Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Segunda parte. Libro V. Pro y contra.
Capítulo II. Smerdiakov y su guitarra

CAPÍTULO II

SMERDIAKOV Y SU GUITARRA

No había tiempo que perder. Al despedirse de Lise, una idea había acudido a su imaginación. Cómo componérselas para encontrar en seguida a su hermano Dmitri, que parecía huir de él? Eran ya las tres de la tarde. Aliocha estaba ansioso de regresar al monasterio para ver al ilustre moribundo, pero el deseo de ver a Dmitri fue más fuerte: el presentimiento de que iba a ocurrir muy pronto una catástrofe tomaba cuerpo en su alma. Qué catástrofe era ésta y qué quería él decir a su hermano? No lo sabía exactamente. "Es lamentable que mi bienhechor muera sin que yo esté a su lado; pero, por lo menos, no tendré que estar reprochándome toda la vida no haber procurado salvar un alma cuando tenía la oportunidad de hacerlo, haber desperdiciado esta oportunidad, en mi prisa por regresar al monasterio. Por otra parte, obrando así cumplo su voluntad..."

Su plan era sorprender a Dmitri con su presencia. Escalaría la valla como el día anterior, entraría en el jardín y se instalaría en el pabellón. "Si él no está alli, permaneceré oculto, sin decir nada a Foma ni a las propietarias, hasta la noche. Si Dmitri está aún al acecho de la llegada de Gruchegnka, vendrá al pabellón..." Aliocha no se detuvo a estudiar detenidamente los detalles del plan, pero decidió ponerlo en ejecución aunque no pudiera regresar aquella tarde al monasterio.

ó sin obstáculos. Aliocha franqueó la valla casi por el mismo sitio que el día anterior y se dirigió furtivamente al pabellón. No quería que le viesen. Tanto la propietaria como Foma podían estar de parte de su hermano y seguir sus instrucciones, en cuyo caso, o le expulsarían o advertirían de su presencia a Dmitri apenas le viesen llegar.

Se sentó en el mismo sitio que el día anterior y esperó. El día era igualmente hermoso, pero el pabellón le pareció más destartalado que la víspera. El vasito de coñac había dejado una señal redonda en la mesa verde. A su mente empezaron a acudir ideas extrañas, como ocurre siempre en el tedio de las esperas. Por qué se había sentado en el mismo sitio que el día anterior y no en otro cualquiera? Se apoderó de él una vaga inquietud. Llevaba no más de un cuarto de hora, cuando, desde el matorral que había a unos veinte pasos del pabellón, llegaron a él los acordes de una guitarra. Aliocha se acordó de que el día anterior había visto cerca de la valla, a la izquierda, un banco rústico. De él salían los sonidos musicales. Acompañándose con los acordes de la guitarra, una voz de tenorino cantó con floreos de gañán:

-Una fuerza implacable
me ata a mi bienamada.
Señor, ten piedadde ella y de mí,
í.

El cantante enmudeció. Otra voz, ésta de mujer, acariciadora y tímida, murmuró:

-Cómo es que le vemos tan poco, Pavel Fiodorovitch? Nos tiene usted olvidadas.

-Eso no -repuso la voz de hombre, firme pero cortésmente.

Se vela que era el hombre el que dominaba y que la mujer se sometía gustosa a este dominio.

"Debe de ser Smerdiakov -pensó Aliocha-. Por lo menos, ésa es su voz. La mujer es sin duda la hija de la propietaria, esa que ha vuelto de Moscú y va con vestido de cola a buscar sopa a casa de Marta Ignatievna."

-Los versos me encantan cuando son armoniosos -prosiguió la voz de mujer-. Continúe.

La voz del tenor siguió cantando:

-La corona no me importa
si mi amiga se porta bien.
ñor, ten piedad
í,
de ella y de mí.

-Estaría mejor -opinó la mujer- decir, después de eso de la corona, "si mi amada se porta bien". Resultaría más tierno.

-Los versos son verdaderas simplezas -afirmó Smerdiakov.

