Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток).
Tercera parte. Capítulo X

Primera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Tercera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes

ÍTULO X

I

ás, anticiparé los acontecimientos: juzgo necesario dar ahora al lector algunas aclaraciones, porque se han mezclado en el curso lógico de esta historia tantos incidentes fortuitos, que, sin explicaciones previas, sería imposible saber a qué atenerse. Se trataba de aquel "saco" del que había hablado Tatiana Pavlovna. Consistía en que Ana Andreievna se había arriesgado, por fin, a dar el paso más osado que hubiera sido posible imaginarse en su situación. He ahí verdaderamente un carácter! Aunque el viejo príncipe, bajo pretexto de su delicada salud, hubiese sido confinado en Tsarskoie-Selo, de forma que la noticia de su proyectado casamiento con Ana Andreievna no había podido propagarse por el gran mundo y había sido de momento, por así decirlo, ahogada en germen, el débil anciano, del que se podía concebir todo, no habría consentido jamás, por nada en el mundo, en abandonar su idea y en traicionar a Ana Andreievna, que le había pedido que se casara con ella. En este aspecto era un caballero; tarde o temprano, podría levantarse de repente y poner en ejecución su proyecto con una energía indomable, cosa que sucede tan a menudo, precisamente en los caracteres débiles, porque hay un límite más allá del cual no conviene empujarlos. Además se daba cuenta perfectamente de la situación delicada de Ana Andreievna, a la que respetaba infinitamente, así como de la posibilidad de rumores, burlas y comentarios de mal gusto a cuenta de ella. La que lo calmaba y lo detenía de momento, era únicamente que Catalina Nicolaievna no se había permitido nunca, ni con palabras, ni por alusiones, emitir en su presencia una opinion molesta sobre Ana Andreievna, ni manifestar nada contra su intención de casarse con ella. Por el contrario, testimoniaba una alegría extrema, una extremada atención hacia la novia de su padre. Ana Andreievna ae hallaba por tanto en una situación extremadamente delicada, comprendiendo muy bien, con su olfato de mujer, que si arriesgaba el menor ataque contra Catalina Nicolaievna, ante la cual el príncipe estaba también en adoración, hoy incluso más que nunca, y justamente porque ella le había permitido tan generosa y respetuosamente pensar en casarse, ofendería sus sentimientos más delicados y despertaría en él una gran descon. fianza respecto a ella a incluso tal vez indignación. Era, pues, en ese campo donde se desarrollaba de momento la batalla: las dos rivales parecían competir entre ellas en delicadeza y paciencia, y el príncipe, en definitiva, no sabía cuál de las dos era más admirable. Según la costumbre de todos los hombres débiles, pero de corazón tierno, acabó por sufrir y por acusarse a sí mismo de todo. Su melancolía, se dice, llegó hasta la enfermedad; sus nervios se vinieron abajo, y, en lugar de dirigirse a Tsarskoie, estuvo, se aseguraba, a punto de meterse en cama.

Anotaré aquí entre paréntesis una cosa de la que no me he enterado sino mucho tiempo después: Bioring le había propuesto con entera franqueza a Catalina Nicolaievna trasladar al anciano al extranjero, preparándolo para eso con cualquier ardid, haciendo correr secretamente por el gran mundo el rumor de que había perdido totalmente la razón; tras de lo cual, en el extranjero, sería fácil obtener un certificado de los médicos. Pero eso era lo que Catalina Nicolaievna no habría aceptado por nada en el mundo; por lo menos así se afirmaba más tarde. Habría rechazado, pues, ese proyecto con indignación. Todo esto no es más que un rumor muy vago, pero yo creo en él.

Ahora bien, estando el asunto, por decirlo así, parado en un callejón sin salida, he aquí que Ana Andreievna se entera por Lambert de que existe una carta en la que la hija consulta a un jurista sobre el medio de hacer declarar loco a su padre. Su espíritu orgulloso y vengativo se vio excitado hasta el último extremo. Recordando sus precedentes conversaciones conmigo y relacionando una multitud de circunstancias ínfimas, no pudo dudar de la exactitud de la noticia. Entonces, en aquel corazón de mujer firme a inflexible, maduró irresistiblemente un plan de ataque. Consistía en revelar bruscamente al príncipe, sin rodeos ni circunloquios de ninguna clase, toda la historia, asustarlo, sacudirlo, mostrarle que el manicomio lo aguardaba fatalmente y, en el momento en que se mostrase terco, se indignara, se negase a creer, enseñarle la carta de su hija: "Esta intención de declararlo a usted loco ha existido ya: por tanto, hoy, para impedirle que se case, con mucha más razón." En seguida, coger al anciano asustado, destrozado, y trasladarlo a Petersburgo,

é aquí, apartándome un instante de mi tema, y anticipando mucho los acontecimientos, que ella no se equivocaba sobre el efecto del golpe; al contrario, sobrepasó en mucho a sus esperanzas. La noticia de aquella carta obró sobre el viejo príncipe mucho más fuertemente de lo que Ana Andreievna y todos nosotros suponíamos. Yo no había sabido jamás, hasta entonces, que el príncipe sabía ya algo de aquella carta; pero, según la costumbre de todos los hombres débiles y tímidos, no había creído en aquel rumor y se había defendido contra él con todas sus fuerzas, para conservar su tranquilidad; aún más, se acusaba a sí mismo de ingratitud y de ligereza. Añadiré también que el hecho de la existencia de la carta obró igualmente sobre Catalina Nicolaievna con muchísima más fuerza de lo que yo me imaginaba entonces. En una palabra, aquel papel resultó ser muchísimo más importante de lo que suponía yo, yo que lo llevaba en el bolsillo. Pero estoy anticipando demasiado.

