Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток).
Tercera parte. Capítulo VII

Primera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Tercera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes

ÍTULO VII

I

ás que eso. Cogí mi pelliza y, poniéndomela al vuelo, me escabullí con esta idea: "Ella quiere que vaya junto a él, pero dónde lo encontraré?"

ás de todo el resto, yo estaba impresionado por esta cuestión: "Por qué piensa ella que ahora los tiempos han cambiado y que él la dejará tranquila? Seguramente porque él va a casarse con mamá, pero qué tiene ella que ver? Se alegra ella de que se case con mamá o, por el contrario, se siente desgraciada por eso? No será de eso de lo que proviene su histerismo? Que no sea yo capaz de resolver este problema! "

ó entonces el espiritu, de memoria, literalmente: es importante. Aquella tarde fue fatal. A pesar de uno mismo se llega a creer en la predestinación: no había dado yo cien pasos en dirección a la vivienda de mamá cuando me tropecé con aquel a quien buscaba. Me cogió por el hombro y me detuvo.

ú? - exclamó gozosamente y, al mismo tiempo, con el mayor asombro-, figúrate que he ido a tu casa - dijo él rápidamente -, te he buscado, he preguntado por ti: ahora solamente tengo necesidad de ti en todo el universo! Tu burócrata me ha contado no sé qué historia; pero tú no estabas allí, y me he marchado, incluso olvidándome de dejarle el encargo de que corrieses inmediatamente a mi casa. Pues bien, mientras caminaba, tenía la convicción indestructible de que la suerte no podía menos que colocarte en mi camino en el momento en que me eras tan necesario. Y eres la primera persona con que tropiezo! Vamos a mi casa. Tú no has venido nunca a mi alojamiento...

ábamos el uno al otro y a los dos nos había sucedido una aventura idéntica. Apresuramos el paso.

ó más que algunas cortas frases: había dejado a mamá con Tatiana Pavlovna, etc., etc. Me conducía llevándome de la mano. Él no vivía lejos de allí y llegamos pronto. En efecto, yo no había ido nunca a su casa. Era un pequeño apartamiento de tres habitaciones, que él tenía en alquiler (o más exactamente, que tenía en alquiler Tatiana Pavlona) únicamente para "el niño de pecho". Este alojamiento había estado siempre bajo el control de Tatiana Pavlovna y había allí una muchacha con el niño (y, ahora, Daría Onissimovna); pero siempre había habido allí una habitación para Versilov, la primera al entrar, bastante espaciosa y bastante bien amueblada, una especie de sala de lectura y de tra, bajo. Había allí en efecto, sóbre la mesa, en un armario y sobre estanterías, una gran cantidad de libros (en el apartamiento de mamá no había casi ninguno); había papeles cubiertos de escríturas, mazos de cartas: en resumen, todo eso parecía una vivienda habitada desde hacía mucho tiempo, y sé que Versilov, ya otras veces (aunque bastante raramente), se mudaba de vez en cuando a ese apartamiento para vivir allí durante semanas enteras. El primer objeto que retuvo mi atención fue un retrato de mamá colgado encima de la mesa escritorio, en un magnífico marco de madera tallada; una fotografía tomada, evidentemente, en el extranjero, un objeto de gran precio, a juzgar por sus inusitadas dimensiones. Yo no conocía ese retrato y no había oído jamás hablar de él hasta entonces, pero lo que me asombró sobre todo fue su extraordinario parecido, parecido espiritual, por decirlo así: se hubiera dicho un verdadero retrato hecho por la mano de un artista, y no una prueba mecánica. Tan pronto entré, me quedé contemplándolo a pesar mío.

ía Versilov.

ía decir: "No es verdad que se parece muchísimo?" Me volví hacia él y me quedé asombrado por la expresión de su rostro. Estaba un poco pálido, pero su mirada tensa y cálída brillaba de felicidad y de energía: yo no le conocía todavía esta expresión.

ía que usted quisiera tanto a mamá! - lancé de repente, entusiasmado.

ás también algo de sufrimiento, o, para expresarlo con más claridad, un sentimiento humano, superior... no sé cómo explicarlo; pero las personas de elevada cultura, me parece, no pueden tener la expresión triunfal y victoriosamente feliz. Sin responder, cogió con las dos manos el retrato, se lo acercó y lo besó. Después lo colgó de nuevo tranquilamente en la pared.

