Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток).
Tercera parte. Capítulo VIII

Primera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Tercera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes

ÍTULO VIII

I

é todo lo que se dijo: sino solamente lo que por fin me explicaba un punto enigmático de su vida.

é con esto: no hay para mí duda alguna de que quiso a mamá y que si la abandonó y se separó de ella al marcharse al extranjero fue porque estaba demasiado abrumado por el fastidio o por alguna otra. razón de esa índole, cosa que por otra parte le sucede aquí a todo el mundo, pero que siempre es difícil de explicar. Por lo demás, en el extranjero, después de haber pasado no mucho tiempo, se sintió invadido de pronto por su amor a mamá, desde lejos, en pensamiento, y la mandó a buscar. "Una picada", se dirá tal vez, pero yo diría otra cosa: a mi entender, había allí todo to que puede haber de más serio en la vida de un hombre, a pesar de todas las falsedades de las que en parte admito la existencia. Pero, lo juro, su tedio europeo está fuera de dudas y no se halla únicamente al nivel, sino infinitamente por encima de no importa cualesquiera de esas actividades prácticas de hoy día, la construccion de ferrocarriles por ejemplo. En su amor por la humanidad veo un sentimiento extremadamente sincero y profundo, sin la menor falsedad; y en su amor a mamá, algo absolutamente indiscutible, aunque tal vez un poco fantástico también. En el extranjero, en "el aburrimiento y la felicidad", y, añadicé aún, en el aislamiento más estrictamente monacal (este dato particular me ha sido suministrado más tarde por Tatiana Pavlovna), se acordó de pronto de mamá, se acordó precisamente de sus "mejíllas hundidas" y al punto la mandó llamar.

ío - esta frase se le escapó entre otras -, comprendí de pronto que servir a la idea no me liberaba en lo más mínimo, en tanto que ser moral y razonable, del deber de hacer, en el curso de mi vida, por lo menos a una persona prácticamente feliz.

é, perplejo.

