Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Tercera parte. Libro VIII. Mitia.
Capítulo II. Liagavi

CAPÍTULO II

LIAGAVI

Pero había que "galopar", y Mitia no tenía dinero para el viaje: todo lo que le quedaba de su época de prosperidad eran veinte copecs. Tenía un viejo reloj de plata que no funcionaba desde hacía mucho tiempo. Un relojero judío que tenía una tienda en el mercado le dio siete rublos. "No lo esperaba!", exclamó Mitia, encantado (continuaba su euforia). Se fue en seguida a su casa, y allí completó la suma pidiendo prestados tres rublos a sus patrones, que se los dieron de buen grado aunque se quedaron sin nada, tan sincero era el afecto que sentían por su huésped. En su exaltación, Mitia les dijo que su suerte iba a decidirse y les explicó -en cuatro palabras, claro es- casi todo el plan que acababa de exponer a Samsonov, el consejo que éste le había dado, sus futuras esperanzas, etcétera. Sus patrones ya habían recibido de él muchas confidencias; lo consideraban como de la familia y como un noble nada orgulloso. Mitia envió por caballos de posta para trasladarse a la estación de Volovia. De este modo se pudo comprobar, y se recordó más tarde, que veinticuatro horas antes de que se produjera cierto acontecimiento, Mitia no tenía dinero y que, para procurárselo, había tenido que vender su reloj y pedir prestados tres rublos a sus patrones, todo ello ante testigos.

á por qué anoto estos hechos.

ía a Volovia, Mitia se sentía feliz ante la idea de que al fin iba a resolver sus embrollados asuntos, pero también temblaba de inquietud, preguntándose qué haría Gruchegnka durante su ausencia. Decidiría ir a reunirse con Fiodor Pavlovitch? Por eso se había puesto en camino sin avisarla y, además, había recomendado a sus patrones que no dijeran nada del viaje si alguien iba a preguntar por él.

"Es necesario que regrese esta misma noche -se repetía entre los vaivenes del carricoche- y que me traiga a Liagavi para que quede firmada el acta." Pero sus deseos, ay!, no se cumplirían.

En primer lugar, empleó más tiempo que el previsto en el camino vecinal de Volovia, pues el recorrido no era de doce verstas, sino de dieciocho. Luego no encontró en su casa al padre Ilinski: se había marchado a la aldea vecina. Ya casi de noche y con los caballos agotados, Mitia partió en busca del pope.

ímido y endeble, le explicó que Liagavi, al que, en efecto, había tenido hospedado en su casa, estaba entonces en Sukhoi Posielok y pasaría la noche en la isba del guardabosques, pues también traficaba en aquel lugar. Mitia le rogó insistentemente que lo condujera al lado del traficante sin pérdida de tiempo, añadiendo que de ello dependía su salvación, y el pope, tras vacilar un momento (y sintiendo cierta curiosidad), decidió acompañarlo a Sukhoi Posielok. Para desgracia suya, le aconsejó que fueran a pie, ya que no había sino poco más de una versta de camino. Mitia aceptó en el acto y, como era costumbre en él, echó a andar a largos pasos, lo que obligó al pobre padre Ilinski a hacer grandes esfuerzos para seguirlo.

El sacerdote era joven todavía y muy reservado. Mitia empezó inmediatamente a hablar de sus planes, y su boca no se cerró en todo el camino. No cesó de pedir consejos acerca de Liagavi, farfullando nerviosamente, pero el pope se limitaba a escucharle con atención, sin darle los consejos que Dmitri deseaba. Sus respuestas eran elusivas: "De eso no sé nada... Cómo puedo saberlo?..." Cuando Mitia le habló de sus disputas con su padre acerca de la herencia, el sacerdote no pudo ocultar su inquietud, pues dependia en cierto modo de Fiodor Pavlovitch. Le sorprendió que Mitia llamara Liagavi al campesino Gorstkine, y le explicó que, aunque su nombre era efectivamente Liagavi, le hería profundamente que le llamaran así. "Habrá de llamarle Gorstkine si quiere que le escuche y desea obtener algo de él."

ó cierta sorpresa a Mitia, el cual explicó que Samsonov le había llamado Liagavi. Al saber esto, el pope cambió de conversación, no queriendo participar sus sospechas a Dmitri, sospechas consistentes en que el detalle de que Samsonov hubiera enviado a Mitia a ver al mujik, llamando a éste Liagavi, indicaba alguna mala intención oculta. Sin embargo, Mitia no tenía tiempo para detenerse en semejantes bagatelas. Seguía su camino, y hasta que llegó a Sukhoi Posielok no se dio cuenta de que había recorrido tres verstas en vez de poco más de una. No manifestó su contrariedad. Entraron en la isba. El guardabosques conocía al padre Ilinski. Ocupaba la mitad de la casa; en la otra mitad, separada de la primera por el vestíbulo, vivía el forastero. Se dirigieron a la habitación de éste alumbrándose con una bujía. La isba estaba excesivamente caldeada por la calefacción. En una mesa de pino había un samovar apagado, una bandeja con varias tazas, una botella de ron vacía, una garrafita de aguardiente en la que quedaba muy poco liquido y un pan blanco. El forastero descansaba en un banco, con una prenda de vestir enrollada debajo de la cabeza a modo de almohada. Roncaba; su sueño era pesado. Mitia se quedó perplejo mirándole.

