Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Cuarta parte. Libro XI. Iván Fiodorovitch.
Capítulo VIIIi. Tercera y última entrevista con Smerdiakov

CAPÍTULO VIII

TERCERA Y ÚLTIMA ENTREVISTA CON SMERDIAKOV

Se levantó un fuerte viento, idéntico al que había soplado por la mañana, acompañado de una nevada fina, abundante y seca. La nieve caía sin adherirse al suelo, el viento la arremolinaba; pronto se desencadenó una verdadera tormenta. En la parte de la ciudad donde habitaba Smerdiakov apenas había faroles. Iván avanzaba en la oscuridad, guiándose por el instinto. Le dolía la cabeza, las sienes le latían, su pulso se había acelerado. Poco antes de llegar a la casita de María Kondratievna se encontró con un borracho que llevaba un caftán remendado. Iba haciendo eses y lanzando juramentos. A veces dejaba de vociferar para cantar con voz ronca:

-Para Piter ha partido Vanka;
é.

Invariablemente, después del segundo verso interrumpía el canto y reanudaba las invectivas. Poco después, Iván Fiodorovitch sintió, sin saber por qué, un odio profundo hacia aquel hombre. Se dio cuenta de ello de pronto. Inmediatamente le asaltó un deseo irresistible de golpearlo. Precisamente en ese momento estaban el uno al lado del otro. El borracho, en uno de sus vaivenes, tropezó violentamente con Iván, y éste respondió con un furioso empujón. El del caftán cayó de espaldas sobre la helada tierra, donde, tras proferir un gemido, quedó mudo, inmóvil, inconsciente. "Se helará!", pensó Iván mientras reanudaba su camino.

Acudió a abrirle María Kondratievna con una bujía en la mano. Ya en el vestíbulo, María le dijo en voz baja que Pavel Fiodorovitch -es decir, Smerdiakov- estaba muy enfermo. Incluso había rechazado el té.

-Supongo que no cesará de vociferar -dijo Iván.

-Al contrario: nunca ha estado más tranquilo. No le entretenga demasiado.

án entró en la habitación.

Estaba tan caldeada como de costumbre, pero se observaban en ella algunos cambios: uno de los bancos había sido sustituido por un gran canapé de imitación a caoba, guarnecido de cuero y convertido en cama, con almohadas perfectamente limpias. Smerdiakov, vestido con su vieja bata, estaba sentado en el canapé, ante la mesa, trasladada allí. Estos cambios habían reducido el espacio libre. Sobre la mesa se veía un gran libro de tapas amarillas. Smerdiakov recibió a Iván con una mirada larga y silenciosa y no demostró la menor sorpresa al verlo. También su aspecto había cambiado, y mucho: tenía el rostro pálido y enjuto; los ojos, hundidos; los párpados inferiores, amoratados.

-Estás verdaderamente enfermo? -inquirió Iván Fiodorovitch-. No te molestaré mucho tiempo. Ni siquiera me quito el ábrigo. Dónde puedo sentarme?

Acercó una silla a la mesa y se sentó.

-Por qué estás tan callado? Sólo tengo que hacerte una pregunta. Pero te advierto que no me marcharé sin que me contestes. Ha venido a verte Catalina Ivanovna?

ó con un ademán indolente y volvió la cabeza.

-Qué quieres decir?

-Nada.

-Cómo que nada?

-Bueno, pues sí: Catalina Ivanovna ha venido a verme! Y qué? Déjeme en paz!

ándo vino?

-No me acuerdo.

ñosa. De pronto, ahora. se encaró con Iván y le dirigió una mirada cargada de odio, como la que le había dirigido hacia un mes.

-También usted está muy enfermo -dijo-. Tiene la cara chupada, y su aspecto es el de un hombre agotado.

-No te preocupes por mi salud y responde a mi pregunta.

Tuvo una risita sarcástica. Iván exclamó, irritado:

-Ya lo he dicho que no me marcharé sin una respuesta!

-No comprendo su insistencia -dijo Smerdiakov-. Por qué se obstina en torturarme?

-Lo que a ti te ocurra no me importa lo más mínimo! Contesta a mi pregunta y me voy.

-Te advierto que te obligaré a contestar.

