Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Segunda parte. Libro V. Pro y contra.
Capitulo III. Los hermanos se conocen

CAPITULO III

LOS HERMANOS SE CONOCEN

El comedor particular consistía simplemente en que la mesa de Iván, próxima a la ventana, estaba protegida por un. biombo de las miradas indiscretas. Se hallaba al lado del mostrador, en la primera sala, por la que circulaban los camareros continuamente. El único cliente era un viejo militar que tomaba el té en un rincón. De las otras salas llegaba el rumoreo propio de esta clase de establecimientos: llamadas, estámpidos de botellas al descorcharse, el choque de las bolas en las mesas de billar. Se oía un organillo. Aliocha sabía que a su hermano no le gustaban estos locales, y no iba a ellos casi nunca. Por lo tanto, su presencia allí no tenía más explicación que la cita que había dado a Dmitri.

é solamente -dijo Iván, que parecía encantado de la presencia de Aliocha. Había terminado ya de comer y estaba tomando el té.

és de la sopa, té -dijo alegremente Aliocha-. Tengo apetito.

-Y cerezas en dulce, no? Te acuerdas de cómo te gustaban cuando eras niño y estabas en casa de Polienov?

-Conque te acuerdas? Sí, quiero cerezas: todavía me gustan.

án llamó al camarero y pidió una sopa de pescado, té y cerezas en dulce.

-Me acuerdo de todo, Aliocha. Entonces tú tenías once años y yo quince. A esta edad, y con cuatro años de diferencia, la camaradería entre los hermanos es imposible. Ni siquiera sé si te quería. Durante los primeros años de mi estancia en Moscú no pensaba en ti. Luego, cuando tú llegaste, creo que sólo nos vimos una vez. Y ahora, en los tres meses que llevo aquí, hemos hablado muy poco. Mañana me voy, y hace un momento estaba pensando cómo podría verte para decirte adiós. O sea que has llegado oportunamente.

-Lo anhelaba. Quiero que nos conozcamos mutuamente. Pronto nos separaremos. A mi juicio, conviene que tú me conozcas a mí y yo a ti antes de separarnos. Durante estos tres meses no has cesado de observarme. En tus ojos leía una físcalización continua, y esto es lo que me mantenía a distancia. Al fin, comprendía que merecías mi estimación. He aquí un hombrecito de carácter firme, pensé. Te advierto que, aunque me ría, hablo muy seriamente. Me gustan los que demuestran poseer un carácter firme, sea como fuere, a incluso teniendo tu edad. Al fin, tu mirada escudriñadora dejó de contrariarme, a incluso me resultó agradable. Cualquiera diría que me tienes afecto, Aliocha. Es así?

í es, Iván. Dmitri dice que eres una tumba; a mí me pareces un enigma. Incluso ahora me lo pareces. Sin embargo, esta mañana te he empezado a comprender.

-Qué quieres decir? -preguntó Iván entre risas.

-No te enfadarás si te lo digo? -preguntó a su vez, y también riendo, Aliocha.

ú eres un joven semejante a todos los que andan por los veintitrés años, que son los que tú tienes; un muchacho rebosante de simpática ingenuidad. De veras no te hieren mis palabras?

-Nada de eso -exclamó Iván con calor-. Por el contrario, veo en ello una sorprendente coincidencia. Desde nuestra entrevista de esta mañana, sólo pienso en la candidez de mis veintitrés años, y ahora esto es lo primero que me dices, como si hubieras adivinado mi pensamiento. Sabes lo que me estaba diciendo hace un instante? Que si hubiera perdido la fe en la vida, si dudara de la mujer amada y del orden universal y estuviera convencido de que este mundo no es sino un caos infernal y maldito, por muy horrible que fuera mi desilusión, desearía seguir viviendo. Después de haber gustado el elixir de la vida, no dejaría la copa hasta haberla apurado. A los treinta años, es posible que me hubiera arrepentido, aunque no la hubiera apurado del todo, y entonces no sabría qué hacer. Pero estoy seguro de que hasta ese momento triunfaría de todos los obstáculos: desencanto, desamor a la vida y otros motivos de desaliento. Me he preguntado más de una vez si existe un sentimiento de desesperación lo bastante fuerte para vencer en mí este insaciable deseo de vivir, tal vez deleznable, y mi opinión es que no lo hay, ni lo habrá, por lo menos hasta que tenga treinta años. Ciertos moralistas desharrapados y tuberculosos, sobre todo los poetas, califican de vil esta sed de vida. Este afán de vivir a toda costa es un rasgo característico de los Karamazov, y tú también lo sientes; pero por qué ha de ser vil? Todavía hay mucha fuerza centrípeta en el planeta, Aliocha. Uno quiere vivir y yo vivo incluso a despecho de la lógica. No creo en el orden universal, pero adoro los tiernos brotes primaverales y el cielo azul, y quiero a ciertas personas no sé por qué. Admiro el heroísmo; ya hace tiempo que no creo en él, pero te sigo admirando por costumbre... Mira, ya te traen la sopa de pescado. Buen provecho. Aquí la hacen muy bien... Oye, Aliocha: quiero viajar por Europa. Sé que sólo encontraré un cementerio, pero qué cementerio tan sugeridor. En él reposan ilustres muertos; cada una de sus losas nos habla de una vida llena de noble ardor, de una fe ciega en el propio ideal, de una lucha por la verdad y la ciencia. Caeré de rodillas ante esas piedras y las besaré llorando, íntimamente convencido de hallarme en un cementerio y nada más que en un cementerio. Mis lágrimas no serán de desesperación, sino de felicidad. Mi propia ternura me embriaga. Adoro los tiernos brotes primaverales y el cielo azul. La inteligencia y la lógica no desempeñan en esto ningún papel. Es el corazón el que ama..., es el vientre... Amamos las primeras fuerzas de nuestra juventud... Entiendes algo de este galimatías, Aliocha? -terminó con una carcajada.

-Lo comprendo todo perfectamente, Iván: desearíamos amar con el corazón y con el vientre: lo has expresado a la perfección. Me encanta tu ardiente amor a la vida. A mi entender, se debe amar la vida por encima de todo.

-Incluso más que al sentido de la vida?

ógica, como has dicho. Sólo entonces se puede comprender su sentido. He aquí lo que hace ya mucho tiempo que he entrevisto. La mitad de tu misión está cumplida, Iván: ya amas la vida. Dedícate a realizar la segunda parte: en ella está tu salvación.

-No te apresures tanto a salvarme. Acaso no esté todavía perdido. En qué consiste esa segunda parte?

-En resucitar a tus muertos, que acaso tienen aún algo de vida. Dame una taza de té. Me encantada esta conversación, Iván.

-Veo que estás hablador. Me seducen estas professions de foi en un novicio. Eres un carácter enérgico, Alexei. Es verdad que te propones dejar el monasterio?

í, mi me ha enviado al mundo.

-Entonces, no nos volveremos a ver hasta que yo tenga treinta años y empiece a dejar la copa. Nuestro padre no quiere privarse de ella hasta que tenga setenta a ochenta años. Lo ha dicho con toda seriedad, aunque sea un payaso. Está aferrado a su sensualidad como a una roca. Ciertamente, acaso la vida no tenga otro atractivo para él desde hace treinta años, pero es una vileza que un hombre siga entregado a la sensualidad a los setenta. Es preferible poner término a ello a los treinta. Así se conserva una apariencia de dignidad, aunque uno se engañe a sí mismo. No has visto a Dmitri hoy?

Y Aliocha hizo a su hermano un relato detallado de su encuentro con el sirviente.

án le escuchó pensativo y se hizo repetir algunos detalles.

-Me ha pedido -añadió Aliocha- que no cuente a Dmitri lo que me ha dicho de él.

