Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток).
Tercera parte. Capítulo V

Primera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Tercera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes

ÍTULO V

I

ó su labor y se apresuró a venir a recibirme a su primera habitación, cosa que nunca había sucedido hasta entonces. Me tendió las manos y se ruborizó rápidamente. En silencio, me condujo a su cuarto, volvió a coger su labor a hizo que me sentara a su lado; pero ya no cosía, continuaba mirándome con un interés caluroso, sin decir palabra.

-Me mandó usted a Daria Onissimovna - empecé a quemarropa, un poco molesto además por aquel interés demasiado manifiesto que, por otra parte, resultaba agradable.

Ella tomó de pronto la palabra, sin contestar a mi pregunta:

é todo. Aquella noche terrible... Cuánto debió usted de sufrir! Es verdad, puede ser verdad que lo encontraron a usted sin conocimiento, expuesto a la helada?

-Es que a usted... Lambert...? - farfullé ruborizándome.

ó todo en aquellos momentos; pero yo lo aguardaba a usted: Vino a mi casa espantado. En casa de usted... donde estaba usted en la cama, enfermo, no quisieron dejarlo pasar... lo recibieron de una manera extraña... No sé verdaderamente cómo sucedió aquello, pero él me ha hablado mucho de esa noche; me dijo que al abrir usted los ojos me nombró en seguida... que habló del afecto que me tiene. Me conmoví hasta las lágrimas, Arcadio Makarovitch, e ignoro incluso por qué he merecido tanta simpatía de su parte, sobre todo en el estado en que usted se hallaba. Dígame, el señor Lambert es sú camarada de infancia?

-Sí, solamente que en este caso... confieso que he sido imprudente, tal vez le he dicho demasiado.

él, yo habría sabido ver esa negra y terrible intriga! Yo siempre presentí que lo acorralarían a usted hasta ese extremo. Dígame, es verdad que Bioring se atrevió a levantarle a usted la mano?

Hablaba como si fuera únicamen. te a causa de Bioring y a causa de ella por lo que yo me había encontrado al pie del muro. Y en realidad tenía razón, me dije. Sin embargo, estallé:

í me hubiese puesto la mano encima, no se habría quedado impune, y yo no estaría aquí, delante de usted, sin haberme vengado suficientemente - respondí con calor.

ía querer hostigarme, excitarme contra alguien (yo sabía bien contra quién); y sin embargo me dejaba manejar.

-Si dice usted que había previsto que se me acorralaría hasta ese extremo, lo cierto es que por parte de Catalina Nicolaievna sólo ha habido una equivocación... aunque, verdad es que ella cambió demasiado pronto sus buenos sentimientos hacia mí a causa de esa equivocación...

-Está gracioso eso de que ella cambió bien pronto! -dijo Ana Andreievna con una especie de arrebato de simpatía -. Oh, si supiese usted qué intriga se está tramando ahora! Desde luego, Arcadio Makarovitch, le costará a usted ahora mucho trabajo comprender lo delicado de mi posición - declaró ella enrojeciendo y bajando los párpados -. Desde entonces, desde la misma mañana en que nos vimos por última vez, he dado un paso que todo el mundo no es capaz de comprender y de apreciar como lo comprendería un hombre que tenga como usted la inteligencia todavía intacta; el corazón, amante, fresco y no corrompido. Esté usted seguro, amigo mío, soy capaz de apreciar su adhesión y de pagarla con un eterno agradecimiento. En el mundo, sin duda, me lanzarán la piedra, me la han lanzado ya. Pero incluso si tuvieran razón desde su innoble punto de vista, quién podría, quién se atrevería entre ellos a condenarme? Desde mi infancia estuve abandonada por mi padre; nosotros, los Versilov, una antigua y noble familia rusa, somos aventureros, y estoy comiendo el pan que otros me dan por caridad. No era natural que me dirigiese al que, desde mi infancia, tenía para conmigo el papel de padre y del que no he recibido más que bondades durante tantos años? Dios sólo ve y juzga mis sentimientos respecto a él, no admito el juicio de los hombres en el paso que he dado. Y cuando, además, se trama la más pérfida y más negra de las intrigas, cuando un padre magnánimo y confiado va a ser víctima de su propia hija, se puede soportar eso? No, perderé en ello mi reputación, pero lo salvaré! Estoy dispuesta a hacer en su casa el oficio de criada, de guardiana, de enfermera, pero no dejaré triunfar un cálculo frío, mundano, odioso!

Hablaba con una animación extraordinaria, quizá afectada a medias, pero sincera a pesar de todo, porque se veía hasta qué punto estaba interesada en aquel asunto. Yo comprendía que estaba mintiendo (por lo demás, sinceramente, porque se puede mentir sinceramente) y que era falsa; pero es asombroso lo que pasa con las mujeres: esa especie de buen tono, esas formas superiores, esa altivez mundana y esa orgullosa castidad, todo aquello me desorientaba y estuve de acuerdo con ella en todos los puntos, es decir, mientras permanecí en su casa; a lo menos, no me atreví a contradecirla. Oh, decididamente el hombre es el esclavo moral de la mujer, sobre todo si es magnánimo! Una mujer semejante puede convencer de no importa qué a un hombre generoso. " Ella y Lambert, Dios mío! ", pensaba yo mirándola, perplejo. Por lo demás, lo diré todo: incluso hoy día me hallo incapaz de juzgarla. Bien es verdad que sólo Dios podía ver sus sentimientos, y además el hombre es una máquina tan complicada, que a veces no se comprende nada de él, sobre todo si ese hombre es una mujer,

é espera usted entonces de mí? -- pregunté con aire bastante decidido.

-Cómo? Qué significa su pregunta, Arcadio Makarovitch?

-Me parece, después de todo esto... y después de otras determinadas consideraciones... - expliqué, embrollándome -, que me había usted mandado llamar porque esperaba de mí alguna cosa. Pero, qué, precisamente?

