Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Tercera parte. Libro VIII. Mitia.
Capitulo VII. El de antaño

CAPITULO VII

EL DE ANTAÑO

Mitiá se acercó a la mesa a grandes zancadas.

-Señores -empezó a decir en voz muy alta, pero tartamudeando a cada palabra-, yo... Bueno, no pasará nada; no tengan miedo.

Se volvió hacia Gruchegnka, que se había inclinado sobre Kalganov, aferrándose a su brazo, y repitió:

-Nada, no pasará nada... Voy de viaje... Me marcharé mañana, apenas se levante el día... Señores, me permiten ustedes que permanezca en esta habitación, haciéndoles compañía; sólo hasta mañana por la mañana?

Dirigió estas últimas palabras al personaje sentado en el canapé. Éste retiró lentamente la pipa de su boca y dijo con grave expresión:

-Panie , esto es una reunión particular. Hay otras habitaciones.

-Pero si es Dmitri Fiodorovitch! -exclamó Kalganov-. Bien venido! Siéntese!

-Buenas noches, mi querido amigo! -dijo Mitia al punto, rebosante de alegría y tendiéndole la mano por encima de la mesa-. Siempre he sentido por usted la más profunda estimación!

Kalganov profirió un "Ay!" y exclamó riendo:

-Me ha hecho usted polvo los dedos!

-Así debe estrecharse la mano -dijo Gruchegnka con un esbozo de sonrisa.

La joven había deducido de la actitud de Mitia que éste no armaría escándalo, y lo observaba con una curiosidad no exenta de inquietud. Había en él algo que la sorprendia. Nunca habría creido que se condujera de aquel modo.

-Buenas noches -dijo con empalagosa amabilidad el terrateniente Maximov.

Mitia se volvió hacia él.

-Usted aquí? Encantado de verle!... Escúchenme, señores...

Se dirigía otra vez al pan de la pipa, por considerarlo el principal personaje de la reunión.

-Señores, quiero pasar mis últimas horas en esta habitación, donde he adorado a mi reina... Perdóneme, panie!... Vengo aquí después de haber hecho un juramento... No teman. Es mi última noche... Bebamos amistosamente, panieán vino. Yo he traído esto...

Sacó el fajo de billetes.

-Quiero música, ruido...! Como la otra vez... El gusano inútil que se arrastra por el suelo va a desaparecer... No olvidaré este momento de alegría en mi última noche!...

Se ahogaba. Su deseo era decir muchas cosas, pero sólo profería extrañas exclamaciones. El pan, impasible, miraba alternativamente a Mitia con su fajo de billetes y a Gruchegnka. Estaba perplejo. Empezó a decir:

-Jezeli powolit moja Krôlowa....

Pero Gruchegnka lo atajó:

-Me crispa los nervios oír esa jerga... Siéntate, Mitia. Qué cuentas? Te suplico que no me asustes. Me lo prometes? Si? Entonces me alegro de verte.

-Yo asustarte? -exclamó Mitia levantando los brazos-. Tienes el paso libre. No quiero ser un obstáculo para ti.

De pronto, inesperadamente, se dejó caer en una silla y se echó a llorar, de cara a la pared y asido al respaldo.

-Otra vez la misma canción? -dijo Gruchegnka en son de reproche-. Así se presentaba en mi casa, y me dirigía discursos en los que yo no entendía nada. Ahora vuelve a las andadas... Qué vergüenza! Si hubiera motivo...

Dijo estas últimas palabras subrayándolas y en un tono enigmático.

-Pero si no lloro! -exclamó Mitia-. Buenas noches, señores! -añadió volviendo la cabeza. Y se echó a reír; pero no con su risa habitual, sino con una amplia risa nerviosa y que lo sacudía de pies a cabeza.

-Quiero verte contento -dijo Gruchegnka-. Me alegro de que hayas venido. Oyes, Mitia? Me alegro mucho. -Y añadió imperiosamente, dirigiéndose al personaje que estaba en el canapé-: Quiero que se quede con nosotros; lo quiero, y si él se marcha, me marcharé yo también -terminó con ojos centelleantes.