-Por qué está tan inquieto? -preguntó Smerdiakov, mirando a Iván con más contrariedad que desdén-. Porque mañana se verá la causa contra su hermano? Esto no significa ninguna amenaza contra usted. De modo que cálmese. Váyase usted a su casa y duerma tranquilo. No tiene nada que temer.

-No te comprendo -dijo Iván, sorprendido y repentinamente aterrado-. Por qué he de temer al juicio de mañana?

Smerdiakov lo miró de pies a cabeza.

á fingiendo!

Iván lo miró en silencio. La arrogancia con que le hablaba su antiguo criado era algo inaudito.

-Le repito que no tiene nada que temer. No hay pruebas y no declararé contra usted... Sus manos tiemblan. Por qué? Vuelva a su casa. Usted no es el asesino.

Iván se estremeció y se acordó de Aliocha.

-Ya sé que no lo soy -murmuró.

Iván se levantó y cogió a Smerdiakov por un hombro.

-Habla, víbora! Dilo todo!

Smerdiakov no se asustó lo más mínimo, sino que miró a Iván con un odio feroz.

é -repuso, furioso-. Usted mató a Fiodor Pavlovitch.

án volvió a sentarse y quedó pensativo. Al fin, tuvo una sonrisa maligna.

-Es el mismo cuento que la otra vez?

-Sí, y usted lo comprendió entonces, como lo comprende ahora.

-Lo único que comprendo es que estás loco.

-Aquí estamos solos usted y yo. Para qué fingir? Para qué tratar de engañarnos? Pretende usted cargarme a mí toda la culpa? Usted fue el autor del crimen, el principal culpable. Yo no fui más que su auxiliar, su dócil instrumento. Usted sugirió y yo cumplí.

ú el asesino!,..

Sintió como un estallido en la cabeza; le pareció que una corriente helada recorría todo su cuerpo. Smerdiakov lo contemplaba asombrado, impresionado por el efecto, evidentemente real, que habían producido en Iván sus palabras.

-De modo que no lo sabía? -preguntó, receloso.

Iván lo seguía mirando fijamente. Parecía haber perdido el don de la palabra. De pronto, le pareció oír:

Para Piter ha partido Vanka;
é.

-Sabes que te temo como a un fantasma? -murmuró.

-Aquí no hay más fantasmas que usted, yo y... un tercero. Un tercero que sin duda está presente ahora.

-Cómo? Un tercer fantasma? -exclamó Iván, aterrado, mirando en todas direcciones.

-El tercer fantasma es Dios, la Providencia. Está aquí. Pero es inútil que lo busque: no lo encontrará.

ó Iván-. Tú no eres el asesino! Estás loco o te complaces en irritarme, como la otra vez!

Smerdiakov no experimentaba terror alguno: se limitaba a observar a su interlocutor atentamente; con visible desconfianza. Creía que Iván lo sabía todo y fingía ignorarlo, con objeto de que toda la culpa recayera sobre él.

-Espere un momento -dijo al fin, en voz baja.

Sacó la pierna de debajo de la cama y se subió el pantalón. Llevaba medias blancas y zapatillas. Con toda la parsimonia, se quitó las ligas a introdujo la mano en la media. Iván Fiodorovitch tuvo un repentino estremecimiento de pánico.

-Estás loco! -gritó.

ándose de un salto, retrocedió hasta tropezar con la pared, donde se quedó como clavado en el suelo, mirando fijamente a Smerdiakov. Éste, sin inmutarse, siguió rebuscando en su media. Al fin, Iván le vio sacar un paquete que depositó en la mesa.

í tiene -dijo en voz baja.

-Qué es eso?

-Mírelo.

Iván se acercó a la mesa y empezó a deshacer el paquete. De pronto, retiró las manos como si hubiera tocado un reptil repugnante y temible.

Y él mismo deshizo el envoltorio. Entonces aparecieron tres fajos de billetes de cien rublos.

-Están los tres mil rublos; no hace falta contarlos.

Y añadió, señalando los billetes:

-Tome los que quiera.

án se dejó caer en la silla. Estaba blanco como un cadáver.

-Me has asustado cuando has empezado a buscar en tu media -dijo con una extraña sonrisa.

-De veras no lo sabía usted?