á, para qué trasladarlo a mi casa? Para qué transportar al príncipe a nuestros miserables cuartitos y asustarlo tal vez con aquel cuadro miserable? Si ir a su casa era imposible (porque allí se podía impedir de golpe toda la empresa), por qué no darle un alojamiento "rico", como proponía Lambert? Pero en eso consistía todo el riesgo del paso extraordinario dado por Ana Andreievna.

Lo esencial era, inmediatamente después de la llegada del príncipe, presentarle el documento; pero yo no quería entregarlo por nada en el mundo. Como no había tiempo que perder, Ana Andreievna, contando siempre con su poder, se decidió a emprender la cosa sin documento, pero conduciendo al príncipe directamente a mi casa, y para qué? Justamente primero para comprometerme y, como dice el refrán, para matar dos pájaros de un tiro. Ella calculaba obrar también sobre mí por medio del choque, la sacudida, la sorpresa. Reflexionaba que, viendo en mi casa al anciano, viendo su espanto, su angustia, y escuchando sus comunes súplicas, yo me rendiría y presentaría el documento. Lo confieso, el cálculo era hábil e inteligente, muy psicológico, y casi estuvo a punto de dar resultado. En cuanto al anciano, Ana Andreievna lo arrastró, lo obligó a creerla por su palabra, declarándole con toda franqueza que lo conducía a mi casa. Todo esto lo he sabido más tarde. La mera noticia de que el documento estaba en mi casa destruyó en el corazón tímido del anciano sus últimas dudas sobre la realidad del hecho: tanto me quería y me respetaba él!

é constar además que Ana Andreievna por su parte no dudó un solo instante que el documento estuviese todavía en mi poder y nunca temió que lo hubiese soltado. Sobre todo, élla comprendía mal mi carácter, contaba cínicamente con mi inocencia, con mi simplicidad, a incluso con mi sensibilidad; por otra parte, ella estimaba que, incluso si yo me decidía a entregarle la carta a Catalina Nikolaievna por ejemplo, sería necesariamente en ciertas circunstancias especiales: esas círcunstancias ella quería apresurarse a impedirlas, impedirlas por la sorpresa, por el ataque inopinado, por el choque.

En fin, estaba informada de todo eso por Lambert. Ya he dicho que la situación de Lambert era en aquel momento extremadamente crítica: él, el traidor, quería con todas sus fuerzas apartarme de Ana Andreievna, para que, de acuerdo con él, yo le vendiese el documento a Akhmakova, cosa que él encontraba más ventajoso. -Pero como por nada en él mundo yo consentía en entregar el documento hasta el último minuto, resolvió, en el peor de los casos, ayudar incluso a Ana Andreievna, para no perder todo beneficio, y por esa razón se empeñaba en ofrecerle sus servicios, hasta el último momento, y sé que propuso incluso buscarle, si se daba el caso, un sacerdote... Pero Ana Andreievna le rogó, con una sonrisa despreciativa, que se callara. Lambert le parecía horriblemente grosero y no suscitaba en ella más que una profunda repugnancia; por prudencia. aceptó sin embargo sus servicios, que consistían por ejemplo en espionaje. A propósito de esto, ignoro hasta hoy si habían comprado a Pedro Hippolitovitch, mi casero, o no, y si él había recibido algo de ellos por sus servicios, o bien si había entrado sencillamente en su sociedad por afición a la intriga; lo único que sé es que también él me espiaba, y en cuanto a su mujer, lo sé a ciencia cierta.

El lector comprenderá ahora que, aun estando advertido en parte, yo no podía sin embargo adivinar que al día siguiente o al otro me encontraría al viejo príncipe en mi casa. Yo no habría podido nunca suponer semejante audacia por parte de Ana Andreievna. En palabras, se podía decir todo lo que se quería, hacer alusión a no importa qué; pero decidirse, emprender y realizar... no, lo digo yo, eso es tener carácter!

II

úo.

é por la mañana bastante tarde. Había tenido un sueño extraordinariamente pesado y sin pesadillas, me acuerdo de eso con asombro, de forma que, nada más despertar, me sentí de nuevo con una extraordinaria valentía moral, como si la jornada de la víspera no hubiera existido. Decidí no ir a casa de mamá y encaminarme directamente a la capilla del cementerio. Después de la ceremonia iría a casa de mamá para no abandonarla en todo el día. Estaba firmemente convencido de que lo volvería a encontrar, en todo caso, en casa de mamá, tarde o temprano a lo largo del día, pero que lo encontraría.

Ni Alphonsine ni el casero estaban tampoco desde hacía largo rato. Yo no quería preguntarle nada a la casera, y había decidido en general terminar todas las relaciones con ellos e incluso abandonar la casa lo antes posible; por eso, en cuanto me trajeron el café, volví a encerrarme. Pero inmediatamente llamaron a mi puerta; me asombré: era Trichatov.

í, inmediatamente y, contento, le rogué que entrase. Pero se negó.

-No tengo que decirle más que dos palabras, desde el umbral... O quizá será mejor que entre; creo que aquí habrá que hablarse al oído; sólo que no me sentaré. Está usted mirando mi asqueroso abrigo: Lambert me ha retirado la pelliza.

ía un abrigo viejo, en mal estado y demasiado largo para su estatura. Estaba allí, plantado delante de mí, preocupado y sombrío, con las manos en los bolsillos y sin quitarse el sombrero.

é, no me sentaré. Escuche, Dolgoruki, no sé ningún detalle, pero sé que Lambert maquina contra usted alguna traición, rápida a inevitable, lo sé a ciencia cierta. Así, pues, manténgase en guardia. Es el picado de viruelas quien se ha ido de la lengua. Se acuerda usted del picado de viruelas? Pero no me ha dicho de qué se trata, de forma que no puedo decide más. He venido solamente para avisarle. Hasta la vista!

-Pero siéntese usted, mi querido Trichatov! Aunque yo también tengo mucha prisa, me alegro mucho de verle... -exclamé.

-No, no me sentaré. Pero me acordaré de que usted me ha recibido muy bien. Sí, Dolgoruki, de qué sirve engañar a los demás?: conscientemente, con pleno consentimiento, he consentido toda clase de porquerías, ignominias tales que a mí mismo me da vergüenza de nombrarlas en casa de usted. Todavía ahora, en casa del picado de viruelas... Adiós! No merezco sentarme en casa de usted.

üenzo delante de todo el mundo y voy a tomar parte en una juerga. Bien pronto tendré una pelliza mucho más bonita y me pasearé en calesa. Pero sabré a pesar de todo, para mí, que no me he sentado en casa de usted porque no me he juzgado digno de eso; porque, delante de usted, soy bajo. De todos modos, me alegrará acordarme de eso cuando esté en plena orgía. Bueno, adiós, adiós! Tampoco le doy la mano. La misma Alphonsine no acepta darme la mano. Y, se lo ruego, no corra detrás de mí ni venga a verme. Tenemos nuestro convenio.

El singular muchacho dio media vuelta y se fue. Yo no tenía tiempo, pero me prometí localizarlo a toda costa, lo antes posible, en cuanto se arreglasen nuestros asuntos.

ón no describiré toda aquella mañana, y sin embargo tal vez habría muchos recuerdos que conservar. Versilov no estaba en la iglesia y creo incluso, por la actitud de los demás, que se podía estar seguro antes del levantamiento del cadáver, de que no aparecería por la iglesia. Mamá rezaba con fervor; estaba absorta en su oración. Cerca del cadáver no estaban más que Tatiana Pavlovna y Lisa. Pero no describo nada, no describo nada. Después del entierro, todo el mundo volvió a casa y se sentó a la mesa. Y una vez más deduje por la expresión de sus rostros que tampoco se lo esperaba a la mesa. Cuando ésta fue quitada, me acerqué a mamá, la besé calurosamente y le deseé un feliz cumpleaños; Lisa, después de mí, hizo lo mismo,

ó a hurtadillas-, lo esperan.

-Lo calculo, Lisa, lo veo.

á.

Es preciso, me dije, que tengan informes concretos. Pero no pregunté. Aunque no describo mis sentimientos, todo aquel enigma, a pesar de mi buen humor, me pesaba en el corazón. Nos instalamos todos en el salón, en la mesa redonda, alrededor de mamá. Oh, cuán feliz me sentía por estar con ella y poder mirarla! Mamá me pidió de pronto que le leyese un pasaje del Evangelio. Le leí un capítulo de San Lucas. Ella no lloraba, no estaba ni siquiera demasiado triste, pero jamás su rostro me había parecido tan espiritual. En su dulce mirada brillaba una idea, pero yo no llegué a. notar que estuviese aguardando algo con impaciencia. La conversación no se agotaba; se recordaron muchas cosas del difunto; Tatiana Pavlovna dio también de él muchos detalles que hasta entonces yo ignorabá en absoluto. Y en general, si se hubiese querido tomar notas, habría habido material de sobra. Incluso Tatiana Pavlovna parecía haber cambiado completamente de actitud: estaba muy tranquila, muy cariñosa, y, sobre todo, ella también, poseída de una gran cálma, aunque hablase mucho, para distraer a mamá. Pero me acuerdo perfectamente de un detalle: mamá estaba en el diván, y a la izquierda, sobre un pequeño velador, estaba colocada una imagen que parecía puesta allí expresamente, un viejo icono, sin chapa de metal, con simples aureolas sobre las cabezas de los dos santos que allí estaban representados. Esa imagen perteneció a Makar Ivanovitch: yo lo sabía, y sabía también que el difunto no se separaba de ella jamás y la consideraba milagrosa. Tatiana Pavlovna la miró unas cuantas veces.

ía - dijo de repente, cambiando de conversación -, no sería mejor colocar ese icono en la mesa, apoyándolo contra la pared, y encender una lamparilla delante?

á mejor como está - dijo mamá.

-Es verdad. Además, parecería demasiado solemne...

í nada, pero el caso era que aquella imagen había sido legada ya, desde hacía mucho tiempo, por Makar Ivanovitch, de viva voz, a Andrés Petrovitch, mamá se preparaba a entregársela.

ón se prolongaba, y de pronto observé en el rostro de mamá una especie de estremecimiento: se enderezó rápidamente y aguzó el oído, mientras Tatiana Pavlovna, que hablaba en aquel momento, continuaba sin notar nada. Me volví inmediatamente hacia al puerta y un instante después divisé en el umbral a Andrés Petrovitch. No había entrado por la escalinata, sino por la escalera de servicio, la cocina y el corredor, y sólo mamá de entre todos nosotros había escuchado sus pasos. Voy ahora a describir toda la escena insensata que se siguió, gesto por gesto, palabra por palabra; fue breve.

Al principio no noté nada en su rostro, a primera vista al menos, ni el menor cambio. Estaba vestido como siempre, es decir, casi elegantemente. Tenía en la mano un ramillete pequeño, pero precioso, de flores frescas. Se aproximó y se lo tendió a mamá con una sonrisa. Ella lo miró con un asombro temeroso, pero aceptó el ramillete, y de pronto un ligeró rubor animó sus mejillas pálidas y la alegría brilló en sus ojos.

-Sabía muy bien que me recibirías así, Sonia - declaró él.

íamos levantado a su entrada, él se acercó a la mesa y ocupó el sillón de Lisa, que estaba a la izquierda cerca de mamá, y se sentó sin notar que cogía el sitio de otro. De esta forma se encontró justamente al lado del velador sobre el que estaba colocada la imagen.

ía un gran interés en traerte hoy ese ramillete para tu aniversario; si no he ido al entierro ha sido para no presentarme delante de un muerto con un ramillete; pero tú no me esperabas para el entierro, lo sé. El viejo no me guardará rencor por estas flores, puesto que él mismo nos puso como precepto la alegría, no es así? Creo que está aquí, en algún sitio de esta habitación.

Mamá lo miró extrañamente; Tatiana Pavlovna estaba como trastornada.

én está aquí en la habitación? - preguntó ella.

-El difunto. Pero dejemos esto. Ya saben ustedes que el hombre que no cree del todo en esos milagros es el más propenso a toda clase de prejuicios... Pero hablemos más bien del ramillete: no comprendo cómo he podido traerlo hasta aquí. En tres ocasiones he sentido ganas de tirarlo a la nieve y de pisotearlo.

éció. El continuó:

ía unas ganas locas. Ten piedad de mí, Sonia, y de mi pobre cabeza. Tenía esas ganas porque era demasiado hermoso. Qué hay en el mundo más hermoso que una flor? Lo llevo, y por todas partes hay nieve y helada. Nuestra helada y las flores: qué contraste! Pero no es eso lo que me interesa: tenía ganas de pisotearlo simplemente porque era hermoso. Sonia, voy a desaparecer de nuevo, pero volveré muy pronto, porque me parece que tendré miedo. Tendré miedo: quién me curará pues del espanto, dónde encontrar un ángel como Sonia? Pero, qué es esta imagen que tenéis aquí? Ah!, es la del difunto, ya me acuerdo. Le venía de su familia, de su abuelo; de toda su vida, no se ha separado jamás de ella, lo sé, me acuerdo, me la ha legado; me acuerdo muy bien... y creo que es un icono de viejos creyentes... dejadme que lo mire.

Tomó el icono en sus manos, lo aproximó a la vela y lo miró con fijeza. Pero, después de haberlo tenido solamente algunos segundos, lo soltó sobre la mesa, esta vez delante de él. Yo estaba asombrado, pero todas aquellas frases extrañas habían sido pronunciadas tan inopinadamente, que yo no podía todavía reunir mis ideas. Me acuerdo solamente de que un espanto enfermizo me atravesó el corazón. El esppato de mamá se cambiaba en perplejidad y en compasión; veía en él ante todo a un desgraciado: era cosa que le había sucedido, ya antes, hablar casi de la misma extraña manera. Lisa se puso de repente palidísima y me hizo con la cabeza una señal designándolo. Pero la más espantada de todas era Tatiana Pavlovna.

-Pero, qué tiene usted, mi querido Andrés Petrovitch? - dijo ella con precaución.

é verdaderamente lo que tengo, mi querida Tatiana Pavlovna. Esté usted tranquila, me acuerdo aún de que usted es Tatiana Pavlovna y de que es encantadora. Pero no he venido. más que por un minuto; quisiera decirle a Sonia alguna cosa buena y busco una palabra, aunque mi corazón está lleno de palabras, que no sé pronunciar y que, en verdad, son palabras raras. Mirad, me parece que me desdoblo - nos miró a todos con rostro. terriblemente serio y con el más sincero deseo de franquearse -. En verdad, me desdoblo con el pensamiento, y eso es lo que temo tanto. Se diría que uno tiene al lado a su doble; uno es sensato y razonable, pero el otro quiere hacer, completamente a la vera de uno, una absurdidad o a veces una cosa muy graciosa, y de repente se nota que es uno mismo quien quiere hacer esa cosa graciosa, y Dios sabe por qué; uno lo quiere como a pesar suyo, lo quiere oponiéndose a eso con todas sus fuerzas. Conocí una vez a un doctor que, en los funerales de su padre, en plena iglesia, se puso de pronto a silbar. Verdaderamente, hoy me daba miedo de ir al entierro, porque se me había metido en la cabeza la completa certidumbre de que de pronto me pondría a silbar o a soltar carcajadas, como aquel desgraciado doctor, que acabó bastante mal... Y verdaderamente no sé por qué el recuerdo de ese doctor acude hoy a mi mente a cada momento; acude tanto, que no llego a librarme de él. Mira, Sonia, ahora que he cogido la imagen (la había cogido y le daba vueltas entre las manos), sabes?, tengo unas ganas locas, en este mismo momento, de lanzarla contra la estufa, sobre aquel rincón. Estoy seguro de que del golpe se rompería en dos mitádes, ni más ni menos.

Decía todo aquello sin la más mínima afectacíón, sin el menor deseo de hacer nada original; hablaba con la más completa sencillez, y por eso resultaba tanto más horrible; se hubiera dicho que temía efectivamente algo; noté de improviso que las manos le temblaban ligeramente.

és Petrovitch! - exclamó mamá, juntando las manos.

és Petrovitch! Déjala, suéltala! - dijo Tatiana Pavlovna con un sobresalto -. Desnúdate y métete en la cama. Arcadio, ve a buscar al doctor!

é agitados estáis todos! - dijo dulcemente, abrazándonos a todos con una mirada fija.

En seguida, posó los codos sobre la mesa y se cogió la cabeza entre las manos.

íos. Sentaos de nuevo y calmaos todos, por un minuto solamente. Sonia, no es eso en absoluto lo que he venido a decirte; he venido a comunicarte algo, pero completamente diferente. Adiós, Sonia, parto de nuevo de viaje, como me he ido ya varias veces... Ciertamente, volveré un día a ti; en este sentido, tú eres inevitable. A quién, si no, volvería yo cuando todo esté acabado? Créelo, Sonia, he venido hoy a ti como a un ángel, y no a un enemigo; qué enemigo puedes. tú ser para mí, cómo serías tú mi enemigo? No creas que yo quiera romper esta imagen, porque, mira, Sonia, a pesar de todo tengo ganas de romperla...

ó hacía un momento: " Suelta la imagen! ", ella se la había arrancado de las manos; ahora la tenía en las suyas. De pronto, al pronunciar su última palabra, él dio un brinco, arrancó instantáneamente la imagen de las manos de Tatiana y, blandiéndola salvajemente, golpeó con todas sus fuerzas en el ángulo de la estufa de azulejos. El icono se rompió exactamente en dos pedazos... Se volvió bruscamente hacia nosotros, su rostro palidísimo se puso de repente todo rojo, casi bermejo, y cada uno de sus rasgos tembló:

ía, Sonia; no es la herencia de Makar lo que he roto, ha sido solamente porque sí, por romper... Pero, a pesar de todo, volveré al último ángel. Aunque, al fin y al cabo, puedes tomarlo, si quieres, por una alegoría; porque también lo era...

ó de la habitación con pasos precipitados, esta vez también por la cocina (donde había dejado la pelliza y el gorro). No contaré con detalles lo que fue de mamá: mortalmente asustada, estaba de pie, los brazos levantados y cruzados sobre la cabeza, y de repente le gritó:

-Andrés Petrovitch!, vuelve por lo menos para decir adiós, querido mío!

-Volverá, Sofía, volverá! No te inquietes! -gritó Tatiana, toda temblorosa, en un terrible acceso de rabia, de rabia animal---. Ya lo has oído, ha prometido volver! Déjalo, deja que el pobre loco se pasee todavía una última vez. Cuando esté viejo y paralítico, quién irá a mimarlo, si no tú, su vieja criada? Él lo proclama bien alto, no le da vergüenza...

ía perdido el conocimiento. Yo había querido echarme a correr detrás de él, pero me lancé hacia mamá. La cogí y la sostuve en mis brazos. Lukeria acudió con un vaso de agua para Lisa. Pero mamá se recobró en seguida; se dejó caer sobre el diván, se cubrió el rostro con las manos y lloró.

-A pesar de todo, a pesar de todo... alcánzalo! - gritó de repente Tatiana Pavlovna con todas sus fuerzas, como volviendo en sí-. Ve... ve... alcánzalo, no lo abandones un momento, ve pues! - y hacía toda clase de esfuerzos por separarme de mamá --. Si no, voy a ser yo la que me lance detrás!

-Mi pequeño Arcadío, vamos, corre aprisa tras él! -gritó de pronto también mi madre.

í a la carrera, también por la cocina y por el patio; pero él no estaba ya en ninguna parte. A lo lejos, sobre la acera, se divisaban en las tinieblas las manchas negras de los transeúntes; me lancé para alcanzarlos y, a medida que iba llegando a la altura de cada uno, los miraba, y los rebasaba luego. Llegué así hasta una encrucijada.

"Nadie se enfada contra un loco; ahora bien, Tatiana se ha puesto rabiosa de cólera contra él; por tanto, no es que esté loco... " Tal fue la idea que me atravesó la cabeza. Me parecía que todo aquello era una alegoría, y que él había querido a rajatabla acabar con algo, como había acabado con aquel icono, y hacérnoslo comprender, a mamá y a nosotros todos, pero su "doble" estaba ciertamente también a su lado; de aquello no cabía la menor duda...

III

él no estaba en ninguna parte y no había por qué correr a su casa: era difícil figurarse que hubiese vuelto sencillamente a su casa. De pronto se me ocurrió una idea, y corrí a casa de Ana Andreievna.

ía vuelto ya, y me introdujeron inmediatamente. Entré, dominándome lo más que podía. Sin sentarme, le conté de pe a pa la escena que acababa de ocurrir, es decir, la historia del "doble" . No olvidaré jamás y no le perdonaré nunca la curiosidad ávida, pero implacablemente tranquila y segura, con que me escuchó, también sin sentarse.

-Dónde está él? Lo sabe usted quizá? - concluí con insistencia -. Tatiana Pavlovna quería ayer enviarme a casa de usted...

ía verle a usted ayer. Ayer él estuvo en Tsarskoie, estuvo también en mi casa. Mientras que hoy - miró el reloj -, son las siete... Estará seguramente en su propia casa.

é.

é mucho, pero no todo. Naturalmente, no hay nada que tenga que ocultarle a usted... - me clavó una mirada singular, sonriendo y pareciendo reflexionar -. Ayer por la mañana él le dirigió a Catalina Nicolaievna, en respuesta a su carta, una petición de mano en regla.

-No es verdad! - dije abriendo los ojos de par en par.

ó por mis manos; fui yo quien se la llevó, sin abrir. Esta vez, él ha obrado "como caballero" y no me ha escondido nada.

-Ana Andreievna, no comprendo una palabra.

-Sin duda, resulta difícil de comprender. Pero es como cuando un jugador lanza sobre el tapete su último rublo y tiene en el bolsillo un revólver completamente preparado. Ese es el sentido de su petición. Hay nueve probabilidades sobre diez de que ella no lo acepte; pero él cuenta por lo menos con la décima y confieso que me resulta muy curioso... Por lo demás, tal vez estaba fuera de sí...: el "doble" del que usted acaba de hablar con tanta justeza.

íe usted? Puedo creer que la carta haya sido transmitida por mediación suya? No es usted la prometida de su padre? No me atormente, Ana Andreievna.

ás bien, no me ha rogado verdaderamente nada:, todo se ha hecho silenciosamente, pero lo he leído todo en sus ojos. Ah, Dios mío!, pero qué más hace falta?; ha ido, no es cierto?, a Koenigsberg, a casa de la madre de usted, a pedirle permiso para casarse con la hijastra de madame Arkhmakova, no? He ahí algo que recuerda mucho su conducta de ayer, cuando me escogió como delegada y confidente suya.

Estaba un poco pálida. Pero su calma no era más que un reforzado sarcasmo. Oh!, yo le perdoné mucho en aquellos momentos porque fui comprendiendo poco a poco las cosas. Durante un minuto, reflexioné; ella se callaba y aguardaba.

ándome a reír ---. Usted ha llevado la carta porque no había ningún riesgo para usted, porque, de todas formas, el casamiento no se celebrará. Pero, y él? Y ella, en fin? Naturalmente, ella rechazará su proposición, y entonces... entonces, qué puede pasarle a él? Dónde está él ahora, Ana Andreievna? - exclamé -. Cada minuto es precioso, en cualquier instante puede sucederle una desgracia.

-Está en su casa, ya se lo he dicho. En su carta a Catalina Nicolaievna, que yo llevé ayer, él me pedía, en todo caso, una cita en casa de él, hoy a las siete en punto de la tarde. Y ella ha aceptado.

él? Cómo es posible eso?

é no? El apartamiento pertenece a Daria Onissimovna: ellos dos han podido muy bien encontrarse en casa de ésta como visitantes...

-Pero ella le tiene miedo... Puede matarla!

Ana Andreievna se limitó a sonreír:

ón o cierto asombro por la nobleza de principios y la elevación de espíritu de Andrés Petrovitch. Por esta vez, ella se ha confiado a él, a fin de terminar para siempre jamás. Y él, en su carta, le ha dado su palabra más solemne, más caballeresca, de que ella no tiene nada que temer... En resumen yo no me acuerdo de las expresiones de la carta, pero ella se ha confiado... por última vez, por decirlo así... y, por decirlo así también, ella ha respondido con los sentimientos más heroicos. Ha podido haber en eso un torneo de caballería por una y otra parte.

é -. Es que ha perdido el juicio!

-Al dar ayer su palabra de acudir a la cita, sin duda Catalina Nicolaievna no preveía la posibilidad de un accidente así.

í la fuga... En casa de él, en casa de ellos, naturalmente! Pero desde la antecámara volví todavía un segundo:

él la mate!

Lanzado ese grito, salí corriendo de la casa.

é en el apartamiento sin formar ruido, por la cocina, y pregunté en voz baja por Daria Onissimovna; pero apareció ella misma inmediatamente y me lanzó en silencio una mirada terriblemente interrogadora.

-El señor? No está en casa.

ón, en un cuchicheo rápido, que estaba enterado de todo por Ana Andreievna y que venía de casa de ésta.

ónde están ellos?

-En el salón, donde estuvieron ustedes anteayer, ante la mesa...

éjeme ir hasta allí!

ómo iba a poder hacerlo?

-No hasta allí, sino hasta la habitación contigua. Daria Onissimovna, quizás Ana Andreievna lo desea también. Si ella no lo deseara, no me habría dicho que ellos estaban aquí. No me oirán... Es ella misma quien lo desea...

-Y si no lo desea? -dijo Daria Onissimovna, sin quitarme la mirada de encima.

érdese de su Olia... Déjeme pasar.

-Querido mío, desde luego es por Olia... por tu comportamiento... No abandones a Ana Andreievna, querido mío! No la abandonarás? No la abandonarás?

é.

-Dame tu palabra de honor de que no entrarás en el salón y no gritarás, si te llevo a la habitación de al lado.

ó por mi redingote, me condujo a una habitación sombría; contigua a aquella donde ellos estaban instalados, me cóndujo sin ruido, por una blanda alfombra, hasta la puerta, me colocó ante la cortina echada y, levantando una esquinita de aquella cortina, me los mostró a los dos.

Yo me quedé, ella se marchó. Naturalmente, me quedé. Comprendía que escuchaba indebidamente, que sorprendía los secretos del prójimo, pero me quedé. Cómo no quedarse: y el doble? No habíá ya él roto el icono ante mis propios ojos?

IV

Estaban sentados el uno frente al otro, ante la misma mesa donde la víspera habíamos bebido juntos por su "resurrección". Yo podía distinguir perfectamente sus fisonomías. Ellá estaba con un vestido negro, bella y tranquila al parecer; como siempre. Él hablaba, y ella lo escuchaba con una atención extraordinaria y cautelosa. Tal vez se habría podido adivinar en ella una cierta timidez. Él, por el contrario, estaba muy excitado. Yo había llegado en plena conversación y por eso tardé unos momentos en comprender. Me acuerdo de que ella preguntó de repente:

-No, soy yo - respondió él -; usted, usted es culpable sin serlo. Ya se sabe, éstas son cosas que pasan. Son las faltas más imperdonables, y casi siempre son castigadas - añadió con una risa singular -. Y yo, pensé por un instante haberme olvidado completamente de usted y que llegué a reírme verdaderamente de mi estúpida pasión... Pero usted lo sabe. Al fin y al cabo, por qué había yo de preocuparme del hombre con que usted se case? Ayer le dirigí a usted una petición de mano; no me tenga rencor por eso, es una tontería, pero no tengo nada para reemplazarla... Qué podía yo hacer que no fuera esa tontería? No sé...

ó en una risa frenética, levantando bruscamente los ojos hacia ella; hasta entonces había hablado pareciendo mirar de soslayo. Si yo hubiese estado en el lugar de ella, aquella risa me habría dado miedo, ésa era mi sensación. De repente él se levantó de su silla:

ígame cómo es posible que haya consentido en venir aquí - le preguntó él de pronto, como si se acordara de la cuestión esencial -. Mi invitación y toda mi carta no eran más que una tontería... Espere, puedo todavía adivinar cómo ha sucedido esto de que usted haya consentido en venir, pero, para qué ha venido?, ésa es la cuestión. Habrá sido solamente por miedo?

ó ella, mirándolo con una prudencia temerosa.