íjate - dijo -, las fotografías se parecen muy pocas veces, y eso se comprende; el original, es decir, cada uno de nosotros, es tan raro que se parezcá a sí mismo... No hay más que pocos instantes en que el rostro refleje el rasgo esencial del hombre, su pensamiento más característico. El artista estudia el rostro y adivina esta idea esencial, incluso si, en el momento en que pinta, ésta no está marcada en el rostro. La fotografía, ella sí, sorprende al hombre tal como es, y es muy posible que en ciertos momentos Napoleón hubiera sido sórprendido con expresión estúpida, y Bismarck, con expresión tierna. Pero aquí, en esta fotografía, el sol ha. cogido como por azar a Sonia en un instante esencial, púdico, dulcemente enamorada, con su castidad un poco salvaje, temerosa. Cuán feliz estaba ella entonces, una vez se convenció de que yo deseaba tanto tener su retrato! Esta fotografía no es de hace mucho tiempo, pero, de todas formas, ella era entonces más joven y más bonita; y sin embargo tenía ya esas mejillas hundidas, esas arrugas en la frente, esa timidez temerosa en la mirada, cosas que no hacen más que crecer con los años, más y más marcadas. Lo creerás, mi pequeño? Yo soy casi incapaz ahora de representármela con otro rostro. Y sin embargo ella ha sido, también ella, joven y encantadora! Las mujeres rusas se afean rápidamente, su belleza no hace más que pasar y desde luego eso no procede solamente de ciertas particularidades etnográficas, sino también de que saben amar sin freno. De golpe, la mujer rusa se entrega toda, si ama, para el instante y para el destino, para el presente y para el porvenir: no saben ahorrar, no hacen reservas, y su belleza pasa rápida a aquellos a quienes aman. Esas mejillas hundidas son también belleza que me ha sacrificado para mi corta alegría. Estás contento de que yo haya amado a tu madre; quizá no creías que yo la hubiese amado? Sí, amigo mío, la he querido mucho, pero no le he hecho más que daño. Allí hay otro retrato. Toma, míralo también!

ó de encima de la mesa y me lo tendió. Era también una fotografía, de tamaño infinitamente más reducido, en un pequeño marco de madera, fino y ovalado: un rostro de muchachita, flaco y tísico, y a pesar de todo, bonito; pensativo y, al mismo tiempo, extrañamente desprovisto de pensamientos. Los rasgos, regulares, de un tipo afinado por las generaciones, pero que dejaban una impresión de debilidad: se habría creído que esta criatura había sido atrapada bruscamente por alguna idea fija, dolorosa por estar más allá de sus fuerzas.

Ésa... es la jovencita con la que quiso usted casarse allí y que murió tísica...? Su hijastra?'-dije un poco tímidamente.

í, yo quería casarme con ella, murió tísica, era su hijastra. Yo sabía que tú sabías... Son murmuraciones. Por lo demás, áparte de las murmuraciones, aquí no podrás enterarte de nada. Deja ese retrato, amigo mío, es una pobre loca y nada más.

én, creo. Tuvo un niño del príncipe Sergio Petrovitch (por locura y no por amor; es uno de los actos más innobles del príncipe Sergio Petrovitch): ese niño está ahora aquí, en esta habitación, y desde hace mucho tiempo yo quería enseñártelo. El príncipe Sergio Petrovitch no se ha atrevido a venir aquí a ver a su hijo; es el convenio que habíamos hecho en el extranjero. Yo lo he recogido en mi casa, con el permiso de tu madre. Con el permiso de tu madre, yo quería también casarme con... esa desgraciada...

ía una mujer para los demás; pero para mama... No creeré nunca que mama no haya estado celosa! - exclamé.

ón. Me di cuenta de eso cuando todo estaba ya acabado, es decir, una vez dado el permiso. Pero dejemos eso. La cosa no llegó a realizarse a causa de la muerte de Lidia, y quizá no se hubiera llegado a realizar tampoco si hubiera vivido. Como quiera que sea, ni aun ahora dejo venir a tu madre a ver al niño. No es más que un episodio. Querido mío, hace ya mucho tiempo que te esperaba aquí. Desde hace mucho tiempo, yo soñaba con un encuentro aqui entre nosotros; sabes tú desde hace cuánto tiempo? Dos años.

ó, con una mirada sincera y verídica, con un caluroso impulso del corazón. Le cogí la mano:

é tardó usted, por qué no me llamó? Si supiese usted lo que ha pasado... y que no habría pasado si usted me hubiese hecho un signo cualquiera...