-Los deseos de mi reina son órdenes para mí -declaró el pan besando la mano de Gruchegnka. Y añadió gentilmente, dirigiéndose a Mitia-: Ruego al pan que permanezca con nosotros.

Dmitri estuvo a punto de soltar una nueva parrafada, pero se contuvo y dijo solamente:

-Bebamos, panie!

Todos se echaron a reir.

-Creí que nos iba a enjaretar un nuevo discurso -dijo Gruchegnka-. Oye, Mitia; quiero que estés tranquilo. Has hecho bien en traer champán. Yo beberé. Detesto los licores. Pero todavía has hecho mejor en venir en persona, pues esto es un funeral. Has venido dispuesto a divertirte?... Guárdate el dinero en el bolsillo. De dónde lo has sacado?

Los estrujados billetes que Mitia tenía en la mano llamaban la atención, sobre todo a los polacos. Se los guardó rápidamente en el bolsillo y enrojeció. En este momento apareció Trifón Borisytch con una bandeja en la que había una botella descorchada y varios vasos. Mitia cogió la botella, pero estaba tan confundido, que no supo qué hacer. Kalganov llenó por él los vasos.

-Otra botella! -gritó Mitia a Trifón Borisytch.

Y olvidándose de chocar su vaso con el del panía invitado a beber, se lo llevó a la boca y lo vació. Su semblante cambió inmediatamente: de solemne y trágico se convirtió en infantil. Mitia se humillaba, se rebajaba. Miraba a todos con timida alegría, con risitas nerviosas, con la gratitud de un perro que ha obtenido el perdón tras una falta. Parecía haberlo olvidado todo y reía continuamente, con los ojos fijos en Gruchegnka, a la que se había acercado. Después observó a los dos polacos. El del canapé lo sorprendió por su aire digno, su acento y -esto sobre todo- por su pipa. "Bueno, qué tiene de particuar que fume en pipa?", pensó. Y le parecieron naturales el rostro un tanto arrugado del pan, ya casi cuadragenario, y su minúscula naricilla encuadrada por un fino y alargado bigote teñido que le daba una expresión impertinente. Ni siquiera dio importancia a la peluca confeccionada torpemente en Siberia y que le cubría grotescamente las sienes. "Sin duda es la peluca que necesita", se dijo.

El otro pan era más joven. Sentado cerca de la pared, los miraba a todos con semblante provocativo y escuchaba las conversaciones con desdeñoso silencio. Éste sólo sorprendió a Mitia por su elevada talla, que contrastaba con la del pan sentado en el canapé. Dmitri se dijo que este gigante debía de ser amigo y acólito del pan de la pipa, algo así como su guardaespaldas, y que el pequeño mandaba en el mayor. El " perro" no sentía ni sombra de celos. Aunque no había comprendido el tono enigmático empleado por Gruchegnka, notaba que lo había perdonado, ya que lo trataba amablemente. Al verla beber, se asombraba alegremente de su resistencia. El silencio general lo sorprendió. Paseé una mirada interrogadora por toda la concurrencia. "Qué esperamos? Por qué estamos sin hacer nada?", parecía preguntar.

-Este viejo chocho nos divierte -dijo de pronto Kalganov señalando a Maximóv, como si leyera el pensamiento de Mitia.

Dmitri los miró a los dos. Después se echó a reir con su risa seca y entrecortada.

-De veras?

-Palabra. Pretende que todos nuestros caballeros de los "años veinte" se casaron con polacas. Es absurdo, verdad?

-Con polacas? -dijo Mitia, encantado.

Kalganov no tenía la menor duda acerca de las relaciones de Mitia con Gruchegnka y adivinaba las del pan; pero esto no le interesaba lo más mínimo. Todo su interés se concentraba en Maximov. Había llegado al parador casualmente y en él había trabado conocimiento con los polacos. Estuvo en una ocasión en casa de Gruchegnka, a la que no fue simpático. Aquella noche, la joven se había mostrado cariñosa con él antes de la llegada de Mitta, pero sin conseguir interesarlo.