í. Todo se mezcla a la vez: yo quería a tu madre realmente, sinceramente, en absoluto de una manera libresca. Si yo no la hubiese querido de esa forma, no la habría mandado llamar, habría "hecho la felicidad" del primer alemán o de la primera alemana que hubieran llegado, desde el momento mismo en que yo había descubierto aquella idea. En cuanto a hacer obligatoriamente la felicidad de una criatura al menos en el curso de su vida, pero prácticamente, es decir, efectivamente, lo erigiría como mandamiento para todo hombre cultivado, exactamente como podría hacer una ley o imponer una obligación a todo campesino de plantar por lo menos un árbol en su vida, en vista de los muchos árboles que se pierden en Rusia; aunque un árbol sería poco, se podría ordenar plantar uno cada año. Un hombre superior y cultivado, persiguiendo un alto pensamiento, se vuelve a veces de espaldas a la vida cotidiana, se hace ridículo, caprichoso y frío a incluso, lo diré francamente, estúpido, en la vida práctica se entiende, pero también, al final, incluso en sus teorías. Por eso, el deber de ocuparse de la práctica y hacer la felicidad real al menos de una criatura real curaría y refrescaría en primer lugar al bienhechor. Como teoría, es muy ridículo, pero, si esto se pusiese en práctica y se transformase en costumbre, no sería tan idiota. Yo lo experimenté en mí mismo: desde que empecé a desarrollar esta idea de un nuevo mandamiento - al principio, como es natural, a modo de broma - empecé a comprender cuán grande era el amor que había en mí hacia tu madre. Hasta entonces, yo no había comprendido del todo que la quería. Mientras vivía con ella, me contentaba con encontrar allí mi placer mientras ella era hermosa; más tarde, me las di de caprichoso. Solamente en Alemania comprendí que la quería. Aquello empezó por sus mejillas hundidas, que yo no lograba recordar nunca, que a veces incluso veía con un dolor en el corazón, literalmente un verdadero dolor, auténtico, físico. Hay recuerdos dolorosos, querido mío, que causan un daño real; existen en cada uno de nosotros o poco falta, solamente que se los olvida; pero sucede que de repente se recuerda algo, a veces un simple rasgo, y ya no es posible desligarse de aquello. Me puse pues a recordar mil detalles de mi vida con Sonia; al final acudían por sí mismos y me asediaban en masa; estuvieron a punto de hacerme morir de tormento mientras la aguardaba. Pero estaba atormentado sobre todo por el recuerdo de su eterno rebajamiento delante de mí, por la idea de que ella siempre se había considerado como infinitamente por debajo de mí en todos los aspectos, y, figúrate!, incluso físicamente. Tenía incluso oleadas de vergüenza y de rubor cuando, a veces, yo miraba sus manos y sus dedos, que no tenían nada de aristocráticos. No era solamente de sus dedos, sino de toda su persona de lo que ella tenía vergüenza, aunque yo amase su belleza. Conmigo era siempre púdica hasta el salvajismo. Y lo que estaba mal era que, en ese pudor, se percibía siempre como una especie de espanto. En una palabra, se consideraba frente a mí como no sé qué cosa inexistente o casi indecente. A veces, sin duda, al principio, yo creía que ella seguía viendo en mí a su señor y que me temía, pero no era aquello en absoluto. Y sin embargo, te lo juro, ella era más capaz que cualquiera de comprender mis defectos y no he encontrado en toda mi vida un corazón de mujer tan delicado y tan perspicaz. Qué desgraciada era cuando, al principio, siendo todavía tan bella, yo la obligaba a adornarse! Había en eso amor propio, y también otro sentimiento pronto a sentirse herido: ella comprendía que no sería nunca una señora y que con un vestido extraño estaría sencillamente ridícula. Como mujer, no quería ser ridícula en su atavío y comprendía que cada mujer debe tener el vestido que le es propio, cosa que millares y cientos de millares no comprenderán jamás; con estar a la moda, tienen suficiente! A ella le daba miedo de mi mirada burlona, ésa es la verdad. Pero me resultaba penoso sobre todo acordarme de sus miradas profundamente asombradas, que a menudo yo sorprendía clavadas en mí durante toda nuestra unión: se sentía en ellas un perfecto entendimiento de su suerte y del porvenir que la aguardaba, hasta un punto tal, que yo mismo me sentía molesto por aquello, aunque, lo confieso, no entrase en conversación con ella y la tratase siempre con altanería. Y, mira, no siempre ella ha sido temerosa y huraña como hoy; incluso ahora, le sucede a veces engallarse de pronto y embellecerse como una mujer de veinte años; pero entonces, en su juventud, le encantaba a veces charlar y reír, desde luego en su ambiente, con las criadas, con nuestras vecinas; y cómo se estremecía cuando, de pronto, la sorprendía yo a punto de reírse, con qué rapidez se ruborizaba y me miraba temerosamente! Un día, no mucho antes de mi salida para el extranjero, o quizá casi la víspera del día en que me separé de ella, entré en su habitación y me la encontré sola, sin labor, puestos los codos sobre la mesa y sumida en una profunda meditación. Casi nunca le sucedía aquello de estar así, ociosa. En aquella época, hacía ya mucho tiempo que yo había dejado de acariciarla. Pude acercarme a ella muy suavemente, de puntillas, y agarrarla de pronto y besarla... Se sobresaltó: no olvidaré nunca aquel deslumbramiento, aquella felicidad pintada en su rostro, y de repente todo aquello hizo sitio a un rápido rubor y sus ojos lanzaron un relámpago. Sabes tú lo que yo leí en aquel relámpago? " Me has dado una limosna, eso es lo que has hecho! " Se puso a sollozar cómo una histérica, con el pretexto de que la había asustado, a incluso yo me quedé pensativo. En general, todos estos recuerdos son algo muy penoso, amigo mío. Pasa como en los grandes artistas: hay a veces en sus poemas escenas tan ño a lo largo de toda la vida cuando las recuerdas, por ejemplo el último monólogó de Otelo, Eugenio a los pies de Tatiana (145 ), o bien el encuentro del condenado a trabajos forzados, que se ha evadido, con la niña, en. la noche fría, cerca de un pozo, en íctor Hugo; eso te atraviesa el corazón de una vez para siempre, y la herida no se cierra nunca. Oh, cómo esperaba yo a Sonia y cómo quería abrazarla lo antes posible! Soñaba con una impaciencia convulsiva en todo un programa de vidá nueva; pensaba en destruir poco a poco en su alma, por un esfuerzo metódico, su eterno miedo ante mí, hacerle comprender lo que ella valía, cuán por encima estaba de mí. Oh!, yo sabía muy bien, ya en aquel momento, que yo empezaba siempre a querer a tu madre en cuanto nos separábamos y que me enfriaba siempre que nos reuníamos de nuevo; pero en aquel momento había otra cosa, no era eso.

ó el espíritu: "Y ella"

ómo se desarrolló el encuentro? - pregunté prudentemente.

ó a realizarse en absoluto! Ella llegó a duras penas hasta Koenigsberg y se quedó allí, mientras que yo estaba junto al Rin. No fui a buscarla, le dije que se quedase allí y que me esperara. Nos vimos mucho después, oh!, mucho más tarde, cuando fui a pedirle permiso para casarme.

II

é aquí más que lo esencial del asunto, es decir, lo que he podido retener. Y por lo demás, también él se puso a hablar sin ilación. Sus parrafadas se hicieron de pronto diez veces más incoherentes y desordenadas al llegar a ese pasaje.

ó con Catalina Nicolaievna por casualidad, precisamente cuando estaba esperando a mamá, en el minuto más impaciente de aquella espera. Estaban todos entonces junto al Rin, en el balneario, pasando la temporada. El marido de Catalina Nicolaievna estaba ya casi moribundo o, por lo menos, condenado por los médicos. Ella le causó una gran impresión desde el primer encuentro: se hubiera dicho que lo había embrujado. Era una fatalidad. Noten ustedes que al registrar y recordar ahora todo esto, no tengo el menor recuerdo de que él haya empleado jamás en su relato la palabra " amor" ni que haya dicho que hubiese estado "prendado". En cuanto a la palabra "fatalidad", la he retenido.

Él "él no quiso amar". No sé si podré explicarlo claramente; pero toda su alma estaba indignada por el hecho de que le hubiese podido suceder aquello. Todo lo que en él había de libre había sido bruscamente aniquilado con aquel encuentro, y el hombre se vio ligado para siempre a una mujer que no tenía nada de común con él. Él no había deseado aquella esclavitud de la pasión. Lo diré hoy francamente: Catalina Nicolaievna es un tipo raro de mujer de mundo, tipo que, tal vez, no se encuentra en ese ambiente. Es un tipo de mujer sencilla y franca en el más alto grado. He oído decir, o más bien lo sé de buena tinta, que por eso precisamente resultaba irresistible en el gran mundo cuando se dejaba ver en él (con frecuencia, se alejaba totalmente). Versilov, como es natural, a raíz de aquel primer encuentro, no creyó que ella tuviese esas cualidades, y creyó justamente lo contrario, es decir, que era afectada e hipócrita. Registraré aquí, anticipándome a los hechos, el juicio que ella hizo sobre él: aseguraba que él no había podido formarse de ella otra opinión, "porque un idealista, al chocar con la realidad, está siempre más dispuesto que los otros a suponer toda clase de porquerías". Ignoro si esto es verdad en general por lo que se refiere a los idealistas, pero era perfectamente cierto por lo que se refería a él. Tal vez añadiré aquí mi propio juicio, que se formó en mi espíritu mientras lo estaba escuchando: me dije que él amaba a mamá con un amor, por decirlo así, humanitario y universal, más bien que con el amor simple con que se ama en general a las mujeres, y que, al primer encuentro que tuvo con una mujer a la que amó con ese amor simple, rechazó dicho amor, sin duda por falta de costumbre. Pero es quizá una idea falsa; por lo demás no se la expuse. Habría sido una falta de tacto; juro que él se hallaba en un estado en que había que tratarlo con miramiento: estaba trastornado; en algunos pasajes del relato, se interrumpía a veces y se quedaba silencioso varios minutos, recorriendo a zancadas la habitación con semblante hosco...

ó bien pronto su secreto o tal vez coqueteó con él: incluso las mujeres más puras se muestran vulgares en estos casos, es su instinto insuperable. Todo acabó con una ruptura violenta y creo que él la quiso matar; le inspiró miedo, tal vez la habría matado; "pero todo aquello se transformó bruscamente en odio". A continuaeión, sobrevino un período singular: se vio cogido de repente por una idea extraña: domarse por medio de la disciplina, "esa misma disciplina que emplean los monjes. Mediante una práctica progresiva y metódica, uno llega a superar su propia voluntad, empezando por las cosas más ridículas y más menudas, para acabar por conseguir un triunfo completo sobre la propia voluntad y llegar a ser libre". Agregó que en los monjes era una cosa seria, puesto que estaba erigida en ciencia por mil años de experiencia. Pero lo más notable es que esa idea de "disciplina" se le ocurrió entonces no para desembarazarse de Catalina Nico-. laievna, sino por la completa convicción de que, lejos de amarla ahora, la odiaba hasta el último grado. Creyó tanto en su odio a ella, que imaginó de improviso enamorarse de su hijastra, engañada por el príncipe, y casarse con ella; se persuadió a sí mismo de su nuevo amor y se atrajo irresistiblemente el amor de aquella pobre idiota, amor que le procuró a la infeliz en los últimos meses de su vida la perfecta felicidad. El porqué, en lugar de ella, no se acordó de mamá, que seguía esperándolo en Koenigsberg, es cosa que queda para mí inexplicada... Por el contrario, olvidó a mamá súbita y totalmente, y dejó incluso de mandarle dinero para vivir, tanto que ella debió entonces su salvación a Tatiana Pavlovna; sin embargo, de repente, fue a buscarla para "pedirle permiso" para casarse con aquella muchacha, con el pretexto de que "una novia así no era una mujer". Oh, tal vez todo esto no es más que el retrato de un "hombre libresco"!, como lo calificó posteriormente Catalina Nicolaievna. Pero, por qué estos "hombres de papel" (si son verdaderamente de papel) son capaces, a pesar de todo, de atormentarse tan verdaderamente y llegar a semejantes tragedias? Por lo demás, aquella tarde yo pensaba de una manera un poco diferente, y fui sacudido por una idea:

ón gratuitamente. No es lo mismo... En eso es en lo que la mujer resulta repelente.

él, sino con fuego a incluso con indignación.

ón? Su perfección? Pero si ella no tiene la más mínima perfección! - declaró, casi asombrado de mis palabras -. Es la más ordinaria de las mujeres, es hasta una mujer del montón...! Pero está obligada a tener todas las perfecciones!

é quiere decir eso de obligada?

á obligada a tener todas las perfecciones -. exclamó con cólera.

ás triste es que ahora está usted completamente atormentado.

ó involuntariamente.

ó parándose delante de mí en una especie de perplejidad.

ó su rostro. A continuación, completamente vuelto en sí, cogió de encima de la mesa una carta sacada de su sobre. y la lanzó ante mí:

é me has dejado rebuscar durante tanto tiempo en estas viejas tonterías? No he hecho más que ensuciar a irritar mi corazón!