ño, que dormía.

íralo - dijo Versilov -. Lo quiero y he dicho que lo traigan, aposta para que lo veas. Ahora, llévatelo, Daria Onissimovna. Siéntate a la vera del samovar. Me imaginaré que siempre hemos vivido así, tú y yo, y que todas las tardes nos reuníamos de esta forma, sin separarnos jamás. Déjame mirarte: ponte así, que yo te vea la cara. Cómo me gusta tu cara! Cómo me la imaginaba ya, cuando esperaba que vinieses de Moscú! Me preguntas por qué no he mandado a buscarte desde hace tanto tiempo. Espera; vas, tal vez, a comprender ahora.

á solamente la muerte de ese viejo lo que le ha soltado la lengua? Es raro...

é esta frase, pero no por eso lo miraba con. menos cariño. Charlábamos como dos amigos, en el sentido superior y completo de la palabra. Me había traído aquí para explicarme, para contarme, para justificarse... Pero, antes de pronunciar una palabra, todo estaba ya claro y justificado. Me dijera de lo que me dijese, el resultado estaba ya conseguido, lo sabíamos los dos con alegría, y nos mirábamos.

ó él -, no es solamente su muerte; hay también otra cosa que ha obrado en el mismo sentido... Dios bendiga este instante y toda nuestra vida, desde ahora y para siempre! Hablemos, querido mío. Yo divago siempre, me distraigo, quiero hablar de una cosa y me pierdo en mil detalles que nada tienen que ver. Es lo que pasa siempre cuando el corazón está rebosando... Pero hablemos; ha llegado el momento, y hace mucho tiempo que te quiero, hijo mío.

ó hacia atrás sobre el respaldo de su butaca y me examinó una vez más desde los pies a la cabeza.

é extraño es esto! Qué raro resulta oírlo! - repetíe yo, ahogado en un transporte de alegría.

í que, de pronto, recuerdo, reapareció en su rostro su pliegue ordinario de pena y de burla al mismo tiempo, pliegue tan conocido por mí. Se enrigideció y empezó con cierto esfuerzo.

II

í, Arcadio: si yo te hubiese llamado antes, qué te habría dicho? Esta pregunta es toda mi respuesta.

á y padre mío, mientras que entonces... no habría usted sabido qué decirme sobre mi situación social? Es eso?

ía visto obligado a callarte. Hay muchas cosas ridículas, humillantes incluso porque se parecen a manejos de prestidigitadores, sí, a movimientos de saltimbanquis. Cómo habríamos podido comprendernos el uno al otro, cuando yo no me he comprendido a mí mismo más que hoy, a las cinco de la tarde, exactamente dos horas antes de la muerte de Makar Ivanovitch? Veo que me miras con un asombro penoso. No te inquietes: to explicaré lo sucedido. Pero lo que he dicho es perfectamente justo: toda una vida pasada en peregrinaciones y dudas, y de pronto la solución de todo, tal día, a las cinco de la tarde. Es incluso molesto, no te parece? No hace aún mucho tiempo, me habría sentido verdaderamente ofendido por eso.

ía, fuertemente marcado, el viejo pliegue de Versilov, que no habría querido volver a encontrar aquella noche después de las palabras ya pronunciadas. De repente exclamé:

ío! Ha recibido usted hoy algo... de ella, a las cinco?

ó fijamente y, visiblemente extrañado por mi exclamación y quizá también por mi expresión: "de ella", dijo con una sonrisa pensativa:

ás todo. Y naturalmente no te ocultaré nada de lo que haga falta, puesto que para eso es para lo que to he traído aquí. Pero ya volveremos a eso más tarde. Ya lo ves, amigo mío, desde hace mucho tiempo yo sabía que tenemos hijos que, desde su infancia, se hacen preguntas sobre su familia, se sienten heridos por la fealdad de su padre y de su medio ambiente. En la escuela he notado ya la presencia de esos niños inquietos y deduje entonces que eso procedía de que ellos habían conocido la envidia demasiado pronto. Y era porque yo mismo formaba parte del número de esos niños, pero... perdón, querido mío, estoy terriblemente distraído. Quería solamente decir lo mucho que todo este tiempo he estado temiendo aquí constantemente por ti, casi todo este tiempo. Te he visto siempre como una de esas pequeñas criaturas, pero convencidas de su talento y refugiándose en el aislamiento. Yo también, lo mismo que tú, no he querido nunca a mis camaradas. Desgracia de esas criaturas, abandonadas a sus solas fuerzas y a sus sueños y dotadas de una sed apasionada, demasiado precoz y casi vindicativa, de belleza; sí: "vindicativa"! Pero basta, querido mío, una vez más me he desviado... Incluso antes de empezar a quererte, yo te veía ya con tus sueños de aislado, de salvaje... Pero basta; he olvidado verdaderamente de qué quería hablarte... Por lo demás, todo esto también había que decirlo. Antes, antes, qué te habría podido decir? Ahora veo tu mirada fija en mí y sé que es mi hijo quien me mira. Todavía ayer, yo no podía creer que un día me sorprendería, como hoy, de estar hablando con mi hijo.

