CAPITULO VII
ILIUCHA
El doctor se dirigió a la puerta de la isba, bien envuelto en su abrigo y con el gorro encasquetado. En su semblante se reflejaba una contrariedad que estaba muy cerca de la indignación. Se diría que temía mancharse.
Paseó una mirada por el vestíbulo y la detuvo un momento, severamente, sobre Kolia y Aliocha. Éste hizo una seña al cochero, que acercó el coche a la puerta.
án salió, presuroso, detrás del médico y, doblando la espalda, murmurando excusas, lo detuvo para hacerle las últimas preguntas. El infeliz estaba profundamente abatido; en su mirada se leía la desesperación.
-Es posible, excelencia, es posible?
No pudo continuar. Había enlazado las manos con un gesto de imploración y fijaba en el médico una mirada de súplica, como si una palabra de éste bastase para cambiar la suerte de su pobre hijo.
-Yo no puedo hacer nada -repuso el doctor, indiferente y con su habitual gravedad-. Yo no soy Dios.
-Doctor..., excelencia..., será muy pronto?
é preparado para todo -respondió el doctor, recalcando las palabras.
Después bajó los ojos y se dispuso a franquear el umbral para subir al coche. El capitán, aterrado, volvió a detenerlo.
-Por Dios, excelencia. De verdad no se puede hacer nada, absolutamente nada, para salvarlo?
-Eso no depende de mí -contestó el doctor, impaciente. De pronto se detuvo y añadió-: Sin embargo, si usted pudiera enviar al enfermo inmediatamente a Siracusa... -el capitán se estremeció ante el tono, casi colérico, en que el doctor pronunció estas últimas palabras-. En tal caso, gracias al clima excelente del país, podría producirse un...
-A Siracusa? -preguntó el capitán como si no comprendiera.
á en Sicilia -dijo Kolia levantando la voz.
El doctor lo miró.
-En Sicilia? -exclamó el capitán, aterrado-. Pero su excelencia puede ver...
Sin separar las manos, el capitán se dirigía al interior de su hogar.
-Y mi mujer? Y mi familia?
á a Sicilia, sino al Cáucaso, en primavera; y cuando su esposa haya tomado allí las aguas para curarse del reumatismo, habrá que enviarla a Paris sin pérdida de tiempo, a la clínica de Lepelletier, especialista en enfermedades mentales, a quien la puedo recomendar... Si procede usted de este modo, podrá producirse...
-Pero, doctor; ya ve usted que...
El capitán mostró de nuevo, con un gesto de desesperación, las desnudas paredes del vestíbulo.
-Eso no es de mi incumbencia -manifestó el doctor con una sonrisa-. Me he limitado a decirle lo único que puede responder la ciencia a su pregunta de si se puede hacer algo más. Lamentándolo mucho, los demás problemas que pueda usted tener...
-No tema, "curandero", mi perro no le morderá -dijo Kolia, volviendo a levantar la voz, al ver que el médico miraba con recelo a ón, és, Kolia manifestó que había llamado "curandero" al doctor porque sabía que esto era para él un insulto.
-Qué dices? -preguntó el médico, mirando a Kolia sorprendido-. Quién es? -inquirió dirigiéndose a Aliocha en el tono del que pide cuentas.
-Soy el dueño de Carillón
-Carillón? -preguntó el doctor sin comprender.
-Adiós, curandero. Ya nos veremos en Siracusa.
-Pero quién es éste? -exclamó el doctor, iracundo.
ó a decir al doctor, sin disimular su enojo-: No le haga caso.
-Merece que lo azoten, que lo azoten! -exclamó el doctor, furioso.
-Le advierto, curandero, que Carillón podría morderlo -dijo Kolia, pálido, con voz trémula y ojos centelleantes-. Aquí, ón!
-Kolia! -gritó Aliocha-. Si dices una palabra más, rompo contigo para siempre.
-Curandero, sólo hay una persona en el mundo que puede mandar a Nicolás Krasotkine: aquí está -dijo señalando a Aliocha-. Me someto. Adiós.
Abrió la puerta y volvió a entrar en la habitación. Carillón ó en pos de él. El doctor estuvo un instante petrificado, miró a Aliocha, escupió y exclamó:
-Es intolerable!
El capitán lo siguió servilmente. Aliocha entró también en la habitación. Kolia estaba ya al lado del enfermo. Éste le tenía cogido de la mano y llamaba a su padre. El capitán volvió en seguida.
-Papá, papá, ven aquí -dijo Iliucha, agitado-. Yo...
Pero no tuvo fuerzas para continuar. Tendió sus esqueléticos bracitos, rodeó con ellos a Kolia y a su padre y, uniéndolos a los dos en un solo abrazo, los estrechó contra su pecho. El capitán fue sacudido por un llanto silencioso. Kolia estaba a punto de echarse a llorar.
é pena me das, papá! -gimió Iliucha.
-Iliucha, mi querido Iliucha... El doctor ha dicho... que te curarás... Qué felices vamos a ser!
á, sé muy bien lo que el doctor ha dicho de mí -declaró Iliucha-. Lo he visto en su cara.
Lo apretó de nuevo con todas sus fuerzas y escondió la cara en el hombro de su padre.
-No llores, papá. Cuando me muera, adopta a otro niño. Que sea un buen chico. El mejor que encuentres. Llámale Iliucha y quiérelo como me quieres a mí.
állate! -ordenó Krasotkine bruscamente-. Te curarás!
-Pero a mí no me olvides nunca, papá -continuó Iliucha-. Ven a mi tumba. Entiérrame cerca de nuestra gran piedra, la que visitábamos en nuestros paseos, y ve allí por las tardes con Krasotkine y Carillón... Os esperaré, papá.
Su voz se apagó. Los tres permanecieron abrazados, sin decir nada. Nina lloraba silenciosamente en su sillón, y "mamá", viendo que todos lloraban, empezó a sollozar también.
Krasotkine se desprendió del brazo de Iliucha.
-Adiós, muchacho; mi madre me está esperando para almorzar -dijo atropelladamente-. Es una lástima que no la haya advertido. Ya estará inquieta por mi tardanza. Después de almorzar volveré, y estaré contigo toda la tarde. Te contaré muchas cosas. Traeré a Carillónía a aullar y lo molestaría. Hasta luego.
ó corriendo al vestíbulo. No quería llorar, pero al fin no pudo contenerse. Llorando lo encontró Aliocha.
-Kolia -encareció Karamazov-. Has de hacer honor a tu palabra y volver esta tarde. Si no vienes, le darás un gran disgusto.
-Claro que vendré! -murmuró Kolia sin ocultar sus lágrimas-. Qué arrepentido estoy de no haber venido antes!
ó el capitán. Cerró la puerta de la habitación a sus espaldas. En sus ojos había una expresión de desvarío; sus labios temblaban. Se detuvo ante los dos jóvenes y levantó los brazos.
-No quiero ningún buen chico, no quiero ningún otro -murmuró, desesperado, con acento feroz-. "Si lo olvido, Jerusalén, que la lengua se me pegue al paladar..."
ó la voz y se echó de bruces en un banco de madera que tenía a su lado. Con la cabeza entre los puños empezó a sollozar y gemir, ahogando sus lamentos para que no llegaran a la habitación de Iliucha. Kolia corrió hacia la puerta.
-Adiós, Karamazov! -dijo rudamente-. Vendrás tú también?
-Qué ha dicho de Jerusalén?
-Es una frase inspirada en la Biblia. "Si lo olvido, Jerusalén...". Ha querido decir que si olvida lo que más ama, se le castigue con la muerte.
ón! -ordenó, furioso, a su perro.
ó a largos pasos.