Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Primera parte. Libro III. Los sensuales.
Capitulo IV. Confesión de un corazón ardiente. Anécdotas

CAPITULO IV

CONFESIÓN DE UN CORAZÓN ARDIENTE. ANÉCDOTAS

-Yo llevaba una vida disipada, y nuestro padre se escudó en ello para afirmar que despilfarraba miles de rublos en la seducción de doncellas. Es una idea muy propia de un puerco. Mentía, pues mis conquistas no me han costado jamás un céntimo. Para mí, el dinero es sólo una cosa accesoria, la ène. ñana, el de una mujer de la calle. Yo las distraía a las dos, tirando el dinero a manos llenas, con música de ánes. ían, pero sí muchas. Yo adoraba las callejas, las encrucijadas desiertas y sombrías, que son escenario de aventuras y sorpresas y, a veces, de perlas en el barro. Te hablo con imágenes, hermano: esas callejuelas no existen sino en un sentido figurado. Si tú te parecieras a mí, me comprenderías. Yo adoraba el libertinaje por su misma abyección; yo adoraba la crueldad. No soy un ser corrompido, un insecto pernicioso, es decir, un Karamazov? Una vez organizamos una comida en el cameo y salimos en siete í de besos a mi vecina de asiento en el trineo, la hija de un funcionario sin fortuna, encantadora y tímida, y en la oscuridad me toleró caricias de un atrevimiento extraordinario. La pobrecilla se imaginaba que al día siguiente iría a pedir su mano, pues me tenía por novio suyo; pero pasaron cinco meses sin que le dijera nada. A veces, cuando nos encontrábamos en algún baile, la veía en un rincón de la sala, siguiéndome con una mirada entre indignada y tierna. Este juego excitaba mi perversa sensualidad. A los cinco meses se casó con un funcionario y desapareció, furiosa y tal vez amándome todavía. Ahora el matrimonio vive feliz. Te advierto que nadie sabe nada de esto y que su reputación está incólume: a pesar de mis viles instintos y de mi amor a la bajeza, no soy descortés. Enrojeces; tus ojos centellean. Lo comprendo: es que te da náuseas tanto lodo. Tengo un buen álbum de recuerdos, hermano mío. Que Dios guarde a todas esas encantadoras criaturas! En el momento de la ruptura evité siempre las discusiones. Yo no traicioné ni comprometí a ninguna. Pero basta de este tema. No creas que te he llamado solamente para explicarte esta sarta de horrores. Te he llamado para contarte algo más interesante. Y es que no siento vergüenza ante ti; por el contrario, estoy a mis anchas.

ó de pronto:

ú? Exageras, Aliocha.

ó con vehemencia.

ía desde hacia tiempo. Continuó:

ón; tú estás más arriba, en el escalón trece o cosa así. Yo creo que esto es igual: una vez se ha puesto el pie en el primero, se suben todos los escalones.

ía a otro se te zampará... Bueno, me callo. Y dejemos este terreno manchado por las moscas y hablemos de mi tragedia, en la que también pululan las moscas, es decir, toda clase de degradaciones. Aunque el viejo mintió cuando dijo que yo despilfarraba el dinero persiguiendo a las doncellas, esto ocurrió una vez, una sola. Pero él, que me acusaba de faltas inexistentes, no sabía ni sabe nada de este caso. No se lo he contado a nadie. Tú eres el primero que lo vas a saber..., mejor dicho, el segundo, pues si que se lo he contado a otro, hace ya mucho tiempo: a Iván. Pero Iván permanecerá mudo como una tumba.

í.

ó más atentamente.

ón destacado en una pequeña ciudad, se me vigilaba como si fuera un deportado. Pero fui bien acogido en la localidad. Despilfarraba el dinero; se me tenía por rico y yo creía serlo. Ademas, debía de ser grato a aquella gente por otras razones. Aunque sacudiendo la cabeza ante mis calaveradas, se me tenía afecto.

