Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Tercera parte. Libro IX. La instrucción preparatoria.
Capitulo III. Las tribulaciones de un alma. Primera tribulación

CAPITULO III

LAS TRIBULACIONES DE UN ALMA. PRIMERA TRIBULACIÓN

Mitia paseó por todos los presentes una mirada atónita, sin comprender lo que decían. De pronto se irguió, levantó los brazos al cielo y exclamó:

-Yo no soy culpable de ese crimen! Yo no he derramado la sangre de mi padre! Quería matarlo, pero soy inocente. No he sido yo!

ó de detrás de la cortina y se arrojó a los pies del ispravnik.

-Soy yo la culpable! -exclamó tendiendo hacia él los brazos y bañada en lágrimas-. Lo ha matado por culpa mía. He torturado a ese pobre viejo que ya no existe. Soy yo la principal culpable.

-Sí, criminal: tuya es la culpa! -vociferó el ispravnik ándola con el puño- Eres una mala mujer, una libertina!

Lo hicieron callar en seguida. El procurador incluso lo cogió por la cintura para contenerlo.

-Su actitud está fuera de toda regla, Mikhail Makarovitch! Está usted dificultando la investigación! Lo echa todo a perder!

La indignación lo ahogaba.

-Hay que tomar medidas, hay que tomar medidas! -exclamó Nicolás Parthenovitch-. Esto no se puede tolerar!

ó Gruchegnka, que seguía arrodillada-. Ejecutadnos juntos! Estoy dispuesta a morir con él!

-Grucha! Mi vida, mi corazón, mi tesoro! -dijo Mitia arrodillándose junto a ella y rodeándola con sus brazos-. No la crean! Es inocente!

Los separaron a viva fuerza y se llevaron a la joven. Mitia perdió el conocimiento y, cuando lo recobró, se vio sentado ante una mesa y rodeado de personas que ostentaban placas de metal. Frente a él, sentado en el diván, estaba Nicolás Parthenovitch, el juez de instrucción, que le invitaba con toda cortesía a beber un poco de agua.

-El agua lo refrescará y lo calmará. No se inquiete. No tiene nada que temer.

A Mîtia le interesaron extraordinariamente las gruesas sortijas del juez, adornadas una con una amatista y la otra con una piedra de un amarillo claro, de hermosos destellos. Mucho tiempo después recordaría con estupor que estas sortijas lo fascinaban en medio de las torturas del interrogatorio, hasta el extremo de que no podía apartar los ojos de ellas. A la izquierda de Mitia estaba sentado el procurador; a la derecha, un joven que llevaba una chaqueta de cazador bastante deteriorada y que tenía delante un tintero y papel: era el escribano del juez de instrucción. En el otro extremo de la habitación, junto a la ventana, estaban el y Kalganov.

ésima vez y amablemente el juez de instrucción.

-Ya he bebido, señores, ya he bebido. -Y añadió, mirándolos fijamente-: Aplástenme, condénenme, decidan mi suerte!...

-De modo que sostiene usted que no ha matado a su padre, Fiodor Pavlovitch?

í verme acusado de un crimen horrible que no he cometido. Esta terrible acusación, señores, me produce el efecto de un mazazo. Pero quién ha matado a mi padre? Quién ha podido matarlo sino yo? Es algo inaudito, increíble.

-Debe usted saber... -empezó a decir el juez.

Pero el procurador, después de cambiar una mirada con él, dijo a Mitia:

-Deseche su preocupación por el viejo criado Grigori Vasilev. Está vivo. Ha recobrado el conocimiento y, a pesar del tremendo golpe que usted le ha asestado... (y digo tremendo fundándome en las declaraciones de la víctima y de usted), puede darse por seguro que se curará. Por lo menos, ésta es la opinión del médico.

-Vivo? Está vivo? -exclamó Mitia con el rostro resplandeciente y enlazando las manos-. Señor, gracias por tu magnífico milagro en favor de este malvado, de este pecador! Gracias por haber escuchado mis oraciones! Toda la noche he estado rezando!

ó tres veces. El procurador continuó:

-Pero ese Grigori ha hecho una declaración que le compromete a usted gravemente; tanto le compromete, que...