-De veras. Yo creía que había sido Dmitri..., mi hermano, mi hermano!

Ocultó la cara entre las manos y añadió:

ólo tú? No te ayudó mi hermano?

-Lo hice sólo con usted. Dmitri Fiodorovitch es inocente.

-Bien bien; en seguida hablaremos de mí... No sé por qué tiemblo. Ni siquiera puedo articular las palabras.

-Antes era usted un hombre audaz. "Todo está permitido", decía. Y ahora tiembla de miedo. Quiere una limonada? La voy a pedir. Pero antes tendremos que ocultar esto.

Se refería a los billetes. Se acercó a la puerta, llamó a María Kondratievna y le dijo que trajera limonada. Luego trató de esconder el dinero. Empezó por sacar el pañuelo, pero, al observar lo sucio que estaba, cogió el gran libro de tapas amarillas que Iván había visto al entrar en la habitación y que se titulaba y lo puso sobre los billetes.

-No quiero limonada -dijo Iván-. Siéntate y habla. Cómo lo hiciste? Cuéntamelo todo.

á bañado en sudor.

Iván Fiodorovitch se quitó el abrigo y, sin levantarse de su asiento, lo arrojó al banco.

Se había serenado. Estaba seguro de que Smerdiakov se lo iba a contar todo.

-Que cómo lo hice? -dijo Smerdiakov, con un suspiro-. Del modo más natural. Según sus propias palabras...

-Ya hablaremos de mis palabras -le atajó Iván, pero esta vez sin irritarse, como si fuera enteramente dueño de sí mismo-. Ahora limítate a referir, con todo detalle y en orden, cómo cometiste el crimen. No olvides los detalles, te lo ruego.

-Usted había salido de viaje. Yo me desplomé en la bodega.

-Lo fingí. Bajé tranquilamente la escalera, me tendí en el suelo y empecé a gritar. Y, mientras me llevaban en brazos, simulé algunas convulsiones.

-También fingías en el hospital?

-No. A la mañana siguiente, cuando estaba todavía en casa, tuve un verdadero ataque, el más fuerte que he sufrido desde hace años. Estuve dos días sin conocimiento.

-Bien. Continúa.

ón y me acostaron en un catre detrás del tabique, cosa que yo esperaba, pues siempre que estaba enfermo, Marta Ignatievna me llevaba allí. Desde que nací ha sido buena conmigo. Durante la noche proferí leves gemidos de vez en cuando. Esperaba que llegase Dmitri Fiodorovitch.

-Esperabas que fuera a verte?

-No, esperaba que fuera a la casa; estaba seguro de que iría aquella misma noche, ya que no sabía nada de mí. Y tendría que entrar escalando la tapia.

-Y si no hubiera ido?

-Entonces no habría ocurrido nada, porque yo nada habría hecho sin él.

ún detalle.

-Yo estaba seguro de que su hermano mataría a Fiodor Paviovitch, pues lo había preparado para hacerlo, y, esto sobre todo, conocía la contraseña para que Fiodor Pavlovitch le abriese la puerta. Dado su carácter desconfiado y arrebatado, no cabía duda de que entraría en la casa. Yo contaba con ello.

-Un momento. Si él hubiera matado a mi padre, se habría apoderado del dinero, cosa que sin duda comprendiste tú. O sea, que no habrías obtenido ningún beneficio... No veo esto claro.

-Dmitri Fiodorovitch no podía encontrar el dinero. Yo le dije que estaba debajo del colchón y no era verdad. Primero estaba en una arquilla. Después dije a Fiodor Pavlovitch que lo escondiera detrás de los iconos, donde a nadie se le ocurriría buscarlo, y menos en un momento de prisa. Su padre no se fiaba de nadie más que de mí, y me hizo caso porque la idea le gustó. Guardar el dinero en una cajita, cerrar ésta con llave y esconderla debajo del colchón, habría sido una vulgar estupidez; pero precisamente por ser vulgar y estúpido lo ha creído todo el mundo. Una vez cometido el asesinato, Dmitri Fiodorovitch habría huido al menor indicio de alarma, como hacen todos los asesinos, o lo habrían sorprendido y apresado. Y yo habría podido ir al día siguiente, o aquella misma noche, a coger el dinero. El robo se habría achacado al asesino.

