Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Primera parte. Libro III. Los sensuales.
Capitulo VIII. Tomando el coñac

CAPITULO VIII

TOMANDO EL COÑAC

La discusión había terminado, pero -cosa extraña- Fiodor Pavlovitch, tan alegre hasta entonces, se puso de pronto de mal humor. Se bebió una nueva copa que ya estaba de más.

-Marchaos, jesuitas; fuera de aquí! -gritó a los sirvientes-. Vete, Smerdiakov; recibirás la moneda de oro que te he prometido. No te aflijas, Grigori. Ve a reunirte con Marta; ella te consolará y te cuidará.

ñadió:

-Estos canallas no le dejan a uno tranquilo. Smerdiakov viene ahora todos los días después de comer. Eres tú quien lo atraes. Alguna carantoña le habrás hecho.

-Nada de eso -repuso Iván Fiodor Pavlovitch-. Es que le ha dado por respetarme. Es un granuja. Formará parte de la vanguardia cuando llegue el momento.

-De la vanguardia?

-Sí. Habrá otros mejores, pero también muchos como él.

ándo llegará ese momento?

-El cohete arderá, pero no hasta el fin. Por ahora, el pueblo no presta atención a estos marmitones.

ónde le llevarán sus pensamientos.

-Almacena ideas -observó Iván sonriendo.

-Oye: yo sé que no me puede soportar. Ni a mí ni a nadie. Y a ti tampoco, aunque creas que le ha dado por respetarte. A Aliocha lo desprecia. Pero no es un ladrón ni un chismoso. No va contando por ahí lo que aquí ocurre. Además, hace unas excelentes tortas de pescado... En fin, que se vaya al diablo! No vale la pena hablar de él.

ído que el mujik necesita ser azotado. Es un truhán que no merece compasión, y conviene pegarle de vez en cuando. El abedul ha dado fuerza al suelo ruso; cuando perezcan los bosques, perecerá él. Me gustan las personas de ingenio. Por liberalismo, hemos dejado de vapulear a los mujiks, pero siguen azotándose ellos mismos. Hacen bien. "Se usará con vosotros la misma medida que vosotros uséis". Es así, verdad?... Mi querido Iván, si tú supieras cómo odio a Rusia!... Bueno, no a Rusia precisamente, sino a todos sus vicios..., y acaso también a Rusia. Tout cela, c'est de la cochonnerie. Sabes lo que me encanta? El ingenio.

-Oye, voy a beberme otra, y otra después, y se acabó. Por qué me has interrumpido? Hace poco, hallándome de paso en Mokroie, estuve charlando con un viejo. "Lo que más me gusta -me dijo- es condenar a las muchachas al látigo. Encargamos a los jóvenes ejecutar la sentencia, y éstos, invariablemente, se casan con las azotadas." Qué sádicas!, eh? Por mucho que digas, esto es ingenioso. Podríamos ir a verlo, no te parece?... Enrojeces, Aliocha? No te ruborices, hijo. Lástima que no me haya quedado hoy a comer con el padre abad! Habría hablado a los monjes de las muchachas de Mokroie. Aliocha, no me guardes rencor por haber ofendido al padre abad. Estoy indignado. Pues si verdaderamente hay Dios, no cabe duda de que soy culpable y tendré que responder de mi conducta: pero si Dios no existe, habría que cortarles la cabeza, y aún no sería suficiente el castigo, ya que se oponen al progreso. Te aseguro, Iván, que esta cuestión me atormenta. Pero tú no lo crees: lo leo en tus ojos. Tú crees lo que se dice de mi: que soy un bufón. Tú lo crees, Aliocha?

-No, yo no lo creo.

-Estoy seguro de que hablas sinceramente y ves las cosas como son. No es éste el caso de Iván. Iván es un presuntuoso... Sin embargo, me gustaría terminar de una vez con tu monasterio. Habría de suprimir de golpe a esa casta mística en toda la tierra: sería el único modo de devolver a los imbéciles la razón. Cuánta plata y cuánto oro afluiría entonces a la Casa de la Moneda!

é quieres suprimir los monasterios? -preguntó Iván.

-Cuando la verdad replandezca, primero te lo quitarán todo y después lo matarán.

-Tal vez tengas razón -dijo Fiodor Pavlovitch. Y añadió, rascándose la frente-: Soy un verdadero asno! Si es así, paz a tu monasterio, Aliocha! Nosotros, las personas inteligentes, permaneceremos en habitaciones abrigadas y beberemos coñac. Tal es, sin duda, la voluntad de Dios. Dime, Iván: hay Dios o no lo hay? Respóndeme en serio. De qué te ríes?

ón sobre la fe de Smerdiakov: cree en la existencia de dos ermitaños que pueden mover las montañas.

-Eso he dicho yo?

-Ah! Es que yo soy también muy ruso. Y también lo eres tú, filósofo. Se te pueden escapar observaciones del mismo género... Te apuesto lo que quieras a que te pillaré diciendo algo así. La apuesta entrará en vigor mañana. Pero contesta a lo que te he preguntado: hay Dios o no lo hay? Te agradeceré que me hables en serio.

-Hay Dios, Aliocha?

-Sí, hay Dios.

án: existe la inmortalidad, por poca que sea?

-En absoluto?

-En absoluto.

-O sea, cero. Cero o una partícula?

-Aliocha, hay inmortalidad?

-Sí.

-Dios e inmortalidad en una sola pieza?

í: la inmortalidad descansa en Dios.

án quien tiene razón. Señor, cuando uno piensa en la cantidad de fe y de energía que esta quimera ha costado al hombre, sin compensación ninguna, desde hace miles de años! Quién se burla así de la humanidad? Por última vez lo pregunto categóricamente: hay Dios o no lo hay?

-Pues, por última vez, no.

-Entonces, quién se burla del mundo, Iván?

án con una risita sarcástica.

-Así, el diablo existe.

-Lo siento. No sé lo que haría al primer fanático que inventó a Dios. Ahorcarlo me parece poco.

ón, la civilización no existiría.

-De veras?

-De veras. Tampoco existiría el coñac. Por cierto, que vamos a tener que quitártelo.

ás... He ofendido a Aliocha. Me guardas rencor, hijito.

é muy bien cómo piensas. Tu corazón vale más que tus pensamientos.

-Mi corazón vale más que mis pensamientos! Y eres tú quien lo dice!... Iván, quieres a Aliocha?

-Sí, le quiero.

-Quiérele.

ás borracho, dijo a Aliocha:

-Oye: he sido grosero con tu starets, pero estaba exaltado. Es un hombre inteligente. Tú qué crees, Iván?

à dedans. Es un jesuita ruso. La necesidad de representar una farsa, de llevar una máscara de santidad, le indigna in petto, pues es un hombre de carácter noble.

-No está muy convencido. No lo sabías? Lo dice a todo el mundo o, por lo menos, a todas las personas inteligentes que lo visitan. Al gobernador Schultz le dijo sin rodeos: "Credo, pero no sé en qué."

-Textual. Pero le aprecio. Hay en él algo de Mefistófeles o, mejor aún, de Héroe de nuestro tiempo. Su nombre es Arbenine , verdad?... Es un sensual, tan sensual que yo no estaría tranquilo si mi mujer o una hija mía fueran a confesarse con él. No puedes imaginarte las cosas que dice cuando se pone a contar anécdotas. Hace tres años nos invitó a tomar el té..., con licores, pues las damas le envían licores. Empezó a referirnos su vida de antaño, y uno se partía de risa. Fue a curar a una dama de sus males del alma, y se enamoró de ella. Luego nos dijo que, si no le hubiesen dolido las piernas, habría ejecutado cierta danza... Qué divertido!, eh? "Yo también he llevado una vida alegre", añadió... Ha estafado sesenta mil rublos a Demidov, el comerciante.

-Este se los confió, no dudando de su honradez. "Guárdemelos -le dijo-. Mañana vendrán a inspeccionar mi casa." El santo varón se embolsó los sesenta mil rublos y le dijo: "Se los has dado a la Iglesia." Yo le dije que era un bribón, y él me contestó que no era tal cosa, sino un hombre de ideas amplias... Pero ahora caigo en que todo esto lo hizo otro. He sufrido una confusión... Otra copita y ya no bebo más. Trae la botella, Iván. Por qué no me has detenido cuando he empezado a mentir?

-Porque sabía que te detendrías tú mismo.

ñac se te empieza a subir a la cabeza.

-Te he rogado insistentemente que fueras a Tchermachnia para uno o dos días, y no has ido.

-Partiré mañana, ya que tanto te interesa.

-No lo creo. Tú quieres estar aquí para espiarme.

ía llegado a ese punto de la embriaguez en que los bebedores, incluso los más pacíficos, sienten de pronto el deseo de poner de manifiesto sus cosas malas.

-Por qué me miras así? Tus ojos me están diciendo: "Despreciable borracho!" Tu mirada está llena de desconfianza y desprecio. Eres astuto como tú solo. La mirada de Alexei es radiante: él no me desprecia. Alexei, guárdate de querer a Iván.

-No te enojes con mi hermano. Le has ofendido -dijo Aliocha firmemente.

-Está bien. Ah, qué dolor de cabeza tengo! Iván, dame el coñac: te lo he dicho ya tres veces.

ó pensativo y de pronto sonrió astutamente.

án. Tú no me quieres, lo sé. Lo que no sé es por qué no me quieres. Pero no te enfades. Has de ir a Tchermachnia. Te diré dónde puedes ver a una muchachita con la que bromeo hace tiempo. Va todavía descalza; pero eso no debe preocuparte. No hay que hacer aspavientos ante las jovencitas descalzas: son perlas.

Se dio un beso en la mano y en seguida se animó, como si su tema favorito le curase de su embriaguez.

-Ah, hijos míos! -continuó-. Mis cochinillos... Yo..., a mí, ninguna mujer me parece fea. Es un don, comprendéis? No, no podéis comprenderme. No es sangre, sino leche, lo que corre por vuestras venas. Todavía no habéis salido del cascarón. A mi juicio, todas las mujeres tienen alguna peculiaridad interesante: el quid está en saber descubrirla. Para ello hace falta un talento especial. A mí, ninguna me parece fea. El sexo por si solo hace mucho... Pero esto está por encima de vuestra comprensión. Incluso las solteronas viejas tienen a veces tales encantos, que uno no puede menos de decirse que los hombres son unos imbéciles, ya que las han dejado envejecer sin descubrir sus atractivos. A las muchachitas descalzas hay que empezar por impresionarlas, no lo sabíais? Es preciso que la infeliz se sienta maravillada y confusa al ver que todo un señor se ha enamorado de una pobrecita como ella. Por fortuna, ha habido y habrá siempre señores que se atreven a todo y sirvientes que los obedecen. Esto asegura la felicidad de la existencia! A propósito, Aliocha, yo siempre conseguí impresionar a tu madre, aunque de otro modo. A veces, después de haberla tenido algún tiempo privada de mis caricias, me mostraba de pronto apasionado, arrodillándome ante ella y besándole los pies. Entonces ella, invariablemente, lanzaba una risita convulsiva y aguda, pero apagada. No se reía nunca de otro modo. Yo sabía que su crisis empezaba siempre así, que al día siguiente gritaría como una poseída, que aquella risita sólo expresaba la apariencia de un arrebato; pero siempre ocurría de este modo. Hay que saber cómo conducirse en todo momento. Un día, un hombre llamado Bielavski, guapo y rico, que le hacía la corte y frecuentaba nuestra casa, me abofeteó en su presencia. Creí que tu madre, dulce como una ovejita, me iba a pegar. Exclamó: " Te ha pegádo, te ha abofeteado! Querias venderme a él! De lo contrario, cómo se habría atrevido a abofetearte delante de mí? No quiero volver a verte hasta que le hayas desafiado." Yo la conduje entonces al monasterio, donde se oró para calmarla. Pero lo juro por Dios, Aliocha, que no ofendí jamás a mi pequeña endemoniada. Mejor dicho, sólo la ofendí una vez. Fue en el primer año de nuestro matrimonio. Tu madre rezaba demasiado, observaba rigurosamente las fiestas de la Virgen y no me permitía entrar en su habitación. Me propuse curarla de su misticismo. "Ves esa imagen que tú consideras milagrosa? -le dije-. Pues le voy a escupir en tu presencia, y verás como no sufro ningún castigo." Creí que iba a matarme, pero se limitó a estremecerse. Luego se cubrió el rostro con las manos, empezó a temblar y se desplomó... Aliocha, Aliocha! Qué te pasa? Qué tienes?

ía empezado a hablar de la madre de Aliocha, el rostro del joven se había ido alterando progresivamente. Aliocha enrojeció, sus ojos centellearon y sus labios empezaron a temblar. El viejo no se dio cuenta de nada hasta el momento en que Aliocha sufrió un ataque que reproducía punto por punto el que él acababa de describir. De súbito, terminado el relato, se levantó exactamente como su madre, se cubrió el rostro con las manos y se dejó caer en su asiento, sacudido de pies a cabeza por una crisis histérica acompañada de lágrimas silenciosas.

-Pronto, Iván, trae agua! Es lo mismo que su madre! Trae agua y le rociaremos la cara, que era lo que hacía yo con su madre.

ñadió en voz baja:

-Lo ha heredado de ella, lo ha heredado de ella.

án le respondió, con una mueca de desprecio:

-Su madre fue también la mía, no?

Su fulgurante mirada sacudió al viejo, que, aunque parezca extraño, se había olvidado en aquellos momentos de que la madre de Aliocha había sido también la de Iván.

én tu madre? -murmuró Fiodor Pavlovitch sin comprender-. Qué dices?... Diablo, pues es verdad! Su madre fue también la tuya... Dónde tenía la cabeza?... Perdóname, Iván, pero... Je, je!

ó con una estúpida sonrisa de borracho. En ese momento se oyeron en el vestíbulo fuertes ruidos y gritos furiosos. Un instante después, la puerta se abrió y Dmitri Fiodorovitch irrumpió en la estancia. El viejo, aterrado, se arrojó sobre Iván y se aferró a él.

-Viene a matarme! Defiéndeme!

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