"Mi teniente coronel, que era ya un viejo, me tomó ojeriza. Empezó a perseguirme, pero yo no me dormí y toda la ciudad se puso a mi favor, por lo cual no podía hacerme mucho daño. Mi falta consistía en que, llevado de mi orgullo, no le rendia los honores a los que tenía derecho. El obstinado viejo era una buena persona en el fondo, un hombre hospitalario. Se había casado dos veces y era viudo. Su primera esposa, mujer de baja condición, le había dado una hija tan vulgar como ella. La joven tenía entonces veinticuatro años y vivía con su padre y una tía materna. Lejos de tener la candidez silenciosa de su tía, la suya iba acompañada de una gran vivacidad. Jamás he conocido un carácter de mujer tan encantador. Se llamaba nada menos que Ágata, Ágata Ivanovna. Era bonita para el gusto ruso, alta, con buenas carnes y unos hermosos ojos, aunque de expresión un poco vulgar. Permanecía soltera a pesar de haber tenido dos peticiones de matrimonio, y conservaba su carácter alegre. Trabé amistad con ella, pero con toda castidad y todo honor, pues has de saber que he tenido más de una amistad femenina perfectamente pura.

"Tenía con ella las más atrevidas conversaciones, y ella no hacia más que reírse. A muchas mujeres les encanta esta libertad de lenguaje, obsérvalo. Esto era sumamente divertido tratándose de una muchacha como ella. Otro rasgo: no se la podía calificar de señorita. Tanto su tía como ella vivían en una especie de estado de humildad voluntario, sin igualarse con el resto de la sociedad. Todo el mundo la quería y alababa su habilidad costurera, trabajo que hacía gratis, como un obsequio a las amigas, aunque no rechazaba el dinero que se le ofrecía.

"En cuanto al teniente coronel, era una de las personalidades del lugar. Llevaba una vida de hombre distinguido. Toda la población era recibida en su casa, donde los invitados cenaban y bailaban. Cuando ingresé en el batallón, en la ciudad sólo se hablaba de la próxima llegada de la segunda hija. del teniente coronel. Se la consideraba una belleza y estaba a punto de salir de un pensionado aristocrático de la capital. Esta joven era Catalina Ivanovna, hija de la segunda esposa del teniente coronel, mujer noble, perteneciente a una casa ilustre, pero que no había aportado al matrimonio dote alguna: lo sé de buena tinta. Promesas, tal vez, pero nada en efectivo. Sin embargo, cuando llegó la joven, toda la población se puso en movimiento, como galvanizada. Las damas más distinguidas, entre las que figuraban dos excelencias, una de ellas coronela, se la disputaban. Se daban fiestas en su honor, era la reina de los bailes y de las comidas campestres, se organizaban representaciones de cuadros vivientes a beneficio de no sé qué instituciones.

"En lo que a mi concierne, no decía palabra y continuaba mi alegre vida. Entonces hice una jugada de mi estilo, que dio que hablar a toda la población. Una noche, en casa del comandante de la batería, Catalina Ivanovna me miró de arriba abajo. Yo no me acerqué a ella: desprecié la ocasión de conocerla. Algún tiempo después, en otra velada, la abordé, y ella apenas se dignó mirarme con una mueca desdeñosa. "Ah!, sí? -me dije-. Me vengaré." Yo era entonces especialista en abatir arrogancias. Me di cuenta de que Katineka, lejos de ser una ingenua colegiala, tenía carácter, orgullo, virtud y, sobre todo, inteligencia a instrucción, que era lo que a mi me faltaba por completo. Crees que quería pedir su mano? Nada de eso. Solamente quería vengarme de su indiferencia. Entonces me corrí una gran juerga, y el viejo teniente coronel me impuso tres días de arresto. Durante esos días, el viejo me envió seis mil rublos a cambio de la renuncia en toda regla a mis derechos y aspiraciones sobre la fortuna de mi madre. Yo no entendía nada de esto entonces. Hasta mi llegada aquí, hasta estos últimos días y tal vez hasta ahora mismo, yo no he comprendido nada de estos asuntos de dinero entre mi padre y yo. Pero que se vaya todo esto al diablo! Ya hablaremos de ello más adelante. El caso es que, cuando ya había recibido yo los seis mil rublos, un amigo me enteró por carta de algo sumamente interesante: estaban descontentos del teniente coronel sospechoso de malversación de fondos, y sus enemigos le preparaban una sorpresa. Así fue: el jefe de la división se presentó y le reprendió duramente. Poco después, el teniente coronel hubo de dimitir. No contaré todos los detalles de este asunto. En él inflüyó desde luego, la acción de sus enemigos. La población entera mostró una súbita frialdad hacia la familia del teniente coronel. Todo el mundo se apartaba de ella. Entonces hice mi primera jugada. Al encontrarme un día con Ágata Ivanovna, de la que seguía siendo amigo, le dije:

"-A su padre le faltan cuatro mil quinientos rublos en la caja.

"-Cómo es posible? Cuando vino el general, hace poco, no faltaba nada.

"-Entonces no faltaba, pero ahora sí.

"Ágata Ivanovna se estremeció:

"-No me asuste. De dónde ha sacado usted eso?

"-Tranquilicese -repuse-. No diré nada a nadie. Para estas cosas soy mudo como una tumba. Sólo le he dicho esto para que esté prevenida. Cuando reclamen a su padre esos cuatro mil quinientos rublos que faltan en la caja, no espere a que, a su edad, lo lleven a los tribunales: envíeme a su hermana en secreto. Acabo de recibir dinero. Le entregaré los cuatro mil quinientos rublos y nadie se enterará de nada.

"-Qué villano es usted! Qué miserable villano! Cómo tiene valor para proponer esas cosas?

"Se fue, roja de indignación, y yo le dije a voces que todo quedaría en el mayor secreto.

"Ágata y su tía eran dos verdaderos ángeles. Adoraban a la altiva Katia y la servían humildemente. Ágata informó a su hermana de nuestra conversación, como supe en seguida. Era precisamente lo que yo deseaba.

"Entre tanto, llegó un nuevo jefe de división. El viejo teniente coronel se puso enfermo. Hubo de guardar cama durante dos días y no presentó las cuentas. El doctor Kravtchenko aseguró que la enfermedad no fue simulada. Pero yo sabía a ciencia cierta y desde hacía tiempo lo siguiente: después de las inspecciones de estos jefes, el teniente coronel retiraba cierta cantidad de la caja: así lo venía haciendo desde cuatro años atrás. Esta suma la prestaba a un hombre de confianza llamado Trifinov, que era viudo y barbudo y usaba lentes de oro. Éste negociaba con el dinero en las ferias y lo devolvía en seguida al militar, acompañado de una buena comisión y de un regalo. Pero esta vez, al regresar de la feria, Trifinov no había devuelto nada, de lo cual me enteré casualmente por un hijo suyo, un mozalbete que era un ejemplar de perversión. El teniente coronel fue a pedirle el dinero, y el muy bribón le contestó que no había recibido nunca nada de él. Mi desgraciado jefe se encerró en su casa, abrumado. Llevaba la frente vendada y las tres mujeres le aplicaban hielo en el cráneo. En esto recibió la orden de entregar la caja al término de dos horas. Él firmó: lo sé porque vi más tarde su firma en el registro. Se puso en pie, dijo que iba a ponerse el uniforme y entró en su dormitorio. Una vez allí, cogió su rifle de caza y lo cargó, descalzó su pie derecho, apoyó el cañón del arma en su pecho y empezó a tantear con el pie en busca del gatillo. Pero Ágata, que se acordaba de lo que yo le había dicho, sospechó algo y le acechaba. Se arrojó sobre él, lo rodeó con sus brazos por la espalda y el disparo se perdió en el aire sin herir a nadie. Las otras dos mujeres acudieron y le quitaron el arma.

"Yo estaba entonces en mi casa, a punto de marcharme. Era el atardecer. Me había acabado de vestir. Estaba peinado y me había perfumado el pañuelo. Incluso había cogido la gorra... De pronto se abrió la puerta y vi entrar a Catalina Ivanovna.

"A veces ocurrén cosas extrañas. Nadie se había fijado en ella en la calle cuando venía a mi casa; nadie la había conocido. Yo vivía entonces en casa de dos mujeres de edad, esposas de funcionarios, serviciales y atentas conmigo, y que, a petición mía, guardaron sobre este asunto un secreto absolúto.

"Cuando vi a Katia comprendí al instante lo que pretendía. Entró con la mirada fija en mí. Sus sombríos ojos expresaban resolución, incluso audacia, pero la mueca de sus labios revelaba perplejidad.

"-Mi hermana me ha dicho que usted me daría cuatro mil quinientos rublos si venía a buscarlos yo misma. Pues bien, aquí estoy: déme el dinero.

