Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Segunda parte. Libro VI. Un religioso ruso.
Capitulo primero. El starets Zósimo y sus huéspedes

LIBRO VI

UN RELIGIOSO RUSO

CAPITULO PRIMERO

EL STARETS ÓSIMO Y SUS HUÉSPEDES

Cuando Aliocha entró ansiosamente en la celda del starets, su sorpresa fue extraordinaria. Esperaba encontrarlo agonizante, tal vez sin conocimiento, y lo vio sentado en un sillón, débil, pero con semblante alegre y animoso, rodeado de varios visitantes con los que conversaba apaciblemente. El anciano se había levantado un cuarto de hora antes a lo sumo de la llegada de Aliocha. Los visitantes, reunidos en la celda, habían esperado el momento en que el starets ía asegurado que "el maestro se levantaría, sin duda alguna, para hablar una vez más con las personas que contaban con su cariño, como había prometido aquella mañana". El padre Paisius creía tan firmemente en esta promesa -como en todo lo que el starets decía-, que si lo hubiera visto sin conocimiento, a incluso sin respiración, habría dudado de su muerte y esperado a que volviera en sí para cumplir su palabra. Aquella misma mañana, el starets Zósimo les había dicho al irse a descansar:

é sin hablar una vez más con vosotros, mis queridos amigos. Quiero tener el placer de volver a veros, aunque sea por última vez.

Los que se habían reunido en la celda para aquella última conversación eran los mejores amigos del starets desde hacía muchos años. Estos amigos eran cuatro, tres de ellos padres: José, Paisius y Miguel. Este último era un hombre de edad avanzada, menos inteligente que los otros, de modesta condición, carácter firme, enérgico y cándido a la vez. Tenía aspecto de hombre rudo, pero su corazón era tierno, aunque él disimulara poderosamente esta ternura.

El cuarto era el hermano Antimio, simple monje, ya viejo, hijo de unos pobres campesinos, de escasa instrucción, taciturno y bondadoso, el más humilde entre los humildes, que parecía en todo momento sobrecogido por un profundo terror. Este hombre temeroso era muy querido por el Zósimo: siempre había sentido gran estimación por él, aunque habían cambiado muy pocas palabras. A pesar de este silencio, habían viajado juntos durante años enteros por la Rusia santa. De esto hacía cuatro años. Entonces el starets comenzaba su apostolado, y a poco de entrar en el oscuro y pobre monasterio de la provincia de Kostroma, acompañó al hermano Antimio en sus colectas en provecho del monasterio.

, sumamente reducido como hemos dicho ya, de modo que había el espacio justo para el staretsón, y el novicio Porfirio, que permanecía de pie. Anochecía. La habitación estaba iluminada por las lamparillas y los cirios que ardían ante los iconos.

Al ver a Aliocha, que se detuvo tímidamente en el umbral, el sonrió gozoso y le tendió la mano.

ío. Ya sabía yo que vendrías.

Aliocha se acercó a él, se prosternó hasta tocar el suelo y se echó a llorar. Sentía el corazón oprimido, se estremecía todo él interiormente, los sollozos le estrangulaban.

-Espera, no me llores todavía -dijo el éndolo-. Como ves, estoy aquí sentado, hablando tranquilamente. Acaso viva todavía veinte años, como me deseó aquella buena mujer de Vichegoria, que vino a verme con su hija Elisabeth. Acuérdate de ellas, Señor! -y se santiguó-. Porfirio, has llevado la ofrenda de esa mujer adonde te he dicho?

La limosna consistía en sesenta copecs. La buena mujer los había entregado alegremente para que se le dieran a otra persona más pobre que ella. Estas ofrendas son penitencias que uno se impone voluntariamente, y es necesario que el donante las haya obtenido con su trabajo. El starets había enviado a Porfirio a casa de una pobre viuda, reducida a la mendicidad con sus hijos, a consecuencia de un incendio. El novicio respondió al punto que había cumplido el encargo, entregando el donativo "de parte de una donante anónima", como se le había ordenado.

ántate, mi querido Alexei -dijo el starets-, que yo pueda verte. Has visitado a tu familia, has visto a tu hermano?

A Aliocha le sorprendió que le preguntara por uno de sus hermanos, aunque no sabía por cuál. Acaso era este hermano el motivo de que le hubiera enviado dos veces a la ciudad.

é.

-Lo vi ayer; pero hoy no me ha sido posible dar con él.

-Procura verlo y vuelve mañana, una vez terminado este asunto. Tal vez tengas tiempo de evitar una espantosa desgracia. Ayer me incline ante su horrible sufrimiento futuro.

ó de pronto y quedó pensativo. Estas palabras eran incomprensibles. El padre José, testigo de la escena del día anterior, cambió una mirada con el padre Paisius. Aliocha no pudo contenerse.

-Padre y maestro mío -dijo, presa de gran agitación-, no comprendo sus palabras. Qué sufrimiento espera a mi hermano?

ón horrible. Me pareció leer todo su destino. Vi en él una mirada que me estremeció al hacerme comprender la suerte que ese hombre se está labrando. Una o dos veces en mi vida he visto una expresión semejante en un rostro humano, una expresión que me pareció una revelación del destino de esas personas, y el destino que creía ver se cumplió. Te he enviado hacia él, Alexei, por creer que tu presencia le tranquilizaría. Pero todo depende del Señor: es Él el que traza nuestros destinos. "Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere da mucho fruto." No lo olvides.

Y el starets ñadió con una dulce sonrisa:

-A ti, Alexei, te he dado mi bendición muchas veces con el pensamiento por tu modo de ser. He aquí lo que pienso de ti: dejarás este recinto y vivirás en el mundo como religioso. Tendrás muchos adversarios, pero hasta tus enemigos te querrán. La vida te traerá muchas penas, pero tú encontrarás la felicidad incluso en el infortunio. Bendecirás la vida y, lo que es más importante, obligarás a los demás a bendecirla.

Dirigió una amable sonrisa a sus huéspedes y continuó:

íos, yo no he dicho nunca, ni siquiera a este joven, por qué su rostro ha despertado en mí tan gran afecto. Ha sido para mí como un recuerdo y como un presagio. En la aurora de mi vida, yo tenía un hermano que murió ante mis ojos apenas cumplió los diecisiete años. Después, en el curso del tiempo, me fui convenciendo poco a poco de que este hermano fue en mi destino como una indicación, como un decreto de la providencia, pues estoy seguro de que sin él yo no habría sido religioso, no habría emprendido esta preciosa ruta. Aquella primera revelación se produjo en mi infancia, y ahora, en el término de mi carrera, me parece estar presenciando una repetición de aquel hecho. Lo notable es, padres míos, que, sin que exista entre Aliocha y mi hermano un verdadero parecido de cara, la semejanza espiritual llega al extremo de que más de una vez he creido que Alexei era mi hermano mismo, que venía a verme al final de mi carrera para recordar el pasado. Y esta extraña ilusión ha sido tan vivida, que incluso a mí me ha llenado de asombro.

ó hacia el novicio que le servía y continuó:

-Comprendes, Porfirio? Más de una vez te he visto apenado por mi evidente preferencia por Aliocha. Ya conoces el motivo. Pero también a ti te quiero, puedes creerme, y tu pena me ha apenado a mi. Quiero hablaros, mis buenos amigos, de este hermano mío, pues en mi vida no ha habido nada más significativo ni más conmovedor. En este momento veo toda mi existencia como si la reviviese.

Debo advertir que esta última conversación del starets ía de su muerte, se conservó en parte por escrito. Alexei Fiodorovitch Karamazov la escribió de memoria algún tiempo después. Ignoro si Aliocha se limitó a reproducir lo dicho en aquella conversación por el starets o si tomó algo de otras charlas con su maestro. Por otra parte, en el manuscrito de Aliocha, el discurso del starets ólo él habla contando a sus amigos su vida, siendo así que, según referencias posteriores, la charla fue general y sus colegas le interrumpieron con sus intervenciones, para exponer sus propios recuerdos. Además, el discurso no pudo ser ininterrumpido, ya que el se ahogaba a veces y perdía la voz. Entonces tenía que echarse en la cama para descansar, aunque permanecía despierto, mientras los visitantes no se movían de donde estaban. En estos intervalos, el padre Paisius leyó dos veces el Evangelio.

Detalle curioso: nadie esperaba que el muriese aquella noche. Después de haber pasado el día durmiendo profundamente, parecía haber extraído de su propio cuerpo una energía que le sostuvo durante esta larga conversación con sus amigos. Pero esta animación sorprendente debida a la emoción fue pasajera: el se extinguió de pronto.

starets según el manuscrito de Alexei Fiodorovitch Karamazov. Así será más breve y menos fatigoso, aunque, como ya he dicho, tal vez Aliocha tomó muchas cosas de conversaciones anteriores.