Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Primera parte. Libro II. Una reunión fuera de lugar.
Capitulo VIII. Un escándalo

CAPITULO VIII

UN ESCÁNDALO

Cuando Miusov a Iván Fiodorovitch llegaron a las habitaciones del padre abad, Piotr Alejandrovitch, que era un hombre bien educado, estaba avergonzado de su reciente arrebato de cólera. Comprendía que, en vez de exasperarse, debió apreciar en su justo valor al deleznable Fiodor Pavlovitch y conservar enteramente su sangre fria.

"Nada se les puede reprochar a los monjes -se dijo de pronto; mientras subía la escalinata que conducía al departamento del padre abad-. Puesto que hay aquí personas distinguidas (el padre Nicolás y el abad pertenecen, según tengo entendido, a la nobleza), por qué no me he de mostrar amable con ellos? No discutiré, incluso les llevaré la corriente, y me atraeré su simpatía. Así les demostraré que yo no tengo nada que ver con ese Esopo, ese bufón, ese saltimbanqui, y que he sido engañado como ellos."

ó cederles definitiva a inmediatamente los derechos de tala y pesca, cosa que haría de mejor grado aún al tratarse de una bagatela.

Estas buenas intenciones se afirmaron en el momento en que los invitados entraban en el comedor del padre abad. Todo el departamento consistía en sólo dos piezas, pero éstas eran más espaciosas y cómodas que las del staretsún la antigua moda del año 1820; el suelo no estaba ni siquiera pintado. En compensación, todo resplandecía de limpieza y en las ventanas abundaban las flores de precio. Pero el principal detalle de elegancia consistía en aquel momento en la mesa, presentada incluso con cierta suntuosidad. El mantel era inmaculado, la vajilla estaba resplandeciente, en la mesa se veían tres clases de pan , todas perfectamente cocidas, dos botellas de vino, dos jarros de excelente aguamiel del monasterio y una gran garrafa llena de un kvass famoso en toda la comarca. No había vodka. Rakitine refirió después que la minuta constaba de cinco platos: una sopa con trozos de pescado, un pescado en una salsa especial y deliciosa, un plato de esturión, helados y compota, y, finalmente, .

Incapaz de contenerse, Rakitine había olfateado todo esto y echado una mirada a la cocina del padre abad, donde tenía amigos. Los tenía en todas partes: así se enteraba de todo lo que quería saber. Era un alma atormentada y envidiosa. Tenía pleno conocimiento de sus dotes indiscutibles y, llevado de su presunción, las exageraba. Sabía que estaba destinado a desempeñar un papel importante. Pero Aliocha, que sentía por él verdadero afecto, se afligía al ver que no tenía conciencia y que el desgraciado no se daba cuenta de ello. Sabía que no se apoderaría jamás de un dinero que tuviera a su alcance, y esto bastaba para que se considerase perfectamente honrado. Respecto a este punto, ni Aliocha ni nadie habría podido abrirle los ojos.

é y el padre Paisius habían sido invitados, además de otro religioso. Los tres esperaban ya en el comedor para recibir a sus invitados. Era un viejo alto y delgado, todavía vigoroso, de cabello negro que empezaba a cobrar un tono gris, y rostro alargado, enjuto y grave. Saludó a sus huéspedes en silencio, y ellos se inclinaron, solicitando su bendición. Miusov intentó incluso besarle la mano, pero el padre abad, advirtiéndolo, la retiró. Iván Fiodorovitch y Kalganov llegaron al fin del saludo, besándole la mano ruidosamente, al estilo de la gente del pueblo.

-Todos tenemos que presentarle nuestras excusas, reverendo padre -dijo Piotr Alejandrovitch con una fina sonrisa, pero en tono grave y respetuoso-, ya que llegamos solos, es decir, sin nuestro compañero Fiodor Pavlovitch, a quien usted había invitado. Ha tenido que renunciar a venir con nosotros, y no sin motivo. En la celda del padre Zósimo acalorado por su desdichada querella con su hijo, ha pronunciado algunas palabras totalmente fuera de lugar, en extremo inconvenientes..., de lo cual debe de tener ya conocimiento su reverencia -añadió mirando de reojo a los monjes-. Fiodor Pavlovitch, consciente de su falta y lamentándola sinceramente, se siente profundamente avergonzado y nos ha rogado, a su hijo Iván y a mí, que le expresemos su pesar, su contrición y su arrepentimiento... Espera repararlo todo inmediatamente. Por el momento, implora la bendición de su reverencia y le ruega que olvide lo sucedido.

Al llegar al final de su discurso, Miusov se sintió tan satisfecho de sí mismo, que incluso se olvidó de su reciente irritación. Experimentó de nuevo un sincero y profundo amor por la humanidad.