-Pero, y si Dmitri lo hubiera herido únicamente?

ía apoderado del dinero. Pero yo contaba con que Dmitri Fiodorovitch golpearía a la víctima hasta dejarla sin conocimiento. Y en este caso podía llevarme los billetes y decir después a Fiodor PavIovitch que el ladrón había sido el mismo que le había golpeado.

-Escucha, hay algo que no entiendo. Es Dmitrí el asesino y tú solamente el ladrón?

ía achacarle el crimen, puesto que usted me ha demostrado que no sabe la verdad, aunque se empeña en cargar toda la culpa sobre mí; pero no quiero mentir. No mentiré, porque el culpable es usted. Usted sabía que se iba a cometer el crimen; es más, usted me encargó de su ejecución, y, sin embargo, usted se fue de viaje. Estoy dispuesto a demostrarle que el asesino principal, el único, fue usted y no yo, aunque fui yo el que mató a su padre. En justicia, el asesino es usted.

-Por qué? Por qué soy el asesino? -no pudo menos de exclamar Iván Fiodorovitch, olvidando su resolución de no hablar de sí mismo hasta el final de la disputa-. Lo dices porque me marché a Tchermachnia? Alto! Interpretaste mi viaje como un consentimiento. Pero, quieres decirme para qué necesitabas mi consentimiento? Qué explicación tiene esto?

-Contando con su consentimiento, yo sabía que usted, cuando regresara, no armaría ruido sobre la desaparición de los tres mil rubios, si la justicia sospechaba de mí y no de Dmitri Fiodorovitch, o me creía cómplice de él. Por el contrario, usted habría salido en mi defensa. Además, podría darme una buena recompensa por haber heredado gracias a mí, ya que si su padre se hubiera casado con Agrafena Alejandrovna, usted se habría quedado sin nada.

ósito era tenerme atormentado toda la vida? -exclamó Iván con los dientes apretados-. Y si yo, en vez de marcharme, te hubiera denunciado?

é habría podido usted decir: que yo le había aconsejado que fuera a Tchermachnia? Vaya acusación! Por otra parte, si usted no se hubiera marchado, no habría ocurrido nada: yo lo habría interpretado como una negativa y no habría hecho lo que hice. Pero se marchó, y entonces me convencí de que no me denunciaría y cerraría los ojos ante la desaparición de los tres mil rublos. Además, usted no habría podido perseguirme, pues ya habría dicho a los jueces, no que había cometido el crimen y el robo, sino que usted me había invitado a cometerlos y yo me había negado. Usted, falto de pruebas, no habría podido hacerme ningún mal. En cambio, yo habría revelado la avidez con que usted deseaba la muerte de su padre, y no le quepa duda de que todo el mundo me habría creído.

-De modo que, según tú, yo deseaba la muerte de mi padre? -Sí, y su silencio me autorizaba a obrar.

Smerdiakov estaba muy débil; apenas tenía fuerzas para hablar. Pero una energía interior lo galvanizaba. Iván presentía que abrigaba algún propósito oculto.

-Continúa.

úo. Cuando ya me habían acostado, oí gritar a su padre. Grigori había salido hacía un momento y, de pronto, empezó a dar voces. Después volvió a reinar la calma. Esperé inmóvil. El corazón me latía violentamente. Al fin, no me pude contener; me levanté y salí del pabellón. Vi a la izquierda la ventana de Fiodor Pavlovitch, que estaba abierta, me acerqué a escuchar y oí a su padre suspirar y moverse. "Está vivo", me dije... Me acerco a la ventana y lo llamo. "Soy yo." Él me responde: "Dmitri ha venido y ha matado a Grigori!" Le pregunto dónde y me señala un rincón del jardín. "Voy a buscarlo. Ya vuelvo", le digo. Voy a explorar el rincón y, cerca de la tapia, tropiezo con el cuerpo de Grigori. Está cubierto de sangre a inconsciente. Entonces me digo que es verdad que nos ha visitado Dmitri Fiodorovitch, y resuelvo terminar cuanto antes. Grigori no verá nada aunque viva, ya que está sin conocimiento. El único peligro era que Marta Ignatievna se despertase. Me pareció oírla, pero me sentía tan frenético, que apenas podía respirar. Volví a la ventana.