ído y al mismo tiempo parecía profundamente emocionado.

ñar ni de fantasear, ahora me basta con tenerle a usted! Le seguiré! - dije, entregándome a él con toda mi alma.

í? Pero precisamente hoy han acabado mis peregrinaciones: llegas con retraso, querido mío. Hoy es el fin del último acto, cae el telón. Este último acto ha durado largo tiempo. Comenzó hace mucho tiempo, la última vez que me marché al extranjero. Entonces lo abandoné todo y, sábelo, amigo mío, abandoné entonces a to madre y se lo declaré. Debes saberlo. Le expliqué que me iba para siempre, que ella no me volvería a ver jamás. Lo peor es que se me olvidó incluso dejarle dinero. Tampoco en ti pensé un solo instante. Me fuí con la intención de quedarme en Europa, querido mío, y de no volver nunca a casa. Emigré.

ún complot, no? - exclamé, incapaz de contenerme.

ío, no he participado en ningún complot. He visto brillar tus ojos; me gustan tus exclamaciones, querido mío. No, me marché simplemente por aburrimiento. Como consecuencia de un aburrimiento repentino. Era el aburrimiento del aristócrata ruso, no encuentro una expresión mejor. Un aburrimiento de gentilhombre ruso, y nada más.

ón del pueblo? - musité, anhelante.

ú crees que yo echaba de menos la servidumbre? Que no podía soportar la liberación del pueblo? Pues no, amigo mío, por lo demás fuimos nosotros quienes lo liberamos. Emigré sin el menor resentimiento. Acababa de ser mediador de paz, y había prodigado mis mejores esfuerzos; había trabajado con desinterés y, si me fui, tampoco fue porque me hubieran recompensado mal mi liberalismo. Entonces no se recompensó a ninguno de los nuestros, quiero decir a gente como yo. Me marché más bien por orgullo que por arrepentimiento, y, créelo, estoy muy lejos de creer que haya llegado el momento para mí de acabar mi vida como modesto zapatero. í; no más, pero es suficiente para que la idea no muera. Nosotros somos los portadores de la idea, querido mío. Amigo mío, te hablo con la extraña esperanza de que comprenderás este galimatías. Te he hecho venir no por un capricho de mi corazón: hacía mucho tiempo que soñaba con lo que te diría... a ti, sí, a ti! Por otra parte... por otra parte...

é -. Leo en su cara la sinceridad... Y entonces, no llegó a Europa a resucitarlo? En qué consistía su "aburrimiento de gentilhombre"? Perdóneme, pero todavía no comprendo.

ía para enterrarla!

í yo, asombrado.

ó.

ío, ahora mi alma está enternecida y mi espíritu está turbado. No olvidaré jamás mis primeros instantes en Europa. Yo había ya vivido en Europa, pero entonces -era en una época especial y nunca jamás había yo puesto los pies en ella con una pena tan desesperada ni... con tanto amor. Te contaré una de mis primeras impresiones de entonces, un sueño que tuve, un verdadero sueño.

"Era todavía en Alemania. Yo acababa de abandonar Dresde, había rebasado por distracción una estación en la que me era preciso cambiar de tren y había ido a parar a otro empalme. Inmediatamente me hicieron bajar; eran poco más de las dos de la tarde; el tiempo era claro. Se trataba de una pequeña ciudad de Alemania. Me indicaron un hotel. Había que esperar: el próximo tren pasaba a las once de la noche. Incluso estaba encantado con la aventura, porque nada me urgía. Yo erraba, amigo mío, era un errante. El hotel era pequeño y malo, pero estaba anegado en verdor y en arriates floridos, como siempre pasa entre ellos. Me dieron una habitación estrecha y, como había pasado toda la noche viajando, me dormí después del almuerzo, a eso de las cuatro de la tarde.

