Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Cuarta parte. Libro XI. Iván Fiodorovitch.
Capitulo VII. Segunda entrevista con Smerdiakov

CAPITULO VII

SEGUNDA ENTREVISTA CON SMERDIAKOV

Smerdiakov había salido ya del hospital. Vivía en aquella casita de techo bajo habitada por María Kondratievna. La vivienda tenía dos habitaciones, y entre ellas un vestíbulo. María Kondratievna y su madre ocupaban una de las habitaciones, y la otra Smerdiakov. Nadie sabía exactamente con qué títulos habitaba el epiléptico en aquella casa. Al fin se supuso que era el prometido de María Kondratievna y que no pagaba alquiler alguno. Tanto la madre como la hija le tenían gran afecto y lo consideraban superior a ellas.

án, siguiendo las indicaciones de María Kondratievna, se dirigió a la habitación de la izquierda, que era la ocupada por Smerdiakov. Una estufa de barro despedía un calor sofocante. Las paredes estaban cubiertas de un papel azul lleno de desgarrones y bajo el cual corrían las cucarachas con un rumoreo continuo. El mobiliario era muy simple: dos bancos a ras de las paredes y dos sillas junto a la mesa, sencilla y cubierta por un mantel rameado de color de rosa. Geranios en las ventanas: en un rincón, imágenes santas. En la mesa había un abollado samovar de cobre, una bandeja y dos tazas. El samovar estaba apagado; Smerdiakov se había tomado ya el té. Estaba sentado en un banco, escribiendo en un cuaderno. A su lado había un frasquito de tinta y una bujía en un candelero de metal. Al ver a Smerdiakov, Iván tuvo la impresión de que estaba completamente restablecido. Tenía la cara más llena y más lozana; el cabello, lustroso y bien peinado. Llevaba una bata de vivos colores, acolchada y no muy vieja. Usaba lentes, y este detalle irritó a Iván Fiodorovitch, que lo ignoraba. "Llevar lentes ese desgraciado!"

ó la cabeza, miró al visitante y se quitó los lentes. Después se puso en pie sin apresurarse, menos por respeto que por observar las reglas de la urbanidad. Iván advirtió al punto estos detalles y, sobre todo, la hostilidad y altivez que había en su mirada. "A qué vienes? -parecía decir-. Tú y yo ya nos pusimos de acuerdo." Iván Fiodorovitch apenas podía contenerse.

é calor hace aquí! -dijo desabrochándose el abrigo.

-Quíteselo -sugirió Smerdiakov.

án Fiodorovitch se lo quitó. Después, con manos temblorosas, retiró un poco una de las sillas que había junto a la mesa y se sentó. Smerdiakov había ocupado ya su asiento.

án-. Pueden oirnos?

á visto usted que entre esta habitación y la otra hay un vestíbulo.

-Bien, escucha. Cuando me despedí de ti en el hospital, me dijiste que si yo no hablaba de tu habilidad para fingir ataques, tú no explicarías nuestra conversación en el portal. Qué querias decir? Era una amenaza? Crees que existe un pacto entre nosotros? Supones acaso que te temo?

án Fiodorovitch hablaba con indignación. Daba a entender claramente que detestaba los subterfugios y que le gustaba el juego limpio. Por la mirada de Smerdiakov pasó una nube maligna. Su ojo izquierdo empezó a parpadear nerviosamente. Parecía decirse: "Quieres que hablemos claro? Pues te voy a complacer."

-Lo que entonces quise decir fue que usted, aun previendo el asesinato de su padre, se marchó, dejándolo sin defensa. Y le prometí callar para evitar juicios desfavorables sobre sus sentimientos... y sobre otras cosas.

Smerdiakov pronunció estas palabras sin precipitarse, en el tono del que es dueño de sí mismo, pero también con provocativa aspereza. Luego se quedó mirando a Iván Fiodorovitch con insolencia.

é dices? Estás en tu juicio?

í, por completo.

-De modo que, según tú, yo sabía que se iba a asesinar a mi padre? -exclamó Iván dando un formidable puñetazo sobre la mesa-. Qué significa eso de "sobre otras cosas"? Habla, miserable!

ó. Seguía mirando a Iván con insolencia.

-Qué otras cosas son ésas, canalla?

án Fiodorovitch se levantó y lanzó su puño con violencia contra un hombro de Smerdiakov. Este retrocedió hasta la pared tambaleándose, mientras las lágrimas bañaban su rostro.

-Eso no está bien, señor! Agredir a. un hombre que no puede defenderse!

Se cubrió el rostro con su sucio pañuelo a cuadros y empezó a sollozar.

án volviendo a sentarse-. Deja ya de llorar y no me saques de quicio!

ó el pañuelo de sus ojos. Su rígido semblante expresaba un profundo rencor.

-De modo, miserable, que tú crees que yo deseaba ponerme de acuerdo con Dmitri para matar a mi padre?

ía lo que usted pensaba, y precisamente para sondearlo me detuve a hablar con usted.

é pretendías averiguar?

-Sus intenciones respecto a su padre, es decir, si usted deseaba su inmediata muerte.

ás irritaba a Iván Fiodorovitch era el tono impertinente de Smerdiakov.

-Fuiste tú quien lo mató! -exclamó de pronto.

ó desdeñosamente.

ña que un hombre inteligente como usted insista en semejante acusación.

-Por qué sospechaste de mí?

ía sondearlo a usted para saber si estaba de acuerdo con su hermano, ya que entonces me quedaría sin protección.

ías no hablabas así.

-Pero le di a entender lo mismo con medias palabras, creyendo que usted prefería esto a que habláramos francamente.

-Es el colmo!... Insisto en que me aclares una cosa: cómo pudo tu alma vil concebir esas innobles sospechas?

ía desear que otro lo hiciera.

é aplomo hablas! Pero por qué había de sentir yo ese deseo?

-Cómo que por qué? -exclamó Smerdiakov pérfidamente-. Por la herencia. La muerte de su padre suponía para cada uno de ustedes cuarenta mil rublos o más. En cambio, si daban tiempo a que Fiodor Pavlovitch se casara con Agrafena Alejandrovna, ésta, que no tiene un pelo de tonta, se habría apresurado a poner el dinero de su padre a su nombre, y no habría quedado nada para ustedes tres. Esto estuvo a punto de ocurrir. Habría bastado una palabra de Agrafena Alejandrovna para que Fiodor Pavlovitch la hubiese llevado al altar.

án Fiodorovitch tenía que hacer grandes esfuerzos para contenerse.

-Bien -dijo al fin-. Como ves, ni te he pegado ni te he matado. Por lo tanto, puedes continuar. De modo que, según tú, yo contaba con mi hermano Dmitri y le había encargado ese trabajo?

í. Al ser un asesino, perdería todo sus derechos, se le degradaría y se le deportaría. Entonces su hermano Alexei Fiodorovitch y usted heredarían su parte, y ya no serían cuarenta mil rublos, sino sesenta mil, lo que les tocaría a cada uno. Es, pues, muy natural que usted pensara en Dmitri Fiodorovitch.

é cómo puedo contenerme! Óyeme, cretino: si yo hubiese tenido que contar con alguien, habría contado contigo, no con Dmitri. Y lo juro que presentí que cometerías alguna infamia: recuerdo que tuve esta impresión.

-También yo pensé que usted contaba conmigo -dijo irónicamente Smerdiakov-. O sea que cada vez se desenmascara usted más. Pues si usted se marchó a pesar de tener este presentimiento, esto equivalía a decir: "Puedes matar a mi padre: no me opongo."

-Miserable! Eso creíste?

ía marcharse a Moscú, y, a pesar de los ruegos de su padre, se negaba a ir a Tchermachnia. Pero de pronto, accediendo a mis ruegos, decide ir a ese lugar cercano. Para proceder de este modo era necesario que esperase usted algo de mí.

-Eso no! Lo juro! -gritó lván, rechinando los dientes.

ómo que eso no? Usted era el hijo del dueño de la casa. En vez de atender a mis ruegos, debió entregarme a la policía, hacerme azotar o pegarme usted mismo en el acto. Pero usted ni siquiera se enfadó. Y se marchó, en vez de quedarse para defender a su padre. Qué podía yo deducir de este proceder?

án tenía el semblante sombrío y los puños crispados sobre las rodillas.

ía, pues no me habrían creido sin pruebas. Pero fue un error no molerte a golpes; aunque esté prohibido que uno se tome la justicia por su mano, debí hacerte trizas la cara.

Smerdiakov le observó con visible deleite.

ón y en un tono doctoral, como cuando hablaba de cuestiones religiosas con Grigori Vasilievitch-, tomarse la justicia por las propias manos está vedado por la ley. Sí, se han terminado estas brutalidades. Pero en los casos excepcionales, no sólo en nuestro país, sino en todo el mundo, incluso en la República Francesa, se siguen empleando los puños, como en los tiempos de Adán y Eva. Y siempre será así. Pero usted, ni siquiera en uno de estos casos excepcionales se atrevió a hacer use de la acción directa.

í? -preguntó Iván señalando el cuaderno que estaba sobre la mesa.

é no? Estoy completando mi instrución. Pienso que tal vez tenga que visitar algún día los hermosos países de Europa.

án, temblando de cólera-, me tienen sin cuidado tus acusaciones. Declara contra mí todo lo que quieras. Si no te he dado ya una paliza es porque sospecho que eres un asesino y voy a entregarte a la justicia. Lo haré cuando consiga desenmascararte.

á mejor para usted callarse. Qué puede usted decir contra un inocente? Y quién lo creería? Además, si usted me acusa, yo lo contaré todo. Tengo que defenderme.

-Crees acaso que te temo?

úblico si que me creerá, y esto no será nada agradable para usted.

-Ahora comprendo por qué dijiste que da gusto hablar con un hombre inteligente -dijo Iván, apretando las mandíbulas.

í, y usted debe demostrar su inteligencia.

án Fiodorovitch se levantó temblando de indignación, se puso el abrigo y, sin contestar a Smerdiakov, sin ni siquiera mirarlo, salió a toda prisa de la casa. El aire fresco de la noche lo despejó. Brillaba la luna. Las ideas y las sensaciones hervían en él. "Debo ir a denunciar a Smerdiakov? Para qué, si es inocente? Si lo hiciera, sería él quien me acusaría a mi. Cómo justificar mi viaje a Tchermachnia? Sin duda tiene razón: yo esperaba algo." Por enésima vez se acordó de que la última noche que pasó en casa de su padre salió a la escalera para acechar, y esto le produjo una sensación tan dolorosa, que se detuvo en seco, como paralizado por una puñalada. "Sí, yo esperaba que ocurriera lo que ocurrió. Ésta es la verdad! Yo deseaba que se cometiera el asesinato!... Bueno, no sé lo que deseaba... Es preciso que mate a Smerdiakov! Si no tengo valor para hacerlo, no merezco vivir!"

án se fue derecho a casa de Catalina Ivanovna, que se asustó al ver su trastornado semblante. Iván le refirió, palabra por palabra, toda su conversación con Smerdiakov. Aunque Katia trataba de calmarlo, él iba y venía por la habitación, murmurando palabras incoherentes. Al fin se sentó, apoyó los codos en la mesa y la cabeza en las manos a hizo esta extraña reflexión:

ómplice, puesto que lo impulsé a cometer el crimen. Pero lo impulsé verdaderamente? No lo sé todavía... Sin embargo, si es él el culpable y no Dmitri, también yo soy un asesino.

ír estas palabras, Catalina Ivanovna se levantó en silencio, se dirigió a su escritorio y sacó de una arquilla un papel que colocó ante Iván. Era la carta de que éste había hablado a Aliocha, diciéndole que era una prueba decisiva contra Dmitri. Mitia la había escrito en estado de embriaguez la tarde en que se encontró con Aliocha, cuando éste volvía del monasterio después de la escena en que Gruchegnka había insultado a su rival. Apenas se separó de Aliocha, Mitia corrió a casa de Gruchegnka. Ignoramos si la vio, pero lo cierto es que terminó la velada en la taberna "La Capital", donde bebió hasta emborracharse. En este estado, pidió pluma y papel y escribió una carta prolija, incoherente, digna de un borracho. Era como el hombre que llega a su casa cargado de alcohol y empieza a contar a su mujer y a cuantos la rodean que se ha encontrado con un canalla que le ha insultado, a él que es tan correcto, y que el atrevido sujeto se las pagará. El bebedor no cesa de hablar, reforzando su incoherente discurso con una serie de puñetazos en la mesa y llorando de emoción.

El papel de cartas que dieron a Mitia en la taberna era una hoja áspera y sucia, con operaciones aritméticas en el dorso. Como no tenía espacio suficiente para su palabrería de borracho, Mitia había tenido que llenar los márgenes y escribir las últimas líneas cruzadas sobre el texto. He aquí lo que decía la carta:

ñana tendré dinero y te devolveré los tres mil rublos que te debo. Adiós, mujer iracunda. Y otro adiós para mi amor. Hemos terminado! Mañana pediré dinero a todo el mundo. Y si nadie me lo da, palabra de honor que iré en busca de mi padre, le abriré la cabeza y le quitaré el dinero que tiene escondido debajo de la almohada. Así lo haré si Iván ha salido de viaje. Iré a presidio, pero te devolveré tus tres mil rublos! Adiós! Me inclino ante ti hasta besar el suelo. Soy un miserable. Perdóname. Pero no, no me perdones. Si no me perdonas, viviremos más a gusto los dos. Prefiero el presidio a tu amor, pues amo a otra. La has conocido hoy. No, no puedes perdonarme. Mataré al que me ha robado! Os dejaré a todos para irme a Oriente. No quiero ver a nadie, ni siquiera a ella, pues no eres tú sola la que me hace sufrir. Adiós!

P. D. - Te maldigo, pero te adoro. Siento latir mi corazón. En él queda una cuerda que vibra por ti. Ah, que estalle cuanto antes! Me mataré, pero antes mataré al monstruo. Le quitaré los tres mil rublos y te los devolveré. Me podrás mirar como a un miserable, pero no como a un ladrón. Te daré los tres mil rublos. Están en casa de ese maldito perro. Los tiene debajo de! colchón, atados con una cinta de color de rosa. No se me podrá acusar de ladrón, pees mataré at hombre que me ha robado. No me desprecies, Katia: Dmitri será un asesino, pero no un ladrón. Dmitri matará a su padre y se perderá porque no puede soportar tu altivez. Y para no tener que amarte.

ós!

P. D. - Katia, pide a Dios que alguien me dé el dinero. Si me lo dan, no tendré que derramar sangre. Si no me lo dan, la derramaré.

és de haber leído esta carta, Iván quedó convencido de que había sido su hermano y no Smerdiakov el que había cometido el crimen. Y si no había sido Smerdiakov, tampoco había sido él. Iván vio en este documento una prueba irrefutable: ya no tenía la menor duda de que el asesino había sido Mitia. Y como no podía admitir la complicidad entre Dmitri y Smerdiakov, ya que no estaba de acuerdo con los hechos, su tranquilidad fue completa. Al día siguiente, el recuerdo de Smerdiakov y sus ironías le producía un profundo desprecio. Transcurridos varios días, incluso se extrañó de haberse sentido tan mortificado por las sospechas del epiléptico. Y decidió no volver a pensar en él.

í pasó un mes. Entonces Iván se enteró de que Smerdiakov estaba enfermo de cuerpo y de espíritu.

á loco -había dicho el doctor Varvinski.

En los últimos días de aquel mes, Iván se sintió también muy mal y consultó al médico que Catalina Ivanovna había traído de Moscú. Las relaciones entre Katia a Iván se habían agriado extraordinariamente. Eran como dos enemigos enamorados el uno del otro. Los " retornos" de Catalina Ivanovna a Mitia, pasajeros pero violentos, exasperaban a Iván. Aunque parezca extraño, Iván no había oído durante todo el mes una palabra de duda en labios de Catalina Ivanovna respecto a la culpabilidad de Mitia, a pesar de aquellos "retornos" que tanto le mortificaban. Estas dudas sólo las había expresado en la última escena que ambos tuvieron con Aliocha cuando éste regresaba de su visita a la cárcel. Otro detalle curioso era que Iván, cuyo odio hacia Mitia crecía sin cesar, se daba perfecta cuenta de que detestaba a su hermano no por los "retornos" de Catalina Ivanovna, sino por haber matado a su padre.

ías antes del juicio había ido a visitar a Mitia y le había propuesto un plan de evasión evidentemente estudiado hacía mucho tiempo. Este proceder se debía en parte al deseo de desmentir la insinuación de Smerdiakov de que él, Iván, tenía interés en que condenaran a su hermano, ya que así su parte en la herencia, lo mismo que la de Aliocha, aumentaría en veinte mil rublos. Y había decidido gastar treinta mil para facilitar la huida de Dmitri. Tras su visita a la cárcel, Iván estaba triste y amargado. Tuvo la súbita impresión de que no deseaba la evasión de Mitia solamente para salir al paso de la acusación de Smerdiakov. "Será también -se preguntó- porque, en el fondo, soy un asesino?" Se sentía vagamente inquieto y amargado. Durante aquel mes, su orgullo había recibido fuertes embates... Pero ya hablaremos de esto.

Cuando Iván Fiodorovitch, después de su conversación con Aliocha y ya a la puerta de su casa, decidió de pronto ir a ver a Smerdiakov por tercera vez, obedeció a una indignación repentina. Se acababa de acordar de que Catalina Ivanovna había exclamado en presencia de Aliocha: "Tú me has convencido de que el asesino es Mitia!" Al recordar esto, Iván se quedó petrificado. No sólo no había dicho jamás a Catalina Ivanovna que el culpable era Mitia, sino que se había acusado a si mismo en presencia de ella al volver de casa de Smerdiakov. Y había sido ella la que le habla demostrado a él la culpabilidad de Mitia poniendo ante sus ojos la carta comprometedora. Luego Katia dijo que había ido a visitar a Smerdiakov. Cuándo? Iván no sabía nada de esta visita, que demostraba que la convicción de Catalina Ivanovna no era muy firme. Qué le habría dicho Smerdiakov? Iván tuvo un arrebato de ira. No comprendia cómo, hacia media hora, había podido oír las palabras de Katia sin replicar violentamente. Soltó el cordón de la campanilla y se dirigió a casa de Smerdiakov.

"Esta vez puedo llegar incluso a matarlo!", se iba diciendo por el camino.