é que despertarlo -murmuró, inquieto-. Es un asunto importante el que me ha traído aqúí, y he venido a toda prisa porque quiero regresar hoy mismo.

Se acercó a Liagavi y lo zarandeó, pero sin conseguir despertarlo.

-Está ebrio -dijo Mitia-. Qué hacer, Dios mío, qué hacer?

ó a tirarle de las manos, de los pies, a incorporarlo, a sentarlo en el banco; pero tras estas tentativas sólo consiguió oír sordos gruñidos y enérgicas aunque confusas invectivas.

á que le atienda.

-Se ha pasado el día bebiendo -dijo el guardabosques.

-Si supieran ustedes la situación en que estoy y la necesidad que tengo de hablar con él! -exclamó Mitia.

-Le aconsejo que espere a mañana para hablarle -insistió el pope.

ñana? Imposible!

Desazonado, se dispuso a seguir sacudiendo al traficante, pero no llegó a hacerlo, al comprender que sería inútil. El sacerdote permanecía mudo; el guardabosques se caía de sueño y su semblante era sombrío.

-Qué tragedias nos reserva la vida! -exclamó Mitia, desesperado.

El sudor corría por su rostro. El sacerdote aprovechó un momento en que le vio calmado para hacerle comprender que, aunque consiguiera despertar al traficante, éste, debido a su embriaguez, no estaría en condiciones de hacer ningún trato.

ído aquí es tan importante, mejor será que lo deje tranquilo hasta mañana.

ó la sugerencia.

-Me quedaré aqui„padre; esperaré hasta mañana. Apenas se despierte hablaré con él...

Dirigiéndose al guardabosques, añadió:

é la bujía y mi estancia de una noche en tu casa. No olvidarás a Dmitri Karamazov... Pero usted dónde se acostará, padre?

-No se preocupe por mí. Regresaré a mi casa en el asno de este amigo -y señalaba al guardabosques-. O sea que adiós y mucha suerte.

ía dicho. Montó en el asno y se puso en camino, feliz de haberse librado de Mitia, pero vagamente inquieto, preguntándose si no debería informar al día siguiente a Fiodor Pavlovitch del singular asunto.

"Si no le digo nada, se enojará cuando se entere y me retirará su protección."

és de haberse rascado la cabeza, dio media vuelta y, sin decir palabra, se retiró a su dormitorio.

Mitia se sentó en el banco " para esperar la ocasión", según se dijo en su fuero interno. Una profunda angustia, semejante a una densa niebla, lo envolvía. Reflexionaba, pero no conseguía enlazar sus ideas. El cirio ardía, un grillo cantaba, el exceso de calefacción hacia la atmósfera irrespirable. De pronto vio con la imaginación el jardín y la puerta de la casa de su padre. La puerta se abría misteriosamente y Gruchegnka entraba corriendo.

Mitia se levantó de un salto.

ó rechinando los dientes.

ó maquinalmente al hombre dormido y lo examinó. Era un mujik esquelético, todavía joven, de cabello rizado y perilla roja. Llevaba una blusa de indiana y un chaleco negro, cruzado por la cadena de plata de un reloj oculto en uno de sus bolsillos. Mitia observó aquella cara con verdadero odio. Lo que más le exasperaba era los rizos, sabe Dios por qué. Le humillaba permanecer ante aquel hombre, con su negocio urgente, al que todo lo había sacrificado, mientras él, aquel holgazán, del que dependia su suerte, roncaba como si nada sucediera, como si acabara de llegar de otro mundo.

Mitia perdió la cabeza y se arrojó de nuevo sobre el borracho para intentar sacarlo de su sopor. Lo zarandeó con frenesí a incluso llegó a golpearlo, pero al cabo de unos minutos, viendo que todo era inútil, volvió a sentarse con una amarga sensación de impotencia.

-Qué calamidad! Qué desagradable es todo esto!

-Debo renunciar a todo y volver a la ciudad...? No, permaneceré aquí hasta mañana por la mañana... Por qué habré venido? No sé cómo me las arreglaré para regresar... Qué absurdo es todo esto...!

ía inmóvil. El sueño se iba apoderando de él insensiblemente. Al fin se durmió sentado. Dos horas después le despertó un dolor de cabeza intolerable. Las sienes le latían con violencia.

Tardó mucho en volver a la realidad y darse cuenta de lo que ocurría. Al fin comprendió que su mal consistía en un principio de asfixia debido a las emanaciones de la estufa y que había estado a punto de morir. El mujik ía roncando. Del cirio quedaba ya muy poco. Mitia profirió un grito y, tambaleándose, corrió hacia el dormitorio del guardabosques. Éste se despertó en seguida y, al enterarse de lo sucedido, se dispuso a cumplir con su deber, pero con una calma que sorprendió y molestó a Mitia.

á muerto! -exclamó-. Está muerto! Qué complicación!