" Y tuve un sueño absolutamente inopinado, porque nunca he tenido sueños parecidos. Hay en Dresde, en el museo, un cuadro de Claude Lorrain que el catálogo titula "La Edad de Oro", pero ignoro por qué. Lo había visto anteriormente y esta vez, tres días antes, lo había vuelto a ver al pasar. Vi pues en sueños aquel cuadro, solamente que no en pintura, sino como una realidad. Por lo demás no sé exactamente lo que vi así; como en el cuadro, un rincón del Archipiélago, hace más de tres mil años; olas azules y acariciadoras, islas y rocas, una costa florida, a lo lejos un panorama portentoso, una puesta de sol seductora... imposible expresar eso en palabras. Es la humanidad europea que se acuerda de su cuna: esa idea llenó mi alma de un amor filial. Estaba allí el paraíso terrestre de la humanidad: los dioses bajados del cielo y apareciéndose ante los hombres... Oh, cuán hermosos eran aquellos hombres! Se levantaban y se dormían dichosos a inocentes; los prados y los bosquecillos se llenaban con sus cánticos y con sus gritos gozosos; una inmensa abundancia de energías vírgenes se derramaba en amor y en ingenua alegría. El sol los inundaba de calor y de luz, admirando a aquellos hijos maravillosos... Sueño maravilloso, sublime aberración de la humanidad! La edad de oro es el sueño más inverosímil de todos los que hayan existido jamás, pero por él ha habido hombres qúe han dado toda su vida y todas sus fuerzas, por él han muerto o han sido sacrificados los profetas; sin él, los pueblos no quieren vivir y no pueden ni siquiera morir. Y toda esa sensación la viví en aquel sueño; las rocas y el mar, los rayos oblicuos del sol poniente, todo aquello, me parecía seguirlo viendo aún cuando me desperté y abrí los ojos literalmente bañados en lágrimas. Yo era dichoso, me acuerdo de eso. Una sensación de felicidad nunca experimentada atravesó mi corazón hasta el punto de hacerse dolorosa; era un amor a toda la humanidad. Caía ya completamente la atardecida; a través del follaje de las flores colocadas en la ventana, un haz de rayos oblicuos golpeaba el vidrio de mi habitacioncita y me inundaba de luz. Pues bien, amigo mío, pues bien, ese sol poniente del primer día de la humanidad europea, que yo había visto en mi sueño, se transformó de pronto para mí, en cuanto me desperté, en una realidad, en sol poniente del último día de la humanidad europea. En aquel momento sobre todo se oía redoblar sobre Europa un toque de difuntos. No quiero hablar solamente de la guerra, ni de las Tullerías (141); yo sabía, sin el sueño, que todo aquello pasaría, toda la faz del viejo mundo europeo, tarde o temprano; pero yo, como tal europeo ruso, no podía admitirlo. Sí, acababan entonces de quemar las Tullerías... Oh!, estáte tranquilo, ya sé que eso era "lógico". Y comprendo muy bien el poder irresistible de la idea corriente, pero, como representante del alto pensamiento ruso, yo no podía admitirlo, porque el alto pensamiento ruso es la conciliación universal de las ideas. Y quién habría podido comprender entonces aquel pensamiento en el mundo entero?: yo estaba solo y errante. No hablo de mí personalmente, sino del pensamiento ruso. Allá abajo había combate y lógica; allá abajo el francés no era más que francés; el alemán, alemán, y eso con una intensidad más fuerte que nunca en el curso de toda su historia; por consiguiente, jamás el francés ha hecho tanto daño a Francia, ni el alemán a su Alemania que en aquella época. En toda Europa no había entonces un solo europeo. Yo solo, entre todos los íncendiarios, podía decirles a la cara que sus Tullerías eran un error; yo solo entre todos los conservadores-vengadores podía decirles a los vengadores que las Tullerías eran un crimen sin duda, pero no por eso dejaban de ser lógicas. Y eso, pequeño mío, porque sólo, en tanto que ruso, era yo entonces en Europa el único europeo. No hablo de mí, hablo de todo el pensamiento ruso (142). Yo estaba errante, amigo mío, yo estaba errante y sabía muy bien que no me quedaba otra cosa que hacer sino callarme y vagabundear... Pero a pesar de todo, yo estaba triste. Es que, hijo mío, no puedo dejar de respetar mi nobleza. Te ríes, verdad?