án frunció las cejas: estaba visiblemente preocupado.

-Es Smerdiakov quien te preocupa?

-Sí. Que se lo lleve el diablo! Quería ver a Dmitri -dijo Iván, y añadió contra su voluntad-: Pero ya es inútil.

í.

-Cómo terminará la querella entre Dmitri y nuestro padre? -preguntó Aliocha, inquieto.

-Esa idea te tiene obsesionado -replicó Iván sin ocultar su irritación-. Qué puedo hacer en este asunto? Acaso soy el guardián de Dmitri? -sonrió amargamente y añadió-: Es la respuesta de Caín a Dios. Esto estabas pensando, verdad? Pero, qué diablo!, yo no puedo quedarme aquí para vigilarlos. He terminado mis asuntos y me voy. Supongo que no creerás que envidio la suerte de Dmitri, ni que he estado intentando quitarle la novia durante estos tres meses. No, no; yo tenía aquí mis asuntos. Los he terminado y me voy. Te has fijado en lo que ha ocurrido?

-Con Catalina Ivanovna?

í. Me he deshecho de ella en un momento. No he tenido que preocuparme por Dmitri, porque esto no le afecta lo más mínimo. Yo tenía asuntos personales con Catalina Ivanovna. Ya sabe que Dmitri se ha conducido como si estuviera en connivencia conmigo. Yo no le he pedido nada. El mismo Dmitri me la cedió con su bendición. Es algo que mueve a risa. Tengo la sensación de que me han quitado un peso de encima. He estado a punto de pedir una botella de champán para celebrar estos primeros momentos de libertad. Casi seis meses de esclavitud, y de pronto me veo libre. Ayer no me imaginaba que fuera tan fácil terminar.

-Te refieres a tu amor, Iván?

-Llamémosle amor si quieres. La verdad es que me enamorisqué de una pensionista y esto representaba un sufrimiento para ella y para mí. Yo sólo pensaba en ella, y, de pronto, todo se viene abajo. Hace un rato he hablado con grave exaltación, pero te aseguro que después me reía a carcajadas. Ésta es la pura verdad.

-Todavía estás alborozado -dijo Aliocha, mirando el semblante de Iván.

ómo podía yo saber que no la quería? Sin embargo, así era. Pero es lo cierto que ayer, cuando pensaba en ella, me gustaba. E incluso ahora me gusta. Sin embargo, la dejo alegremente. Crees que hablo así por jactancia?

ú no estabas enamorado.

Iván se echó a reír.

-Aliocha, no razones sobre el amor. Eso no te conviene. Cómo saliste en mi defensa! Te mereces un abrazo. Ella me atormentaba, era para mí una verdadera tortura. Y es que sabía que me cautivaba. Es a mí y no a Dmitri a quien quiere -afirmó alegremente Iván-. Dmitri sólo le da disgustos. Lo que le dije es la pura verdad. Pero tal vez necesite quince o veinte años para darse cuenta de que me quiere a mí y no a Dmitri. A lo mejor, no lo comprende nunca, a pesar de la elección de hoy. Es lo mejor que ha podido suceder. La he dejado para siempre. A propósito, qué ha ocurrido después de marcharme yo?

ó que Catalina Ivanovna había sufrido un ataque de nervios y que estaba delirando.

-No mentirá la señora de Khokhlakov?

-Tenemos que enterarnos de cómo está. Nadie muere de una crisis nerviosa. Dios ha sido demasiado generoso con la mujer al dotarla de sus encantos. No iré a verla. Para qué?

-Lo he hecho deliberadamente, Aliocha. Voy a pedir champán. Bebamos por mi libertad. Si supieras lo contento que estoy!

-No, Iván; no bebamos. Estoy triste.

í, ya lo he observado: hace tiempo que estás triste.

ás decidido a marcharte mañana por la mañana?

-Me marcharé mañana, pero no he dicho que me vaya a ir por la mañana... No obstante, puede ser que me vaya por la mañana. Aunque te cueste creerlo, hoy he comido aquí solamente para no ver al viejo, tan ingrata me es su compañía. Si estuviera él solo aquí, ya hace tiempo que me habría marchado. Por qué te inquieta tanto que me vaya? Todavía nos queda mucho tiempo, casi una eternidad.

-Una eternidad, marchándote mañana?

-Eso no importa. Nos sobrará tiempo para tratar del asunto que nos interesa. Por qué me miras con esa cara de asombro? Respóndeme a esto: para qué nos hemos reunido aquí? Para hablar del amor de Catalina Ivanovna, del viejo o de Dmitri? Para hacer comentarios sobre la política extranjera, la desastrosa situación de Rusia, o el emperador francés? Nos hemos reunido para esto?

-No.

é nos hemos reunido. Somos dos candorosos jovenzuelos cuya única finalidad es resolver las cuestiones eternas. Actualmente, toda la juventud rusa se dedica a disertar sobre estos temas, mientras los viejos se limitan a tratar de cuestiones prácticas. Para qué me has estado observando durante tres meses sino para preguntarme si tenía fe o no? Esto es lo que decían tus miradas, Alexei Fiodorovitch, verdad?

-Bien podría ser -dijo Aliocha sonriendo-. Pero oye: no te estás burlando de mí?

-Burlarme de ti? Por nada del mundo causaría un pesar a un hermano que me ha estado escudriñando ansiosamente durante tres meses. Aliocha, mírame a los ojos. Soy un jovenzuelo como tú. La única diferencia es que tú eres novicio y yo no. Cómo procede la juventud rusa o, por lo menos, buena parte de ella? Va a un cafetucho caliente, como éste, y se agrupa en un rincón. Estos jóvenes no se habían visto antes y estarán cuarenta años sin volverse a ver. De qué hablan en el rato que pasan juntos? Sólo de cuestiones importantes: de si Dios existe, de si el alma es inmortal. Los que no creen en Dios hablan del socialismo, de la anarquía, de la renovación de la humanidad, o sea, de las mismas cuestiones enfocadas desde otros puntos de vista. Buena parte de la juventud rusa, la más singular, está fascinada por estas cuestiones, no es verdad?

-Sí; para los verdaderos rusos, la existencia de Dios, la inmortalidad del alma, o, como tú has dicho, estas mismas cuestiones enfocadas desde otros puntos de vista, están en primer término. Afortunadamente.

ía.

ás necio que las ocupaciones actuales de la juventud rusa. Sin embargo, hay un adolescente ruso que merece todo mi afecto.

-Qué bien has expuesto la cuestión! -dijo Aliocha riendo.

-Bien, dime por dónde debemos empezar. Por la existencia de Dios?

én puedes empezar por el otro punto de vista. Ayer afirmaste que Dios no existe.

Y Aliocha fijó su mirada en la de su hermano.

Iván se echó a reír y añadió:

-Desde luego. A menos que hables en broma.

