Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Tercera parte. Libro IX. La instrucción preparatoria.
Capítulo primero. Llos comienzos del funcionario Perkhotine

LIBRO IX

LA INSTRUCCIÓN PREPARATORIA

CAPÍTULO PRIMERO

ó, como es lógico, por conseguir que le abriesen. Al oír semejante alboroto, Fenia, todavía horrorizada, estuvo a punto de sufrir un ataque de nervios. Aunque había visto a Dmitri Fiodorovitch emprender el viaje, creyó que era él, que había vuelto, por juzgar que sólo un hombre como Mitia podía llamar de un modo tan insolente. Fenia corrió a ver al portero, al que el estrépito había despertado, y le suplicó que no abriese. Pero el portero, al oír el nombre del visitante y saber que deseaba hablar con Fedosia Marcovna de un asunto importante, decidió dejarlo pasar.

Piotr Ilitch empezó a interrogar a la joven y obtuvo en seguida el dato más importante: al salir en busca de Gruchegnka, Dmitri Fiodorovitch se había llevado una mano de mortero, y había vuelto con las manos vacías y manchadas de sangre.

-La sangre goteaba -dijo Fenia, recordando, en medio de su turbación, este horripilante detalle.

ía visto las manos ensangrentadas de Mitia y le había ayudado a lavárselas. A Piotr Ilitch no le importaba saber si se le habían secado rápidamente; lo importante para él era averiguar si Dmitri Fiodorovitch había ido a casa de su padre con la mano de mortero. Piotr hitch insistió sobre este punto, y aunque no logró obtener aclaraciones precisas, quedó casi convencido de que Dmitri Fiodorovitch había visitado la casa paterna y, por consiguiente, de que algo debía de haber pasado en ella.

ñadió:

ó, yo se lo conté todo y le pregunté: "Por qué tiene las manos manchadas de sangre, Dmitri Fiodorovitch?" Él me respondió que la sangre era humana, que acababa de matar a una persona, y se fue corriendo como un loco. Yo pensé: "Adónde irá?" Y me respondí que sin duda se dirigiría a Makroie para matar a la señorita. Entonces salí corriendo en su busca para suplicarle que la perdonara. Al pasar ante la casa de los Plotnikov lo vi. Estaba preparado para partir y tenía las manos limpias...

La abuela confirmó el relato de la nieta. Piotr Ilitch salió de la casa todavía más confundido que cuando había entrado.

ás lógico era dirigirse inmediatamente a casa de Fiodor Pavlovitch para enterarse de si había ocurrido algo, y luego, sabiendo ya a qué atenerse, ir a visitar al ispravnik. Piotr Ilitch estaba decidido a proceder de este modo. Pero la noche era oscura, y la puerta de la casa, gruesa y maciza. No conocía apenas a Fiodor Pavlovitch. Si, a fuerza de dar golpes, conseguía que le abriesen y resultaba que no había ocurrido nada anormal, al día siguiente el malicioso Fiodor Pavlovitch iría contando por toda la ciudad -como quien cuenta una anécdota graciosa- que, a medianoche, el funcionario Perkhotine, al que no conocía, había llamado a su puerta para averiguar si lo habían matado. Sería un escándalo, y no había nada en el mundo que Piotr Ilitch detestara tanto como los escándalos. Sin embargo, los sentimientos que lo dominaban eran tan imperiosos, que, después de haber golpeado el suelo con la planta del pie para desahogar su cólera y de haberse insultado a sí mismo, se lanzó en otra dirección, hacia la casa de la señora de Khokhlakov. Si ésta, respondiendo a sus preguntas, decía que no había entregado tres mil rublos a Dmitri Fiodorovitch a hora tan intempestiva, él, Perkhotine iría a ver al ía todo para el día siguiente y se volvería a casa. Salta a la vista que la resolución del joven funcionario de presentarse a las once de la noche en casa de una mujer mundana a la que conocía, haciéndola, tal vez, levantar de la cama, para interrogarla sobre un asunto tan singular, podía motivar un escándalo semejante al que trataba de eludir. Pero es frecuente que las personas más flemáticas adopten en tales casos resoluciones parecidas. No obstante, en aquel momento, Piotr llitch no se parecía en nada a un hombre flemático. Recordó durante toda su vida que la turbación insoportable que se había apoderado de él llegó a tener carácter de verdadero suplicio y lo llevó a obrar contra su voluntad. Por el camino no cesó de hacerse reproches por el estúpido paso que iba a dar. "Pero iré hasta el fin!", se dijo una y otra vez, rechinando los dientes. Y cumplió su palabra.

Estaban dando las once cuando llegó a casa de la señora de Khokhlakov. Le fue fácil entrar en el patio, pero el portero no pudo decirle con certeza si la señora estaba ya acostada, aunque era su costumbre estarlo a aquella hora.

ágase anunciar, y ya verá si lo recibe o no.

Piotr Ilitch subió al piso, y entonces empezaron las dificultades. El criado no quería anunciarlo. Acabó por llamar a la doncella. Cortés pero firmemente, Piotr Ilitch rogó a la joven que dijera a su señora que el funcionario Perkhotine deseaba hablarle de un asunto importantísimo, tan importante, que justificaba que se permitiera molestarla a aquellas horas.

úncieme en estos términos -concluyó.

ó en el vestíbulo. La señora de Khokhlakov estaba ya en su dormitorio. La visita de Mitia la había trastornado, y presentía una noche de jaqueca, como solía ocurrirle en casos semejantes. Se opuso, irritada, a recibir al joven funcionario, aunque la llegada de aquel desconocido despertaba su curiosidad femenina. Pero Piotr Ilitch se obstinó como un mulo. Al recibir la negativa, insistió imperiosamente, solicitando que se dijera a la señora, palabra por palabra, "que el asunto podía calificarse de grave y que era muy posible que la señora se arrepintiera de no haberle recibido". La doncella lo miró, asombrada, y fue a dar el recado. La señora de Khokhlakov se quedó estupefacta, reflexionó un momento y preguntó qué aspecto tenía el visitante. Así se enteró de que "era un hombre de buena presencia, joven y muy fino". Digamos de paso que Piotr Ilitch no carecía de belleza varonil y que él lo sabía. La señora de Khokhlakov se decidió a dejarse ver. Iba en bata y zapatillas y se había echado un pañuelo negro sobre los hombros. Se rogó al funcionario que pasara al salón. Apareció la señora. Miró al visitante con expresión interrogadora y, sin hacerlo sentar, le invitó a que dijera lo que tenía que decir.

-Me he permitido molestarla, señora -empezó Perkhotine-, para hablarle de una persona a la que los dos conocemos. Me refiero a Dmitri Fiodorovitch Karamazov...

Apenas hubo pronunciado este nombre, el semblante de su interlocutora reflejó una viva indignación. La dama ahogó un grito y lo interrumpió, iracunda:

ólo oír su nombre es un tormento para mí. Cómo se ha atrevido usted a molestar a estas horas a una dama a la que no conoce para hablarle de un individuo que hace tres horas y aquí mismo ha intentado asesinarme, ha pateado el suelo furiosamente y se ha marchado dando voces? Le advierto, señor, que presentaré una denuncia contra usted. Salga de aquí inmediatamente! Soy madre y...

ía matarla a usted también?

-Acaso ha matado ya a alguien? -preguntó en el acto la dama.

édame unos minutos de atención, señora, y se lo explicaré todo -repuso en tono firme Perkhotine-. Hoy, a las cinco de la tarde, el señor Karamazov me ha pedido prestados diez rublos, y sé positivamente que en aquel momento no tenía un solo copec. Y a las nueve ha vuelto a mi casa con un fajo de billetes en la mano. Debía de llevar dos mil o tres mil rublos. Tenía el aspecto de un loco. Sus manos y su cara estaban manchadas de sangre. Le pregunté de dónde había sacado tanto dinero, y me contestó que se lo había dado usted, que usted le había adelantado la suma de tres mil rublos para que se fuera a las minas de oro. Éstas fueron sus palabras.

ñora de Khokhlakov expresó una emoción súbita.

-Dios mío! -exclamó enlazando las manos-. No cabe duda de que ha matado a su padre! Yo no le he dado ningún dinero! Corra, corra! No diga nada más! Vaya a casa del viejo! Salve su alma!

ñora: está usted segura de no haber entregado a Dmitri Fiodorovitch ningún dinero?

-Ninguno, ninguno! No se lo he querido dar al ver que él no apreciaba mis sentimientos. Se ha marchado hecho una furia. Se ha arrojado sobre mí; he tenido que retroceder. Sabe usted lo que ha hecho? Se lo digo porque no quiero ocultarle nada. Me ha escupido!... Pero no esté de pie. Siéntese... Perdóneme que... O prefiere usted ir a intentar salvar al viejo de una muerte espantosa?

ío. Qué podemos hacer? Qué le parece a usted que hagamos?

Lo había obligado a sentarse y se había instalado frente a él. Piotr Ilitch le refirió brevemente los hechos de que había sido testigo; le habló de su reciente visita a Fenia y mencionó la mano de mortero. Estos detalles trastornaron a la dama, que profirió un grito y se cubrió los ojos con la mano.

ántas veces he observado a ese hombre temible pensando: "Terminará por matarme"! Y al fin se han cumplido mis temores. Y si no me ha matado todavía comb a su padre ha sido porque Dios se ha dignado protegerme. Además, la vergüenza lo ha frenado, pues yo le había colgado del cuello, aquí mismo, una medalla que pertenece a las reliquias de Santa Bárbara mártir... Qué cerca estuve entonces de la muerte! Me acerqué a él para que me ofreciera su cuello. Mire usted, Piotr Ilitch (ha dicho usted que se llama así, verdad?), yo no creo en los milagros; pero esa imagen..., ese prodigio evidente en mi favor, me ha impesionado y me inclina a renunciar a mi incredulidad... Ha oído hablar del Zósimo?... Ay, no sé dónde tengo la cabeza! Ese mal hombre me ha escupido aun llevando la medalla pendiente del cuello... Pero sólo me ha escupido, no me ha matado. Y luego ha echado a correr. Qué hacemos? Dígame: qué hacemos?

Piotr Ilitch se levantó y dijo que iba a contárselo todo al éste procediera como creyese conveniente.

-Lo conozco. Es una excelente persona. Vaya en seguida a verlo. Qué inteligencia tiene usted, Piotr Ilitch! A mí no se me hubiera ocurrido nunca esa solución.

él, y esto es una ventaja -dijo Piotr Ilitch, visiblemente deseoso de librarse de aquella dama que hablaba por los codos y no le dejaba marcharse.

-Oiga, venga a contarme todo lo que averigüe: las pruebas que se obtengan, lo que puedan hacer al culpable... Verdad que la pena de muerte no existe en nuestro país? No deje de venir aunque sea a las tres o las cuatro de la mañana... Diga que me despierten, que me zarandeen si es preciso... Pero no creo que haga falta, porque estaré levantada. Y si fuera con usted?

ún dinero a Dmitri Fiodorovitch, esta declaración podría ser útil...

ñora de Khokhlakov corriendo hacia su mesa de escribir-. Tiene usted un ingenio que me confunde. Desempeña usted su cargo en nuestra ciudad? Me alegro de veras.

Sin dejar de hablar y a toda prisa había trazado unas líneas en gruesos caracteres.

Declaro que no he prestado jamás, ni hoy ni antes, tres mil rublos a Dmitri Fiodorovitch Karamazov. Lo juro por lo más sagrado.

-Mire; ya está -dija volviendo al lado de Piotr Ilitch-. Vaya, vaya a salvar su alma! Cumplirá usted una gran misión.

ñal de la cruz sobre él y lo condujo de nuevo al vestíbulo.

é agradecida le estoy! No puede usted imaginarse cuánto le agradezco que haya venido a verme antes que a nadie! Siento de veras que no nos hayamos conocido hasta hoy. De ahora en adelante le agradeceré que me visite. He comprobado con satisfacción que cumple usted sus obligaciones con una exactitud y una inteligencia extraordinarias. Por eso nadie puede dejar de comprenderlo, de estimarlo, y le aseguro que todo lo que yo pueda hacer por usted... Oh! Adoro a la juventud, me tiene robada el alma... Los jóvenes son la esperanza de nuestra infortunada Rusia... Vaya, corra!...

ía marchado ya. De lo contrario, la señora de Khokhlakov no le habría dejado ir tan pronto.

Sin embargo, la viuda había producido a Piotr Ilitch excelente impresión, tan excelente, que incluso amortiguaba la contrariedad que le causaba haberse mezclado en un asunto tan complicado y desagradable. Todos sabemos que sobre gustos no hay nada escrito. "No es vieja ni muchísimo menos -se dijo-. Por el contrario, al verla, yo creí que era su hija."

ñora de Khokhlakov, estaba en la gloria. "Un hombre tan joven, y qué experiencia de la vida, qué formalidad!... Y, además, su finura, sus modales... Se dice que la juventud de hoy no sirve para nada. He aquí una prueba de que eso no es verdad." Y seguía enumerando cualidades. Tanto, que llegó a olvidarse del espantoso acontecimiento. Ya acostada, recordó vagamente que había estado a punto de morir y murmuró: "Es horrible, horrible!..." Pero esto no le impidió dormirse profundamente.

ía entretenido en referir estos detalles insignifjcantes si tan singular encuentro del funcionario con una viuda todavía joven no hubiera influido en la carrera del metódico Piotr Ilitch. En nuestra ciudad todavía se recuerdan con asombro estos hechos, de los que tat vez digamos algo más al final de esta larga historia de los hermanos Karamazov.