Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Cuarta parte. Libro XII. Un error judicial.
Capítulo II. Declaraciones adversas

CAPÍTULO II

DECLARACIONES ADVERSAS

Ignoro si los testigos de cargo y descargo habían sido agrupados por el presidente y si se había decidido hacerlos comparecer por un orden determinado. Probablemente, así fue. El caso es que los primeros en declarar fueron los testigos de la acusación.

ósito de reproducir in extenso los debates. Por otra parte, no hay necesidad de ello, ya que los discursos del fiscal y de la defensa y las declaraciones de los testigos resumieron claramente los hechos. Anoté íntegramente algunos pasajes de estos dos notables discursos, que ofreceré al lector oportunamente, y también referiré un hecho inesperado que indudablemente influyó en la fatídica sentencia.

ón y la debilidad de la defensa. Se vio como los hechos se agrupaban, se acumulaban, y como el crimen, con todo su horror, iba surgiendo a la luz. Era evidente que la causa estaba ya fallada, que no había la menor duda acerca del resultado, que la culpa del acusado estaba archidemostrada y que la vista se celebraba por pura fórmula. Yo creo que incluso aquellas damas que esperaban con tanta impaciencia la absolución del interesante reo estaban convencidas de su culpabilidad. Es más, me parece que habrían lamentado que esta culpa fuera menos evidente, ya que ello habría aminorado el efecto del desenlace. Aunque parezca extraño, todas las mujeres creyeron hasta el último instante que se declararía inocente a Mitia. "Es culpable -se decían-, pero se le absolverá por humanidad, por respeto a las nuevas ideas. " Ésta era la razón de que hubieran acudido con el interés reflejado en el rostro.

A los hombres les interesaba especialmente la lucha entre el fiscal y el famoso Fetiukovitch. Todos se preguntaban qué podría hacer este letrado, a pesar de su fama, en una causa perdida de antemano. De aquí que fuera el centro de la atención general. Pero Fetiukovitch fue hasta el final un enigma. Los expertos presentían que se había trazado un plan, que perseguía un fin, pero no era posible deducir en qué consistía su estrategia. Su seguridad en sí mismo era evidente. Además, se observó con satisfacción que durante su breve estancia en nuestra ciudad se había puesto al corriente del asunto y lo había estudiado en todos sus detalles. Pronto pudo admirarse la habilidad con que desacreditó a los testigos de la acusación. Los desconcertó hasta el máximo y causó graves daños en su reputación moral y, por lo tanto, en sus declaraciones. Además, se suponía que esta táctica tenía algo de pasatiempo, de coquetería jurídica, por decirlo así, del deseo de exhibir todos sus recursos de abogado, pues nadie ignoraba, y él debía ser el primero en comprenderlo, que estos ataques no le proporcionaban ninguna ventaja positiva. Debía de tener alguna idea oculta, algún arma secreta que se proponía utilizar en el momento oportuno. En espera de este momento, se divertía, consciente de su fuerza.

Cuando se interrogó a Grigori Vasilievitch, el viejo sirviente de Fiodor Pavlovitch, que afirmaba haber visto abierta la puerta de la casa, el defensor aprovechó bien su turno, dirigiéndole una serie de preguntas extraordinariamente hábiles. Grigori Vasilievitch estaba perfectamente sereno; ni la majestad del tribunal ni la abundancia de público lo turbaban. Prestó su declaración con la misma naturalidad que si estuviera charlando con su mujer, sólo que más respetuosamente. No parecía posible confundirlo. El fiscal le hizo numerosas preguntas sobre la familia Karamazov. Las respuestas de Grigori interesaron a todos. Se veía claramente que el testigo era sincero a imparcial. A pesar del respeto que le inspiraba su difunto dueño, declaró que éste había sido injusto con Mitia. "No educaba a sus hijos como buen padre. Sin mis cuidados -añadió recordando la infancia del reo-, Dmitri Fiodorovitch habría sido una criatura harapienta y piojosa. Además, lo perjudicó en el reparto de los bienes legados por la madre." El fiscal le preguntó en qué se fundaba para afirmar que Fiodor Pavlovitch había perjudicado a su hijo en la transmisión de la herencia materna, y el testigo, ante el asombro general, no aportó ningún argumento convincente. Pero insistió en su afirmación de que el padre había sido injusto, ya que Mitia debía haber recibido "algunos miles de rublos más". El fiscal interrogó sobre este punto, con especial insistencia, a todos los testigos que podían estar enterados de la cuestión, sin excluir a los hermanos de Mitia, y ninguno de ellos pudo dar informes precisos: afirmaban que era verdad lo dicho por Grigori, pero no podían apoyar sus palabras con la más leve prueba.

ó de pronto y golpeó a su padre, amenazándolo luego con volver para matarlo, produjo sensación. En ello influyó sin duda la calma y concisión con que el viejo criado relató el suceso y también su pintoresco lenguaje, que produjo gran efecto. Después manifestó que había perdonado hacía tiempo la agresión de Mitia, que entonces lo abofeteó y derribó. De Smerdiakov -nombre que pronunció santiguándose- dijo que tenía excelentes cualidades, pero que estaba deprimido por su enfermedad y que su mayor defecto era ser un impío, lo que se debía a la influencia de Fiodor Pavlovitch y de su hijo mayor. Defendió calurosamente su honradez, y refirió el episodio del dinero hallado y devuelto por Smerdiakov a su dueño, lo que le valió una moneda de oro y la confianza de éste. Mantuvo obstinadamente su declaración de que estaba abierta la puerta que daba al jardín. Se le hicieron muchas preguntas más, pero fueron tantas, que no puedo acordarme de todas. Al fin le tocó el turno a la defensa, que empezó por hablar del sobre en que, "según se decía", Fiodor PavIovitch había guardado tres mil rublos " para cierta persona". Y preguntó:

-Vio usted ese sobre? Usted lo pudo ver, ya que gozaba de la confianza de su dueño y estaba en continuo contacto con él.

ó de la existencia de aquellos tres mil rublos "hasta que todo el mundo empezó a hablar de ellos".

Fetiukovitch preguntó a todos los testigos por este sobre con el mismo interés que el fiscal había demostrado en la aclaración del reparto de la herencia materna. Todos respondieron que no habían visto el sobre, aunque la mayoría habían oído hablar de él.

ó preguntando a Grigori:

-Puede usted decirme de qué se componía aquel bálsamo, mejor dicho, aquella infusión con que se frotó los riñones al acostarse la noche del crimen, según se lee en el sumario?

Grigori miró al abogado como si no comprendiera y, tras unos instantes de silencio, murmuró:

ía una planta llamada salvia.

ás?

-Y otra planta:llantén.

-Y pimienta, seguramente.

-Sí, también había pimienta.

-No, en alcohol.

-De modo que no le faltaba alcohol? Y, después de frotarse la espalda, se bebió lo que quedaba en la botella, mientras su esposa murmuraba una oración que sólo ella conoce, no es así?

í es.

ó usted mucho? Una copita, dos copitas?

-Un vaso, aproximadamente.

-Un vaso! Y a lo mejor fue vaso y medio.

ó. Empezaba a darse cuenta del significado de aquellas preguntas.

-Vaso y medio de alcohol puro no es cualquier cosa! No cree usted? Con esa cantidad de alcohol en el cuerpo, uno puede ver abiertas todas las puertas, incluso las del paraíso.

ó guardando silencio. En la sala se oyeron nuevas risas. El presidente se agitó en su sillón.

--Podría decirme -siguió preguntando Fetiukovitch- si estaba usted dormido cuando vio abierta la puerta del jardín?

-Eso no demuestra que no estuviera usted como dormido.

Nuevas risas.

é año estábamos, habría usted podido contestar?

é.

-Bien. Diga ahora en qué año estamos, a partir del nacimiento de Cristo. Lo sabe?

Grigori estaba aturdido y miraba fijamente a su verdugo. Que ignorase el año en que vivía causó general sorpresa.

-Por lo menos, sabrá usted cuántos dedos tiene en las manos, no?

úbitamente-. Si las autoridades quieren burlarse de mí, sé soportarlo.

Esta inesperada contestación desconcertó un poco a Fetiukovitch. El presidente le recordó que sus preguntas debían limitarse al asunto que se debatía. El abogado respondió respetuosamente que no tenía nada más que preguntar. Sin duda, la declaración de un hombre "que habría podido ver abiertas las puertas del paraíso" y que no sabía en qué año estaba despertó general desconfianza; por lo tanto, la defensa había logrado su objetivo.

El interrogatorio de Grigori Vasilievitch terminó con un incidente. El presidente preguntó al acusado si tenía que hacer alguna observación, y Mitia repuso:

-Salvo en lo concerniente a la puerta del jardín, el testigo ha dicho la verdad. Le agradezco que me cuidara y que haya olvidado mis golpes. Este viejo fue siempre honrado con mi padre y le sirvió como un perro fiel.

ás correcto! -le ordenó el presidente.

ñó Grigori.

-Entonces, el perro soy yo -exclamó Mitia-. Si esto es una ofensa, la vuelvo contra mí. He sido brutal con él. Y también con Esopo.