Kalganov tenía veinte años, vestía con elegancia y su cara era simpática y agradable. Poseía un hermoso cabello rubio y unos bellos ojos azules, de expresión pensativa, a veces impropia de su edad, aunque su conducta podía calificarse de infantil en más de una ocasión, cosa que, por cierto, no le inquietaba. Era un muchacho un tanto extraño y caprichoso, pero siempre amable. A veces, su semblante adquiría una expresión de ensimismamiento; escuchaba y miraba al que hablaba con él como absorto en profundas meditaciones. Tan pronto se mostraba débil a indolente como se excitaba por la causa más fútil.

-Lo llevo a remolque desde hace cuatro días -continuó Kalganov, recalcando las palabras, pero sin la menor fatuidad-. Desde que su hermano, el de usted, no le permitió subir al coche. Se acuerda? Me interesé por él y lo traje al campo. Pero no dice más que tonterías. Sólo de oírlo se avergüenza uno. Voy a devolverlo...

-Pan polskiej pani nie widzial, y dice cosas que no son ciertas -dijo el pan de la pipa.

-Pero he tenido una esposa polaca -replicó Maximov echándose a reír.

-Lo importante es que sepamos si ha servido en la caballería -dijo Kalganov-. De eso debe usted hablar.

-Tiene razón. Diga, diga si ha servido en la caballería! -exclamó Mitia, que era todo oídos y miraba a los interlocutores como si esperase que de sus labios salieran palabras maravillosas.

-No, no -dijo Maximov volviéndose hacia él-; yo quiero hablar de esas panienki que, apenas bailan una mazurca con un ulano, se sientan en sus rodillas como gatas blancas, con el consentimiento de sus padres. AI día siguiente, el ulano va a pedir la mano de la joven, y ya está hecha la jugarreta. Ja, ja!

ñó el pan de alta estatura cruzando las piernas.

Mitia sólo se fijó en su enorme y bruñida bóta de suela gruesa y sucia. Los dos polacos tenían aspecto de ser poco limpios.

-Llamarle miserable! -exclamó Gruchegnka irritada-. Es que no saben hablar sin insultar?

-Pan Agrippina, este pan sólo ha conocido en Polonia muchachas de baja condición, no señoritas nobles.

-Mozesz a to rachowac -dijo despectivamente el pan de largas piernas.

-Otra vez? -exclamó Gruchegnka-. Déjenle hablar. Dice cosas que tienen gracia.

-Yo no impido hablar a nadie, pani -dijo el pan de la peluca, acompañando sus palabras de una mirada expresiva.

Y siguió fumando.

Kalganov se acaloró de nuevo, como si se estuviera tratando de un asunto importante.

-El pan tiene razón. Cómo puede hablar Maximov no habiendo estado en Polonia? Porque usted no se casó en Polonia, verdad?

-No. Me casé en la provincia de Esmolensco. Mi prometida había llegado antes que yo, conducida por un ulano y acompañada de su madre, una tía y otro pariente que tenía un hijo ya crecido. Todos eran polacos de pura cepa. El ulano me la cedió. Era un oficial joven y gallardo. Había estado a punto de casarse con ella, pero se volvió atrás al advertir que la joven era coja.

-Entonces, se casó usted con una coja? -exclamó Kalganov.

ía que andaba a saltitos llevada de su alegría.

-De su alegría de casarse? -preguntó Kalganov.

-Si. Pero los saltitos obedecían a otras razones muy diferentes. Tan pronto como nos hubimos casado, aquella misma tarde, me lo confesó todo y me pidió perdón. Al saltar un charco siendo niña, se cayó y se quedó coja. Ji, ji!

Kalganov se echó a reír como un niño, dejándose caer en el canapé. Gruchegnka se reía también de buena gana. Mitia estaba alborozado.

-Ahora no miente -dijo Kalganov a Mitia-. Se ha casado dos veces y lo que ha contado se refiere a la primera mujer. La segunda huyó y todavía vive. Lo sabía usted?

éndose hacia Maximov con un gesto de sorpresa.

-Sí, tuve ese disgusto. Se escapó con un moussié. Antes había conseguido que pusiera mis bienes a su nombre. Me dijo que yo era un hombre instruido y que me sería fácil hallar el modo de ganarme la vida. Y entonces me plantó. Un respetable eclesiástico me dijo un día, hablando de esto: "Tu primera mujer cojeaba; la segunda tenía los pies demasiado ligeros." Ji, ji!

únicamente para divertir a los que le escuchan. No hay en ello ningún bajo interés. A veces incluso lo aprecio. Es un botarate, pero también un hombre franco. Tengan esto en cuenta. Otros se envilecen por interés; él lo hace espontáneamente... Les citaré un ejemplo. Pretende ser un personaje de , de Gogol. Como ustedes recordarán, en esa obra aparece el terrateniente Maximov, que es azotado por Nozdriov, el cual es acusado "de agresión con vergajos al propietario Maximov, en estado de embriaguez". Dice que se trata de él y que lo azotaron. Pero esto no es ptisible. Tchitchikov viajaba en mil ochocientos treinta a lo sumo. De modo que las fechas no concuerdan. En esa época no pudo ser azotado Maximov.

La inexplicable exaltación de Kalganov era sincera. Mitia, también con toda franqueza, opinó:

-De todos modos, si lo azotaron...

Se echó a reir.

-Qué quiere usted decir? Lo azotaron o no?

-Ktora godzina, panie? -preguntó con un gesto de hastío el pan de la pipa al pan de largas piernas.

Éste se encogió de hombros. Ninguno de los reunidos llevaba reloj.

-Dejen hablar a los demás -dijo Gruchegnka en tono agresivo-. Que ustedes no quieran decir nada no es razón para que pretendan hacer callar a los otros.

pan repuso, esta vez con franca irritación:

-Pani, ja nic nie mowie przeciw, nic nie powiedzilem.

-Bien. Continúe -dijo el joven a Maximov-. Por qué se detiene?

-Pero si no tengo nada que decir! -exclamó Maximov, halagado y fingiendo una modestia que estaba muy lejos de sentir-. Son tonterías. En Gogol, todo es alegórico, y los nombres, falsos. Nozdriov no se llama así, sino Nossov. Kuvchinnikov tiene un nombre que no se parece en nada al suyo, que es Chkvorniez. Fenardi se llama así, pero no es italiano, sino ruso. La señorita Fenardi está encantadora con sus mallas y su faldita de lentejuelas, y, desde luego, hace muchas piruetas, pero no durante cuatro horas, sino durante cuatro minutos... Y todo el mundo encantado!

ó:

-Pero por qué lo azotaron?

-Por culpa de Piron -repuso Maximov.

-Qué Piron? -preguntó Mitia.

-El famoso escritor francés. Bebimos con otros hombres en una taberna. Me habían invitado y empecé a recordar epigramas. "Hola, Boileau! Qué traje tan raro llevas!" Boileau responde que va a un baile de máscaras, es decir, al baño, ji, ji!, y mis oyentes tomaron esto como una alusión. Me apresuré a citar otro pasaje, mordaz y que todas las personas instruidas conocen:

"Tú eres Safo y yo Faon, desde luego,
pero, y a fe que me pesa,
del mar ignoras el camino.

"Entonces se sintieron aún más ofendidos y empezaron a decirme estupideces. Lo peor fue que yo, queriendo arreglar las cosas, les conté que Piron, que no había conseguido que lo nombraran miembro de la Academia, hizo grabar en la losa de su tumba, para vengarse, este epitafio:

"Aquí yace Piron, que no fue nada,
émico.

"Entonces fue cuando me azotaron.

-Pero por qué?

-Por lo mucho que sé. Hay numerosos motivos para azotar a un hombre -terminó Maximov, sentencioso.

-Basta de tonterías -dijo Gruchegnka-. Estoy ya harta. Y yo que creía que iba a divertirme!