ío - declaré con voz conmovida -. No me río lo más mínimo: usted ha trastornado mi corazón con su visión de la edad de oro, y esté convencido de que empiezo a comprenderlo. Pero lo que me hace más dichoso es que usted se respetara tanto. Me apresuro a declarárselo. Jamás habría esperado eso de usted!

ío - sonrió de nuevo a mi ingenua observación, y, levantándose de su butaca, empezó, sin darse cuenta de ello, a recorrer la habitación de arriba abajo.

é también. Continuó hablando con su extraño lenguaje, pero con una extremada penetración de pensamiento.

III

í, pequeño mío, te lo repito, no puedo dejar de respetar mi nobleza. Se ha creado entre nosotros, en el curso de los siglos, un tipo superior de civilización desconocido en otras partes, que no se encuentra en todo el universo: el de sufrir por el mundo. Ése es un tipo ruso, pero, como está tomado en la categoría más cultivada del pueblo ruso, tengo por tanto el honor de pertenecer a él. Contiene en sí el porvenir de Rusia. Tal vez no somos más que un millar de individuos, quizá más, quizá menos, pero toda Rusia no ha vivido hasta ahora más que para producir este millar. Se dirá que es poco, se escandalizarán de que para producir un millar de hombres se hayán gastado tantos siglos y tantos millones de individuos. Según yo, no es poco.

ía aparecer la convicción, la tendencia de toda una. vida. Aquel "millar de hombres" lo traicionaban por entero. Yo me daba cuenta de que ese exceso de expansión conmigo procedía de una sacudida exterior. Él me decía todas aquellas palabras calurosas porque me quería; pero la causa por la que de repente se había puesto a hablar y por la que había querido hablarme, precisamente a mí, seguía siéndome desconocida.

é - prosiguió - y no eché de menos nada de lo que dejaba detrás de mí. Todas las fuerzas que yo tenía las había puesto al servicio de Rusia mientras había vivido en ella; una vez alejado, continué sirviéndola, solamente que agrandando mi idea. Pero, al servirla así, la servía infinitamente mejor que si hubiese sido sencillamente ruso de pies a cabeza, como el francés de entonces no era más que francés, y el alemán, alemán. En Europa seguirán sin comprender esto. Europa ha creado los nobles tipos del francés, del inglés, del alemán, pero de su hombre futuro ella no sabe todavía casi nada. Y creo que todavía no quiere saber nada de esto. Es comprensible: ellos no son libres, mientras que nosotros somos libres. Yo solo en Europa, con mi aburrimiento ruso, era entonces libre.

"Nuestro bien, amigo mío, constituye una rareza: cada francés puede servir, con su Francia, a la humanidad, a condici6n solamente de que él siga siendo sobre todo francés; lo mismo les pasa al inglés y al alemán. Sólo el ruso, incluso en nuestra época, es decir, mucho antes de que se haya trazado el balance general, ha recibido el don de ser precisamente tanto más ruso cuanto es más europeo. Es el distintivo nacional más importante que nos separa de todos los demás, y, en ese aspecto, no somos como nadie. En Francia soy francés, soy alemán con el alemán, griego con el griego de la antigüedad y, por eso mismo, soy siempre ruso al máximo. Por eso mismo soy verdaderamente ruso y presto el máximo de servicios a Rusia, porque hago valer su pensamiento principal. Soy el pionero de este pensamiento. Emigré, pero abandoné Rusia? No, continué sirviéndola. Incluso aun no habiendo hecho nada en Europa, incluso habiéndome ido simplemente para vagabundear (y yo sabia que iba únicamente para eso), era bastante para que fuese allí con mi pensamiento y con mi con. ciencia. Transporté allí mi tedio ruso. Oh!, no es solamente la sangre que corría entonces to que me espantó tanto, no fueron ni siquiera las Tullerías, sino todo to que debía seguir. Estaban condenados a batirse aún durante mucho tiempo, porque son todavía demasiado alemanes y demasiado franceses y no han acabado de actuar en estos papeles. Hasta entonces, a mí me daba pena por las destrucciones. Para el ruso, Europa es tan preciosa como Rusia; cada piedra allí es dulce y cara a su corazón. Europa no era menos nuestra patria que Rusia. Incluso más! Es imposible querer a Rusia más que la quiero yo, pero jamás me he reprochado de encontrar a Venecia, a Roma, a París, sus tesoros de ciencia y de arte, toda su historia, más amables que Rusia. Oh!, los rusos acarician esas viejas piedras extranjeras, esas maravillas del viejo mundo, esos restos de milagros sagrados; a incluso todo eso nos es más querido que a ellos. Ellos tienen ahora otras ideas y otros sentimientos, han dejado de apreciar las viejas piedras... Allá abajo, el conservador no lucha más que por la existencia; el incendiario no obra más que para reclamar su derecho a un pedazo de pan. Solamente Rusia no vive para ella misma, sino por el pensamiento, y, reconócelo, amigo mío, es un hecho notable que, desde hace ya cerca de un siglo, Rusia no vive ya decididamente para ella misma, sino únicamente para Europa. En cuanto a ellos, están destinados a terribles sufrimientos, antes de alcanzar el Reino de Dios.

ón extrema; incluso el tono de su discurso me espantaba, aunque no pudiera impedir sentirme impresionado por sus ideas. Yo tenía un miedo enfermizo a la mentira. Bruscamente, le hice observar con voz severa:

"el Reino de Dios...". Me he enterado de que allá abajo usted hacía de predicador, usted llevaba cadenas.

ás vale dejarlo - sonrió -; es un asunto completamente distinto. En aquella época yo no predicaba todavía nada, pero me aburría cerca de su Dios, es verdad. Acababan de proclamar el ateísmo (143)... un puñado de entre ellos, pero poco importa; no eran más que los primeros corredores de vanguardia, pero era el primer paso en la ejecución, y eso sí que era grave. Siempre la lógica de ellos. Pero es el caso que la lógica siempre trae consigo el aburrimiento. Yo era de. otra civilización y mi corazón no admitía aquello. La ingratitud con que se separaban de una idea, aquellos silbidos, aquellas salpicaduras de fango, me resultaban insoportables. Aquellos procedimientos de zapatero me daban miedo. Por otra parte, la realidad deja oler siempre la bota, incluso cuando, de manera deslumbradora, se tiende hacia el ideal,. y yo debía saberlo sin duda; sin embargo, yo era otro tipo de hombre: era libre en mi elección, y ellos no to eran. Yo lloraba, lloraba por ellos, lloraba sobre la vieja idea y tal vez eran lágrimas verdaderas las que yo lloraba, sin palabras bonitas.

ía usted en Dios? - pregunté, incrédulamente.

ío, he ahí una cuestión tal vez superflua. Supongamos incluso que yo no creyese de tal forma; no podía sin embargo abstenerme de echar de menos una idea. Había momentos en que no llegaba a imaginarme cómo el hombre podría vivir sin Dios, ni si eso sería posible alguna vez. Mi corazón respondía siempre que era imposible; pero quizá será posible en un determinado período... Para mí, no cabe duda alguna de que ese período vendrá; pero entonces yo me imaginaba un cuadro completamente distinto...

ál?

él me había declarado ya que era dichoso; había evidentemente en sus palabras mucho entusiasmo; así es como tomo una buena parte de lo que me dijo entonces. Respetando a este hombre, no me arriesgaré desde luego a transcribir sobre el papel todo lo que nos dijimos entonces; pero ciertos rasgos del cuadro singular que llegué a conseguir de él deben mencionarse aquí. Sobre todo yo había estado siempre atormentado por aquellas "cadenas" y quería ponerlas en claro: por eso era por lo que yo insistía. Varias ideas fantásticas y extremadamente singulares expresadas por él aquel día, se han quedado grabadas en mi corazón para siempre.

