Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Tercera parte. Libro IX. La instrucción preparatoria.
Capitulo VI. El procurador confunde a Mitia

CAPITULO VI

EL PROCURADOR CONFUNDE A MITIA

Entonces se desarrolló una escena que Mitia no esperaba. Diez minutos antes, no habría sospechado ni remotamente que nadie osara tratarle a él, a Mitia Karamazov, de aquel modo. Se sintió humillado, expuesto a dejarse llevar de la arrogancia y el desdén. No le importó quitarse la levita, pero se le rogó que se desnudara por completo. Mejor dicho, se le ordenó. Mitia se dio perfecta cuenta de ello. Se sometió en silencio, con orgullo desdeñoso.

Al pasar al otro lado de la cortina, además de los jueces, le habían seguido varios patanes. "Sin duda, para prestar ayuda -pensó-. O tal vez para algo más. "

én la camisa? -preguntó Mitia, de pronto.

Pero Nicolás Parthenovitch no le contestó. Tanto él como el procurador estaban enfrascados y vivamente interesados en el examen de la levita, de los pantalones, del chaleco y del gorro.

"Qué desfachatez! No observan ni siquiera la corrección reglamentaria. "

-Les vuelvo a preguntar si he de quitarme la camisa -dijo Mitia, irritado.

-No se inquiete por eso: ya le diremos si se la tiene que quitar -repuso Nicolás Parthenovitch en un tono que pareció autoritario a Dmitri.

ón izquierdo, grandes manchas de sangre coagulada, y lo mismo el pantalón. Además, Nicolás Parthenovitch examinó, en presencia de los testigos de la placa metálica, el cuello, las vueltas, las costuras, para cerciorarse de que no había en ellos dinero escondido. Esto hizo comprender a Mitia que se le consideraba capaz de todo. "Me tratan como a un ladrón, no como a un oficial", gruñó para sí.

Cambiaban impresiones en su presencia con toda franqueza. El escribano, que estaba también detrás de la corona, llamó la atención a Nicolás Parthenovitch sobre el gorro, que se examinó igualmente.

-Acuérdese del escribiente Gridenka. En el verano fue a recoger los sueldos de todos los empleados de la cancillería, y, al regresar, dijo que se había embriagado y había perdido el dinero. Dónde se encontró? En el ribete del gorro. Allí cosió, después de enrollarlos, los billetes de cien rublos.

El juez y el procurador se acordaron perfectamente de este hecho y sometieron el gorro a un examen tan minucioso como el que habían realizado en otras prendas.

-Un momento -exclamó de pronto Nicolás Parthenovitch, al ver el puño de la manga derecha de la camisa de Mitia, vuelto hacia arriba y manchado de sangre-. Es sangre esto?

í.

-De quién? Y por qué está vuelta su manga?

Mitia explicó que se la había manchado al atender a Grigori, y que se había vuelto la manga en casa de Perkhotine, para lavarse las manos.

-Tendrá que quitarse también la camisa. Puede ser una prueba importante.

Mitia enrojeció y gruñó:

é que quedarme desnudo.

á. Tendrá que quitarse también los calcetines.

-Habla en serio? Es indispensable?

-Hablo completamente en serio -replicó severamente Nicolás Parthenovitch.

-Bien, bien. Si es necesario... -murmuró Mitia.

ó en la cama y empezó a quitarse los calcetines. Estaba confuso y -cosa extraña-, al permanecer desnudo, se sentía como culpable ante aquellos hombres vestidos. Incluso le parecía que tenían derecho a despreciarlo como a un ser inferior.

"La desnudez -pensó- no tiene nada de particular. La vergüenza nace del contraste. Esto parece un sueño; yo he tenido a veces, en sueños, sensaciones de esta índole. "

Se sonrojó al quitarse los calcetines, bastante sucios, como su ropa interior, cosa que todo el mundo estaba viendo. Nunca le habían gustado sus pies; siempre le habían parecido deformes sus pulgares, especialmente el derecho, aplanado y con la uña encorvada, y todo el mundo los estaba viendo. La vergüenza acrecentó su grosería. Se quitó la camisa con rabia.

-No quieren ustedes mirar en otra parte, si no les da vergüenza?

-No; por ahora no hace falta.

í, desnudo?

-Sí; es necesario. Tenga la bondad de sentarse y esperar. Puede envolverse en la cubierta de la cama. Tengo que llevarma esta ropa.

Ya vistas las prendas de vestir y demás efectos por los testigos, y redactado el proceso verbal de su examen, el juez y el procurador salieron del dormitorio. Se llevaron las ropas y Mitia se quedó en compañía de varios campesinos que no apartaban de él los ojos. Tenía frío y se envolvió en la cubierta, que era demasiado corta para cubrirle los pies. Nicolás Parthenovitch tardó en volver.

"Me trata como a un pilluelo -dijo para sí Mitia, rechinando los dientes-. Ese zoquete de procurador se ha marchado porque le repugnaba verme desnudo."

Mitia creía que le devolverían las ropas después de examinarlas, pero vio, en el colmo de la indignación, que, siguiendo a Nicolás Parthenovitch, aparecía un mendigo que llevaba en las manos prendas de vestir que no eran las suyas.

í tiene un traje y una camisa limpia -dijo el juez con desenvoltura y visiblemente satisfecho de su hallazgo-. Se los presta el señor Kalganov, que, por fortuna, tiene ropa de repuesto. Puede volver a ponerse los calcetines.

-No quiero ropas de los demás -exclamó Mitia, indignado-. Devuélvame las mías!

-No puede ser.

-Déme mi ropa! Al diablo Kalganov y su traje!

No fue fácil hacerle entrar en razón. Se le explicó, mal que bien, que las prendas manchadas de sangre eran pruebas que los jueces debían retener. "En vista del cariz que ha tornado el asunto, no podemos permitirnos devolvérselas."

ó por comprenderlo, se calló y se vistió a toda prisa. Se limitó a observar que el traje que le prestaban era mejor que el suyo y que le sabía mal aprovecharse.

-Además, es tan estrecho, que me da un aspecto ridículo. Pretenden ustedes que vaya vestido como un payaso para divertirlos?

ón era un poco largo, pero la levita se le ajustaba a los hombros.

-Uf! Qué difícil es abrocharse! -refunfuñó Mitia-. Hagan el favor de decir al señor Kalganov que yo no he pedido este traje y que me han disfrazado de bufón.

-Él lo comprende y lo lamenta -dijo Nicolás Parthenovitch-. Pero no es lo del traje lo que lamenta, sino lo sucedido.

ónde hemos de ir ahora? Hemos de quedarnos aquí?

Se le rogó que pasara al otro lado de la pieza. Mitia salió del dormitorio con el semblante sombrío y esforzandose por no mirar a nadie. Vestido de aquel modo extravagante se sentía humillado incluso ante los rudos campesinos y Trifón Borisytch, que acababa de aparecer en la puerta. "Viene para verme vestido de este modo", pensó Mitia. Se sentó en el mismo sitio de antes. Creía estar soñando; le parecía no hallarse en su estado normal.

-Ahora dispongan que me hagan azotar. Es lo único que les falta.

Dijo esto al procurador. No quería mirar a Nicolás Parthenovitch, y menos dirigirle la palabra. " Ha inspeccionado minuciosamente mis calcetines, a incluso los ha vuelto del revés para que todos vieran que están sucios. Es un monstruo."

-Ahora hay que escuchar a los testigos -dijo el juez replicando a la ironía de Dmitri.

í -aprobó el procurador, absorto.

-Dinitri Fiodorovitch, hemos hecho todo lo posible por usted -dijo Nicolás Parthenovitch-; pero como usted se ha negado categóricamente a explicarnos la procedencia del dinero que se encontró en su poder, nos vemos obligados a...

-Qué clase de piedra es la de esa sortija? -le interrumpió Mitia, como saliendo de un sueño y señalando una de las sortijas que adornaban la mano de Nicolás Parthenovitch.

- Qué sortija?

-Esa, la mayor, la de la piedra veteada -dijo Mitia en un tono de niño terco.

é.

-No, no se la quite -exclamó Mitia, cambiando de opinión e indignado contra sí mismo-. Para qué se la ha de quitar? Al diablo su sortija!... Señores, ustedes me ofenden! Creen que si hubiese matado a mi padre lo disimularía, que recurriría a la mentira y a la astucia? No, yo no soy así. Si fuese culpable, les aseguro que no habría esperado la llegada de ustedes. No me habría suicidado a la salida del sol, como era mi propósito, sino antes del amanecer. Ahora me doy clara cuenta de ello. En esta noche maldita he aprendido más que en veinte años... Además, estaría como estoy, sentado cerca de ustedes, y hablaría como lo estoy haciendo, con los mismos ademanes y las mismas miradas, si fuera realmente un parricida, cuando la supuesta muerte de Grigori me ha atormentado durante toda la noche, y no por terror, por el solo terror del castigo? Qué vergüenza! Pretenden ustedes, hipócritas, que no ven nada ni creen en nada, que están ciegos como topos, que yo revele una nueva bajeza, un nuevo acto vergonzoso, aunque sea para justificarme? Prefiero ir a presidio. El que ha abierto la puerta para entrar en casa de mi padre es el asesino y el ladrón. Quién es? En vano pretendo hallar la respuesta: lo único que puedo afirmar es que el asesino no es Dmitri Karamazov. Ya lo saben; no puedo decirles más. No insistan... Mándenme a un penal o al patíbulo, pero no me atormenten más. Ahora me callo. Llamen a los testigos.

El procurador había observado a Mitia mientras hablaba. De pronto le dijo con toda calma y refiriéndose al hecho más natural:

-Respecto a esa puerta abierta que acaba usted de mencionar, hemos obtenido una declaración sumamente importante del viejo Grigori Vasiliev. Ese hombre asegura que cuando oyó el ruido y entró en el jardín por la puertecilla que estaba abierta, vio a su izquierda, también abiertas, la puerta y la ventana de la casa. Usted, en cambio, afirma que esa puerta estuvo cerrada todo el tiempo que permaneció en el jardín. Grigori no le había visto todavía en el momento en que usted, según ha declarado, se alejó de la ventana por la que estaba observando a su padre, para dirigirse al muro del jardín. No quiero ocultarle que Vasiliev está firme en su creencia de que usted salió por la puerta, aunque él no presenció este detalle. Grigori le vio a cierta distancia cuando usted corría ya junto al muro.

Mitia se levantó.

-Me considero obligado a repetirle que la declaración de Grigori Vasiliev ha sido categórica a insistente. Lo hemos interrogado varias veces.

-Cierto -confirmó Nicolás Parthenovitch-. Del interrogatorio me he encargado yo.

ón de un loco! Creerá haber visto todo eso bajo los efectos del delirio cuando yacía herido en el sendero.

-En el momento en que vio la puerta abierta aún no estaba herido: acababa de entrar en el jardín.

í por maldad. No ha podido verme salir por esa puerta porque no he salido.

El procurador se volvió hacia Nicolás Parthenovitch y le dijo:

-Muéstreselo.

-Sabe usted qué es esto? -preguntó el juez, depositando en la mesa un gran sobre en el que se veían aún tres sellos de lacre. Estaba vacío y abierto por un lado.

Mitia abrió los ojos desmesuradamente.

ía los tres mil rublos... Vean si lo escrito en él es esto: "Para mi pichoncito." Y añade: "Tres mil rublos." Verdad que dice " tres mil rublos"?

-Sí, lo dice. Pero no hemos encontrado el dinero. El sobre estaba en el suelo, detrás del biombo.

Mitia estuvo un instante perplejo.

-Ha sido Smerdiakov! -exclamó de pronto con todas sus fuerzas-. Él ha matado a mi padre! Él le ha robado! Sólo él sabía dónde guardaba ese sobre el viejo. Ha sido él: no me cabe duda!

-Pero usted sabía también que ese sobre estaba escondido debajo de la almohada.

ía nada. Es la primera vez que veo ese sobre, del que únicamente sabía lo que me había contado Smerdiakov. Sólo ese hombre conocía el escondrijo del viejo. Yo lo ignoraba.

" bajo la almohada". Luego usted lo sabía.

-Lo hemos anotado -confirmó Nicolás Parthenovitch.

-Eso es absurdo! Lo ignoraba por completo. Además, tal vez no estuviera debajo de la almohada... Lo he dicho al azar... Qué dice Smerdiakov? Lo han interrogado ustedes? Que dice? Eso es lo principal... Yo hablaba en broma cuando he dicho que estaba bajo la almohada. Y ahora ustedes... Ustedes saben muy bien que uno dice a veces inexactitudes. Sóla Smerdiakov sabía dónde estaba el dinero; sólo él y nadie más que él... Y Smerdiakov ha guardado el secreto sobre el escondite. Es él, no cabe duda de que es él el asesino. Esto es para mí de una claridad meridiana -exclamó Mitia con exaltación creciente-. Apresúrense a detenerlo. Cometió el crimen mientras yo huía y Grigori yacía sin conocimiento. Esto es evidente... Hizo la señal y mi padre le abrió la puerta. Pues sólo él conoce la contraseña, y, sin la contraseña, mi padre no le habría abierto.

-Vuelve usted a olvidar -observó el procurador sin perder la calma y con gesto triunfante- que no había necesidad de hacer señal alguna, porque la puerta estaba abierta cuando usted se hallaba aún en el jardín.

ó Mitia mirando fijamente al procurador.

Se dejó caer en la silla y, tras una pausa, exclamó con una expresión de ferocidad en la mirada:

-Sí, la puerta... Es como un fantasma! ... Dios está contra mí.

-Hágase usted cargo -dijo gravemente el procurador-. Juzgue usted mismo, Dmitri Fiodorovitch. Por una pane, la declaración de Grigori, abrumadora para usted, sobre esa puerta abierta utilizada por usted para salir; por otra, su silencio incomprensible obstinado, relativo a la procedencia del dinero que tenía usted en su poder a las tres horas de haberse visto obligado a pedir diez rublos prestados con la garantía de sus pistolas. En estas condiciones, juzgue usted mismo a qué conclusión nos hemos visto obligados a llegar. No nos acuse de ser unos hombres fríos, cínicos, burlones, incapaces de comprender los nobles impulsos de su alma, Póngase en nuestro lugar.

ón indescriptible. Palideció.

ó de pronto-; voy a revelarles mi secreto, a decirles de dónde procede ese dinero... Me expendré a la vergüenza pública para que ni ustedes puedan acusarme a mí ni yo pueda acusarles a ustedes.

-Le aseguro, Dmitri Fiodorovitch -se apresuró a decir, con, visible satisfacción, Nicolás Parthenovitch-, que una confesión sincera y completa en estos momentos puede mejorar considerablemente su situación actual a incluso...

El procurador le tocó con el pie por debajo de la mesa, y el juez se detuvo. Pero era igual: Mitia no prestaba atención a Nicolás Parthenovitch.