ía escuchado atentamente, inclinó la cabeza y repuso:

ía tomado afecto, y nosotros a él. Señores, tengan la bondad de ocupar sus puestos.

Se situó ante la imagen y empezó a orar. Todos se inclinaron respetuosamente y Maximov incluso se colocó delante de los demás y enlazó las manos con un gesto de profunda devoción.

Fue entonces cuando Fiodor Pavlovitch completó su obra. Hay que advertir que su propósito de marcharse había sido sincero; que, tras su vergonzosa conducta en las habitaciones del staretsía comprendido que no debía ir a comer con el padre abad como si nada hubiera pasado. No se sentía avergonzado, no se hacía amargos reproches, sino todo lo contrario; pero consideraba que asistir a la comida era una inconveniencia.

Sin embargo, apenas su calesa de muelles chirriantes avanzó hasta el pie de la escalinata de la hospedería, y cuando ya iba a subir al coche, se detuvo. Se acordó de las palabras que había dicho al . "Cuando voy a ver a otras personas, siempre me parece que soy el más vil de todos, y que todos me miran como a un payaso. Entonces yo decido hacer de veras el payaso, por considerar que todos, desde el primero hasta el último, son más estúpidos y más viles que yo."

ía vengarse de todo el mundo por sus propias villanías. Se acordó de pronto de que un día alguien le preguntó: "Por qué detesta usted tanto a ese hombre?" A lo que él había contestado en un arranque de procacidad bufonesca: " No me ha hecho nada, pero yo le hice a él una mala pasada y desde entonces empecé a detestarlo." Este recuerdo le arrancó una risita silenciosa y maligna. Con los ojos centelleantes y los labios temblorosos, tuvo unos instantes de vacilación. Luego, de pronto, se dijo resueltamente: "No podría rehabilitarme. Me mofaré de ellos hasta el cinismo."

ó al cochero que esperase y volvió a grandes pasos al monasterio. Iba derecho a las habitaciones del padre abad. Ignoraba aún lo que haría, pero sabía que no era dueño de sí mismo, que al menor impulso cometería cualquier acto indigno, incluso algun delito del que habría de responder ante los tribunales. Hasta entonces, jamás había pasado de ciertos límites, lo que no dejaba de sorprenderle.

Apareció en el comedor en el momento en que, terminada la oración, todos iban a sentarse a la mesa. Se detuvo en el umbral, observó a la concurrencia, mirándolos a todos fijamente a la cara, y estalló en una risa larga y desvérgonzada.

-Se creían que me había marchado? Pues aquí me tienen -exclamó con voz sonora.

úbito, todos comprendieron que inevitablemente se iba a producir un escándalo. Piotr Alejandrovitch pasó repentinamente de la calma a la contrariedad. Su cólera volvió a inflamarse:

-No lo puedo soportar! -gruñó-. No puedo, no puedo de ningún modo.

ó a la cabeza, y notó que se embarullaba, pero el momento no era para pensar en la dialéctica. Cogió el sombrero.

-Qué es lo que no puede soportar? -exclamó Fiodor PavIovitch-. Puedo entrar, reverendo padre? Me admite usted como invitado?

ón que pase -respondió el padre abad, y añadió dirigiéndose a todos-: Señores, les suplico que olviden sus querellas y se reúnan con amor fraternal, implorando a Dios, en torno de esta mesa.

-No, no! Eso es imposible -exclamó Piotr Alejandrovitch fuera de si.

-Lo que es imposible para Piotr Alejandrovitch, lo es también para mi. No me quedaré. He venido por estar con él. No me sepáraré de usted ni un paso, Piotr Alejandrovitch: si usted se va, me voy yo; si usted se queda, me quedo. Usted, padre abad, le ha herido al hablar de fraternidad: le mortifica ser mi pariente... No es verdad, Von Shon? Miren: ahí tienen a Von Shon. Buenas tardes, Von Shon!

ó Maximov, estupefacto.

í, a ti. Reverendo padre, sabe usted quién es Von Shon? El héroe de una causa célebre. Lo mataron en un lupanar, como creo que llaman ustedes a esos lugares, y, una vez muerto, lo desvalijaron. Después, a pesar de su respetable edad, lo metieron en un cajón y lo enviaron de Petersburgo a Moscú en un furgón de equipajes con una etiqueta. Y mientras lo embalaban, las rameras cantaban y tocaban el timpano, es decir, el piano. Pues bien, ese hombre que ven ustedes ahí es Von Shon resucitado. Verdad, Von Shon?

-Qué dice este hombre? -exclamaron varias voces entre los religiosos.

-Vámonos -dijo Piotr Alejandrovitch a Kalganov.

-No, esperen! -gritó Fiodor Pavlovitch, dando un paso hacia el interior-. Déjenme terminar. En la celda del me han acusado ustedes de haberme conducido irrespetuosamente, y todo porque he hablado de gobios. A Piotr Alejandrovitch Miusov, mi pariente, le gusta que en las peroraciones haya plus de noblesse que de sincérité; a mi, por el contrario, me gusta que en mis discursos haya érité que de noblesse, úcheme, padre abad: aunque yo sea un bufón y me mantenga en mi papel, soy un caballero de honor y tengo que explicarme. Sí, yo soy un caballero de honor, mientras que en Piotr Alejandrovitch no hay más que amor propio ofendido. He venido aquí para ver lo que pasa y exponerle mi modo de pensar. Mi hijo Alexei hace el noviciado en este monasterio. Soy su padre y mi obligación es preocuparme por su porvenir. Mientras yo actuaba como en un teatro, lo escuchaba todo, lo miraba todo con disimulo, y ahora quiero ofrecerle el último acto de la comedia. Generalmente, aquí, el que cae se queda tendido para siempre. Pero yo quiero levantarme. Padres, estoy indignado del modo de obrar de ustedes. La confesión es un gran sacramento que merece mi veneración y ante el cual estoy presto a prosternarme. Pues bien, allá abajo, en la ermita, todo el mundo se arrodilla y se confiesa en voz alta. Está permitido confesarse en voz alta? En los tiempos más antiguos, los santos padres instituyeron la confesión secreta. Porque, por ejemplo, puedo yo explicar ante todo el mundo que yo hago esto y lo otro y..., me comprende usted? A veces es una indecencia revelar ciertas cosas. Esto es un escándalo! Permaneciendo entre ustedes, uno puede ser arrastrado a la secta de los Kblysty. En cuanto tenga ocasión, escribiré al Sínodo. Entre tanto, retiro a mi hijo de este monasterio.

Como se ve, Fiodor Pavlovitch había oído campanas y no sabía dónde. Según ciertos rumores malignos llegados no hacia mucho a oídos de las autoridades eclesiásticas, en los monasterios donde subsistía la institución de los startsy éstos un respeto exagerado, en perjuicio de la dignidad del abad. Además, los startsy ón, etcétera, etcétera. Estas acusaciones infundadas no tuvieron éxito alguno en ninguna parte. Pero el demonio que Fiodor Pavlovitch llevaba dentro y que le empujaba cada vez más hacia un abismo de vergüenza le había inspirado esta acusación, de la que él, por cierto, no comprendía una palabra. Ni siquiera había acertado a hacerla oportunamente, ya que esta vez nadie se había arrodillado ni confesado en voz alta en la celda del staretsía podido ver nada de lo que acababa de decir y se había limitado a repetir viejos comadreos que sólo recordaba a medias. Apenas terminó de exponer estas necedades, Fiodor Pavlovitch se dio cuenta de lo absurdo de sus palabras y experimentó en seguida el deseo de demostrar a su auditorio, y sobre todo a si mismo, que no había en ellas nada de absurdo. Y aunque sabía perfectamente que todo lo que dijera no haría sino agravar las cosas, no se pudo contener y resbaló como por una pendiente.

-Qué villanía! -exclamó Piotr Alejandrovitch.

-Un momento -dijo de súbito el padre abad-. Antiguamente se dijo: "Se empieza a hablar demasiado de mi, a incluso a hablar mal. Después de haberlo escuchado todo, me he dicho: esto es un remedio que me envía Jesús para curar mi alma vanidosa." Así, le damos humildemente las gracias, querido huésped.

ó profundamente ante Fiodor Pavlovitch.

ñerías, viejas frases y viejos gestos, viejas mentiras y puros formulismos como el del saludo hasta el suelo. Ya sabemos lo que son esos saludos. "Un beso en los labios y una puñalada al corazón", como en Los bandidos de Schiller. No me gusta la falsedad, padres míos; lo que quiero son verdades. Pero la verdad no está en los gobios, como ya he proclamado. Por qué ayunan ustedes? Por qué esperan una recompensa en el cielo? Por obtener esa recompensa, también ayunaría yo. No, santos monjes: sed virtuosos en la vida; servid a la sociedad sin encerraros en un monasterio, donde todo lo tenéis pagado, y sin esperar recompensa alguna. Esto sería más meritorio. Como ve usted, padre abad, yo sé también hacer frases... Qué veo aquí? -añadió acercándose a la mesa-. Viejo oporto comprado en Fartori y otro exquisito vino procedente de los Hermanos Ielisseiev. Caramba, caramba, reverendos padres! Esto no se parece en nada a los gobios. Y esas otras botellas! Je, je! Quién os ha dado todo esto? El campesino ruso, el trabajador que os trae sus ofrendas con sus manos callosas, quitándoselas a su familia y a las necesidades del Estado. Ustedes explotan al pueblo, reverendos padres.

-Eso es una falsedad indigna! -dijo el padre José.

ó del comedor precipitadamente, seguido de Kalganov.

-Bueno, mis reverendos padres; me voy en pos de Piotr Alejandrovitch. No volveré nunca, aunque me lo pidan ustedes de rodillas. Nunca, jamás! Les envié mil rublos, y hay que ver cómo abrirían ustedes los ojos. Je, je! Pero a este donativo no añadiré absolutamente nada. Quiero vengarme de las humillaciones que recibí de ustedes en mi juventud.

Dio un puñetazo en la mesa con fingida indignación y continuó:

-Este monasterio ha desempeñado un gran papel en mi vida. Cuántas y cuán amargas lágrimas he derramado por culpa de él! Ustedes consiguieron que se volviera contra mí mi esposa, la endemoniada. Me cubrieron de maldiciones y me desacreditaron ante el vecindario. Basta ya, reverendos padres! Vivimos en la época del ferrocarril y de los buques de vapor. No recibirán nada más de mi: ni mil rublos, ni cien, ni siquiera uno.

ía hecho nunca nada contra él y que Fiodor Pavlovitch no había tenido que derramar amargas lágrimas por culpa del convento. Sin embargo, Fiodor PavIovitch se había indignado de tal modo ante estas supuestas lágrimas, que casi llegó a convencerse de que las había derramado. Incluso estuvo a punto de echarse a llorar. Pero comprendió que había llegado el momento de retirarse.

ó la cabeza y dijo gravemente:

én está escrito que hay que soportar pacientemente la calumnia y, sin dejarse turbar por ella, no detestar al calumniador. Así obraremos nosotros.

-Bonito galimatías! Ahí se quedan, padres míos: yo me voy. Me llevaré para siempre a mi hijo Alexei, haciendo use de mi autoridad paterna. Iván Fiodorovitch, mi amabilísimo hijo, permíteme que te ordene que me sigas. Von Shon, para qué te has de quedar en esta casa? Ven a la mía, que sólo está a una versta de aquí. No lo pasarás mal. En vez de aceite de lino, te daré un cochinillo relleno de alforfón, coñac y otros licores, a incluso habrá allí una bonita muchacha. Vamos, Von Shon; no desprecies tanta feficidad.

ó lanzando. gritos y agitando los brazos. En este momento fue cuando lo vio Rakitine y se lo señaló a Aliocha.

-Alexei -gritó a éste su padre desde lejos-, desde hoy vivirás en mi casa! Coge tu almohada y tu colchón! Que no quede nada tuyo aquí!

Fiodor Pavlovitch subió a la calesa seguido de Iván Fiodorovitch, que, silencioso y sombrío, ni siquiera se volvió para saludar a su hermano.

ómica y sorprendente. Maximov llegó corriendo y jadeante. En su impaciencia, puso un pie en el estribo, donde estaba todavía el de Iván Fiodorovitch, y, aferrándose al coche, trató de subir.

-Yo también voy! -exclamó con alegre risa y gesto beatífico-. Llévenme.

-Ves? -dijo Fiodor Pavlovitch, encantado-. No decía yo que es Von Shon resucitado? Cómo te las has arreglado para salir de allí? Qué te propones? Cómo es posible que hayas renunciado a la comida? Para proceder así hace falta tener una cara de bronce. Yo la tengo, pero me asombra que la tengas también tú, amigo mío. Sube, sube. Déjalo subir, Iván: nos divertiremos. Se sentará a nuestros pies, no es verdad, Von Shon? O prefieres instalarte en el pescante, junto al cochero? Sube al pescante, Von Shon.

án Fiodorovitch, que se había sentado ya sin decir palabra, lo rechazó, dándole un fuerte golpe en el pecho que le hizo retroceder un par de metros. Maximov no llegó a caer por verdadero milagro.

ó Iván ásperamente al cochero.

-Pero por qué le tratas así? -censuró Fiodor Pavlovitch.

La calesa había partido ya. Iván no contestó.

-No te comprendo -dijo Fiodor Pavlovitch tras un largo silencio y mirando de reojo a su hijo-. Fue idea tuya hacer esta visita al monasterio; tú la provocaste y te parecía muy bien. Por qué te enfurruñas ahora?

ó rudamente Iván-. Descansa un poco.

Fiodor Pavlovitch volvió a estar callado unos minutos. Al fin dijo con acento sentencioso:

-Un vasito de coñac me hará bien.

Iván no contestó.

én tú tomarás una copa en cuanto lleguemos, verdad?

án no dijo palabra.

Fiodor Pavlovitch volvió a esperar un par de minutos.

íe, amabilísimo Karl von Moor, reTiré a Aliocha del monasterio.

án se encogió de hombros desdeñosamente, volvió la cabeza y Se absorbió en la contemplación del camino.

No volvieron a pronunciar palabra hasta que llegaron.