"El temor la ahogaba; su voz era apenas perceptible; sus labios temblaban... Aliocha, me escuchas o estás durmiendo?

ón.

é franco. Mi primer pensamiento fue el propio de un Karamazov. Un día, hermano mío, me picó un ciempiés y tuve que guardar cama durante quince días, con fiebre. Pues bien, en aquel momento sentí en mi corazón la picadura de un ciempiés; un mal bicho, sabes? Miré a Katia de pies a cabeza. La has visto? Es una beldad. Pero entonces estaba hermosa por la nobleza de su corazón, por su grandeza de alma y su devoción filial, junto a mí, que soy una persona vil y repugnante. En aquel momento ella dependía de mí enteramente, en cuerpo y alma. Te confieso que el pensamiento inspirado por el ciempiés se apoderó de mi corazón con tal intensidad, que creí morir de angustia. No me parecía posible luchar: no veía más solución que conducirme vilmente, como una maligna tarántula, sin sombra de piedad... Desde luego, al día siguiente habría ido a pedir su mano, para goner un fin noble a mi proceder, y nadie se habría enterado de nada. Púes aunque tengo bajos instintos, soy una persona cortés. Pero, de pronto, oigo murmurar a mi oído: "Mañana, cuando vayas a pedir su mano, ella no querrá verte y te hará echar por el cochero. Dirá que no le importa que vayas pregonanado su deshonor por toda la ciudad." La miré para ver si esta voz decía la verdad, y advertí que la expresión de su rostro no dejaba lugar a dudas: me echarían a la calle. La cólera se apoderó de mi. Sentí el deseo de proceder con ella del modo más vil, de jugarle una mala pasada de tendero, de mirarla irónicamente mientras permanecía plantada ante mí y decirle con ese tono que sólo saben emplear los tenderos:

"-Cuatro mil quinientos rublos? Fue una broma. Usted ha contado con ellos demasiado pronto, señorita. Doscientos rublos, bueno: se los daría en seguida y de buen grado. Pero cuatro mil quinientos es demasiado dinero, una cifra que no se da así como así. Se ha tomado usted una molestia inútil.

"Desde luego, lo habría perdido todo, porque ella habría salido huyendo; pero esta venganza diabólica habría sido para mí una compensación más que suficiente. Le habría hecho esta jugada aunque después hubiera tenido que lamentarla toda la vida.

"En semejantes circunstancias, puedes creerlo, yo no he mirado nunca a una mujer, fuera de la índole que fuere, con odio. Pues bien, lo juro sobre la cruz que durante unos segundos miré a Katia con un odio intenso, con ese odio que sólo por un cabello está separado del amor más ardiente.

"Me acerqué a la ventana y apoyé la frente en el cristal helado. Recuerdo que aquel frío me produjo el efecto de una quemadura. Tranquilízate: no la retuve mucho tiempo. Me acerqué a mi mesa, abrí un cajón y saqué una obligación de cinco mil rublos al portador, que estaba entre las páginas de mi diccionario de francés. Sin decir palabra, se la mostré, la doblé y se la di. Luego abrí la puerta y me incliné profundamente. Ella se estremeció de pies a cabeza, me miró fijamente unos instantes, se puso blanca como un lienzo y, sin despegar los labios, sin ninguna brusquedad, sino con dulce y suave ternura, se prosternó a mis pies hasta tocar el suelo con la frente, no como una señorita educada en un pensionado, sino al estilo ruso. Después se levantó y huyó.

"Cuando se hubo marchado, saqué mi espada y estuve a punto de clavármela. Por qué? No lo sé. Tal vez en un arranque de entusiasmo. Desde luego, habría sido un acto absurdo. Comprendes que un hombre se pueda matar de alegría...? Pero me limité a besar la hoja y la introduje de nuevo en la funda...

"Podría haberme callado todo esto. Por otra parte, me parece que me he extendido demasiado, jactanciosamente, al explicarte las luchas de mi conciencia. Pero qué importa! Al diablo todos los espías del corazón humano! He aquí mi aventura con Catalina Ivanovna. Sólo tú a Iván la conocéis.

ó, dio unos pasos vacilantes, sacó el pañuelo, se enjugó la frente y se volvió a sentar, pero en otro sitio, en el banco que corría junto a la otra pared, de modo que Aliocha tuvo que volverse por completo para poder mirarlo.