ó de reír. El pan de las piernas largas se levantó y empezó a ir y venir por la habitación, con la arrogancia del hombre que se aburre con una compañía que no es de su agrado.

-Qué modo de andar! -comentó Gruchegnka despectivamente.

Mitia se sintió inquieto. Además, había observado que el pan de la pipa lo observaba con un gesto de irritación.

-Panie, bebamos! -exclamó.

Invitó también al que paseaba y llenó de champán tres vasos.

-Bardzo mi to milo, panie, wypijem -dijo el pan de la pipa, jactancioso pero amable.

-Que beba también el otro pan. Cómo se llama? Toma un vaso, .

-Pan

Pan Wrubleski se acercó a la mesa contoneándose.

-Por Polonia, panowieó Mitia levantando su vaso.

Bebieron y Mitia llenó de nuevo los tres vasos.

-Ahora por Rusia, panowie, y considerémonos hermanos.

-Y yo también -intervino Maximov-. Yo también quiero beber por la abuelita.

-Beberemos todos a su salud -exclamó Mitia-. Hostelero, otra botella!

Éste trajo las tres botellas que quedaban.

-Por Rusia! Hurra!

panowie. Gruchegnka vació su vaso de un trago.

-Qué hacen ustedes, panowie?

Pan ó su vaso y dijo con voz aguda:

-Por Rusia en sus límites de mil setecientos setenta y dos!

ó el otro pan.

Bebieron los dos.

-Son ustedes unos imbéciles, ! -estalló Mitia.

-Panie! -exclamaron los dos polacos irguiéndose como gallos.

El más indignado era pan

-Ale nie moznomice slabosc do swego kraju?.

-Silencio! No quiero riñas! -exclamó enérgicamente Gruchegnka dando con el pie en el suelo.

Tenía la cara encendida y los ojos llameantes. La bebida había hecho efecto. Mitia se asustó.

-Perdónenme, Toda la culpa es mía. Pan Wrublewski, no lo volveré a hacer.

-Calla y siéntate, imbécil! -ordenó Gruchegnka.

Todos se sentaron y se estuvieron quietos.

ñores -dijo Mitia, que no había comprendido la salida de Gruchegnka-, yo he sido el culpable de todo... Bueno, qué vamos a hacer para divertirnos?

-Verdaderamente, esto es un aburrimiento -dijo Kalganov con un gesto de hastio.

-Y si volviéramos a jugar a las cartas? Ji, ji!

panowie...

- -repuso, fastidiado, el pan de la pipa.

-Tiene razón -apoyó pan Wrublewski.

-Qué compañeros tan fúnebres! -exclamó Gruchegnka-. Emanan aburrimiento y quieren imponerlo a los demás. Antes de tu llegada, Mitia, no han despegado los labios. Lo único que hacían era darse importancia.

pan de la pipa-, co mowisz to sie stanie. Widze nielaskie, jestem smutny.

Y dijo a Mitia:

-Jestem gotow.

panie -dijo Dmitri sacando el fajo de billetes y separando de él dos de cien rublos que depositó en la mesa-. Quiero que gane usted mucho dinero. Tome las cartas: usted tiene la banca.

-Debemos jugar con la baraja de la casa -dijo el pan de escasa estatura.

-To najlepsz y sposob -aprobó el pan Wrublewski.

á bien pensado, panowie. Un juego de cartas, Trifón Borisytch!

Éste trajo una baraja, empaquetada y sellada, y anunció a Mitia que habían llegado varias chicas, que los judíos estaban a punto de llegar, pero que del coche de las provisiones no se tenía noticia. Mitia se apresuró a pasar a la habitación vecina para dar las órdenes. Sólo habían llegado tres muchachas, entre las que no figuraba María. Aturdido, sin saber qué hacer, dijo que se repartieran entre las chicas las golosinas de la caja.

éle vodka a Andrés! -añadió-. Lo he ofendido.

ía seguido, lo tocó en el hombro y murmuró:

-Présteme cinco rubios. Quiero jugar. Ji, ji!