ía expresar mi asombro. Aquella carta le había sido dirigida por ella hoy mismo, y había llegado a eso de las cinco de la tarde. La leí, casi temblando de emoción. No era larga, pero estaba escrita con tanta franqueza y sinceridad, que, mientras la leía, me parecía verla a ella misma enfrente de mí y oír sus palabras. De manera perfectamente verídica (y por consiguiente casi conmovedora), ella le confesaba su temor y a continuación le suplicaba "que la dejase en paz". Al terminar, le informaba que ahora iba a casarse definitivainente con Bioring. Hasta entonces, ella nunca le había escrito.

í ahora lo que comprendí por las explicaciones de él.

ía hecho más que leer esa carta cuando sintió de pronto en sí mismo un fenómeno totalmente inesperado: por primera vez en aquellos dos años fatales no experimentaba el menor odio hacia ella ni la menor emoción, como en el momento en que, hacía todavía poco, había " perdido la cabeza" al escuchar solamente el nombre de Bioring. "Por el contrario, le he enviado mi bendición con la mayor cordialidad", me dijo con un sentimiento profundo. Escuché aquellas palabrás con admiración. De esa forma, todo lo que había en él de pasión, de sufrimiento, había desaparecido de golpe de él mismo, como un sueño, como una obsesión de dos años. Asombrado de sí mismo, se había apresurado a ir a casa de mamá y había entrado en el instante preciso en que ella pasaba a ser una mujer libre y en que el anciano que se la había legado la víspera acababa de morir. Aquellas dos coincidencias lo habían trastornado. Un momento después, se lanzó a buscarme, y no olvidaré jamás el hecho de que tan rápidamente hubiese pensado en mí.

é tampoco el fin de aquella velada. Aquel hombre se halló, una vez más y súbitamente, todo transformado. Nos quedamos juntos hasta bien entrada la noche. El efecto que nos produjo aquella "nueva" lo diré más adelante, cuando llegue la hora; de momento, me limitaré a algunas palabras de conclusión sobre él. Al reflexionar hoy, comprendo que lo que más me sedujo entonces fue esa especie de humildad ante mí, esa sinceridad tan verdadera delante de un mocoso de mi especie. " Era una ceguera, pero ceguera bendita! - exclamó él -. Sin esta ceguera, tal vez nunca habría podido volver a encontrar en mi corazón, tan completamente y para siempre, a mi sola reina, a mi mártir, a tu madre." Estas palabras entusiastas que se le escaparon irresistiblemente, las anoto con particular empeño, en previsión de lo que seguirá. Pero entonces, él se apoderó de mi alma y triunfó completamente.

íamos una alegría loca. Hizo traer champaña, y bebimos a la salud de mamá y "por el porvenir". Él estaba tan lleno de vida, tan dispuesto a vivir... Pero, si estábamos locamente alegres, no era a causa del vino: no habíamos bebido más que dos copas cada uno. No sé por qué, pero al final reíamos sin poder contenernos. Nos pusimos a hablar de cosas indiferentes; él contó anécdotas; yo, también. Esas risas y esas anécdotas eran perfectamente inocentes, de ninguna manera burlonas, pero nos alegraban. Él no quería soltarme: " quédate, quédate todavía! ", repetía, y yo me quedaba. Incluso salió para acompañarme; la noche era espléndida, helaba ligeramente.

ígame: le ha contestado usted ya? - pregunté de pronto, completamente de improviso, apretándole la mano por última vez, en una encrucijada.

ía no. Pero es igual. Ven mañana, ven más pronto... Ah!, una cosa todavía: abandona completamente a Lambert y rompe el "documento" lo antes posible. Adiós!

ápidamente; me quedé clavado en el sitio y tan turbado que no me atreví a llamarlo. La palabra "documento" me había impresionado sobre todo: por quién se habría enterado, y en términos tan precisos, sino por Lambert? Volví a casa con una extrema turbación. Una idea me atravesó el cerebro: cómo podía ser aquello de que una "obsesión de dos años" hubiese desaparecido como un sueño, como una humareda, como una visión?

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
1 2 3 4 5 6 7 8 9
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes