Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Segunda parte. Libro IV. Escenas.
Capítulo V. Escena en el salón

CAPÍTULO V

ESCENA EN EL SALÓN

En el salón había terminado la conferencia. Catalina Ivanovna estaba agitadísima, pero conservaba su actitud resuelta. Cuando Aliocha y la señora Khokhlakov aparecieron, Iván Fiodorovitch se puso en pie para marcharse. Estaba un poco pálido. Su hermano le miró, inquieto. Acababa de hallar la solución de un enigma que le atormentaba desde hacia algún tiempo. En el mes último le habían insinuado varias veces que su hermano Iván estaba enamorado de Catalina Ivanovna y, sobre todo, decidido a " birlar" la novia a Mitia. Al principio, esto pareció a Aliocha una monstruosidad y le inquietó profundamente. Quería a sus dos hermanos y le intranquilizaba su rivalidad. Sin embargo, Dmitri le había dicho el día anterior que Iván le hacia un gran favor siendo su rival y que esta oposición le hacía feliz. Por qué? Porque se podría casar con Gruchegnka? Esto era un anhelo desesperado. Además, hasta la tarde anterior, Aliocha había creido firmemente en el amor vehemente y obstinado de Catalina Ivanovna por Dmitri. Juzgaba que Catalina Ivanovna no podía querer a un hombre como Iván y que amaba a Dmitri tal como era, a pesar de lo que este amor tenía de extraño. Pero a raíz de su escena con Gruchegnka había cambiado de opinión.

ñora de Khokhlakov había empleado la expresión "drama desgarrador", y Aliocha se estremeció al oírla, pues aquella mañana, al despertarse cuando amanecía, él había pronunciado dos veces la palabra "desgarradora" , seguramente obsesionado por sus sueños de aquella noche, que habían girado alrededor de la escena provocada por Gruchegnka. La afirmación categórica de la dama de que Catalina Ivanovna amaba a Iván y que su amor por Dmitri no era sino una ilusión, un penoso deber que se imponía a sí misma por gratitud había impresionado profundamente a Aliocha, que se decía que tal vez fuera verdad. Pero, entonces, en qué situación quedaba Iván? Aliocha se decía que una mujer del carácter de Catalina Ivanovna necesitaba dominar, y este dominio lo podía ejercer sobre Dmitri, pero no sobre Iván. Dmitri podría someterse algún día a ella por su propia felicidad, y Aliocha deseaba que así fuese. En cambio, Iván, ni se sometería, ni esta sumisión podía hacerle feliz, según el concepto que Aliocha tenía de él.

ó en el salón acosado por estos pensamientos. De súbito acudió a su mente otra idea: y si Catalina Ivanovna no quisiera a ninguno de los dos? Hagamos constar que Aliocha se avergonzaba de estos pensamientos, que le asaltaban de vez en cuando desde hacía unas semanas. "Cómo puedo hacer estas deducciones no entendiendo nada del amor ni de las mujeres?", se decía cada vez que pensaba en ello. Sin embargo, la reflexión se imponía, y Aliocha comprendía que su rivalidad tenía una importancia capital en el destino de sus dos hermanos. "Los reptiles se devoran unos a otros", había dicho Iván el día anterior en un momento de irritación, refiriéndose a su padre y a su hermano. Así, tal vez desde hacía mucho tiempo, Dmitri era un reptil para Iván. No habría nacido en él esta idea cuando conoció a Catalina Ivanovna? Sin duda, la frase se le había escapado, pero esto aumentaba su gravedad. En estas condiciones, qué paz podía haber en la familia cuando surgieran nuevos motivos de odio? Y a quién podía compadecer? Los quería a todos por igual, pero qué podía desear a cada uno de ellos en aquel laberinto de contradicciones? Aliocha se perdía en aquel dédalo y su corazón no podía soportar la incertidumbre que lo agitaba, pues su amor tenía siempre un carácter activo. Al ser incapaz de querer pasivamente, su cariño se traducía siempre en ayuda. Mas para prestar esta ayuda era necesario tener una finalidad, saber lo que convenía a cada cual y obrar en consecuencia. Y él no podía encontrar ningún fin en medio de aquella confusión. Le habían hablado del afán de torturarse uno mismo. Pero tampoco esto lo comprendía. Decididamente, la clave del enigma no estaba a su alcance.