-Nada de eso. Aunque ayer, al reunirnos con el Si Dieu n'existait pas, il faudrait l'inventer. íritu de un animal perverso y feroz como el hombre. Es una idea santa, conmovedora, llena de sagacidad y que hace gran honor al hombre. En lo que a mí concierne, ya hace tiempo que he dejado de preguntarme si es Dios el que ha creado al hombre o el hombre el que ha creado a Dios. Desde luego, no pasaré revista a todos los axiomas que los adolescentes rusos han deducido de las hipótesis europeas, pues lo que en Europa es una hipótesis se convierte en seguida en axioma para nuestros jovencitos, y no sólo para ellos, sino también para sus profesores, que suelen parecerse a los alumnos. Así, yo renuncio a todas las hipótesis y me pregunto cuál es nuestro verdadero designio. El mío es explicar lo más rápidamente posible la esencia de mi ser, mi fe y mis experiencias. Por eso me limito a declarar que admito la existencia de Dios. Sin embargo, hay que advertir que si Dios existe, si verdaderamente ha creado la tierra, la ha hecho, como es sabido, de acuerdo con la geometría de Euclides, puesto que ha dado a la mente humana la noción de las tres dimensiones, y nada más que tres, del espacio. Sin embargo, ha habido, y los hay todavía, geómetras y filósofos, algunos incluso eminentes, que dudan de que todo el universo, todos los mundos, estén creados siguiendo únicamente los principios de Euclides. Incluso tienen la audacia de suponer que dos paralelas, que según las leyes de Euclides no pueden encontrarse en la tierra, se pueden reunir en otra parte, en el infinito. En vista de que ni siquiera esto soy capaz de comprender, he decidido no intentar comprender a Dios. Confieso humildemente mi incapacidad para resolver estas cuestiones. En esencia, mi mentalidad es la de Euclides: una mentalidad terrestre. Para qué intentar resolver cosas que no son de este mundo? Te aconsejo que no te tortures el cerebro tratando de resolver estas cuestiones, y menos aún el problema de la existencia de Dios. Existe o no existe? Estos puntos están fuera del alcance de la inteligencia humana, que sólo tiene la noción de las tres dimensiones. Por eso yo admito sin razonar no sólo la existencia de Dios, sino también su sabiduría y su finalidad para nosotros incomprensible. Creo en el orden y el sentido de la vida, en la armonía eterna, donde nos dicen que nos fundiremos algún día. Creo en el Verbo hacia el que tiende el universo que está en Dios, que es el mismo Dios; creo en el infinito. Voy por el buen camino? Imagínate que, en definitiva, no admita este mundo de Dios, aunque sepa que existe. Observa que no es a Dios a quien rechazo, sino a la creación: esto y sólo esto es lo que me niego a aceptar. Me explicaré: puedo admitir ciegamente, como un niño, que el dolor desaparecerá del mundo, que la irritante comedia de las contradicciones humanas se desvanecerá como un miserable espejismo, como una vil manifestación de una impotencia mezquina, como un átomo de la mente de Euclides; que al final del drama, cuando aparezca la armonía eterna, se producirá una revelación tan hermosa que conmoverá a todos los corazones, calmará todos los grados de la indignación y absolverá de todos los crímenes y de la sangre derramada. De modo que se podrá no sólo perdonar, sino justificar todo lo que ha ocurrido en la tierra. Todo esto podrá suceder, pero yo no lo admito, no quiero admitirlo. Si las paralelas se encontraran ante mi vista, yo diría que se habían encontrado, pero mi razón se negaría a admitirlo. Ésta es mi tesis, Aliocha. He comenzado expresamente nuestra conversación del modo más tontó posible, pero la he conducido a mi confesión, pues sé que es esto lo que tú esperas. No es el tema de Dios lo que te interesa, sino la vida espiritual de tu querido hermano.

Iván acabó su discurso con una emoción singular, inesperada. -Por qué has empezado "del modo más tonto posible": -preguntó Aliocha, mirándolo pensativo.

ípicamente ruso. En Rusia las conversaciones sobre este tema se inician siempre tontamente. Pero muy pronto la tontería llega al fin y desemboca en la claridad. La tontería deja la astucia y adquiere concisión, mientras que el ingenio empieza a dar rodeos y se esconde. El ingenio es innoble; en la tontería hay honradez. Cuanto más estúpidamente confiese la desesperación que me abruma, mejor para mí.

é " no admites el mundo"?

-Desde luego. Esto no es ningún secreto, y te lo iba a explicar. Hermanito, mi propósito no es pervertirte ni quebrantar tu fe. Al contrario, lo que deseo es purificarme con tu contacto.

Iván dijo esto con una sonrisa infantil. Aliocha no le había visto nunca sonreír de este modo.