Mitia le interrumpió, levantándose:

-Por favor, señores; un momento, sólo un momento! He de hablar con ella!...

-Perdone, pero no puede marcharse ahora -dijo Nicolás Parthenovitch levantándose también.

ó a sentarse sin protestar.

é lástima! Sólo quería que ella supiese que no soy un asesino, que la sangre cuyo recuerdo me ha torturado toda la noche está lavada! Señores, es mi prometida -dijo mirando a todos los presentes con gesto grave y respetuoso-. Estoy muy agradecido a ustedes. Me han devuelto la vida... Ese viejo me llevó en brazos y me lavó en una artesa cuando yo tenía tres años y vivía en el mayor abandono. Hizo conmigo las veces de padre...

-Pues resulta que... -continuó el juez.

-Un minuto más, señores -le interrumpió Mitia acodándose en la mesa y cubriéndose la cara con las manos-. Déjenme reconcentrarme, respirar un poco!... Estoy trastornado. Golpear a un hombre no es golpear un tambor.

-Beba un poco de agua.

ó su cara y sonrió. En sus ojos había un brillo vivaz; parecía transformado. También habían cambiado sus modales. Se volvía a sentir al mismo nivel que aquellos hombres que le rodeaban, todos antiguos conocidos suyos. Tenía la impresión de haberse encontrado con ellos en una fiesta de sociedad el día anterior, antes del suceso. Hay que advertir que Mitia había tenido relaciones cordiales con el ispravnik. Con el tiempo, este trato amistoso se había ido enfriando, y en el mes último apenas se habían visto. Cuando se encontraba con Mitia en la calle, el ispravnik ólo por pura fórmula, cosa que Dmitri no dejaba de notar. Al procurador lo conocía menos, pero a veces visitaba, sin saber por qué, a su esposa, mujer nerviosa y antojadiza. Ésta lo recibía siempre con amabilidad a interés. En cuanto al juez, sus relaciones con él se limitaban a haber sostenido un par de conversaciones sobre mujeres.

ás Parthenovitch -dijo Mitia alegremente-, es un juez de instrucción muy hábil, y yo lo voy a ayudar. Señores, me siento resucitado. No se molesten ante mi franqueza. Además, les confieso que estoy un poco bebido. Me parece, Nicolás Parthenovitch, que ya tuve el honor, el honor y el placer, de saludarlo en casa de mi pariente Miusov. Señores, yo no pretendo que me traten como a un igual. Comprendo mi situación ante ustedes. Según la acusación de Grigori, pesa sobre mí una culpa horrenda. Comprendo perfectamente mi situación. Pero estoy dispuesto a facilitarles el trabajo, y pronto habremos terminado. Como estoy seguro de mi inocencia, esto abreviará las cosas. No les parece?

Dmitri hablaba de prisa, con toda franqueza, como si sus auditores fueran sus mejores amigos.

-De momento -dijo gravemente Nicolás Parthenovitch-, anotaremos que usted rechaza formalmente la acusación de asesinato.

ó al escribano lo procedente.

-Va usted a anotarlo? Quiere anotar eso? De acuerdo; tienen mi pleno consentimiento, señores... Pero yo quisiera... Escriba esto también "Es culpable de graves violencias, de haber golpeado brutalmente a un pobre viejo." Además, en mi fuero interno, en el fondo de mi corazón, yo siento esta culpa. Pero esto no hay que anotarlo, porque son secretos íntimos... Respecto al asesinato de mi padre, afirmo mi inocencia. Es una idea monstruosa. Lo probaré; pronto se convencerán ustedes. Incluso se reirán de sus sospechas.

álmese, Dmitri Fiodorovitch -dijo el juez-. Antes de proseguir el interrogatorio, quisiera que me confirmara usted un hecho. Usted no quería a su difunto padre. Al parecer, tenía usted continuas querellas con él. Usted mismo ha manifestado hace un cuarto de hora, en esta habitación, que tenía la intención de matarlô. Ha dicho usted: "No lo he matado, pero he sentido el deseo de hacerlo."

-Yo he dicho eso? No me extraña, pues, en efecto, y desgraciadamente, he deseado matarlo.

-Qué necesidad hay de explicar eso, señores? -dijo Mitia con semblante sombrío y encogiéndose de hombros-. No he ocultado mis sentimientos; toda la ciudad los conoce. Hace poco, los expuse en el monasterio, en la celda del starets ósimo. La noche de aquel mismo día golpeé a mi padre hasta dejarlo sin sentido, y juré ante testigos que lo mataría. Testigos no faltan. Llevo un mes diciendo a voces lo mismo... El hecho es patente, pero los sentimientos son otra cosa. Señores, yo estimo que no tienen derecho ustedes a interrogarme sobre esta cuestión. Pese a la autoridad de que están ustedes investidos, se trata de un asunto íntimo que sólo me concierne a mí. Pero, ya que no he ocultado anteriormente mis sentimientos, ya que incluso los pregoné en la taberna, no quiero mantenerlos , en secreto ahora. Escúchenme, señores: reconozco que hay contra mí cargos abrumadores; dije públicamente que lo mataría, y he aquí que lo han matado. Cómo no he de parecer yo el culnable? Los excuso, señores; los comprendo perfectamente.

én puede ser el asesino en este caso, sino yo? Verdad? Si no soy yo, quién puede ser? Señores, quiero saber, les exijo que me digan, dónde lo han matado, cómo, con qué arma...

Miró fijamente al juez y al procurador.

-Lo hemos encontrado tendido en el suelo, en su despacho, con la cabeza abierta -repuso el procurador.

-Es horrible!

ó, apoyó en la mesa los codos y se cubrió la cara con la mano derecha.

-Continuemos -dijo Nicolás Parthenovitch-. Por qué motivo odiaba usted a su padre? Tengo entendido que usted ha dicho públicamente que la causa eran los celos.

-Los celos y algo más.

-Asunto de dinero?

í, el dinero ha sido también un motivo.

ía en juego tres mil rublos de su herencia, que usted no recibió.

ómo tres mil? Mucho más. Seis mil..., diez mil tal vez... Lo he dicho a todo el mundo, lo he pregonado por todas partes. Pero estaba resuelto, para terminar de una vez, a conformarme con tres mil rublos. Los necesitaba a toda costa. Yo consideraba como cosa propia, como algo que me habían robado, que era mío y sólo mío, el sobre destinado a Gruchegnka y escondido bajo una almohada.

El procurador cambió con el juez una mirada significativa.

ítame registrar que usted consideraba ese sobre como cosa propia.

-Escriban, señores, escriban. Comprendo que esto es un nuevo cargo contra mí, pero no siento ningún terror. Ya ven ustedes que empiezo por acusarme yo mismo; yo mismo, señores... Caballeros -añadió amargamente-, ustedes tienen de mí un concepto completamente equivocado. El hombre que está ante ustedes posee un corazón noble; ha cometido muchas villanías, pero ha conservado la nobleza en el fondo de su ser... No sé cómo explicarlo... La sed de nobleza me ha atormentado siempre. La buscaba con la linterna de Diógenes. Sin embargo, sólo he cometido villanías. Como todos nosotros... Pero qué digo? Como todos no, pues yo soy único en mi género... Señores, me duele la cabeza... Todo cuanto había en ese hombre me parecía detestable. Me repugnaban su aspecto, su grosería, su jactancia, sus payasadas, su desprecio hacia todo lo sagrado, su ateísmo... Pero ahora está ya muerto y pienso de otro modo.

é quiere decir con eso?

-Realmente, no es que haya cambiado de modo de pensar. Lo que ocurre es que lamento haberlo odiado tanto.

-No, no es remordimiento. Esto no lo anoten. Yo mismo, señores, no me distingo ni por mi bondad ni por mi belleza. Por lo tanto, no tenía ningún derecho a considerarlo repugnante. Esto lo pueden anotar.

Después de hablar así, Mitia cayó en una profunda tristeza que fue en aumento a medida que el juez prolongó su interrogatorio. En esto, se produjo una escena inesperada. Aunque se habían llevado a Gruchegnka, la habían dejado en la habitación inmediata. La acompañaba Maximov, que, abatido y aterrado, se aferraba a ella como a una tabla de salvación. Uno de los testigos de la placa metálica guardaba la puerta. Gruchegnka lloraba. De pronto, incapaz de sobreponerse a su desesperación, gritó: "Qué desgracia, qué desgracia!", y corrió a la habitación inmediata, hacia su amado, tan repentinamente, que nadie pudo detenerla. Mitia la oyó, se estremeció y fue precipitadamente a su encuentro. Pero les impidieron que volvieran a reunirse. Cogieron a Mitia del brazo y éste empezó a debatirse tan furiosamente, que hubieron de acudir tres o cuatro hombres para sujetarlo. Se llevaron también a Gruchegnka y él vio como le tendía los brazos mientras la arrastraban. Terminado el incidence, Mitia se vio en el sitio donde antes estaba, enfrente del juez.

é la han de hacer sufrir? -exclamó-. Es inocente.

Mikhail Makarovitch, que había salido, volvió y dijo, emocionado:

-La han llevado abajo. Me permiten ustedes, señores, decide dos palabras a este desgraciado? Desde luego, en presencia de ustedes.

-Puede hacerlo, Mikhail Makarovitch -repuso el juez-. No vemos en ello ningún inconveniente.

ón casi paternal-. Agrafena Alejandrovna está abajo, con las hijas de Trifón Borisytch. Maximov no se separa de ella. La he tranquilizado, le he hecho comprender que tenía usted que justificarse, que necesitaba estar sereno para no agravar la acusación que pesa sobre usted. Comprende?... Ella se ha hecho cargo. Es inteligente y buena. A petición de ella vengo a tranquilizarlo. Conviene que diga a esa joven que usted no se inquieta por ella. Por lo tanto debe calmarse. He cometido una injusticia con Agrafena Alejandrovna. Es un alma tierna a inocente. Puedo asegurarle, Dmitri Fiodorovitch, que no perderá usted la serenidad?

El buen hombre estaba conmovido por el pesar de Gruchegnka. Las lágrimas asomaban a sus ojos. Mitia se arrojó sobre él.

-Perdón, señores! Permítanme esta interrupción. Es usted un Santo, Mikhail Makarovitch! Muchas gracias. Estaré tranquilo y contento. Tenga la bondad de decírselo. Hasta me voy a echar a reír tanta es mi alegría al saber que usted vela por ella. Pronto pondré fin a esto y, apenas quede libre, correré a su encuentro. Que tenga un poco de paciencia. Señores, les voy a abrir mi corazón. Vamos a terminar este asunto alegremente. Acabaremos por reír todos juntos. Caballeros, esa mujer es la reina de mi alma. Oh, permítanme decirlo! Yo creo que todos ustedes son hombres de nobles sentimientos. Esa joven ilumina y ennoblece mi vida. Si ustedes supieran... Ya han oído ustedes lo que ha dicho: "Iré contigo a la muerte!" Qué puedo haberle dado yo, que no tengo nada para que me ame así? Soy digno yo, un ser tan vil, de que ella me adore hasta el punto de estar dispuesta a seguirme al presidio? Hace un momento se arrastraba a los pies de ustedes por mí, a pesar de su orgullo y de su inocencia. Cómo no venerarla, cómó no comer hacia ella? Perdónenme, señores. Ahora me siento consolado.

Se desplomó en una silla y, cubriéndose el rostro con las manos, rompió a llorar. Pero sus lágrimas eran de alegría. El viejo én. Advertían que el interrogatorio había entrado en una nueva fase. Cuando el ispravnik se hubo marchado, Mitia dijo alegremente:

ñores; ahora estoy enteramente a su disposición. Si no entramos en detalles, nos entenderemos en seguida. Repito que estoy a la disposición de ustedes. Pero es preciso que refine entre nosotros una confianza mutua. De lo contrario, no terminaríamos nunca. Lo digo por ustedes. A los hechos, señores, a los hechos. Y, sobre todo, no hurguen en mi alma, no me torturen con bagatelas. Limítense a lo esencial, y les aseguro que quedarán satisfechos de mis respuestas. Al diablo los detalles!

Así habló Mitia. Acto seguido, se reanudó el interrogatorio.