Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Segunda parte. Libro IV. Escenas.
Capitulo II. Aliocha visita a su padre

CAPITULO II

ALIOCHA VISITA A SU PADRE

Aliocha empezó por ir a casa de su padre. Por el camino recordó que Fiodor Pavlovitch le había recomendado el día anterior que procurase entrar sin que Iván le viera.

"Por qué? -se preguntó-. Aunque me quiera hacer alguna confidencia, esto no explica que yo haya de entrar furtivamente. Sin duda alguna quería decirme otra cosa, pero estaba tan trastornado! ... "

ó cuando Marta Ignatievna, que le abrió la puerta del jardín (Grigori estaba enfermo, en cama), le dijo que Iván había salido hacía dos horas.

-Y mi padre?

-Se ha levantado y está tomando el café -repuso la vieja.

ó en la casa. Su padre, sentado ante la mesa, en zapatillas y con una chaqueta vieja, examinaba sus cuentas para distraerse y sin poner en ello gran interés. Su atención estaba en otra parte. Lo habían dejado solo en la casa, pues tampoco estaba Smerdiakov: se había ido a comprar lo que necesitaba para la cocina. Aunque se había levantado temprano y se hacia el valiente, era indudable que se sentía débil y fatigado. Su frente, en la que habían aparecido varios morados, estaba ceñida por un pañuelo rojo. La gran hinchazón de la nariz daba a su rostro una expresión agria y perversa, y Fiodor Pavlovitch se daba cuenta de ello. Al notar la presencia de su hijo le dirigió una mirada nada amistosa.

-El café está frío -dijo secamente-; por eso no te ofrezco. Hoy, querido, sólo comeré una sopa de pescado, y no invito a nadie. A qué has venido?

ía saber cómo estabas.

-Claro. Además, yo te rogué ayer que vinieras. Fue una tontería. Te has molestado en balde... Estaba seguro de que vendrías.

ó al espejo y se miró la nariz, seguramente por cuadragésima vez desde que se había levantado. Luego se arregló con coquetería el pañuelo rojo que protegía su frente.

-El rojo me sienta mejor que el blanco -dijo con acento sentencioso-. El blanco es un color de hospital. Bueno, qué hay de nuevo? Cómo va tu starets?

á muy mal. Tal vez no pase de hoy -dijo Aliocha.

ón.

-Iván se ha marchado -dijo de pronto Fiodor Pavlovitch, y añadió agriamente, con los labios contraídos y mirando a Aliocha-: Quiere birlar la novia a Mitia. Por eso se ha instalado aquí.

-Te lo ha dicho él?

-Sí, hace ya tres semanas. Por lo tanto, no ha venido para asesinarme disimuladamente: busca otra cosa.

é me dices eso? -preguntó Aliocha, aterrado.

-No me pide dinero, verdad es. Por lo demás, aunque me lo pidiera, no se lo daría. Toma nota de esto, mi querido Alexei Fiodorovitch: tengo intención de vivir lo más largamente posible. Por lo tanto, necesito mi dinero. Y cuantos más años tenga, más lo necesitaré.

Fiodor Pavlovitch hablaba con las manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta amarilla, llena de manchas.

-A los cincuenta y cinco años -siguió diciendo-, conservo la virilidad y espero que esto dure veinte años más. Pero envejeceré, mi aspecto será cada vez más repelente, las mujeres no vendrán a mí de buen grado y habré de atraérmelas por medio del dinero. Por eso quiero reunir mucho dinero y para mí solo, mi querido hijo Alexei Fiodorovitch. Te lo digo claramente: quiero llevar una vida de libertinaje hasta el fin de mis días. No hay nada comparable a ese modo de vivir. Todo el mundo lo censura, pero todos lo adoptan, aunque a escondidas. Yo, en cambio, llevo esta vida a la vista de todos. Esta franqueza explica que todos los bribones hayan caído sobre mí. En cuanto a tu paraíso, Alexei Fiodorovitch, has de saber que no quiero nada de él. Aun admitiendo que exista, no conviene en modo alguno a un hombre de hábitos normales. Allí se duerme uno y ya no se despierta. Haz decir una misa por mí si quieres; si no, vete al diablo. Ésta es mi filosofía. Ayer Iván habló de esto, pero entonces estábamos borrachos. Es un charlatán sin erudición. No es muy instruido, sabes? Aunque no lo dice, se ríe de vosotros: a esto se reduce su talento.

ó:

é no me habla sinceramente? Cuando me habla, se hace el malo. Tu Iván es un miserable. Si quisiera, se casaría con Gruchegnka en seguida. Pues, teniendo dinero, Alexei Fiodorovitch, tiene uno todo lo que quiere. Esto es lo que le da miedo a Iván. Me vigila y, para impedir que me case, incita a Mitia a que se me anticipe. Obra así para librarme de Gruchegnka, pues sabe que perdería su posible herencia si me casara. Por otra parte, si Mitia la hace su esposa, Iván podrá quedarse con su acaudalada prometida. Éstos son sus planes. Es un miserable tu Iván.

ás irritado -dijo Aliocha-. Son las consecuencias de lo ocurrido ayer. Debes acostarte.

-Tus palabras no me molestan -declaró el viejo-. En cambio, si vinieran de Iván, me habrían sacado de mis casillas. Sólo contigo tengo momentos buenos. Fuera de ellos, soy un hombre malo.

íritu -dijo Aliocha sonriendo.

-Pensaba hacer detener a ese bandido de Mitia, y ahora estoy indeciso. Sin duda, hoy se considera un prejuicio respetar a los padres. Sin embargo, la ley no autoriza a coger a un padre por los pelos y patearle la cara en su propia casa. Tampoco permite amenazarle ante testigos de volver para acabar con él. Si quisiera, podría hacer que lo detuviesen por la escena de ayer.

-Iván me ha disuadido. A mí, Iván me tiene sin cuidado, pero me ha dicho algo interesante.

ó sobre Aliocha y continuó en tono confidencial:

-Si hago detener a ese granuja, ella se enterará y correrá hacia él. En cambio, cuando ella sepa que Dmitri me ha agredido, a mí, viejo y débil, y que ha estado a punto de matarme, tal vez lo abandone y venga a mi. Tal es su carácter; es un espíritu de contradicción. La conozco muy bien... No quieres un poco de coñac? Entonces toma café frío. Le añadiré un chorrito de coñac, la cuarta parte de una copita, y verás qué bien sabe.

-No, gracias -dijo Aliocha-. Prefiero llevarme ese panecillo, si me lo permites. -Y mientras se guardaba el blando panecillo en el bolsillo de su hábito, añadió, mirando tímidamente a su padre-: No debes beber.

ón. El coñac me irrita. Pero sólo un vasito.

ó el aparador, llenó el vasito, volvió a cerrar el mueble y se guardó la llave en el bolsillo.

-Con esto me basta. Por un vasito no voy a morirme.

-Te veo mejor.

ñac. En cambio, para los canallas soy un canalla. Iván no va a Tchermachnia. Se queda para espiarme. Quiere saber cuánto le doy a Gruchegnka si viene. Son todos unos miserables. Además, reniego de Iván: no lo comprendo. De dónde ha salido? Su alma no es como la nuestra. Cuenta con mi herencia, pero te voy a decir una cosa: no dejaré testamento. A Mitia de buena gana le aplastaría como a un gusano. Todas las noches trituro algunos con mis zapatillas: a tu Mitia le pasará lo mismo. Digo "tu" Mitia porque sé que tú le quieres. Pero esto no me inquieta. Si le quisiera Iván, no estaría tranquilo. Pero Iván no quiere a nadie. No es de los nuestros. Los hombres como él, querido, no se parecen a nosotros: son como el polvo. Cuando el viento sopla, el polvo se dispersa... Ayer te dije que vinieras porque tuve una ocurrencia disparatada. Quería hacer una proposición a Mitia por mediación tuya. Mi deseo era saber si ese miserable, ese truhán, se avendría, a cambio de mil o dos mil rublos, a marcharse de aquí para cinco años, o, mejor aún, para treinta y cinco, y a renunciar a Gruchegnka...

é -murmuró Aliocha-. Yo creo que por tres mil rublos, Dmitri...

-No, no; ya no has de preguntarle nada. Lo he pensado mejor. Fue una locura que tuve ayer. No le daré nada, ni un céntimo. El dinero lo necesito para mí -repitió Fiodor Pavlovitch con expresivo ademán-. De todas formas, le aplastaré como a un gusano. No, no le digas nada. Y como aquí ya no tienes nada que hacer, vete. Oye: tú crees que Catalina Ivanovna, esa novia que Dmitri me ha ocultado siempre con tanto temor, se casará con él? Ayer fuiste a verla, verdad?

ún modo.

-Tales son los hombres de que se enamoran esas ingenuas damiselas: los libertinos, los bribones. Esas pálidas criaturas son unas infelices. Si yo tuviera la juventud de Mitia y la presencia que tenía de joven, no la suya, pues a los veintiocho años yo valía más que él vale ahora, tendría el mismo éxito... El muy canalla! Pero no tendrá a Gruchegnka, no la tendrá. Lo aniquilaré.

ó el humor.

ú vete -dijo a Aliocha secamente-. Hoy no tienes nada que hacer en mi casa.

Aliocha se acercó a él para despedirse y le dio un beso en el hombro.

-Qué significa eso? -preguntó Fiodor Pavlovitch, sorprendido-. Crees acaso que no nos vamos a ver más?

-Yo también he hablado por hablar -dijo el viejo mirándole. Y gritó a sus espaldas-: Oye, oye; vuelve pronto! Te daré una sopa de pescado estupenda, no como la de hoy! Ven mañana, oyes?

ó al aparador y se bebió medio vaso de coñac.

ñó entre resoplidos.

ó el aparador y se guardó la llave en el bolsillo. Después, ya en el límite de sus fuerzas, se fue a la cama y en seguida se durmió.

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