Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Primera parte. Libro III. Los sensuales.
Capítulo XI. Otra honra perdida

CAPÍTULO XI

OTRA HONRA PERDIDA

De la población al monasterio no había mucho más de una versta. Aliocha avanzaba rápidamente por el camino, desierto a aquella hora. Era ya casi de noche y la visualidad no alcanzaba treinta pasos. A medio camino, en una encrucijada, se alzaba un sauce solitario, y debajo de él se percibía una silueta humana. Apenas llegó Aliocha a la encrucijada, la silueta dejó el árbol y se precipitó sobre el caminante.

-La bolsa o la vida! -gritó.

ú, Mitia? -exclamó Aliocha, profundamente impresionado.

-No esperabas encontrarme aquí, verdad? No sabía dónde esperarte. Cerca de la casa? De allí parten tres caminos, y no podía vigilarlos todos. Al fin, se me ha ocurrido esperarte aquí, por donde forzosamente tenías que pasar, ya que no hay otro camino para ir al monasterio... Bueno, habla. Dime toda la verdad. Aplástame como a un gusano. Pero qué tienes?

-Nada: es el miedo. Y además, Dmitri, la sangre de nuestro padre...

Aliocha se echó a llorar. Hacía rato que lo deseaba. Le parecía que algo se desgarraba dentro de él.

-Casi lo matas -añadió-. Lo has maldecido. Y ahora... bromeas.

ón.

-Lo digo porque...

ía, esas nubes, ese viento que se ha levantado. Cuando te esperaba debajo del sauce, me he dicho de pronto (Dios es testigo): " Para qué seguir sufriendo? Para qué esperar? He aquí un sauce. Con el pañuelo y la camisa, pronto habré trenzado una cuerda. Además, tengo los tirantes. Voy a quitar la tierra de mi vista." De pronto oí tus pasos. Fue como si un rayo me iluminara. "Sin embargo, hay en el mundo un hombre al que quiero. Aqui viene. Es ese hombrecito, mi hermano menor. Lo quiero más que a nadie en el mundo; es el único a quien quiero." Tan vivo ha sido mi afecto por ti en ese instante, que he estado a punto de arrojarme a tu cuello. Pero, de pronto, he tenido una ocurrencia estúpida: "Voy a darle un susto. Así lo divertiré." Y he gritado como un imbécil: "La bolsa o la vida!" Perdóname esta tonteria. Esto ha sido un disparate, pero te aseguro que en el fondo soy una persona sensata... Bueno, habla. Qué ha ocurrido en casa de Catalina Ivanovna? Qué ha dicho? Aplástame, aniquílame sin miramientos! Está desesperada?

-Nada de eso, Mitia. Las he visto a las dos.

-A qué dos?

ó pasmado.

-Eso no es posible. Tú deliras. Gruchegnka en su casa!

En un relato inhábil, pero claro, Aliocha explicó a Dmitri lo más esencial de lo ocurrido en casa de Catalina Ivanovna, y añadió a ello sus impresiones personales. Su hermano lo escuchaba en silencio, mirándole impasible, y Aliocha veía claramente que todo lo comprendía, que se daba perfecta cuenta de lo sucedido. A medida que avanzaba el relato, su semblante iba cobrando una expresión amenazadora. Tenía las cejas fruncidas, los dientes apretados, la mirada cada vez más terrible en su obstinada fijeza. De súbito, se operó un inesperado cambio en aquellas facciones contraídas por la indignación. Sus crispados labios se desplegaron, y Dmitri estalló en una risa franca, irreprimible, que durante un rato le impidió hablar.

-De modo que no le ha besado la mano, que se ha marchado sin besarle la mano? -exclamó en un transporte morboso, que habría podido calificarse de insolente si no hubiera sido ingenuo-. Y Catalina Ivanovna la ha llamado tigresa? Desde luego lo es. Merece el patíbulo. Ésta es la opinión que tengo de ella desde hace mucho tiempo. En ese acto de no besar la mano de Catalina Ivanovna se ha mostrado enteramente tal como es esa criatura infernal, esa princesa, esa reina de todas las furias. Algo hechicero en cierto modo. Se ha ido a su casa? Pues ahora mismo... ahora mismo voy en su busca. No me censures, Aliocha; convengo en que ahogarla sería poco.