Los dos permanecieron medio minuto en silencio. Versilov volvió a sentarse y, con una voz dulce, pero conmovida, casi temblorosa, empezó:

ísimo tiempo que no la había visto a usted, Catalina Nicolaievna, tanto tiempo que ya casi ni juzgaba posible encontrarme un día, como me encuentro hoy, sentado a su lado, mirando su rostro y oyendo su voz... Hace dos años que no nos hemos visto, dos años que no nos hablamos. No contaba ya con hablarle nunca. Bueno, sea!, lo que ha pasado ha pasado y lo que es hoy desaparecerá mañana como una nubecilla, sea! Consiento en ello, porque una vez más no tengo con qué reemplazarlo, pero no se vaya usted ahora sin nada - agregó él de repente, casi suplicante -. Puesto que me ha hecho la limosna de venir, no se vaya sin nada: contésteme una pregunta!

é pregunta?

ás. Qué trabajo le cuesta? Dígame la verdad de una vez para siempre, responda a una pregunta que no hace nunca la gente sensata: me ha querido usted por lo menos un momento, o bien... me he equivocado?

ó de la cabeza a los pies.

-Le he querido - dijo ella.

Yo esperaba que ella hablase así. Oh, la veraz!, oh, la sincera, oh, la leal!

ó él.

-Ahora, ya no le quieto.

-Y se ríe usted?

ído ahora, ha sido a pesar mío, porque sabía muy bien que usted iba a preguntar: " Y ahora? " Y he sonreído.... porque cuando se adivina, se sonríe siempre...

ño; yo no la había visto nunca tan prudente, casi tímida incluso y confusa en cuanto a aquel punto. Él la devoraba con los ojos.

é que usted no me quiere... y en absoluto.

á no en absoluto. No le quiero - añadió ella firmemente, sin sonreírse y sin ruborizarse -. Sí, le he querido, pero no mucho tiempo. Muy pronto dejé de quererle...

-Ya sé, ya sé, usted vio que no era yo quien le hacia falta, pero... qué es lo que le hace a usted falta? Explíquemelo una vez más...

ás ordinaria de las mujeres; soy una mujer tranquila, me gusta... me gusta la gente alegre.

ía querido entonces - y de nuevo sonrió tímidamente.

La más completa sinceridad brillaba en su respuesta. Cómo no comprendía ella que esa respuesta era la fórmula más definitiva de sus relaciones, la que lo explicaba todo y lo decidía todo? Qué bien debió de comprenderlo él! Pero la miró y tuvo una sonrisa especial:

-Él no debe inquietarle a usted en lo más mínimo - respondió ella un poco apresuradaménte -. Me caso con él únicamente porque con él estaré más tranquila que con otro. Toda mi alma se quedará para mí.

-Se dice que se ha prendado usted nuevamente del gran mundo, de la sociedad.

é que en nuestro mundo reina el mismo desorden que en todas partes. Pero, vistas desde el exterior, las formas son todavía bellas, de manera que, si se las ve únicamente al pasar, se está mejor allí que en otra parte.

ído a menudo esa palabra de "desorden". Usted ha tenido mucho miedo a mi desorden... cadenas, ideas, tonterías, no?

-No, no era eso todo...

é, entonces? Dígalo francamente, por el amor de Dios!

-Bueno, voy a decírselo francamente, porque le considero un espíritu muy generoso... siempre he encontrado en usted algo de ridículo.

ó de pronto, como si se hubiera dado cuenta de haber cometido una imprudencia extrema.

él extrañamente.

-No he terminado - se ápresuró ella a añadir todavía ruborizándose ---. Soy yo quien es ridícula al hablarle como una tonta.

-No, usted no es ridícula, usted es solamente una mujer de mundo, depravada! - y palideció terriblemente -. Hasta ahora yo tampoco he dicho todo cuando le he preguntado por qué ha venido. Quiere que termine? Hay aquí una carta, un documento, y usted tiene un miedo terrible, porque su padre, al tener esa carta en sus manos, puede maldecirla en vida y desheredarla legalmente en su testamento. Usted le teme a esa carta y... ha venido a buscarla - dijo él, temblando casi por completo y hastá casi castañeteándole los dientes.

ó con expresión enojada y dolorida.

é que usted puede causarme muchos disgustos - dijo ella como justificando sus palabras -, pero he venido menos para persuadirlo de que no me persiga, que para verlo. Hasta tenía el mayor deseo de verme con usted desde hace mucho tiempo... Pero lo he encontrado igual que antes - añadió ella de pronto, como impulsada por una idea particular y decisiva, y hasta por cierto sentimiento extraño y súbito.

-Y esperaba usted verme de otra forma? Después de mi carta sobre su perversión? Dígame, ha venido sin el menor temor?

otra cosa, me sentiría muy feliz. Las amenazas pueden venir después, pero por ahora, si hace el favor, hable de otra cosa... Es verdad, he venido para verle y escucharle un minuto. Si usted no puede resistirlo, máteme ahora mismo, pero no me amenace ni se atormente delante de mí - concluyó ella, mirándolo en una extraña espera, como si verdaderamente lo supusiese capaz de matarla.

Él se levantó de nuevo y, examinándola con una mirada ferviente, declaró con firmeza:

-Saldrá usted de aquí sin haber recibido la menor ofensa.

í, su palabra de honor! ---sonrió ella.

-No, no es solamente porque yo haya dado mi palabra de honor en la carta, es porque quiero pensar y pensaré en usted toda la noche

ás que conversar con usted. Me voy por los bajos fondos y por las covachas, y, como contraste, inmediatamente usted se aparece delante de mí. Pero siempre se está usted riendo de mí, como ahora... - dijo esto como fuera de sí.

