Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Cuarta parte. Libro XII. Un error judicial.
Capitulo V. Desastre repentino

CAPITULO V

DESASTRE REPENTINO

Se le había llamado antes que a Aliocha, pero el ujier dijo al presidente que una súbita indisposición impedía comparecer al testigo, y que tan pronto como se hubiera repuesto acudiría a declarar. Su llegada pasó casi inadvertida; se le prestó muy poca atención. Los principales testigos, y especialmente las dos rivales, habían declarado ya, y la curiosidad había desaparecido casi por completo: no se esperaba nada nuevo de los demás testigos.

án avanzó con lentitud extraña, sin mirar a nadie, absorto y con la cabeza baja. Iba bien vestido. En su rostro se percibían las huellas de su enfermedad; su tez, de un matiz terroso, hacía pensar en las de los moribundos. Levantó la cabeza y paseó por la sala una mirada llena de turbación. Aliocha se levantó y lanzó una exclamación de la que nadie hizo caso.

ó al testigo que no tenía que prestar juramento y que podía dejar sin respuesta aquellas preguntas que considerase conveniente no contestar, pero que debía prestar declaración de acuerdo con su conciencia. Iván lo miraba distraídamente. De pronto, una sonrisa iluminó su semblante y cuando el presidente, visiblemente sorprendido por este cambio, terminó de hablar, Iván se echó a reír.

-Y qué más? -preguntó levantando la voz.

Silencio en la sala. El presidente tuvo un gesto de inquietud.

ía? -le preguntó, mientras buscaba con la suya la mirada del ujier.

ícese, señor -repuso Iván con calma-. Estoy perfectamente y puedo referirle algo curioso.

ó el presidente, incrédulo.

Iván Fiodorovitch bajó la cabeza, guardó silencio durante unos segundos y respondió:

Lo interrogaron. Contestó lacónicamente y con creciente resistencia, aunque sus respuestas fueron perfectamente sensatas. Ignoraba, según dijo, muchas de las cosas que le preguntaron, entre ellas las referentes a las cuentas de su padre con Dmitri.

-Era un asunto que no me importaba lo más mínimo -dijo.

ó que había oído las amenazas del acusado contra su padre y que estaba enterado de la existencia del sobre por Smerdiakov.

ó con un gesto de fatiga:

-Siempre lo mismo! No puedo decir nada más al tribunal!

á usted todavía trastornado y lo comprendo -dijo el presidente.

Y ya iba a preguntar al fiscal y al defensor si querían interrogar al testigo, cuando Iván dijo, extenuado:

ítame su señoría que me retire: no me siento bien.

ón del presidente, se dirigió a la salida. Pero, después de dar algunos pasos, se detuvo, quedó un momento pensativo, sonrió y volvió atrás.

-Me parezco a esa joven campesina que decía: "Iré si quiero, pero si no quiero, no iré." La vistieron para llevarla al altar y ella repitió lo que acababa de decir... Es una anécdota popular...

-Qué significa eso? -preguntó con severidad el presidente.

án sacó un fajo de billetes y lo exhibió ante el tribunal.

ñalando la mesa donde se hallaban los cuerpos del delito-, los billetes por los que mataron a mi padre. Dónde hay que depositarlos? Señor ujier, quiere usted entregar este dinero a quien corresponda?

El ujier cogió el fajo y lo entregó al presidente. Éste preguntó, sorprendido:

ómo se explica que haya traído usted este dinero..., si verdaderamente es el que estaba en el sobre?

ó ayer Smerdiakov, el asesino. Estuve en su casa antes de que se ahorcase. Fue él quien mató a mi padre, no mi hermano. Él lo mató y yo lo instigué a matarlo... Quién no desea la muerte de su padre?

-Está usted en su juicio? -exclamó el presidente.

í, estoy en mi juicio, un juicio vil como el de ustedes, y como el de todos esos... papanatas.

Se había vuelto hacia el público al decir esto. Irritado y despectivo, añadió:

Si de pronto supieran que aquí no ha habido parricidio, se marcharían, defraudados y furiosos. Pero yo no me quedo corto... Tienen agua? Por Dios, denme un vaso!

ó la cabeza entre las manos. El ujier se acercó a él, presuroso. Aliocha se puso en pie y gritó:

á enfermo! Desvaría!

Catalina Ivanovna se había levantado también precipitadamente y miraba a Iván Fiodorovitch, aterrada a inmóvil. Mitia, con una sonrisa que más parecía una mueca, escuchaba ansiosamente a su hermano.

-Tranquilícese -dijo Iván-. No estoy loco. He cometido un crimen, y no se puede pedir elocuencia a un asesino -añadió, sonriendo.

ó en voz baja al presidente. Los magistrados cambiaban comentarios también en susurros. Fetiukovitch aguzó el oído. El público esperaba con ansiedad. El presidente se tranquilizó.

érminos incomprensibles y que aquí no se pueden tolerar. Cálmese y hable..., si verdaderamente tiene algo que decir. Podría usted demostrar todo lo que ha dicho, y así convencernos de que no está delirando?

-El caso es que no tengo testigos. Ese miserable de Smerdiakov no les enviará a ustedes una declaración desde el otro mundo... dentro de un sobre. Ustedes desearían recibir más sobres: no les basta con uno... No, no tengo testigos... Aunque, bien mirado, tal vez tenga uno.

ó ensimismado, sonriendo.

-Quién es ese testigo? -le preguntó el presidente.

á al margen de toda la regla.

De pronto, dejó de reir y dijo en tono confidencial:

-No le hagan caso: es un diablejo sin importancia. Debe de estar aquí, en la sala. Seguramente en la mesa de los cuerpos del delito. En qué otra parte puede estar?... Yo le he dicho que no me callaría y él me ha hablado de un cataclismo geológico y de otras tonterías semejantes... Dejen al monstruo en libertad. Ha cantado un himno alegremente; es un ser optimista..., una especie de bribón borracho. "Para Piter ha partido Vanka", vocifera. Y yo, por sólo dos segundos de alegría, daría un cuatrillón de cuatrillones. Ustedes no me conocen. Todo es necio entre ustedes!... En fin, deténganme. Para algo he venido... Ah, cuánta estupidez hay en el mundo!

ó su mirada por la sala, como soñando. La emoción era general. Aliocha corrió hacia él. Pero el ujier había cogido ya a Iván del brazo.

-Suélteme! -gritó éste, mirando fijamente al ujier.

ó por los hombros y lo derribó. Los guardias acudieron rápidamente. Lo sujetaron. Iván empezó a vociferar como un energúmeno. Mientras se lo llevaban, no cesó de proferir palabras incoherentes.

ón me impedía ser un observador atento, pero puedo afirmar que, una vez restablecida la calma, el ujier recibió una reprimenda, a pesar de que explicó a las autoridades que el testigo parecía hallarse perfectamente después de haberlo reconocido el médico hacía una hora, cuando se sintió indispuesto. Hasta el momento de comparecer, se había expresado con la más completa cordura, de modo que no podía preverse lo ocurrido. Pero antes de que los ánimos se hubieran apaciguado se produjo un nuevo incidente: Catalina Ivanovna sufrió un ataque de nervios. Gemía y sollozaba, y no quería marcharse; se debatía y suplicaba que la dejaran permanecer en la sala. De pronto, exclamó, dirigiéndose al presidente:

ás que decir! Y quiero decirlo ahora mismo!... Lean esta carta, léanla! La escribió ese monstruo! -señalaba a Mitia-. Es el asesino de su padre! En esta carta confiesa su propósito de matarlo! Iván Fiodorovitch está enfermo; hace tres días que no cesa de desvariar.

El ujier cogió la carta y se la entregó al presidente. Catalina Ivanovna se dejó caer en el asiento, se cubrió el rostro con las manos y empezó a llorar en silencio, ahogando los sollozos por terror a que la expulsaran. La carta era la escrita por Dmitri en la taberna "La Capital", aquella carta que Iván consideraba como una prueba categórica. Y así, ay!, se consideró. De no haberse presentado esta carta ante el tribunal, seguramente Mitia no habría sido condenado, o, por lo menos, la sentencia hubiera sido más benigna.

ás que no puedo describir esta situación detalladamente. Incluso ahora estas escenas acuden a mi memoria sin orden ni concierto. El presidente debió de poner en conocimiento de ambas partes y del juez el contenido de esta carta. Luego preguntó a Catalina Ivanovna si se había repuesto y ella contestó resueltamente:

í, ya estoy serena: puedo responder a sus preguntas.

ía que no se la escuchara con la debida atención. Le rogaron que explicara detalladamente cuándo y cómo había recibido la carta de Dmitri Fiodorovitch.

ía anterior al del crimen. Como ven, está escrita en la taberna, en el reverso de una factura. Dmitri me odiaba entonces porque me debía tres mil rublos y porque había cometido la vileza de seguir a esa mujer. Su deuda y su villanía lo abochornaban. Les diré exactamente lo que ocurrió. Les ruego que me escuchen atentamente. Tres semanas antes de dar muerte a su padre, se presentó en mi casa. Yo sabía que necesitaba dinero y que lo quería para atraerse a esa mujer y retenerla a su lado. Yo sabía que me traicionaba, que tenía el propósito de abandonarme, y, sin embargo, le di ese dinero con el pretexto de que lo enviase a mi familia. Cuando se lo entregué, le dije, mirándole a los ojos, que podría mandarlo cuando quisiera, "aunque tardara un mes". Es extraño que él no comprendiera que esto equivalía a decirle: "Necesitas dinero para traicionarme? Aquí lo tienes; yo misma te lo doy. Tómalo si no te da vergüenza." Mi intención era confundirlo, pero él se llevó el dinero y lo dilapidó en una sola noche con esa mujer. Sin embargo, Dmitri Fiodorovitch se había dado cuenta de que yo lo había comprendido todo y le ofrecía el dinero sólo para probarlo, para ver si cometía la infamia de admitirlo. Nuestras miradas se cruzaron, él me comprendió, y, no obstante, tomó el dinero y se fue.

-Todo eso es verdad, Katia! -exclamó Mitia-. Comprendí por qué me ofrecias ese dinero y, sin embargo, lo tomé. Despreciadme todos! Lo merezco porque soy un miserable!

El presidente lo amenazó con expulsarlo de la sala si decía una palabra más.

él -continuó Katia precipitadamente-. Quería devolvérmelo, pero lo retenía porque lo necesitaba para esa mujer. Aunque mató a su padre para pagarme, no me dio ni un céntimo: se fue con su amiga a Mokroie para gastárselo alegremente. Un día antes de cometerse el crimen me escribió esta carta, estando ebrio, cosa que deduje en seguida, y ciego de cólera. Era evidente que estaba seguro de que yo no se la enseñaría a nadie, aunque cometiera el crimen, pues, de lo contrario, no la habría escrito. Léanla, léanla con atención. Verán ustedes cómo se explica por anticipado todo lo que ha de suceder: cómo matará a su padre, dónde está escondido el dinero... Observen sobre tocto que dice que cometerá el crimen apenas parta Iván. Por lo tanto, fue un crimen premeditado.

Catalina Ivanovna dijo esto pérfidamente. Se veía que había estudiado detalle por detalle la fatídica carta.

-Estando despejado, no me la habría escrito, pero es evidente que la carta revela un plan.

ón, despreciaba las consecuencias posibles de sus palabras, actitud muy diferente de la de un mes atrás, cuando se preguntaba, temblando de ira, si debía entregar al tribunal la carta reveladora. Al fin, había quemado las naves.

ó la carta, que produjo una impresión tremenda. Se preguntó a Mitia si la reconocía.

í, yo la escribí, aunque no la habría escrito si no hubiera bebido más de la cuenta... Tú y yo, Katia, nos odiábamos por muchas razones; pero yo te amaba a pesar de mi odio, y tú a mí no!

ía levantado y volvió a dejarse caer en el banquillo, retorciéndose las manos.

Tanto el fiscal como el defensor preguntaron a Catalina Ivanovna por qué no había hablado de aquella carta en su reciente declaración y a qué obedecía su cambio de actitud respecto al acusado.

ón: he mentido, faltando a mi honor y a mi conciencia. He obrado así porque quería salvarlo, y quería salvarlo porque me odiaba y me despreciaba. Sí, me despreciaba; me despreció siempre, desde que me incliné ante él para darle las gracias por el dinero que me entregó. Me di cuenta de ese desprecio en seguida, pero tardé mucho tiempo en convencerme. Cuántas veces he leído en sus ojos estas frase: "Viniste en persona a mi casa"! No me comprendió, no fue capaz de deducir por qué fui a verlo. En su mente sólo cabe la vileza. Juzga a los demás a través de sí mismo...

ía llegado al colmo de la exaltación. La ira la cegaba.

ía casarse conmigo -siguió diciendo- por el dinero, sólo por el dinero. Es un desalmado. Estaba seguro de que siempre, durante toda mi vida, me sentiría avergonzada ante él, y él podría manejarme a su antojo. Por eso quería casarse conmigo. Les estoy diciendo la pura verdad. Intenté vencerlo a fuerza de cariño, incluso estaba dispuesta a olvidar su traición; pero él no me comprendió, no comprendía nada. Es un monstruo. Recibí su carta al día siguiente por la tarde; hasta entonces no me la trajeron de la taberna. Pues bien, aquella misma mañana estaba dispuesta a perdonárselo todo, incluso su traición!

El fiscal y el presidente procuraron calmarla. Estoy seguro de que les daba vergüenza aprovecharse de la exaltación de Katia para obtener las importantes declaraciones que estaban oyendo. Decían: "Comprendemos su pesar y lo compartimos." Pero ello no les impedía escuchar las revelaciones de una mujer que había perdido el dominio de sus nervios. Finalmente, con una lucidez extraordinaria, como es frecuente en estos casos, explicó cómo se había trastornado en los dos meses últimos la razón de Iván Fiodorovitch, obsesionado por la idea de salvar a su hermano, el monstruo, el parricida.

ía atenuar la falta de su hermano diciéndome que él tampoco quería a su padre y que incluso deseaba su muerte. Tiene un exceso de conciencia, y ésta es la causa de sus sufrimientos. No tenía secretos para mí. Venía a verme a diario, porque soy su única amiga. Sí, tengo el honor de ser su única amiga -repitió en un tono de reto, con los ojos brillantes-. Fue dos veces a visitar a Smerdiakov. Un día me dijo: "Si no fue mi hermano quien mató a mi padre si fue Smerdiakov, acaso sea tambien yo el culpable, pues Smerdiakov sabía que yo no quería a mi padre y acaso supusiera que deseaba su muerte." Entonces le mostré esta carta y él quedó completamente convencido de la culpa de su hermano. Estaba aterrado; no podía soportar la idea de que su propio hermano fuera un parricida. Desde hace una semana está trastornado por estas inquietudes. Desvaría, le han oído hablar solo por la calle. El doctor que traje de Moscú lo reconoció anteayer y me dijo que estaba al borde de una grave perturbación mental. Y todo por culpa de ese monstruo! El suicidio de Smerdiakov ha sido para él el golpe de gracia. Todo a causa de ese mal hombre al que pretende salvar!

Generalmente, sólo se habla así una vez en la vida, cuando se está al borde de la muerte, al subir al cadalso, por ejemplo. Pero esta conducta estaba de acuerdo con el carácter de Katia. La Katia de aquel momento era la misma muchacha impulsiva que había corrido a casa de un joven libertino para salvar a su padre; la misma muchacha casta y altiva que hacía unos instantes había sacrificado su pudor virginal, refiriendo públicamente el "noble acto de Mitia", con el único fin de atenuar la suerte que le esperaba. Y ahora hacía el mismo sacrificio por otro al que tal vez hasta aquel momento no se había dado cuenta de que profesaba un profundo afecto. Se sacrificaba por él porque, de pronto, se había imaginado, aterrada, que lo había perdido con su declaración, al revelar que él, Iván, creía ser responsable de la muerte de su padre, en vez de serlo su hermano; se sacrificaba por Iván y por su reputación.

Una pregunta la atormentaba. Había calumniado a Mitia al hablar del principio de sus relaciones con él? No, ella estaba convencida de que no mentía al decir que Dmitri la despreciaba por su profunda reverencia; creía sinceramente que Mitia la había adorado hasta aquel momento y que después su adoración se había convertido en burla y desprecio. Entonces se había sentido ligada a él por un amor que tenía algo de vanidad herida y que se parecía mucho a la venganza. Tal vez este falso amor se habría transformado en amor verdadero; tal vez Katia lo deseara; pero Mitia la había herido profundamente con su traición, y el alma de Katia no era de las que perdonan. De súbito, había llegado el momento de la venganza, y todo el rencor dolorosamente acumulado en el corazón de la mujer ofendida había hecho explosión en un instante. Acusando a Mitia, se acusaba a sí misma. Cuando hubo terminado, perdió el dominio de sus nervios, y una profunda vergüenza la invadió. Hubo que sacarla de la sala, presa de un nuevo ataque de nervios. Mientras se la llevaban, Gruchegnka corrió hacia Mitia gritando. Fue tan rápida su carrera, que no la pudieron contener.

íbora lo ha perdido, Mitia! Ya lo han visto ustedes! -exclamó, dirigiéndose al tribunal.

ñal del presidente, la sujetaron y la condujeron hacia la puerta. Gruchegnka se debatía, tendiendo los brazos hacia Dmitri. Éste lanzó un grito a intentó correr hacia ella. Fue fácil detenerlo.

Estoy seguro de que las espectadoras quedaron satisfechas. El espectáculo fue realmente apasionante. El médico de Moscú, al que el presidente había mandado llamar para que asistiera a Iván Fiodorovitch, presentó su informe. Dijo que el enfermo atravesaba una grave crisis y que convenía llevarlo a su domicilio sin pérdida de tiempo. Dos días atrás, el paciente había ido a consultarlo, pero no había seguido el tratamiento, a pesar de la gravedad de su estado.

ía alucinaciones, que se encontraba en la calle con personas fallecidas y que Satanás lo visitaba todas las noches.

La carta recibida por Catalina Ivanovna se añadió a la pieza de autos. Después de deliberar, el tribunal decidió proseguir los debates y hacer constar en las actas las inesperadas declaraciones de Catalina Ivanovna y de Iván Fiodorovitch.

últimos testigos confirmaron las anteriores, añadiéndoles, además, ciertos detalles significativos. En el informe del fiscal, que vamos a oír a continuación, se habla de todo lo dicho.

ían puesto los ánimos en tensión. Se esperaban con impaciencia los discursos de la acusación y la defensa, y el veredicto. La declaración de Catalina Ivanovna había sobrecogido a Fetiukovitch. El fiscal, en cambio, se sentía triunfante.

La vista se suspendió para reanudarse una hora después. Eran las ocho de la noche cuando empezó a informar el fiscal.

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