-También a ella la comprendo, y mejor que nunca. Sería capaz de lanzarse al descubrimiento de las cuatro partes del mundo; digo, de las cinco. Atreverse a dar semejante paso! Es la Katineka de siempre, la pensionista que no teme ir a ver a un oficial malcriado, con el noble propósito de salvar a su padre, exponiéndose a sufrir la más grave de las afrentas. Ah, ese orgullo, esa sed de peligros, ese reto al destino llevado al límite! Has dicho que su tía ha intentado disuadirla? Es una mujer despótica, hermana de esa generala de Moscú. Galleaba mucho, pero su marido hubo de confesarse culpable de malversación de fondos y su arrogante esposa tuvo que bajar la cabeza. De modo que esa mujer ha intentado retener a Katia, pero ella no le ha hecho caso? Es que Katia pensaba: "Yo puedo vencerlo todo, todo está sometido a mi voluntad; hechizaré a Gruchegnka si me lo propongo." Estaba convencida de ello y ha ido más allá del límite de sus posibilidades. De quién es la culpa? Crees que, al adelantarse a besar la mano de Gruchegnka, ha obedecido al cálculo, a la astucia? No, se sentía realmente prendada de ella, mejor dicho, no de ella, sino de su propio sueño, de su propio anhelo, tan sólo porque este sueño y este anhelo eran suyos. Aliocha, cómo has podido librarte de esas mujeres? Habrás tenido que huir recogiéndote el hábito, no? Ja, ja, ja!

con sus encantos. Puede haber un insulto peor?

La creencia de que su hermano se reía de la humillación sufrida por Catalina Ivanovna atormentaba a Aliocha, aunque estaba completamente equivocado.

ándose una palmada en la frente.

ía pensado en ello, aunque Aliocha se lo había contado todo: el insulto y el grito de Catalina Ivanovna dirigido a Aliocha, al calificar a Dmitri de hombre despreciable.

-Sí, es verdad -dijo Dmitri-; debí de hablar a Gruchegnka de lo ocurrido aquel "día fatal", como ha dicho Katia. Sí, se lo conté todo: ahora me acuerdo. Fue en Mokroie, mientras cantaban los tziganes. ía y lloraba también... Cómo no había de llorar? Pero entonces lloró y ahora clava un puñal en el corazón. Así son las mujeres.

Y quedó pensativo, con la cabeza baja.

í, soy un miserable -dijo de súbito, tristemente-. Aunque lo contara llorando, el asunto es el mismo. Dile que acepto su apelativo si esto puede consolarla. En fin, dejemos esto. El tema no es precisamente alegre. Sigamos cada cual nuestro camino. No quiero volver a verte hasta que llegue el último momento. Adiós, Alexei.

Estrechó la mano de Aliocha y, sin levantar la cabeza, como un fugitivo, se dirigió a la ciudad a largos pasos. Aliocha le siguió con la mirada. No podía creer que se marchara de veras. En efecto, pronto se detuvo y volvió sobre sus pasos.

ás, algo que sólo tú debes saber. Mírame a la cara. Oye: aquí, aquí, se está fraguando una infamia, algo execrable.

Y al decir " aquí", Dmitri se golpeaba el pecho con expresión extraña, como si la infamia anidara en su corazón o pendiera de su cuello.

-Tú ya me conoces, ya sabes que soy un bribón consumado. Pues bien, te aseguro que por mucho que haya hecho y por mucho que pueda hacer, nada iguala en villanía a la infamia que llevo ahora dentro de mi pecho. La podría reprimir, pero no lo haré: ya lo sabes. Prefiero cometerla. Te lo había contado todo excepto esto. No me atrevía. Podría detenerme y, así, recobrar el día de mañana la mitad de mi honor, pero no renunciaré: se cumplirá mi negro destino. Tú eres testigo de que hablo por anticipado y con plena lucidez. Perdición y tinieblas! Para qué explicártelo? Ya lo sabrás a su tiempo. El lodo es como una furia. Adiós. No reces por mí: ni te merezco ni te necesito. Apártate de mi camino.

ó, esta vez definitivamente.

ó al monasterio... "Qué ha dicho? Que no le veré más?" Qué extraño le parecía todo aquello!... "Tendré que ir mañana a buscarlo. Qué habrá querido decir?"

Contorneando el monasterio, se dirigió a la ermita. Le abrieron la puerta aunque no se dejaba entrar a nadie a aquellas horas. Entró en la celda del starets con el corazón palpitante. Por qué se habría marchado? Por qué lo habrían lanzado al mundo? En la ermita todo era paz y santidad; allá abajo sólo había agitación y esas tinieblas donde el hombre se extravía.

Éste había ido a enterarse del estado del padre Zósimo, que empeoraba por momentos, como supo Aliocha con verdadero espanto. La charla nocturna no se había podido celebrar. Ordinariamente, después del oficio, antes de entregarse al descanso, la comunidad se reunía en las habitaciones del starets. Los religiosos le iban exponiendo en voz alta las faltas cometidas durante el día, sus malos pensamientos, sus tentaciones, incluso sus disputas con otros monjes si las habían tenido. Algunos hacían sus confesiones arrodillados. El starets ía, calmaba, aleccionaba, imponía penitencias, bendecía y daba licencia para marcharse. Los enemigos del se alzaban contra estas confesiones fraternales: veían en ellas una profanación del sacramento de la confesión, casi un sacrilegio, aunque, en realidad, eran otras cosas. Se argumentaba ante las autoridades diocesanas que tales reuniones, lejos de alcanzar sus fines, eran una fuente de pecados, de tentaciones. Algunos elementos de la comunidad iban a disgusto a estas charlas, y si acudían, era para que no se les tuviera por orgullosos o por rebeldes. Se contaba que algunos monjes se ponían de acuerdo anticipadamente. "Yo diré que me he disgustado contigo esta mañana y tú lo confirmarás." Procedían así para tener algo que decir y salir del paso. Aliocha sabía que, a veces, las cosas ocurrían de este modo. También sabía que muchos estaban indignados por la costumbre de que las cartas, incluso las de los padres, que llegaban a los religiosos, se entregaran primero al staretsía y leía antes que sus destinatarios. Pero entiéndase, esta práctica era voluntaria: los religiosos eran muy dueños de no acatarla o de someterse a ella con humildad edificante. Ciertamente, no estaba exenta de cierta hipocresía. Pero los religiosos más convencidos, los de más edad y experiencia, afirmaban que aquellos que entraban en el monasterio para entregarse sinceramente a Dios hallaban en esta obediencia, en esta abdicación, un provecho saludable, y que los que murmuraban contra tal proceder no tenían vocación y habría sido mejor que se quedaran en el mundo.

-Se debilita, se adormece -murmuró el padre Paisius al oído de Aliocha-. No nos atrevemos a despertarlo. Además, para qué lo hemos de despertar? Ha estado despierto cinco minutos y ha pedido que transmita su bendición a la comunidad, con la súplica de que ruegue a Dios por él. Tiene el propósito de volver a comulgar mañana por la mañana. Se ha acordado de ti, Alexei. Ha preguntado dónde estabas y le hemos dicho que te habías marchado a la ciudad. "Lo bendigo -ha murmurado-. Su puesto está allí, no aquí." Cuentas con su amor y su solicitud. Comprendes el honor que esto significa para ti? Por qué te asignará un sitio en el mundo? Sin duda, algo presiente en tu destino. Si vuelves al mundo, Alexei, ha de ser para cumplir una misión impuesta por tu y no para entregarte a la agitación y a las vanidades de la vida mundana.

ó. Alexei no dudaba de que el fin del starets estaba próximo, aunque aún pudiese vivir un día o dos. Se juró que, a pesar de los compromisos contraídos por su padre, la señora y la señorita Khokhlakov, su hermano y Catalina Ivanovna, no dejaría el monasterio hasta el último momento de la vida del ón ardía de amor, y Aliocha se reprochaba amargamente haber olvidado, mientras permanecía en la ciudad, a aquel ser que había dejado en su lecho de muerte y a quien veneraba por encima de todo. Pasó al dormitorio, se arrodilló y se prosternó junto al lecho. El starets estaba sumido en un apacible reposo; apenas se percibía su respiración; su rostro tenía una expresión serena.

Aliocha volvió a la pieza inmediata, donde aquella mañana se había celebrado la reunión familiar en presencia del starets. Se limitó a quitarse las botas y se tendió sobre el duro sofá de cuero, donde acostumbraba dormir, utilizando sólo una almohada. Hacía mucho tiempo que había renunciado al use del colchón, aquel colchón mencionado por su padre. Además de las botas, sólo se quitaba el hábito, que le servía de cubierta. Antes de acostarse se arrodilló y pidió a Dios, en una ferviente plegaria, que le iluminase; ansiaba volver a sentir la paz interior que experimentaba invariablemente después de haber loado y glorificado al Todopoderoso, cosa que hacía siempre en sus oraciones de la noche. La alegría que entonces se apoderaba de él le proporcionaba un sueño apacible. Mientras rezaba, notó en el bolsillo el sobre de color de rosa que le había entregado la doncella de Catalina Ivanovna cuando corrió tras él hasta alcanzarle. Se sintió turbado, pero ello no le impidió llegar al fin de sus rezos. Cuando hubo terminado, abrió el sobre no sin cierta vacilación. Contenía una carta dirigida a él y firmada por Lise, la hija de la señora de Khokhlakov, la muchacha que se había burlado de él aquella mañana en presencia del starets:

é que esto no está bien, pero no puedo seguir viviendo sin decirle lo que ha nacido en mi corazón. Aparte nosotros dos, nadie debe saber nada de esto hasta nueva orden. Se dice que las cartas no ruborizan. Qué error! Estoy segura de que en este momento tanto usted como yo estamos como la grana. Querido Aliocha, le amo, le amo desde mi infancia, desde Moscú, desde cuando usted era muy diferente de como ahora es. Mi corazón lo ha elegido para que nos unamos y acabemos juntos nuestros días. Pero es condición precisa que deje usted el monasterio. Respecto a nuestra edad, esperaremos el tiempo que la ley exige. Transcurridos estos años, yo ya estaré curada y bailaré. Sobre esta cuestión no hay la menor duda.

Ya ve que lo tengo todo pensado, pero hay algo que no me puedo imaginar: lo que usted pensará de mí al leer estas líneas. Esta mañana me he reído y he bromeado hasta enojarle, pero le aseguro que antes de coger la pluma he orado ante la imagen de la Virgen y ha faltado poco para que me echara a llorar.

Mi secreto está en sus manos. Cuando usted venga mañana a verme, no sé si me atreveré a mirarle. Dígame, Alexei Fiodorovitch: qué pasará si, al verle, no puedo contener la risa como me ha sucedido esta mañana? Me tomará usted por una burlona despiadada y dudará de la sinceridad de mi carta. Por eso le ruego, querido, que no me mire demasiado directamente a la cara cuando venga: podría echarme a reír al verle metido en ese hábito tan largo. Sólo de pensarlo se me hiela el corazón. Le ruego que al principio dirija usted la vista a mi madre y a la ventana.

Ya ve usted: le he escrito una carta de amor. Qué he hecho, Dios mío? Aliocha, no me desprecie. Si he obrado mal y le causo algún trastorno, perdóneme. Ahora mi reputación, tal vez perdida, está en sus manos.

é. Adiós, hasta nuestra terrible entrevista.

LISE.

ó dos veces esta carta sin salir de su sorpresa. Se quedó pensativo. Al fin sonrió dulcemente. Se estremeció: esta sonrisa le pareció una falta. Pero un momento después apareció de nuevo en sus labios la sonrisa de felicidad. Guardó la carta en el sobre, hizo la señal de la cruz y se acostó. En su alma había renacido la calma.

"Señor, perdónalos a todos. Protege a esos desgraciados, a esos seres inquietos. Guíalos, manténlos en el buen camino. Tú que eres el Amor, concédeles a todos la alegria."

ó en un sueño apacible.

Раздел сайта: