Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Tercera parte. Libro VIII. Mitia.
Capitulo VIII. Delirio

CAPITULO VIII

DELIRIO

Entonces empezó una fiesta desenfrenada, que rayaba en la orgia. Gruchegnka fue la primera en pedir bebida.

-Quiero embriagarme como la otra vez. Te acuerdas, Mitia? Fue cuando nos conocimos.

ía su felicidad. Gruchegnka lo enviaba a la habitación vecina a cada momento.

-Ve a divertirte. Diles que bailen y que se diviertan ellas también. Como la otra vez.

Estaba excitadísima. En la habitación de al lado se oía el coro. La pieza donde estaban era exigua, y una cortina de indiana la dividía en dos. Tras la cortina había una cama con un edredón y una montaña de almohadas. Todas las habitaciones importantes de la casa tenían un lecho. Gruchegnka se instaló junto a la puerta. Desde allí estuvo viendo bailar y cantar al coro en la primera fiesta. Ahora estaban allí las mismas muchachas; los judíos habían llegado con sus violines y sus citaras, y también el carricoche de las provisiones. Mitia iba y venía entre la concurrencia. Llegaban hombres y mujeres que se habían despertado y esperaban ser obsequiados espléndidamente como la vez anterior. Mitia invitaba a beber a todos los que iban llegando y saludaba y abrazaba a los conocidos. Las muchachas preferían champán; los mozos, ron o coñac, y sobre todo ponche. Dmitri dispuso que se hiciera chocolate para las mujeres y que se mantuvieran hirviendo toda la noche samovares para dar a los hombres tanto té y tanto ponche como quisieran. En suma, que fue un jolgorio extravagante.

Mitia estaba en su elemento y se animaba cada vez más a medida que aumentaba el desorden. Si alguno de los clientes le hubiese pedido dinero, él habría sacado el fajo y repartido billetes a derecha a izquierda. A esto se debía indudablemente que Trifón Borisytch, que no se había acostado, no se separase de él. El fondista bebió muy poco, un vaso de ponche como total de todas sus libaciones, para poder velar, a su modo, por los intereses de Mitia. Cuando era necesario, lo frenaba, zalamero y obsequioso, y lo sermoneaba, aconsejándole que no repartiera cigarros y vinos del Rin, y menos dinero, entre los desharrapados, como había hecho la otra vez. Se indignaba al ver a las muchachas comiendo golosinas y sa boreando licores.

-Están minadas de piojos, Dmitri Fiodorovitch. Si les diera un puntapié en cierta parte, aún les haría un honor.

ó de Andrés y dijo que le llevaran ponche.

-Lo he ofendido -repitió apenado.

Kalganov, al principio, no quiso beber y las canciones del coro le desagradaron; pero cuando se había bebido dos vasos de champán sintió una alegría desbordante y todo le pareció magnífico, tanto los cantos como la música.

Maximov, beatífico y achispado, no se movía de su sitio. A Gruchegnka se le había subido el vino a la cabeza. Señalando a Kalganov, dijo a Mitia:

-Qué muchacho tan gentil!

ó a abrazar a los dos hombres.

Dmitri presentía muchas cosas, pero Gruchegnka no le había dicho nada aún: retrasaba el momento de las confesiones. De vez en cuando le dirigía una mirada ardiente. De pronto, Gruchegnka lo cogió de la mano y lo hizo sentar junto a ella.

-Si vieras cómo has entrado aquí! Me has asustado. De veras te conformas a que lo prefiera a él?

-No quiero turbar tu felicidad.

Gruchegnka ya no lo escuchaba.

és volveré a llamarte.

Dmitri se fue. Gruchegnka se dedicó de nuevo a escuchar las canciones y ver las danzas, pero sin dejar de observar a Mitia. Al cabo de un cuarto de hora lo llamó.

éntate aquí y cuéntame cómo te has enterado de mi marcha. Quién te ha dado la noticia?

Mitia empezó a contarlo todo. Su relato era incoherente. A veces fruncía el entrecejo y callaba.

-Qué te pasa? -le preguntaba Gruchegnka.

í un enfermo. Por su salud, por saber que sanará, daría diez años de vida.

-No pienses en ese enfermo. De modo que querías suicidarte mañana? Qué tontería! Por qué? Me gustan los calaveras como tú -dijo con cierta dificultad-. De modo que estabas dispuesto a todo por mí?... De veras querías terminar mañana?... Espera; tal vez te diga algo agradable... No hoy, mañana... Ya sé que preferirías que te lo dijera hoy, pero no quiero decírtelo hasta mañana. Anda, ve a divertirte.

Una de las veces lo llamó con semblante preocupado.

-Por qué estás triste, Mitia? -le preguntó mirándole a los ojos-. Pues tú estás triste. Por mucho que abraces a los mujiks ú también. Amo a uno de los que están aquí. Sabes a quién? Mira, el pobre se ha dormido. Se le ha subido el alcohol a la cabeza.

Se refería a Kalganov, que dormitaba en el canapé, bajo las brumas de la embriaguez y presa de una angustia indefinible. Las canciones de las muchachas, más lascivas y desvergonzadas a medida que las cantantes iban bebiendo, acabaron por repugnarle. Y lo mismo le ocurrió con las danzas. Dos jóvenes disfrazadas de oso actuaban bajo el mando de Stepanide, una fornida moza armada de tnt bastón.

-Hala, María! Si no, pobre de ti!

l. os dos osos rodaron por el suelo, adoptando posturas indecentes, entre las risas del grosero público.

-Que se diviertan, que se diviertan! -dijo Gruchegnka sentenciosamente y en una especie de éxtasis-. Es su día. Por qué no se han de divertir?

ó al coro una mirada de desagrado.

--- Qué bajas son las costumbres populares! -dijo apartándosé de is puerta.

Le llamó sobre todo la atención una canción "nueva", que tenía un estribillo alegre.

ti;t señor que iba de viaje pregunta a las chicas:

-El señor preguntó a las muchachas:
éis, me queréis, jovencitas?

Estas consíderan que no lo pueden querer.

-El señor me azotará.
Yo no lo puedo amar.

és aparece un cíngaro, que no tiene más éxito.

íngaro robará.
Y yo me hartaré de llorar.

Desfilan otros personajes, haciendo la misma pregunta. Incluso un soldado, que es rechazado con desprecio.

-El soldado llevará el saco.
Y yo, detrás de él...

ía a esto un verso soez, cantado con impúdica franqueza, que hizo furor en el auditorio. Finalmente aparece el comerciante.

-El mercader pregunta a las muchachas:
Me queréis, me queréis, jovencitas?

Y ellas dicen que lo adoran, porque

-El mercader traficará.
é el ama.

Kalganov no disimuló su enojo:

-Es una canción reciente. Quién demonios la habrá enseñado a esas chicas? Sólo falta en ella un judío o un contratista de ferrocarriles. Los dos habrían ganado a todos los demás.

Francamente contrariado, manifestó su aversión, se echó en el canapé y quedó dormido. Su bello rostro, un poco pálido, reposaba en un cojín.

-Mira, Mitia, qué guapo es -dijo Gruchegnka-. Le he pasado la mano por el cabello. Parece lino...

ó hacia Kalganov en un impulso de ternura y lo besó en la frente. Kalganov abrió en seguida los ojos, la miró, se levantó y preguntó, preocupado:

-Dónde está Maximov?

-Lo echa de menos! -dijo Gruchegnka entre risas-. Quédate un poco conmigo. Mitia irá a buscar a tu Maximov.

Maximov sólo se separaba de las muchachas del coro para ir a beberse una copa. Se había tomado dos tazas de chocolate. Se presentó con la nariz enrojecida, los ojos húmedos, la mirada dulce, y dijo que iba a bailar la danza de los zuecos.

-En mi infancia me enseñaron esos bailes mundanos.

él, Mitia. Yo os veré bailar desde aquí.

ón de Gruchegnka a que se quedara a su lado.

Todos pasaron a la estancia contigua. Maximov bailó, como había prometido, pero con escaso éxito. Sólo Mitia lo aplaudió. La danza consistió en una serie de saltos, con abundantes contorsiones y levantando los pies hasta enseñar las suelas, en las que daba una palmada a cada salto. A Kalganov no le gustó el baile. Mitia, en cambio, abrazó al bailarín.

-Gracias por tu exhibición. Debes de estar fatigado. Quieres alguna golosina? Prefieres un cigarro?

-Un cigarrillo.

-Ya he bebido licores. Hay bombones?

-Encontrarás un montón en la mesa. Y de los mejores, querido.

-Prefiero los de vainilla. Ya sabes que los viejos... Ji, ji!

-De ésos no hay, hermano.

ído de Mitia-: quisiera conocer a esa joven llamada María... Ji, ji!... Si fueras tan amable que...

-Habráse visto?... Hablas en serio, amigo?

-No creo que haya en ello ningún mal para nadie -murmuró tímidamente Maximov.

-De acuerdo. Aquí todos nos conformamos con el canto y el baile; pero el corazón te manda otra cosa... Entre tanto, recréate, diviértete, bebe... Necesitas dinero?

-Tal vez luego... -murmuró Maximov con una sonrisita.

á bien.

A Mitia le echaba fuego la cabeza. Salió a la galería que rodeaba parte del edificio. El aire fresco lo despejó. Ya solo y en la oscuridad, se oprimió la cabeza con las manos. Sus ideas dispersas se agruparon de pronto y la luz se hizo en su mente con un fulgor espantoso...

"Si me he de matar -se dijo-, ahora o nunca."

Podía cargar una de sus pistolas y poner fin a todo en aquel rincón envuelto en sombras. Estuvo vacilante durante uno o dos minutos. Había llegado a Mokroie con un peso en la conciencia: el robo que había cometido, la sangre que había derramado. Sin embargo, experimentaba cierto alivio ante la idea de que todo había terminado, de que Gruchegnka pertenecía a otro y ya no existía para él. No le había sido difícil tomar esta resolución. Además, no podía hacer otra cosa. Para qué, pues, seguir viviendo? Pero la situación había cambiado. Aquel horrible fantasma, aquel hombre fatal, el antiguo amante, había desaparecido sin dejar rastro. La horripilante aparición se había convertido en un títere irrisorio al que se encerraba bajo llave. Gruchegnka estaba avergonzada y él leía en sus ojos hacia quién iba su amor. Bastaba poder vivir, pero esto, maldición!, ya no era posible. "Señor -rogaba mentalmente-, resucita al que yace junto al muro del jardín. Líbrame de este amargo cáliz. Tú has hecho milagros por otros pecadores como yo... Y si el viejo viviera todavía? Oh! Entonces lavaría la vergüenza que pesa sobre mí, devolvería el dinero robado, aunque hubiera de sacarlo del fondo de la tierra. Así, la infamia sólo habría dejado huellas en mi corazón, aunque fuera para siempre... Pero no, esto es un sueño irrealizable. Maldición!"

Sin embargo, en las tinieblas apareció un rayo de esperanza. Volvió precipitadamente a la habitación. Iba hacia ella, hacia la que sería su reina eternamente.

"Una hora, un minuto de su amor valen más que todo el resto de mi vida, aunque esta vida haya de transcurrir bajo la tortura de la vergüenza... Verla, oírla, no pensar en nada, olvidarlo todo, aunque sólo sea esta noche, durante una hora, por un solo instante... ! "

Al entrar se encontró con el dueño de la casa, que estaba triste y preocupado.

-Me buscabas, Trifón?

Éste se mostró un tanto confuso.

-No. Por qué lo había de buscar? Dónde estaba usted?

é significa esa cara de pocos amigos? Estás enojado? Mira, puedes ir a acostarte. Qué hora es?

-Más de las tres.

-Ya terminamos, ya terminamos...

-Eso no tiene importancia. Diviértase tanto como quiera.

"Qué le pasa a este hombre?", se dijo Mitia mientras corria a la sala de baile.

í. En el cuarto azul, Kalganov dormitaba en el canapé. Mitia miró detrás de la cortina. Allí estaba Gruchegnka, sentada en un cofre, con la cabeza apoyada en el lecho, derramando lágrimas y haciendo esfuerzos para ahogar los sollozos. Por señas dijo a Mitia que se acercara y se apoderó de su mano.

ños. Era amor o rencor? Era amor, amor por él. He mentido al decir lo contrario!... Mitia, yo tenía diecisiete años entonces. Él era cariñoso, alegre y me cantaba canciones... O era que yo, chiquilla ilusa, lo veía así?... Ahora es muy distinto. Ha cambiado tanto, que, al entrar, no lo he reconocido. Durante mi viaje hacia aquí no he cesado de pensar: "Cómo lo abordaré? Qué le diré? Cómo nos miraremos?" Desfallecía. Y, al verlo, he sentido como si arrojasen sobre mí un cubo de agua sucia. Me ha producido la impresión de un pedante maestro de escuela. Me he quedado sin saber qué decir. AI principio me he preguntado si la presencia de su compañero, ese tipo larguirucho, lo cohibiría. Mirándolos a los dos, me decía: "Cómo es posible que no sepas de qué hablarle?"... Sin duda, lo echó a perder su esposa, aquella mujer por la que me abandonó. Lo cambió por completo. Qué vergüenza, Mitia! Toda la vida me durará este bochorno! Malditos sean estos cinco años!

Se echó a llorar de nuevo, sin soltar la mano de Mitia.

-No te vayas, Mitia, mi querido Mitia -murmuró levantando la cabeza-. Quiero preguntarte algo. Dime: a quién amo? Yo quiero a alguien que está aquí. Quién es?...

Una sonrisa iluminó su rostro, hinchado por el llanto.

ón me ha dicho: "Ahí tienes al que amas." Has aparecido tú y todo se ha iluminado. "A quién teme?", me he preguntado. Pues tenías miedo; no podías hablar. "No son ellos los que lo asustan, pues ningún hombre puede atemorizarlo. Soy yo, sólo yo. " Fenia, la muy simple, te habrá contado que yo he dicho a voces a Aliocha desde la ventana: "Amé a Mitia durante una hora. Me voy porque amo a otro." Oh Mitia! Cómo he podido creer que amaría a otro después de haberte amado a ti? Me perdonas, Mitia? Me quieres? Me quieres?

Se levantó y le puso las manos en los hombros. Mitia, mudo de felicidad, contempló los ojos y la sonrisa de Gruchegnka. De pronto la estrechó en sus brazos. Ella exclamó:

-Me perdonas por haberte hecho sufrir? Os torturaba a todos por maldad. Por maldad enloquecí al viejo. Te acuerdas del vaso que rompiste en mi casa? Hoy me he acordado, porque he hecho lo mismo, al beber " por mi vil corazón"... Por qué dejas de besarme, Mitia? Después de darme un beso te quedas mirándome, escuchándome. Por qué! Bésame más fuerte. Así. No hay que amar a medias. Desde ahora seré tu esclava. Bésame! Hazme sufrir! Haz de mí lo que quieras! Hazme sufrir! Espera!... Quieto!... Después...

Lo apartó de sí con repentino impulso.

ó de los brazos de Dmitri y se fue. Mitia la siguió, vacilante. "Cualquiera que sea el final -se decía-, daría el mundo entero por este instante." Gruchegnka se bebió de una vez un vaso de champán. En seguida le produjo efecto. Se sentó en un sillón. Sonreía feliz. Sus mejillas se colorearon y su vista se nubló. Su mirada llena de pasión fascinaba. Incluso Kalganov, incapaz de hacer frente al hechizo, se acercó a ella.

-Has sentido el beso que te he dado hace un momento mientras dormías? -murmuró Gruchegnka-. Ahora estoy ebria. Y tú? Oye, Mitia, por qué no bebes? Yo ya he bebido...

-Ya estoy embriagado... de ti, y quiero estarlo de bebida.

ó un vaso y, para sorpresa suya, se emborrachó inmediatamente, él que había resistido hasta entonces. Desde este momento, todo empezó a darle vueltas. Le pareció que estaba delirando. Iba de un lado a otro, reía, hablaba con todo el mundo, no se daba cuenta de nada. Como recordó más tarde, sólo se percataba de que una sensación de ardor crecía en su interior por momentos, hasta el punto de que creía tener brasas en el alma.

Se acercó a Gruchegnka. La contempló, la escuchó... Gruchegnka estaba en extremo locuaz. Llamaba a alguna de las muchachas del coro, la besaba, le hacia a veces la señal de la cruz y la despedía. Estaba al borde de echarse a llorar. El "viejecito", como llamaba a Maximov, la divertía extraordinariamente. A cada momento iba a besarle la mano, y terminó por ponerse a danzar de nuevo, al ritmo de una vieja canción de gracioso estribillo:


la ternera, mu, mu, mu;

la oca, croc, croc, croc.
El polluelo corrla por la habitación
ío, pío, pío.

"Dale algo, Mitia. Es pobre. Oh los pobres, los ofendidos! Sabes una cosa, Mitia? Voy a entrar en un convento. Te lo digo en serio. Me acordaré toda la vida de lo que me ha dicho hoy Aliocha. Ahora bailemos. Mañana, el convento; hoy, el baile. Voy a hacer locuras, amigos míos. Dios me perdonará. Si yo fuera Dios, perdonaría a todo el mundo. "Mis queridos pecadores, os concedo el perdón a todos." Os imploro que me perdonéis. Perdonad a esta ignorante, buena gente. Soy una fiera, una fiera y sólo una fiera... Quiero rezar. Una miserable como yo quiere orar... Mitia, no les impidas que bailen. Todo el mundo es bueno, sabes?, todo el mundo. La vida es hermosa. Por malo que uno sea, le gusta vivir. Somos buenos y malos a la vez... Por favor, Mitia, dime: por qué soy tan buena? Pues yo soy muy buena...

Así divagaba Gruchegnka, presa de una embriaguez creciente. Repitió que quería bailar y se levantó vacilando.

-Mitia, no me des más vino aunque te lo pida. El vino me trastorna. Todo me da vueltas, hasta la estufa. Pero quiero bailar. Vais a ver lo bien que bailo.

Estaba decidida a hacerlo. Sacó un pañuelo de batista, que cogió por una punta, para agitarlo mientras danzaba. Mitia se apresuró a colocarse en primera fila. Las muchachas enmudecieron, dispuestas a entonar, a la primera señal, las notas de una danza rusa.

ó un grito de alegría y empezó a saltar delante de ella mientras cantaba:

-Piernas finas, curvas laterales,
cola en forma de trompeta.

Gruchegnka lo apartó de si, golpeándolo con el pañuelo.

ón cerrada. Por qué han de estar encerrados? Diles que voy a bailar, que vengan a verme...

ó fuertemente la puerta de la habitación donde estaban los polacos.

-Eh!... Podwysocki. Salid. Gruchegnka va a bailar y os llama.

-Lajdak ó uno de los polacos.

-Tú sí que eres un miserable! Canalla!

ñó Kalganov, que estaba también embriagado.

-Oye, muchacho! Lo que he hecho no va contra Polonia. Un miserable no puede representarla. De modo que cállate y come bombones.

é hombres! -murmuró Gruchegnka-. No quieren hacer las paces.

Avanzó hasta el centro de la sala para bailar. El coro inició el canto. Gruchegnka entreabrió los labios„agitó el pañuelo, dobló la cabeza y se detuvo.

-No tengo fuerzas -murmuró con voz desfallecida-. Perdónenme. No puedo. Perdón...

ó al coro; hizo reverencias a derecha a izquierda.

-La hermosa señorita ha bebido demasiado.

-Ha cogido una curda -dijo Maximov, con una sonrisa picaresca, a las chicas del coro.

-Mitia, ayúdame... Sosténme...

ó con sus brazos, la levantó y fue a depositar su preciosa carga en el lecho. "Yo me voy", pensó Kalganov. Y salió, cerrando a sus espaldas la puerta de la habitación azul.

Pero la fiesta continuó ruidosamente. Una vez acostada Gruchegnka, Mitia puso su boca sobre la de su amada.

-Déjame! -suplicó la joven-. No me toques antes de que sea tuya... Ya te he dicho que seré tuya... Perdóname... Cerca de él no puedo... Sería horrible.

-Tranquilízate. Ni siquiera te faltaré con el pensamiento. Amarnos aquí es una idea que me repugna.

ó junto al lecho.

ón noble... Tenemos que vivir decentemente de hoy en adelante... Seamos honestos y nobles; no imitemos a los animales... Llévame lejos de aquí, oyes? No quiero estar en esta tierra; quiero irme lejos, muy lejos...

-Si -dijo Mitia estrechándola entre sus brazos-, te llevaré muy lejos, nos marcharemos de aquí... Oh Gruchegnka! Daría toda mi vida por estar sólo un año contigo... y por saber si esa sangre...

-Qué sangre?

ón. He robado a Katka. Qué vergüenza!...