-No hay nada más tonto. En seguida me dará la razón. Acaso nosotros hablamos en rimas? Si las autoridades nos obligaran a hablar en verso, duraría esto mucho? Los versos no son cosa sería, María Kondratievna.

-Qué inteligente es usted! Dónde ha aprendido todo eso? -dijo la voz de mujer con acento cada vez más acariciador.

-Pues aún sabría mucho más si la suerte no me hubiera sido adversa. Y, en este caso, habría matado en duelo a todo el que me llamara desgraciado por no tener padre y haber nacido de una mujer hedionda. Esto me lo echaron en cara en Moscú, donde lo sabían por Grigori Vasilievitch. Grigori me reprocha que me rebele contra mi nacimiento. "Destrozaste las entrañas a tu madre." Cierto, pero habría preferido morir en su vientre que venir al mundo. En el mercado se decía, como me ha contado su madre con su falta de delicadeza, que la mía era una tiñosa que apenas medía metro y medio de altura... Odio a Rusia, María Kondratievna.

-Si fuese usted húsar, no hablaría así, sino que desenvainaría su sable para defender a Rusia.

úsar, María Kondratievna, sino que deseo la supresión de todo el ejército.

-Y si viene el enemigo, quién nos defenderá?

-Para qué queremos que nos defiendan? En mil ochocientos doce, Rusia fue víctima de la gran invasión de Napoleón primero, el padre del actual. Fue una lástima que los franceses no nos conquistasen, que una nación inteligente no sojuzgara a un pueblo estúpido. Si nos hubiesen conquistado, qué distinto habría sido todo!

-O sea que valen más que nosotros? Pues yo no cambiaría uno de nuestros buenos mozos por tres ingleses -dijo María Kondratievna con voz dulce y sin duda acompañando sus palabras de la mirada más lánguida.

-Eso va en gustos.

ás noble de los extranjeros: no me da vergüenza decírselo.

í y de aquí se parece. Todos son unos granujas, con la diferencia de que el bribón extranjero lleva botas lustradas y el bribón ruso vive sumergido en la miseria sin lamentarse. Convendría fustigar al pueblo ruso, como decía ayer Fiodor Pavlovitch, con sobrada razón, aunque esté tan loco como sus hijos.

-Sin embargo, a usted le infunde un gran respeto Iván Fiodorovitch: usted mismo me lo ha dicho.

-No obstante, me ha llamado ganapán maloliente. Me considera un revolucionario, pero está equivocado. Si yo tuviese dinero, haría tiempo que me habría marchado de Rusia. Dmitri Fiodorovitch se conduce peor que un lacayo, es un manirroto, un inútil. Sin embargo, todo el mundo se inclina ante él. Yo no soy más que un marmitón, desde luego, pero, con un poco de suerte, podría abrir un restaurante en Moscú, en la calle de San Pedro. Yo guiso platos a la carta, y en Moscú eso sólo lo saben hacer los extranjeros. Dmitri Fiodorovitch es un desharrapado, pero si desafía a un conde, éste acudirá al campo del honor. Pues bien, qué tiene ese hombre que no tenga yo? El es mucho más ignorante. Cuánto dinero ha despilfarrada!

-Un duelo! Qué interesante! -observó María Kondratievna.

é?

-Es impresionante tanta bravura, sobre todo si se enfrentan dos oficiales jóvenes, pistola en mano, por una mujer hermosa. Qué cuadro! Si se permitiera asistir a las mujeres, yo no faltaría.

á mal, pero cuando el blanco es la cabeza de uno, el espectáculo carece de atractivo. Usted echaría a correr, María Kondratievna.

-Y usted? Saldría corriendo?

ó contestar. Tras una pausa, se oyó un nuevo acorde y la voz de falsete entonó la última copla.


me voy a ir de aguí
para gozar de la vida.
é en la capital
y no me lamentaré,
é.