-Bien. Toma diez. Si pierdes, vuelve a recurrir a mí.

-De acuerdo -murmuró alegremente Maximov dirigiéndose a la sala.

Mitia llegó poco después, excusándose de haberse hecho esperar. Los se habían sentado ya y habían abierto el paquete de las cartas. Tenían un aspecto más amable y alegre. El pan de baja estatura había vuelto a cargar su pipa y se disponía a barajar. En su rostro habja un algo solemne.

-Na miejsca, panowie! -exclamó el pan Wrublewski.

-Yo no juego -dijo Kalganov-. Antes he perdido cincuenta rublos.

-El pan ha tenido mala suerte -dijo el pan

-Cuánto hay en la banca? -preguntó Mitia.

-Slucham, panie, moze sto, moze dwiescie; en fin, todo lo que usted quiera jugarse.

-Un millón! -exclamó Mitia echándose a reír.

-Sin duda, el capitán ha oído hablar del pan

-De qué Podwysocki?

-Una casa de juego en Varsovia. La banca acepta todas las apuestas. Llega Podwysocki. Ve miles de monedas de oro. Se dispone a jugar. El banquero le dice:

"-Panie Podwysocki, va a jugar con oro o ?

"-Na honor, panie -responde Podwysocki.

"-Mejor.

"Empieza el juego. Podwysocki gana y empieza a recoger las monedas de oro.

"-Espere, panie

"Abre un cajón y entrega un millón a Podwysocki.

"-Tenga. Esto es lo que ha ganado.

"La banca era de un millón.

"-No sabía lo que había en la banca -dice Podwysocki.

"-Panie Podwysocki: los dos hemos jugado na honor.

"Y Podwysocki toma el millón.

-Panie Kalganov, w slachetnoj kompanji tak mowic nieprzystoi.

-Un jugador polaco no da un millón así como así -dijo Mitia. Pero rectificó en seguida-: Perdón, panie. De nuevo he dicho una tontería. Desde luego que dará un millón na honor

ña y linda panienka -dijo Maximov, y, acercándose a la mesa, hizo disimuladamente la señal de la cruz.

Mitia ganó; Maximov también.

ó Dmitri.

-Y yo me juego otro rublo, otro insignificante rublo -dijo en voz baja y con acento satisfecho Maximov, tras haber ganado.

-Pierdo! -exclamó Mitia-. Doblo otra vez!

Y perdió de nuevo.

-No juegue más! -dijo de pronto Kalganov.

ó doblando y perdiendo. En cambio, el de los "insignificantes rublos" ganaba siempre.

-Ha perdido usted doscientos rublos -dijo el pan de la pipa-. Sigue jugando?

-Cómo? Doscientos rublos ya? Bueno, van otros doscientos.

Mitia iba a poner los billetes sobre la dama, pero Kalganov cubrió la carta con la mano.

-Basta! -exclamó con su potente voz.

é le pasa? -preguntó Mitia.

-No lo consiento! No jugará usted más!

-Por qué?

-Déjelo ya y váyase! No le permitiré que siga jugando!

Mitia lo miró asombrado.

í, Mitia -intervino Gruchegnka en un tono extraño-. Kalganov tiene razón: has perdido demasiado.

Los dos se pusieron en pie, visiblemente ofendidos.

-Zartujesz, panie? -dijo el pan

-Jak pan smisz to robic? -preguntó, también indignado, Wrublewski.

-No griten, no griten! -exclamó Gruchegnka-. Parecen gallos de pelea!

Mitia los miró a todos, uno a uno. El semblante de Gruchegnka tenía una expresión que lo sorprendió. Al mismo tiempo, una idea nueva y extraña acudió a su pensamiento.

-Pani Agrippina! -exclamó el pan ólera.

Mitia, obedeciendo a una idea repentina, se acercó a él y le dio un golpecito en el hombro.

-Jasnie Wielmozny, quiere escucharme un segundo?

-Czego checs, panie.

-Pasemos a la antesala. Quiero decirle algo que le gustará.

El pan ó a Mitia con una mezcla de asombro a inquietud. Sin embargo, aceptó al punto, con la condición de que el pan Wrublewski le acompañara.

-Es tu guardaespaldas? Bien, que venga. Además, su presencia es necesaria. Vamos, panowie?

Gruchegnka, inquieta, preguntó:

ónde van?

-Volveremos en seguida -repuso Dmitri.

En su rostro se leía la resolución y el coraje. Tenía un aspecto muy distinto del que ofrecía al llegar hacia una hora. Condujo a los no a la habitación de la derecha, donde estaban las muchachas, sino a un dormitorio en el que había dos grandes camas, montones de almohadas y multitud de maletas y baúles. En un rincón, sobre una mesita, ardía una vela. El pan pan Wrublewski se situó junto a ellos, con las manos en la espalda. Los dos polacos estaban serios y sus semblantes tenían una expresión de curiosidad.

-Czem mogie panu slut yo? -preguntó el pan de escasa estatura.

-Seré breve, panieó el fajo de billetes-. Si quiere tres mil rublos, tómelos y váyase.

El pan lo miró fijamente.

-Tres tysiance, panie?.

Cambió una mirada con Wrublewski.

-Tres mil, , tres mil. Escuche, usted es un hombre inteligente. Acepte los tres mil rublos y váyase al diablo con Wrublewski. Pero en seguida, ahora mismo y para siempre. Saldrá usted por esta puerta. Yo le traeré su abrigo o su pelliza. Engancharán una troika para usted, y buenas noches.

Mitia esperaba la respuesta, seguro de lo que iba a oír. El rostro del pan ó una expresión resuelta.

-Dónde está el dinero?

-Aquí, panie. é quinientos rublos por adelantado, y los dos mil quinientos restantes, mañana, en la ciudad. Le doy mi palabra de honor de que mañana tendrá ese dinero, aunque fuera preciso sacarlo de debajo de la tierra.

ás bajo cobró una expresión hostil.

-Setecientos, setecientos ahora mismo -dijo Mitia advirtiendo que la cosa no iba bien-. No se fia de mi, panie? No le puedo dar los tres mil rublos de una vez. Volvería a su lado mañana mismo. Por otra parte, no los llevo encima.

Empezó a balbucear. Perdía el valor por momentos.

En el rostro del pan de la pipa resplandeció un sentimiento de orgullo.

-Czynie potrzebujesz jeszcze czego? -preguntó irónicamente-. Qué vergüenza!

ó, asqueado. El pan Wrublewski hizo lo mismo.

-Escupes, panie -dijo Mitia, amargado por su fracaso-, porque crees que vas a sacar más de Gruchegnka. Sois idiotas los dos!

pan de la pipa, rojo como un cangrejo.

Y salió de la habitación, indignadísimo, con Wrublewski, que andaba contoneándose. Mitia los siguió, confuso. Temía a Gruchegnka, presintiendo que el pan iba a quejarse a ella. Así ocurrió. En actitud teatral, el pan se plantó ante Gruchegnka y repitió:

Gruchegnka se sintió herida en lo más vivo, perdió la paciencia y exclamó, roja de ira:

-Habla en ruso! No me fastidies con tu polaco! Hace cinco años hablabas en ruso. Tan pronto lo has olvidado?

-Pani Agrippina...

-Me llamo Agrafena. Soy Gruchegnka. Habla en ruso si quieres que te escuche.

ón que le hacía farfullar, el pan exclamó:

-Pani Agrafena, he venido para olvidar el pasado y perdonarlo todo hasta el día de hoy.

-Qué hablas de perdonar? Has venido a perdonarme? -exclamó Gruchegnka irguiéndose.

-Sí, pani. Soy generoso. Pero del proceder de tus amantes. El pan Mitia me ha ofrecido tres mil rublos para que me vaya. He escupido al oír esta proposición.

-Cómo? Te ha ofrecido dinero por mí? Es eso verdad, Mitia? Has tenido la osadía de considerarme como una cosa que se vende?

