Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Cuarta parte. Libro X. Los muchachos.
Capitulo V. Junto al lecho de Iliucha

CAPITULO V

JUNTO AL LECHO DE ILIUCHA

Aquel día había muy poco espacio libre en el departamento del capitán Snieguiriov. Aunque los muchachos que estaban allí habrían negado, y Smurov el primero, que Aliocha los había reconciliado con Iliucha después de conducirlos a su casa, era lo cierto que así había sucedido. Aliocha había empleado la hábil táctica de ir llevándolos uno a uno a casa del enfermo sin recurrir al sentimentalismo, como por casualidad. Esto había atenuado en gran medida los sufrimientos de Iliucha. El afecto que le demostraban los que habían sido sus enemigos lo conmovió profundamente. Sólo faltaba Krasotkine, su defensor y único amigo, al que había herido con su cortaplumas.

ó esta amargura. Era un muchacho inteligente y había sido el primero en ir a reconciliarse con Iliucha. Pero Krasotkine, al que Sínurov había insinuado vagamente que Aliocha deseaba verlo para tratar de cierto asunto, había puesto fin al intento de un modo tajante, enviando a Karamazov la respuesta de que él ya sabía lo que tenía que hacer, no necesitaba consejos de nadie y, si visitaba a un enfermo, lo haría por su propio impulso y en cumplimiento de sus propios planes. Esto sucedió quince días antes de aquel domingo. He aquí por qué Aliocha no había ido en busca de Krasotkine, aunque había pensado hacerlo. Sin embargo, mientras esperaba, Karamazov había enviado a Krasotkine dos nuevos recados por medio de Smurov, y las dos veces había obtenido una respuesta seca y negativa: si iba a buscarlo, no iría nunca a casa de Iliucha, y le rogaba que lo dejase en paz.

ía ignorado hasta el último momento que Kolia había decidido ir a casa de Iliucha. El día anterior, al separarse, Kolia le había dicho de pronto que lo esperase en su casa a la mañana siguiente, pues pensaba acompañarle a casa del capitán Snieguiriov, pero que no dijera a nadie ni una palabra de su visita, pues quería dar a Iliucha una sorpresa. Smurov obedeció. Tenía la esperanza de que Krasotkine se presentase con el desaparecido Escarabajo, ya que un día le había dicho que eran todos unos asnos si vivía y no lo habían sabido encontrar. Pero Smurov aludió tímidamente una vez a esta posibilidad hablando con Kolia, y éste había enrojecido de ira. "Cómo crees que puedo cometer la necedad de ir a buscar por las calles un perro teniendo a ón? Por otra parte, quién puede confiar en que viva un animal que se ha tragado un alfiler? Todo esto no es más que sentimentalismo borreguil." Iliucha llevaba dos semanas sin levantarse apenas de su camita, que estaba en un rincón cerca de varias imágenes. No había vuelto a clase desde el día en que mordiera un dedo a Aliocha. De entonces databa su enfermedad. Sin embargo, durante el primer mes pudo levantarse de vez en cuando para ir por la habitación y el vestíbulo. Al fin, las fuerzas lo abandonaron y ya le fue imposible dar un paso sin la ayuda de su padre. Éste estaba desesperado por la enfermedad de Iliucha. Incluso dejó de beber. El terror de perder a su hijo lo volvía loco, y a veces, después de haberle ayudado a dar unos pasos por la habitación, huía al vestíbulo. Allí se refugiaba en un rincón oscuro, apoyaba la frente en la pared y ahogaba convulsivamente los sollozos para que no le oyese el enfermito.

és volvía a la habitación de su adorado hijo y se dedicaba a distraerlo y divertirlo, contándole cuentos y anécdotas cómicas, parodiando a tipos graciosos conocidos a incluso imitando los gritos de los animales. Pero las muecas y payasadas de su padre de sagradaban profundamente a Iliucha. Aunque procuraba disimular la pena que ello le producía, se daba cuenta, con el corazón oprimido, de que su padre era tratado con desprecio por la sociedad, y el recuerdo de la espantosa escena en que el capitán fue arrastrado y vapuleado lo obsesionaba. La hermana inválida de Iliucha, la dulce Nina, detestaba también las payasadas de su padre. Varvara Nicolaievna estaba estudiando en Petersburgo desde hacía tiempo. Sólo la madre, la infeliz perturbada, se divertía y reía de buena gana las contorsiones y muecas grotescas de. su esposo. Éste era su único consuelo. Transcurridos estos instantes de alegría, no hacía más que llorar y lamentarse de que todos la tuviesen olvidada, nadie se cuidase de ella, etc., etc.

Pero últimamente pareció cambiar. Observaba con frecuencia a Iliucha y después quedaba pensativa. Empezó a mostrarse más reposada y silenciosa. Cuando lloraba, lo hacía quedamente, para que nadie la oyera. El capitán advirtió este cambio con dolorosa perplejidad, pero, poco a poco, los gritos y las diversiones de los niños fueron divirtiéndola a ella también y terminaron por encantarla hasta el extremo de que no habría podido pasar sin ellos. Viéndolos jugar, reía, aplaudía y llamaba a algunos para abrazarlos. Al que más quería era a Smurov.

Al capitán, las visitas de los niños le causaban profunda alegría. Incluso le inspiraron la esperanza de que su hijito dejaría de sufrir y se pondría bien muy pronto. A pesar de su inquietud, hasta los últimos días estuvo convencido de que su hijo recobraría la salud. Acogió a los muchachos con respeto y se puso a su servicio. Incluso empezó a llevarlos a caballo sobre su espalda. Pero estos juegos no gustaron a Iliucha y cesaron muy pronto. Les compraba golosinas, pan de especias y nueces y les daba té con tostadas. Debemos advertir que el dinero no le faltaba. Como Aliocha había previsto, había aceptado los doscientos rublos de Catalina Ivanovna. La generosa joven se informó más exactamente de la situación de la familia y de la enfermedad de Iliucha y fue a visitarlos y a conocerlos a todos, incluso a la pobre demente, que quedó encantada de su visita. Desde entonces, la ayuda de la magnánima joven fue continua. El capitán, aterrado ante la idea de perder a su hijo, ya no era el hombre orgulloso de antes y admitía humildemente la caridad de su protectora.

ías al enfermo a instancias de Catalina Ivanovna, y aunque atiborraba al paciente de medicamentos, los resultados dejaban mucho que desear. Aquel domingo, el capitán esperaba la visita de un nuevo médico procedente de Moscú, donde había alcanzado gran renombre. Catalina le había rogado que se pusiera en camino, con todos los gastos pagados, por motivos de los que hablaremos más adelante. De paso, el famoso doctor visitaría a Iliucha, de lo que ya estaba advertido el capitán. Éste ignoraba por completo que iba a recibir también la visita de Krasotkine. Hacía mucho tiempo que el capitán anhelaba que Kolia los visitara, al advertir lo mucho que su ausencia atormentaba al enfermo.

ó en la habitación, todos los colegiales estaban alrededor del lecho contemplando a un minúsculo moloso nacido el día anterior. El capitán tenía concertada la compra del cachorro desde hacía una semana. Creía que este regalo distraería y consolaría a Iliucha, ya que el enfermito estaba amargamente obsesionado por la desaparición de Escarabajo, al que daba por muerto. Iliucha estaba enterado desde hacía tres días de que le iban a regalar un moloso auténtico (este último detalle era muy importante), y aunque sus nobles sentimientos le llevaron a decir que el regalo le encantaba, su padre y sus amigos advirtieron que el cachorrito despertaba en él el recuerdo del pobre Escarabajoía hecho sufrir. La bestezuela rebullía a su lado y él la acariciaba con su blanquísima mano. El perrito le gustaba -de esto no cabía duda-. Pero no era Escarabajo! Si hubiera tenido a los dos juntos, habría sido completamente feliz.

-Krasotkine! -exclamó el primer muchacho que vio aparecer a Kolia.

ón fue general. Los chicos se apartaron a ambos lados de la cama, permitiendo que el recién llegado viera perfectamente al enfermo. El capitán corrió hacia el visitante.

Krasotkine le tendió la mano y demostró seguidamente su buena educación. Primero se volvió hacia la esposa del capitán, como siempre sentada en su sillón -renegando de que los niños, al rodear la cama de Iliucha, le impidieran ver al perrito-, y le hizo una gentil reverencia. Después dirigió a Nina un saludo igual. Esta cortesía impresionó a la perturbada.

-En seguida se ve que es un chico bien educado! -exclamó abriendo los brazos-. Es muy distinto de los demás: éstos entran el uno sobre el otro.

án exclamó un tanto inquieto:

-El uno sobre el otro? Qué quieres decir?

íbulo, el uno se monta en los hombros del otro y de este modo se presentan a una familia honorable. Te parece bonito?

-Pero quién ha entrado así, mamá?

él es uno de los que ha llevado a caballo a otro, y también aquellos dos...

Kolia estaba ya junto al lecho de Iliucha. El enfermo palideció, se irguió y miró fijamente a Kolia. Éste, que no había visto a Iliucha desde hacía dos meses, apenas pudo disimular su consternación. No esperaba ver un rostro tan pálido, tan demacrado; ni unos ojos tan ardientes, tan agrandados por la fiebre; ni unas manos tan frágiles. Con dolorosa sorpresa advirtió que la respiración de Iliucha era dificil y precipitada y que sus labios estaban resecos. Le tendió la mano y le preguntó con cierta turbación:

-Qué hay, querido? Cómo va eso?

ó, sus facciones se contrajeron, sus labiós temblaron ligeramente. Kolia le pasó la mano por la cabeza.

Los dos estuvieron callados unos instantes.

-De modo que tienes un perro? -preguntó Kolia con indiferencia.

-Sí -repuso Iliucha jadeante.

á malo.

Hablaba gravemente, como si se tratara de una cosa de extraordinaria importancia. Hácía grandes esfuerzos para dominar su emoción y no echarse a llorar como un chiquillo. Lo consiguió.

-Cuando sea mayor, habrá que ponerle una cadena, no cabe duda.

-Será un perrazo! -exclamó uno de los niños.

ápoyó el capitán-, como verdaderos terneros. Yo he escogido uno de ésos, aunque ya sé que será muy malo. Sus padres son también enormes y feroces... Siéntate en la cama de Iliucha, o en el banco si lo prefieres. Bienvenido a esta casa. Hace tiempo que lo esperábamos. Has venido con Alexei Fiodorovitch?

Krasotkine se sentó en la cama, junto a los pies de Iliucha.

Por el camino había preparado el modo de iniciar la conversación, pero ahora no sabía cómo hacerlo.

Carillón. í. Me espera en el vestíbulo. Le silbo y acude inmediatamente. Sí, yo también tengo un perro.

Se volvió hacia Iliucha y le preguntó a quemarropa:

Escarabajo, querido?

ó. El enfermo miró a Kolia con una expresión de angustia. Aliocha, que estaba cerca de la puerta, frunció el ceño y, por señas y disimuladamente, dijo a Kolia que no hablara a Iliucha de . Pero Krasotkine no lo comprendió o fingió no comprenderlo.

-Dónde está Escarabajoó Iliucha amargamente.

-Ah, mi querido Iliucha! Tu Escarabajo ha desaparecido.

ó otra vez a Kolia fijamente. Aliocha hizo nuevas señas a Krasotkine, pero éste volvió la cabeza, simulando no comprenderlo.

- huyó sin dejar rastro -dijo Kolia, implacable, aunque jadeaba también de emoción-. No se podía esperar otra cosa después de haberse tragado aquella miga de pan. Pero aquí tienes a Carillón.

-Pues has de verlo. Esto te distraerá. Por eso lo he traído. Tiene el pelo largo como el otro.

ón extraña, preguntó a la señora de Snieguiriov:

-Me permite que llame a mi perro?

ó Iliucha con voz desgarrada-. No vale la pena.

Sus ojos tenían una expresión de reproche.

El capitán se levantó de pronto del baúl, arrimado a la pared, en que estaba sentado, a intervino:

ó a Smurov:

-Abre la puerta!

Apenas la hubo abierto Smurov, Kolia emitió un silbido y Carillón ó en el dormitorio.

-En pie, Carillón! -ordenó Kolia.

ó sobre sus patas traseras y así permaneció junto al lecho de Iliucha. Entonces ocurrió algo imprevisto: Iliucha se estremeció, se inclinó sobre ón con gran esfuerzo y lo examinó, extenuado.

-Es Escarabajoó con una mezcla de dolor y alegría.

-Quién te creías que era? -gritó Krasotkine, triunfante.

ó con un brazo al perro y lo levantó.

-Mira, querido: le falta un ojo y tiene la oreja izquierda partida. Éstas son las señas que me diste y que me han servido para buscarlo. Encontrarlo no fue difícil. No tiene dueño. Se había refugiado en casa de los Fedotov, en el patinillo que hay detrás del patio, y nadie le daba de comer. Es un perro vagabundo, fugitivo de algún pueblo próximo... Como ves, amigo Iliucha, no se tragó la miga de pan; si se la hubiera tragado, no estaría vivo. Debió de vomitarla sin que tú lo vieras. Tiene una herida en la lengua y esto explica sus lamentos. Echó a correr aullando y tú creíste que se había tragado la miga de pan. Al clavársele la aguja en la lengua, debió de sentir un dolor muy vivo, pues los perros tienen la boca muy delicada, más sensible que la del hombre.

ía decir nada; estaba blanco como la cal y miraba a Kolia con sus grandes ojos desmesuradamente abiertos. Si Kolia hubiera sabido el daño que podía hacer al enfermo recibir una impresión tan violenta, se habría abstenido de preparar y llevar a cabo aquella escena teatral. Pero en la habitación sólo había una persona capaz de darse cuenta de esto: Aliocha. El capitán se comportaba como un niño. Saltando de alegría, exclamó:

-Escarabajo! Es Escarabajo! Iliucha, es Escarabajo, tu Escarabajo!

Y dirigiéndose a su esposa, repitió:

-Y yo sin ni siquiera sospecharlo! -se lamentó Smurov-. Yo sabía que Krasotkine encontraría a Escarabajo. Ha cumplido su palabra.

í, ha cumplido su palabra! -dijo una voz entusiasta.

-Bravo, Krasotkine! -exclamó un tercero.

-Bravo, Krasotkine! -repitieron todos los niños, prorrumpiendo en aplausos.

-Un momento! -exclamó Krasotkine, y añadió tan pronto como cesó el alboroto-: Os voy a contar cómo he hecho las cosas. Cuando encontré a é a casa y lo oculté a las miradas de todos. Smurov fue el único que lo vio. Esto ocurrió hace quince días. Yo le hice creer que era otro perro, Carillón, y él se tragó el anzuelo. Me dediqué a amaestrar a . Ahora vais a ver las cosas que sabe hacer. Quería traértelo amaestrado, Iliucha. No tenéis un trocito de carne cocida? Si lo tenéis, os hará un juego que os moriréis de risa.

án echó a correr hacia las habitaciones de los propietarios de la casa, donde estaban haciendo la comida. Sin esperar su regreso, Kolia llamó a Carillón ó que hiciera el muerto. El perro empezó a dar vueltas, se echó, se puso patas arriba y se quedó tan inmóvil como si fuese de piedra. Los niños se echaron a reír. Iliucha miraba al animal con una sonrisa dolorosa. La más feliz era "mamá", que lanzó una carcajada y empezó a llamar a Carillón chascando los dedos.

ón! Carillón!

á -dijo Kolia en tono triunfal y con justificado orgullo-. Ni aunque lo llamarais todos a la vez. En cambio, a una voz mía, se pondrá en pie en el acto. Ahora van a verlo. Aquí, Carillón!

El. perro se levantó y empezó a saltar y ladrar alegremente. El capitán volvió con el trocito de carne cocida.

-No estará caliente? -preguntó Kolia con acento de persona experta en la cuestión-. No, está bien. A los perros no les gusta la comida caliente... Bueno, mirad todos. Y tú también, Iliucha. En qué estás pensando? Lo he traído por él y no lo mira!

ó en colocar la carne sobre el hocico del perro, el cual debía sostenerla en equilibrio y sin moverse todo el tiempo que su amo quisiera, aunque fuese media hora. Esta vez la prueba sólo duró un minuto.

-Hala! -gritó Kolia. Y en un abrir y cerrar de ojos la carne pasó del hocico a la garganta del perro.

Como es natural, el público mostró una viva admiración.

-Es posible que hayas tardado en venir sólo para traer a ón ó Aliocha en un tono de reproche involuntario.

-Así ha sido -dijo Kolia francamente-. Quería traer un perro que causara asombro.

-Carillón! ó Iliucha, chascando sus frágiles deditos. -No hace falta que lo llames. Verás como se sube a la cama de un salto. Aquí, Carillón!

ó como una flecha sobre Ihucha. Éste le cogió la cabeza con las dos manos, a lo que Carillón correspondió lamiéndole la cara. Ihucha lo estrechó en sus brazos, volvió a tenderse en la cama y su carita desapareció entre la espesa pelambre.

-Dios mío! -exclamó el capitán.

ó a sentar en la cama de Iliucha.

-Ahora te voy a enseñar otra cosa, Iliucha. Te he traído un cañón. Te acuerdas de que te hablé una vez de un cañoncito y tú me dijiste que te encantaría verlo? Pues bien, te lo he traído.

Kolia se apresuró a sacar de su bolsa el cañoncito de acero. Esta prisa se debía a que también él se sentía feliz. En otra ocasión habría esperado a que pasara el efecto producido por las exhibiciones de ón, "Eres feliz? Pues toma, más felicidad todavía." Él mismo se sentía dichoso.

-Hace tiempo que había echado el ojo a ese juguete que estaba en casa de Morozov. Le había echado el ojo pensando en ti, querido, en ti. Para Morozov no tenía ninguna utilidad. Antes había sido de su hermano. Yo se lo cambié por un libro de la biblioteca de mi padre: Le cousin de Mahomet ou la folie salutaire. Es una obra libertina de hace cien años, cuando aún no había censura en Moscú. A Morozov le gustan estas cosas. Incluso me dio las gracias.

ó el cañoncito de modo que todos lo pudieran ver y admirar. Iliucha se incorporó y, aunque seguía reteniendo a Carillón con la mano derecha, contempló embelesado el juguete. El efecto llegó a su punto culminante cuando Kolia manifestó que el cañoncito podía disparar, si las damas no se asustaban, pues tenía también un poco de pólvora. "Mamá" pidió que le dejaran ver el juguete de cerca, y se le entregó en el acto. El cañoncito, con sus ruedas, la entusiasmó de tal modo, que empezó a hacerlo rodar sobre sus rodillas. Se le pidió permiso para dispararlo y ella accedió sin vacilar, aunque no tenía la menor idea de lo que iba a ver. Kolia mostró la pólvora y los perdigones. El capitán, con su experiencia de militar, se encargó de cargarlo. Tomó un poco de pólvora y dijo que se dejara la metralla para otra ocasión. Luego colocó el cañoncito en el suelo, apuntando a un espacio libre, introdujo la pólvora y le prendió fuego con una cerilla. La descarga fue perfecta. " Mamá" se sobresaltó, pero en seguida se echó a reír. Los niños guardaban un silencio solemne. El capitán dirigía a Iliucha una mirada de entusiasta agradecimiento. Kolia recogió el juguete y, con la pólvora y los perdigones, se lo ofreció al enfermo.

-Es para ti -le dijo, rebosante de felicidad-. Hace tiempo que pensaba regalártelo.

ámelo! -exclamó de pronto " mamá" con voz de niña caprichosa.

ó perplejo, sin saber qué hacer. El capitán perdió la calma.

-Oye, madrecita: el cañón es tuyo, pero lo guardará Iliucha, ya que se lo han dado a él. Qué más da que lo tengáis él o tú? Iliucha lo dejará jugar con él siempre que quieras. Será de los dos.

-No, no quiero que sea de los dos; quiero que sea sólo mío -replicó la infeliz, a punto de echarse a llorar.

ómalo, mamá; aquí lo tienes -dijo Iliucha-. Puedo dárselo a mi madre, Krasotkine? -preguntó a éste en tono suplicante y temiendo ofenderlo al traspasar el regalo que él le había hecho.

-Pues claro que puedes! -repuso en el acto Kolia.

él mismo cogió el paquete de manos de Iliucha y se lo entregó a "mamá" con una gentil reverencia. Ella se conmovió tanto, que se echó a llorar. Luego exclamó en un arranque de ternura:

-Cuánto me quiere mi querido Iliucha!

ó a rodar el cañoncito sobre sus rodillas.

-Quiero besarte la mano, "mamá" -dijo el esposo, uniendo la acción a la palabra.

-El más amable de todos es ese simpático muchacho -dijo la agradecida dama señalando a Krasotkine.

ólvora, Iliucha -le advirtió Kolia-, puedo traerte tanta como quieras. La fabricamos nosotros mismos. Borovikov conoce la fórmula. Se toman veinticuatro partes de salitre, diez de azufre y seis de carbón de abedul; se pone todo junto, se echa agua y se amasa. Esta pasta se hace pasar por un tamiz de piel de asno. Y ya está hecha la pólvora.

ías así la pólvora -declaró Iliucha-. Pero mi padre dice que la verdadera no se hace así.

Kolia enrojeció.

-La verdadera? La nuestra arde. Claro que...

-Eso no tiene importancia -dijo el capitán, un tanto turbado-. En efecto, dije que la fórmula de la verdadera pólvora es distinta, pero también se puede hacer como tú dices.

ás que yo; pero le advierto que pusimos un poco de nuestra pólvora en un tarro de piedra, le prendimos fuego y sólo quedó un insignificante residuo de hollín. E hicimos la prueba con la pasta; de modo que si la hubiéramos tamizado... En fin, repito que usted sabe de esto más que yo.

Y se volvió hacia Iliucha.

-Oye, sabes que a Bulkine le pegó su padre por culpa de nuestra pólvora?

-Lo he oído decir -repuso Iliucha, que prestaba gran atención a Kolia.

ólvora, la pusimos en un frasco y Bulkine escondió el frasco debajo de su cama. Su padre lo vio, dijo que podía haberse producido una explosión y dio una tunda a su hijo sin pérdida de tiempo. Me amenazó con ir a contar el caso al director del colegio. Ahora no permite a su hijo que venga conmigo. En el mismo caso está Smurov, y tantos otros...

ó despectivamente y añadió:

-Tengo fama de influir perniciosamente en mis compañeros. Esto empezó a raíz de la aventura del ferrocarril.

-Los rumores de tu proeza han llegado a nuestros oídos -dijo el capitán-. De veras no tuviste miedo cuando el tren pasó por encima de ti? Debió de ser algo espantoso.

án se las ingeniaba para halagar a Kolia.

-No hubo tal espanto -repuso Krasotkine con un tonillo displicente-. Fue sobre todo aquel maldito ganso el culpable de mi mala reputación -añadió, dirigiéndose a Iliucha.

ño de sí mismo y no conseguía expresarse en el tono que deseaba.

-También he oído hablar de ese ganso -dijo Ihucha riendo-. Me lo contaron todo, pero algunas cosas no las comprendí. De veras tuviste que ir al juzgado?

ía, una pequeñez de la que se ha hecho una montaña, como suele ocurrir en nuestra ciudad -empezó a explicar Kolia con desenvoltura-. Yo cruzaba la plaza, cuando vi llegar una manada de gansos. Un tal Vichniakov, mozo de reparto en casa de los Plotnikov, me mira y me pregunta: " Qué tienen esos gansos para que te pares a mirarlos?" Yo lo observo. Tiene la cara redonda y bobalicona, anda por los veinte años. Ya sabéis que yo nunca rechazo a la gente del pueblo, sino todo lo contrario: me gusta alternar con ella... El pueblo nos ha dejado a sus espaldas: esto no es un axioma... Te entran ganas de reir, no, Karamazov?

-De ningún modo: te escucho con interés -dijo Aliocha con evidente franqueza.

El suspicaz Kolia cobró ánimos inmediatamente.

ía, Karamazov, es clara y simple. Creo en el pueblo y me complace hacerle justicia, pero sin adularlo. Es el Pero estábamos hablando de un ganso. Contesté al bobalicón:

"-Me estoy preguntando en qué pensará ese ganso.

"Él me mira boquiabierto.

"-En qué pensará?

"-Observa ese carro cargado de avena. La avena asoma por la boca del saco, y el ganso, para picar el grano, alarga el cuello hasta ponerlo casi debajo de la rueda.

" -Ya lo veo.

" -Pues bien -le dije-; si hacemos avanzar un poco a ese carro, la rueda pasará por encima del cuello del ganso, no es así?

"-Seguro que la rueda le cortará el cuello -dijo. Y una amplia sonrisa ensanchó su rostro.

"-Bien, muchacho: vamos a hacerlo.

"-Vamos a hacerlo -repitió él.

" La cosa fue fácil. Él se colocó junto a la brida como por casualidad, y yo al lado del ganso para dirigirlo. En este momento, el carretero estaba lejos, charlando; de modo que no pudo intervenir. El ganso alargó el cuello para picar la avena, junto a la rueda, por la parte de abajo. Hice una seña al joven, él tiró de la brida y, crac!, la rueda partió el cuello del animal. Por desgracia, otros hombres nos vieron y empezaron a gritar:

"-Lo has hecho adrede!

"-Eso no es verdad! -repuso el mozo de reparto.

"-Sí, lo has hecho adrede.

"-Al juez de paz! -dijo otro.

"Me llevaron a mi también.

"-Tú estabas de acuerdo con él. Aquí, en el mercado, todos te conocemos.

"En efecto, soy muy conocido en el mercado -siguió explicando Kolia, con arrogancia, en el cuarto de Iliucha-. Fuimos todos al juzgado, cargados con el cadáver del ganso. Y he aquí que, de pronto, mi compañero se asusta y empieza a gritar y a llorar como una mujer. El carretero vociferaba:

"-Asi se pueden matar tantos gansos como uno quiera!

"Como es natural, nos seguían los testigos. El juez pronunció en seguida su fallo. El mozo se quedaría con el ganso a indemnizaría al carretero con un rublo. La broma no debía repetirse.

"El mozo no cesaba de lamentarse.

"-La culpa no ha sido mía! Ese chico me ha dicho que lo hiciera!

"Yo contesté sin inmutarme que no le había incitado a hacer nada, sino que había expresado una idea general, un plan de acción posible. El juez Nielfidov sonrió, aunque se arrepintió en seguida.

"-Enviaré un informe al director de su colegio -me dijo- para que de ahora en adelante no se dedique usted a exponer posibles planes de acción en vez de estudiar.

"No cumplió su amenaza, pero la aventura se divulgó y llegó a oídos de la dirección del colegio, que, como todos sabemos, tiene unas orejas de gran tamaño. El profesor Kolbasnikov fue el que más se enfureció contra mi. En cambio, Dardanelov volvió a salir en mi defensa. Kolbasnikov está indignado con todos nosotros. Ya habrás oído decir, Iliucha, que se ha casado. La esposa, hija de los Mikhailov, ha puesto en sus manos mil rublos de dote, pero es fea como un demonio. Los alumnos del tercero han compuesto un epigrama con este motivo. Los versos son graciosos; ya te los traeré. De Dardanelov sólo puedo hablar bien. Es un hombre que tiene valiosas amistades. Las personas como él me infunden respeto. Y conste que no lo digo porque me haya defendido.

-Sin embargo, lo pusiste en un brete con aquello de la fundación de Troya -observó Smurov, que estaba orgulloso de Krasotkine y al que la aventura del ganso había divertido en extremo.

-Fue increíble -intervino el capitán, adulador-. Porque os referís a la pregunta de Krasotkine sobre la fundación de Troya, verdad? Ya estábamos enterados de eso. Iliucha nos lo contó.

á. En todo el colegio no hay ningún alumno que sepa tanto como él. Habla como si fuera uno de tantos, pero es y ha sido siempre el número uno.

ón de infinita felicidad.

-Bah! Fue una tontería. No tenía ninguna importancia -dijo Kolia con un orgullo disfrazado de modestia.

Al fin había conseguido expresarse en el tono que deseaba, aunque estaba un poco turbado. Advertía que había referido la aventura del ganso con excesiva vehemencia y que Aliocha no había dicho palabra durante el relato. Su amor propio lo llevó a preguntarse si Karamazov lo despreciaría por parecerle que él, Kolia, hablaba para la galería, para conseguir un éxito, y esta idea lo irritó. "Si pensara así, yo..."

í, una futileza -repitió Krasotkine con altivez.

-Yo sé quién fundó Troya -dijo repentinamente Kartáchov, gentil muchachito de once años, que permanecía junto a la puerta, tímido y silencioso.

ó sorprendido. La fundación de Troya era un secreto para todo el colegio. Sólo podía conocerla el que hubiera leído a Smaragdov, y únicamente Krasotkine poseía la obra de este autor. Sin embargo, un día, aprovechando una ausencia de Kolia, Kartachov había visto el volumen de Smaragdov entre los libros de su compañero, lo abrió y tuvo la suerte de encontrar en seguida el pasaje que hablaba de la fundación de Troya. Hacía ya tiempo que Kartachov había tenido esta oportunidad, pero nunca se atrevió a decir que estaba en el secreto, por temor a que Kolia lo confundiese. Esta vez no había podido reprimir el deseo que desde hacía tiempo lo acuciaba.

-Bien; dilo si lo sabes -dijo Kolia dirigiéndole una mirada de superioridad.

ó que lo sabía, y se dispuso a afrontar las consecuencias. La emoción fue general.

-Troya fue fundada por Teucer, Dardanus, Ilius y Tros -dijo Kartachov de rutina y enrojeciendo de tal modo que daba pena verlo. Sus compañeros lo escucharon sin apartar la vista de él. Después, sus ojos se volvieron hacia Kolia, que seguía mirando al audaz con una frialdad despectiva.

-Bien -se dignó decir al fin-, pero cómo lo hicieron? Y, generalizando, cómo se funda una ciudad o un estado? Acaso esos hombres se dedicaron a colocar ladrillos?

ó un coro de risas. La cara del temerario pasó del rosa al púrpura. Kartachov no despegaba los labios; estaba a punto de echarse a llorar. Kolia lo tuvo así más de un minuto.

óricos, la fundación de un país, por ejemplo, hay que comprender lo que esto significa -dijo Krasotkine en tono doctoral-. Pero les advierto que yo no doy demasiada importancia a esos cuentos de vieja -y añadió displicente-: En conjunto, la historia universal no merece mi estimación.

-Es posible? -exclamó el capitán, escandalizado.

-Sí: no es más que el estudio de las estupideces de la humanidad. A mí sólo me interesan las matemáticas y las ciencias naturales.

Kolia dijo esto en un tono lleno de presunción y mirando a Aliocha a hurtadillas: su opinión era la única que le importaba. Pero Aliocha permanecía grave y silencioso. Si Karamazov hubiera hablado, las cosas habrían quedado en el punto en que estaban; pero no decía palabra, y Kolia pensaba, irritado, que su silencio podía ser desdeñoso.

ás de acuerdo conmigo, Karamazov?

-No -repuso Aliocha, reprimiendo una sonrisa.

-Mi opinión es que las lenguas muertas son una medida de policía. Ésta es su única razón de ser.

La respiración de Kolia volvía a ser jadeante.

é se podía hacer para aumentar la ceguera y la estupidez reinantes? Ésta es la función de las lenguas muertas. Así pienso y espero pensar siempre.

ó ligeramente.

-Tienes razón -aprobó, convencido, Smurov, que había escuchado atentamente.

-Es el primero en latín -dijo uno de los colegiales.

í, papá -confirmó lliucha-; aunque hable de ese modo, es el primero de la clase de latín.

Aunque el elogio lo halagó, Kolia consideró necesario defenderse.

é? Estudio con empeño el latín porque es preciso. He prometido a mi madre acabar mis estudios, y yo creo que cuando emprendemos algo hay que llegar hasta el fin. Pero en mi fuero interno siento un profundo desprecio por los estudios clásicos y toda esa bajeza. Estás de acuerdo conmigo, Karamazov?

-Qué hay en eso de bajeza? -preguntó Aliocha con una sonrisa.

é. Como todos los clásicos se han traducido a todos los idiomas, no hace falta aprender el latín para estudiarlo. Es una medida de policía destinada a embotar los cerebros. No es esto una bajeza?

-Pero quién te ha imbuido esas ideas? -exclamó Aliocha, sorprendido.

ñe; en segundo, te diré que lo que acabo de explicar sobre las traducciones de los clásicos lo dijo delante de todos los alumnos de la tercera clase el profesor Koibasnikov.

á aquí el doctor -dijo Ninotchka, que había guardado silencio hasta entonces.

ñora de Khokhlakov. El capitán, que había estado toda la mañana pendiente de la llegada del médico, corrió a su encuentro. "Mamá" adoptó un aire de gran dama para recibirlo. Aliocha se acercó a la cama del enfermo y arregló la almohada. Desde su sillón, Ninotchka observaba a Iliucha con visible inquietud. Los colegiales se marcharon a toda prisa, algunos prometiendo que volverían por la tarde. Kolia llamó a ón, que bajó en seguida de la cama.

-Yo me quedo -dijo precipitadamente a Aliocha-. Esperaré en el vestíbulo con ón y volveremos los dos cuando el doctor se haya márchado.

Entró el médico. Su aspecto era el de un hombre importante. Abrigo de pieles, largas patillas y mentón perfectamente rasurado.

és de haber franqueado el umbral, se detuvo de pronto, desconcertado. Se habría equivocado de casa? "Dónde estoy?", preguntó sin quitarse el abrigo ni el gorro de piel. El aspecto de los habitantes de la casa, la pobreza de la habitación, la ropa tendida en una cuerda lo sorprendieron desagradablemente. El capitán le hizo una profunda reverencia.

ñor -le dijo con obsequiosa humildad-. Yo soy la persona a quien usted busca.

ñor Snieguiriov? -preguntó con grave acento.

í, señor.

-Ah!

El doctor paseó una nueva mirada de desagrado por la habitación y se quitó el abrigo. El distintivo de un cuerpo oficial brillaba en su pecho. El capitán cargó con el abrigo. El médico se quitó también el gorro.

ónde está el paciente? -preguntó como quien da una orden.