Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Cuarta parte. Libro XII. Un error judicial.
Capitulo VI. El informe de la acusación

CAPITULO VI

EL INFORME DE LA ACUSACIÓN

Cuando empezó su discurso, Hipólito Kirillovitch era presa de un temblor nervioso, tenía la frente y la sienes bañadas en frio sudor y lo sacudian frecuentes escalofríos, como él mismo confesó después. Consideraba este discurso como su , su ó muriendo tuberculoso nueve meses después. Puso en este informe toda su alma y toda su inteligencia, revelando un sentido cívico inesperado y un vivo interés por las cuestiones sensacionales. Lo que más cautivó a su auditorio fue su sinceridad. Creía realmente que Mitia era culpable, y no obraba solamente por cumplir su deber, sino también llevado del deseo de salvar a la sociedad. Incluso las damas, generalmente hostiles a Hipólito Kirillovitch, admitieron que había causado excelente impresión. Empezó con cierta inseguridad, pero su voz se afirmó muy pronto y se hizo tan potente que llegó incluso al rincón más apartado de la sala. Pero apenas terminó, estuvo a punto de desvanecerse. Éste fue su discurso:

ñores del jurado: este asunto ha tenido resonancia en toda Rusia. Pero, bien mirado, no hay razón para que nos sorprendamos ni nos asustemos. Acaso no estamos habituados a estos hechos? Ya casi no nos conmueven. Lo que nos debe inquietar es esta indiferencia y no la perversidad de tal o cual individuo. A qué se debe que permanezcamos poco menos que insensibles ante estos hechos que nos presagian un sombrío porvenir? Hay que atribuir esta indiferencia a la osadía, al agotamiento prematuro de la inteligencia y la imaginación de nuestra sociedad, joven todavía, pero ya débil; al relajamiento de nuestros principios morales o la ausencia total de tales principios? Dejo sin contestar estas preguntas que requieren la atención de todos los ciudadanos. Nuestra prensa, pese a su timidez, ha prestado buenos servicios a la sociedad, ya que, gracias a ella, todo el mundo está enterado de la inmoralidad y el desenfreno que reinan en nuestro país; todo el mundo y no sólo los que acuden a presenciar las audiencias, que han abierto sus puertas al público en el presente reinado. Qué es lo que nos cuentan los periódicos? Atrocidades ante las cuales el asunto que nos ocupa palidece y resulta poco menos que una nimiedad. La mayoría de nuestras causas criminales demuestran una especie de perversidad general, un azote que se ha introducido en nuestras costumbres y que es sumamente difícil combatir. Aquí vemos a un joven y admirado oficial de la mejor sociedad, que asesina sin remordimiento alguno a un modesto funcionario, con el que está en deuda, y a su muchacha de servicio, para recobrar un pagaré. Y, además, roba el dinero que encuentra, para gastárselo alegremente. Después de cometer este doble crimen, pone una almohada debajo de la cabeza de cada una de sus víctimas y se marcha. En otro lugar, un héroe, joven también y de cuya bravura dan cuenta sus condecoraciones, estrangula, en una carretera, ni más ni menos que como un bandido, a la madre de su jefe, después de haber dicho a sus cómplices, para tranquilizarlos, que la buena señora no tomará ninguna precaución, ya que lo quiere como a un hijo y confía en él ciegamente. Estos asesinos, verdaderos monstruos, no son casos aislados. Otros no llegan a cometer crímenes, pero piensan como los criminales y, en su fuero interno, no son menos infames que ellos. Cuando se enfrentan con su conciencia, se preguntan: "Acaso no es un prejuicio el honor?" Tal vez se me objete que calumnio a nuestra sociedad, que desvarío, que exagero. Ojalá sea así; quiera Dios que me equivoque. No me creáis, miradme como se mira a un enfermo; pero no olvidéis mis palabras. Aunque no diga ni la vigésima parte de la verdad, esta pequeña parte es suficiente para que nos echemos a temblar. Observad cómo abundan los suicidas entre la gente joven. Y se matan sin preguntarse, como Hamlet, qué vendrá después. La inmortalidad del alma, la vida futura, no existe para ellos. Observad también nuestra corrupción. Fiodor Pavlovitch, la desdichada víctima de nuestro caso, es un niño inocente comparado con ellos. Todos lo conocíamos, porque vivía en esta población... Sin duda, la psicología del crimen en Rusia será estudiada algún día por hombres eminentes, tanto de nuestro país como de Europa, pues el tema es de gran importancia. Pero este estudio se realizará cuando todo haya pasado y se pueda proceder con calma, cuando la trágica incoherencia del momento actual no sea más que un recuerdo y pueda analizarse con una imparcialidad que hoy es imposible. Ahora nos horrorizamos o fingimos horrorizarnos, pero, al mismo tiempo, nos complacen las fuertes sensaciones que sacuden nuestro ocio; o, como los niños, escondemos la cabeza debajo de la almohada al ver pasar esos horribles espectros, y luego, en la inconsciencia de nuestras alegrías y nuestros placeres, los olvidamos. Pero un día a otro reflexionaremos, haremos examen de conciencia y nos daremos cuenta del estado de nuestra sociedad. Al final de una de sus obras maestras, un gran escritor de la generación pasada comparaba a Rusia con una impetuosa "Ah, én te ha inventado?" A continuación, decía en una explosion de entusiasmo que ante aquella troika sin freno todos los pueblos se apartaban respetuosamente. Admito, señores, que esto es admirable, pero, en mi humilde opinión, el genial poeta, o se dejó llevar de un ingenuo idealismo o temió a la censura de la época, pues tirando de la ónde iríamos a parar, cualquiera que fuese el conductor. Y estamos hablando de corceles de otro tiempo. Ahora los tenemos mejores.

ólito Kirillovitch fue interrumpido por los aplausos. El liberalismo del símbolo de la ó a la concurrencia. Pero los aplausos no fueron nutridos, por lo que el presidente no juzgó necesario amenazar al público con hacer evacuar la sala. No obstante, Hipólito Kirillovitch se sintió reconfortado. Nunca lo habían aplaudido; incluso se habían negado a escucharlo durante varios años. Y, de pronto, advertía que se iba a atraer la atención de Rusia entera.

ánea. Se trata de un resumen microscópico, como el de una gota de agua respecto al sol. Observemos a ese viejo libertino, a ese padre de familia que ha tenido un fin tan lamentable. Era hijo de padres nobles, pero en los comienzos de su vida no fue más que un mísero parásito. Un matrimonio inesperado le proporciona algún dinero, pero sigue siendo un bribón, un payaso obsequioso y, sobre todo, un usurero. Andando el tiempo y a medida que su fortuna va aumentando, lo vemos conducirse con más seguridad en si mismo. Luego deja de ser un adulador rastrero y ya solo queda en él una cínica maldad y la tendencia a la burla y al libertinaje. No tiene el menor principio moral: sólo una sed de vida inagotable. Aparte los placeres sensuales, nada existe para él: he aquí la enseñanza que da a sus hijos. Como padre, no se considera obligado a nada; se rie de sus deberes paternos, deja a sus hijos en manos de los criados y se alegra cuando se los llevan. Incluso llega a olvidarlos por completo. Su concepto de la moral se resume en esta frase: és moi, le déluge! ísla en la sociedad. "Perezca el mundo con tal que yo esté bien." Y está bien; es feliz y desea llevar esta vida durante treinta años más. Estafa a su hijo, quedándose con parte de su herencia materna, y además de quitarle el dinero pretende arrebatarle la amante. No quiero dejar la defensa del acusado enteramente en manos del eminente abogado que ha venido de Petersbugo. También yo diré la verdad; también yo comprendo la indignación acumulada en el alma de ese hijo. Pero no hablemos más del infortunado viejo. Ya ha pagado su deuda. Pensemos, sin embargo, que era un padre, un padre moderno. Es calumniar a la sociedad decir que hay muchos padres como él? La mayoría de ellos no se expresan con tanto cinismo, pues tienen más educación y más cultura, pero, en el fondo, piensan como pensaba Fiodor Pavlovitch. Perdonadme si soy demasiado pesimista. No me creáis, pero permitidme que os exponga mi pensamiento. Estoy seguro de que os acordaréis de lo que acabo de decir.

"Hablemos ahora de los hijos de ese hombre. Uno de ellos está ante nosotros, en el banquillo de los acusados. Me referiré brevemente a los otros dos. El mayor de éstos, o sea el segundo de los tres hijos, es un joven moderno, de gran cultura a inteligencia, pero que no cree en nada y ha renegado ya de muchas cosas, como su padre. Todos lo hemos oído. Fue recibido amistosamente en nuestra sociedad. No ocultaba sus opiniones, sino todo lo contrario. Por eso hablaré francamente, aunque sólo lo considere como miembro de la familia Karamazov.

"Ayer, lejos de aquí, en el límite de la ciudad, se suicidó un pobre idiota complicado en este asunto, sirviente y tal vez un hijo natural de Fiodor Pavlovitch: Smerdiakov. Este hombre me dijo entre lágrimas, al instruirse el sumario, que Iván Fiodorovitch lo horrorizaba con su nihilismo moral, que afirmaba que no había nada prohibido para el hombre. Esta doctrina debió de acabar de trastornar la mente del pobre idiota, ya afectada, sin duda, por su enfermedad y por el drama que se había desarrollado en casa de los Karamazov. Pero este desgraciado hizo una observación digna de una persona inteligente, y ésta es la razón de que hable de el. "De los tres hijos de Fiodor Pavlovitch -me dijo-, el que más se parece a su padre por su carácter es Iván Fiodorovitch." Por delicadeza pongo fin a mis consideraciones sobre este Karamazov. Nada más lejos de mi ánimo que extraer conclusiones de cuanto acabo de decir, para pronosticar la ruina de este inteligente joven. Ya hemos visto que el sentimiento de la verdad es todavía muy potente en su corazón y que los afectos familiares no han naufragado aún en la irreligión y el cinismo mental inspirados más por la ley de la herencia que por el dolor moral.

"El más joven de los hermanos, adolescente todavía, es modesto y piadoso. En oposición con las siniestras y disolventes ideas de su hermano, las suyas son de acercamiento a los "principios populares", como se dice en los medios intelectuales. Vivió en nuestro monasterio, donde estuvo a punto de profesar. A mi juicio, encarna inconscientemente la fatal desesperación que impulsa a infinidad de individuos de nuestra desgraciada sociedad -por temor a la corrupción y porque atribuyen erróneamente todos nuestros males a la cultura occidental- a volver, como ellos dicen, "al suelo natal, para arrojarse en los brazos de esta tierra nativa, como los niños aterrados por los fantasmas se refugian en el agotado seno materno para dormir en paz y librarse de las visiones que los atormentan. Mis mejores votos para este joven dotado de tan excelentes cualidades; le deseo que sus nobles sentimientos y sus aspiraciones respecto a los principios populares no degeneren, como ha ocurrido más de una vez, en un sombrío misticismo por el lado moral, y en un necio patrioterismo por la parte cívica, ideales ambos que amenazan a nuestro país con males tal vez más graves que esa perversión precoz nacida de un falso concepto de la cultura occidental, de que adolece Iván Fiodorovitch.

ólito Kirillovitch se había dejado arrastrar por su entusiasmo, divagando sobre cuestiones que apenas tenían relación con el asunto que se debatía; pero el amargado tuberculoso anhelaba hacer oír su voz por lo menos una vez en su vida. Después se dijo que la sombría descripción que hizo de Iván Fiodorovitch obedecía a un propósito poco elegante; que lo movía un deseo de venganza, ya que el testigo le había vencido dos o tres veces en disputas en público. Ignoro si esta afirmación estaba justificada. Lo cierto es que todo esto era una especie de preámbulo para entrar en materia.

á en el banquillo de los acusados. Su vida y sus hazañas no son un secreto para nadie. Ha llegado la hora en que todo salga a relucir. Sus dos hermanos son, el uno, un "occidentalista" y el otro, un "populista"; él representa a Rusia, a nuestra amada madrecita; la vemos, la sentimos, la oímos en él. Hay en nosotros una asombrosa mezcla de bien y de mal. Admiramos a Schiller y a la civilización y nos vamos a la taberna a beber, a divertirnos y a arrastrar, cogiéndolos por la barba, a nuestros compañeros de embriaguez. Perseguimos con entusiasmo los más nobles ideales con tal que podamos alcanzarlos fácilmente y sin molestias. No nos gusta pagar, pero nos encanta recibir. Dadnos felicidad y libertad y veréis qué amables somos. No somos codiciosos: dadnos una respetable cantidad de dinero y veréis con qué desprecio por el vil metal lo dilapidamos en una noche de orgía. Y si no se nos da dinero, demostraremos que sabemos procurarnos todo el que nos haga falta.

"Pero procedamos con orden. Primero es un niño andrajoso, abandonado, según ha dicho nuestro compatriota forastero. De nuevo no dejo enteramente en manos ajenas la defensa del acusado. Soy al mismo tiempo fiscal y abogado defensor. Somos seres humanos y sabemos perfectamente la influencia que ejercen en el carácter las primeras impresiones.

"Cuando el niño se hace hombre, lo vemos luciendo el uniforme de oficial. A causa de sus violencias y de un duelo, se le confina en una ciudad fronteriza. Como es propio de él, dilapida alegremente cuanto posee. Entonces surge la necesidad de dinero y, tras largas discusiones, se pone de acuerdo con su padre para recibir seis mil rublos por saldo de la herencia materna. Hay que tener en cuenta que este convenio consta en una carta firmada por Dmitri Fiodorovitch. Entonces conoce a una muchacha culta y de noble carácter. No necesito dar más detalles sobre este punto, pues la propia interesada nos los acaba de dar. Son unas relaciones en las que intervienen el honor y la abnegación. Por eso mismo me siento obligado a no decir nada más sobre este punto. La imagen del joven libertino que se inclina ante un alma noble y unas ideas superiores a las que él sustenta, se ha captado nuestra simpatía. Pero pronto hemos visto el reverso de la moneda. No quiero dejarme llevar de las conjeturas ni analizar las causas. Pero es evidente que estas causas existen. La misma testigo que nos ha mostrado la simpática imagen de Dmitri Fiodorovitch nos ha revelado, entre lágrimas de indignación reprimidas durante mucho tiempo, que su prometido la despreció por su acto noble y generoso, aunque tal vez impulsivo hasta la imprudencia... Cuando Dmitri se había comprometido ya a casarse con ella, la miraba con una sonrisa de burla que nuestra testigo habría podido soportar de cualquier otra persona, pero no de él. Aun sabiendo que él la traiciona (Dmitri Fiodorovitch creía que en el futuro tendría derecho a todo, incluso a la traición), le entrega tres mil rublos, dándole a entender claramente cuáles son sus intenciones. "Te atreverás a tomarlos?", le dice con su mirada penetrante. Él lee claramente en su pensamiento (lo ha confesado ante ustedes) y, sin embargo, toma los tres mil rublos para gastárselos en dos días con su nuevo amor. A qué carta debemos quedarnos? A la primera, la del generoso sacrificio de sus últimos recursos, en homenaje a la virtud, o a la segunda, al reverso de la moneda, a la vileza de aceptar el dinero para irse con otra? En los casos corrientes hay que buscar la verdad en el término medio, pero nuestro asunto está fuera de lo ordinario. Sin duda, Dmitri Fiodorovitch se ha mostrado tan noble la primera vez como vil la segunda. Por qué? Porque es un alma de gran amplitud, un alma de Karamazov (he aquí el punto clave de la cuestión), capaz de todos los contrastes, de contemplar a la vez dos abismos: el de arriba, es decir, el de los ideales sublimes, y el de abajo, el abismo de la más innoble degradación. Recuerden ustedes la brillante idea expuesta hace un momento por el señor Rakitine, agudo observador que ha estudiado de cerca a toda la familia Karamazov. "Para estos temperamentos desenfrenados, la degradación es tan indispensable como la nobleza de sentimientos." Es una gran verdad: esos espíritus necesitan en todo momento esta mezcla extraordinaria. No están satisfechos, sienten que les falta algo si no ven al mismo tiempo los dos abismos. Son almas tan amplias como nuestra madre Rusia y se acomodan a todo.