-Nunca, nunca me he reído de usted! - exclamó ella con voz angustiada y con una compasión extrema pintada en su rostro -. Si he venido, es porque he hecho todo lo que está en mi mano para no ofenderle en lo que quiera que sea - añadió ella de pronto -. He venido aquí para decirle quo casi le quiero... Perdóneme, tal vez me he expresado mal - se apresuró a añadir.

Él se rió.

é no sabe usted fingir? Por qué es usted tan simplota, por qué no es como todo el mundo?... Vamos, cómo se le puede decir a un hombre a quien se le da con la puerta en las narices: "Casi le quiero a usted"?

-Es que no he sabido expresarme, no lo he dicho bien. Es que delante de usted, siempre me ha dado vergüenza, nunca he sabido hablar, desde nuestro primer encuentro. Y si no me he expresado bien, al decir que "casi le quiero", es que, también en mi pensamiento, casi era así. Por eso es por lo que lo he dicho, aunque yo lo quiera a usted con ese querer... ese querer general üenza una de confesar...

él prestaba oídos.

-Sin duda la ofendo - continuó, como fuera de sí -. Esto debe de ser efectivamente lo que se llama una pasión... Sé una cosa: que con usted estoy acabado; sin usted, también. Sin usted o con usted, todo es lo mismo: dondequiera que se halle, siempre está conmigo. Sé también que puedo odiarla mucho más de lo que puedo quererla... Por lo demás, hace ya mucho tiempo que no pienso en nada, todo me da lo mismo. Únicamente es una lástima que haya querido a una mujer como usted...

ó, como ahogándose:

-Qué quiere usted? Le parece bárbaro que hable así? - dijo con una pálida sonrisa -. Creo que, si eso pudiera seducirla, sería capaz de quedarme en cualquier sitio treinta años sobre una sola pierna... Lo veo: le doy lástima; su cara está diciendo: "Te querría si pudiera, pero no puedo... " Es eso? Poco importa, no soy orgulloso. Estoy dispuesto, como un mendigo, a recibir de usted no importa qué limosna, comprende?, no importa cuál... Qué orgullo puede tener un mendigo?

ó y se acercó a él:

ío! - dijo ella, tocándole el hombro con la mano y con un sentimiento inexpresable en su rostro -, no puedo oír tales palabras! Pensaré en usted toda mi vida como en el más precioso de los hombres, en el más noble de los corazones, en el objeto más sagrado entre todo lo que yo pueda respetar y amar. Andrés Petrovitch, compréndame usted... No es que yo haya venido por nada, querido amigo, usted que siempre ha sido y será siempre mi querido amigo! No olvidaré nunca lo mucho que usted me conmovió en nuestros primeros encuentros. Pues bien, separémonos como amigos, y usted será el pensamiento más serio y más querido que yo tenga en toda mi vida.

-"Separémonos; y entonces le querré"; le querré, pero separémonos. Escuche - dijo muy palido -, déme otra limosna: no me quiera, no viva conmigo, no nos veamos jamás; seré su esclavo si usted me llama, desapareceré inmediatamente si usted no quiere ni verme ni oírme, pero... pero no se case usted!

Mi corazón se oprimió hasta el sufrimiento cuando oí esas palabras. Aquella súplica ingenuamente humillada era tanto más lastimera, traspasaba tanto más el corazón cuanto que era más franca y más imposible. Sí, sin duda, él estaba pidiendo limosna. Podía él creer que ella consintiera? Y sin embargo se rebajaba hasta realizar el intento: trataba de pedírselo. Ese último grado de la derrota era insoportable presenciarlo. En cuanto a ella, todos los rasgos de su rostro se deformaron de dolor. Pero, antes de que ella hubiese dicho una palabra, él se reprimió.

é! - declaró él de pronto con una voz extraña, cambiada, que no era ya la suya.

Pero ella le respondió también extrañamente, también con una voz inesperada que no era ya la suya:

ás tarde se vengará todavía más cruelmente de lo que ahora me amenaza, porque usted no se olvidará nunca de que se puso como mendigo delante de mí... No puedo oír esas amenazas de su boca! - concluyó ella casi con indignación, lanzándole una mirada de desafío.

"Amenazas de su boca", es decir, de la boca de semejante mendigo. Bromeaba - dijo él dulcemente, con una sonrisa -. No le haré a usted nada, no tenga miedo, váyase... y, en cuanto a ese documento, haré todo lo posible para enviárselo, pero ahora váyase, váyase. Le he escrito a usted una carta absurda, a esa carta absurda usted ha respondido y ha venido: estamos en paz. Por aquí! - le mostró la puerta (ella quería pasar por la habitación en la que yo me encontraba oculto por la cortina).

óneme, si puede... - dijo ella, deteniéndose en el umbral.

-Y si nos volviéramos a encontrar un día completamente amigos y nos acordáramos también de esta escena con una buena carcajada? - preguntó él de repente.

ó ella, juntando las manos, pero mirando temerosamente su rostro, como adivinando lo que él quería decir.

áyase usted! Somos demasiado inteligentes los dos, pero usted... Oh, usted es una persona de mi estilo! Le he escrito una carta loca, y ha consentido usted en venir para decirme que "casi me quiere". No, usted y yo tenemos la misma locura. Somos unos grandes originales. Siga siendo siempre tan loca, no cambie, y volveremos a encontrarnos como buenos amigos, soy yo quien se lo predice, se lo juro.

é sin remedio, lo presiento desde ahora!

No pudo contenerse más y le lanzó desde el umbral estas últimas palabras.

Salió. Me apresuré a ir sin ruido hacia la cocina y, casi sin mirar a Daria Onissimovna, que me esperaba, me lancé por la escalera de servicio y por el patio a la calle. pero apenas tuve tiempo de verla subir a un coche que la esperaba delante de la puerta. Me puse a correr por la calle.

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Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Tercera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes