Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток).
Tercera parte. Capítulo XII

Primera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Segunda parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Tercera parte: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Notas
Indice de los personajes

ÍTULO XII

I

é a Tatiana Pavlovna! De un tirón se lo conté todo, toda la historia del documento y todo lo que pasaba en mi casa, hasta el último detalle. Aunque ella comprendió el asunto perfectamente y pudo darse cuenta con dos palabras, la exposición nos ocupó, creo, una docena de minutos. Y o no sabía qué más hablar, decía toda la verdad y no me ruborizaba. Silenciosa a inmóvil, derecha como un poste, estaba sentada en su silla, apretados los labios, sin quítarme los ojos de encima, escuchándome con toda atención. Pero cuando acabé, de pronto dio un salto, tan precipitadamente, que también yo brinqué.

ón.! Entonces, esa carta la llevabas verdaderamenté cosida encima, y fue la imbécil de María Ivanovna quien te la cosió! Ah, canalla, sinvergüenza! Entonces, para eso venías aquí, para domar los corazones, para conquistar el gran mundo, para vengarte, no importa contra quién, por ser un bastardo!

-Tatiana Pavlovna - exclamé -, le prohibo que me injurie! Quizás ha sido usted, con sus injurias, desde el principio, la causa del encarnizamiento que he mostrado aquí. Sí, soy bastado y acaso haya querido en efecto vengarme de ser un bastardo, y quizás en efecto me he querido vengar en no importa quién, puesto que ni el mismo diablo podría descubrir al culpable; pero acuérdese usted de que he repudiado mi alianza con los pillos y he vencido mis pasiones. Soltaré sin decir nada el documento delante de ella y me iré, sin esperar siquiera a que me diga una palabra; usted será testigo.

ámela inmediatamente, ponla aquí en la mesa! Quién sabe si estás mintiendo?

ía Ivanovna en persona quien me la cosió; y aquí, cuando me hicieron un redinjote nuevo, la saqué del vicio y la cosí yo mismo en éste; aquí está, mire, palpe, no miento.

ámela, sácala! - se emperraba Tatiana Pavlovna.

-Por nada en el mundo, se lo repito. La depositaré delante de ella en presencia de usted, y me iré sin esperar una sola palabra. Pero es preciso que ella sepa y que vea con sus propios ojos que soy yo, yo mismo, quien se la devuelve, voluntariamente, sin coacción y sin recompensa.

-Diga usted todas las maldades que quiera. Está bien, me las he merecido y no me ofendo. Ella me tomará tal vez por. un jovencito que la ha espiado y que se ha imaginado una conspiración, sea!, pero que confiese que me he domado a mí mismo, que he puesto su felicidad por encima de todo en el mundo. Es igual, Tatiana Pavlovna, es igual. Me grito a mí mismo: valor y esperanza! Es tal vez mi primer paso en la carrera, sí, pero ha acabado bien, ha acabado noblemente. Además, sí la quiero - continué, inspirado y con los ojos brillantes -, no me avergüenzo de eso: mamá es un ángel del cielo, y ella, ella es una reina en la tierra! Versilov volverá a mamá, y delante de ella yo no tengo por qué avergonzarme; he oído lo que decían ella y Versilov, yo estaba detrás de la cortina... Oh, sí!, los tres, los tres somos "gente de la misma locura". Sabe usted de quién es esta frase: "gente de la misma locura"? Es de él, de Andrés Petrovitch! Y sabe usted que quizá somos aquí más de tres los que tenemos esta misma locura? Sí, me apuesto algo a que usted es la cuarta! Quiere que se lo diga?: me apuesto algo a que usted ha estado enamorada toda la vida de Andrés Petrovitch y que continúa estándolo, incluso ahora...

Lo repito, yo estaba como inspirado y dichoso, pero no tuve tiempo de acabar: de pronto, con un ademán extraordinariamente rápido, me agarró por los cabellos y me tiró por dos veces con toda su fuerza hacia atrás... En seguida me soltó y se retiró a un rincón, la cara contra la pared y oculta en su pañuelo:

üenza' No me digas esas cosas! - exclamó llorando.

é -estupefacto. Me quedé clavado en el sitio, mirándola, sin saber qué hacer.

-Uf, el imbécil! Ven aquí, ven a besar a tu vieja idiota! - dijo de pronto, riendo y llorando -. Y no repitas nunca esas cosas... ! A ti, a ti te quiero, y, toda mi vida te he querido...! Idiota!

é. Diré entre paréntesis que, a partir de ese momento, Tatiana Pavlovna y yo siempre hemos sido buenos amigos.

-Pues sí! Pero, qué es lo que hago aquí? - exclamó de pronto, dándose una palmada en la frente-. Qué me dices, que el viejo príncipe está en tu casa? Es verdad eso?

ío! Se me va a parar el corazón! - se puso a dar vueltas y a bullir por la habitación -. Y así es cómo lo tratan! Dos idiotas nunca son castigados! Y desde por la mañana? Vaya con la Ana Andreievna! Miren la monjita! Y la otra, la Militrissa (148), no sabe nada!

-Qué Militrissa?

-Pues la reina de la tierra, el ideal, qué sé yo! Y qué vamos a hacer ahora?

é recobrando mi presencia de espíritu -; hemos estado diciendo tonterías y nos hemos olvidado de lo principal: he venido a buscar a Catalina Nicolaievna, y me esperan allá.

é que entregaría el documento a condición de que ella me prometiera hacer inmediatamente la paz con Ana Andreievna y consentir incluso en su casamiento...

-Eso está muy bien - interrumpió Tatiana Pavlovna -, yo misma se lo he repetido infinidad de veces. De todas maneras, él se morirá antes del casamiento, no se casará con ella y, si le deja a Ana dinero en su testamento, de todas formas el mal estaría hecho...

único que siente es el dinero?

ía que el documento estuviese en poder de la otra, de Ana, y yo también temía lo mismo. Era ella a quien vigilábamos. La hija no tenía ningún deseo de separarse del viejo, pero era el alemán, Bioring, quien es cierto que sólo se preocupa del dinero.

-Y después de eso puede ella casarse con Bioring?

é quieres tú hacer con una idiota? Cuando se es idiota, se lo es para toda la vida. Mira, él le proporcionará una especie de tranquilidad: "Hace falta casarse con alguien; pues bien, lo mismo da él que otro." Vamos!, verémos después cómo le sale la cosa. En seguida se tirará de los pelos, pero será demasiado tarde.

-Entonces, por qué lo permite usted? Usted sin embargo la quiere. Usted le ha dicho en su cara que estaba enamorada de ella.

í, y la quiero más que todos ustedes juntos... Lo cual no impide que ella sea una soberana idiota.

ón y la llevaremos junto a su padre.

-Pero es imposible, imposible, tontito! Eso es lo que es precisamente imposible! Ay!, qué hacer? Ah!, la cabeza me da vueltas. - Y se agitó de nuevo, pero echando esta vez mano de una esclavina -. Ah! , si hubieses venido cuatro horas antes. Ahora son ya más de las siete, ha ido a cenar a casa de los Pelitchev, para ir en seguida con ellos a la ópera.

ío!, y si corriésemos nosotros a la ópera? Pero no, es imposible... Pero, qué va a ser del viejo? Tal vez se morirá esta noche!

úchame, no vayas allí, ve a casa de mamá, pasa allí la noche, y mañana temprano...

-No, por nada en el mundo abandonaré al viejo, pase lo que pase.

-Tienes razón, no lo abandones. Pero yo, mira... a pesar de todo yo correré a su casa y le dejaré una notita... Mira, le escribiré a nuestro modo (ella comprenderá) que el documento está aquí y que mañana, a las diez en punto de la mañana, debe estar en mi casa sin falta. Tranquilízate, ella vendrá, me escuchará. Y de un solo golpe to arreglaremos todo. Tú, corre allá abajo y arréglatelas con el viejo... acuéstalo, tal vez resista hasta por la mañana. No asustes tampoco a Ana; también a ella la quiero; eres injusto con ella porque no puedes comprender: ella está ofendida, ha estado ofendida desde su más tierna infancia; ah, la de cosas que me habéis hecho ver entre todos! Pero no lo olvides, dile de mi parte que yo en persona me encargo de todo y de todo corazón, que esté tranquila, que su urgullo no tendrá que sufrir... Y es que estos días nos hemos peleado, nos hemos dicho verdaderas injurias. Vamos, vete ya... Espera, enséñame otra vez el bolsillo... es verdad, completamente verdad? Bueno, es verdad? Entonces, dámela, dame esa carta, por lo menos por esta noche, qué te importa eso? Déjamela, no me la voy a comer. Por manos del diablo, podrías perderla esta noche... cambiar de opinión.

é -. Tenga, palpe, mire! Pero por nada en el mundo se la dejaré!

á bien; vete y quizá yo me alargue hasta el teatro, es una buena idea que has tenido. Pero, corre, vete ya!

-Tatiana Pavlovna, un momento! Y mamá?

á bien.

-Y Andrés Petrovitch?

á el juicio.

Me marché, animado, lleno de esperanza, aunque el resultado hubiese sido muy distinto del que yo esperaba. Pero, ay!, la suerte había decidido otra cosa muy diferente, y yo no sabía to que me tenía preparado: verdad es que hay un destino en esta tierra.

II

Desde la escalera oí ruido en mi casa. La puerta del apartamiento se encontraba abierta. En el pasillo estaba un criado desconocido, vestido de librea. Pedro Hippolitovitch y su mujer, aterrados los dos, estaban también en el pasillo, en actitud de espera. La puerta del príncipe estaba abierta: en el interior resonaba una voz atronadora que reconocí inmediatamente como la de Bioring. No había dado yo dos pasos, cuando vi de repente al príncipe, todo deshecho en lágrimas, tembloroso, arrastrado por el pasillo por Bioring y su compañero, el barón R., el mismo que había ido a negociar con Versilov. El príncipe sollozaba, abrazaba y besaba a Bioring. Bioring gritaba contra Ana Andreievna que había, ella también, salido ai pasillo en seguimiento del príncipe: Bioring la amenazaba y, creo, pataleaba rabioso: en una palabra, se conducía como grosero soldado alemán, a pesar de todo "su gran mundo". Más tarde se supo que se le había ocurrido la idea de que Ana Andreievna había cometido un crimen de derecho común y debía ahora responder de su conducta ante la justicia. Por ignorancia del asunto, lo exageraba, como les pasa a muchos, y por eso se juzgaba con derecho para obrar absolutamente sin miramientos. Sobre todo, no había tenido tiempo de profundizar en el caso: lo habían avisado de todo anónimamente, como se descubrió luego (y como mencionaré a continuación), y había acudido en ese estado de señor enfurecido en el que, incluso los individuos más espirituales de esa nacionalidad, sc encuentran dispuestos a veces a comportarse como traperos. Ana Andreievna había acogido todo aquel asalto con una perfecta dignidad, pero yo no fui testigo. Vi solamente que, después de haber arrastrado al anciano por el pasillo, Bioring lo dejó de pronto entre las manos del barón R. y volviéndose precipitadamente hacia Ana Andreievna, le lanzó, probablemente en respuesta a alguna observación de ella:

á usted deshonrada en -el mundo y responderá ante la justicia...

-Es usted quien explota a un pobre enfermo y lo ha llevado a la locura... Grita usted contra mí porque soy una mujer y no tengo a nadie que me defienda...

í!, usted es su novia, su novia - se echó a reír malvada y rabiosamente Bioring.

ón, barón... ère enfant, je vous aime - sollozó el príncipe tendiendo las manos hacia Ana Andreievna.

íncipe, vamos, hay una conspiración contra usted, y tal vez contra su vida - exclamó Bioring.

-

íncipe --- dijo Ana Andreievna, alzando la voz -, me ofende usted y permite que me ofendan.

í! - le gritó de pronto Bioring.

No pude sufrirlo.

-Canalla! - grité -. Ana Andreievna, yo soy su defensor!

ón, ni la posibilidad, de anotar todos los detalles. Fue una éscena espantosá a innoble. Perdí de repente la razón. Creo que me lancé sobre él y que le golpeé: al menos, lo empujé fuertemente. Él me golpeó también con toda su fuerza, en la cabeza, tan fuerte, que caí al suelo. Vuelto en mí, me lancé en su persecución por la escalera; recuerdo que la sangre me salía por la nariz. Ante la puerta los esperaba un coche. Mientras se instalaba al príncipe, salté al coche y, a pesar del lacayo que me apartaba, me arrojé de nuevo sobre Bioring. Ya no recuerdo cómo llegó la policía. Bioring me cogió por el cuello y ordenó imperiosamente al agente que me condujera a la comisaría. Grité que él debía ir también, para que se extendiera un proceso verbal, y que no había derecho para arrestarme casi a la puerta de mi casa. Pero, como esto pasaba en la calle y no en mi apartamiento, y como yo gritaba, juraba y me debatía como un borracho, y Bioring estaba de uniforme, el agente me llevó conducido. Pero entonces me enfurecí por completo y, resistiendo con todas mis fuerzas, golpeé, creo recordar, al agente. Luego, lo recuerdo, llegaron dos que me condujeron. Me acuerdo apenas de cómo se me introdujo en una habitación llena de humo, apestada de tabaco, en la que una multitud de individuos de todas clases, sentados o de pie, esperaban o escribían; allí también continué gritando: reclamé el proceso verbal. El asunto se complicó con resistencia y desacato a la autoridad. Por otra parte, mis vestidos estaban demasiado en desorden. De pronto alguien gritó algo contra mí. El agente mientras tanto me acusaba de pelea y hacía su informe: un coronel...

-Su nombre? - me gritaron.

-Dolgoruki - chillé.

íncipe Dolgoruki?

í, respondí con insultos muy bajos, luego... luego, recuerdo que me llevaron a un cuartito negro, "hasta que me refrescara". Oh!, no protesto. Todo el mundo ha leído recientemente en los periódicos la queja de un señor que pasó una noche entera en la comisaría, encadenado en la "habitación de los borrachos", y éste, en mi opinión, era completamente inocente; yo, por el contrario, era culpable. Me tendí en un dormitorio común, en compañía de dos individuos que dormían con un sueño de cadáveres. Me dolía la cabeza, me latían las sienes, me galopaba el corazón. Sin duda había perdido el conocimiento y deliraba. Me acuerdo únicamente de que me desperté en plena noche y me senté en el camastro. Bruscamente me acordé de todo, lo comprendí todo y, con los codos sobre las rodillas y la cabeza entre las manos, me sumergí en una profunda meditación.

í mis sentimientos, no tengo tiempo para eso; anotaré solamente esto: quizá no he vivido nunca instantes más gozosos que aquellos minutos de meditación, en la noche profunda, en el camastro, en la comisaría. Esto puede parecerle raro al lector, como una fanfarronada, un deseo de brillar por mi originalidad, y sin embargo es como digo. Fue uno de esos instantes que llegan tal vez a todos los hombres, pero no más de una vez en la vida. En ese instante se decide su suerte, se fijan sus opiniones, se dice de una vez para siempre: "He ahí donde está la verdad y adonde hay que ir para encontrarla." Sí, ese instante iluminó mi alma. Ofendido por aquel desvergonzado Bioring y contando con ser ofendido el día siguiente por aquella mujer del gran mundo, yo sabía muy bien que podía tomarme una terrible venganza, pero resolví no vengarme. Resolví, a pesar de la tentación, no revelar la existencia del documento, no hacer que el mundo lo conociera (como la idea se agitaba ya en mi cerebro); me repetía que al día siguiente colocaría aquella carta delante de ella y que, si era preciso, en lugar de agradecimiento, recibiría su sonrisa burlona, pero que, a pesar de todo, no diría una sola palabra y la abandonaría para siempre... Pero es inútil insistir. En cuanto lo que sucedería al día siguiente cuando se me hiciera comparecer ante las autoridades y lo que harían conmigo, casi se me olvidó pensar en ello. Me santigüé con amor, me acosté en el camastro y me dormí con un limpio sueño de niño.

é tarde, cuando ya era de día. Estaba ahora solo en el cuarto. Me. senté y me puse a esperar en silencio, mucho tiempo, cerca de una hora; eran sin duda las nueve poco más o menos cuando me llamaron de pronto. Habría podido entrar en muchos más detalles, pero eso no vale la pena, puesto que toda esta historia está ya pasada; me bastará con decir lo esencial. Haré constar solamente que, para gran asombro mío, se me trató con una cortesía inusitada: me hicieron unas cuantas preguntas, respondí no sé qué y me soltaron inmediatamente. Salí en silencio y leí con satisfacción en sus ojos un cierto respeto hacia un hombre que, en una situación semejante, había sabido no perder nada de su dignidad. Si yo no lo hubiese notado, no lo haría constar aquí. Delante de la puerta me aguardaba Tatiana Pavlovna. Explicaré en dos palabras por qué había salido tan bien librado.

Muy temprano, quizás a eso de las ocho, Tatiana Pavlovna había ido a mi casa, es decir, a casa de Pedro Hippolitovitch, esperando encontrar todavía allí al príncipe, y de pronto se había enterado de todos los horrores de la víspera y sobre todo de que yo estaba detenido. En un santiamén se plantó en casa de Catalina Nicolaievna (que ya, la víspera, al regreso del teatro, había tenido una entrevista con su padre, que acababan de traerle), la despertó, le metió miedo y exigió mi liberación inmediata. Provista con una carta que le facilitó, corrió en seguida a casa de Bioring y exigió inmediatamente de él otra nota para la persona competente, con el ruego de aponerme en libertad sin demora, ya que había sido detenido por error". Con esa nota, llegó al puesto de policía y su ruego fue atendido.

III

ó por el brazo, me metió en el coche y me llevó a su casa. Allí mandó preparar inmediatamente un samovar, me lavé y me arreglé en su cocina. En esa misma cocina, me dijo en voz alta que a las once y media Catalina Nicolaievna vendría a su casa, según habían quedado de acuerdo momentos antes, para verme. Entonces fue cuando María escuchó esas palabras. Un minuto después trajo el samovar, y dos minutos más tarde, cuando Tatiana Pavlovna la llamó de pronto, no respondió: había salido. Ruego al lector que lo tenga en cuenta; eran entoñces, supongo, las diez menos cuarto. Tatiana Pavlovna se enfadó por el hecho de que hubiera desaparecido sin su permiso; pero se dijo solamente que habría ido a la tienda y no perisó más en aquello. Teníamos otra cosa en qué pensar; hablábamos sin parar, porque había de qué, de forma que yo, por ejemplo, no noté, por así decirlo, la desaparición de María; le ruego al lector que se acuerde también de esto.

ía mis sentimientos, y sobre todo aguardábamos a Catalina Nicolaievná, y la idea de que dentro de una hora iba a encontrarme por fin con ella, y además en un instante tan decisivo de mi vida, me daba temblores. En fin, después que me hube tómado dos tazas, Tatiana Pavlovna se levantó bruscarnente, cogió las tijeras que estaban sobre la mesa y dijo:

-Acerca el bolsillo: hay que sacar la carta. No vamos a andar cortando delante de ella!

í! - exclamé, desabrochándome mi redingote.

-Qué chapucería! Quién ha cosido esto?

-He sido yo, Tatiana Pavlovna, yo mismo.

ú. Vamos...

ía siendo el mismo, pero dentro no había más que un papel blanco.

-Qué quiere decir esto? - exclamó Tatiana Pavlovna dándole vueltas en todos los sentidos -. Qué te pasa?

ívido... y de pronto me dejé caer sin fuerzas sobre la silla; estuve a punto de perder el conocimiento.

-Qué quiere decir todo esto? - gritó Tatiana Pavlovna -. Dónde está la carta?

é de repente, dando un brinco.

ía adivinado por fin y me daba puñadas en la frente.

A toda prisa, sin aliento, se lo expliqué todo, tanto la noche pasada en casa de Lambert como nuestra conspiración de entonces; por lo demás ya le había confesado aquella conspiración la víspera.

-Me la han robado! Me la han robado! -- gritaba yo pataleando y mesándome los cabellos.

é desgracia! - dijo de pronto Tatiana Pavlovna, comprendiendo de lo que se trataba -. Qué hora es?

-Y María que no está aquí. María, María!

é desea la señora? - respondió de pronto Matía desde el fondo de la cocina.

ás ahí? Pero qué hacer ahora? Voy a ir en un salto a su casa... Y tú, idiota, idiota!

-Yo voy a casa de Lambert! - aullé -, y lo estrangularé si es necesario!

ñora! - dijo de pronto María desde su cocina -, hay aquí una persona que quiere verla.. No había terminado su frase cuando la "persona" hizo irrupción por su cuenta, con gritos y lamentos. Era Alphonsine. No describiré la escena en todos sus detalles; realmente era una escena teatral: engaño y mentira, pero hay que hacer notar que Alphonsine la representó a las mil maravillas. Con llantos de arrepentmento y gestos frenéticos, contó (en francés, naturalmente) que la carta había sido ella quien la había robado, que la tenía ahora Lambert y que Lambert, de acuerdo con aquel "bandido", cet homme noir, ía atraer a su casa a énérale y matarla, inmediatamente, dentro de una hora... que ella se había enterado de todo por boca de los dos y que se había sentido presa de un miedo terrible, al ver que tenían en las manos una pistola, ía corrido aquí, a nuestra casa, para que fuéramos allí, para que la salváramos, para que la avisáramos... Cet homme noir...

ímil, e incluso la estupidez de ciertas explicaciones de Alphonsine aumentaba la verosimilitud.

-é homme noir? ó Tatiana Pavlovna.

-Tiens, j'ai oublié son nom... Un homme affreux... -Tiens,

-Versilov, es imposible! . - exclamé.

ó Tatiana Pavlovna -. Pero dime, jovencita, sin dar saltos, sin mover los brazos, qué es lo que ellos quieren hacer?

"jovencita" explicó lo que sigue (nota: todo esto no era más que mentira, lo advierto una vez más): Versilov se quedará detrás de la puerta, y Lambert, en cuanto ella entre, le mostrará cette lettre, á, y ellos... Oh!, ils feront leur vengance! é ha sido cómplice y énérale, á seguramente, "en seguida, en seguida" , porque ellos le han enviado copia de la carta y ella verá inmediatamente que ellos son verdaderamente los detentadores del original, por tanto ella vendrá; pero es Lambert sólo quien le ha escrito la carta; ella no sabe nada de Versilov; Lambent se ha presentado como una persona llegada de Moscú de parte d'une dame de Moscou

ón. Me encuentro mal!-exclamó Tatiana Pavlovna.