"-Agrafena Alejandrovna está allí y quiere entrar.

"Fiodor Pavlovitch se estremeció.

"-Dónde?

"No me creía. Lanzó un suspiro.

"Allí -repetí-. Abra la puerta!

"El viejo miraba por la ventana, indeciso, sin atreverse a abrir.

" "Malo! -me dije- Me teme."

"Entonces se me ocurrió dar la señal de la llegada de Gruchegnka. Su padre no me creía, pero cuando oyó los golpes que di en la ventana, ante sus propios ojos, corrió a abrir la puerta.

"Yo intenté entrar, pero él me cortaba el paso. -Dónde está, dónde está?

"Me miraba atemorizado. Su miedo hacia mi me inquietaba. Las piernas apenas podían sostenerme. Temia que no me dejara entrar, que empezara de pronto a dar gritos o que se presentase Marta Ignatievna. No recuerdo bien aquellos instantes, pero tengo la seguridad de que estaba muy pálido. Murmuré:

"-Gruchegnka está allí, bajo la ventana. Cómo es posible que no la haya visto?

"-Tráela, tráela aquí!

"-Tiene miedo. Sus gritos la han asustado. Está escondida en un macizo. Llámela usted mismo desde su habitación.

"Corrió a su cuarto y acercó la bujía a la ventana.

"-Gruchegnka, Gruchegnka! Estás ahí?

"No quería asomarse, temía darme la espalda.

"-Está ahí -le dije-, en el macizo. Le sonrie. No la ve usted?

"Me creyó de pronto y empezó a temblar de emoción. Sacó todo el busto por la ventana para mirar. Yo cogí entonces el pisapapeles de metal que tenía en su mesa. Ya lo conoce usted; pesa sus buenas tres libras. Lo cogí y, poniéndolo de canto, le di un golpe en la cabeza con todas mis fuerzas. Cayó fulminado, sin un grito. Le di dos golpes más y noté que tenía el cráneo destrozado. Había caído boca arriba. Estaba bañado en sangre. Inspeccioné mis ropas y vi que no tenía ni una salpicadura. Limpié el pisapapeles y lo volví a poner en su sitio. Después cogí el sobre que estaba detrás de los iconos, saqué el dinero y arrojé al suelo el sobre y la cinta de color de rosa. Salí al jardín, temblando, y me fui derecho al manzano de tronco vacío que usted ya conoce. Yo había guardado allí un trozo de papel y una tira de tela. Empaqueté los billetes y puse el envoltorio en la cavidad. Allí estuvo quince días, hasta que salí del hospital. Una vez escondido el paquete, volví al pabellón y me acosté. Pensé, aterrado: "Si Grigori está muerto, puedo verme en un compromiso. Si vuelve en si, podrá favorecerme atestiguando que ha estado aquí Dmitri Fiodorovitch y afirmando que ha sido él el autor del crimen y del robo." Tan inquieto me sentía, que empecé a gemir para despertar a Marta Ignatievna. Marta se levantó al fin, vino a ver qué me ocurría y, al advertir la ausencia de Grigori, fue a buscarlo al jardín. Al oírla gritar, recobré la calma.

Smerdiakov enmudeció. Iván lo había escuchado sin decir palabra, sin hacer el menor movimiento, sin apartar de él la vista. Smerdiakov miraba a Iván de vez en cuando, pero no de frente, sino de reojo. Al terminar su relato, estaba emocionado, respiraba con dificultad y tenía el rostro cubierto de sudor. No era posible deducir si sentía remordimiento.

é me dices de la puerta? -preguntó Iván Fiodorovitch tras reflexionar un momento-. Si mi padre la abrió cuando tú se lo dijiste, cómo es posible que Grigori la viera abierta antes?

Iván hizo estas preguntas con toda calma. Si alguien los hubiera estado observando desde el umbral en aquel momento, habría creído que charlaban tranquilamente de cosas sin importancia.

-Grigori dice que vio la puerta abierta -respondió Smerdiakov con una sonrisa-, pero no la pudo ver: fue sencillamente una alucinación. Es un hombre obstinado. Creyó ver la puerta abierta y nadie conseguirá sacarlo de ahí. Fue una suerte para nosotros que tuviera esa falsa visión, pues, al declarar ante los jueces, ha terminado de hundir a Dmitri Fiodorovitch.