ío - empezó él con una sonrisa pensativa -, el combate ya terminado y la lucha calmada. Después de las maldiciones, las pelladas de fango y los silbidos, viene la calma, y los hombres se quedan solos, como ellos querían: la gran idea de antes los ha abandonado; la gran fuente de energía que hasta aquí los ha alimentado y calentado se ha retirado, como el sol majestuoso y seductor del cuadro de Claude Lorrain, pero áhora es el último día de la humanidad. Y de pronto los hombres han comprendido que se han quedado completamente solos, han sentido bruscamente un gran abandono de huérfanos. Mi querido pequeño, yo nunca he podido figurarme a los hombres ingratos y embrutecidos. Los hombres convertidos en huérfanos se apretarían inmediatamente los unos contra los otros, más estrechamente y más afectuosamente; se cogerían de las manos, comprendiendo que de ahora en adelante son totalmente los unos para los otros. Entornces desaparecería la gran idea de la inmortalidad, y sería preciso reemplazarla; todo aquel gran exceso de amor para lo que era la inmortalidad se volveria hacia la naturaleza, hacia el mundo, hacia los hombres, hacia la menor brizna de hierba. Se prendarían de la tierra y de la vida irresistiblemente, y en la medida misma en que progresivamente irían dándose cuenta de su estado pasajero y finito, considerarían todo aquello con un amor especial, que no sería ya el de antes. Notarían y descubrirían en la naturaleza fenómenos y misterios hasta entonces insospechados, porque la mirarían con ojos nuevos, con una mirada de amantes hacia su bienamada. Se despertarían y se apresurarían a abrazarse los unos a los otros, se darían prisa en amarse, sabiendo que sus días son efímeros y que es todo lo que les queda. Trabajarían los unos para los otros, y cada cual daría todo a todos y con eso sería dichoso. Cada niño sabría y comprendería que todo hombre en la tierra es para él un padre y una madre. "Que mañana sea mi último día, se diría cada cual mirando al sol poniente; yo moriré, poco importa: ellos permanecerán, todos, y, después de ellos, sus hijos", y ese pensamiento de que permanecerán, continuando amándose y temblando los unos por los otros, reemplazará a la idea del reencuentro de ultratumba. Oh!, cómo se apresurarán a quererse, para ahogar la gran pena de sus corazones. Serán orgullosos y atrevidos para con ellos mismos, pero tímidos para con los demás; cada uno temblará por la vida y la felicidad de cada uno. Serán tiernos unos con otros y no tendrán vergüenza como hoy de acariciarse como niños. Al encontrarse, se mirarían con una mirada profunda y llena de inteligencia, y en sus ojos habría amor y pena.

ó de repente con una sonrisa. Explicó:

ío, todo esto no es más que una fantasía, e incluso de las más inverosímiles; pero me la he imaginado muy a menudo porque nunca he podido vivir sin ella ni evitar pensar en ella. No hablo de mi fe: mi fe no es grande; soy deísta, deísta filósofo como todo ese millar de hombres, por lo menos lo supongo, pero... pero lo que es curioso, es que siempre he terminado mi cuadro con una visión, como en Heine, "del Cristo sobre el Báltico" (144). Nunca he podido prescindir de Él. No podía ni siquiera no verlo entre los hombres convertidos en huérfanos. Él venía a ellos, tendía hacia ellos los brazos y decía: "Cómo habéis podido olvidarme?" Entonces una especie de venda caería de todos los ojos y resonaría el himno entusiasta de la nueva y última resurrección...

"Dejemos esto, amigo mío; en cuanto a mis "cadenas", es una tontería: no te inquietes por eso. Otra cosa todavía: tú sabes que soy púdico y sobrio en mi lenguaje; si me he dejado ir hablando, es... a causa de diversos sentimientos y porque estoy contigo; a ninguna otra persona yo le diría nunca nada. Añado esto para tranquilizarte. .

ía no estaba allí y me sentía particularmente dichoso al ver con toda claridad que él se hallaba verdaderamente presa del fastidio, que sufría, y que desde luego amaba muchisimo, y eso era lo que me emocionaba más. Se lo dije con ímpetu.

ñadí de repente -, me parece que, a pesar de todo su aburrimiento, usted debió de sentirse extremadamente feliz en aquella época, no?

ó a reír gozosamente.

í, era dichoso, pero es que podía ser desgraciado con un aburrimiento así? No hay nada más libre ni más dichoso que el trotamundos ruso y europeo perteneciente a nuestro millar de individuos. Lo digo sin reírme, y hay en eso mucha seriedad. Sí, mi aburrimiento, yo no lo habría cambiado por ninguna clase de felicidad. En ese sentido, siempre he sido dichoso, querido mío, toda mi vida. Y fue por esa felicidad por lo que quise entonces a tu madre por primera vez en mi vida.

"Así es. Errando y en mi aburrimiento, de pronto la quise como nunca la había querido antes, a inmediatamente la mandé buscar.

énteme usted eso, hábleme de mamá!

ó gozosamente -, ya temía que me mantuvieses apartado de mamá a cambio de Herzen o de cualquier conspiracioncita...

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Notas
Indice de los personajes