ó Alphonsine.

ía en esta noticia insensata algo incoherente, pero no había tiempo de reflexionar en eso, porque en efecto todo era horriblemente verosímil. Hasta se podia suponer, con mucha verosimilitud, que Catalina Nicolaievna, habiendo recibido la invitación de Lambert, pasaría primero por nuestra casa, por casa de Tatiana Pavlovna, para aclarar la cosa; pero esto también podia muy bien no suceder, y ella podia ir directamente a casa de ellos, y entonces estaba perdida! Era sin embargo difícil creer que se lanzara así a casa de un desconocido como Lambert, a la primera llamada de éste; pero de todas formas eso también podia suceder, por ejemplo después de haber visto la copia y haberse convencido de que su carta estaba realmente en casa de ellos, y entonces sería una catástrofe. Y sobre todo, no nos quedaba ni un minuto que perder, ni para reflexionar.

-Y Versilov la estrangulará! Si ha llegado hasta a confabularse con Lambert, seguramente la estrangulará! Es el doble! - exclamé yo.

"doble"! - dijo Tatiana Pavlovna retorciéndose las manos -. Vamos, no hay nada que hacer - decidió de pronto -; coge tu gorro y tu pelliza y vámonos juntos. Condúcenos, jovencita. Ah, qué lejos está! Maria, Maria, si Catalina Nicolaievna viene, dile que vuelvo en seguida, que se siente y que me espere, y, si no quiere esperarme, cierra la puerta con llave y retenla a la fuerza, dile que soy yo quien lo manda. Habrá cien rublos para ti, Maria, si me haces este servicio.

Nos lanzamos por la escalera. Sin ninguna duda, no había nada mejor que hacer, porque en todo caso el mal principal residía en casa de Lambert y, si Catalina Nicolaievná venía en efecto primero a casa de Tatiana Pavlovna, Maria podría retenerla. Sin embargo, Tatiana Pavlovna, que ya había llamado a un cochero, cambió de pronto de parecer:

ó, dejándome con Alphonsine -. Y muere si es preciso, comprendes? Yo iré a buscarte, pero antes ire en un salto a casa de ella, quizá la encuentte allí, porque, por mucho que digas, tengo sospechas!

ó a casa de Catalina Nicolaievna. Alphonsine y yo corrimos a casa de Lambert. Le di prisa al cochero y al mismo tiempo continué haciéndole preguntas a Alphonsine, pero ésta no respondía más que con exclamaciones y finalmente con lágrimas. Pero Dios velaba y nos protegió a todos, en el momento en que todo estaba colgado de un hilo. No habíamos hecho ni la cuarta parte del camino, cuando de repente oí un grito a mis espaldas: me llamaban por mi nombre. Me volví: era Trichatov, que nos alcanzaba en coche.

ónde va usted? - gritaba con aire espantado -. Y con ella, con Alphonsine!

é -. Tuvo usted razón: una desgracia! Voy a casa de ese canalla de Lambert! Vayamos juntos, así habrá más gente!

ó Trichatov -Lambert miente y Alphonsine miente también. Me envía el picado de viruelas. Ellos no están en casa: acabo de encontrarme con Versilov y Lambert; han ido a casa de Tatiana Pavlovna... están ya allí...

Detuve el coche y salté al de Tricnatov. No comprendo cómo pude tomar tan de repente esa decisión, pero de repente lo creí y de repente me decidí. Alphonsine lanzó gritos terribles, pero nosotros la dejamos a ignoro si nos siguió o si volvió a su casa; en todo caso no la volví a ver.

ó, mal que bien y jadeando, que había montada toda una trampa, que Lambert se había puesto de acuerdo con el picado de viruelas, pero que éste lo había traicionado en el último minuto y acababa de enviarlo a él, a Trichatov, a casa de Tatiana Pavlovna, para advertirla que no creyese a Lambert ni a Alphonsine. Añadió que él no sabía nada más, porque el picado de viruelas no le había dicho otra cosa; no había tenido tiempo, porque por su parte tenía prisa y todo aquello era urgente. "He visto - continuó Trichatov - como usted salía y he corrido detrás. " Era evidente que aquel picado de viruelas ebtaba enterado también de todo, puesto que había enviado a Trichatov directamente a casa de Tatiana Pavlovna; pero aquello constituía un nuevo enigma.

ón en las ideas, antes de describir la catástrofe, explicaré toda la verdad auténtica y anticiparé una vez más.

IV

és de haber robado la carta, Lambert se había puesto en contacto con Versilov. El cómo Versilov había podido ponerse de, acuerdo con Lambert, no lo diré todavía; eso llegará más tarde; en todo caso era siempre "el doble". Pero, una vez aliado con Versilov, Lambert tenía que atraer lo más diestramente posible a Catalina Nicolaievna. Versilov le decía rotundamente que ella no acudiría. Pero, después que, la antevíspera por la tarde, se había encontrado conmigo en la calle y, para jactarme, le había declarado que restituiría la carta en casa de Tatiana Pavlovna y en presencia de Tatiana Pavlovna, Lambert, desde aquel mismo instante había organizado una especie de vigilancia -sobre el apartamiento de Tatiana Pavlovna: había comprado a María. Le había dado veinte rublos; a continuación, al día siguiente, una vez realizado el robo, le había hecho una segunda visita y entonces se había puesto de acuerdo definitivamente con ella, prometiéndole por sus servicios doscientos rublos.

He ahí por qué María, en cuanto oyó que a las once y media Catalina Nicolaievna estaría en casa de Tatiana Pavlovna y que yo estaría también, había salido inmediatamente de la casa y corrido en coche a llevarle la noticia a Lambert. Eso era precisamente lo que ella tenía que comunicarle a Lambert, en eso consistían sus servicios. Justamente Versilov se encontraba en aquel momento en casa de Lambert. En un abrir y cerrar de ojos imaginó aquella infernal combinación. Se dice que los locos tienen sus momentos de horrible lucidez.

ón consistía en atraernos a los dos, a Tatiana y a mí, fuera de la casa de aquélla a toda costa, aunque se tratase sólo de un cuarto de hora, pero antes de la llegada de Catalina Nicolaievna. En seguida, esperar en la calle y, en cuanto Tatiana Pavlovna y yo saliéramos, penetrar en el apartamiento que María les abriría, y esperar allí a Catalina Nicolaievna. Durante ese tiempo, Alphonsíne debía retenernos con todas sus fuerzas donde quisiera y como quisiera. Ahora bien, Catalina Nicolaievna debía llegar, como lo había prometido, a las once y media, por consiguiente mucho antes de que nosotros pudiésemos estar de vuelta. (Naturalmente, Catalina Nizolaievna no había recibido la menor invitación de Lambert, y Alphonsine había mentido: toda esa historia, era Versilov quien la había inventado en todos sus detalles; Alphonsine representaba solamente el papel del traidor asustado.) Evidentemente, corrían un riesgo, pero el razonamiento era acertado: "Si eso da resultado, es perfecto; si no, tampoco se pierde nada puesto que tenemos el documento." Pero la cosa dio resultado y no podía dejar de darlo, puesto que nosotros no teníamos más remedio que correr en seguimiento de Alphonsine, en virtud de esta sola suposición: " Y si fuera verdad! " Lo repito: no teníamos tiempo para razonar.

V

Hicimos irrupción, Trichatov y yo, en la cocina, y encontramos a María presa de terror. Se había quedado espantada cuando, al hacer entrar a Lambert y Versilov, vio de pronto en manos del primero un revólver. Desde luego, había aceptado el dinero, pero lo del revólver no entraba en sus cálculos. Estaba perpleja, y, en cuanto me vio, se lanzó a mí:

édese usted aquí en la cocina - ordené -. En cuanto grite, acuda en mi ayuda con toda su fuerza.

ía me abrió la puerta del pasillo y me deslicé en la habitación de Tatiana Pavlovna, aquel cuartito donde no había sitio más que para la cama de Tatiana Pavlovna, y donde yo una vez había escuchado por casualidad una conversación. Me senté en la cama y descubrí inmediatamente una rendija en la cortina.

En la habitación había ya ruido, y se hablaba en voz alta; haré observar que Catalina Nicolaievna había entrado exactamente un minuto después que ellos. Aquel ruido y esas conversaciones yo los había oído ya desde la cocina; los gritos procedían. de Lambert. Ella estaba sentada en el diván, y él, plantado delante de ella, gritaba como un idiota. Ahora ya sé por qué habia perdido tan estupidamente su sangre fría: tenía prisa, temía que los sorprendieran; más tarde explicaré quién era la persona a la que temía. Tenía la carta en la mano. Pero Versilov no estaba en la habitación; yo me preparaba a saltar al primer asomo de peligro. Registro únicamente el sentido de las conversaciones; hay quizá muchas cosas que no recuerdo bien, pero yo estaba entonces demasiado impresionado para retenerlo todo con la debida precisión.

ás que treinta! - dijo Lambert en alta voz y acalorándose terriblemente.

Catalina Nicolaievna, aunque visiblemente asustada, lo miraba con una sorpresa desdeñosa.

í, mírela, mírela! No es ésta? Un billete de treinta mil, ni un copec menos! - la interrumpió Lambert.

-Escriba usted un pagaré, he aquí papel. En seguida irá usted a buscar el dinero, y esperaré, pero no más de una semana. Cuando traiga usted el dinero le devolveré el pagaré con la carta.

á equivocado. Hoy mismo le quitarán ese documento, si presento denuncia.

én? Ah, ah! Y el escándalo? Y la carta que le enseñaremos al príncipe? Dónde me la van a coger? No guardo documentos en mi casa. Haré que se la enseñe al príncipe una tercera persona. No se obstine, señora, déme las gracias por pedir tan poco, otro cualquiera en mi lugar pediría además determinados servicios... usted sabe cuáles... esos que ninguna mujer bonita rehúsa en un caso de apuro, esos mismos... Ja, ja, ja! êtes belle, vous!

ás que un salto, enrojeció de la cabeza a los pies... y le escupió a la cara. En seguida, se dirigió rápidamente hacia la puerta. Entonces aquel imbécil de Lambert sacó su revólver. Como idiota congénito que era, creía ciegamente en el efecto que produciría el documento, es decir, que no había considerado con quién tenía que habérselas, justamente porque, como ya he dicho, suponía en todo el mundo los mismos sentimientos innobles que él tenía por su parte.

ía irritado con su grosería, siendo así que ella tal vez no hubiese rehusado una transacción financiera.

-No se mueva! - aulló él, todo furioso por el salivazo, cogiéndola por un hombro y enseñándole el revólver, evidentemente para meterle miedo.

ó un grito y se dejó caer en el diván. Yo me lancé hacia la habitación; pero, en aquel mismo instante, por la puerta del pasillo entró Versilov. (Estaba allí esperando.) Apenas había tenido yo tiempo de lanzar una ojeada, cuando le arrancó el revólver a Lambert y con todas sus fuerzas le dio unos golpes en la cabeza. Lambert vaciló y cayó sin conocimiento; la sangre salía a raudales de su cráneo manchando la alfombra.

Ella,. al divisar a Versilov, se puso de pronto pálida como una mortaja; lo miró algunos instantes fijamente, con un espanto indecible, y de pronto cayó desmayada. Se lanzó sobre ella. Todo eso, me parece verlo aún. Me acuerdo de haber visto con espanto el rostro rojo, casi carmesí, de Versilov, y sus ojos encarnizados. Creo que, aun viéndome y todo en la habitación, no me había reconocido. La cogió, inanimada, la levantó con una fuerza increíble, la tomó en sus brazos tan fácilmente como si fuera una pluma, y, con un aire insensato, se puso a pasearla por la habitación como a un niño. La habitación era minúscula, pero él erraba de un rincón a otro, sin comprender por qué obraba así. En el espacio de un instante, había perdido la razón. La miraba siempre, miraba su rostro. Yo corría detrás de él: me daba miedo sobre todo del revólver, que él se había olvidado en la mano derecha y que tenía pegado a la cabeza de ella. Pero me rechazó una vez con el codo, otra vez con el pie. Yo quería llamar a Trichatov, pero temía también irritar al loco. Por fin, corrí de golpe la cortina y le supliqué que la depositara en la cama. Él se acercó y la soltó, pero se plantó delante de ella, la miró a los ojos un minuto, fijamente, y de improviso, agachándose, besó por dos veces sus labios pálidos. Comprendí por fin que estaba decididamente fuera de sí. De pronto blandió contra ella el revólver, pero, como si una idea se le hubiese ocurrido súbitamente, lo empuñó por la culata y le apuntó a la cabeza. Instantáneamente, con todas mis fuerzas, le cogí el brazo y llamé a Trichatov. Me acuerdo de que los dos luchamos contra él, pero que consiguió zafarse el brazo y tirar sobre sí mismo. Había querido matarla, y matarse a continuación. Pero, como nosotros le habíamos impedido que la matara, dirigió el revólver derechamente contra su propio corazón. Pero yo tuve tiempo de tirarle del brazo para arriba, y la bala se le alojó en el hombro. En áquel instante, un grito: Tatiana Pavlovna hizo irrupción! Pero él estaba ya tendido sobre la alfombra, sin conocimiento, al lado de Lambert.

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Notas
Indice de los personajes