidado!

é a usted un secreto terrible, pero no ahora, no tengo tiempo: mañana, a solas. Solamente dígame ahora mismo toda la verdad, y de qué saco se trata... porque estoy~ temblando de la cabeza a los pies...

-Me importa un comino que tiembles! - exclamó ella -. Qué es ahora ese misterio que quieres contarme mañana? Vamos, dilo francamente, no sabes nada? -y fijó sobre mí una mirada interrogativa -. Es que no le juraste entonces que habías quemado la carta de Kraft?

é a mi vez, sin responder a su pregunta porque yo estaba fuera de mí -, ponga usted atención, Tatiana Pavlovna: a causa de lo que usted me oculta puede suceder todavía algo peor... Ayer él estaba en plena resurrección!

-Vete al diablo, farsante! Tú estás enamorado, tú también, como un pierrot. El padre y el hijo, enamorados de una misma persona! Uf, qué asquerosos!

ó, haciendo retemblar la puerta de indignación. Furioso por el cinismo desvergonzado, impúdico, de sus últimas palabras, ese cinismo del que sólo puede ser capaz una mujer, me marché profundamente ofendido. Pero no contaré mis turbadas impresiones: he dado palabra de eso; no contaré más que los hechos, que, ahora, darán la clave de todo. Naturalmente, fui otra vez en un salto a casa de él y otra vez me enteré por la nodriza de que no había vuelto.

á?

III

é punto, yo mismo, estaba entonces aplastado por aquellos mismos hechos, que no llegaba a comprender, tanto, que al final de la jornada la cabeza me daba vueltas, literalmente. Por eso, en dos o tres palabras, anticiparé los acontecimientos.

í en qué eonsistían todos mis tormemos: si la víspera él había resucitado y había dejado de amarla, en ese caso, dónde debía él de estar hoy? Respuesta: ante todo, en mi casa, a verme a mí, a quien había abrazado la víspera, a inmediatamente a continuación en casa de mamá, cuyo retrato había besado. Pues bien, en lugar de esas dos visitas lógicas, resultaba que había salido de casa "con el día" y había desaparecido no se sabía dónde, y Daria Onissimovna opinaba que sin duda no volvería. Hay más: Lisa hablaba del desenlace de una "eterna historia", aseguraba que mamá tenía ciertos informes sobre él, más recientes todavía; además se sabía lo de la carta de Catalina Nicolaievna (yo lo había notado), y a pesar de todo no se creía en su "resurrección a una nueva vida", aunque me hubiesen escuchado atentamente. Mamá estaba destrozada, y Tatiana Pavlovna sonreía pérfidamente ante aquella palabra de "resurrección". Pero entonces, entonces era que durante la noche había tenido otra revolución, una nueva crisis, y eso después de su entusiasmo de ayer, de su enternecimiento, de su emoción! Así, pues, toda esa " resurrección" había estallado como una pompa de jabón. Y tal vez ahora estaba dominado por la misma rabia que había tenido después de la noticia de Bioring. Entonces, qui iba a ser de mamá, de mí, de nosotros todos y... qué iba a ser en fin de ella? De qué "saco" hablaba Tatiana al enviarme a casa de Ana Andreievna? Era entonces allí donde se encontraba ese "saco", en casa de Ana Andreievna? Y por qué en casa de Ana Andreievna? Desde luego corrí a casa de Ana Andreievna. Había sido aposta, por despecho, por lo que dije que no iría; ahora corrí allá. Pero, qué es lo que dijo Tatiana del "documento"? No fue él quien me dijo ayer: " Quema el documento,"?

í lo que me ahogaba. Pero sobre todo yo tenía necesidad de él. Con él, lo habría resuelto todo en un abrir y cerrar de ojos, lo presentía; nos habríamos comprendido con medias palabras. Yo le habría cogido las manos, se las habría apretado; habría encontrado en mi corazón palabras calurosas, pensaba yo a pesar de mí mismo. Habría triunfado de su locura...! Pero, dónde estaba él? Dónde estaba? No me faltaba más, en momento semejante, que encontrarme con Lambert, hallándome yo tan acalorado! Me faltaban unos pasos para llegar a la casa cuando, de repente, tropecé con Lambert. Lanzó gritos de alegría al verme y me cogió por la mano.

Vamos a almorzar.

á allí Andrés Petrovitch?

-No, no hay nadie. Déjalos a todos! Imbécil, ayer te enfadaste; estabas borracho, y tengo que hablarte seriamente; hoy me he enterado de noticias excelentes relativas a lo que decíamos ayer. . . !

érmelo -, si me he parado, es únicamente para acabar contigo de una vez para siempre. Te lo dije ayer, pero te obstinas en no comprender. Lambert, eres un niño y bruto como un francés, Te sigues figurando que estás en casa de Tuchard y que yo soy tan tonto como en casa de Tuchard... Pero no soy tan tonto como en casa de Tuchard... Ayer yo estaba borracho, no de vino, sino porque ya estaba excitado; si aprobé lo que tú me decías, lo hice fingiendo, para saber cuáles eran tus pensamientos. Te engañaba, y tú te alegraste y me creíste y continuaste charlando. Entérate, casarme con ella es una tontería en la que no podría creer ni siquiera un alumno de preparatorio. Cómo es posible figurarse que haya creído yo? Sin embargo tú te lo has figurado. Y es que no se te recibe en la buena sociedad y no sabes lo que pasa allí. En su ambiente, en el gran mundo, las cosas no ocurren con tanta facilidad. No es tan sencillo como tú crees el que ella decida de pronto casarse conmigo... Ahora te diré claramente qué es lo que tú quieres: quieres atraerme para hacerme beber, para que entregue el documento y participe contigo en alguna canallada contra Catalina Nicolaievna. Pues bien, te equivocas, no iré jamás a tu casa, y convéncete además de que mañana mismo o a lo más tardar pasado mañana, ese papel estará en manos de ella, porque ese documento le pertenece, por. que es ella quien lo escribió, y se lo devolveré personalmente, y si quieres saber cómo, pues bien, entérate de que se lo devolveré por conducto y en casa de Tatiana Pavlovna y no le reclamaré nada a cambio... Y ahora, lárgate! De lo contrario, de lo contrario, Lambert, me mostraré menos educado.

ó un gran temblor. La peor cosa, la costumbre más mala, una costumbre que perjudica a cualquier hombre y en cualquier circunstancia, es la de conducirse con afectación. Qué diablo me impulsó a acalorarme ante él hasta el punto de contarle, al acabar mi discurso y recalcando con complacencia las palabras y elevando la voz más y más, ese detalle completamente superfluo de que entregaría el documento a Catalina Nicolajevna por conducto de Tatiana Pavlovna y en casa de esta misma? Era un brusco deseo que había tenido de dejarlo abrumado de estupor. Cuando hablé tan crudamente del documento y me di cuenta en seguida de su estúpido espanto, me dieron ganas de aplastarlo todavía más con la precisión de los detalles. Pues bien, esa charla vanidosa de comadre fue luego causa de desgracias horribles, porque ese detalle concerniente a Tatiana Pavlovna y a su alojamiento se grabó inmediatamente en su espíritu de pillo y de hombre práctico en pequeños negocios; en los grandes y serios, era nulo y no comprendía nada, pero para esos detalles tenía siempre buen olfato. Si yo no hubiese mencionado a Tatiana Pavlovna, muchas desgracias no habrían ocurrido. Sin embargo, después de haberme escuchado, al principio se mostró totalmente aturdido.

ó ---, Alphonsine.. . Alphonsine cantará... Alphonsine ha estado en casa de ella; escucha, tengo una carta, casi una carta, en la que Akhmakova habla de ti; me la há procurado el picado de viruelas, tú te acuerdas de él. Ya verás, ya verás, vamos allá.

--Estás mintiendo, enséñame la carta.

á en casa, la tiene Alphonsine, vamos allá.

Naturalmente, en su miedo a que me escapase de él, mentía, deliraba; pero lo abandoné de repente en medio de la calle, y, como pareciera dispuesto a seguirme, me detuve y lo amenacé con el puño. Tuvo un momento de vacilación que me permitió escabullirme: quizá un nuevo plan germinaba ya en su cabeza. Pero para mí no habían acabado las sorpresas y los encuentros. Cuando me acuerdo de aquel día de desgracias, me parece siempre que esas sorpresas y esos encuentros imaginados se dieron cita para derramarse sobre mí desde no sé qué maldito cuerno de la abundancia. Apenas había abierto la puerta de mi alojamiento cuando me tropecé, en la antecámara, con un joven de alta estatura, de rostro ovalado y pálido, de aire importante y "distinguido", vestido con una maravillosa pelliza. Tenía lentes; pero, en cuanto me divisó, se los quitó (sin duda por cortesía) y, levantando cortésmente con la mano su sombrero de copa, pero sin detenerse, me dijo con una sonrisa delicada: "Ah!, bonsoir!" ó a la escalera. Nos habíamos reconocido inmediatamente, aunque yo no lo hubiera visto más que una vez, de pasada, en Moscú. Era el hermano de Ana Andreievna, el chambelán, el joven Versilov, hijo de Versilov, y por consiguiente casi hermano mío. Iba acompañado por la casera (el marido de ésta aún no había vuelto de la oficina). Una vez él se hubo marchado, me lancé sobre ella:

é hacía ése aquí? Estaba en mi habitación?

-No, no, en su habitación no. Es a mí a quien ha venido a verme - cortó ella rápida y secamente, y me volvió la espalda.

á así! - exclamé -. Haga el favor de responderme: qué ha venido a hacer aquí?

ío!, es que va a haber que contarle a usted por qué viene aquí gente? Creo que también nosotros podemos tener nuestros asuntos. Ese joven quizá ha venido para pedirme prestado dinero, para pedirme una dirección. Quizá yo se lo había prometido la última vez...

ómo la última vez?

ío!, pues no es la primera vez que viene!

ó. Yo había cornprendido que en la casa estaba cambiando el tono: se ponían ahora a decirme groserías, Otro secreto más! Los secretos se acumulaban a cada paso, a cada hora. La primera vez, el joven Versilov había venido con su hermana, Ana Andreievna, mientras que yo estaba enfermo; me acordaba de aquello muy bien, como asi mismo de que Ana Andreievna había dejado escapar la víspera una frasecita asombrosa: que tal vez el viejo príncipe se quedaría en mi casa... Pero todo aquello era tan confuso y tan anormal, que yo no podía comprender casi nada. Me di una palmada en la frente y, sin sentarme siquiera para descansar, corrí a casa de Ana Andreievna; no estaba en su casa, pero el portero me dijo que había salido para Tsarskoie; no volvería hasta el día siguiente, poco más o menos a la misma hora,

A Tsarskoie! Seguramente a casa del viejo príncipe, y su hermano inspecciona mi alojamiento! No, es imposible!

é los dientes: y si en efecto hay en eso una amenaza, defenderé a "la pobre mujer"!

Desde la casa de Ana Andreievna no volví a la mía, porque de repente en mi inflamado cerebro surgió el recuerdo de la taberna donde Andrés Petrovitch tenía la costumbre de refugiarse en sus horas de tristeza. Muy contento por aquella idea, corrí allí inmediatamente; eran ya más de las tres de la tarde y el sol declinaba. En el ía venido: "Se quedó un momento y luego se marchó. Quizá vuelva." Decidí de pronto, con toda mi energía, que lo esperaría, y pedí que me sirvieran de comer; por lo menos había una esperanza.

í, comí incluso más de la cuenta, para tener derecho a quedarme el mayor tiempo posible, y creo que permanecí más de cuatro horas. No describo mi pena y mi impaciencia febril. Todo en mí estaba sacudido y temblaba. Aquel organillo, aquellos bebedores, todo aquel fastidio se imprimieron en mi alma, quizá para toda la vida. No describo tampoco los pensamientos que se elevaban en mi cabeza como una nube de hojas secas, en otoño, después de un huracán; era verdaderamente algo por ese estilo y, lo confieso, sentía por momentos que la razón me abandonaba.

ón tenaz, venenosa, tenaz como una mosca de otoño, en la que no se piensa, pero que gira alrededor de uno, lo molesta y de pronto le pica dolorosamente. No era más que un recuerdo, un acontecimiento del que no he hablado todavía a nadie de este mundo. He aquí de to que se trata, porque, de todas formas, es preciso que to cuente en alguna parte.

IV

ú, había quedado decidido que me trasladara a Petersburgo, se me hizo saber por Nicolás Semenovitch que tenía que esperar el dinero que me sería enviado para el viaje. No me preocupé en saber de quién procedería ese dinero; yo sabía que era de Versilov, y como en aquella época, noche y día, yo soñaba, con fuertes latidos del corazón y con planes ambiciosos, en mi encuentro con Versilov, dejé completamente de hablar de eso en alta voz, incluso con María Ivanovna. Recuerdo por otra parte que yo tenía también mi dinero para el viaje; pero decidí, a pesar de todo, esperar: yo suponía que el dinero vendría por correo.

Ahora bien, un buen día, Nicolás Semenovitch, al entrar en casa, me declaró (brevemente, según su costumbre, y sin insistir) que debía ir al día siguiente a la Miasnitskaia, a las once de la mañana, a la casa y apartamiento del príncipe V-ski, y que allí el chambelán Versilov, hijo de Andrés Petrovitch, venido de Petersburgo y alojado en casa de su camarada de Instituto el príncipe V-ski, me entregaría la suma enviada para el viaje. La cosa parecía muy sencilla: Andrés Petrovitch muy bien había podido hacerle ese encargo a su hijo, en lugar de enviar el dinero por correo; sin embargo, esa noticia me ahogó y me espantó de manera poco natural. No cabía ninguna duda de que Versilov quería hacer que yo entablara conocímiento con su hijo, mi hermano; de esa forma se dibujaban las intenciones y los sentimientos del hombre con el que yo soñaba. Pero se planteaba una pregunta colosal: cómo iba yo a comportarme y cómo debería hacerlo, en aquel encuentro totalmente inesperado, y cómo mi dignidad iba a salir parada?

ía siguiente, a las once en punto, me presenté en casa del príncipe V-ski,. un apartamiento de soltero, pero, por lo que me pareció, lujosamente amueblado, con criados de librea. Me detuve en la antecámara. Del interior llegaban rumores de conversación animada y risas: además del chambelán, el príncipe debía de tener otros invitados. Me hice anunciar, y sin duda en términos bastante orgullosos: por lo menos, al retirarse, el criado me miró de una manera extraña a incluso, por lo que me pareció, menos respetuosamente de lo que habría convenido. Con gran asombro por mi parte, permaneció bastante tiempo ausente, cerca de cinco minutos, y durante aquel rato se seguían oyendo siempre las mismas risas y los mismos ecos de conversación.

"un señor como es debido", resultaba indecoroso, imposible, sentarme en la antecámara, donde se reunían los criados. Por otra parte, yo no quería a ningún precio, por mi propia autoridad y sin invitación particular, poner el pie en el salón, por orgullo; por orgullo refinado, es posible, pero tenía que ser así. Me asombró ver que los criados que quedaban (dos) se permitieron sentarse en presencia mía. Me volví para no notarlo y sin embargo me puse a temblar con todo el cuerpo. De repente, dando media vuelta y dirigiendome a uno de los criados, le ordené que fuera "inmediatamente" a anunciarme una vez más. A pesar de mi mirada severa y de mi extremada excitación, el criado me miró perezosamente sin levantarse, y fue el otro quien respondió por él:

Resolví seguir esperando un minuto solamente o incluso, si era posible, menos de un minuto, y luego, Yo estaba vestido muy correctamente: mi traje y mi abrigo eran nuevos, mi ropa blanca, absolutamente impecable, María Ivanovna se había preocupado especialmente de todo para aquella ocasión. Pero, en lo que se refiere a los criados, me enteré és y ya en Petersburgo, que habían sido informados la víspera, por un criado venido con Versilov, que iba a llegar " un fulano, hermano natural y estudiante". Ahora lo sé a ciencia cierta.

ó. Esa sensación singular que se experimenta cuando uno quiere decidirse y no llega a hacerlo: " marcharse o no, irse o no? ", yo la sentía a cada segundo casi estremeciéndome; de repente apareció el criado que había ido a anunciarme. Traía en la mano, entre los dedos, cuatro billetes rojos, cuarenta rublos.

-Tenga, haga el favor de recoger estos cuarenta rublos.

é injuria! Toda la noche precedente yo había soñado en aquel encuentro organizado por Versilov entre los dos hermanos; toda la noche me había preguntado febrilmente cómo iba a comportarme para no dejarme enpequeñecer, no dejar empequeñecer todo el ciclo de ideas que me había forjado en mi aislamiento y de las que podia estar orgulloso en no importa qué ambiente. Pensaba hasta qué punto yo me mostraría noble, orgulloso, y triste quizá, incluso en el ambiente del príncipe V-ski, cómo sería de esa manera introducido directamente en aquel mundo. Oh! No silencio nada: así es como hay que registrar el hecho, en sus menores detalles! Y bruscamente, esos cuarenta rublos, enviados por ün criado, en la antecámara, después de diez minutos de espera, y directamente de la mano, de los dedos del criado, y no sobre una bandeja o en un sobre!

Grité con tanta fuerza tras el criado, que éste tembló y retrocedió; le ordené inmediatamente que se llevase su dinero:. " Que me lo traiga su propio dueño! " En una palabra, mi exigencia resultaba, como es lógico, incoherente y desde luego incomprensible para el criado. Sin embargo, grité con tanta fuerza, que él volvió para allá. Además, mis gritos fueron oídos desde el salón, y las conversaciones y las risas cesaron inmediatamente.

í pasos, importantes, mesurados, afelpados, y la alta estatura de un joven guapo y altivo (me parecíó entonces todavía más pálido y más esbelto que luego, en el segundo encuentro) se mostró en el umbral, o más bien se detuvo algunos centímetros antes de llegar al umbral. Llevaba un maravilloso batín de seda roja y pantuflas y unos lentes. Sin decir palabra, dirigió sus lentes hacia mí y se puso a examinarme. Como una bestia feroz, di un paso hacia él y me planté en una actitud. de desafío, mirándolo fijamente. Pero no me examinó así más que un instante, no más de diez segundos; de repente una burla imperceptible se esbozó en sus labios, y sin embargo infinitamente ofensiva, ofensiva precisamente porque era casi imperceptible; dio media vuelta en silencio y regresó al salón, sin apresurarse lo más mínimo, tan d:ulce y regularmente como había venido. Oh!, estos insolentes aprenden desde su infancia, en el seno de su familia, de sus madres, a ofender a los demás. Naturalmente, perdí mi presencia de espíritu... Oh, si no la hubiese perdido!

ó con los mismos billetes en las manos:

ío de Petersburgo. No se le puede recibir: "En otro momento, quizá, cuando el señor esté más desocupado."

Comprendí que estas últimas palabras las había agregado por su cuenta. Pero mi turbación era cada vez mayor; cogí el dinero y me dirigí hacia la puerta; fue por turbáción por lo que lo cogí, puesto que era preciso rechazarlo; pero el criado, deseando naturalmente ofenderme, se permitió una verdadera salida de lacayo: bruscamente, abrió delante de mí la puerta de par en par y, teniéndola muy abierta, pronunció gravemente y recalcando las palabras, cuando pasé delante de él:

ón! - grité levantando el brazo, pero sin dejárselo caer encima -, y tu dueño otro tanto. Díselo inmediatamente - añadí, dirigiéndome rápidamente hacia la escalera.

ñor, el señor podría hacerle conducir ahora mismo a la comisaría con una nota suya. En cuanto a amenazarme, no tiene usted derecho...

é la escalera. La escalera era lujósa, al descubierto, y desde arriba se me podía ver de cuerpo entero mientras bajaba sobre la alfombra roja. Los tres criados salieron y se colocaron en lo alto de la rampa. Naturalmente, decidí guardar silencio: cómo disputar con criados? Llegué abajo sin apresurar el paso y, creo, más bien retrasándolo.