En este momento se produjo un incidente. Aliocha estornudó. En el banco se hizo el silencio. Alexei se levantó y fue hacia la pareja. Entonces pudo ver que, en efecto, el cantante era Smerdiakov. Iba vestido de punta en blanco, con el pelo abrillantado, a incluso rizado, al parecer, y relucientes las botas. María Kondratievna, la hija de la propietaria, no era fea, pero tenía la cara redonda y sembrada de pecas. Llevaba un vestido azul claro con una cola que no se acababa nunca.

á pronto mi hermano Dmitri? -preguntó Aliocha con toda la calma que pudo aparentar.

Smerdiakov se levantó lentamente. Su compañera hizo lo mismo.

-Yo no estoy enterado de las idas y venidas de Dmitri Fiodorovitch, porque no soy su guardián -repuso Smerdiakov con gran aplomo y cierto matiz de desdén.

ía -dijo Aliocha.

é dónde está ni quiero saberlo.

-Mi hermano me ha dicho que usted le informa de todo lo que sucede en la casa y que, además, le ha prometido avisarle si llega Agrafena Alejandrovna.

Smerdiakov, impasible, alzó la vista y la fijó en Aliocha.

-Cómo se las ha arreglado usted para entrar? Hace una hora que el cerrojo está echado.

óneme, María Kondratievna. Deseo ver a mi hermano cuanto antes.

-Habrá alguien capaz de quererle mal? -murmuró la joven, halagada-. Así suele introducirse Dmitri Fiodorovitch en el pabellón. Cuando uno lo ve, ya está instalado.

-Voy en su busca. Necesito verle. No podrían decirme dónde está en este momento? Se trata de un asunto importante y que le interesa.

ónde va -balbuceó María Kondratievna.

í, en esta casa amiga, su hermano me acosa con sus preguntas sobre mi amo. Qué pasa en su casa, quién viene, quién sale, si hay alguna novedad... Dos veces me ha amenazado de muerte.

ó Aliocha, atónito.

-Un hombre de su carácter no se detiene ante nada. Si lo hubiese oído ayer! "Si Agafrena Alejandrovna logra burlarme y pasar la noche en casa con el viejo, no respondo de tu vida", me dijo. Me da tanto miedo su hermano, que si me atreviera lo denunciaría. Es capaz de todo.

-El otro día -añadió María Kondratievna- le dijo: "Te machacaré en un mortero."

ó Aliocha-. Si pudiera verle, le diría algo sobre esto.

-Le voy a decir lo que sé -dijo Smerdiakov, después dé reflexionar un momento-. Vengo aquí con frecuencia como vecino. No hay ningún mal en ello. Iván Fiodorbvitch me ha enviado hoy, a primera hora, a casa de Dmitri Fiodorovitch, calle del Lago, para decirle que acudiese sin falta a la taberna de la plaza, donde comerian juntos. He ido, pero ya no le he encontrado. Eran las ocho. Su patrón me ha dicho textualmente: "Ha venido y se ha marchado." Cualquiera diría que están de acuerdo. En este momento tal vez esté en la taberna con Iván Fiodorovitch, que no ha venido a comer a casa. Fiodor Pavlovitch hace ya una hora que ha comido y ahora está durmiendo la siesta. Pero le ruego encarecidamente que no diga nada de esto. Es capaz de matarme por cualquier nimiedad.

án ha citado a Dmitri en la taberna?

-Sí.

"La Capital "?

-Exactamente.

Aliocha daba muestras de gran agitación.

ísima. Voy ahora mismo a la taberna.

-Descuide. Me presentaré allí como por casualidad.

-Adónde va por ahí? -exclamó María Kondratievna-. Voy a abrirle la puerta.

-No, por aquí es más corto el camino. Saltaré la valla.

ó a la taberna. No le parecía prudente entrar tal como iba vestido; preguntaría en la escalera por sus hermanos y los haría salir. Cuando se acercaba a la taberna, se abrió una ventana y desde ella le gritó Iván:

-Aliocha!, puedes venir para estar conmigo un rato? Te lo agradeceré de veras.

-No sé si con este hábito...

-Estoy en un comedor particular. Entra en la escalera. Voy a tu encuentro.

és, Aliocha estaba sentado a la mesa en que Iván comía solo.