-Quién es Esopo? -preguntó con acento severo el presidente.

én ha de ser? Pierrot, mi padre, Fiodor Pavlovitch...

El presidente volvió a invitar a Mitia a expresarse en términos más correctos.

á en el ánimo de los jueces.

El abogado defensor interrogó también con gran habilidad a Rakitine, uno de los testigos más importantes, especialmente para el fiscal. Rakitine sabía muchas cosas, lo había visto todo, hablado con mucha gente interesada en el asunto, y conocía a fondo la vida de Fiodor Pavlovitch y de todos los Karamazov. Declaró que solamente a Mitia había oído hablar de los tres mil rublos, pero, en compensación, describió detalladamente los actos y violencias de Dmitri en la taberna "La Capital". Repitió las palabras comprometedoras que Mitia había pronunciado allí y refirió el incidente de que fue víctima el capitán Snieguiriov. De lo que Fiodor Pavlovitch podía adeudar a su hijo, Rakitine no sabía nada; al hablar de ello, salió del paso con unas cuantas frases despreciativas como ésta: "No es fácil saber quién tenía razón. En el lodazal de los Karamazov es imposible orientarse." Dijo que el crimen era una consecuencia del atraso y el desorden en que vivía Rusia, al carecer de las instituciones necesarias. Se le permitió discursear. Después del proceso empezó a adquirir renombre y a atraerse la atención del público. El fiscal sabía que el testigo preparaba un articulo sobre el crimen para cierta revista, y, como veremos más adelante, citó de él varios párrafos en su informe. La declaración del testigo fue francamente despiadada y trató de favorecer a la acusación. En general, la exposición de Rakitine fue del agrado del público por la independencia y la nobleza de sus ideas. Incluso se oyeron algunos aplausos cuando habló de la servidumbre y del desorden que reinaba en Rusia. Pero Rakitine, joven e impetuoso, cometió un error del que la defensa supo aprovecharse. Al preguntársele por Gruchegnka, el testigo, embriagado por su éxito y por el tono elevado de su oratoria, habló de Agrafena Alejandrovna con cierto desdén, diciendo que era "la amante del comerciante Samsonov". Pronto habría dado cualquier cosa por retirar esta acusación, ya que de ella se valió Fetiukovitch para atacarlo. Nunca habría creido Rakitine que el abogado pudiera enterarse en tan poco tiempo de detalles tan íntimos.

ásticas, que se titula Vida del bienaventurado padre Zósimo? Lo he leido hace poco con verdadero interés. Es una obrita edificante y rica en profundas ideas religiosas.

ó, un poco desconcertado:

í para que se publicara. Apareció sin que me lo advirtieran.

-Está muy bien. Un pensador como usted debe interesarse por los fenómenos sociales. Su folleto, gracias a la alta protección de que gozaba, se ha difundido ampliamente y ha prestado un excelente servicio... Pero lo que me interesa saber es si usted, como ha dejado entrever en su declaración, conocía íntimamente a la señorita Svietlov.

(Nota bene: Éste era el apellido de Gruchegnka, cosa que ignoré hasta entonces.)

ó.

-No puedo responder de todas las personas a las que conozco. Soy demasiado joven. Por otra parte, creo que nadie, cualesquiera que sea su edad, puede responder de todas sus amistades.

-Lo comprendo, lo comprendo perfectamente -dijo Fetiukovitch fingiéndose confuso y en el tono del que presenta excusas-. Podía darse el caso de que usted, como cualquier hombre, estuviera interesado por una mujer joven y bonita que recibía en su casa a la flor de la juventud local. Mi propósito era puramente informativo. Sabemos que, hace dos meses, la señorita Svietlov mostró deseos de conocer al menor de los hermanos Karamazov: Alexei Fiodorovitch. Esa joven ofreció a usted veinticinco rublos si le llevaba a Alexei vestido con su hábito conventual. La visita se efectuó la noche misma del crimen que en este momento se está juzgando. Puede usted decirme si ha recibido los veinticinco rublos de recompensa que le prometió la señorita Svietlov?

-Fue una broma... No sé qué interés puede tener esto... Tomé los veinticinco rublos para devolverlos después.

ó. Tengo entendido que todavía no los ha devuelto. Me equivoco?

ó Rakitine-. Desde luego, los devolveré.

ás, pero el defensor dijo que ya no tenía que hacer más preguntas al señor Rakitine. Éste se retiró cabizbajo. Su prestigio había sufrido un rudo golpe. Fetiukovitch le siguió con la mirada, como diciendo al público: "Ya vea ustedes el valor que tienen las palabras de los acusadores."