-Escucha, escucha -dijo Iván, que parecía nuevamente confundido-. Tenía muchas cosas que preguntarte, pero se me han olvidado... Ahora me acuerdo de una! Por qué abriste el sobre y lo tiraste al suelo? Por qué no te lo llevaste tal como estaba, con los billetes dentro? De lo relato he deducido que obraste así intencionadamente, pero no comprendo por qué lo hiciste.

ía mis motivos. Un hombre que, como yo, pudo haber introducido el dinero en el sobre y visto como su amo lo cerraba y escribía en él, no tenía por qué abrir el sobre una vez cometido el crimen, ya que sabía muy bien lo que contenía. Lo natural era que se lo echara al bolsillo y se fuera a toda prisa. En cambio, Dmitri Fiodorovitch debía proceder de otro modo: al conocer el sobre sólo de oidas, lo lógico era que se apresurase a abrirlo para ver si efectivamente contenía los billetes, y después, que lo echara al suelo, sin caer en la cuenta de que sería una prueba contra él, descuido muy propio de un ladrón no profesional. Esta conducta estaba de acuerdo con su propósito, manifestado públicamente, de ir a casa de Fiodor Pavlovitch, no a robar, sino a recobrar lo que era suyo, es decir, a tomarse la justicia por su mano. En mi declaración, sugeri esta idea al procurador, y lo hice con tanta habilidad, que creyó que la idea era suya, lo que le produjo gran satisfacción.

án Fiodorovitch lo miraba, atónito y de nuevo atemorizado.

-Es posible -exclamó- que se te ocurriera todo eso sobre el terreno, en unos instantes?

-Por favor! Cómo puede usted creer que se piensen tantas cosas en un momento? Lo tenía todo planeado de antemano.

ó el diablo. No eres tonto; ere mucho más inteligente de lo que yo me imaginaba.

Se puso en pie para dar un paseo por la habitación; pero como apenas se podía pasar entre la mesa y la pared, dio media vuelta y se volvió a sentar. Sin duda, esto lo irritó, pues empezó a vociferar

ía, es porque quiero que mañana respondas a las preguntas de los jueces?

Levantó la mano y añadió:

a confesar mañana a la justicia mi parte de culpa. Lo diré todo. Pero tú vendrás conmigo. Acepto de antemano todo lo que puedas declarar contra mí, a incluso lo confirmaré. Pero también tú tendrás que confesarlo todo. Vendrás conmigo y dirás la verdad, toda la verdad!

Iván se expresaba con tanta energía y gravedad, que bastaba mirarlo a los ojos para comprender que mantenía su palabra.

á enfermo, muy enfermo: bien se ve -dijo Smerdiakov sin ironía, compadeciéndolo-. Tiene los ojos amarillos.

ó Iván-. Y si no me acompañas, iré solo y lo explicaré todo.

ó un momento. Luego dijo categóricamente:

-No, usted no irá.

-Iré!

-Confesarlo todo sería una gran bochorno para usted. Por otra parte, su declaración sería inútil, pues yo negaría haber mantenido esta conversación. Diría que obraba usted así impulsado por su evidente enfermedad, o porque, compadecido de su hermano, quería sacrificarse por él... y sacrificarme a mí, que jamás he sido nada para usted. Además, no lo creerían; no tiene usted ninguna prueba.

é mejor prueba que ese dinero que tú mismo has puesto ante mis ojos para convencerme?

Smerdiakov retiró el libro y dejó al descubierto los billetes.

-Tómelo -dijo suspirando.

-Claro que lo tomaré!

ñadió, mirándolo con un gesto de extrañeza:

él.

-Ya no lo necesito -repuso Smerdiakov, y su voz temblaba-. Al principio sí que lo quería. Tenía el propósito de establecerme en Moscú o en el extranjero. Éste era mi sueño, nacido de la idea de que, como usted decía, "todo está autorizado". Usted me enseñó a pensar así. Si Dios no existe, tampoco existe la virtud o, por lo menos, no sirve para nada. He aquí el razonamiento que me hacía.

-Has llegado a esa conclusión por tu propia cuenta -dijo Iván un tanto turbado.

