Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Cuarta parte. Libro X. Los muchachos.
Capitulo primero. Kolia Krasotkine

CUARTA PARTE

LIBRO X

LOS MUCHACHOS

ías de noviembre. El tiempo es frío: es la época de la escarcha. Durante la noche ha caído un poco de nieve, que el viento seco y punzante ha barrido y levantado a lo largo de las calles tristes de nuestra pequeña ciudad, y especialmente en la plaza del mercado. Es una mañana oscura, pero la nevada ha cesado.

No lejos de la plaza, cerca de la tienda de Plotnikov, está la casita, limpísima tanto por fuera como por dentro, de la señora de Krasotkine, viuda de un funcionario. Pronto hará catorce años que murió el secretario de gobierno Krasotkine. Su viuda, aún de buen ver y en la treintena, vive de sus rentas en su casita. Es alegre y cariñosa y lleva una vida digna y modesta. Quedó viuda a los dieciocho años, con un hijo que acababa de nacer, Kolia, a cuya educación se dedicó en cuerpo y alma. Tanto lo adoraba, que el niño le causó más penas que alegrías. La viuda vivía en continuo terror de que enfermara, de que se enfriase, de que se hiriera jugando, de que cometiera alguna locura... Cuando Kolia fue al colegio, su madre estudió todas las asignaturas, con objeto de poder ayudarlo en los deberes; trabó conocimiento con los profesores y sus esposas, a incluso procuró simpatizar con los compañeros de su hijo para evitar que se burlasen de él o le pegaran. A tal extremo llegó en esta táctica, que los alumnos empezaron a burlarse de Kolia, a zaherirle con frases como "el pequeñín mimado por su mamá". Pero Kolia supo hacerse respetar. Era un chico audaz y pronto se le consideró como uno de los más fuertes del colegio. Además, era inteligente, tenaz, resuelto y emprendedor. Un buen alumno. Incluso se rumoreaba que aventajaba a Dardanelov, su maestro. Pero Kolia, aunque afectaba un aire de superioridad, no era orgulloso y sí un buen camarada. Aceptaba como cosa natural el respeto de sus compañeros y los trataba amistosamente. Tenía sobre todo el sentido de la medida, sabía contenerse cuando era necesario y no rebasaba jamás ante los profesores ese límite en que la travesura se convierte en insubordinación y falta de respeto, por lo que no se puede tolerar. Sin embargo, estaba siempre dispuesto a participar en las granujadas de la chiquillería, si la oportunidad se presentaba; mejor dicho a desempeñar el papel de pilluelo para impresionar a la galería. Llevado de su excesivo amor propio, había conseguido imponerse a su madre, que sufría desde hacía tiempo su despotismo. La sola idea de que su hijo la quería poco era insoportable para la señora de Krasotkine. Consideraba que Kolia se mostraba insensible con ella, y a veces, bañada en lágrimas, le reprochaba su frialdad. Esto desagradaba al muchacho, que se mostraba más evasivo cuanta más efusión se le exigía. Era un efecto de su carácter y no de su voluntad. Su madre estaba en un error. Kolia la quería. Lo que sucedía era que detestaba las "ternuras borreguiles", como decía en su lenguaje escolar.

ía dejado una biblioteca al morir, y Kolia, que adoraba la lectura, pasaba a veces, para sorpresa de su madre, horas enteras enfrascado en los libros, en vez de irse a jugar. Leyó obras impropias de su edad. Últimamente, sus travesuras -sin llegar a ser perversas- asustaban a su madre por su extravagancia. En Julio, durante las vacaciones, madre a hijo fueron a pasar ocho días en casa de unos parientes. El cabeza de familia era empleado de ferrocarriles en la estación más próxima a nuestra ciudad. Esta estación estaba a sesenta verstas de la localidad. En ella había tornado el tren hacía un mes Iván Fiodorovitch Karamazov para dirigirse a Moscú.

ó por examinar minuciosamente el ferrocarril y su funcionamiento, a fin de poder deslumbrar a sus camaradas con sus nuevos conocimientos. Entre tanto, se unió a un grupo de seis o siete chiquillos de doce a quince años, dos de ellos procedentes de la ciudad y los demás del pueblo. La alegre banda se dedicaba a toda suerte de travesuras y pronto surgió en ella la idea de hacer una apuesta verdaderamente estúpida en la que la cantidad apostada eran dos rublos. Kolia, que era uno de los más jóvenes del grupo, en un alarde de amor propio o de temeridad, apostó a que permanecería echado entre los raíles, sin moverse, mientras el tren de las once de la noche pasaba sobre él a toda marcha. Verdaderamente, un examen previo le había permitido comprobar que una persona podía aplanarse sobre el suelo, entre los raíles, sin que el tren ni siquiera rozara su cuerpo. Pero qué momento tan terrible pasaría! Kolia juró hacerlo. Se burlaron de él y le llamaron fanfarrón, lo que lo excitó más todavía. Aquellos muchachos de quince años se mostraban verdaderamente arrogantes. Al principio, incluso se habían resistido a considerarle como un camarada. Fue una ofensa intolerable.

ón, donde el tren habría tornado ya velocidad. A dicha hora Kolia se echó entre los raíles. Los cinco que habían apostado contra él se colocaron al pie del talud, entre la maleza, y allí esperaron, con el corazón latiéndoles con violencia, y pronto atenazados por el espanto y el remordimiento. No tardaron en oír que el tren se ponía en marcha. Dos luces rojas aparecieron en las tinieblas. El monstruo de hierro se acercaba ruidosamente.

-Huye! Huye! -gritaron los cinco espectadores, aterrados.

ía tiempo. El tren pasó y desapareció. Los cinco muchachos corrieron hacia Kolia. Lo encontraron exánime y empezaron a sacudirlo y a levantarlo. De pronto, Kolia se puso en pie y dijo que había fingido un desvanecimiento para asustarlos. Sin embargo, era verdad que se había desvanecido, como él mismo confesó días después a su madre.

Esta proeza cimentó definitivamente su fama de héroe. Volvió a su casa blanco como la cal. Al día siguiente tuvo fiebre, a consecuencia de su excitación nerviosa. Sin embargo, estaba contento. El suceso se divulgó en la ciudad y llegó a conocimiento de las autoridades escolares. La madre de Kolia fue a pedirles que perdonaran a su hijo. Al fin, un profesor estimado a influyente, Dardanelov, salió en su defensa y ganó la causa. El asunto no tuvo consecuencias. Este Dardanelov, soltero y todavía joven, estaba enamorado desde hacía largo tiempo de la señora de Krasotkine. Hacía un año, temblando de emoción, se había atrevido a ofrecerle su mano, pero ella lo rechazó, pues casarse en segundas nupcias le parecía cometer una traición contra su hijo. Sin embargo, ciertos indicios permitían al pretendiente decirse que no era del todo antipático a aquella viuda encantadora, aunque exageradamente casta y delicada. La loca temeridad de Kolia rompió el hielo, pues tras la intervención de Dardanelov, éste advirtió que podía alimentar ciertas esperanzas. No obstante, como él era también un ejemplo de castidad y delicadeza, se conformó con esta esperanza remota que le hacía feliz. Quería al muchacho, pero consideraba una humillación adularlo, y se mostraba con él severo y exigente.

én mantenía a su profesor a distancia. Hacía perfectamente sus deberes, ocupaba el segundo puesto y todos sus compañeros estaban convencidos de que en historia universal aventajaba al mismo Dardanelov. Esto quedó demostrado una vez que Kolia preguntó al profesor quién había fundado Troya. El profesor repuso con una serie de consideraciones acerca de los pueblos y sus emigraciones, la noche de los tiempos y las leyendas, pero no pudo responder concretamente a la pregunta sobre la fundación de Troya. Incluso llegó a decir que la cuestión carecía de importancia. Los alumnos quedaron convencidos de que el profesor ignoraba por completo quién había fundado la famosa ciudad. Kolia se había informado de este acontecimiento en una obra de Smagaradov que figuraba en la biblioteca de su padre. Todos acabaron por interesarse en la fundación de Troya, pero Kolia Krasotkine guardó su secreto. Su prestigio quedó intacto.

ó de la proeza de su hijo, estuvo a punto de perder la razón. Durante varios días sufrió fuertes ataques de nervios. Kolia se asustó hasta el punto de que le prometió, bajo palabra de honor, no cometer de nuevo semejante locura. Lo juró de rodillas ante el icono y por la memoria de su padre, tal como la señora de Krasotkine le exigió. La escena fue tan emocionante, que el intrépido Kolia lloró como un niño de seis años. Madre a hijo pasaron el día arrojándose el uno en brazos del otro y derramando lágrimas.

ía siguiente, Kolia volvió a mostrarse "insensible", pero se había convertido en un muchacho más silencioso, más reflexivo, más modesto. Mes y medio más tarde reincidió, y en el asunto intervino el juez de paz. Pero esta vez se trataba de una granujada diferente, ridícula a incluso estúpida, cometida por otros y de la que él era únicamente cómplice. Ya volveremos a hablar de esto.

La madre volvió a sus temblores y tormentos, y las esperanzas de Dardanelov aumentaban con las lágrimas de la viuda. Hay que advertir que Kolia conocía las aspiraciones de Dardanelov, al que detestaba profundamente por estos sentimientos. Anteriormente incluso cometía la indelicadeza de expresar ante su madre su desprecio hacia el profesor, haciendo vagas alusiones a los propósitos del enamorado. Pero después del incidente del ferrocarril, su actitud cambió también con respecto a este punto, pues no hacía alusiones molestas a Dardanelov y hablaba con más respeto de él ante su madre. La sensitiva Ana Fiodorovna notó al punto este cambio y lo agradeció infinito. No obstante, a la menor alusión a Dardanelov en presencia de Kolia, aunque la hiciera un extraño, la viuda se ponía roja como la grana. En estas ocasiones, Kolia miraba por la ventana con el ceño fruncido, o se contemplaba los zapatos, o llamaba con acento iracundo a ónía recogido hacía un mes y del que no había dicho una palabra a sus amigos. Kolia se comportaba con el animal como un tirano. Le enseñó a hacer muchas cosas. Así, el pobre ónía el muerto, etc., etc.; en una palabra, hacía cuanto Kolia le había enseñado, pero no porque éste se lo ordenara, sino espontáneamente, por el gran cariño que profesaba a su dueño.

án retirado Snieguiriov, había herido con su cortaplumas al salir en defensa de su padre, del que sus compañeros de clase se burlaban llamándole "Barba de Estropajo".