Mitia, indignado por el desprecio con que Rakitine había hablado de Gruchegnka, le gritó desde el asiento:

Y cuando el presidente le preguntó si tenía algo que decir, exclamó:

ía a visitarme a la cárcel para sacarme dinero! Es un miserable, un ateo! Engañó al padre Zósimo!

Naturalmente, Mitia fue llamado al orden. Pero Rakitine se había hundido ya. Aunque por causas distintas, la declaración del capitán Snieguiriov no tuvo más éxito. Se presentó andrajoso y sucio, y embriagado, a pesar del reconocimiento previo y de las medidas que se habían tomado para evitar que bebiera. Cuando se le habló de la ofensa que le había inferido Mitia, no quiso contestar,

ó-. Que Dios perdonea ese hombre! Ya hallaré la recompensa en el cielo.

-Quién dice usted que le ha prohibido hablar?

-Iliucha, mi hijito. "Oh papá! Cómo te ha humillado!" Esto lo dijo ya al borde de la tumba. Se ha muerto.

án prorrumpió en sollozos y cayó de rodillas a los pies del presidente. En seguida se lo llevaron, entre las risas del público. Así, tampoco este testigo produjo el efecto que esperaba el fiscal.

ó utilizando todos sus recursos y asombrando al auditorio con su conocimiento del asunto hasta en sus menores detalles. La declaración de Trifón Borisytch produjo profunda emoción, naturalmente desfavorable al acusado. Dijo que Mitia, en su primera visita a Mokroie, despilfarró lo menos tres mil rublos.

-Sólo entre los cingaros repartió qué sé yo cuánto dinero. Y a los mendigos no les dio unos copecs, sino lo menos veinticinco rublos. Además, sabe Dios lo que le robarían. Imposible identificar a los ladrones, que, naturalmente, no pregonaron sus hazañas. Estaba rodeado de bribones, de personas sin conciencia. Y muchachas que en su vida habían tenido un céntimo tienen ahora el bolsillo lleno.

ón detallada de los gastos de Mitia en su primera estancia en Mokroie. Esto destruyó la hipótesis de que sólo había gastado mil quinientos rublos y se había guardado en una bolsita los mil quinientos restantes.

-Vi los tres mil rublos en sus manos, los vi con mis propios ojos. Dmitri Fiodorovitch y yo nos conocíamos bien.

ón, Fetiukovitch le recordó que el cochero Timoteo y el campesino Akim se habían encontrado en el vestíbulo de su fonda un billete de cien rublos perdido por Mitia en su primer viaje a Mokroie. Dmitri estaba ebrio, y Akim y Timoteo le habían entregado el billete a él, a Trifón Borisytch, que les dio un rublo a cada uno.

ó usted esos cien rublos a Dmitri Karamazov? -preguntó el abogado.

Trifón Borisytch empezó por insinuar que no sabía nada de tal pérdida, pero una vez se hubo interrogado al cochero y al campesino, afirmó que había devuelto los cien rublos a Dmitri Fiodorovitch, como es propio de un hombre honrado, pero "que era muy probable que el señor Karamazov no lo recordara, ya que en aquellos momentos estaba embriagado". No obstante, como antes había negado el hallazgo de los cien rublos. su declaración de que los había devuelto fue acogida con desconfianza. Así, pues, uno de los testigos de cargo más temidos quedó eliminado.

Lo mismo sucedió a los polacos. Se presentaron con gran desenvoltura, afirmando que "habían servido a la Corona" y que "el pan ía ofrecido tres mil rublos a cambio de su honor". El pan érminos polacos y, al advertir que con ello se atraía la consideración del presidente y del fiscal, se enardeció y empezó a hablar en polaco. Pero Fetiukovitch lo cogió en sus propias redes. Trifón Borisytch fue llamado de nuevo a declarar y, tras una serie de vacilaciones y rodeos, reconoció que el pan Wrublewski había cambiado la baraja de la casa por otra de su propiedad y que el pan ía trampas. Esto fue confirmado por Kalganov, al que se interrogó seguidamente, y los se retiraron avergonzados, entre las risas del público.

ás testigos importantes de la acusación: Fetiukovitch consiguió desacreditarlos a todos sacando a relucir sus faltas. Despertó la admiración tanto en los profesionales de la ciencia jurídica como en los simples aficionados, aunque unos y otros se preguntaban qué provecho podría obtener de semejante táctica, ya que la culpa del acusado aparecía con creciente evidencia. Pero el tono en que hablaba el "mago del foro" denotaba una calma y una seguridad en sí mismo que hacían esperar algo. No se concebía que hubiera hecho el viaje desde Petersburgo por nada y que se resignara a regresar sin ningún resultado positivo.

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