Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Cuarta parte. Libro XI. Iván Fiodorovitch.
Cantulo V. Esto no es todo

CANTULO V

ESTO NO ES TODO

Para ir a casa de su hermano tenía que pasar ante la de Catalina Ivanovna. Vio luz en las ventanas y se detuvo, decidido a entrar, no sólo porque hacia más de una semana que no había visto a la joven, sino porque se dijo que tal vez Iván estuviera con ella, ya que al día siguiente se tenía que juzgar a Dmitri. En la escalera, débilmente iluminada por una lámpara china, se cruzó con un hombre en el que reconoció a Iván.

-Ah! Eres tú? -dijo Iván Fiodorovitch secamente-. Vas a su casa?

í.

-Yo de ti no iría. Está muy agitada y tu visita la trastornará más aún.

-No no se vaya, Alexei Fiodorovitch! -gritó una voz desde lo alto de la escalera-. Viene usted de verlo?

-Sí, lo acabo de ver.

-Y tiene algo que decirme de su parte? Suba, Aliocha. Y usted también, Iván Fiodorovitch. Oye?

án, tras un instante de vacilación, decidió volver a subir con Alexei.

-Estaba escuchando -murmuró Iván para sí. Pero Aliocha lo oyó.

Y al entrar en el salón, Iván dijo en voz alta:

-Permítame que no me quite el abrigo. Sólo estaré con ustedes un minuto.

-Siéntese, Alexei Fiodorovitch -dijo Catalina Ivanovna, permaneciendo de pie.

ía cambiado mucho. En sus oscuros ojos brillaba una luz maligna. Aliocha recordó más tarde que la joven le había parecido extraordinariamente hermosa en aquellos momentos.

-Qué me tiene usted que decir de su parte?

-Sólo esto -dijo Aliocha, mirándola a los ojos-: que se domine usted y no hable en la audiencia de lo que... pasó entre ustedes cuando se vieron por primera vez.

-Ah! De mi profunda reverencia para darle las gracias por el dinero -dijo Catalina Ivanovna, riendo amargamente-. Teme por él o por mí? Conteste, Alexei Fiodorovitch.

Aliocha la miró atentamente. Trataba de comprenderla.

él.

Catalina Ivanovna enrojeció.

-Usted no me conoce todavía, Alexei Fiodorovitch. Bien es verdad que tampoco yo me conozco a mí misma. Acaso me deteste usted mañana después de mi declaración como testigo.

-Estoy seguro de que declarará usted lealmente -dijo Aliocha-. No hace falta más.

-Las mujeres no somos siempre leales. Hace una hora temía encontrarme con ese monstruo, con ese reptil. Sin embargo, sigue siendo para mi un ser humano... Pero es un asesino? -exclamó volviéndose hacia Iván.

ó en el acto que, antes de su llegada, Catalina había hecho esta pregunta una y otra vez a su hermano, y que habían terminado discutiendo.

-He ido a ver a Smerdiakov -continuó Catalina Ivanovna-. Me convenciste de que es un parricida. Te creí.

Iván sonrió un poco turbado. Aliocha se estremeció al oír el tuteo. No sospechaba que existiera entre ellos tal intimidad.

-Bueno, basta! -exclamó Iván-. Me voy. Hasta mañana.

Salió de la habitación y se dirigió a la escalera. Catalina Ivanovna se apoderó de las manos de Aliocha.

ígalo! Déle alcance! No lo deje un momento solo. Está loco. No sabe que se ha vuelto loco? Me lo ha dicho el médico. Corra!

Aliocha corrió hasta alcanzar a Iván, que sólo había recorrido unos cincuenta pasos.

-Qué quieres? -preguntó Iván volviéndose hacia Aliocha-. Te ha dicho ella que me sigas porque estoy loco, verdad? Lo sé! Estoy seguro! -añadió, irritado.

-En eso se equivoca, desde luego; pero no cabe duda de que estás enfermo. Hace un momento te miraba, Iván, y me horrorizaba de ver la mala cara que tienes.

Iván no se había detenido. Aliocha iba a su lado.

ómo se vuelve loco uno, Alexei Fiodorovitch? Lo sabes? -preguntó Iván.

Hablaba con calma y en su voz había un matiz de curiosidad.

-No, no lo sé. Pero creo que hay muchas clases de locura.

-Puede notar uno mismo que se vuelve loco?

-Pues -repuso Aliocha un poco desconcertado- yo creo que uno no puede observarse a sí mismo en tales casos.

án estuvo callado un momento. De pronto, dijo:

-Si quieres hablar conmigo, habremos de cambiar de conversación.

-Ah, se me olvidaba! -dijo Aliocha tímidamente, entregando a su hermano la carta de Lise-. Tengo esta carta para ti.

Estaban cerca de un farol. Iván reconoció la letra de Lise.

-Demonio de chica!

ó los trocitos de papel.

-Aún no tiene dieciséis años, y ya se ofrece -dijo en un tono de desprecio.

-Se ofrece? Qué quieres decir?

-Lo que he dicho, diablo: que se ofrece como una cualquiera!

-No digas eso, Iván! -protestó Aliocha, profundamente apenado-. Es una niña; estás insultando a una niña! Esa muchacha está también muy enferma; acaso se vuelva loca. Yo tenía que entregarte su carta. Quiero salvarla y esperaba que tú me explicases...

ña, yo no soy su nodriza. No, no insistas, Alexei! No quiero ni siquiera pensar en ella.

Hubo un nuevo silencio. Iván lo interrumpió, sarcástico:

-Se pasará la noche rezando a la Virgen para saber lo que ha de hacer mañana.

-Te refieres a Catalina Ivanovna?

-Sí. Salvará a Mitia con su declaración, o lo perderá? Pedirá a Dios que la ilumine. Aún no sabe lo que tiene que hacer; no ha tenido tiempo para prepararse. Otra que me ha tomado por su nodriza! Quiere que la meza en mis brazos!

-Es posible. Pero a mí no me gusta ella.

Aliocha replicó tímidamente:

-Está atormentada... Por qué le has dicho a veces cosas esperanzadoras? Sé que lo has hecho. Perdona que lo hable así.

é que debería hablarle francamente y romper con ella!-exclamó Iván, arrebatado-. Pero no puedo hacerlo. Hay que esperar a que juzguen al asesino. Si rompiera con ella ahora, mañana, por venganza, perdería a ese miserable. Lo odia y sabe que lo odia. Estamos representando una farsa. Mientras conserve la esperanza, Katia no perderá a ese monstruo, ya que sabe que yo quiero salvarlo. Ansío que se pronuncie esa maldita sentencia!

Las palabras "asesino" y "monstruo" impresionaron a Aliocha profundamente.

-Pero qué puede perder a nuestro hermano Mitia? Qué puede haber de malo en su declaración?

-Mucho. Posee una carta de Mitia que prueba su culpabilidad.

ó Aliocha.

-Esa carta no puede existir -exclamó Aliocha con vehemencia-, por la sencilla razón de que Mitia no es el asesino. Mitia no ha matado a nuestro padre.

-Entonces, quién crees que lo ha matado? -preguntó friamente, con arrogancia.

ú lo sabes perfectamente -dijo Aliocha, recalcando las palabras.

-También tú crees en la fábula que circula sobre ese idiota, ese epiléptico de Srnerdiakov?

ó Aliocha en el término de sus fuerzas, temblando, jadeando

-Pero quién ha sido? Dilo!

án estaba ciego de rabia; no era dueño de sí mismo.

-Yo sólo sé -dijo Aliocha en voz baja- que tú no has matado a nuestro padre.

-Que yo no lo he matado? No lo entiendo.

ú no lo has matado -repitió Aliocha con firmeza.

-Pues claro que no! Eso ya lo sé!

Iván estaba pálido y miraba a Aliocha con una sonrisa que tenía mucho de mueca. De nuevo se hallaban bajo la luz de un farol.

-Eso no es cierto, Iván. Tú lo has dicho muchas veces que eres el asesino.

ó Iván impresionado-. Cuándo he dicho eso? Yo estaba en Moscú. Contesta. Cuándo he dicho eso?

-Te lo has repetido infinidad de veces, estando solo, durante estos dos meses horribles.

Aliocha parecía hablar a la fuerza, como obedeciendo a una orden imperiosa.

-Te has acusado -continuó-. Has reconocido que el asesino no ha sido nadie más que tú. Pero estás equivocado. No has sido tú, oyes?, no has sido tú. Dios me ha enviado a decírtelo.

álidos y se miraban a los ojos. De pronto, Iván se estremeció y cogió a Aliocha por los hombros.

ú estabas en mi casa -murmuró con los dientes apretados-, tú estabas en mi casa la noche en que "él" vino... Lo viste?

-No sé de quién me hablas -dijo Aliocha, sin comprender-. Te refieres a Mitia?

-No, no me refiero a ese monstruo. Que se vaya al diablo! -vociferó Iván-. Dime: cómo has sabido que "él" viene a verme?

én es "él"? -preguntó Aliocha, aterrado-. No sé de quién me hablas.

-Si que lo sabes. De lo contrario no sabrías que...

ó un momento pénsativo. Una extraña sonrisa plegaba sus labios.

-Iván -dijo Aliocha con una voz que la emoción hacía temblar-, te he hablado así porque sé que me crees. Te lo digo y te lo repetiré toda la vida: ú! Oyes? No has sido tú!

án volvía a ser dueño de sí mismo.

-Alexei Fiodorovitch -dijo, sonriendo fríamente-, bien sabes que no me gustan los profetas ni los epilépticos, y menos aún los enviados de Dios. En este momento rompo contigo, y para siempre. Te agradeceré que me dejes en esta esquina. Te vendrá bien, pues esta calle conduce a casa. Y sobre todo, oye esto bien: no quiero volver a verte hoy.

Dio media vuelta y se alejó con paso firme, sin volverse.

-Iván! -gritó Aliocha-. Si hoy te pasa algo, piensa en mí!

án no le contestó. Aliocha permaneció en la esquina, cerca del farol, hasta que su hermano desapareció en la oscuridad. Luego echó a andar lentamente, camino de su casa. Ni Iván ni él habían querido vivir en la mansión solitaria de su padre. Aliocha había alquilado una habitación amueblada en una casa particular. Iván ocupaba un departamento, espacioso y cómodo, en casa de una dama de edad, viuda de un funcionario. Lo servía una vieja sorda y reumática, que se levantaba a las seis de la mañana y se acostaba a las seis de la tarde. Desde hacía dos meses, Iván Fiodorovitch se mostraba muy poco exigente. Además, le gustaba estar solo. Se arreglaba él mismo la habitación y era muy raro que saliera a las otras.

Al llegar al portal de casa, Iván cogió el cordón de la campanilla, pero no la hizo sonar. Había experimentado un repentino estremecimiento de cólera. Soltó el cordón en un arrebato de despecho y echó a andar hacia el otro extremo de la ciudad, hacia una casita de techo bajo que estaba a una media legua de distancia. En ella habitaba María Kondratievna, la antigua vecina de Fiodor PavIovitch, que solía ir a casa de éste a pedir un plato de sopa y a oír las canciones con que la obsequiaba Smerdiakov acompañándose de su guitarra. María Kondratievna había vendido su casa y vivía con su madre en una especie de isba. Smerdiakov, ya tan enfermo que parecía estar al borde de la muerte, se había ido a vivir con ellas. A esta casucha se dirigió Iván Fiodorovitch, obedeciendo a un impulso repentino, irresistible.

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