-A Katka? A esa señorita? No, no le has robado nada. Devuélvele lo que le debes. Tómalo de mi dinero... Por qué te pones así? Todo lo mío es tuyo. Qué importa el dinero? Somos despilfarradores por naturaleza. Pronto iremos a trabajar la tierra. Hay que trabajar, oyes? Me lo ha ordenado Aliocha. No seré tu amante, sino tu esposa, tu esclava. Trabajaré para ti. Iremos a saludar a esa señorita, le pediremos perdón y nos marcharemos. Si se enoja, peor para ella. Devuélvele su dinero y ámame. Olvídala. Si la amas todavía, la estrangularé, le vaciaré los ojos con una aguja...

ólo a ti. Te amaré en Siberia.

-Por qué en Siberia?... En fin, si quieres que sea en Siberia, allí será... Trabajaremos... En Siberia hay mucha nieve... Me gusta viajar por la nieve... Me encanta el tintineo de las campanillas... Oyes? Ahora suena una... Dónde?... Pasan viajeros... Ya ha dejado de sonar.

ó los ojos y quedó como dormida. En efecto, se había oído una campanilla a lo lejos. Mitia apoyó la cabeza en el pecho de Gruchegnka. No advirtió que el tintineo dejó de oírse y que en la casa sucedió un silencio de muerte al bullicio y a los cantos. Gruchegnka abrió los ojos.

-Qué ha pasado? Me he dormido?... Ah, sí! La campanilla... He empezado a pensar que viajaba por la nieve, mientras la campanilla tintineaba, y me he dormido... Íbamos los dos a un lugar lejano... Yo te besaba, me apretaba contra ti. Tenía frio, brillaba la nieve... No me parecía estar sobre la tierra... Y ahora me despierto y veo a mi amado junto a mí. Qué felicidad!

ó Mitia cubriendo de besos el pecho y las manos de Gruchegnka.

ó que Gruchegnka miraba fija y extrañamente por encima de su cabeza. Su rostro expresaba sorpresa y temor.

én es ese que nos mira?--preguntó la joven en voz baja.

Mitia se volvió y vio la cara de alguien que había apartado la cortina y los observaba. Se levantó y avanzó a paso rápido hacia el indiscreto.

-Venga conmigo, se lo ruego -dijo una voz enérgica.

Mitia pasó al otro lado de la cortina y se detuvo al ver la habitación llena de personas que acababan de llegar. Se estremeció al reconocerlos a todos. Aquel viejo de aventajada estatura, que llevaba abrigo y ostentaba una escarapela en su gorra de uniforme, era el ispravnik Mikhail Markarovitch. Aquel petimetre "tuberculoso, de botas irreprochables", era el suplente. "Tiene un cronómetro de cuatrocientos rublos. Me lo ha enseñado." De aquel otro, bajito y con lentes, Mitia había olvidado el nombre, pero le conocía de vista: era el juez de instrucción recién salido de la Escuela de Derecho. También estaba allí el Mavriki Mavrikievitch, al que conocía. Qué hacía allí toda aquella gente que lucía insignias de metal? Además, había varios campesinos. Y en el fondo, junto a la puerta, estaban Kalganov y Trifón Borisytch...

-Qué ocurre, señores? -empezó por preguntar Mitia. Y añadió en seguida con voz sonora-: Ya comprendo!

El joven de los lentes avanzó hacia él y le dijo con un aire de superioridad y un tono de impaciencia:

é.

ó Mitia, enloquecido-. El viejo ensangrentado! Ahora comprendo...

Y se dejó caer en una silla.

-De modo que comprendes? -exclamó el acercándose a Mitia. Fuera de si, enrojecido el semblante, temblando de cólera, añadió-: Parricida, monstruo! La sangre de tu anciano padre clama contra ti!

ás habría esperado, Mikhail Makarovitch, que fuera usted capaz de proceder de este modo!

-Esto es el delirio, señores, el delirio! -continuó el -. Miradlo: ebrio y manchado de la sangre de su padre, pasa la noche con una mujer alegre. Esto es el delirio!

-Le ruego encarecidamente, mi querido Mikhail Makarovitch -dijo el hombrecillo "tuberculoso"-, que ponga freno a sus sentimientos. De lo contrario, me veré obligado a...

éndole, el joven juez de instrucción dijo con acento firme y grave:

ñor teniente de la reserva Karamazov, debo advertirle que está usted acusado de ser el autor del asesinato de Fiodor PavIovitch, cometido esta noche.

Dijo algo más. El suplente habló también. Pero Mitia no los comprendió: los miró a todos con una expresión de extravío.

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