Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Cuarta parte. Libro XI. Iván Fiodorovitch.
Capitulo primero. En casa de Gruchegnka

LIBRO XI

IVÁN FIODOROVITCH

CAPITULO PRIMERO

EN CASA DE GRUCHEGNKA

ó a la plaza de la Iglesia, donde vivía Gruchegnka, que aquella mañana le había enviado a Fenia para rogarle que fuera a verla lo antes posible. Aliocha supo por la sirvienta que Gruchegnka estaba agitadísima desde el día amterior.

Durante los dos meses que llevaba Mitia detenido, Aliocha había visitado con frecuencia la casa de Morozov, unas veces por impulso propio y otras atendiendo a los deseos de su hermano. Tres días después del drama, Gruchegnka cayó enferma de gravedad y hubo de guardar cama durante cinco semanas, la primera sin conocimiento.

Gruchegnka había cambiado mucho. Estaba más delgada y había perdido el color. Hasta quince días después de haberse puesto enferma no pudo salir a la calle. Para Aliocha, Gruchegnka estaba entonces más seductora. Durante sus conversaciones con ella, le encantaba que las miradas de los dos se cruzasen. Los ojos de la enferma habían cobrado un matiz de resolución, una expresión serena pero inflexible, que se manifestaba en todo su ser. Entre sus cejas había aparecido un ligero pliegue vertical que daba a su hermoso rostro una expresión reconcentrada y algo severa a primera vista. De su reciente frivolidad no quedaba el menor rastro.

Para asombro de Aliocha, Gruchegnka conservaba la alegría de siempre, a pesar de su infortunio -su compromiso matrimonial con un hombre al que momentos después detendrían como presunto culpable de un crimen horrendo- y pese también a su enfermedad y a que la condena del acusado parecía segura. De su mirada había desaparecido la altivez, para ceder su puesto a una especie de brillante dulzura a la que a veces se mezclaban maléficos resplandores. Esto ocurría cuando la asaltaba cierta inquietud, que, lejos de calmarse, se avivaba en su corazón. La causante del mal era Catalina Ivanovna, a la que Gruchegnka nombraba durante su enfermedad, en los momentos de delirio. Aliocha comprendió que la enferma estaba celosa, aunque Catalina no había visitado ni una sola vez a Mitia en la cárcel, cosa que podía haber hecho perfectamente. Todo esto ponía a Aliocha en un verdadero compromiso. Gruchegnka le confiaba todos sus problemas, cosa que no hacía con nadie, y le pedía consejo tras consejo. A veces, él no sabía qué decirle.

Aliocha llegó a casa de Gruchegnka visiblemente preocupado. Hacía media hora que la joven había vuelto de la prisión, y a él le bastó ver la prisa con que ella se levantaba a iba a su encuentro para deducir que lo estaba esperando con impaciencia.

ía una baraja y en el diván de cuero arreglado para servir de cama estaba recostado Maximov, enfermo, desfallecido, pero sonriente. Este viejo sin hogar había llegado hacía dos meses de Mokroie con Gruchegnka y no se había separado de ella desde entonces. Después del viaje sobre el barro y bajo la lluvia, se había sentado en el diván, petrificado por el frío y el miedo. Luego había dirigido a Gruchegnka una mirada silenciosa, acompañada de una sonrisa de imploración. La joven, abrumada por el pesar y por la fiebre que ya se había apoderado de ella y dominada por otras preocupaciones, no le hizo caso al principio; pero después, de pronto, le miró fijamente, y él le correspondió con un gesto de turbación y una sonrisa lastimosa. Gruchegnka llamó a Fenia y le dijo que le diera de comer. Durante todo el día, Maximov guardó una inmovilidad casi completa. Al anochecer, Fenia cerró las ventanas y preguntó a su ama:

-Ha de quedarse a dormir este señor?

-Sí -respondió Gruchegnka-; hazle la cama en el diván.

Por las respuestas que recibió a sus preguntas, Gruchegnka comprendió que Maximov no tenía adónde ir.

-El señor Kalganov, mi protector, me ha dicho francamente que no volverá a recibirme. Y me ha dado cinco rublos.

é le vamos a hacer! -exclamó Gruchegnka con una sonrisa de compasión.

Esta sonrisa conmovió al viejo, cuyos labios temblaron de emoción. Así fue como Maximov se quedó en casa de Gruchegnka en calidad de parásito. Ni siquiera durante la enfermedad de la joven dejó la casa. Fenia y su abuela -la cocinera- no lo echaron, sino que siguieron dándole de comer y haciéndole la cama en el diván. Gruchegnka se acostumbró a él, y cuando volvía de visitar a Mitia, al que había empezado a ir a ver apenas se repuso de su enfermedad, se entretenía comentando nimiedades con "Maximuchka" para olvidar sus penas. Resultó que el viejo tenía cierto talento narrativo; así que incluso llegó a no poder pasar sin él. Aparte Aliocha, cuyas visitas eran siempre breves, Gruchegnka apenas recibía a nadie. El viejo comerciante Samsonov estaba gravemente enfermo, "se iba", según la expresión que circulaba por la ciudad. Efectivamente, falleció tres días después de verse la causa contra Mitia.

Tres semanas antes de su muerte, presintiendo su próximo fin, Samsonov llamó a sus hijos, que acudieron con sus familias, y les pidió a todos que no se separasen de su lado. Seguidamente ordenó a los domésticos que no permitiesen la entrada a Gruchegnka, en caso de que se presentara con la intención de verle, y que le dijeran de su parte que le deseaba muchos años de vida feliz y que no lo olvidara por completo.

Pero Gruchegnka se limitaba a enviar casi todos los días a preguntar por él.

-Al fin has llegado! -exclamó la joven alegremente al ver aparecer a Aliocha-. Maximuchka me ha asustado diciéndome que no vendrías más. No te puedes figurar la falta que me haces. Siéntate. Quieres café?

ándose-. Estoy hambriento.

-Fenia, Fenia; café! Hace rato que está hecho... Trae también empanadillas calientes...! Tengo que contarte algo sobre estas empanadillas, Aliocha. Se las he llevado a Mitia a la cárcel, y las ha rechazado. Incluso ha pisoteado una. Yo le he dicho: " Se las dejo a tu guardián. Si no las aceptas, habrás de alimentarte de tu maldad." Luego me he marchado. Una vez más hemos reñido: cada visita una riña.

Gruchegnka hablaba con agitación. Maximov bajó los ojos, sonriendo tímidamente.

ál ha sido la causa de la riña de hoy? -preguntó Aliocha.

-Algo completamente inesperado para mí. Está celoso de mi primer amor! Me ha dicho que no sabe por qué he de alimentarlo, de gastar dinero con él. Siempre está celoso! La semana pasada lo estuvo hasta de Kuzma.

-Claro que lo conoce. Está enterado de nuestras relaciones desde el principio. Hoy me ha insultado. Me da vergüenza repetir sus palabras. El muy imbécil! Rakitka se marchaba cuando yo he llegado. Él debe de haber sido el causante de su excitación. No lo crees también tú?

-Te ama y ha perdido el dominio de sus nervios.

-Cómo podía conservarlo sabiendo que lo van a juzgar mañana? Precisamente he ido a darle ánimos. Pues lo confieso, Aliocha, que me aterra pensar lo que mañana puede ocurrir. Dices que está nervioso. También lo estoy yo! Pensar en el polaco! Qué imbecilidad! Menos mal que Maximuchka no tiene celos!

-También mi mujer estaba celosa -observó Maximov.

ó a reír sin poder contenerse.

-Celosa de ti? Y de quién tenía celos?

-De las sirvientas.

-Calla, Maximuchka! No tengo humor para bromas. Y no mires las empanadillas: te podrían sentar mal. Mi casa se ha convertido en un hospital.

Gruchegnka dijo esto sonriendo. Maximov lloriqueó:

ás necesario que yo.

-Calla, Maximuchka! Todos somos necesarios! Pero es muy dificil saber quién lo es más y quién lo es menos. Si no existiera ese polaco...! También él dice que hoy está enfermo. He ido a visitarlo. Le mandaré empanadillas. Nunca lo había hecho, pero ya que Mitia me ha acusado de hacerlo, lo haré. Aquí viene Fenia con una carta. Será de los polacos; volverán a pedirme dinero.

Era el pan Musalowizc, en efecto, el que le escribía. En una larga y ampulosa carta le rogaba que le prestase tres rublos. Con la carta le enviaba un recibo en el que se comprometía a devolver en el plazo de tres meses la cantidad solicitada. El pan Wrublewski firmaba también. Gruchegnka había recibido ya de Musalowizc muchas cartas con reconocimientos de deuda semejante. Las peticiones habían empezado hacía dos semanas, al iniciarse la convalecencia de Gruchegnka. Ésta sabía que los dos se habían presentado en la casa para preguntar por ella durante su enfermedad. La primera carta fue escrita en una hoja de gran tamaño y en ella figuraba un sello familiar. Era larga y prolija. Gruchegnka sólo leyó la mitad y la tiró sin haberla comprendido. Acabó por reirse de estas cartas. A la primera siguió otra un día después, en la que el pan Musalowizc pedía un préstamo de dos mil rublos. Gruchegnka la dejó, como la anterior, sin respuesta. A continuación recibió una serie de misivas en las que la suma solicitada iba disminuyendo gradualmente. De cien rublos bajó a veinticinco, y de veinticinco a diez. Finalmente, Gruchegnka recibió una carta en la que los panowie mendigaban un rublo y le enviaban un recibo firmado por los dos. La joven se compadeció de pronto y, al atardecer, fue a casa de los polacos. Los encontró en la más negra miseria: hambrientos, sin fuego, sin tabaco y en deuda con la patrona. Los doscientos rublos ganados a Mitia se habían esfumado rápidamente. Sin embargo, Gruchegnka fue recibida por los ó, como es natural- con gentil arrogancia. Esto le hizo gracia. Dio diez rublos a su "ex amor" y, entre risas, se lo contó todo a Mitia, que no demostró ni sombra de celos. Desde entonces, los panowie í que, inesperadamente, Mitia se había mostrado ferozmente celoso.

Gruchegnka continuó, trivial y voluble:

"Mi polaco -le he dicho- me ha cantado, acompañándose con la guitarra, las mismas canciones que me cantaba en otro tiempo. Por lo visto, quería enternecerme." Y entonces Mitia ha empezado a insultarme... Por eso voy a mandar ahora mismo empanadillas a los polacos... Fenia, da tres rublos a la muchacha que han enviado y entrégale también una docena de empanadillas envueltas en un papel. Y tú, Aliocha, ya le contarás esto a Mitia.

-Eso nunca! -dijo Aliocha sonriendo.

ó Gruchegnka, amargada-. Se finge celoso, pero en el fondo se burla de mí.

-De modo que sus celos te parecen una ficción?

-Pues claro! Qué ingenuo eres, Aliocha! Con todo tu talento, no comprendes nada. Sus celos no me ofenderían; lo que me ofende es que no los tenga. Yo soy así. Admito los celos, porque yo misma soy celosa. Lo que me molesta es que no me ame y, sin embargo, quiera darme celos. Crees que soy ciega? No hace más que alabar a Katia en mi presencia: que si ha hecho venir de Moscú a un especialista famoso, que si ha llamado al mejor abogado de Petersburgo para que lo defienda... Estos elogios en mi presencia demuestran que la ama. Se siente culpable ante mí y se anticipa a acusarme para ocultar su culpa. "Has tenido relaciones con el polaco antes que conmigo. Por lo tanto, bien puedo tenerlas yo ahora con Katia." No es más que esto. Quiere echar toda la culpa sobre mí. Por eso me insulta. Y yo...

ó el pañuelo a los ojos y se echó a llorar.

-Pronto sabré si la quiere o no -replicó Gruchegnka con voz amenazadora.

Su rostro se transfiguró. Ante su gesto de sombría indignación, Aliocha se sintió profundamente apenado.

-No más tonterías! -exclamó Gruchegnka de pronto-. No te he hecho venir para que soportes mis lágrimas. Qué pasará mañana, mi querido Aliocha? Esto es lo que me inquieta. Estoy sola. Los demás no piensan en el juicio de Mitia: no les interesa. Pero a ti si que debe interesarte. Cuál será el resultado, Señor? El asesino es ese lacayo. Es posible que se permita condenar a Mitia, que nadie salga en su defensa? Se ha pensado en Smerdiakov?

ón de que no es el culpable. Desde que tuvo los últimos ataques está gravemente enfermo.

-Dios mío! Debes ir a ver al abogado a informarlo de todo. Creo que ha costado tres mil rublos hacerlo venir de Petersburgo.

-Sí, eso se le ha pagado. Entre Iván, Catalina Ivanovna y yo hemos reunido los tres mil rublos. Al especialista lo ha hecho venir Katia por su exclusiva cuenta, lo que le ha supuesto un gasto de dos mil rublos. El abogado, Fetiukovitch, habría pedido más si este asunto no se hubiera divulgado por toda Rusia; ha aceptado más por la gloria que por el dinero. Ayer fui a visitarlo.

-Ah!, sí? Y qué te dijo?

ó en silencio. Luego me hizo saber que ya tiene formada su propia opinión, pero me prometió que tendría en cuenta cuanto le había dicho.

ía en cuenta! Qué cretinos! Perderán a tu hermano. Para qué ha traído Katia al especialista?

-Para que intervenga como perito. Pretenden demostrar -Aliocha sonrió tristemente- que Mitia está loco y que cometió el crimen en un ataque de demencia. Pero mi hermano no aceptará esta solución.

-Eso podría admitirse si fuera él el asesino. Tu hermano estaba loco entonces, completamente loco... Y todo por culpa mía! Soy una infame!... Pero Mitia no es el asesino aunque todo el mundo lo crea. Incluso Fenia ha hecho una declaración que parece presentar a tu hermano como culpable. Y también le acusan los de la tienda, y ese funcionario, y los clientes de la taberna, que fueron los primeros en oír sus bravatas.

í -dijo Aliocha, amargado-. Las declaraciones adversas son numerosas.

ón. He ido a hablar con él, a incluso me ha insultado.

ón es la que más perjudica a mi hermano -dijo Aliocha.

-Yo creo que Mitia está verdaderamente trastornado -declaró Gruchegnka, preocupada y en un tono misterioso-. Hace tiempo que quería decirtelo, Aliocha. Voy a verlo todos los días y esto desconcertada. Dime qué te parece a ti, qué significan esas cosa raras que ahora dice y repite. Al principio creí que se trataba d algo profundo y que estaba fuera de mis alcances, pero hoy ha sido distinto: me ha hablado de un "pequeñuelo". "Por qué es pobr esa criaturita? Por ella voy a ir a Siberia. Yo no he matado a nadie pero es preciso que vaya a Siberia." A qué criaturita se refiere. Qué habrá querido decir? No he comprendido absolutament nada. Me he echado a llorar, y él ha llorado conmigo. Hemos llora do los dos, y él me ha besado y hecho sobre mí la señal de la cruz Qué significa esto, Aliocha? Quién es esa "criaturita"?

é hoy.

-El que lo trastorna no es Rakitka, sino Iván Fiodorovitch Ha ido a visitarlo y...

Gruchegnka enmudeció repentinamente. Aliocha la miró, sorprendido.

ómo? Iván va a verlo? Mitia me ha dicho que no lo ha visto ni una sola vez.

é tonta soy! -exclamó Gruchegnka, enrojeciendo-. Se me ha ido la lengua... En fin, Aliocha, ya que he empezado, te lo voy a contar todo. Iván ha ido dos veces a verle; la primera, apena volvió de Moscú, y la segunda, hace ocho días. Lo ha visitado a escondidas y ha prohibido a Mitia que te lo dijera.

Aliocha estuvo un momento pensativo. La noticia lo había impresionado profundamente.

-Iván no me ha dicho nada de Mitia. Bien es verdad que hablo poco con él. Cuando iba a verlo, tenía la impresión de que no me recibía a gusto; por eso no he ido a visitarlo desde hace tres semanas... Dices que lo ha visto hace ocho días?... Pues hace precisamente una semana que Mitia ha cambiado.

-Sí -dijo con vehemencia Gruchegnka-. Tienen un secreto Mitia me lo ha dicho. Es un secreto que lo atormenta. Antes estaba siempre contento. Ahora sigue estándolo, pero cuando empieza mover la cabeza, a ir de un lado a otro, a retorcerse el pelo de la sienes, puedo decir con toda seguridad que está agitado. Por otra parte, incluso hoy estaba a ratos contento.

á agitado?

-Sí; unas veces agitado y otras contento. Francamente, Aliocha, tu hermano me sorprende. Sabiendo lo que le espera, se echa reír a veces por cualquier minucia. Se diría que es un niño.

-De modo que te ha prohibido hablar con Iván?

-Sí, pero a quien teme Mitia es a ti. Tienen un secreto: él mismo me lo ha dicho... Aliocha, mi querido Aliocha: procura saber qué secreto es ése y ven a decirmelo, para que yo conozca mi maldita suerte. Para eso lo he llamado.

í, no te habría hablado de él.

-En resumen, tú qué opinas?

-Yo creo que todo ha terminado para mi. Tres personas se han aliado en contra de mí. Katia forma parte del complot; es el elemento principal. Mitia me previene con alusiones. Piensa abandonarme: éste es el secreto. Mis tres enemigos son Mitia, Katia a Iván Fiodorovitch. Hace ocho días, Mitia me dijo que Iván está enamorado de Katia y que por eso va con tanta frecuencia a su casa. Es esto verdad, Aliocha? Contéstame con franqueza.

án no ama a Catalina Ivanovna. Créeme; nunca te engañaré.

-Eso mismo pensé yo en seguida. Mitia miente descaradamente. Y se muestra celoso para poder acusarme cuando llegue el momento. Pero es demasiado imbécil, y también demasiado franco, para saber disimular... Me las pagará!.. "Crees que yo soy el asesino!" Hasta esto se atreve a reprocharme. Que Dios lo perdone! Esa Katia se las verá conmigo ante los jueces. Lo contaré todo! No me callaré nada!

ó a llorar.

-Lo que te puedo asegurar, Gruchegnka -dijo Aliocha levantándose-, es que Mitia te ama más que a nada en el mundo. Y te ama sólo a ti. Puedes creerme; estoy completamente seguro. Y ahora te advierto que no trataré de arrancarle su secreto, y, si él me lo revela, le diré que te he prometido ponerte al corriente a ti. En este caso, volveré hoy mismo para informarte. Me parece que Catalina Ivanovna no tiene ninguna relación con este asunto; el secreto debe de referirse a otra cosa. Ya veremos. Adiós.

ó la mano. Gruchegnka seguía llorando. Aliocha advirtió que su amiga no creía en sus palabras de consuelo, pero lo cierto era que había conseguido aliviarla con su efusiva sinceridad. Le daba pena dejarla en aquel estado, pero se le hacía tarde: tenía aún muchas cosas que hacer.

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