-Por qué devuelves el dinero? Es que ahora crees en Dios?

-Entonces, por qué lo devuelves?

é está tan inquieto ahora? Pretende incluso entregarse a la justicia. Pero no hay peligro de que lo haga. No, no lo hará.

-Verás como si.

-No, no se entregará. Usted es demasiado inteligente. Adora el dinero y los honores. Es orgulloso y está loco por las mujeres. Y, sobre todo, es una enamorado de la vida independiente y cómoda. Usted no se amargará la existencia con esa confesión bochornosa. De todos los hijos de Fiodor Pavlovitch, es usted el que más se parece a él: sus almas son idénticas.

ó Iván con el mismo estupor que antes y enrojeciendo-. Yo creía que lo eras.

ía creer su orgullo. Tome el dinero.

Iván cogió los billetes y, sin contarlos, se los guardó en el bolsillo.

-Los entregaré mañana al tribunal -afirmó.

-Nadie lo creerá. Todo el mundo sabe que tiene usted dinero. Pensarán que lo ha sacado de su caja.

án se puso en pie.

-Te repito que no te he matado ya porque mañana te necesito! No lo olvides!

-Máteme! Por qué no me mata? -exclamó Smerdiakov, mirándolo con un gesto extraño. Y añadió, sonriendo amargamente-: No se atreve! Ahora no se atreve a nada! Tan valiente como era antes!

-Hasta mañana.

ó a la puerta. Smerdiakov lo detuvo.

éñeme el dinero por última vez.

Iván sacó los billetes. Smerdiakov los contemplo durante unos segundos.

-Bien; ya se puede ir.

-Iván Fiodorovitch!

án, que yá iba a salir, se volvió.

-Qué quieres?

ós.

-Hasta mañana.

Iván salió a la calle. Continuaba la tormenta. Echó a andar con paso seguro, pero pronto empezó a tambalearse. "Esto es puramente físico", pensó sonriendo. Experimentaba una intima alegría. Sentía una resolución inquebrantable. Las vacilaciones que últimamente le habían atormentado, habían desaparecido. "Mi decisión es irrevocable", se decía, feliz. En este momento tropezó con algo y estuvo a punto de caer. Se detuvo y vio a sus pies al borracho que había derribado al llegar. Estaba aún en la misma postura, inerte. La nieve le cubría casi todo el rostro. Iván lo levantó y se lo cargó a la espalda. En esto vio luz en una casa próxima. Se acercó a la ventana, llamó y, cuando le contestaron, ofreció tres rublos por ayudarle a transportar al borracho a la comisaría. No referiré detalladamente cómo Iván Fiodorovitch consiguió su propósito a hizo reconocer al desgraciado por un médico, al que pagó generosamente la consulta. Diré solamente que hasta una hora después no quedó libre. Pero estaba satisfecho. Sus ideas se aclaraban.

"Si no hubiera tomado una resolución tan firme para mañana -pensó de pronto con profunda complacencia-, no habría perdido una hora atendiendo a un borracho: habría pasado junto a él sin detenerme... He aquí la prueba de que puedo observarme a mí mismo. Eso para que digan que me estoy volviendo loco!"

"No sería mejor que fuera ahora mismo a ver al procurador y le revelara la verdad?... No, no; mañana lo haré todo de una vez."

ña: de pronto, se desvaneció su alegría. Cuando entró en su habitación, se apoderó de él una sensación extraña, glacial. Fue como si recordara algo penoso o repugnante, que había estado en su cuarto anteriormente y que volvía a estar. Se echó en un diván. La vieja doméstica le trajo un samovar y le hizo el té. Pero él no se lo tomó y despidió a la sirvienta hasta el día siguiente. Tenía vértigos, se sentía extenuado. El sueño se apoderaba dé él, pero empezó a pasear para ahuyentarlo. Tenía la sensación de que estaba desvariando. Cuando se recobró, empezó a mirar en todas direcciones como si buscara algo. Al fin, su mirada se fijó en un punto. Sonrió, pero enrojeciendo de cólera. Permanéció largo rato inmóvil, con la cabeza entre las manos, sin apartar la vista de aquello que estaba en el diván de enfrente. No cabía duda de que allí había algo que le inquietaba y le irritaba.

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