Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы).
Epílogo. Capítulo primero. Planes de evasión

EPÍLOGO

CAPÍTULO PRIMERO

PLANES DE EVASIÓN

ías de verse la causa contra Mitia, Aliocha fue a casa de Catalina Ivanovna a las ocho de la mañana con el propósito de llegar a un acuerdo definitivo sobre cierto asunto importante. Además, le hablan hecho un encargo. La joven estaba en el mismo salón en que habla recibido a Gruchegnka. En la habitación vecina yacía Iván, todavía sin conocimiento. Al darle el ataque en la audiencia, Catalina Ivanovna habla ordenado que lo trasladaran a su domicilio, sin que le importaran las murmuraciones que esta conducta había de provocar. Una de las dos parientas que vivían con ella habla salido para Moscú; la otra se habla quedado. Pero aunque se hubieran marchado las dos, ello no habría influido en la decisión de Catalina Ivanovna de cuidar al enfermo noche y día. Lo asistían los doctores Varvinski y Herzenstube. El especialista de Moscú se habla marchado sin querer comprometerse a dar su opinión acerca del término de la enfermedad. Los otros dos médicos hacían insinuaciones tranquilizadoras, pero se negaban a expresar con firmeza sus esperanzas.

ía; mas esta vez tenía que resolver un asunto especialmente delicado que no sabía cómo abordar. Sin embargo, estaba dispuesto a hacerlo, por considerarlo un deber ineludible.

álida, extenuada, presa de una inquietud enfermiza, presentía el objeto de la visita de Aliocha.

-No se preocupe -dijo de pronto la joven, con absoluta convicción-. De un modo a otro, Iván logrará que Dmitri se evada. Este infortunado héroe del honor y de la conciencia (no me refiero al condenado, sino al enfermo que está en esta casa y se ha sacrificado por su hermano) -añadió Katia con ojos centelleantes- me confió, hace ya tiempo, sus planes de evasión. Incluso ha dado ya ciertos pasos. La huida está preparada para la tercera etapa del viaje del convoy a Siberia. O sea que aún falta mucho tiempo. Iván Fiodorovitch ha ido a ver al jefe de la tercera etapa. Pero todavía no se sabe quién tendrá el mando del convoy: esto se oculta hasta el último momento. Mañana verá usted el plan detallado de la evasión; me lo dejó Iván el día antes de verse la causa, por lo que pudiera ocurrir... Recuerda que estábamos disputando aquel día que vino a vernos y se encontraron ustedes en la escalera? Yo, al verle a usted, le obligué a volver a subir, se acuerda? Pues bien, sabe usted por qué discutíamos?

-No.

ó. La disputa estaba relacionada con el plan de evasión de que le he hablado. Tres días antes Iván me había explicado lo esencial del proyecto, y esto dio lugar a que no cesáramos de discutir durante aquellos tres días. Le explicaré el motivo. Cuando me reveló que si condenaban a su hermano, éste huiría al extranjero con Agrafena Alejandrovna, yo me puse furiosa. Por qué? No se lo puedo decir, porque ni yo misma lo sé. Sin duda, la causa de mi enojo fue el hecho de que esa joven acompañara a Dmitri en su huida -exclamó Katia con un temblor de cólera en los labios- Mi indignación contra esa muchacha hizo creer a Iván que tenía celos de ella y, por lo tanto, que seguía enamorada de Dmitri. Ésta fue la causa de nuestro primer disgusto. Yo no quise excusarme ni darle explicaciones; me mortificaba que Iván sospechase que yo podía seguir queriendo a ese... Sobre todo, después de haberle confesado hacía ya tiempo, con toda franqueza, que no quería a Dmitri, sino a él y sólo a él. Mi animosidad contra esa muchacha fue la causa de todo. Tres días después, precisamente la noche en que usted vino aquí, Iván me entregó un sobre cerrado, advirtiéndome que debía abrirlo si le ocurría algo. Ya presentía su enfermedad! Me explicó que el sobre contenía el plan detallado de la evasión, y que si él moría o contraía una grave enfermedad, tendría que salvar a Mitia yo sola. Me entregó también dinero, casi diez mil rublos, o sea la cantidad que citó el fiscal en su informe. Me sorprendió profundamente que Iván, a pesar de sus celos y de creer que yo amaba a Dmitri, no hubiera renunciado a salvar a su hermano y se fiara de mí. Era un sacrificio sublime! Usted, Alexei Fiodorovitch, no puede comprender la grandeza de esta abnegación. Estuve a punto de arrojarme a sus pies, pero no lo hice porque comprendí de pronto que Iván atribuiría este gesto exclusivamente a mi alegría de saber que Mitia iba a salvarse. Entonces, la simple idea de que podía ser víctima de tal injusticia me irritó hasta el extremo de que, en vez de arrojarme a sus pies, le hice una nueva escena. Qué desgraciada soy! Qué carácter tan horrible tengo! Ya verá usted como, con mi conducta, lo obligo a dejarme por otra con la que la vida le sea más grata, como me ocurrió con Dmitri... Pero esta vez no lo podré soportar. Me mataré! Aquella noche en que llegó usted y yo le dije a Iván que subiera, la mirada de odio y desprecio que su hermano me dirigió al entrar me produjo una cólera insufrible. Entonces, como usted recordará, empecé a decir a gritos que Iván me había asegurado que el asesino era Dmitri. No era verdad, lo calumniaba con el único fin de herirlo una vez más. Iván nunca me dijo tal cosa. La violencia de mi carácter es la causa de todo. Ya vio la detestable escena que provoqué ante el tribunal. Iván quería demostrarme la nobleza de sus sentimientos, darme una prueba de que, a pesar de creer que yo amaba a su hermano, no lo perdería por celos, por venganza. Y ha hecho la declaración que usted ya conoce... Yo soy la culpable de todo. Sólo yo!