Sin responder a la pregunta, ella se puso a hablar inmediatamente, tan de prisa y con idéntica animación:

ñor Lambert. Era a usted a quien esperaba, y no al señor Lambert. Mi situación es crítica, espantosa, Arcadio Makarovitch! Estoy obligada a usar de la astucia, rodeada como me veo por las intrigas de esta mujer, y es algo insoportable. Me rebajo casi hasta la intriga y lo aguardaba a usted como a un salvador. No se me debe acusar porque mire ávidamente alrededor de mí tratando de descubrir al menos un amigo, y por eso no he podido menos que acoger con alegría a ese amigo; el que pudo, incluso aquella noche, casi helándose, acordarse de mí y repetir solamente mi nombre, ése desde luego me es fiel. Es lo que me ha dicho todo este tiempo, y por eso contaba con usted.

ón impaciente. Y he aquí que de nuevo me faltó el valor para desilusionarla y explicarle francamente que Lambert la había engañado y que yo no le había dicho ni muchísimo menos que yo fuera tan devoto de ella y que de ningún modo había "repetido solamente su nombre". Así, con mi silencio, yo confirmaba la mentira de Lambert. Sé muy bien que ella misma comprendía perfectamente que Lambert había exagerado o incluso le había mentido, únicamente para tener un pretexto honorable para presentarse en su casa y entrar en contacto con ella; si me miraba a los ojos, como convencida de la sinceridad de mis palabras y de mi adhesión, era naturalmente porque ella sabía muy bien que yo no me atrevería a desmentirla, por delicadeza y, por así decirlo, por juventud. Por lo demás, ignoro si esta hipótesis es justa o no. Tal vez me muestro espantosamente perverso,

-Mi hermano tomará mi defensa - declaró ella repentinamente con fuego, al ver que yo no quería contestar.

-Me han dicho que fue usted a verme acompañada por él - balbucí, turbado.

íncipe Nicolás Ivanovitch no tiene ya casi ningún refugio contra toda esta intriga o, por mejor decir, contra su propia hija, si no es la ayuda de usted, es decir, la ayuda de un amigo; no tiene derecho, en realidad, a considerarle a usted, por lo menos a usted, como un amigo? Por tanto, si usted desea hacer algo por él, hágalo, si es que puede hacerlo, si tiene el corazón noble y atrevido... y en fin, si verdaderamente puede usted hacer algo. í, no es por mí, no, es por un desgraciado anciano que, él sólo, le ha querido a usted sinceramente, que le ha tomado cariño como si de su propio hijo se tratara, y que hasta ahora siempre se ha preocupado de usted. Para mí, yo no espero nada, puesto que mi mismo padre ha desempeñado conmigo una comedia tan pérfida y tan malvada.

-Me parece que Andrés Petrovitch - empecé yo. -

és Petrovitch - me interrumpió ella con una sonrisa amarga -, Andrés Petrovitch respondió a mi pregunta franca dándome su palabra de honor de que nunca ha tenido la menor intención respecto a Catalina Nicolaievna, lo que yo creí totalmente cuando di el paso que di; y sin embargo se ha descubierto que sólo estuvo tranquilo hasta la primera noticia sobre un cierto señor Bioring.

-No es eso! - exclamé yo -. Hubo un instante en que, yo también, creí en su amor hacia esa mujer, pero no es eso... Sí, incluso si fuera, me parece que ahora podría estar absolutamente tranquilo... después de la retirada de ese señor.

-Qué señor?

én le ha hablado a usted de su retirada? Ese señor quizá no haya tenido nunca tanta fuerza como ahora - dijo ella riéndose malignamente; me pareció incluso que me miraba, a mí también, con ironía.

-Me lo ha dicho Daria Onissimovna - balbuceé con una turbación que no supe disimular y que ella observó muy bien.

-Daria Onissimovna es una persona encantadora y desde luego yo no puedo prohibirle que me quiera, pero ella no tiene ningún medio para enterarse de lo que no le incumbe. Mi corazón sufrió un choque; y, como ella contaba justamente con despertar mi indignación, la indignación hirvió en mí, no contra la otra mujer, sino, mientras tanto, contra la misma Ana Andreievna. Me levanté.

Como hombre leal debo advertirle, Ana Andreievna, que sus esperanzas... en cuanto a mí... podrían resultar vanas...

ó firmemente -, la defensa de una persona. abandonada por todos... de la hermana de usted, puesto que usted lo quiere; Arcadio Makarovitch!

Un instante después, se deshacía en lágrimas.

-Entonces vale más que no espere usted nada, porque "quizá" nada sucederá - balbucí con un sentimiento infinitamente penoso.

-Cómo debo interpretar esas palabras? - preguntó ella con muchas precauciones.

í: los abandonaré a todos y se acabó! - exclamé bruscamente, casi furioso -. En cuanto al documento, lo haré trizas. Adiós!

é y salí en silencio, sin atreverme casi a mirarla. Pero no había llegado todavía a los escalones más bajos de la escalera, cuando Daria Onissimovna me alcanzaba con una hoja de papel de cartas plegada en dos dobleces. De dónde venía Daria Onissimovna, dónde había estado instalada mientras yo le hablaba a Ana Andreievna, es cosa que no llego a comprender. Sin decir palabra, me entregó el papel y se escabulló. Desplegué la hoja: contenía, en letras limpias y claras, la dirección de Lambert, y por lo visto todo estaba preparado desde hacía algunos días. Me acordé de repente de que el día en. que Daria Onissimovna había venido a mi casa, yo había dejado escapar que no sabía dónde vivía Lambert, pero lo había dicho en el sentido de que "no lo sabía y no quería saberlo". La dirección de Lambert, la sabía ahora por Lisa, a la que le había rogado que se informase en la Oficina de Direcciones. La ocurrencia de Ana Andreievna me.. pareció demasiado decidida, incluso cínica: a pesar de mi negativa a colaborar, ella me enviaba derechamente a casa de Lambert, forma ésta de darme a entender que no creía en mí lo más mínimo. Estaba demasiado claro que ella sabía ya toda la historia del documento: y por quién, sino por Lambert, a cuya casa me enviaba ella justamente para que nos pusiéramos de acuerdo?