-Panie, panie! ó Mitia-. Gruchegnka es pura y yo no he sido su amante jamás. Ha mentido usted...

-Qué valor tienes! Defenderme ante él! No me he conservado pura por virtud ni por temor a Kuzma, sino sólo para poder llamar miserable a este hombre. De veras ha rechazado el dinero que le has ofrecido?

-Al contrario: lo ha aceptado. Pero quería los tres mil rublos en el acto, y yo sólo le he ofrecido un adelanto de setecientos.

-La cosa está clara: se ha enterado de que tengo dinero, y por eso quiere casarse conmigo.

-Pani Agrippina, soy un caballero, un lajdak. He venido para casarme contigo, pero no he encontrado a la misma pani. La que ahora veo es y procaz.

-Vete por donde has venido! Diré que te arrojen de aquí. He cometido una estupidez al torturarme durante cinco años... Pero no es que me atormentara por él, sino que acariciaba mi rencor. Por otra parte, mi amante no era como es ahora. Ahora parece el padre de aquél. Dónde te han hecho esa peluca? Aquél reía, cantaba y era un ciclón; tú eres solamente un pobre hombre. Y pensar que he pasado por ti cinco años bañada en lágrimas! Qué necia he sido!

Se desplomó en el sillón y se cubrió el rostro con las manos. En este momento, en la habitación vecina, el coro de muchachas, reunido al fin, empezó a entonar una atrevida canción de danza.

-Esto es detestable! -exclamó pan

Trifón Borisytch, que estaba al acecho desde hacía rato, al sospechar por los gritos que sus clientes disputaban, apareció en el acto.

-Qué voces son ésas? -preguntó a Wrublewski.

-Calla, bruto!

-Bruto? Dime con qué cartas has jugado. Yo he traído una baraja nueva. Qué has hecho de ella? Has hecho el juego con cartas señaladas. Sabes que por esto te podrían mandar a Siberia? Lo que has hecho es lo mismo que fabricar moneda falsa.

ó al canapé, introdujo la mano entre el respaldo y un cojín y sacó el juego de cartas sellado.

-Vean mi juego. Está intacto.

Levantó el brazo para que todos vieran la baraja.

-He visto a este hombre cambiar sus cartas por las mías. Tú eres un bribón y no un pan.

-Y yo lo he visto hacer trampa dos veces -dijo Kalganov.

ó.

-Cómo se ha envilecido, Señor! Qué vergüenza!

Entonces, el pan Wrublewski, confundido y exasperado, gritó a Gruchegnka, amenazándola con el puño:

Mitia se arrojó sobre él, lo cogió por la cintura, lo levantó y se lo llevó a la habitación donde habían estado poco antes. Pronto regresó, y dijo jadeante:

-Lo he dejado tendido en el suelo. El muy canalla se debate, pero no podrá volver.

Cerró una de las hojas de la puerta y, con la mano en la otra, dijo al pan rechoncho:

-, le ruego que vaya a reunirse con él.

-Dmitri Fiodorovitch -dijo Trífón Borisytch-, recobre su dinero. Se lo han robado.

Kalganov declaró:

-Yo les regalo mis cincuenta rublos.

ún consuelo.

-Bravo, Mitia! Tienes un gran corazón! -exclamó Gruchegnka en un tono que dejaba traslucir una viva indignación.

El pan de la pipa, rojo de cólera pero conservando toda su arrogancia, se dirigió a la puerta. De pronto se detuvo y dijo a Gruchegnka:

-Panie, jezeli chec pojsc za mno, idzmy, jezeli nie, bywaj sdrowa.

Herido en su orgullo, salió de la pieza a paso lento y grave. Su extremada vanidad le hacia esperar, incluso después de lo sucedido, que la pani ía. Mitia cerró la puerta.

-Dé la vuelta a la llave -le dijo Kalganov.

Pero la cerradura rechinó por la parte interior: los polacos se habían encerrado ellos mismos.

ó Gruchegnka, implacable-. Ellos lo han querido!

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