án Fiodorovitch, que se había levantado para marcharse:

-Un momento! Quiero conocer la opinión de su hermano, en quien tengo plena confianza. Catalina Osipovna -añadió dirigiéndose a la señora de Khokhlakov-, quédese usted también.

Ésta se situó al lado de Iván Fiodorovitch, y Aliocha enfrente, junto a Catalina Ivanovna.

íos, los únicos que tengo en el mundo -empezó a decir la joven con voz ardiente, empañada de un dolor sincero que le atrajo de nuevo las simpatías de Aliocha-. Usted, Alexei Fiodorovitch, presenció ayer aquella escena horrible. Ignoro lo que habrá pensado de mí, pero sé que si tal situación se repitiera, mi conducta y mis palabras serían las mismas. Usted recordará que tuvo que contenerme -y al decir esto enrojeció y brillaron sus ojos-. Le confieso, Alexei Fiodorovitch, que estoy en un mar de confusiones. Le quiero? Lo ignoro. Le compadezco, y esto es un mal indicio para el amor. Si todavía le amara, no sería piedad lo que ahora sentiría por él, sino odio.

ágrimas brillaban en sus pestañas. Aliocha estaba emocionado. "Esta muchacha es noble, sincera -se decía-, y no quiere a Dmitri."

-Exacto, exacto -exclamó la señora de Khokhlakov.

ún no le he dicho lo más importante: la resolución que he tomado esta noche. Me doy cuenta de que esta decisión puede ser terrible para mí, pero advierto también que no la modificaré por nada del mundo. Iván Fiodorovitch, que es para mí un generoso y amable consejero, un confidente y el mejor amigo, ha aprobado enteramente y alabado mi resolución.

-Sí, la apruebo -dijo Iván Fiodorovitch en voz baja pero firme.

-No obstante, quiero que Aliocha..., oh, perdone que le haya llamado así!..., quiero que Alexei Fiodorovitch me diga delante de ustedes si obro bien o mal.

ía del joven, añadió:

ío (pues un hermano es usted para mí), de que su juicio, su aprobación, me tranquilizará, que sus palabras me traerán la calma y la resignación.

-No sé lo que usted me pregunta -respondió Aliocha enrojeciendo-. Lo único que puedo decirle es que cuenta usted con mi estimación y que deseo para usted más felicidad que para mi. Pero le advierto que no entiendo de esas cosas -se apresuró a decir sin saber por qué.

én algo más elevado que supera tal vez al deber mismo. Mi corazón me ha impuesto un sentimiento pavoroso que me arrastra irresistiblemente. En una palabra, que he tomado una resolución irrevocable. Aunque se case con esa... mujer, a la que yo no podré perdonar nunca, no le abandonaré. No, no le abandonaré jamás! -exclamó, presa de una exaltación morbosa-. Pero no crean ustedes que tengo la intención de perseguirle, de imponerle mi presencia, de importunarle. No, de ningún modo! Me iré a otra parte, a otra población cualquiera, y desde allí no dejaré de interesarme por él. Cuando sea desgraciado con la otra, cosa que no tardará en ocurrir, podrá volver a mi lado y encontrará en mí una amiga, una hermana... Sí, sólo una hermana, y para toda la vida, una hermana que le querrá y sacrificará por él su existencia entera. A fuerza de perseverancia, conseguiré que al fin me tenga afecto y me lo cuente todo sin sonrojarse.

Y exclamó como en un delirio:

é para él como Dios y me dirigirá sus oraciones. Es lo mejor que puede hacer para compensarme de su traición y de lo que tuve que soportar ayer por su culpa. Y verá que, a pesar de su traición, yo permaneceré fiel a mi palabra. No seré para él sino el medio, el instrumento que le asegurará la felicidad para toda la vida, para toda la vida! Ésta es mi resolución. Iván Fiodorovitch la aprueba sin reservas.

ía sido expresar su pensamiento más dignamente y con más naturalidad, pero lo había hecho precipitadamente y sin el menor disimulo. Hubo en sus palabras mucha excitación juvenil, algo de la irritación que le había producido la escena de la tarde anterior y cierta necesidad de mos asombró a Aliocha. La desdichada y herida joven que lloraba con el corazón desgarrado cedió en un instante su puesto a una mujer completamente dueña de sí misma y, además, tan satisfecha como si acabara de recibir una gran alegría.

ó con una encantadora sonrisa de mujer mundana-. Un amigo como usted no puede creer tal cosa. Por el contrario, su partida me apena de veras.

ó sobre Iván Fiodorovitch, se apoderó de sus manos y las estrechó calurosamente.

ó -es que podrá usted exponer a mi tia y a Ágata mi situación con todos sus horrores. A Ágata puede hablarle usted con toda franqueza, pero con mi querida tia sea más prudente. Usted sabe mejor que nadie cómo se hacen estas cosas. No puede usted imaginarse hasta qué punto me he torturado el cerebro ayer y esta mañana, tratando de hallar el modo de darles esta espantosa noticia. Su viaje me soluciona el problema, ya que usted podrá visitarlas y explicarles todo lo ocurrido. Oh, qué feliz soy! Pero sólo por esta circunstancia, se lo repito, pues su presencia es para mí indispensable... Voy a escribir una carta -terminó, dando un paso hacia la puerta.

ó la señora de KhokhIakov en un tono en que el sarcasmo se mezclaba con la irritación-. Usted ha dicho que anhelaba conocer la opinión de Alexei Fiodorovitch.

éndose-. Pero por qué es usted tan dura conmigo en un momento como éste, Catalina Osipovna? -añadió en un tono de amargo reproche-. Mantengo lo dicho: necesito conocer su opinión, mejor dicho, su decisión. La aceptaré como una ley. Esto, Alexei Fiodorovitch, le demostrará hasta qué extremo tengo sed de sus palabras... Pero qué le pasa?

ído, de ningún modo me lo podía imaginar -dijo Aliocha, consternado.

é es lo que le sorprende?

-Le dice que se va a Moscú y usted se muestra alborozada. Luego explica que no es su marcha lo que le alegra y que, por el contrario, su viaje la apena, porque pierde usted... un amigo. Pero esto es una ficción.

ón? Qué dice usted? -exclamó Catalina Ivanovna, atónita. Y enrojeció, frunciendo las cejas.

-Aunque usted afirma que echará de menos a su amigo, ha dicho claramente que su partida la hacía feliz.

ón.

é quiere usted decir? No lo comprendo.

é. Esto ha sido como un repentino relámpago de lucidez... Bien sé que no tengo facilidad de palabra, pero hablaré a pesar de todo -afirmó con voz trémula y entrecortada-. Seguramente, usted no ha querido nunca a Dmitri... Él tampoco la ha amado a usted, creo yo; lo único que ha sentido por usted ha sido simple estimación... No sé cómo me atrevo a hablar de este modo. Pero alguien ha de decir aquí la verdad, ya que nadie se atreve a hacerlo.

é verdad? -exclamó Catalina Ivanovna, fuera de sí.

ón que para él fue como arrojarse al vacío- es enviar en busca de Dmitri. Yo lo encontraré si usted quiere. Que venga para coger la mano de usted y la de mi hermano Iván, y unirlas. Usted hace sufrir a mi hermano Iván porque lo quiere. Su amor por Dmitri es una dolorosa mentira en la que usted quiere creer a toda costa.

Aliocha se detuvo en seco.

á loco, loco! -exclamó Catalina Ivanovna, pálida y con los labios crispados.

án Fiodorovitch se levantó con su sombrero en la mano.

ás en un error, mi querido Aliocha -dijo con una expresión que su hermano no había visto en él jamás, una expresión de sinceridad juvenil, de arrolladora franqueza-. Catalina Ivanovna no me ha querido nunca. Sabe que yo la amo, y desde hace mucho tiempo, aunque no se lo he dicho, y no me ha correspondido jamás. Tampoco me ha considerado como un amigo en ningún momento: es demasiado orgullosa para necesitar mi amistad. Me retenía a su lado para vengarse en mí de las continuas ofensas que le infligía Dmitri, empezando por la de su primer encuentro, pues esta escena ha quedado grabada en su corazón como una ofensa. Mi papel junto a ella ha consistido simplemente en oír hablar de su amor por él... Me voy, Catalina Ivanovna. No le quepa duda: usted le ama a él y sólo a él. Y su amor está en proporción con sus ofensas. Esto es lo que la atormenta. Usted le ama tal como es, con su mal comportamiento. Si se enmendara, dejaría de amarlo inmediatamente y lo abandonaría. Usted lo necesita para contemplar en él su propia lealtad heroica y reprocharle su traición. Todo esto es orgullo. Se siente usted humillada, pero la culpa es de su orgullo. Soy demasiado joven y la amaba demasiado. Sé que no he debido hablar así, que mi cónducta habría sido más digna si me hubiera limitado a dejarla a usted. Esto la habría herido menos. Pero me voy lejos y no volveré nunca. No quiero respirar esta atmósfera de exageraciones. Por otra parte, no tengo nada más que decirle... Adiós, Catalina Ivanovna. No me guarde rencor, pues mi castigo es cien veces más duro que el suyo, ya que consiste en no voverla a ver. Adiós. No quiero estrechar su mano. Me ha hecho usted sufrir demasiado y a sabiendas, para que ahora pueda perdonarla. Más adelante, tal vez; pero ahora no quiero su mano. Den Dank, Dame, begerh'ich nicht ñadió, demostrando que podía citar a Schiller de memoria, cosa que Aliocha nunca hubiera creído.

Y se marchó sin ni siquiera saludar a la dueña de la casa. Aliocha enlazó las manos con gesto suplicante.

án! -le llamó, desesperado-. Iván!... No, ya no volverá. Por nada del mundo! -exclamó, presa de un amargo presentimiento-. La culpa ha sido mía! Yo he sido el primero en hablar de esa cuestión, Iván no ha dicho lo que siente: ha hablado bajo el imperio de la cólera. Es necesario que venga! -gritó como si hubiera perdido la razón.

ó a una habitación vecina.

ñora de Khokhlakov murmuró calurosamente, dirigiéndose a Aliocha:

-No tiene usted nada que reprocharse. Se ha conducido usted como un ángel. Haré todo lo posible para impedir que se vaya Iván Fiodorovitch.

ía iluminaba su semblante, lo que mortificaba cruelmente a Aliocha. Catalina Ivanovna reapareció de súbito con dos billetes de cien rublos en la mano.

-Tengo que pedirle un gran favor, Alexei Fiodorovitch -dijo con perfecta calma, como si nada hubiera sucedido-. Hace alrededor de ocho días, Dmitri Fiodorovitch cometió, sin poder contenerse, un acto injusto y escandaloso. En una taberna de mala fama se encontró con ese oficial de la reserva, ese capitán que el padre de ustedes utilizaba para ciertos asuntos. Indignado contra este oficial, fuera por lo que fuere, Dmitri Fiodorovitch lo cogió por la barba y lo arrastró hasta la calle, donde estuvo un buen rato zarandeándolo. Me han dicho que el hijo de este desgraciado, un colegial todavía, acudió llorando, pidió clemencia y rogó a los transeúntes que defendieran a su padre, pero que lo único que hizo la gente fue reírse. Perdóneme, Alexei Fiodorovitch, pero no puedo recordar sin indignación este acto vergonzoso del que sólo Dmitri Fiodorovitch es capaz cuando le ciegan la cólera y la pasión. No puedo darle detalles del suceso. Es una acción que me duele y me confunde. He pedido informes de ese desgraciado y he sabido que es muy pobre y que le llaman Snieguiriov. Cometió una falta en el servicio y lo destituyeron. Tampoco sobre esto puedo darle detalles. Lo que sé es que ahora, con toda su infortunada familia, con sus hijos enfermos y su mujer loca, según parece, ha caído en la más profunda miseria. Vive en esta ciudad desde hace mucho tiempo. Tenía un empleo de copista y lo ha perdido. He puesto los ojos en usted..., mejor dicho, he pensado que... Ah, cómo me confunde este asunto!... Quería rogarle, mi querido Alexei Fiodorovitch, que fuera a casa de ese hombre con un pretexto cualquiera, y, delicadamente, prudentemente, como sólo usted es capaz de hacerlo -al oír esto Aliocha enrojeció-, le entregara este donativo, estos doscientos rublos... Sin duda, los aceptará, pero, si se resiste, usted debe convencerle de que los tome. Sepa usted que esto no es una indemnización para evitar que él denuncie el caso..., cosa que quería hacer, según tengo entendido. Esto es simplemente una demostración de simpatía, el deseo de acudir en su ayuda. Los debe entregar usted en mi nombre, como prometida a Dmitri Fiodorovitch, y no en nombre de su hermano... Hubiera ido yo misma, pero he pensado que usted lo hará mejor que yo. Vive en la calle del Lago, en casa de la señora de Kalmykov. Por el amor de Dios, Alexei Fiodorovitch, hágame este favor... Estoy un poco... fatigada. Adiós.

ó tan rápidamente detrás de una puerta, que Aliocha no tuvo tiempo de decirle ni una palabra. Hubiera querido pedirle perdón, acusarse a sí mismo, pues su corazón rebosaba de arrepentimiento y él no quería marcharse así. Pero la señora Khokhlakov lo cogió del brazo y se lo llevó. Ya en el vestíbulo, lo detuvo.

í misma, pero en el fondo es buena, amable, generosa. Cada vez la quiero más; la alegría ha vuelto a mí. Querido Alexei Fiodorovitch, sabe usted que todas nosotras, sus dos tías, yo a incluso Lise, sólo tenemos un deseo desde hace un mes? No cesamos de rogarle que deje a su hermano preferido, a Dmitri, que no la quiere en absoluto, y se case con Iván, ese excelente a instruido joven que la mira como a un ídolo. Hemos urdido un verdadero complot, y tal vez es el único motivo de que permanezca todavía aquí.

ía ofendida -exclamó Aliocha.

-No crea en las lágrimas de las mujeres, Alexei Fiodorovitch. En esto me pongo enfrente de las mujeres y al lado de los hombres.

ó detrás de la puerta.

á!

éndose la cara con las manos, dolorosamente averponzado de su reciente intervención.

ángel; estoy dispuesta a repetirlo mil veces.

é ha obrado como un ángel, mamá? -preguntó de nuevo Lise.

-Yo creía, no sé por qué -prosiguió Aliocha, como si no hubiera oído la voz de Lise-, que ella quería a Iván, y he dicho esa tontería. Qué ocurrirá ahora?

é habláis, mamá? -preguntó Lise-. Oh, mamá! Me estás matando! Te pregunto y no me contestas.

En ese momento llegó la doncella a toda prisa.

á llorando. Tiene un ataque de nervios.

é pasa, mamá? -preguntó Lise, alarmada-. Ah! A mí sí que me va a dar un ataque!

ú la que va a matarme a mí. Una muchacha de tu edad no puede saberlo todo como las personas mayores. Cuando vuelva, te contaré lo que te pueda contar. Voy corriendo, Dios mío! Un ataque es buena señal, Alexei Fiodorovitch, muy buena señal. En estos casos voy siempre contra las mujeres, sus ataques y sus lágrimas. Julia, ve a decirle que ya voy. Si Iván Fiodorovitch se ha marchado, la culpa es de ella. Pero no se habrá marchado... Lise, no grites, por el amor de Dios! Pero qué digo? No eres tú la que gritas, sino yo. Perdona a tu madre. Estoy encantada, entusiasmada! Ha visto usted, Alexei Fiodorovitch, la desenvoltura con que ha salido su hermano de la habitación después de haberle dicho lo que le tenía que decir? Un intelectual hablar con tanto calor, con una franqueza tan juvenil, con una inexperiencia tan encantadora! Todo esto es adorable... Y ese verso alemán que ha citado! Me voy corriendo, Alexei Fiodorovitch. Cumpla el encargo de Catalina Ivanovna con la mayor rapidez posible y vuelva cuanto antes... No necesitas nada, Lise? Por lo que más quieras, no retengas a Alexei Fiodorovitch. Volverá en seguida.

ñora de Khokhlakov se fue, al fin. Antes de marcharse, Aliocha fue a abrir la puerta que ocultaba a Lise.

ó la joven-. No, por nada del mundo! Hábleme a través de la puerta. En qué se ha portado usted como un ángel? Esto es lo único que quiero saber.

-He cometido una gran estupidez, Lise! Adiós.

í!

é en seguida. Estoy profundamente apenado.

ó del vestíbulo corriendo.

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