"Decididamente, me toman todos, desde el primero hasta el último, por un niñito sin voluntad y sin carácter y del que es posible hacer lo que se quiera", pensaba yo con indignación.

II

A pesar de todo, fui a casa de Lambert. Dónde, si no, habría podido satisfacer mi curiosidad? Lambert vivía muy lejos, en el Kossoi Pereulok, cerca del jardín de Verano, en el mismo departamento amueblado que antes; pero cuando yo me había escabullido de su casa, me había fijado tan poco en el camino y en la distancia, que, al recibir, cuatro días antes, su dirección por mediación de Lisa, me había asombrado y casi me había negado a creer que viviese allí. Ante la puerta de su vivienda, en el tercer piso, conforme yo subía la escalera, via dos jóvenes y pensé que habían llamado antes que yo y que esperaban que se les abriera. Mientras yo subía, los dos, de espaldas a la puerta, me miraban fijamente. "Es un piso amueblado. Sin duda, irán a ver a otros inquilinos", me dije al llegar junto a ellos. Me habría resultado muy desagradable encontrar a alguien en casa de Lambert. Procurando no mirarlos, tendí la mano hacia la campanilla.

ó uno de ellos.

-Espere, haga el favor, antes de tocar! - dijo el otro, con una vocecita sonora y tierna, ligeramente arrastrada -. Vamos a terminar, y luego llamaremos todos juntos, si le parece bien.

óvenes todavía, de veinte a veintidós años. Estaban haciendo allí, delante de la puerta, no sé qué cosa rara, y me esforzaba en comprender, asombrándome. El que había gritado " Espere! " era de estatura muy alta, un metro ochenta por lo menos, delgado y alcohólico, pero muy musculoso, con una cabeza muy pequeña para su estatura y una exprcsión singular, cómicamente sombría, en un rostro ligeramente picado de viruelas, pero bastante inteligente a incluso agradable. Sus ojos miraban con fijeza y con una energía inútil a incluso superflua. Iba muy mal vestido con un viejo capote enguatado, con un pequeño cuello de tejón muy pelado, demasiado corto para su estatura, visiblemente pedido a préstamo, feas botas de aldeano, y, en la cabeza, una chistera de reflejos rojizos y espantosamente deteriorada. En conjunto, un descuidado: las manos, sin guantes, estaban sucias, y las uñas, largas y con luto. Por el contrario, su camarada estaba de veinticinco alfileres: una ligera pelliza de veso, un sombrero elegante, guantes nuevos y claros sobre dedos finos; tenía mi estatura, pero con una expresión extremadamente agradable en su rostro fresco y juvenil.

El muchacho alto se quitaba la corbata, una cinta completamente usada y grasienta, reducida casi al estado de cuerda, mientras que su elegante camarada, sacándose del bolsillo otra negra completamente nueva, recién salida de la tienda, se la ponía a continuación en el cuello. El otro tendía dócilmente y con una terrible seriedad su cuello, muy largo, echándose hacia atrás el capote.

á ningún efecto, sino que parecerás todavía mucho más sucio. Ya lo dije que te pusieras un cuello postizo. No sé.. . Y usted, no sabría usted? - dijo, volviéndose hacia mí.

-El qué? - pregunté.

-Ponerle la corbata. Mire usted, hace falta ponérsela de forma que no se le vea la camisa sucia, de lo contrario se perderá todo el efecto. Acabo de comprarle expresamente una corbata en casa de Felipe, el peluquero, por un rublo.

ó el alto.

í. Ahora no me queda más que un copes. Entonces, no sabe usted? Habrá que pedírselo a Alphonsine.

-Va usted a casa de Lambert? - me preguntó bruscamente el alto.

-Sí, a casa de Lambert - respondí no menos decidido, mirándole a los ojos.

-.Dolgorowkyó él con el mismo tono y la misma voz.

-No, no es Korovkine - respondí con la misma brutalidad, porque había entendido mal.

-Dolgorowky? - gritó casi el alto repitiéndose y avanzando hacia mí, casi amenazador.

ó a reír.

Él dice Dolgorowky, y no Korovkine - me explicó -Ya usted sabe, los franceses del Journal des Débats estropean a menudo los apellidos rusos...

-De épendance (126) - gruñó el alto.

L'Indépendance én. Dolgorukov, por ejemplo, lo escriben Dolgorowky, yo mismo lo he leído, y a V-ov to llaman siempre comte Wallonieff (127).

-ó el alto.

-Sí, hay también un tal Doboyny; lo he leído yo mismo, y los dos nos hemos reído: una cierta rusa, en el extranjero... Solamente, compréndelo, de qué sirve recordarlos a todos? - dijo volviéndose hacia el alto.

-Perdón, es usted el señor Dolgoruki?

-Sí, Dolgoruki. Pero, cómo lo sabe usted?

ó algo al oído del elegante, éste frunció las cejas a hizo un gesto de negación; pero el alto se volvió de repente hacia mí:

-

-Qué mala persona eres! - exclamó el pequeño.

-Nous vous rendons ó el alto, pronunciando groseramente y con torpeza las palabras francesas.

-Es que, mire usted, es un cínico - el pequeño se echó a reír - y querrá usted creer que no sabe hablar francés? Pues se equivoca usted: lo habla como un parisiense, solamente que remeda a los rusos, que siempre tienen unas ganas locas en el gran mundo de hablar francés entre ellos cuando en realidad no lo saben...

- - explicó el alto.

á bien, también en los vagones. Qué fastidiioso eres! Qué necesidad hay de explicarse? Qué gana más tonta de hacerse pasar por un imbécil!

Sin embargo, yo había sacado un rublo y se lo tendí al alto.

-Nous vous rendons ándose el rublo.

éndose de repente hacïa la puerta, con un rostro absolutamente serio a inmóvil, se puso a golpearla con la punta de su enorme bota, por lo demás sin la menor irritación.

-Ah! Otra vez vas a pelearte con Lambert! - observó el pequeño con inquietud -. Será mejor que llame usted con la campanilla.

Llamé, pero el alto no por eso dejó de dar puntapiés.

-Ah! sacré...

ía oír detrás de la puerta. Abrió rápidamente.

-Dites doncs, voulez-vous que je vous casse la tete, mon ami? - le gritó al alto.

-Mon ami, voilà Dolgorowky, l'autre mon ami ó el alto seria y gravemente mirando a la cara de Lambert, rojo de cólera.

ó radicalmente.

-Eres tú, Arcadio! Por fin! Y bien!, cómo estás? Estás curado por fin?

Me agarró las manos y me las estrechó con fuerza. En una palabra, demostró un entusiasmo tan sincero, que inmediatamente me sentí encantado y casi prendado de él.

-Alphonsine! - gritó Lambert.

ó inmediatamente desde detrás del biombo.

-Le voilà!

- exclamó Alphonsine, juntando las manos.

Luego, abriéndolas nuevamente, se lanzaba para abrazarme, pero Lambert me defendió.

á bien! - le gritaba como a un perrito -. Ya ves, Arcadio; hoy nos hemos puesto de acuerdo unos cuantos para comer en casa de los Tatars; no te suelto, vendrás con nosotros. Comeremos. Me desembarazaré inmediatamente de todos éstos, y luego charlaremos. Pero entra! Vamos a salir dentro de un momento. Un minuto solamente.

é y me coloqué en el centro de la habitación, mirando en torno y reuniendo mis recuerdos. Lambert se vestía a toda prisa detrás del biombo. El alto y su camarada entraron también detrás de nosotros, a pesar de lo que había dicho Lambert. Todos estábamos de pie.

-Mademoiselle Alphonsine, voulez-vous me baiser? --- canturreó el alto.

-Mademoiselle Alphonsine ño, avanzando y mostrando la corbata.

Pero ella se lanzó furiosamente contra los dos:

-Ah, le petit vilain! - era al pequeño a quien insultaba -, à la porte tous les deux, savez vous cela?

él con desdén y desprecio, como si realmente tuviese miedo de mancharse (cosa que yo no comprendía, porque él estaba muy limpio y apareció muy bien vestido, una vez despojado de su pelliza), el jovencito le rogó encarecidamente que hiciera el favor de hacerle el nudo de la corbata al zangolotino y además prestarle antes uno de los dos cuellos postizos limpios de Lambert. Ella estuvo a punto de golpearlos de indignación al escuchar era propuesta, pero Lambert, que había oído, le gritó desde detrás del biombo que no los entretuviera y que hiciese lo que le pedían, "de lo contrario, no nos dejarán nunca en paz", y Alphonsine cogió en seguida un cuello postizo y se puso a atender al largo, sin la menor repugnancia. Éste, exactamente igual que en la escalera, tendió el cuello mientras ella le hacía el nudo de la corbata.

-Mademoiselle Alphonsine, avez vous vendu votre bologne? -preguntó él.

-ça, ma bologne?

El pequeño explicó que "" significaba un perrito.

-

-Je parle comme une dame russe sun les eaux minérales - observó ía con el cuello tendido.

-Quest-ce que ça qu'une dame russe sun les eaux minérales..., et où est donc votre jolie montre que Lambent vous a donnée? - dijo ella, volviéndose bruscamente hacia el más joven.

-Cómo?, otra vez sin reloj? -se oyó la voz furiosa de Lambert, detrás del biombo.

ñó le grand dadais.

-Lo he vendido en ocho rublos: era de plata sobredorada, y usted decía que era de oro. Eros relojes valen ahora dieciséis rublos en la tienda -- le respondió el joven a Lambert, justificándose sin ardor.

-Es preciso acabar de una vez! - continuó Lambert, todavía más furioso -. Amiguito, si le compro a usted trajes y si le doy objetos bonitos, no es para que se los gaste en su zangolotino amigo... Qué significa esa corbata que usted le ha comprado?

ás que un rublo, y además no de los de usted. Ël no tenía ninguna corbata. Ahora hace falta comprarle un sombrero.

én un sombrero, pero él se lo gasta todo en seguida en ostras y en champaña; apesta. Es un cerdo. No se le puede llevar a ninguna parte. Cómo lo voy a llevar a comer?

-En coche! - gruñó le dadais -. é (128)

-No les des nada, Arcadio, nada! - volvió a gritar Lambent.

ño, tan furioso, que se puso todo colorado y pareció casi dos veces más guapo -. Y no diga nunca estupideces como las que acaba de decir a Dolgoruki. Reclamo diez rublos para devolverle inmediatamente su rublo a Dolgoruki, y con el resto le compraré un sombrero a Andreiev, va usted a ver.

Lambert salió de detrás del biombo:

-He aquí tres billetes amarillos, tres rublos, y nada más hasta el mantes, y no vuelvan a aparecer por aquí... de lo contrario...

ó el dinero de las manos.

-Dolgorowky, he aquí un rublo, nous vous rendons avec beaucoup de grace. Pierrot, nor vamos! -- le gritó a su camarada.

ándolos en el aire y blandiendo los dos billetes, mientras miraba cara a cara a Lambert, gritó con todas sus fuerzas:

. -Ohé, Lambert!, où est Lambent?, as-tu-vu-Lambent?

-Cállese, cállese! - aulló Lambert con una cólera espantosa.

Vi que en todo aquello había alguna vieja historia que yo ignoraba completamente, y me quedé mirando con asombro. Pero el alto no se asustó lo más mínimo por el enfado de Lambert. Al contrario, aulló todavía con más fuerza: é, Lambert!ón (129). Salieron y llegaron a la escalera. Lambert corrió tras ellos, pero se volvió en seguida.