ás hay filósofos (mal rayo los parta!) que dirán que éstas son tonterías, irritación de mocoso; sea, pero para mí era y es una herida, una herida que todavía no está cicatrizada, ni siquiera en el momento presente en que escribo y cuando todo esté ya concluido a incluso vengado. Oh! Lo juro, lo juro! No soy rencoroso ni vengativo. Sin duda, siempre tengo deseos, hasta un grado doloroso, de vengarme cuando se me ofende, pero, lo juro, es solamente por generosidad. Devolver la ofensa con generosidad pero de forma que el otro lo vea, lo comprenda, y heme así vengado. A este respecto, añadiré que no soy vengativo, pero sí rencoroso, aunque generoso: pasa lo mismo en los demás? El caso es que, en aquella época, yo había ido allí con sentimientos generosos, quizá ridículos, sea, pero vale más ser ridículo y magnánimo que no ser ridículo siendo bajo, vulgar y mediocre. De aquel ercuentro con mi " hermano" no le hablé a nadie, ni siquiera a María Ivanovna, ni siquiera a Lisa en Petersburgo; ese encuentro equivalía a una bofetada recibida vergonzosamente. Y he aquí que de pronto me tropezaba con aquel caballero en el momento en que él menos me esperaba. Me sonríe, se quita el sombrero y me dice de improviso amistosamente: "Bonsoir"ía motivos para estar pensativo... Pero el caso era que la herida había vuelto a abrirse.

V

Después de más de cuatro horas pasadas en el é de pronto aprisa y corriendo, como presa de un ataque, naturalmente para ir a casa de Versilov, y naturalmente no lo encontré allí: no había vuelto en absoluto; la nodriza estaba preocupada y me rogó al punto que mandase a llamar a Daria Onissimovna; bueno estaba yo para pensar en eso! Corrí también a casa de mamá, pero no entré, y llamé a Lukeria al vestíbulo; ella me dijo que él no estaba allí y que tampoco Lisa había vuelto. Vi que Lukeria habría querido también hacerme una pregunta y quizás igualmente darme un encargo; pero, bueno estaba yo para pensar en eso! Quedaba una última esperanza: la de si él habría ido a mi casa. Pero yo ya no lo creía así.

ás o menos había perdido la razón. Ahora bien, he aquí que de improviso me encuentro en mi habitación a Alphonsine y a mi casero. Cierto es que salían, y Pedro Hippolitovitch llevaba una vela en la mano.

é significa esto? - le grité casi absurdamente al casero -. Cómo se ha atrevido usted a introducir a esa criatura en mi habitación?

- - exclamó Alphonsine -.

í! - bramé.

y corrió por el pasillo con aire asustado, luego desapareció en un abrir y cerrar de ojos en la habitación de la casera.

ía en la mano, se aproximó a mí con semblante severo:

-Permítame hacerle observar, Arcadio Makarovitch, que se acalora usted demasiado. Por mucho que lo respetemos, la señorita Alphonsine no es una criatura, ni muchísimo menos. Está de visita no en casa de usted, sino en casa de mi mujer. Se conocen desde hace ya algún tiempo.

ómo se ha permitido usted introducirla en mi habitación? - repetí llevándome las manos a la cabeza, que, casi de pronto, había empezado a dolerme de una manera horrible.

é para cerrar la ventana, que había abierto para airear el cuarto, y como proseguíamos con Alphonsine Carlovna nuestra cónversación anterior, ella entró hablando en el cuarto de usted, únicamente para acompañarme.

ía, Lambert es un espía. Tal vez usted también es otro. Y Alphonsine ha entrado en mi habitación para robar algo.

-Como a usted le plazca. Hoy dice usted una cosa, mañana otra. Pero he alquilado mis habitaciones por algún tiempo, y mi mujer y yo nos trasladaremos al despacho; de forma que Alphonsine Carlovna es ahora inquilina aquí, al menos con los mismos derechos que usted.

é espantado.

-No, no a Lambert - sonrió con su larga sonrisa, en la que se leía por demás una cierta firmeza substituyendo al embarazo de por la mañana -, y supongo que usted mismo sabe a quién. Solámente que finge no saberlo nada más que para divertirse, y por eso es por to que se molesta usted. Buenas noches!

í, sí, déjeme, déjeme tranquilo!

án, llorando casi, de forma que me miró asombrado; sin embargo, salió. Le eché el cerrojo a la puerta y me tendí en la cama, la cabeza en la almohada. He aquí cómo transcurrió para mí esta primera y terrible jornada, en las tres últimas jornadas fatales que terminan mis memorias.

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Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
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Notas
Indice de los personajes