ía de Katia una confésión como ésta, y comprendió que Catalina Ivanovna había llegado a ese grado de sufrimiento que no se puede tolerar y en el que el corazón más altivo abdica de su orgullo y se declara vencido por el dolor. Aliocha sabía que la desesperación de Katia tenía un segundo motivo, aunque lo disimulaba, desde que Mitia había sido condenado. Este motivo era su traición en la audiencia, y Aliocha presentia que que era su conciencia lo que la impulsaba a acusarse ante él como el pecador arrepentido que llora y golpea el suelo con la frente. Aliocha temía este instante y deseaba aplacar aquel dolor. Pero esta situación hacia su cometido más difícil. Empezó a hablar de Mitia.

él -le interrumpió Katia obstinadamente-. Su resolución es pasajera; le aseguro que aceptará la proposición de huir. Tenga en cuenta que no ha de hacerlo ahora. Tendrá tiempo suficiente para pensarlo y decidirse. Entonces su hermano Iván estará curado y se encargará de todo, evitándome a mí tener que mezclarme en el asunto. Le repito que no debe preocuparse, que Dmitri aceptará la evasión. No puede renunciar a esa muchacha, y como no la admitirán en el presidio, no tendrá más remedio que huir. A usted le respeta, teme sus censuras. Por lo tanto, debe permitirle generosamente que huya, ya que su sanción es tan necesaria.

Dijo esto último con un tonillo irónico. Después guardó silencio unos segundos, sonrió y continuó:

é porque su hermano Iván me lo contó... Ah! Si usted supiera con qué vehemencia me lo explicaba! -exclamó de pronto Katia como arrastrada por un impulso irresistible-. Si usted supiera el efecto que demostraba por ese desgraciado cuando me estaba hablando de él! Y, acaso, hasta qué punto le odiaba al mismo tiempo! Y yo, escuchándolo, lo veía llorar y sonreía altivamente... Soy un alma vil! Mía es la culpa de que se haya vuelto loco. Pero el otro, el condenado -añadió Katia en un tono de indignación-, está dispuesto a sufrir; es capaz de soportar el sufrimiento? Los hombres como él no saben lo que es sufrir!

Sus palabras estaban impregnadas de odio y de irritación. Sin embargo, Katia había traicionado a Dmitri. "Tal vez le odia momentáneamente porque se siente culpable ante él", se dijo Aliocha. Y es que deseaba que este odio fuese pasajero. Había percibido un reto en las últimas palabras de Katia. Sin embargo, fingió no haberlo advertido.

-Le he rogado que viniera aquí para que me prometa convencerlo. Pero ahora me digo que la huida tal vez le parezca a usted una vileza, una falta, un acto anticristiano.

ás provocativo.

ó Aliocha-. Procuraré convencerlo... Tengo que hacerle un ruego de su parte -añadió resueltamente-. Desea que vaya usted a verle hoy mismo.

La miraba a los ojos. Katia se estremeció, palideció a hizo un leve movimiento de retroceso.

-Puede y debe -replicó Aliocha con firmeza-. La necesita más que nunca. Si no estuviera seguro de que es así, no se lo habría dicho a usted, sabiendo que esto tenía que atormentarla. Está enfermo, parece haber perdido el juicio, no cesa de llamarla. No es que quiera reconciliarse con usted; lo que desea es sencillamente verla a la puerta de su habitación. Ha cambiado mucho desde aquel día fatal: ahora comprende los errores que ha cometido con usted. Pero no desea su perdón. " No se me puede perdonar", dice. Lo que quiere es simplemente verla en el umbral de su cuarto.

ó:

é qué decirle... No esperaba una petición así en este momento... Sin embargo, sabía que vendría usted a pedírmelo, que él lo enviaría para que me lo pidiera... Pero... no puedo ir, no puedo ir.

-Aunque crea que no puede, vaya. Piense que es la primera vez que está arrepentido de lo injusto que ha sido con usted. Nunca se había dado cuenta de sus errores. Dice que si usted no va a verlo, será un desgraciado durante todo el resto de su vida. Fíjese en lo que esto significa: un hombre condenado a veinte años de presidio piensa aún en la felicidad. No le da pena? Tenga en cuenta -añadió Aliocha en un tono de desafío- que Dmitri es inocente. Sus manos están limpias de sangre. Por los muchos sufrimientos que le esperan, le ruego que vaya a verlo. Condúzcalo a través de las tinieblas. Tiene usted el deber de hacerlo.

Aliocha dijo esto enérgicamente y subrayando la palabra "deber".

ó Katia-. Me mirará a los ojos. No, no puedo!

á usted vivir si no lo hace.

-Prefiero sufrir durante toda mi vida.

ó tenazmente:

-Pero por qué he de ir en seguida? Hoy me es imposible: no puedo dejar solo a Iván.

á solo poco tiempo; pronto volverá usted. Si no va a verle, esta noche se pondrá enfermo. Le estoy diciendo la verdad. Compadézcase de él.

-Compadézcame usted a mí -replicó amargamente Katia. Y se echó a llorar.

á -dijo Aliocha, seguro de ello ante aquellas lágrimas-. Voy a decírselo.

ó Katia, aterrada-. Iré, pero no se lo diga. A lo mejor, no me atrevo a pasar de la puerta... Aún no estoy decidida...

ó. Katia respiraba con dificultad. Aliocha se levantó y se dispuso a marcharse.

ía encontrarme con alguien -dijo Katia de pronto, volviendo a palidecer.

ó.