"Señores del jurado: voy a permitirme hacer unos comentarios sobre los tres mil rublos. Dmitri Fiodorovitch afirma que después de haber recibido este dinero, que supone para él la mayor vergüenza y la más profunda humillación, guardó la mitad en una bolsita y la llevó un mes entero encima, sobreponiéndose a todas las tentaciones. Ni en sus orgías, ni cuando se ausentó de la ciudad en busca del dinero que necesitaba para librar a su amada del acoso de su padre y rival, osó abrir la bolsita. Lo lógico habría sido que la abriera para no dejar a su amiga expuesta a los planes de seducción del viejo, del que estaba tan celoso; que emplease el dinero para mover a su amada a decirle: "Soy tuya", y entonces llevársela lejos de aquí. Pero no procedió así. Por qué? Con qué pretexto? Con dos. El primero, según él, es que debía reservar el dinero para el momento en que su amiga le dijera que estaba dispuesta a marcharse con él. El segundo pretexto es que el acusado (así nos lo había dicho él mismo) considera que mientras llevara encima los mil quinientos rublos sería un miserable, pero no un ladrón, ya que podría presentarse ante su prometida para devolverle la mitad de la suma que se había apropiado vergonzosamente, y decirle: "Como ves, he malgastado la mitad de tu dinero, lo que prueba que soy un hombre débil y sin conciencia, un miserable (para emplear los mismos términos que el acusado); pero no soy un ladrón, pues si fuese un ladrón, no te devolvería esa mitad, sino que me la habría gastado como la otra." Singular justificación! Un hombre de temperamento impetuoso, sin carácter, que no ha podido resistir la tentación de aceptar tres mil rublos en condiciones deshonrosas, demuestra de pronto una energía estoica y lleva mil quinientos rublos pendientes de su cuello, absteniéndose de tocarlos! Está esto de acuerdo con el carácter de Dmitri Fiodorovitch? No. Permitidme que os explique la conducta lógica del acusado, admitiendo que, verdaderamente, llevara encima esa suma. Para complacer a su amada, con la que había gastado ya la mitad del dinero, habría cedido a la primera tentación, abriendo la bolsita y sacando de ella, por ejemplo, cien rublos, pues, así lo pensaría, no era necesario guardar exactamente la mitad, sino que bastarían mil cuatrocientos rublos. Se diría: "Soy un miserable, pero no un ladrón, pues un ladrón se lo habría quedado todo, en vez de devolver mil cuatrocientos rublos, como voy a hacer yo." Algún tiempo después habría sacado de la bolsita el segundo billete para dejar uno solo. Entonces se habría hecho esta reflexión: "Soy un miserable, pero no un ladrón. Me he gastado veintinueve billetes, pero devolveré uno. Un ladrón no procediría asi." Sin embargo, al fin, miraría el último billete y se diría: "Bah! No vale la pena guardar un solo billete. Gastémoslo como los otros." Así habría obrado el Dmitri Karamazov que conocemos. El cuento de la bolsita está en completa oposición con la realidad. Cualquier suposición es admisible menos ésta. Ya volveremos a hablar de esto.

ólito Kirillovitch expuso a continuación todo cuanto constaba en el sumario respecto a las relaciones de padre a hijo y a sus disputas sobre intereses, llegando a la conclusión de que era imposible determinar quién había perjudicado a quién en el reparto de la herencia. Finalmente, el fiscal mencionó aquellos tres mil rublos que se habían convertido en una obsesión para Mitia y habló del peritaje médico.