Abrieron las ventanas y desembozaron el tubo de la estufa. Mitia fue por un cubo de agua y se remojó la cabeza. Seguidamente empapó un trapo y lo aplicó a la frente de Liagavi. El guardabosques seguía mostrando una indiferencia desdeñosa. Después de abrir la ventana, dijo con acento huraño: " Todo arreglado." Y volvió a su dormitorio, dejando a Mitia una linterna encendida. Durante media hora, Dmitri estuvo al cuidado del alcohólico. Le renovaba las compresas y estaba dispuesto a velarlo durante toda la noche. Al fin, agotadas sus fuerzas, hubo de sentarse a descansar. Los ojos se le cerraron. Inconscientemente, se echó en el banco y en seguida se sumergió en un profundo sueño.

Se despertó muy tarde, alrededor de las nueve. El sol entraba por las dos ventanas de la isba. El mujik ía consumido más de la mitad. Mitia se levantó de un salto y advirtió que el traficante se había vuelto a embriagar. Estuvo un instante mirándolo con los ojos muy abiertos. El bebedor le miraba a su vez, con expresión astuta, flemática a incluso -así se lo pareció a Mitia- arrogante. Dmitri se arrojó sobre él.

-Perdone!... Escuche!... Ya le habrá dicho el guardabosques que soy el teniente Dmitri Karamazov, hijo del viejo con el que está usted en tratos para talar un bosque.

ún Fiodor Pavlovitch -balbuceó Liangavi.

-Usted quiere comprarle la tala de un bosque. Acuérdese, vuelva en sí. Me ha traído aquí el padre Pavel Ilinski. Usted ha escrito a Samsonov y él me ha aconsejado que viniera a verle.

ó Liangavi tartamudeando.

ó que perdía las fuerzas.

á bebido, pero puede hablar, razonar... Si no lo hace, seré yo el que acabará por no comprender nada.

-Tú eres... tintorero.

-No, no. Yo soy Karamazov, Dmitri Karamazov... Quiero hacerle una proposición, una proposición ventajosísima sobre la tala del bosque.

-Tú eres un bribón... Quieres... engañarme.

-Está usted equivocado! -gritó Mitia retorciéndose las manos.

ía acariciándose la barba. De pronto hizo un guiño y dijo con sorna:

ítame una ley que... permita cometer villanías... Eres un bribón..., un redomado granuja.

ó con la tristeza reflejada en el rostro. Tuvo la sensación de que había recibido an golpe en la frente, como él mismo dijo más tarde.

úbito, todo lo vio con claridad. Inmóvil, aturdido, se preguntó cómo un hombre sensato como él había podido creer tantas sinrazones, lanzarse a una aventura tan disparatada, cuidar con tanto afán a Liangavi, ponerle compresas en la frente...

"Este patán está borracho y así estará toda la semana. Para qué he de quedarme esperando? Se habrá burlado de mí Samsonov? Y, a lo mejor, ella... Dios mío, qué he hecho?"

éndose interiormente. En otras circunstancias, Mitia, incapaz de contener su furor, habría vapuleado a aquel imbécil; pero en aquellos momentos se sentía débil como un niño. Sin pronunciar palabra, cogió su abrigo del banco, se lo puso y pasó a la habitación inmediata. En ella no había nadie. Dmitri dejó sobre la mesa cincuenta copecs por la noche de hospedaje, la bujía y las molestias que había causado. Salió de la isba y se encontró en seguida en pleno bosque. Echó a andar a la ventura, pues ni siquiera se acordaba de si había llegado por el lado derecho o por el izquierdo: estaba tan preocupado, que no había reparado en este detalle.

ía ningún deseo de venganza, ni siquiera hacia Samsonov. Avanzaba por el estrecho sendero, trastornada la mente y sin prestar atención al camino que seguía. Un niño lo habría podido derribar, tal era su extenuación. Sin embargo, logró salir del bosque. Los campos segados, desnudos, se extendían hasta perderse de vista.

"Por todas partes la desesperación, la muerte", se dijo y se repitió mientras caminaba.

La suerte quiso que se encontrara en la carretera con un viejo mercader que se dirigía en coche a la estación de Volovia. Le pidió que lo llevara, y el comerciante accedió. En Volovia contrató los caballos que necesitaba para trasladarse a la ciudad. Advirtió que estaba hambriento. Mientras enganchaban los caballos le hicieron una tortilla, que devoró, además de una salchicha y un gran trozo de pan. Después se bebió tres vasitos de aguardiente.

ó las energías y la lucidez. Los caballos galopaban. Mitia no cesaba de apremiar al cochero mientras imaginaba un nuevo plan "infalible" para procurarse aquel mismo día "el maldito dinero".

-A quien se diga que el destino de un hombre puede depender de tres mil miserables rublos...! -exclamó desdeñosamente-. Todo quedará resuelto hoy!

Si el recuerdo continuo a inquietante de Gruchegnka no se hubiera adueñado de él, incluso se habría sentido feliz. Pero ese recuerdo lo apuñalaba a cada instante.

ó a la ciudad y corrió a casa de Gruchegnka.