-Les daré con la puerta en las narices! Me cuestan más de lo que me producen! Vamos, Arcadio! Estoy retrasado. Hay alguien que me espera, una... una persona útil... Un pillo, también... Todos son unos pillos! Los muy canallas! Canallas! - exclamó una vez más, casi rechinando los dientes.

Pero de pronto se contuvo de una manera definitiva.

Delante de la puerta lo esperaba un coche de lujo. Nos acomodamos allí, pero durante todo el camino no llegó a recobrarse del todo de no sé qué extraño furor contra aquellos jóvenes. Yo me asombraba de ver que tomaba la cosa tan en serio y también de que ellos se hubiesen mostrado tan poco respetuosos con Lambert y que Lambert casi hubiera temblado ante ellos. Me seguía pareciendo, según una vieja impresión de la infancia, que todo el mundo debía de tenerle miedo a Lambert, tanto más cuanto que, a pesar de toda mi independencia, seguramente yo le tenía miedo en aquellos instantes.

él desahogando su cólera -. Créeme: ese alto me hizo sufrir un verdadero martirio hace tres días, en la buena sociedad. Se ponía delante de mí a gritar: Ohé, Lambert! ía. Se sabía que era para que yo le diese dinero. Ya puedes figurarte la escena. Se lo di. Oh, son unos sinvergüenzas! Ha sido cadete y lo expulsaron de la Academia, ya puedes formarte una idea; es instruido; se ha criado en una buena casa, en una buena casa, puedes creerme! Tiene ideas, habría podido... Diablos, y es fuerte como un hércules! Hace servicios, pero no muchos. Y, tú mismo puedes comprobarlo, no se lava nunca las manos. Se lo recomendé a una señora, una vieja aristócrata, como arrepentido que quería matarse de remordimiento; fue a verla, se sentó; y se puso a silbar! El otro es un buen muchacho, hijo de un general; su familia se avergüenza de él; lo he salvado del tribunal, le he tendido una mano, y he aquí cómo me paga. No hay nadie decente! Pero, les daré con la puerta en las narices, tan cierto como me llamo Lambert!

-Ellos saben cómo me llamo. Eres tú quien les ha hablado de mí?

-He cometido esa tontería. En la comida, te lo ruego, domínate, quédate en tu sitio... Acudirá otro canalla espantoso. Es un canalla horrible y térriblemente astuto. Por lo demás, aquí no hay más que gentuza; ni un solo hombre honrado! Pero acabaremos, y luego... qué es lo que más te gusta? Bueno, es igual, las comidas son buenas. Soy yo quien paga, no te preocupes. Es una suerte que estés bien vestido. Puedo darte dinero. No tienes más que venir. Figúrate que les he echado de comer y de beber; cada día pastelillos; ese reloj que ha vendido, es ya la segunda vez. Ese pequeño, Trichatov, tú has visto cómo a Alphonsine le da horror incluso de mirarlo y cómo le prohi'be que se acerque a ella, pues bien, ese mismo, en pleno restaurante, delante de unos oficiales, se pone a gritar: " Quiero chochas!" Y ha tenido sus chochas! Sólo que ya me vengaré.

ía en que fuimos contigo al , en Moscú; y me diste un pinchazo con el tenedor? Aquel día llevabas encima más de quinientos rublos.

-Sí, me acuerdo. Diablo, tanto que me acuerdo! Te aprecio... Créeme. Nadie te quiere, pero yo te quiero. Yo únicamente, recuérdalo bien... Habrá uno en la comida, todo marcado de viruelas, que es el más astuto de los bribones; no le respondas si te habla, y, si se pone a hacerte preguntas, respóndele tonterías, no digas nada...

Por lo menos, su turbación le impidió hacerme preguntas durante el trayecto. Incluso me sentí ofendido al verlo tan seguro de mí, sin sospechar en mí la menor desconfianza. Me pareció que se figuraba tontamente poderme dar todavía órdenes como en otros tiempos. "Y para colmo es terriblemente inculto", pensé al entrar en. el restaurante.

III

época de mi vergonzosa caída y de mi libertinaje, y por consiguiente la vista de aquellos salones, de aquellos camareros que me miraban y descubrían en mí a un visitante conocido, en fin, la impresión producida por aquellos misteriosos amigos de Lambert, por esta reunión en medio de la cual me encontraba de repente y a la cual parecía yo pertenecer, y sobre todo un vago presentimiento de que iba voluntariamènte al encuentro de ciertas porquerías y que acabaría sin duda por hacer una mala acción, todo aquello me atravesó de repente. Hubo un instante en que estuve a punto de marcharme, pero ese instante pasó y me quedé.

El "marcado por la viruela" a quien tanto temía Lambert estaba ya esperándonos. Era uno de esos individuos de apariencia estúpidamente afanosa y práctica que tanto detesto desde mi infancia; de unos cuarenta y cinco años, estatura mediana, algunos pelos blancos, una cara imberbe hasta la obscenidad y pequeñas patillas grisáceas cortadas al ras, como dos salchichas, sobre las dos mejillas de un rostro extraordinariamente aplastado y desagradable. Como le correspondía, era aburrido, serio, poco locuaz a incluso, según la costumbre de todos estos individuos, altanero. Me estuvo mirando con mucha atención, pero no dijo palabra, y Lambert cometió la torpeza de, a pesar de sentarnos en la misma mesa, no creer necesario hacer las presentaciones. Así, el otro pudo tomarme por uno de aquellos chantajistas que acompañaban a Lambert. A tales jóvenes (llegados casi al mismo tiempo que nosotros) tampoco les dijo nada en toda la comida, pero se veía sin embargo que los conocía íntimamente. No le hablaba más que a Lambert, y para eso casi cuchicheando, y por otra parte Lambert era poco más o menos el único que hablaba, contentándose el marcado por la viruela con responder de tarde en tarde, con palabras molestas y provocativas. Tenía una actitud altanera, era mordaz y burlón, y parecía dedicarse todo el tiempo a meterle prisa, sin duda para que participara en determinada empresa. Una vez, tendí la mano hacia una botella de vino tinto; el marcado por la viruela cogió una botella de jerez y me la tendió; todavía no me había dirigido la palabra.

-Pruebe usted de éste - invitó, tendiéndome la botella.

Entonces adiviné que él también debía de saber todo lo que humanamente se podía saber de mí, y mi historia, y mi nombre, y quizá para qué contaba Lambert conmigo. La idea de que me tomaba por un empleado de Lambert me enfureció una vez más y leí en el rostro del último una inquietud muy fuerte y muy estúpida en cuanto el otro me dirigió la palabra. El picado de viruelas lo notó y se echó a reír. "Decididamente, Lambert depende de todos ellos", me dije, detestándolo en aquel momento con todo mi corazón. Así, pues, aunque sentados a la misma mesa, estábamos divididos en dos grupos: el marcado por la viruela con Lambert, cerca de la ventana, el uno frente al otro; yo al lado del grasiento Andreiev y, frente a mí, Trichatov. Lambert tenía prisa por acabar continuamente estaba azuzando al camarero. En cuanto se sirvió el champaña, tendió de pronto su copa hacia mí:

ón con el picado de viruelas.

ítame a mí también brindar con usted - dijo el elegante Trichatov tendiéndome su copa por encima de la mesa.

Hasta llegar al champaña, él había estado pensativo y silencioso. El dadais ía absolutamente nada, pero comía en silencio y mucho.

-Con mucho gusto! --le respondí a Trichatov.

-Pues lo que es yo, yo no beberé a su salud - dijo de repente el volviéndose hacia mí -. No es que le desee la muerte, es para que no beba usted más hoy.

Pronunció estas palabras sombría y sentenciosamente. Continuó:

á bien con tres copas. Veo que está usted mirando mí puño sucio, eh? - continuó, exponiendo su puño sobre la mesa -. No me lo lavo y se lo alquilo tal como está, sin lavar, a Lambert, para romper las cabezas de los demás en los asuntos que se le ponen de mala manera.

ñetazo tan violento, que saltaron los platos y los vasos. Además de nosotros, había en aquella sala otras cuatro mesas de comensales: oficiales y señores distinguidos. Era un restaurante a la moda; instantáneamente, todas las conversaciones se interrumpieron y todas las miradas se dirigieron a nuestro rincón. Por lo demás, desde hacía ya largo rato, despertábamos una cierta curiosidad. Lambert se sonrojó violentamente.

-Ah!, he aquí que empieza otra vez! Me parece, Nicolás Semenovitch, que le rogué bien claramente que se reprimiera! - declaró, en un cuchicheo furioso, dirigiéndose a Andreiev.

El otro le clavó una mirada larga y lenta.

-No quiero que mi nuevo amigo Dolgorowky beba hoy demasiado vino.

ó todavía más. El picado de viruela prestaba oído atentamente y en silencio, pero con visible satisfacción. La ocurrencia de Andreiev le agradaba. Yo era el único que no comprendía por qué no debía beber más.

-Es sencillamente para que le dé más dinero! Recibirá usted todavía siete rublos, me entiende?, después de la comida, pero ahora déjenos terminar y no nos comprometa! - dijo Lambert rechinando los dientes.

-Ah, ah! . - mugió victoriosamente el dadais.

ó decididamente al marcado por la viruela, que soltó una risita.

ás exagerando...! --le dijo Thichatov a su amigo con inquietud y casi con dolor, queriendo visiblemente contenerlo.

Andreiev se calló, pero no por mucho tiempo; eso no iba con él. A cinco pasos de nosotros, en la segunda mesa, estaban comiendo dos señores que sostenían una animada conversación. Eran señores de edad madura y de aspecto extremadamente susceptible. Uno, alto y corpulento; el otro, muy gordo también, pero bajito. Hablaban en polaco sobre los últimos acontecimientos de París. Desde hacía ya largo rato, el dadaís ído. El polaco bajito le produjo sin duda el mismo efecto que un personaje cómico, a inmediatamente le tomó odio, como les pasa a todos los individuos biliosos y enfermos del hígado, en los que eso se produce siempre bruscamente, incluso sin motivo alguno. De repente, el polaco bajito pronunció el nombre del diputado Madier de Montjau, pero, según la costumbre de muchos polacos, lo pronunció a la polaca, es decir, acentuando la penúltima sílaba, lo que sonaba Mádier de Móntjau (131). No le hacía falta más al dadaisó hacia los polacos, e, irguiéndose gravemente, con voz alta y clara, dijo, como si hiciera uná pregunta:

-Mádier de Móntjau?

-Qué desea usted? - gritó en ruso el polaco alto y corpulento, en tono amenazador.

El dadais

ádier de Móntjau? - repitió en forma tal que lo oyera toda la sala, sin dar más explicaciones, exactamente como hacía un momento; ante la puerta, me había repetido estúpidamente, avanzando hacia mí: Dolgorowky?

Los polacos se sobresaltaron. Lambert se levantó y pareció que iba a lanzarse sobre Andreiev. Pero, abandonándolo, se precipitó cerca de los polacos y se confundió en excusas.

-Son payasos, demontre, payasos! -- repetía, despreciativo, el polaco bajito, todo colorado de indignación como una cereza -. Bien pronto, no habrá forma de venir aquí!

Toda la sala se agitaba, por todas partes se oían murmullos, pero, más todavía, risas.

ámonos! - balbuceaba Lambert completamente trastornado, tratando de empujar a Andreiev fuera de la sala.

El otro, después de haberle lanzado a Lambert una mirada inquisitiva y adivinado que ahora le daría dinero, consintió en seguirlo. Sin duda, más de una vez lo había extorsionado con aquel procedimiento cínico. Trichatov quería también correr detrás de ellos, pero me miró y se detuvo.

-Ah, qué cosa más sucia! - dijo, tapándole los ojos con sus delicados dedos.

--Bien sucia, en efecto! - murmuró el picado de viruelas, esta vez con aire descontento.

ía puesto casi blanco y, con visajes animados, le cuchicheaba algo al picado de viruelas. Este había ordenado ya que trajesen lo antes posible el café. Escuchaba con aire desdeñoso. Se veía que habría querido irse. Y sin embargo toda aquella historia no era más que una chiquillada. Trichatov, con su taza de café, se vino a mi lado y se sentó cerca de mí.

ésemos estado tratando de aquel tema -. No podría usted creer lo desgraciado que es. Se ha comido y bebido la dote de su hermana, en. general se les ha comido y bebido todo durante el año que estuvo haciendo el servicio, y veo que ahora se atormenta. Si no se lava, es por pura desesperación. Se le ocurren ideas locas: le dice a uno de repente que ser bribón o ser hombre honrado es la misma cosa, que no hay diferencia; que no hace falta hacer nada, ni para bien, ni para mal; se puede hacer indistintamente el bien o el mal, pero lo mejor es quedarse acostado sin desnudarse un mes entero, beber, comer y dormir, sin preocuparse de nada. Pero, créame, todo eso lo dice solamente por decirlo. Y mire usted, yo creo incluso que la tontería que acaba de hacer, la ha hecho para romper definitivamente con Lambert. Ayer mismo me lo decía. Creerá usted que a veces, por la noche o cuando se queda mucho tiempo solo, se echa a llorar? Y, mire, cuando llora, es a su manera, como no llora ninguna otra persona: aúlla, lanza aullidos espantosos, y es todavía más digno de compasión... Un hombre tan alto y tan fuerte, que se pone a aullar... Qué desgraciado!, verdad? Yo quiero salvarlo, pero yo mismo soy un tipo tan asqueroso, un muchacho perdido, no puede usted formarse idea. Me dejará usted entrar en su casa, Dolgoruki, si voy alguna vez a verlo?

-Desde luego, me es usted muy si. mpático.

-Y por qué eso? En fin, gracias. Escuche, tomemos otra copa. Pero, qué digo? No beba usted. Él tenía razón: no debe usted beber más -. me lanzó una mirada expresiva -, pero yo sí beberé. A mí no me causa efecto, y no puedo contenerme en nada. Dígame que no debo comer en los restaurantes, pues bien, estoy dispuesto a todo con tal de seguir comiendo en ellos. Oh!, queremos ser sinceramente honrados, se lo aseguro. Sólo que siempre lo aplazamos para más tarde,

ños pasan, los años mejores! (132), pero tengo mucho miedo por él: se ahorcará. Irá a ahorcarse sin decírle nada a nadie. Está hecho así. Hoy todo el mundo se ahorca. Quién sabe? Tal vez hay rnuchos como nosotros. Yo, por ejemplo, no puedo vivir de ninguna manera si no tengo dinero de más. El dinero superfluo me es mucho más necesarío que el dinero indispensable. Escuche, le gusta a usted la música? A mí me gusta con locura. Le tocaré algo cuando vaya a verlo. Toco muy bien el piano, y he estudiado mucho tiempo. He estudiado seriamente. Si compusiera una ópera, sabe usted?, elegiría un tema del (133). Me gusta mucho ese tema. Construyo siempre una escena en una catedral, de esa forma, en mi cabeza solamente; me la imagino. Una catedral gótica, el interior, los coros, los himnos, Margarita entra y, ya comprende usted, coros medievales, que se percibía en ellos el siglo XV. Margarita está melancólica: primeramente un recitativo en voz baja, pero terrible, torturante. Y los coros retumban con un canto sombrío, severo, indiferente:

y de repente, la voz del diablo, el canto del diablo. Es invisible, no hay más que su canto, al lado de los himnos, con los himnos, casi coincidiendo con ellos, y sin embargo completamente diferente, eso es lo que hay que conseguir. El canto es largo, infatigable, es un tenor, un tenor de cuerpo entero. Comienza dulcemente, tiernamente: " Te acuerdas, Margarita, de cuando, todavía inocente, todavía niña, venías con tu mamá a esta catedral y balbuceabas plegarias leídas en un viejo libro?" Pero el canto se hace cada vez más fuerte, cada vez más apasionado, más ardiente. Las notas son más altas: se perciben allí lágrimas, un tedio inagotable y sin fin, y, por último, la desesperación: " Nada de perdón, Margarita! Nada de perdón aquí para ti! " Margarita quiere rezar, pero de su pecho no se escapan más que gritos, ya usted sabe, cuando a fuerza de lágrimas se tiene convulsiones en el pecho, y el canto de Satanás no se calla nunca, penetra cada vez más profundamente en el alma como la punta de una espada, es cada vez más alto, y de pronto se interrumpe con este grito: " Todo ha terminado, maldita! " Margarita cae de rodillas, junta las manos al frente, y entonces es cuando llega su oración, algo muy corto, un semirrecitativo, pero ingenuo, sin arte, algo Poderosamente medieval, cuatro versos, cuatro versos solamente, Stradella (134) tiene notas por ese estilo, y, con la última nota, la apoteosis! Un desmayo. La levantan, se la llevam entonces, súbitamente, el trueno del coro. Un relámpago, un coro. inspirado, triunfante, abrumador, algo por el estilo de nuestro himno de los Querubines (135). Todo se ve sacudido hasta sus cimientos y todo termina en un hosanna. ía que es el grito de todo el universo mientras se la llevan. Se la llevan, y el telón cae. Sí, mire usted, si yo fuera capaz, haría algo. Sólo que no sirvo para nada. Me contento con soñar. Siempre estoy soñando! Toda mi vida no es más que un sueño, por las noches sueño también. Ah!, Dolgoruki, ha leído usted én de Antigüedades, de Dickens? (136).

-Sí, sí, por qué?

-Recordará usted que... Espere, me tomaré otra copa. Recordará usted aquel pasaje, hacia el final, en que los dos, aquel viejo loco y la encantadora niñita de trece años, su nieta, encuentran ún refugio, después de su fuga fantástica y de sus peregrinaciones en algún sitio remoto de Inglaterra cerca de una vieja catedral gótica, donde la niña consigue un empleo: el de enseñar la catedral a los visitantes. Un día, el sol se está poniendo y esa niña, de pie en el pórtico de la catedral, inundada por los últimos rayos, mira el ocaso con una dulce y pensativa contemplación en su alma infantil, en su alma asombrada, como si se encontrara frente a un enigma, porque, no son enigmas el Sol pensado por Dios, y la catedral pensada por los hombres? No es eso verdad? . Oh!, no conaigo explicarme bien, pero a Dios le gustan estos primeros pensamientos de los niños... Y allí, cerca de ella, sobre los escalones, aquel viejo loco, su abuelo, la contempla con una mirada fija... Mire usted, no hay en eso nada de extraordinario, en esa escena de Dickens, solamente que uno no la olvidará nunca, y ha permanecido en toda Europa. Por qué? He ahí lo que es hermoso! Porque está la inocencia! Ah!, tampoco yo sé lo que hay, lo único que sé es que es bello. En el Instituto, yo siempre estaba leyendo novelas. Mire usted, tengo una hermana en el campo, sólo me lleva un año... Ahora lo han vendido todo y ya no tenemos campo. Estábamos juntos en la terraza, bajo nuestros viejos tilos, leyendo esa novela, y el sol también se ponía: de repente, dejamos de leer y nos dijimos el uno al otro que también nosotros seríamos buenos, seríamos bellos... Yo me preparaba entonces para entrar en la Universidad. . , Es que, mire usted, Dolgoruki, cada cual tiene sus recuerdos...

ó su bonita cabeza sobre mi hombro y se deshizo en lágrimas. Me dio lástima, mucha lástima de él. Sin duda había bebido mucho vino, pero me hablaba tan sinceramente, tan fraternalmente, con tanto sentimiento... Y, en aquel instante, se oyó en la calle un grito y grandes golpes en la ventana (las ventanas eran de una sola pieza, grandes y situadas en la planta baja, de forma que se las podía golpear desde la calle).

-Ohé, Lambert! Où est Lambert? As-tu vu Lambert?

Ese grito salvaje hizo irrupción desde la calle.

-Ah! Pero es que todavía está aquí! No se ha marchado entonces! - exclamó el pequeño, levantándose de su sitio.

ó Lambert al camarero.

ólera cuando pagó la cuenta, pero el picado de viruelas no le permitió que pagase su parte.

-Y por qué? Soy yo quien le he invitado, y usted ha aceptado la invitación.

-No, permítame.

ó su portamonedas y, después de haber hecho el cálculo, pagó su parte.

-Me está usted ofendiendo, Semen Sidorytch.

é! - cortó Semen Sidorovitch.

Cogió su sombrero y, sin decirle hasta la vista a nadie, salió solo de la sala.

ó su dinero al camarero y se apresuró a correr tras el otro, incluso olvidándome en su trastorno. Trichatov y yo salimos los últimos. Andreiev estaba plantado delante de la puerta como un poste, y aguardaba a Trichatov.

-Sinvergüenza! - dijo Lambert, que no podía ya contenerse.

-Qué es eso? - rugió Andreiev; y, con un revés de la mano, le hizo caer el bombín, que rodó por la acera.

ó humildemente a recogerlo.

-- dijo Andreiev, mostrándole a Trichatov el billete que acababa de sacarle a Lambert.

-Basta! - le gritó Trichatov -. Por qué has de andar siempre formando escándalo? Y por qué le has pedido veinticinco rublos? No te debía más que siete.

-Por qué? Me prometió que íbamos a comer en un reservado, con mujeres, y en lugar de mujeres nos ha traído a ese picado de viruelas. Además, no he acabado de comer y ha hecho que me hiele aquí en la calle, precisamente por dieciocho rublos. Con los siete rublos que nos debía, hace un total de veinticinco.

áyanse los dos al diablo! - aulló Lambert -. Les despido a los dos y ya les mostraré...

á una lección - gritó Andreiev -. Adieu, mon prince! No bebas más vino! Pierrot, adelante, en marcha! é, Lambert! Où est Lambert? As-tu vu Lambert? ó una vez más, alejándose a pasos de gigante.

-Entonces, yo iré a casa de usted, me permite? -- me balbuceó a toda prisa Trichatov, obligado a seguir a su amigo.

él como si le costara trabajo recobrar el aliento a incluso como transportado.

-Ir adónde? No iré contigo a ninguna parte! - me apresuré a gritar con tono provocativo.

ómo es eso? - preguntó él temerosamente, de pronto vuelto en sí -. Pero si precisamente yo esperaba que nos quedásemos solos!

-Pero, adónde, ir?

ía la cabeza también un poco trastornada, después de tres copas de champaña y dos vasitos de jerez.

í, aquí, ves?

-Pero ahí hay ostras frescas, ya lo ves, lo pone el letrero. Eso huele mal.

és de comer, pero es la tienda de Miliutine. Ostras no comeremos, pero pagaré el champaña.

ú quieres hacerme beber.

-Son ellos los que te han dicho eso. Se han burlado de ti. Vas a crees a esos sinvergüenzas?

-No, Trichatov no es un sinvergüenza. Por otra parte, también yo sabré ser prudente. Eso es!

ácter?

í, tengo carácter, un poco más que tú puesto que tú eres esclavo del primero que llega. Nos has cubierto de vergüenza, has pedido perdón, como un lacayo, a esos polacos. Es que te han pegado mucho en las tabernas?

-Pero tenemos que hablar, imbécil! - gritó con una impaciencia despreciativa que parecía decir: "Tú también?" -. Es que tienes miedo? Eres amigo mío o no?

ú no eres más que un bribón. Pues bien, vamos! Quiero solamente demostrarte que no te tengo miedo. Ah! Qué mal huele esto, esto huele a queso! Qué porquería! (137).

Primera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
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Notas
Indice de los personajes

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